Autor: Maestro Andreas
viernes, 21 de octubre de 2011
Capítulo XXXIX
“Pobre Piedricco!”, le decía el mancebo al conde. Y añadía: “No hay derecho a que le jodan la vida de ese modo. Amo, estoy convencido que tanto Fredo como él serían felices juntos. Fíjate. Fredo con veinticinco años ni tiene novia ni prometida. Y, según me dijo, es porque no le van nada las mujeres. Si no le han obligado a casarse todavía es por tener hermanos mayores. Y siendo el benjamín de la familia, su celibato y falta de interés por las hembras ha pasado desapercibido. Pero aún así, me ha dicho que quiere irse de su casa a otras tierras donde no tenga compromisos familiares que cumplir. Sería ideal ayudarlos y conseguir que sean felices los dos. Hasta los eunucos podrían vestir a Piedricco con ropa y pinta de mujer, para aparentar lo que es en espíritu y dejar claro que Fredo es un verdadero macho yendo con él. No te parece, mi amo?”. “Sí. Me parece que eres un arma líos!”, exclamó el conde.
“Y tú que dices?”, le preguntó el amo a Iñigo. “!Que Guzmán tiene razón. Y que Fredo es un hombre muy atractivo con ese pecho tan marcado y la tez tostada y brillante. Y no es raro que le guste a ese chaval”, respondió el joven esclavo. “Ahora va a resultar que también te gusta a ti, ese cabrón!”, volvió a exclamar Nuño. Y vociferó: “Como vea que ese tío te toca el culo, os corto la minga y os vendo capados a un mercader turco!. Quedas advertido!”. “Mi amo...”, quiso decir Iñigo, pero el conde le gritó con aspereza: “Calla!... No quiero oírte... Ya he visto como te hace la corte al ir por las calles!”. “Sólo me explic...”, se atrevió a insinuar el chaval, pero una hostia le dejó sin habla. Y Nuño lo arrastró hasta un escabel echando mano a una correa. Y colocándolo sobre las rodillas le iba a sacudir el culo como si fuese una estera. Pero Guzmán se arrodilló ante el amo y casi llorando le suplicó que no zurrase a Iñigo. Y le dijo: “No lo hagas, amo. El no tiene la culpa de tu mal humor, ni de que otros te compliquen las cosas. Sé que es tu esclavo también y los dos estamos para que nos uses hasta para desahogar tus enfados sin que tengamos la culpa ni seamos el motivo de ellos. Pero ten piedad del chico y no le estropees esa piel tan bonita y fresca que cubre sus nalgas, golpeándolas con esa correa. No lo hagas porque sé que te pesará después y sufrirás más por hacerlo que él por sufrirlo”. “Cómo te atreves a censurar mis actos!”, bramó el conde. “Prefieres que te azote a ti con un látigo para caballerías?”, dijo el conde amenazando al mancebo. “Sí, amo. Descarga en mí tu rabia, puesto que mi carne es la tuya y te castigarás a ti mismo”, respondió Guzmán muy sereno.
El conde tiró al suelo a Iñigo y enganchó al mancebo por un brazo, colocándolo entre sus piernas a merced de su furia. Ambos se miraron a los ojos, sin desafío por parte de Guzmán, pero con una profunda comprensión de los sentimientos de su amante. Nuño quería reaccionar colérico por atreverse a disentir de su criterio, pero sólo pudo abrazar a su esclavo por hablarle claro y lloraron sin articular más palabras. Iñigo estaba sobrecogido por la escena y no sabía que hacer. De pronto se encontró de más entre aquellos dos hombres que se amaban hasta el delirio y quiso salir del aposento.
Y fue Nuño quien lo detuvo llamándolo por su nombre. Iñigo se volvió sin desandar hacia atrás. Y al ver las caras del amo y del esclavo transfiguradas de dicha, comprendió que eso era el amor verdadero. Se quedó quieto y aguardó sin saber todavía que pintaba en esos momentos al lado del conde y su amado esclavo. Pero sus miradas también le hicieron comprender que si los amaba era por eso. Porque desde el principio le mostraron un amor de verdad, puro y sin otra exigencia que corresponderles con igual fuerza y sentimiento. El sexo sólo era una parte de esa relación. Importante, pero secundaria comparada con el deseo de felicidad y unión de sus almas a través de los cuerpos. Ese era el fin y lo otro un camino para alcanzarlo. E Iñigo por fin percibió cual era la forma de amar de los amantes. Y él tenía que estar a la altura de ellos porque quería amar y ser amado de igual manera.
El conde se separó de Guzmán y se levantó para ir junto a Iñigo. Y lo abrazó acariciándolo en la nuca. El chico recostó la frente en el pecho de Nuño y en voz muy baja le dijo: “Te quiero y a él también porque los dos sois ambas caras del hombre que necesito en mi vida. Déjame que yo también te ame como tú deseas”. “Sólo deseo que nos ames igual que nosotros te amamos a ti”, le respondió el conde. Y añadió: “Ahora es el momento de hacer el amor los tres. Guzmán, acércate y únete a nosotros para no separarnos durante el resto de esta noche en que llegamos a esta habitación un tanto agitados. Lo único que ansío es sentir el ritmo pasional y trepidante del sexo entre los tres”.
Guzmán se fundió en el mismo abrazo y Nuño les dijo: “Vosotros no sois culpables de la presión a que me someten mis obligaciones y responsabilidades... Iñigo, tú eres mi descanso y me relaja verte y acariciar tu cabeza y tu espalda. Eres como un remanso trasparente y cristalino de agua fresca en el que siempre apetece sumergirse. Eres calma y sosiego y tienes el encanto de una espontaneidad aún inocente. Eres renacimiento a un futuro esperanzador... Y Guzmán es el fuego que consume y la savia que vivifica el árbol. Es el arte de sobrevivir contra todo pronóstico. Es la frondosidad del bosque y el aullido del lobo. Es la sal y la pimienta que sazona el alimento del alma. Es la pasión hecha carne. La vida y la muerte en un mismo acto final. Sois tan distintos y al mismo tiempo tan necesarios para mí, como contrapuestos a mi mismo. Dos facetas de un ser casi perfecto a mi entender. Y yo sólo soy la liana que os sujeta al tronco del que se nutre vuestra ilusión. Por eso no es posible mutilar un tercio de esta combinación de almas y cuerpos. Estamos destinados a permanecer unidos hasta el final”.
Los dos chicos se miraron penetrando en sus almas y sin esperar la orden del amo se besaron en la boca. Era su primer acto autónomo nacido de su voluntad. Pero el amo era consciente que ese gesto de sus esclavos sólo significaba el total respeto a sus deseos. El quería que se amasen y se deseasen tanto como él los amaba y deseaba. Y lo mismo que deseaban su cuerpo y su corazón. El amo necesitaba poseerlos y ellos ser poseídos por él. Pero eso no debía impedir que al mismo tiempo los dos muchachos también necesitasen estar juntos acariciándose y besarse sin límites.
Y esa noche el amo se entregó a ellos tanto o más que los mismos chavales al ponerse en sus manos para ser usados a su antojo. El los disfrutó por todos los sentidos y los chicos gozaron con más intensidad que nunca. Sobre todo al recibir la esencia de ser de su dueño dentro de las entrañas, comiéndose uno al otro la polla y los huevos. Se mamaban como chotos sanos y vigorosos ante la complaciente mirada del toro. Ese garañón que cubría a las dos potras para seguir marcando el territorio y dominar su manada sin permitir intrusiones de otros machos extraños.
Durmieron poco y al más joven les ardía el ano porque se le hizo una fisura al hincársela el amo con excesiva fuerza. Y ya bien entrado el día los encontró tumbados en el lecho resoplando a pierna suelta. La indiscreta luz despertó primero al conde y él espabiló a los chicos zarandeándolos con firmeza. Abrieron con esfuerzo los ojos y se los restregaban perezosos aún, pero el amo los sacó del sopor diciéndoles: “Tenéis razón. Hay que hacer algo por Piedricco y Fredo. No sé como y qué exactamente, pero debemos discurrir alguna treta para salvar a esa criatura del convento. A lo mejor, con eso que su padre es mercader, me lo vende a buen precio. Sería la solución más fácil, aunque poco probable”.
Guzmán, se quedó pensativo y dijo en voz alta: “Venderlo no. Pero si te ofreces a llevarlo contigo y hacerlo un hombre, puede que el padre trague con eso y lo entregue de buen grado. Y se ahorra lo que pensaba darles a los frailes de Santo Domingo. Además yendo a otro reino lejos de Nápoles, mucho mejor para que nadie vuelva a verlo en caso de que su reconversión viril no diese resultado. Que no creo que la dé, desde luego”. “Has dado en el clavo, cabronazo!. Esa puede ser la solución perfecta. Y en el mismo lote incluyo a Fredo y tenemos la pareja formada”, exclamó el conde.
Ahora, a los otros problemas y cuestiones a negociar, también tenía en cartera la liberación de Piedricco para no coger el sayal de fraile y hacer posible que lo cogiese Fredo para usarlo como hembra y puta. Pero sin duda esta segunda opción le gustaba mucho más al dócil y delicado crío, puesto que nada más ver al morenazo de Fredo se le cambió la cara y los huevitos se le encogieron de gusto. Y hasta el pipí le goteaba. Y en cuanto probase el rabo, la boca y el ojete se le harían agua esperando una segunda andanada más cargada de intensidad y larga en el tiempo. Dice un dicho popular, que comer, rascar y follar, todo es empezar.
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