Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

martes, 28 de febrero de 2012

Capítulo LXXXI

 
Nuño, con una rapidez vertiginosa, calibró las posibilidades que podía tener Carolo para enfrentarse a espada con Lotario y decidió permitir el duelo, que por otra parte le daba la oportunidad de contemplar mejor el cuerpo desnudo del joven y apuesto capitán. Lamentaba haber prometido que lo caparía, porque un hombre en plena juventud como él, iría mejor servido para aprender a comportarse humildemente y obedecer a un auténtico señor, dándole unos fuertes azotes en las nalgas, previos a ser desvirgado violentamente para bajar su autoestima de macho pretencioso y hacer que aceptase su posición inferior y de sumisión a un verdadero líder como el conde.
Pero ya era tarde para eso y además estaba por medio Isaura que parecía tenerlo subyugado con algún sortilegio mágico que anulase el discernimiento y la voluntad del soldado para decidir por sí mismo y ver las cosas en su justa realidad.

Y ahora el problema era la pelea entre Lotario y Carolo, que podía ser mortal para el crío y eso era algo que no estaba dentro de los planes del conde ni iba a permitir que sucediese, aún a costa de su propia vida. Carolo se estaba convirtiendo para Nuño en algo más que un mero esclavo apreciado sólo para el sexo y no soportaba la idea de poner en peligro la integridad física de ese estupendo muchacho. Y por supuesto se alegraba de que no fuese hijo de un obispo sin muchos escrúpulos y que, por el contrario, el padre de la criatura hubiese sido otro mozo guapo y fornido que ponía en alza las pasiones y los más bajos deseos a su paso. En eso el hijo no desmerecía en nada las virtudes que tuviese su progenitor, ni seguramente tampoco estaba más mermado en potencia sexual ni en polla. Por lo que se desprendía de las palabras de Lotario, el cuerpo, el pelo y el culo del chaval, eran herencia paterna sin duda alguna. Y posiblemente esa mirada exótica y algo misteriosa, además de las largas pestañas y la profundidad de la noche en los ojos, eran cosa de la madre mora que lo parió.

Estaban frente a frente con las espadas desnudas, al igual que el pene morcillón del capitán que se bamboleaba de lado a lado al moverse amagando para despachar la estocada, y sonó el primer choque entre los hierros de los contendientes. El capitán sabía manejar la espada con maestría, pero Carolo, siendo tan joven, mostraba una entereza y aplomo ante el adversario que emocionó a Nuño e hizo que Iñigo notase un cosquilleo en la nuca que lo estremeció. Guzmán no le quitaba ojo a ninguno de los dos luchadores y los dedos de su mano diestra acariciaban tensos el puño de oro de su daga como dispuestos a sacarla de su funda para acabar con la vida del capitán en cuanto viese en serio peligro la del otro muchacho. Tampoco el mancebo consentiría que le sucediese algo malo a Carolo y no aguardaría la señal de su amo para intervenir si fuese necesario.

Isaura estaba pálida y no se había molestado en cubrir su cuerpo con algún paño o lienzo y seguía las filigranas dibujadas en el aire por los aceros cerrando inconscientemente los párpados a cada ruido metálico que producían al cruzarse. Realmente nadie se fijaba en ella y no se percataron que su mano alcanzaba un puñal escondido bajo la almohada. La refriega entre los dos jóvenes absorbía la atención de los otros guerreros y sus nervios estaban tensos al igual que los de la pareja que disputaban por seguir vivos. El conde se pasmó de la agilidad de Carolo y lo bien que blandía y esgrimía, según atacase o se defendiese, y quedó atónito al ver como lograba poner en apuros a un avezado soldado con experiencia demostrada en varios combates y duelos. Por un momento se le pusieron las cosas feas al chico, que incluso resbaló y casi pierde pie por el fuerte acoso de su oponente. Pero evitó una estocada directa al pecho y al incorporarse paró un tajazo que le hubiese cortado por lo menos un brazo o incluso el cuello.

Y se produjo un imprevisto amago del chaval por el costado izquierdo de su adversario, que alcanzo a herirle de consideración, y pronto la sangre del otro corría por la pierna hasta regar el piso del aposento. Lotario se tocó con la mano izquierda la herida y viéndola ensangrentada dejó salir todo su furor concentrado en un desesperado ataque tendente a partirle el cráneo a Carolo que hasta salpicó de rojo la cara del chaval. Pero falló porque el chico saltó hacia atrás esquivando hacia un lado el mandoble que le enviaba el capitán. Y fue entonces cuando Isaura quiso cambiar el rumbo de la historia y como una gata sacó su afilada uña para lanzarla contra el Carolo. Y firmó su sentencia de muerte porque otra uña mucha más veloz y afilada se clavó en su corazón. Las piedras preciosas engazadas en el oro de la daga del mancebo lanzaron sus cegadores destellos al darles la luz y temblar al clavarse en el pecho de la desafortunada joven.

Nuño miró a su esclavo sorprendido por su reacción tan rápida y eficaz, pero inmediatamente movió la cabeza hacia los lados admitiendo la perspicacia y permanente alerta de Guzmán, a quien nunca se le escapaba nada de lo que ocurriese a su alrededor. Tampoco estaba prevista la muerte de Isaura, pero los hechos habían cambiado el rumbo de los acontecimientos y era preferible perderla a ella que al prometedor y joven Carolo. Lotario se desmoronó al ver que su amada moría y dejó caer la espada de la mano arrodillándose en el suelo a los pies del cuerpo de Isaura. Nuño le indicó a Carolo que envainase el arma y se acercó a él para atraerlo hacia sí agarrado por los hombros como protegiéndolo de todo mal.

La sangre manaba a borbotones por el costado del capitán y Guzmán se acercó a él para lavarle la herida con el agua de una jarra y vendársela con los jirones de una de las sábanas de la cama sobre las que había follado por última vez a la mujer que dominaba su corazón y su vida. El capitán rechazó la ayuda diciendo que su vida acababa con la de ella y dijo a gritos que su sangre cayese sobre sus verdugos. Pero el conde, que aún tenía que cumplir su promesa, meditó sobre la oportunidad de efectuarla una vez que Isaura ya no sufriría el castigo de tener a su lado a un cabestro.

De morir, como decía y quería Lotario, era más honroso hacerlo entero y no sin atributos viriles. Mas el culo del herido seguía tentándole al conde y no pudo resistir el tocárselo para comprobar la dureza aparente de sus carnes. Y no se equivocaba el ojo al creerlas duras y prietas. Eran dos glúteos férreos que le hubiese gustado gozar follándolos después de una soberana zurra a cambio del otro castigo. Y muy serio le ordenó al mancebo atender la herida del soldado, incluso en contra de la voluntad expresada por éste, y también les mandó a los otros dos chavales que lo sujetasen y atasen la manos para asegurarse que no intentaría ninguna estupidez mientras Guzmán lo curaba. Había perdido bastante sangre y estaba algo débil, pero era muy fuerte y podía superar la lesión sin muchas complicaciones. El mancebo sacó un pequeño pomo que guardaba en una bolsa de cuero sujeta al cinto a modo de faltriquera y aplicó el remedio sobre la herida para evitar la infección y hacer que cicatrizase mejor. Lotario no se moriría de esta, pero de mantenerlo con vida no era prudente dejarlo en Firenze por si delataba al espía y al banquero al darse cuenta que le quitaran de las manos los caudales del obispo.

El capitán se convertía en un nuevo problema para el conde, pero por el momento no tenía más alternativa que segarle la vida o secuestrarlo a la fuerza. Jafet, que se había quedado a la puerta del aposento para vigilar y guardarla evitando que nadie molestase al conde, entró por indicación de Iñigo, cumpliendo órdenes del amo, y cargó con Lotario, envuelto en un lienzo limpio, y todos salieron al patio para largarse y antes hacerse con otro caballo para el rehén. Sin embargo, otro inconveniente surgía de improviso. Un mozo muy joven salió de un alpendre, asustado y mudo de miedo al ver aquellas figuras que le parecieron siniestras, pero no tuvo tiempo de reaccionar ni dar la alarma porque como un rayo el conde le atizó un golpe seco en la mandíbula que lo dejó sin sentido. Tampoco podía dejarlo allí y lo subió a su caballo como un fardo, atravesándolo boca abajo delante suya, sujetándolo por el culo con un mano.

Partieron cono exhalaciones camino de Pisa, donde seguramente ya los esperaban Froilán con el resto de los muchachos e imesebelen. Y no importaba que el ruido de férreo de las herraduras resonase en las piedras ni levantase guijarros que saltaban contra los muros y puertas de las casas. Ahora se trataba de poner tierra por medio cuanto antes y alejarse a toda prisa de Firenze para evitar represalias por parte de esa república, si por un casual llegaban a descubrir o suponer que la matanza en casa de Isaura no era obra del partido rival, cosa no infrecuente en la vida diaria de la urbe, pero que los notables preferían acusar de actos de esa índole a los enemigos que a cualquier ladrón o malhechor de mucha o poca monta.

También era probable que la desaparición de Lotario les indujese a pensar que él mismo la había hecho tal carnicería. Y ese supuesto se encargaría de fomentarlo Donatello al hacer correr el rumor que el capitán había huido con todos los caudales depositados en las arcas de un prestamista judío de la ciudad, tras deshacerse de su amante y los testigos que pudiesen inculparle del asesinato. El conde todavía no había castrado a Lotario, pero de momento no sólo le dejaba la vida bien jodida, sino que le cortaba la posibilidad de volver a Firenze, ya que sería ejecutado por un presunto delito del que no era culpable.

domingo, 26 de febrero de 2012

Capítulo LXXX

Amparados por las sombras de la noche cabalgaban seis jinetes hacia las puertas de Firenze. Habían salido de Siena con la intención de recuperar un tesoro y dar justo castigo a Isaura y a su machacante, el capitán Lotario, un joven macho de aspecto atractivo que de no tener inclinación por el coño de una mujer, daría muchas horas de gozo al culo de cualquier joven con ganas de rabo. Aunque si los planes del conde salían como estaba previsto, poco le iba a durar ese atributo en condiciones de uso, pues la idea era castrarlo cortándole los huevos de raíz. Isaura se quedaría pronto sin nabo para su lujuria y tendría que buscar un consuelo alternativo en otro joven ardiente o volverse lesbiana para que le comiese el clítoris otra mujer.

Pero este par de indeseables felones estaban protegidos por las autoridades de esa ciudad y hacerse con ellos no sería una tarea sencilla ni carente de riesgos.

La escaramuza fue planeada por el conde, Bertuccio y Froilán, pero sólo participaban en ella el primero, acompañado por tres de sus esclavos y dos imesebelen. Es decir, iban con Nuño, el mancebo, Iñigo y Carolo, además de Otul y Jafez, con sus cimitarras bien afiladas y sedientas de sangre. Era preferible que la expedición la formasen pocos hombres, ya que debían actuar con rapidez y de la forma más clandestina posible, sin llamar la atención ni formar más ruido que el imprescindible para evitar escándalos innecesarios y peligrosos. Y para eso lo aconsejable era entrar en la ciudad con un número reducido de guerreros diestros con las armas y valientes como jabatos para luchar y matar a quienes se cruzasen en su camino intentando impedirles alcanzar sus objetivos de revancha.

Nada más entrar en la urbe se dirigieron al Ponte Vecchio, en cuyos laterales se había instalado el gremio de los peleteros, un siglo antes de ser sustituidos en ese lugar por el de los joyeros, donde habrían de contactar con uno de los espías de Siena, Donatello, un hombre maduro de poca estatura y pelo cano, con grandes entradas en una frente despejada y un estómago que denotaba su afición a la buena mesa. Este personaje, camuflado como un modesto comerciante en artículos de piel, por su aspecto pacífico y bonachón, nadie diría que pudiera dedicarse a una actividad tan arriesgada como la de ser un infiltrado en una república enemiga de la suya. Pero ese hombre, sagaz y persuasivo, mantenía contactos con varios de los personajes más influyentes de Firenze, aprovechando además la rivalidad existente entre los llamados güelfos blancos y los negros, siempre en continuas refriegas y disputas sangrientas entre ellos. La república estaba dividida entre ambos bandos feudales, que aún siendo los dos partidarios del papado y enemigos de los gibelinos, se odiaban lo suficiente como para perseguirse y enredarse en luchas fratricidas.

Desmontaron a la entrada del puente y los dos imsebelen ocultaron los caballos, quedándose con ellos mientras el conde y los chicos iban a entrevistarse con Donatello. La puerta de la tienda de peletería se abrió al sonar sobre ella los golpes acompasados de una señal ya preestablecida y cuatro embozados en amplios mantos entraron rápidamente para evitar sospechas de algún ojo curioso. Nuño y los tres muchachos descubrieron sus rostros ante el espía y éste les indicó cual era el plan para hacerse tanto con las riquezas como con sus usurpadores. Ante todo irían a ver a un banquero judío que trocaría por una carta de crédito el montante de florines obtenidos por Lotario a cambio del oro y la plata del arcón del difunto obispo de Viterbo, que el mismo judío custodiaba por el consejo dado por el propio Donatello a la pareja de ladrones. Muy hábilmente los había llevado literalmente al huerto, engañándoles para entregar toda esa riqueza en manos de un prestamista de confianza de la república de Siena, con fuertes intereses económicos con ella y sus más destacados nobles y comerciantes. Y, de ese modo, pasaría a manos de Carolo sin la menor merma ni reducción de su herencia. Por esa parte el plan no tenía ningún peligro ni era posible que fallase, pero era necesaria la neutralización de Isaura y su cómplice.

Arreglado el asunto del dinero con Ibrahim, que ese era el nombre del banquero semita, y después de descansar una hora en su casa, bien atendidos y renovando fuerzas con un refrigerio sencillo pero bastante para nutrirlos y reconfortarlos, desde allí, se trasladaron a la Basílica de San Miniato al Monte, frente a cuyo baptisterio románico se hallaba la casa donde habitaban las dos piezas que se disponía obtener el conde y sus jóvenes cazadores y guerreros. La casona de Isaura y Lotario estaba muy próxima al palacio del todavía poderoso y legitimo sucesor del margrave Hugo, noble señor que en el año mil había elegido esta ciudad como su residencia, y la discreción y presteza en la realización de la misión punitiva emprendida eran vitales para su éxito. Pronto apuntaría el alba y con ella las primeras luces del día y el tiempo apremiaba para rematar la faena que se proponían llevar a buen término Nuño y sus muchachos, que, una vez echado de nuevo el pie a tierra, se deslizaban sigilosos como furtivos casi sin pisar el suelo para no despertar ni a las losas del empedrado.

Otul se ocupaba de los caballos ocultándolos de miradas ajenas y Jafez se introdujo el primero en la casa para ir limpiando el camino a su señor, apartando estorbos en forma de cuerpos que dejaba degollados. Y así, eliminando criado tras criado que le salió al encuentro, franqueó el paso al conde y a los chicos, que guiados por un plano facilitado por el espía, llegaron sin esfuerzo a las habitaciones de la pareja que motivara esa razia.

Los encontraron todavía dormidos y totalmente en pelotas los dos. Por el revoltijo de sábanas y almohadones se vislumbraba una febril velada sexual durante la noche y los cabellos de ella estaban enmarañados y enroscados en su cuello como un fino pañuelo de seda dorada. El rostro de Lotario se ocultaba en un mullido cojín de raso blanco y aún se veía el brillo del sudor en su espalda. El conde se fijó en el recio culo del soldado y lamentó tener que castrarlo por lo que le había hecho a Carolo. Quizás en otras circunstancias, antes del castigo, le hubiese gustado catarlo y calar ese melón que se le ofrecía a los ojos subiendo y bajando al ritmo de la respiración sosegada del durmiente. Pero en esos momentos no sería adecuado probar carne nueva por muy sugestiva que se le presentase tendida en un lecho que ya olía a semen y a flujo de mujer. Y eso que el reverso de un par de piernas musculosas y morenas, tapizadas de un vello oscuro cual macho cabrío, no le dejaban retirar la vista del redondo remate, rajado al medio, del que partía la espalda de Lotario.

Y casi de inmediato y sin acercarse del todo a la cama, Isaura se revolvió dando un bote en el aire como una cobra amenazada. Eso espabiló al soldado, que se encontró con la punta de una espada rozándole la nuez y la voz del conde que le decía: “Por qué lo hiciste?... Fue cosa tuya o ella te empujó a traicionar al obispo?... También sabías que iban a matarlo, verdad?”. Lotario casi no podía tragar saliva del susto e Isaura miraba al grupo de acosadores con odio y un gesto de ira hacia Carolo que demostraba lo mal vicho que era la muy perra y la tirria que le tenía a ese chico. Y ante la presión de la afilada hoja que presionaba su garganta, el capitán habló: “ Supe que iban a matarlo cuando ya estaba hecho. Y lo único que hice fue irme de allí con lo que era mío... Porque yo también soy hijo del obispo, aunque nunca quiso reconocerlo... Mi madre era una prostituta y el cabrón de Benozzo siempre dijo que yo podía ser el fruto de cualquiera de los muchos polvos que le echaban a esa mujer la gran parte de los hombres de Viterbo. Sin embargo, ella me decía que él era mi verdadero padre. Y puede que ese fuese el motivo por el que el muy cabrón se encargó de mi educación y me hizo más tarde capitán de su guardia”.

Lotario trago saliva y prosiguió sin perder de vista los ojos del conde: “A él (refiriéndose a Carolo) lo tuvo por sobrino y en su testamento lo declaró su heredero y su único hijo... Pues su madre no era menos puta que la mía, porque me contaron que esa mora le ponía los cuernos con el primero que le guiñaba un ojo y tenía oportunidad de abrirse de piernas para él, aunque fuese en el corral... Y una vieja matrona que la asistió en el parto, aseguraba que el crío era hijo de un mozo de cámara del obispo que llamaba la atención por su porte y su hermosa figura y su cabello rizado y oscuro. Y desde luego Carolo no se parecía en nada a Benozzo, que hasta estaba algo contrahecho... Además, según contaban los criados más viejos del palacio, el obispo, celoso perdido, mató al bello joven dándole a probar una copa con veneno”.

Tales palabras. dichas con un rencor de años, encolerizaron a Carolo, a pesar que no conociera a su madre ni sabía nada sobre ella. Pero las tomó como un insulto imperdonable y gritó enfurecido que le diesen una espada a ese mal nacido, porque iba a darle muerte por su mano y no era de caballeros hacerlo sin darle la oportunidad de defenderse como un hombre, aunque no tuviese honor que lavar, pues ya era un ser indigno de toda consideración y respeto por cuanto había pronunciado y hecho. En su cólera, el chico ni se daba cuenta que le estaba liberando de la carga de ser hijo del obispo, al que no le tenía ningún aprecio, y le proporcionaba el consuelo de saber que el muy cerdo había pagado el crimen contra su verdadero padre muriendo envenenado también. Mas la ceguera y la ofuscación del momento no le permitían a Carolo ver más allá de lo que separaba su espada del corazón de Lotario para atravesárselo. Se mascaba la tragedia y el aire era espeso tanto por los vapores de una noche turbulenta entre los amantes, como por la presión y tensión creada entre todos los que presenciaban la escena y oyeran la diatriba verbal de Lotario.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Capítulo LXXIX

Don Bertuccio entro precipitadamente en los aposentos del conde, que ya preparaba con Froilán la partida hacia Pisa al amanecer del día siguiente, pero las noticias que traía su noble anfitrión iban a modificar sus planes repentinamente. Don Bertuccio les informó que, según pesquisas realizadas por sus espías, Lotario e Isaura se encontraban en Firenze. La enemiga de Siena albergaba a esa pareja de traidores, dándoles su protección, e intentar algo contra ellos en una ciudad enemiga y partidaria acérrima del parido güelfo y el papado, cuando menos era una temeridad. Pero si algo no asustaba a Nuño y su gente eran los desafíos arriesgados y meterse en berenjenales al margen de la misión que tenían encomendada por el rey.

El conde llamó a Carolo y le comunicó tales noticias, lo que alteró al chico y en principio no sabía si alegrarse por ello o lamentar que los hubiesen encontrado y tener que ir tras ellos para recuperar su fortuna y, probablemente dejar de servir a Nuño. Se le veía más que inquieto, agitado por la sorpresa, y Froilán quiso achacarlo a lo inesperado de la noticia y la prontitud conque los espías al servicio de la república habían dado con esa pareja de ladrones. Pero el conde intuía que eran otros los motivos que turbaban al joven y le pidió a su noble amigo que lo dejase a solas con el chaval. Froilán se fue de mala gana porque le encantaba ver la figura tan bien hecha de ese crío y los gestos de adolescente con los que todavía acompañaba sus palabras y movimientos. Pero salió de la habitación y dejó solo al conde con Carolo.

Nuño le dijo al chico que se acercase y lo atrajo hacia la silla en la que se sentaba, hasta pegarle las piernas a sus muslos. Al muchacho le excitaba sobre manera el contacto con el cuerpo del conde y su paquete creció de manera ostensible tan sólo con el roce de las manos de Nuño en sus caderas. Y Nuño le dijo: “Ven, Carolo... No te alegra saber que puedes dar caza a ese cabrón y a su zorra?... Qué te pasa?... Parece como si en lugar de una buena noticia cayese sobre ti una desgracia... Habla y dime que te sucede”. El chico se frotó la nariz y entreabrió la boca para hablar, pero no soltaba palabra. Y Nuño insistió para que le hablase sinceramente y contase cuanto le preocupaba.

Y Carolo le dijo: “Señor, ya no me interesa ese oro. Y menos si con ello he de dejar de servir a mi amo... Pero si me ordenas ir a por ellos no dudaré en hacerlo y traerlos ante ti para ponerlos a tus pies y que hagas justicia como te parezca. E incluso toda esa riqueza será para mi señor, puesto que yo no necesito nada más que estar a tu servicio. Quiero ser como Guzmán e Iñigo y el resto de tus esclavos, mi amo”. “Y de donde deduces que si recuperas la herencia que te pertenece dejarás de ser mi esclavo?... Por qué motivo iba a echarte y no quererte a mi servicio?”. El conde apretó las nalgas del chaval con las dos manos y prosiguió: “No quiero prescindir de este culo ni del placer que me da... Ni tampoco de tener a mi lado una criatura como tú... Ya te dije que al penetrarte y romper tu virginidad eras mío hasta que disponga lo contrario y no llegó ese momento aún. Todavía tengo que meterte mucha leche en la barriga y eso puede llevarme años... Vamos... Date la vuelta porque me pones muy caliente cuando te veo con esa cara de niño indefenso”.


Carolo se puso de espaldas al conde y éste rasgó las calzas del chico dejándole las nalgas al aire. Y metió la cara entre ellas para lamerle el ojete y acariciarlo por dentro con la lengua. A Nuño le enervaba el olor de la raja de ese muchacho y notar en su lengua el vello que adornaba el entorno de su esfínter camino del escroto sin alejarse demasiado del agujero. Le producían un sutil cosquilleo en la nariz y le eso le animaba a introducir la lengua para jugar con los bordes de un ojete tan sonrosado y prieto que costaba trabajo humedecerlo bien con saliva. El chaval se puso a mil grados y hasta la sangre le hervía en las venas intentando separar las nalgas con las manos para que el amo llegase más fácilmente a su recto. Y empezó a gemir como un perrillo que no puede soportar el gusto de ser acariciado en la panza por su amo, aunque a él lo que le acariciaban era la entrada de sus entrañas. Nuño sacó su verga y tiró del cuerpo de Carolo hacia abajo, sujetándolo por los costados de los muslos, hasta sentarlo encima del capullo que apuntaba en dirección al ano del chico. Y lo ensartó hasta que las nalgas del muchacho se aposentaron en los cojones del conde. Pero Nuño no se movió ni hizo nada para que lo hiciese el crío. Simplemente lo dejó bien sentado y clavado con toda su polla dentro del rapaz.

Y volvió a hablarle con la boca pegada al oído: “Eres el más joven de todos mis esclavos personales, ya que Curcio te lleva unos meses, y he de cuidarte y protegerte para que nadie te cause daño. Pero también tengo el deber de defenderte y no permitir que abusen de ti y te priven de lo que te pertenece, aunque no seas libre para disponer o usar cualquier cosa que yo no te dé y te permita... Así como te tengo ahora, abrigando mi sexo en tu vientre, yo te abrigaré bajo mi protección siempre que lo necesites... Iremos a esa ciudad enemiga y pillaremos por sorpresa a los dos rufianes que se cobijaron en el interior de sus muros. Y los sacaremos de allí y les daremos el justo castigo que merecen”. Mientras el conde le decía todo eso, también comenzó a moverlo en sentido vertical deslizándolo por el ano a lo largo de su tranca y apretándolo contra las piernas para pegarle del todo los cojones al culo.

Carolo alucinaba y se le ponían los ojos en blanco sintiéndose follado de ese modo. Y no era seguro que se enterase bien de todo lo que decía el amo, pero eso no importaba en esos momentos. Pero si Nuño le preguntaba algo, el chico sólo decía que sí, entre jadeos y suspiros. Y sin preocuparse en la atención que prestaba Carolo a sus palabras, el conde seguía contándole como irían a Firenze a cazar a Lotario e Isaura. De pronto Nuño calló y Carolo notó su lengua recorriéndole la columna vertebral hasta detenerse bajo la nuca para mordérsela. Y el chico no pudo más y estalló derramándose por las piernas de su amo sin tocarse la polla con las manos ni siquiera rozársela con un dedo. Quedó helado al ver como escupía su leche por la punta del glande y el amo le atizó dos fuertes azotes en ambos lados del culo y lo penetró de golpe hasta el fondo para preñarle hasta el espíritu.

Carolo se puso rojo como un tomate por no evitar la eyaculación, pero Nuño lo abrazó con fuerza y le dijo que por esta vez no pasaba nada y entendía la tensión y la imposibilidad de sujetar en tales circunstancias su exultante naturaleza y vitalidad hormonal. Carolo era puro sexo encerrado en un cuerpo que pedía a gritos ser comido con los ojos y con todo el resto de los sentidos. Y con sólo mirarle fijamente a los ojos, Nuño conseguía que el crío se babase y segregase jugos en cantidad. Y porque el conde entendía eso y no podía por menos que comprenderlo y perdonarlo en un caso así, besó al chico y lo acarició como a un niño pequeño sentado en sus rodillas y Carolo se echó a llorar soltando unos lagrimones enormes pero sin emitir ni un ruido por la boca. Y le dijo al amo: “Mi amo, no me dejes ni me apartes de ti. Nunca me sentí mejor ni más feliz que desde que te pertenezco y me has dado lo que necesitaba desde hace tiempo... No pretendo que me ames ni me quieras, pero sí deseo que me uses, mi señor”. Y Nuño le respondió: “Cómo no voy a amarte, criatura!... Claro que te quiero y pasé malos ratos en silencio antes de estar seguro que serías mío, porque te deseaba con todas mis fuerzas... Ahora lo sé y me hace feliz tenerte y usarte. Y este culo pronto no sabrá estar sin mi rabo dentro”. “Mi amo, no sé si todavía lo desearé más, pero ahora ya no pienso en otra cosa que ser follado por mi dueño... Creo que a esto se acostumbra uno muy pronto y entiendo por que le gusta tanto a Dino”. “Espero que sigas follándolo todos los días!”, exclamó el conde. “Sí, amo. Mientras tú no digas otra cosa lo haré y me esmeraré en darle tanto gusto como recibo yo cuando me posees. Pero no sé si puedo decirle que soy otra de las putas perras del amo”, respondió Carolo. Y el conde dijo: “Sí puedes. Aunque creo que ya se lo imagina o al menos lo sospecha al no pasar toda la noche durmiendo con él. Pero si te lo pregunta díselo, pues ante todo está servirme a mí y no dar placer a otros... No olvides que eres uno de mis preferidos y estás en el grupo de los exclusivos... Te gustó follar a Iñigo?”. “Claro, amo. Pero creo que me gustó más por follarme tú al mismo tiempo. Sentí como si se me deshiciese el culo por dentro, sobre todo al sentir tu leche y correrme dentro de Iñigo... Es muy guapo, como también lo es Guzmán y los otros, amo”, alegó el chico. “Pero a ti te van más los rubios como él”, reparó el conde. “Sí. Pero todos tienen un culo y un cuerpo precioso”, aclaró Carolo. “Para culo espléndido el tuyo, cabrón!”, matizó Nuño dándole una sonora palmada en un glúteo que hasta le rebotó la mano al dársela tan fuerte.

domingo, 19 de febrero de 2012

Capítulo LXXVIII

Los tres chavales estaban muy excitados y de sus penes no cesaba de brotar suero lechoso, que indicaba el nivel de carga de sus pelotas. El mancebo e Iñigo seguían sentados en el suelo del jardín y Carolo, arrodillado ante el conde, tragaba la polla de Nuño, aunque más que mamarla, el otro le follaba la boca enérgicamente y sin darle opción a otra cosa que no fuese segregar saliva y babarse como un ternero. Guzmán vigilaba los huevos de Carolo por si notaba síntomas de eyaculación, mientras Iñigo continuaba metiendo la lengua en el culo del chico tal y como se lo ordenara su amo.

El ano de Carolo latía y se abría y cerraba rápidamente al contacto húmedo de la afanosa lengua de Iñigo y sus testículos, totalmente lleno e hinchados, le ocasionaban un dolor sórdido que no apreciaba en su plenitud, dado el grado de calentura en que se hallaba en esos momentos el muchacho. Y el conde aceleraba el ritmo, rozándole las amígdalas con la verga, y sin que los tres críos lo esperasen dejó salir unos fuertes chorros de leche dentro de la boca de Carolo, que primero se atraganto y luego se relamió los labios para recoger lo que pudiera salir de su boca al convulsionarse.

Quedaron helados al darse cuenta que sus pollas no iban a tener alivio y más al oír la orden del conde que les ordenaba levantarse e ir tras él a su aposento. Y ni siquiera dejó que Carolo se vistiera de nuevo y lo llevó sujeto por un brazo en pelota viva por los claustros y corredores del palacio. Los otros dos iban mojados por lo bajos y sus pijas pretendían salir a través del tejido de las calzas, manchadas y pegadas al tronco de sus pollas. Nuño casi corría camino de sus habitaciones y los chicos volaban enardecidos y cargados de semen hasta las orejas.

Al entrar en el cuarto, el conde se desnudó, casi arrancándose la ropa, y les mandó a sus dos esclavos, que aún estaban cubiertos, que se quitasen todo y se acostasen los dos juntos en un lado de la cama, porque el que dormiría pegado a su cuerpo sería Carolo. Los chavales mostraban una calentura portentosa, pero Iñigo y Guzmán obedecieron al amo y se tumbaron sobre la cama muy abrazados para ocupar el menor espacio posible. Carolo lo hizo junto al conde y muy arrimado a su cuerpo para notar ese calor que buscaba desde que le acarició el recto por primera vez. Pero Nuño no lo abrazó ni se movió emitiendo una respiración apacible que indicaba que ya se estaba quedando dormido. Y las tres jóvenes pollas seguían inhiestas latiendo contra el vientre y apuntando a los ombligos de los tres muchachos.

Los esclavos no aguantaban la presión en las bolas, pero si el amo no deseaba que se corriesen tendrían que aguantar hasta que le apeteciese usarlos y dejar que sus penes vertiesen el esperma que ahora los atormentaba. Y se hizo ese silencio que sólo altera la respiración de un hombre que dormita plácidamente y el brillo del reflejo lunar les daba a los rostros una ensoñación fantasmal. Carolo estaba despierto y apretaba el culo contra la polla del conde y, al rato, una mano en su estómago lo atrajo aún más hacia el macho dormido, que ya no lo estaba, o al menos su verga. Y notó dos de los fuertes dedos del amo entre las nalgas buscando el centro y entrar en el ano. Las yemas estaban mojadas de saliva y no les costó deslizarse dentro del culo de Carolo.

El chico notaba como se movían y se separaban abriéndole el esfínter, pero ni gimió ni hizo el menor ruido, como si estuviese paralizado por la incertidumbre de lo que le deparaba el conde ahora. Esperaba lo que él deseaba, pero eso sólo lo tendría si a su señor le apetecía su carne para solazarse con ella. Y ni se le ocurrió echar el culo más para atrás por si se quedaba sin rabo otra vez y también si el gustito que le estaban dando los hábiles dedos de su señor. Y la mano del conde subió hasta su boca y la tapó. Y enseguida los dedos abandonaron su tarea y en su lugar algo tan duro como ellos y más godo presionó en el agujero y se abrió paso dentro del culo de Carolo. Se agitó de pies a cabeza, pero su boca no pudo emitir sonido alguno. Y el miembro de Nuño comenzó a moverse de atrás adelante, clavándose cada vez más dentro de las tripas del chaval.

Carolo se relajó y un gozoso temblor, que nacía en su vientre, se apoderó de él y Nuño le habló al oído: “Ahora sí eres mío y hasta cuando yo disponga otro destino para ti. Eres cálido como las noches de verano y hueles a vida como la naturaleza al estallar la primavera en sus campos. Y a pesar de tu juventud, eres un precioso macho para deleitar al hombre más exigente. Me enloquece el roce de tus nalgas en mis piernas y mi vientre y voy a penetrarte hasta que parezca que mis cojones también están dentro de ti... Carolo, no imaginas el ansia que tenía por poseerte y follarte como ahora lo hago. Y sé que me darás muchos momentos de placer a partir de ahora, ya sea tú solo o con el resto de mis muchachos... No hables si no te pregunto y no digas nada, porque siento en mi polla como palpita tu alma al querer sentir toda mi carne que se pasea por el interior de tu cuerpo. Esta noche te preñaré como a una mujer y ya nunca olvidarás que llevas mi semilla dentro de ti”.

Carolo volvió la cabeza hacia la cara de Nuño e intentó besarle la boca. Y el conde le concedió ese gusto e introdujo su lengua para unirla a la del chaval. El crío temblaba como si estuviese al relente en un día de crudo invierno y, al mismo tiempo, despedía un calor por todo el cuerpo que provocaba abundante sudor en los dos cuerpos que se movían al unísono al vaivén que marcaba el que le daba por el culo al otro. Nuño le mandó elevar una pierna al chico y al izarla le calzó con fuerza la polla hasta hacerlo gritar. Pero aún así, Carolo abría sus carnes y se apretaba contra el cuerpo del amo para empalarse vivo en su señor. El chico sentía fuego en las tripas y sacudidas que como repentinos calambres le ponían de punta el pelo. Notaba como si se le derritiese el ojo del culo, como la manteca al acercarla a un hierro candente. Y la tranca del conde se adueñaba de su cuerpo deseando ser jodido todavía más. Que el amo le metiese un polvo sin fin, aunque sus huevos estallasen a fuerza de intentar retener la leche en ellos. Eso le resultaba difícil a Carolo y no podía impedir que ya se le escapasen gotas de semen por el capullo.

Y el conde se acordó de los otros dos chavales, que callados como muertos apretaban el pellejo del prepucio para que no le saliese la leche a borbotones oyendo los ruidos morbosamente eróticos que emitía Carolo y su señor. Y le dijo: “Venga perezosos!. En pie y con las pollas en ristre que os voy a pasar revista al tiempo que despacho el culo de esta nueva puta que os hará compañía en mi cama desde ahora. Quiero ver como corre vuestra leche a raudales cuando este chaval explote soltando semen hasta por los ojos. Y que sea al mismo tiempo los tres, porque yo le estaré llenando la barriga hasta que le rebose por el culo”. Y no tuvo que repetírselo dos veces, porque ya estaban al lado de su amo apuntando a lo alto con sus pollas babosas. Y Nuño les ordenó acercarse a él y les metió a los dos sus dedos por el culo para pajearlos hasta que diese la orden para correrse los cuatro.

Y llegó la eclosión de los cojones de los cuatro jóvenes, que, como huevos de ave bien empollados, dejaron salir, pero sin romper su cubierta, el germen de posibles criaturas que nunca fecundaría el óvulo de una hembra. Tres series de chorros saltaron al aire y la cuarta quedó recogida en la barriga saciada de Carolo. Por un momento se hizo el silencio y reinó la calma, aunque las respiraciones de los cuatro aún no recuperaban su ritmo normal de reposo. Cuatro tórax sudados subían y bajaban cada vez más despacio, pero todavía se notaba en ellos la fatiga de un esfuerzo recién hecho. Y el conde fue el primero en moverse y buscó las manos pringadas de leche de sus esclavos y las lamió y besó con un amoroso celo que encendió otra vez la pasión desbordada de los tres muchachos.

De las manos pasó a los labios y orejas y al llegar a la frente de cada uno de ellos, sus pollas recuperaban la dureza y levantaban la cabeza descapullada como diciendo que ya despertaran de nuevo. Las caricias se propagaron entre los cuatro y los besos y las mamadas y los sobeos. Y los tres esclavos se comieron el culo unos a otros, bajo la permisiva mirada del amo, y se esforzaban por ser el que mejor se la chupaba al dueño que transformara sus vidas, hasta que éste quiso montarlos por turno empezando por el mancebo y terminando por Carolo. Pero, a parte de que los tres chicos se mamasen las pollas y se comiesen la boca mientras los follaba el amo, Nuño, introdujo una novedad. Y fue permitir que Iñigo probase en su culo la verga del más joven de los tres.

Y así terminó la sesión antes de dormirse y descansar de tanto ajetreo sexual. El conde se la metió por detrás a Carolo, con fuerza y de golpe. Y éste se la endiñó por el ano a Iñigo, puesto a cuatro patas y con la pija metida en la boca del mancebo. Y la follada fue espectacular.



Con la misma fuerza que el amo le daba a Carolo, la polla del chaval reproducía el empujón contra el culo de Iñigo y su capullo se encarnaba en el otro chaval haciendo que gimiese como una perra herida, pero cachonda hasta la médula de los huesos. Y el mismo efecto penetrante lo experimentaba Guzmán en su boca al calcarle la verga hacia dentro su rubio compañero de esclavitud. Era la primera vez que Iñigo tenía dentro del culo otro rabo que no fuese el de su amo y no le disgustó la prueba, puesto que ese otro chaval, tan joven y caliente como ascuas en el hogar de una fragua, atizadas por la verga de Nuño clavada por detrás y abriéndole el culo con saña, le daba brasa sin parar y entrando hasta el punto más álgido de ebullición de la libidinosa lujuria del bellísimo esclavo de piel dorada. Este notaba el frotamiento del glande henchido de sangre del otro crío y le provocaba un orgasmo interno que lo ponía como a una loba en su primer celo. Y la fuerzo y potencia conque le dio la leche a Guzmán en la garganta era buena prueba de esa sensación de sumo placer.

Nuño consideró si debía mandar a Carolo a dormir con Dino para dejarle el culo preñado también, pero al ver como el chaval se acurrucaba contra su pecho, le enterneció y dejó que pasase la noche con él y sus otros dos esclavos. Iñigo aprovechó la oscuridad y estar al lado de Carolo para besarle los labios antes de quedarse dormido como un lirón y el chico le respondió con otro beso apasionado y lleno de mojado deseo de entrar en él ahora por la boca. Pero Guzmán se colocó al otro lado de su amo, pues sabía que antes de salir el sol recibiría otro visita de su señor en sus entrañas, siempre ansiosas de tenerlo dentro.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Capítulo LXXVII

La luna se presentó esa noche con una aureola de extraña luz que iluminaba los patios y jardines del palacio, dándoles un aire de misterio y embrujo que incitaba a los corazones a latir de prisa buscando compañía con quien compartir el encanto de ese cielo denso e intensamente poblado de estrellas. Nuño no quiso acostarse tan pronto y le dijo a Guzmán y a Iñigo que lo acompañasen a uno de los jardines rodeado de esbeltas columnas romanas labradas en mármoles de color negro y terracota, alternadas, que se remataban con capiteles blancos al estilo corintio. El conde se sentó en un bancal de travertino crema y los dos chicos se acomodaron en las losas del suelo a sus pies.

No hablaban y solamente miraban el fulgor de los luceros, quizás recordando cada uno diferentes estampas de su vida, más o menos lejanas. El conde podía estar recordando la noche en que mataron a su primer amor, en la que lucía una luna parecida a esa que ahora los alumbraba, pero también pudiera ser que pensase en otras noches al raso pasadas con el mancebo en medio del campo y sin más abrigo que el calor de sus cuerpos. Guzmán, seguro que rememoraba alguna situación vivida con Nuño, porque sus ojos lo miraban con un gusto como si en ese mismo instante lo estuviese follando. Y el otro chico también recordaba algo y su mirada andaba como perdida por otros parajes, pero de repente también miró al conde y sus pupilas se encendieron como dos luciérnagas que cantasen entre el follaje de las plantas de aquel jardín.

Y Nuño les preguntó que estaban pensando. Y ellos sonrieron cada cual por su lado y respondieron: “En ti, amo”. “Y en lo mucho que nos das cada día siendo sólo unos pobres esclavos”, añadió el mancebo. Y el conde le preguntó a Iñigo: “Y tú que recordabas?”. “La primera vez que me diste por el culo y en lo que me hiciste sentir entonces... Ya me gustabas antes de eso, pero esa sensación dentro de mi vientre me enamoró de ti y me hizo tu esclavo, mi señor”, contestó el chico. “Y tú, Guzmán?”, le preguntó Nuño al mancebo. “Mi amo, yo soñaba otra vez con tenerte dentro bajo la mirada de la luna como tantas otras veces me poseíste en medio de la nada, solos tú y yo con la piel plateada y jugando al ritmo del tintineo de las estrellas, mi señor”, respondió Guzmán. Y en eso, apareció Carolo bajo un pequeño arco de flores.

Venía solo y se acercó temeroso de ser rechazado por el conde. Pero Nuño le preguntó: “Dónde dejaste a Dino?”. Y Carolo contestó: “Está dormido, señor... Hoy estaba bastante cansado y nada más acostarse se durmió... Yo no tengo sueño y vine hasta este jardín, señor... Pero si os molesto me iré a otro sitio”. “No me molestas y no quiero que te vayas a ninguna otra parte... Ven... Acércate y siéntate a mi lado”, dijo Nuño. Y a Carolo le faltó tiempo para obedecer al conde y sentarse muy pegado a él. Olía bien ese muchacho y sus endorfinas se hacían notar al estar a su lado. Y Nuño sintió una fuerte atracción hacia el chaval.

El conde miró la cara del muchacho detenidamente y fue como si lo viese por primera vez. Le pareció tan hermoso y tan masculinamente atrayente que no dudó en besarle la boca sujetándole la nuca para acercarlo más a la suya.

Carolo no pestañeó y tras el largo beso esperó algo arrobado la continuación de ese imprevisto escarceo del conde, que más tendía a un claro movimiento de aproximación a la presa. Pero el chico no movió ni un músculo y no dejó de ver los ojos inyectados por la testosterona que elaboraban los cojones de Nuño. Y éste le dijo al chaval: “Has follado mucho hoy?”. “Sí, señor... Se la metí varias veces a Dino, para obedecer tu deseo y daros gusto”, respondió Carolo. “Será para darle gusto a ese eunuco en el culo, pues te lo has trajinado a fondo, por lo que dices”, objetó el conde. “Sí, mi señor. Pero vos me ordenasteis tenerlo sexualmente satisfecho o me romperíais el culo con vuestra tremenda verga y me trataríais como a una puta perra”, alegó el chaval. “Y sólo se la metes a Dino para evitar que yo no te dé por el culo?”, preguntó Nuño. “No, señor. Se la meto porque me gusta hacerlo. Pero no porque tema a que mi culo sepa lo que es ser tomado por una tranca como esa que se hace notar bajo vuestras calzas. No tiene nada que ver una cosa y la otra... Además mi deseo es complaceros en todo como lo hacen ellos”, dijo Carolo refiriéndose a los dos esclavos que observaban los acontecimientos desde el suelo.

Nuño rozó la mejilla del chico con los dedos y se deleitó con el tacto de la ligera pelusa que afloraba en su piel. Carolo se estremeció como si una corriente de aire le traspasase por la espalda e inclinó la cabeza hacia la mano del conde. Estaba precioso a la luz de la luna y sus ojos centelleaban como estrellas fugaces. Nuño desató el cordón que cerraba la camisola del crío y salió a la luz un pecho bien marcado en el que destacaban un par de pequeños y puntiagudos pezones oscuros. Los hombros le relucían y el conde notó la tensión del muchacho en las venas del cuello. Y también pasó sus labios sobre la de uno de los lados y llegó los paseó hasta el lóbulo de la oreja. Y se la mordió sin apretar demasiado, pero dejándole constancia del poder de sus dientes del lobo dominante.

Y Nuño aflojó las calzas de Carolo y dejó que se escurriesen por sus piernas al indicarle que se pusiese en pie. Las caderas eran perfectas y marcaban la concreción de la cintura que partía un vientre esculpido a cuarterones que se continuaban por el estómago. El conde deslizó las manos desde ahí hasta las rodillas, a lo largo de la apretada carne de los muslos, y se detuvo en las corvas apoyando la cara contra el sexo excitado del muchacho. Lo olió despacio y metió la nariz bajo los testículos, que colgaban un poco delante de las piernas. Aquel aroma del sexo del chaval, tan fuerte y vital, produjo la segregación de precum por la uretra de Nuño, dejando huella en sus calzas.

Ni el conde ni Carolo se fijaban en las entrepiernas de los dos esclavos y no vieron ni los bultos bajo la tela ni los lamparones que parecían cada vez más grandes y mojados. Carolo ya estaba en pelotas y su cuerpo incitaba a cualquier macho a poseerlo. Y más al conde, cuya debilidad eran los preciosos y carnosos culos esféricos, recios y bien plantados como el de ese chico todavía adolescente. Y Nuño le dijo: “Carolo, me excitas y me gustas mucho... Y tu carne me invita a comerte a besos y sobarte por todas partes hasta dejarte a mi merced para penetrar en ti... Y si lo hago, quiero que sepas que te poseeré hasta que desee y posiblemente nunca volverás a ser libre para irte o hacer lo que quieras. Si entró en tu cuerpo abriéndote el culo no habrá vuelta atrás y serás otro más de mis esclavos... Estás desnudo delante de mis ojos y mi apetito carnal es enorme. Pero voy a darte la última oportunidad para que te vayas ahora y te libres de ser desvirgado por el ano... Vete y nunca más estarás en la situación de ser tomado por mí como una mujer... Pero si no lo haces o dudas un minuto, aquí mismo te daré la vuelta y te romperé ese puto culazo que me pone como un burro ante una hembra cachonda...Vamos!... Lárgate que aún estás a tiempo de salvar tu integridad viril”.

Carolo se quedó quieto un instante y sin más se dio la vuelta y se dobló hacia delante separándose las nalgas con las dos manos para mostrar claramente su pequeño y concreto esfínter al macho que lo miraba cargado de lujuria y lascivia. Y dijo: “Soy vuestro, mi amo. Y cuanto tengo os pertenece para vuestro gozo y placer... Sólo haré lo que tu voluntad me ordene y quiera hacer conmigo... Incluso no follar o seguir follando a Dino si ese es vuestro deseo. Pero te suplico que ahora no de dejes con la miel en la boca y sobre todo en el ojo del culo cuando ya me has hecho conocer un corto anticipo de esa sensación de plenitud en mi vientre al hurgar en mi interior con tus dedos... Tómame a tu servicio como un esclavo más... Te lo ruego, mi señor”.

“Arrodíllate, entonces, y chupa la verga que te va a llenar de leche ese vientre plano y compacto que será el receptáculo de mi semilla... Y tú, Iñigo, prepárale el ano con la lengua para suavizar la entrada de mi polla en ese apretado cráter, casi cegado por la falta de uso en sentido contrario a su función natural... Guzmán, estate atento para que este puto no se corra hasta que yo lo haya gozado. Y si ves que babea demasiado, agárrale los cojones y apriétaselos o retuércelos con ganas, pero impide a toda costa que eyacule antes de tiempo... Y tú, Carolo, mama hasta que yo te ordene poner el culo. Y eso será cuando me salga de las bolas y me apetezca montarte”. Y le apretó la cabeza contra su bajo vientre para que tragase la verga hasta la garganta.

domingo, 12 de febrero de 2012

Capítulo LXXVI


Quizás fue una mera sensación o puede que el deseo de ser estrechado por su amo, pero Guzmán notó una repentina atracción hacia el cuerpo de Nuño que lo pegó literalmente contra él. Alargó la mano y tocó el costado de Iñigo que le daba la espalda y resoplaba todavía dormido. Y antes de averiguar si todo era un simple sueño o ansia provocada por su deseo, las manos del amo se apoderaban de su pecho y sus fuertes dedos apretaban sus pezones con las yemas erizándoselos y poniéndolos duros como trozos de hierro. El amo quería usarlo y ya golpeaba con el glande el bodoque fruncido que formaba su ano nada más despertarse cada mañana. Por mucho que lo hubiese follado antes, ese agujero se cerraba y apretaba como queriendo guardar el olor de la verga de su dueño dentro del culo. Y al amanecer, casi siempre a Nuño le gustaba penetrar en el cuerpo del mancebo sin anunciarse.

El mancebo relajó el esfínter al notar la presión de la contundente polla de Nuño y éste se la injertó en el cuerpo sin necesidad de lubricación alguna. Como es necesario injertarlo con otro para que un frutal dé mejor fruto y que ese se apropia de su tallo y su raíz, así el esclavo es enriquecido por su amo y su carne es más rica y más jugosa al vivificarlo la savia de su señor. Guzmán sentía el orgasmo en el culo antes que su polla eyaculase si lo permitía su dueño. Pero sin contar con sus reacciones, el semen del conde corría tripas arriba por el recto del mancebo, regándolo y fertilizando la vida de este muchacho para poder seguir viviendo el sueño de un amor que ya no tenía ni límites ni fin.

Los dos temblaban al mismo tiempo y se estremecían como niños ante la novedosa fascinación de un juguete al estar unidos y clavados uno al otro. El conde le había dado una finalidad a la vida de Guzmán, pero éste le había devuelto el corazón a un hombre endurecido por la pérdida de su primer amor de adolescente. Los dos eran muy jóvenes todavía y la naturaleza les había dotado de un palmito envidiable por muchos. Nuño era un macho de una pieza, fuerte y altivo, adornado además con un rostro y un cuerpo que hacía mover las piedras a su paso. Y Guzmán era la seducción y la atracción hecha carne. Su forma de ser y su inteligencia eran incluso más apetecibles que su hermosura, siendo mucha, y no podía negarse que naciera para ser un líder. Un príncipe que arrastrase a miles de hombres tras de sí y fuese adorado por todo un pueblo enardecido y encandilado por su caudillo. Pero todas esas dotes de dominio y persuasión las había supeditado a algo que para el mancebo era más importante y sagrado. Al amor por su amante y a la esclavitud en manos del hombre que supo enamorarlo y captar toda su atención hacia su persona.

Y en pleno orgasmo de ambos, Iñigo se despertó y miró los estertores compulsivos del amo que descargaba su pasión dentro de Guzmán. El chico reflejó una sana envidia en sus ojos y el conde lo besó en los labios para desearle los buenos días. Qué guapo estaba este chico de pelo dorado nada más despertarse. Daba la impresión que el sueño acrecentaba la perfección de las líneas de su rostro, igualando y hasta superando en belleza al mítico Antinoo amado por Adriano, cuyo busto en mármol blanco recordaba bien el conde al haberlo visto en una viejas ruinas de Itálica. Iñigo estaba boca abajo y levantaba el culo ligeramente como queriendo provocar el deseo de su amo para que lo montase. Y Nuño le acarició sus nalgas perfectas y tan doradas como sus cabellos y saltó por encima de Guzmán para estrechar contra su cuerpo al otro esclavo.

La polla del macho aún latía soltando restos de esperma y el chico sin perderla de vista se encogió para alcanzarla con los labios y besarla suavemente lamiendo también esas gotas del fruto de la lujuria de su señor. Pero Nuño se la introdujo en la boca e Iñigo mamó con avidez y no paró hasta notar como se endurecía y crecía dentro de ella. Los huevos de Nuño elaboraban otra vez esperma a marchas forzadas y pronto estarían en condiciones de dar otra descarga nutrida de vida y satisfacción para el amo y el esclavo.

Iñigo seguía presionando con lo labios la verga del conde y jugueteando con la lengua en torno al glande y el orificio de la uretra, presentando una excitación en su pene que daba miedo a que le reventase de un momento a otro. Y Nuño consideró llegado el punto de ebullición de sus cuerpos para tomar lo que le pertenecía por derecho de propiedad. Con un ágil movimiento se encaramó sobre el lomo del esclavo y bruscamente le separó la patas con las suyas clavándolo en la cama de un solo golpe de pelvis, que empujó la verga hasta el fondo del culo del chaval. Iñigo emitió un tímido quejido que enseguida se mezcló en una agitada respiración con gemidos intercalados. Aumentaron los jadeos del conde y los movimientos espasmódicos sobre el muchacho, aplastado bajo el peso del amo, y al poco tiempo se evidenciaron las descargas de los cojones en los dos jóvenes, que una vez más se unían en el mismo placer incrementando ese amor que los llevaba por la misma senda a los tres. Porque Guzmán se volvió a correr con ellos viendo como gozaba su amo y su compañero de esclavitud.

Y tampoco podría decirse que lo pasaran mal durante la noche Fulvio y Curcio, pues bastaba con fijarse en sus sonrisas de complicidad para imaginar como tendría de irritado el glande el primero y hasta que punto el ano del segundo todavía echaba fuego de tanto roce. A Curcio siempre le costaba juntar los muslos después de una larga sesión de sexo. Y si tenía que montar a caballo, la cosa se lo ponía muy chunga con el traqueteo del culo sobre la silla. Pero ante la felicidad y el placer que recibía de su obsequiosos amante, cualquier sacrificio era poco ni había dolor o molestia que le impidiese bajarse las calzas y subirse la túnica en cuanto al otro le apetecía volver a metérsela por el ojete.

En realidad todos los muchachos amanecían con una sonrisa de oreja a oreja y eso denotaba el grado de complacencia de unos y de otros. Hasta los africanos parecían que abandonaban cada vez más ese aspecto impenetrable de sus caras, pues sus vergas obtenían un gran gusto al entrar en los cuerpos de los dos eunucos moros y de los otros dos chavales napolitanos, que ni unos ni otros perdían el tiempo en bobadas para sentarse bien escarranchados sobre los muslos de sus amados guerreros, ensartados totalmente por sus grandes cipotes, o de esos otros cuatro que aún no tenían amado fijo. Sin olvidar a Fredo y su Piedricco, que el agujero de este tierno muchacho corría el riesgo de romperse cada noche con los bruscos embates que le metía su fornido amante.

Los que se lo montaban por libre eran los sicilianos Mario y Denis. Pero ellos sabían bien donde apretarle al otro para desnatarlo de gozo y quedarse dormidos en un estrecho abrazo compartiendo el mismo catre los dos. Y también aparecieron Carolo y Dino, lleno de orgullo este último al no conseguir cerrarse de patas esa mañana. Pero a Carolo le faltaba algo más para sentirse plenamente realizado. Y al chico se le notaba un montón que esperaba lograr algo que le regateaban y se resistía en llegar. Daba el aspecto de necesitar urgentemente algo nuevo y diferente a lo conocido hasta ese momento y sus labios no llegaban a juntare del todo como si suplicasen que le diesen eso que buscaba sin saber del todo en que consistía exactamente.

Llegaba el final de la estancia en Siena y en la calma de un atardecer sosegado, el conde y Froilán perfilaban los pormenores del resto del viaje hasta Pisa. Charlaban tranquilamente y con cierto reposo aguardando la cena con Don Bertuccio, que en esos momentos debía estar refocilándose con alguno de sus chicos, y Froilán le preguntó a Nuño cuando pensaba acabar con el rictus ansioso que llevaba dibujado en la cara Carolo, debido a la forzada virginidad de su culo. El conde sonrió y quería evitar una respuesta, pero Froilán insistía en saber cuantas horas más tenía que esperar el chico para saber que sentiría su cuerpo al ser poseído por la verga de otro hombre. Pero Nuño sólo le dijo que lo que tendría que venir llegaría en el momento oportuno y posiblemente sin avisar tomando por sorpresa al muchacho, que estaría más desarmado para entregársele plenamente.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Capítulo LXXV

Saber que su caballo había muerto a consecuencia de la caída en la carrera fue el mayor disgusto que Carolo se había llevado en toda su vida. Y por supuesto mucho mayor que la muerte del obispo, a quien creía su tío y en realidad era su padre, como supo por el testamento en donde lo reconocía como tal. A ese hombre no le tenía aprecio y ni unos los lazos de sangre tan fuertes le movieron a cambiar el afecto hacía aquel ser ambicioso y, en opinión del chico, ruin y mezquino. Pero el regalo de un nuevo corcel y la sumisa adoración de Dino le consolaron y hasta le hicieron reír de nuevo y tener ganas de gozar la mucha vida que su juventud le garantizaba.


Es cierto que tendría que permanecer unos días en reposo y no realizar actividades bruscas, excepto las propias del sexo, siempre que se moderase en el esfuerzo, dado que todo su cuerpo tenía moratones y le dolían hasta las pestañas por la terrible caída y el porrazo monumental que se había dado contra el suelo de la Piazza.

Eso retrasaba los planes de viaje del conde, puesto que el muchacho no estaba en condiciones de cabalgar ni agotarse en una marcha forzada hasta Livorno, para llegar posteriormente a Pisa. Y Nuño habló con Don Bertuccio para ir ganando tiempo en el objeto de su embajada. Los documentos comprometedores para algunos cardenales y prelados que guardaba el fallecido obispo de Viterbo, se los entregó a Don Bertuccio con el fin de que la república de Siena los utilizase para doblegar voluntades cercanas al pontífice en pro de la causa gibelina. Y eso significaba allanar la oposición de Roma a la elección del rey Don Alfonso como soberano del Sacro Imperio. Servirían para forzar el apoyo de los implicados en esos documentos hacia las pretensiones del partido gibelino y del rey de Castilla y mermar de ese modo las posibilidades al trono imperial de Ricardo de Cornualles, el otro candidato y hermano del rey de Inglaterra, cuya designación impulsaban los güelfos y el Papa.

Todo ese material era un arma contundente para lograr los propósitos que llevaran a Froilán y al conde a Italia y con ello se ahorraban muchas conversaciones y negociaciones tendentes a menoscabar el poder de la Iglesia. Y, además, también procuró Nuño que la república de Siena ayudase a Carolo en obtener venganza contra el cardenal Olario, que unos días más tarde probablemente moriría del mismo modo que ordenó matar al padre del chico. Una mala digestión de la cena o algo que le haría daño al ingerirlo le llevaría a la tumba irremediablemente.

Por otro lado, Don Bertuccio mandó misivas a los espías al servicio de la república para dar con el paradero de Isaura y Lotario y recuperar la fortuna del chaval. Quizás eso llevaría más tiempo, pero darían con ellos y les harían devolver cuanto la habían robado a Carolo. Nuño no quería que los matasen, pero si que capasen al capitán para que Isaura tuviese a su lado sólo un cabestro en lugar de un semental. Esa sería su penitencia por zorra y traidora y también la de Lotario por ser un gilipollas y el mayor hijo de puta que pudo cruzarse en la vida de Carolo.

Y cumplidos esos mandatos, las cosas ya estarían nuevamente en su sitio y en orden. Y acordado todo eso entre los señores, el conde tenía dos opciones. La primera era dejar a Carolo y a Dino en Siena, bajo la protección de Don Bertuccio y la república, y proseguir cuanto antes el periplo emprendido desde Castilla. O, por el contrario, esperar el restablecimiento del chico y dejar que los acompañase el resto del viaje. Pero eso debería decidirlo el propio Carolo y optar por una de las dos posibilidades, según más le conviniese e interesase al muchacho. Con todo lo que contenía el arcón usurpado por Isaura, Carolo sería un hombre rico y podría permitirse una cómoda vida en Siena, sin privarse de lujos ni criados. Y si su deseo era seguir al conde, lo más probable era que terminase formando parte de su elenco de esclavos sexuales.

Mas Nuño quería que el chaval tomase la decisión libremente y dijese la última palabra al respecto. Y si prefería no quedarse en Siena, entonces con ello renunciaba también a su libertad y seguramente a su virginidad. El conde prefería que los esclavos que le servían lo hiciesen por voluntad propia y no forzados al servilismo por otros motivos que no fuese el ansia de complacerlo y darle placer, cuando y como a él le apeteciese, como ocurría con el resto de los chicos que formaban su pequeña corte de putos esclavos. Mentiría si no dijese que su deseo era conservar a su lado a Carolo, pero no forzaría al chico bajo ningún concepto para retenerlo. Si quería hacer su vida con Dino, Nuño celebraría tal deseo y les desearía a los dos toda la felicidad que pueda alcanzarse sobre la tierra. Y no pondría obstáculos para ello, sino que por el contrario los ayudaría en cuanto estuviese en su mano para facilitarle las cosas.

Tres días más, Guzmán estaba con Carolo y al entrar el conde en la habitación del chico se puso de pie para irse. Pero Nuño lo detuvo, sujetándolo por un brazos y le ordenó sentarse de nuevo en la cama del otro chaval. El mancebo guardó silencio y fue el conde quien habló: “Qué tal te encuentras esta mañana?”. “Mejor, señor”, respondió Carolo. Y el conde prosiguió: “Me alegra que te recuperes tan rápido. Porque, como ya sabes, no tenemos demasiado tiempo para permanecer en Siena y adelantar o retrasar la salida depende de ti... Me explicaré mejor. La república se encarga de tus intereses, como ya te dije en su momento. Y si eliges quedarte aquí y esperar a tener las riquezas dejadas por tu padre para disfrutarlas a tu modo y gusto, nosotros nos iremos mañana y Don Bertuccio te protegerá y cuidará de todo lo necesario para que te instales en esta ciudad. Es una república fuerte y gibelina y estarás seguro en ella. Pero si tu deseo es continuar conmigo, entonces retrasaré algo más la partida para que tengas las suficientes fuerzas y puedas seguirme el resto del camino sirviéndome hasta que yo diga lo contrario... No quiero que te precipites en la elección y me contestes ahora sin pensarlo bien. Así que esta noche aguardaré tu repuesta”.

Carolo quedó mudo por unos instantes y luego dijo: “Señor, no me siento heredero de quien dijo ser mi padre y nunca lo quise por lo que me hizo cuando todavía era casi un niño. A él nunca lo sentí como mi familia, a pesar de llamarle tío, y en cambio a estos muchachos que os sirven los considero más que si fuesen mis hermanos. Y los quiero y me atrae poderosamente estar con todos ellos. Lo mismo que serviros a vos y asimilar cuanto me queráis enseñar respecto a todos los aspectos de la vida de un hombre. No puedo pediros que esperéis por mí, ni ser una carga para vos ni retrasar vuestros planes. Pero no tengo que esperar ni meditarlo más para deciros que en aún sosteniéndome mal sobre el caballo, iré tras de vos para unirme al resto de los chavales que os sirven, señor. Esa fortuna de la que habláis sólo es oro y plata y estar con vos es vida, señor”. Nuño sonrió satisfecho y dijo: “No seas tan duro con ese hombre que fue tu padre, aún siendo deplorable lo que hizo entonces. Yo, a esa misma edad, vi como una flecha atravesaba el corazón de otro joven al que amaba y estaba clavado en mi verga en ese momento. La luna era hermosa y nos daba su luz en una terraza del castillo. Y cuando ya lo gozaba, desde una almena alguien lo mató. Y siempre creí que fue mi propio padre. Ya ves. Sufrí algo parecido en mi propia carne y el destino me deparó otro amor más grande e intenso”.

Carolo miró los ojos negros del mancebo, chispeantes como la plata, y añadió: “Haré caso a vuestro consejo, pero no aseguro que consiga perdonar al obispo. Y espero lograr también ese amor especial. Pero ahora, señor, ya me habéis hecho probar algo que deseo experimentar mejor y saber hasta que punto llego a vibrar y encenderme como le ocurre a Guzmán y a Iñigo. Y que me guste darle por el culo a Dino u a otro chaval no significa que no vaya a gustarme eso otro también. Y creo que mi cuerpo me lo pide desde hace tiempo”.

El mancebo miró al conde y éste al chico después de ver la cara y la expresión de pilla complicidad de Guzmán. Y sin decir nada se inclinó sobre Carolo y le beso la boca como lo hacía con sus otros muchachos. El chaval suspiró y se entregó al macho más poderoso en aquel beso. Y Nuño destapó su cuerpo y lo dejó desnudo sobre las sábanas. Un simple gesto bastó para que Guzmán ayudase al otro chico a ponerse boca abajo y separándole las piernas le comió el culo, follándolo con la lengua. Carolo se estremeció y se le levantó el vello al ritmo de un sin fin de gemidos que denotaban que se estaba deshaciendo de gusto el muy puto. Y Nuño volvió a introducirle uno de sus dedos por el ano y volvió a ocurrir una reacción idéntica a la de la primera vez. Carolo enloquecía de placer al sentir como se movía dentro de sus carne otro cuerpo que no era el suyo. Y no le dio tiempo a más, porque se corrió, pringando la cama de una forma escandalosa.

Estaba claro que ese chico necesitaba adiestramiento y mantener la concentración para no irse antes que el amo se lo autorizase. Pero por el momento a Nuño le bastaba con saber que muy pronto sería suyo como el resto de los esclavos. Y ciertamente, como decía Froilán cada vez que veía de espaldas a Carolo, el crío tenía un culo de antología. Qué patas y qué jamones marcando sugestivos hoyuelos a cada lado de las nalgas!. Y que follada le iba a meter el conde antes de irse de Siena!. Iba a proseguir el viaje con el culo partido en dos, pero encantado de sentir el ano abierto y dilatado como el de los otros putos que usaba el conde para su deleite y placer. Y era muy probable que pronto quisiera ser la mejor puta de la cuadrilla del ese gran amo.

domingo, 5 de febrero de 2012

Capítulo LXXIV

Llevaron a Carolo al mismo palacio desde donde los otros muchachos vieron la trepidante carrera de caballos y lo acostaron en una cama en espera que llegase un galeno que lo atendiese. Pero Guzmán sugirió a su amo que dejase a Hassan y Abdul que le echasen un vistazo al herido y, si ellos podían hacer algo, siempre tendrían más confianza y seguridad en los cuidados de esos eunucos. Ellos conocían métodos y sabían de antiguas y comprobadas recetas sanadoras, trasmitidas de generación en generación de sabios y expertos médicos y curanderos, y posiblemente sería mejor su diagnóstico y sus remedios.

Nuño accedió y agradeció el consejo de su esclavo y los dos castrados se pusieron a la faena de curar a Carolo. Le dieron a oler una fuerte esencia y el chico abrió los ojos, pestañeando y preguntando que había pasado. Ellos le dijeron que estuviese tranquilo y no se moviese demasiado hasta comprobar si tenía algún hueso roto. Le recordaron que su caballo se había caído y, en consecuencia, él se llevó un golpe del carajo contra el suelo. Y le explicaron algunos pormenores del accidente sin mencionar la muerte del corcel.

Hassan le tocó hábilmente por todas partes, con la sola intención exploratoria, y llegó a la conclusión y el convencimiento que al chaval no le pasaba nada grave ni se había partido ninguno de los huesos de su cuerpo. Sólo estaba magullado y como mucho tenía una luxación en una muñeca, ya que seguramente al caerse se protegió adelantando las manos para aminorar el impacto. Lo único que necesitaba era descansar y no hacer esfuerzos innecesarios con esa mano, que por fortuna era la izquierda. Hasta podría hacerse pajas, puesto que el chico era diestro.

Nuño celebró la noticia con un honda y seca inspiración de aire en sus pulmones y abrazó a Guzmán porque, además de ser su muchacho más especial, era el que tenía más a mano para hacerlo. Y el mancebo suspiró y sonrió tranquilo al saber que nada malo le ocurriera a Carolo. Ahora ya podían festejar el triunfo de Fredo y rematar la fiesta con todos los honores y agasajos al caballo vencedor. El conde se reunió de nuevo con Froilán y Don Bertuccio y les comunicó a todos la buena noticia sobre el estado del otro muchacho. Y todos salieron otra vez a la plaza para proclamar el éxito del héroe de la jornada.

La Piazza del Campo seguía atestada de gente y todos celebraron con aplausos la buena suerte de Carolo al salir casi ileso del tremendo accidente sufrido durante la pugna por el palio. Porque así le llamó Don Bertuccio al premio que se otorgaría al campeón. Esa bandera de Siena sería la expresión física del trofeo y lo denominó Il Palio de Siena. Y le pareció a muchos una buena idea para celebrar todos los años una carrera parecida conmemorando algo importante. Lo malo es que por el momento no se les ocurría nada que festejar de ese modo, ni consideraban algún acontecimiento cívico que mereciese ser recordado anualmente con una competición hípica. A no ser algo que se refiriese a su enquistada rivalidad con la güelfa Firenze. Eso sí podría ser motivo para instituir algo parecido para no olvidar jamás que su enemiga tradicional era la otra ciudad más importante de la Toscana. En unos años, esa idea cuajaría realmente y daría motivo a la carrera de caballos más antigua de la Europa medieval.

Volvieron a ocupar el palco Don Bertuccio y sus invitados y el vencedor subió para recibir el palio. Fredo alzó la enseña y la agitó en el aire en señal de triunfo. Y la plaza rugió con un estruendo atronador de vítores y aplausos. Quizás la adrenalina acumulada en los espectadores disparó la exagerada reacción ante el campeón levantando el trofeo, que era su bandera. Las trompetas rompieron el poderoso murmullo de gritos y ruidos y la gente lanzaba gorros y sombreros por los aires para mostrar el inmenso júbilo que invadía aquel recinto público.


Los nobles señores besaron a Fredo, felicitándolo, y él sólo pudo decirle al conde: “Señor, este éxito es vuestro y lo merecían más cualquiera de los otros que defendían sus propios colores y a su dueño y señor. Guzmán es el mejor caballista, sin duda. Y prefirió dejarme ganar por proteger a Carolo, que también tiene méritos suficientes para ser ganador. Lo mismo que el bello Iñigo, que monta como si el corcel fuese parte de su propio cuerpo. Yo no hice más que seguir el camino libre que ellos me dejaron”. Nuño volvió a abrazarlo y le respondió: “Todos sois muy buenos. Y tú sabes mucho de caballos y los manejas muy bien. Tan bien como a otro tipo de potros o potrancas a las que cubres a diario. Y hoy espero que le des una merecida dosis extra para paliar el miedo que pasó al verte correr de ese modo. Fredo, mereces el trofeo y estoy muy complacido contigo y con todos los demás. Ahora goza y relájate, porque te lo has ganado y mereces disfrutarlo. Yo compensaré a Guzmán e Iñigo por no haberte vencido. Créeme si te digo que ellos van a preferir eso al propio palio”.

Los muchachos del conde y Froilán estaban exultantes de alegría, aunque a alguno se le cortó el polvo al producirse el accidente de Carolo. Un par de vergas se arrugaron dentro del culo del chaval que se follaban en ese instante y no eyacularon ni terminaron la faena iniciada con mucho éxito y expectativas de gran satisfacción para ambas partes. Pero ya remediarían eso ahora que todo estaba tranquilo y no había peligro para el muchacho accidentado. Eso les animaría más a revivir esa follada truncada y dar alas a las ganas de vivir y gozar que tenían todos esos chavales llenos de energía y salud.

Pronto unas pollas estarían vertiendo semen dentro de unos culos agradecidos y abiertos para recibirla. Y unos y otros reirían y celebrarían el triunfo de Fredo con una gran fiesta en el palacio de Don Bertuccio. Una fiesta de jolgorio y sexo, pero también de amor y consideración de los poderosos y dominadores hacia los más débiles y dominados. La sumisión no tiene forzosamente por que implicar sufrimiento sino gozo y placer para el poseedor y el sometido. Los dos disfrutan a su modo del mismo acto que implica el amor mutuo de esos dos seres.

Dino no se separaba de Carolo y sus ojos húmedos aún por las lágrimas vertidas, reían alegres mirando el rostro tranquilo y relajado de su potente amante. El chico de la voz de oro estaba dispuesto a que su macho no hiciese esfuerzos inconvenientes para follarlo. El mismo se montaría sobre su verga y se movería despacio y apretando bien el ano para que la polla de su amor creyese que un ángel se la estaba ordeñando. Quería darle el mayor placer posible y no escatimaría en nada para lograrlo. Sería la mejor puta del mundo y ninguna ramera le daría clase para satisfacer mejor a su hombre. Ya le había pedido algunos consejos a Hassan y Abdul y éstos lo aleccionaran divinamente para enloquecer a Carolo de pasión y gusto. Lo que no supiesen los eunucos sobre el sexo entre hombres no lo sabría nadie sobre la tierra. Eran las más expertas meretrices del globo y sabían como ejercer ese oficio para noquear el miembro viril de cualquier semental. Menudas perras eran los dos!

Y por fin salieron en procesión hacia el palacio del noble anfitrión que los acogiera en Siena, llevando a Carolo en unas parihuelas para que no se cansase. Todavía no le habían dicho la suerte sufrida por su caballo y el conde no quería que se enterase de una manera tan brusca. El chico estaba muy encariñado con el animal y sería un duro golpe para él conocer el fin de ese noble caballo con el que había aprendido a montar y cabalgar como un auténtico centauro. Nada más llegar al palacio de Don Bertuccio, Dino tenía que compensar con sus caricias y afecto el disgusto que iba suponer esa noticia para Carolo. Pero el conde, además, le pidió a su anfitrión que hiciese venir a los mejores tratantes de la ciudad para comprarle otro corcel al chaval. Eso no le quitaría la pena por el que acaba de perder, pero al menos le consolaría el ánimo viendo otro brioso caballo que sería suyo. Dice un refrán que la mancha de una mora madura con otra verde se quita. Puede ser. Pero la desaparición de un ser querido no es tan fácil de sustituir, aunque la presencia de otro igual o mejor te consuele poco a poco. Y a un caballo o a un perro se le puede querer mucho.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Capítulo LXXIII


Y sonaron las trompetas anunciando la inminente salida y todos guardaron silencio para escuchar el resoplido de los belfos de los caballos. Debían correr sin monturas ni bridas. Y los culos de los chicos se rozaban contra el pelo del corcel y las manos se crispaban asiendo las crines para encontrar un amarre y aguantarse sobre el lomo para no caer. Tampoco tenían estribos y subieron de un salto manteniendo el equilibrio para no escurrirse por el otro costado del vientre del animal. Ya estaban montados y sus músculos tensos se aunaban con los del equino como si el chaval le hubiese salido sobre la grupa como un apéndice natural.

Algunos animales se revolvían y a los muchachos les costaba mantenerlos en línea. Pero lograban no romper la formación y retener la fogosidad del corcel hasta que no diesen la señal para comenzar a correr. Un paje, ricamente ataviado, se encaramó en un podio con la bandera de Siena en la mano derecha. Y la bajada de esa enseña sería la orden para partir a galope tendido desde el mismo inicio de la contienda. La agitación era general. Sin embargo, se mantenía contenida en una atmósfera de ansiedad y callada tensión en espera de ver rasgar el espacio la bandera que daría la salida a los caballos.

Y el paje, con una grave solemnidad, alzo el brazo reclamando la atención de los presentes. Y tras una eterna pausa en el aire, bajó la enseña dibujando un arco descendente que paralizó las respiraciones de quienes presenciaban el espectáculo. Y los que aspiraron una fuerte bocanada de aire fueron los jinetes y sus caballos, para salir como exhalaciones persiguiendo la gloria de llegar antes a un final cuyo destino era el mismo punto de partida.

Hasta se diría que se escuchaba el latir de los corazones allí reunidos, que de pronto quedó ensordecido por el sordo y acelerado galope sobre la tierra. La bocas de los nobles brutos se abrían para devorar aire y enriquecer de oxígeno su sangre de noble casta, mientras que las de los jinetes lo hacían para darles confianza e incrementar su capacidad y acompasar el tranco con palabras de ánimo. La primera vuelta fue vertiginosa y casi todos iban a la par, entre una nube de polvo y con pequeñas diferencias a veces inapreciables. Al tomar las curvas casi se pegaban unos a otros y deba la impresión que las patas se enzarzarían y tropezarían para caer rodando por el suelo. Y como por milagro enfilaban la recta todos sin tropiezos ni empujones que desplazasen de su montura al jinete tirándolo por tierra.

Era un milagro que una china o mota de tierra no cegase a alguno de ellos, puesto que cada vez era mayor la polvareda que levantaban con los cascos. Y venía otra vez la curva y todo el mundo emitía la expresión de su angustia y la satisfacción posterior al ver salir airosos de ella a todos los corceles. Y otra vez el galope desesperado para sobrepasar al contrario. Y la curva los esperaba de nuevo y otra vez suspiros y ayes y respiraciones suspendidas esperando acontecimientos. Y desde unas ventanas a los chicos del conde y Froilán se les abrían las carnes temiendo por la seguridad de sus compañeros. Y a tres de ellos también les abrían el culo los amantes y viriles hombres que los poseían en esos momentos de emoción contenida y gemidos y jadeos de placer.

La segunda vuelta todavía parecía más rápida que la anterior y que el cansancio no había hecho mella en los caballos ni sus jinetes. Sudaban y sus cuellos se cubrían de una espesa espuma mezcla de transpiración y baba. Y no sólo ellos, porque a los chicos les corría el agua por la espalda y notaban la humedad en los huevos y la raja del culo. Pero nada les haría parar ni amainar el ímpetu de su potencia para facilitar la victoria al rival. Todos querían vencer y ninguno cedería a otro el puesto en el podio de ganador.

La atención en general era tanta que ni cuenta se daba nadie de lo que hacía el vecino. Y alguno aprovechó la circunstancia para cascarle una paja o sobarle los huevos al mozo de al lado o tocarle las tetas a la hembra más próxima. Y entre los esclavos del conde y Don Froilan, al igual que entre los de Don Bertuccio, más de uno se masturbó mirando el esfuerzo de los otros chavales al correr al galope. Aparte del subidón de adrenalina que producía la carrera, el morbo del riesgo les excitaba las neuronas y la testosterona causaba estragos en sus cojones. Y alguno, aún sin verlos, imitó el ejemplo de los del cuarto anexo y se la metió a otro por el culo. Como por ejemplo Mario que se la endiñó a Denis y dos imesebelen se trajinaron los culos de Bruno y Casio. Ruper y Marco sólo se la cascaron al ver el panorama circundante y la emocionante carrera de caballos.

Y al salir de la primera curva de la segunda vuelta, un caballo resbaló y se dio un batacazo contra la empalizada de madera. El jinete trastabilló encima del lomo y estuvo a punto de ser derribado. Pero recuperó la vertical y el equilibrio para mantenerse en la carrera sobre el corcel. Era uno de los muchachos del noble sienés, que quedó rezagado del resto que continuaban con un ritmo endiablado. Y hubo otro tropiezo al entrar en la tercera y dos caballos chocaron de costado, pero no pasó nada grave y aún perdiendo puestos siguieron en la contienda. O eran los nervios o el ansia de ver el final, pero parecía que todos los jinetes perdían facultades para controlar sus monturas. Y quizás el cansancio y la tensión les empezó a pasar factura a la mayoría.

Estaban muy exudados como recipientes con poros abiertos que dejan escapar el líquido que contienen. Y se notaban escurridizos y las crines se deslizaban entre sus dedos casi sin poder mantenerlas sujetas. Y se produjo una caída aparatosa que arrastró a otros dos caballos con sus jinetes antes de llegar a la última curva para enfilar la tercera vuelta. Uno de los chavales de Don Bertuccio perdió el control al tomar ese giro y se fue contra los dos que tenía más cerca. Y uno de ellos era Carolo y su corcel. Hubo un sobresalto general en todo el público y al conde le dio la impresión que se le abría el pecho del susto. Froilán lo miró sobrecogido y el anfitrión se puso en pie alarmado por lo que podría ocasionar el accidente.


Y en los balcones y ventanas del palacio donde los otros chavales presenciaban la carrera, sus corazones se paralizaron al ver por tierra a sus compañeros. Y uno casi se detiene para siempre al ver a su amor rodando por el suelo. Era Dino que se estremeció al darse cuenta que Carolo había caído y se desmayó como fulminado por un alustro. El silencio fue sepulcral esperando ver incorporarse a los chicos y sus caballos. Dos corceles se levantaron y recuperaron el galope dejando a sus jinetes en el suelo. Los tres muchachos yacían tirados en el polvo y dos pronto se pusieron en pie y saltaron las vallas para ponerse a salvo de ser arrollados por los que seguían en liza. Pero uno de ellos y su corcel no se levantaban.

El caballo, por su agitación, daba la impresión de haberse roto el cuello al irse de cabeza contra las maderas que protegían el circuito. Y el chaval que lo montaba parecía estar sin sentido por el trompazo que se dio contra el suelo. Daba lástima verlos inertes y constituía un peligro dejarlos allí tirados tanto para el chico como para los que todavía corrían a toda prisa para ganar la lid. Y más dolor provocaba en algunos mirar el cuerpo tendido en la tierra del joven jinete. Ese chico era Carolo. Y en pocos minutos ya estarían encima los otros caballos, en su ciega galopada para llegar a la meta, y Carolo seguía en el suelo junto a su caballo, conmocionado y sin poder moverse.

Y el mancebo, en ese momento a la cabeza de la carrera, se dio cuenta del obstáculo y también quien era el que permanecía tumbado y cubierto de tierra. Su corazón le dio un vuelco al ver el peligro de arrollarlo y pisotearlo con las pezuñas de Siroco y no se le ocurrió otra cosa que azuzar a su corcel para frenarlo delante del cuerpo del chico y protegerlo para que el resto de los contendientes no lo hollaran con las patas. Y así lo hizo y al tenerlo delante alzó de manos a Siroco evitando aplastarlo. Iñigo saltó con Cierzo el cuerpo del caballo y Fredo, que logró que Ostro regatease esquivando el bulto, tomó la delantera privando del puesto de cabeza a los otros dos esclavos y a otro jinete que llevaba pegado a la cola de su corcel. Pero Iñigo no intentó alcanzarlos de nuevo y detuvo a Cierzo pocos metros más allá, retornando a trote ligero hasta el lugar donde vio detenerse al mancebo y saltar a tierra para atender a Carolo.

Venció Fredo con Ostro, seguido por dos jinetes del Don Bertuccio. Pero la alegría del triunfo se empañó con el accidente de Carolo. Nadie aplaudió ni vitorearon al vencedor. Y el conde, seguido de Froilán, salió como una flecha a ver que le pasaba al joven de Viterbo. Guzmán, al ver al amo a su lado le dijo: “Lo siento, amo. No pude ganar para ti. Pero Carolo necesitaba que alguien acudiese en su auxilio”. Nuño le echó un brazo por encima del hombro y le respondió: “Nada es más importante que la vida de mis muchachos. Y tú no tienes que ganar nada para mí que no hayas ganado ya. Hace años ganaste mi amor y yo logré el tuyo. No hay mayor premio ni mejor galardón para los dos que ese sentimiento que nos une de por vida. Y estoy orgulloso de tu gesto y de tu coraje para saber discernir lo transcendente de lo superfluo. Y de ti también, Iñigo, porque has imitado al noble Guzmán mostrando también la bondad y nobleza de tu corazón. Os quiero precisamente por ser como sois. Y por lo mismo sois míos”. Y entre los tres cargaron el cuerpo de Carolo para llevarlo donde pudiese ser atendido. El hermoso caballo tristemente ya estaba muerto.