Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

jueves, 15 de septiembre de 2011

Capítulo XXV

Abdul no sabía por qué lo llamaba el conde, ni podía figurarse cual sería la sorpresa que le tenía reservada. El eunuco entró en una habitación de la torre, a la que lo llevó su compañero Hassan, y sólo vio al señor sentado en un sillón de madera labrada, con asiento y respaldo de cuero repujado. Nada más entrar, el conde le dijo que se desnudase y le ordenó doblarse sobre la estrecha mesa que ocupaba el centro de la estancia. El chaval creyó ser merecedor de un castigo, pero no se explicaba que podía haber hecho mal para ser azotado. Casi brotándole las lágrimas antes de padecer el rigor del látigo, Abdul se colocó en la posición que le indicó el amo y cerró los ojos, apretando también los puños esperando el primer correazo.

Entonces el conde se levantó y se acercó al esclavo. Y sin hablar le sobó las nalgas y le indicó a Hassan con un gesto que lubricase con su ungüento el ano del joven castrado. Hassan lo hizo y le puso bastante pomada. Y Nuño se sacó la verga por encima de las calzas y se la endiñó al otro eunuco sin perder más tiempo. Abdul notó el puyazo y reaccionó separando más las patas para que le entrase lo mejor posible, pero se dio cuenta que la verga del amo se había deslizado dentro de su recto con una facilidad inusitada. Casi ni la había sentido y ya la tenía clavada hasta pegársele los cojones del conde en el mismo ojete del culo.

El conde le sobó la espalda y le magreó los glúteos mientras lo follaba. Pero cuanto más aguardaba el chico el chorro de esperma dentro de sus tripas, más largo se lo fiaba el amo y hacía que la monta fuese más duradera y profunda. Y de pronto se la sacó sin correrse dentro. Y, bordeando la mesa para ponerse delante del eunuco, Nuño se la metió por la boca y le ordenó que se la limpiase con cuidado y procurando pasar bien la lengua por los pliegues del pellejo.

Y volvió a indicarle por señas a Hassan que le untase más el agujero para dejárselo bien pringoso para Jafir. Abdul no entendía nada, pero no se movió y siguió esperando la zurra que seguramente se merecía por algo que no recordaba. Pero si el amo se la daba sería porque sin duda la merecía. Y absorto en sus pensamientos, no se percató que otros dos personajes entraban en el sala. Guzmán traía ya en cueros a Jafir, que tampoco entendía el capricho del amo en llevarlo de ese modo a una habitación de la torre. Y entre sus piernas colgaba un badajo que no desmerecía en nada a los de las campanas de la catedral de Santiago de Compostela, restituidas a este templo por el abuelo de Guzmán, el rey Fernando, tras la conquista de Córdoba. El monarca, que tomó esa ciudad blandiendo en su diestra su famosa espada llamada Lobera, en el año mil doscientos treinta y seis, hizo que un número igual de soldados musulmanes las transportasen de nuevo a la ciudad santa del apóstol, después de que doscientos años antes el moro Al-Masur se las llevase a la capital del califato.

Y el negro vio al eunuco doblado con el culo en pompa sobre la mesa, antes de que Abdul pudiese ni siquiera imaginar que era contemplado por los ojos negros y profundos del guerrero que ocupaba sus sueños de un tiempo atrás. Y sólo el frágil castrado no vio como la verga de Jafir se hacía gigante y se ponía tiesa al verle las suaves nalgas, que dejaban al descubierto el redondo ano tostado del chaval. La cabeza del cipote del esclavo negro relucía como el charol y se notaban palpitar las venas que nutrían de sangre el enorme instrumento del joven imesebelen. Nuño le indicó a Hassan con otro gesto que le vendase los ojos al eunuco que iba a ser enculado y Abdul ya sólo oía y percibía un olor que le enervaba, pues, o mucho le confundían sus sentidos, lo que no era probable, o tenía muy cerca a Jafir, dado el característico aroma que exhalaba su entrepierna y el sudor que, al ponerse en tensión, se deslizaba por sus costados desde los sobacos.

El conde, sin ocultar su excitación, le ordenó al guerrero que se pusiese delante de la boca del eunuco y se la introdujese por la boca. y a Abdul ya no tuvo dudas para saber que verga iba a mamar. No le fue posible tragársela toda y solamente chupaba la mitad del largo tronco de carne oscura que le daban a comer con delicadeza para que no se atragantase. Pero el eunuco estaba glotón y la quería entera. Se esforzó lo indecible para engullirla, mas se quedaba sin aire y hasta le salían los mocos por la nariz en cuanto intentaba zampar un centímetro más de lo que su capacidad bucal le permitía. El calibre y envergadura de la polla de Jafir eran excesivamente grandes para las tragaderas de Abdul y ahora tocaba comprobar si el esfínter del chico tendría las mismas limitaciones o, por el contrario, podría con toda esa tranca y el negro se la embutiría completamente en el culo.

Y Jafir se colocó otra vez al otro extremo de la mesa, para entrarle al eunuco por la retaguardia. Y a una señal del conde se acercó con la verga en ristre y arrimó el glande al ano del chico. Jafir miraba el agujero de Abdul, como dudando en clavarle su cipote por miedo a partirlo en dos, pero al ver la mirada del amo, calcó en el orificio y, para su sorpresa y la del resto, a excepción de Hassan que sabía muy bien lo que podía conseguir su ungüento, el ariete de acero oscuro se fue metiendo en el recto de Abdul hasta que no quedó fuera ni un milímetro. Parecía imposible, pero el eunuco tenía relleno por lo menos la mitad del cuerpo con la verga de Jafir. Y Guzmán miraba la boca abierta de Abdul, esperando que de un momento a otro le saliese la cabeza de semejante pollón. Puesto que forzosamente el eunuco tenía que estar empalado con todo ese miembro clavado en sus tripas.

Y comenzó la joda. Y Jafir inició un movimiento de bombeo lento y espaciado. Pero iba aumentando el ritmo cada vez con más excitación y convencido que el cuerpo de su adorado eunuco aguantaba sin problemas el embate continuo de su cuerpo contra el suyo. Empezaron a oír los golpetazos que le propinaban los muslos del negro a los glúteos de Abdul. Y pronto los jadeos y gemidos del castrado superaban cualquier otro sonido que resonase en la estancia. Y en ese momento, el conde le dijo al guerrero: “Jafir, sácala y veamos como resulta haciéndoselo por delante. Dale la vuelta tu mismo y endíñasela otra vez de un solo golpe”.

El esclavo negro obedeció, aunque le costó abandonar el gusto que le estaba dando la follada, y agarró por la cintura a Abdul para incorporarlo y alzarlo en sus brazos. Lo posó con ternura a lo largo de la mesa y alzándole las patas para colocar los pies del crío sobre los hombros, volvió a encarnar por completo en el ano del chico su tremenda verga, todavía más gorda y grande si cabe. Y el conde le ordenó también que le quitase la venda de los ojos. Abdul vio el rostro emocionado de Jafir y pensó que eso tenía que ser como estar en el paraíso. No podía creer que estuviese siendo follado por su amor. Pero todo era real, aunque seguramente debería ser algo casual que no volvería a repetirse. Así que lo mejor era entregarse de pleno a disfrutar el momento y después soñar el resto de su vida con ese polvo que le estaba metiendo el más hermosos de los guerreros.

La monta se estaba alargando demasiado, porque Jafir no eyaculaba aunque cada vez le daba por el culo con más fuerza al eunuco, y Abdul, contra todo pronóstico, aguantaba los envites y su culo se abría con una facilidad que pasmó al mismo Hassan. Y como aquello parecía que iba para largo, el conde le dijo al guerrero: “Jafir, sin necesidad de sacársela, sujétalo bien con tus brazos y llévatelo para que sigas jodiéndolo hasta preñarlo. Y me refiero a que lo montes cuanto sea necesario para fecundarlo y que engendre en su vientre un cachorro de león tan fuerte y hermosos como tú. Hazlo a diario, las veces que puedas, sin abandonar tus obligaciones como soldado. Porque desde este momento os emparejo y sólo tú disfrutarás de su cuerpo. Iros ya y que los dos gocéis y os améis sin medida”.

Jafir, no sabía que hacer de tan atónito que le dejaron las palabras del gran señor. Pero reaccionó rápidamente y levantó a Abdul como si fuese una pluma y se lo llevó ensartado en su verga. El eunuco se abrazó al cuello del negro y le besó los labios con tal pasión que asomaron las lágrimas a los ojos de Guzmán y del otro eunuco. Pero, a pesar de los chorros de semen que brotarían de la verga de Jafir inundando la barriga de Abdul, nunca le darían al conde un cachorro. Aunque sí copularían como locos para gozar la mucha juventud que aún les quedaba por vivir a los dos. Y Guzmán, después que el conde le diese por el culo al tiempo que él le follaba la boca a Hassan, quedó satisfecho de haber conseguido la felicidad para su querido esclavo, al igual que la del joven imesebelen que tantos servicios le había prestado y le seguiría prestando a lo largo de su vida.