Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

jueves, 3 de mayo de 2012

Capítulo XCIX


El mancebo habló con su amo antes de dormirse y quiso saber por que no regresaban por tierra, bordeando la costa del mediterráneo hasta llegar al principado de Cataluña, en lugar de aventurarse otra vez en la mar brava del golfo de León.
Y el conde explicó al esclavo cuales eran esos motivos.
Y no eran otros que la inconveniencia de atravesar la Provenza para llegar a Marsella, dado que el rey Enrique III de Inglaterra, hermano y valedor del pretendiente al trono imperial, Ricardo de Cornualles, era el yerno del conde Ramón Berenguer V de Provenza, que aún siendo bisnieto de Don Alfonso VII de Castilla, no había que olvidar que su hija Doña Leonor de Provenza era la esposa del rey inglés.
Y, además, el señor de la Provenza era en esa época el güelfo Carlos de Anjou, hermano del rey Luis IX de Francia e hijo de Doña Blanca de Castilla, hermana de la bisabuela del mancebo, y convertido en conde de esa región por su matrimonio con la heredera del condado Beatriz I de Provenza.
Y por todo ello era aconsejable no pisar esos territorios que antes pertenecieran al condado de Barcelona. Y más seguro y menos problemático resultaba ir por mar y no por tierra, aunque tuviesen que afrontar un fuerte oleaje.

Guzmán se quedó pensativo y sin mirar de frente a su amo le preguntó: “Vas a hacer otro sacrificio, verdad?”
El conde no le obligó a mirale de frente a los ojos pero no guardó silencio ni se cayó lo que ya tenía pensado desde hacía escasamente unas horas: “Es necesario. Hay demasiadas cosas en juego para no dejarlas atadas. Y no deseo que esta otra separación sea por largo tiempo. Pero por el momento tienen que quedarse y rematar lo que nosotros hemos comenzado. Roma es peligrosa y el inglés no se quedará quieto viendo que se le va de las manos un trono para su hermano. Y es imprescindible que Lotario vaya a Lombardia. Lo necesito en Milán para ayudar a la familia Visconti a derrotar a la rival, que actualmente domina el Consejo de la ciudad, y cuyo podestà es Felipe della Torre, declarado partidario del de Anjou. Representa el mayor peligro del avance güelfo en el centro de Italia y hay que impedirlo a toda costa. Irá con Carolo y también los acompañará Aniano y Dino. Pensaba llevarme a este eunuco como regalo a la reina, pero no me fío de su discreción. Una palabra de más en la corte y nos puede costar un disgusto con tu tío el rey. No olvides que si cuenta lo que ha visto y oído acerca de ti, la cagamos y caemos como peras maduras a punto de pudrirse. Es mejor no jugar con fuego porque lo normal es quemarse. Este cantor se lucirá mucho en Milán. Allí son muy aficionados a los cánticos y músicas... Pero no estés triste, Guzmán. Quién sabe si no encontraremos a otros muchachos para hacernos compañía. Y no olvides que sigue con nosotros Iñigo y que sois más que hermanos”.

“Y los dos napolitanos?”, preguntó el mancebo.
Nuño lo abrazó y dijo: “Esos no me preocupan y pueden estar en la torre contigo para entretener a tus guardias negros...Date cuenta que Iñigo no estará siempre en esa fortaleza. El tiene que acompañarme en calidad de doncel cada vez que tenga que ir a la corte. Y también tendré que dejar que vea a su familia y a su hermana que ahora es muy buena amiga de Sol. Tú no puedes salir del bosque negro sin disfraz. Y aún así es peligroso que abandones nuestro refugio”.
 “Lo sé, amo. Pero eso quiere decir que Iñigo no vendrá nunca a la torre?”, preguntó el esclavo angustiado.
 “No... Digo que no quiere decir que sea así. Irá conmigo si no tiene otros quehaceres”, añadió el conde.
Pero el esclavo replicó: “Amo, de todos modos antes de ir a casa tenemos que acompañar a Froilán a la corte”.
“Sí, pero tú no vendrás. Recorremos juntos un trecho, hasta donde sea posible y coincidan nuestros caminos. Y luego, te irás directamente al bosque negro con tus eunucos, los dos napolitanos y tu escolta africana. Iñigo y yo iremos con Froilán y sus chicos”, aseveró Nuño.
Y el mancebo exclamó: “Sin escolta y solos!... No... Al menos lleva a cuatro guerreros”.
“Dos solamente para que quedes tranquilo” aceptó Nuño.

La travesía del golfo de León fue otra vez penosa y casi todos los chavales se marearon y devolvían lo que metían por la boca y que no fuese leche de macho. Y al menos eso les alimentaba y daba calor al cuerpo. Pero por muy espantosa que fuese la fuerza del mar y que zarandease al buque como una minúscula cáscara de nuez, peor había sido la despedida de Lotario y los otros muchachos.
Sobre todo al separarse de Carolo que se abrazó al conde llorando como jamás lo había hecho antes en su vida. El chico estaba ante un dilema terrible. A la querencia que le había tomado a Nuño, se contraponía el amor que ya sentía por Lotario y éste lo estrechó muy fuerte y lo besó delante de todos hasta que le hizo sorber las lágrimas por falta de aire.
El conde les dijo al capitán y a Carolo que acompañaría al rey para su coronación como emperador y ellos estarían presentes no sólo para volver a verlos y gozarlos, sino también para recibir los honores y títulos que el nuevo rey de romanos les otorgase en justa correspondencia por su servicios en favor de su causa.
Nuño estaba dispuesto a conseguir del rey un condado para Lotario, o por al menos una baronía, y el dominio sobre algún territorio para aumentar su riqueza y poder. No había que olvidar que el capitán firmara un documento de vasallaje reconociendo al conde como su señor legítimo al igual que hiciera Carolo, por lo que ambos seguían siendo sus siervos de por vida.
Y eso los ligaba a Nuño de una manera muy especial y definitiva. Y nada más poner pie en tierra en Barcelona y desembarcar los caballos y equipajes, salieron de la ciudad en dirección a las tierras aragonesas para proseguir viaje a la corte castellana.

Su destino inmediato era Zaragoza para ir luego en dirección a Valladolid donde se encontraba el rey Don Alfonso. Pero antes, al llegar a la localidad de Aranda, a orillas del Duero, el mancebo tomaría el rumbo hacia Palencia para continuar su camino hacia el noroeste. A las posesiones del conde y su retiro en la torre del bosque negro.

A Guzmán no le hacía ninguna gracia separarse de su amo, mas esa era la voluntad de éste y a él sólo le correspondía obedecerlo y callar, masticando para si mismo sus temores y sus ganas de ir tras el hombre que adoraba sobre cualquier otro concepto o idea que pudiese tener en su mente.


En ese punto se separaron las dos comitivas y Guzmán, tras follarlo su amo hasta por los agujeros de la nariz y nutrirlo con su leche dos veces casi seguidas, con el corazón encogido y los ojos empañados en lágrimas vio alejarse a su señor.
También le costaba separarse de Iñigo, aunque sólo fuese temporalmente, pero ya estaban tan unidos los dos chavales que uno sentía los pesares del otro como propios. Al conde también le costaba no volver la cabeza para ver a su amado una vez más antes de irse por otro camino. Pero si lo hacía le faltarían las fuerzas para dejarlo ir y no convenía llevarlo a la corte de su tío.
Hasta Don Froilán y sus dos chicos sentían abatimiento al ir distanciándose del mancebo, mas la prudencia recomendaba ese sacrificio en bien de todos.

Por fin las manos de Guzmán jalaron las riendas de Siroco y dio la señal a sus acompañantes para iniciar la marcha por la ruta más corta que los llevaría al bosque negro, donde estaba el austero bastión de piedra que constituía su jaula.
Tuvieron que pasar días y noches enteras hasta divisar los primeros árboles de esa foresta con fama de encantada.
Y, por fin, apareció ante ellos la mole grisácea sin estandarte ni pendones que al verlos llegar abrió sus fauces y bajó el rastrillo para que entrasen en su vientre de piedra.
Y al pie de la escalinata que precedía a la puerta de la torre, los esperaba Bernardo entre emocionado y más contento que unas pascuas por volver a tener a su cuidado al bello príncipe que por amor solamente era el más humilde de los esclavos de su amo.

Guzmán se echó en brazos del esclavo y lo besó en las mejillas como si fuese una madre amorosa que aguardaba la vuelta a casa de a su querido hijo.
Luego se fijó en los chavales napolitanos y de inmediato pensó que les hacían falta algunos consejos acompañados de más de un palo para que aprendiesen mejores modales. Pero ya se encargaría de ellos más tarde.
Ahora quería besar también a los eunucos y darle un repaso al aspecto de los imesebelen. Y lloró al conocer la muerte de dos de ellos.

De inmediato las puertas del castillo se abrieron de nuevo y un mensajero partía a todo galope a llevar la noticia del regreso del mancebo a su señora la condesa de Alguízar.


Y antes de caer la tarde, la dama entraba en el panteón del bosque para encontrarse allí con Guzmán. Sol besó al chico hasta en los párpados y él a ella le correspondió con igual ternura y afecto.
Pero la novedad es que a Doña Sol la acompañaba Blanca, la hermana de Iñigo. Ella también conocía la verdadera identidad y condición real del muchacho, pero Doña Sol le aseguró que con ella el secreto estaba bien guardado y a salvo.