Nuño se sentó en la cama al lado de Iñigo y lo miró como si descubriese su cuerpo por primera vez. El muchacho estaba desnudo sobre el lecho y Guzmán, recostado al otro lado, también lo contemplaba sin decir palabra, pero quizás queriendo imaginar que podía sentir el amo al saberse dueño de una criatura tan bella. Al chico le dolía algo el brazo, aunque la herida no era profunda ni grave, y el conde le dijo: “Sabes por que te hirieron?”.
Iñigo se vio el brazo lastimado y respondió: “Por intentar defenderme y hacerlo mal, mi amo”. “Y sabes porque lo has hecho mal?”, insistió el amo. “El otro fue más rápido que yo, mi señor”, contestó el chaval. Pero Nuño le dijo: “No. No fue por eso. Quisiste atacar con demasiada vehemencia y descubriste tu intención sin protegerte el flanco izquierdo. Eso te enseñará a ser más cauto y no bajar la guardia jamás. Si lanzas una estocada, no debes pensar en que el otro sólo se defienda, porque puede atacar también. Y al no tener tus defensas en alerta, te hiere o te mata. Me has dado un buen susto y no permitiré que se repita. En cuanto te repongas practicaremos la lucha a espada. Y mientras no la domines no intentes usar un arma que no manejas suficientemente bien. Haz como esa otra prenda que tengo y usa el arco”.
Iñigo miró a Guzmán y añadió: “Tampoco soy tan bueno en eso como él, mi amo. Y le debo la vida, ya que si no interviene con tanta premura me hubiesen matado. Siempre estaré en deuda con Guzmán”. El conde se puso en pie y sin dejar de mirar a los dos chicos, dijo: “No. Lo dice de un modo que das a entender que no eres tan bueno como él en nada. Y eso no es cierto. Ni tampoco es verdad que tú estés en deuda con él, ni él podrá estarlo nunca contigo. No tenéis albedrío para eso, puesto que sois míos y vuestra vida me pertenece. Y tampoco puedo estar yo en deuda con uno de mis esclavos, que es como un mero objeto de mi propiedad. Aquí no hay deudas, ni se debe nada que no sea respeto y obediencia hacia mí, que soy vuestro amo. Ninguno de los dos tenéis más voluntad y deseo que el mío. Y por eso sólo yo dispongo de vosotros y ordeno vuestra existencia. Daros la vuelta y poneros boca abajo con las piernas separadas”.
Los chicos obedecieron y aguardaron lo que el amo iba a hacerles teniéndolos en esa postura. Nuño subió a al cama también y se tumbó boca abajo sobre Guzmán para follarlo. Y nada más meterle la polla por el ano, le dijo: “El dice que te debe la vida y olvida que su vida es mía y también lo es la tuya. De todos modos voy a compensarte por no dejar que me privasen de él, porque lo quiero y me gusta usarlo y tenerlo conmigo... Mira su cara apoyada en la almohada y dime si has visto antes un rostro tan hermoso. Es precioso desde la punta del pelo hasta las uñas de los dedos de las manos y los pies... Tócale el culo... Con más ganas... Apretándole la carne y sintiendo su sangre en la palma de tu mano... Así.... Sóbalo y mete los dedos en la raja para notar como te los aprieta con ese par de nalgas tan duras. Esta caliente, verdad?”. “Sí, amo”, respondió el mancebo. “Le gusta que le toquen el puto trasero y le hurguen dentro del ano”, dijo Nuño, calcando fuerte y aplastando al mancebo bajo su cuerpo.
Nuño aprovechó para morderle el cuello a Guzmán, que se estremeció y tembló al sentirlo, y al liberarlo de sus dientes, el conde añadió: “Con vosotros dos tengo el tesoro más valioso del mundo... Métele un dedo en el culo y muévelo dentro para que se ponga puto y arquee el cuerpo suplicando que se lo claves más adentro... Me gusta ver como os portáis como dos zorras salidas al sentir algo en vuestro coñito. Ese es vuestro coño de perras en celo y me encanta penetrarlo cuanto más cachondas os ponéis. Mis dos lindas putitas!. Ese olorcillo que os sale de los huevos y se os pega a la piel hasta llegar al ojo del culo, me excita y me prende a vosotros como un galeote encadenado al duro banco de la galera. Me gustaría poder explicar la intensidad del placer que experimento al montaros. Y ya no por ser un goce físico, sino por el deleite psíquico que siento al daros por el culo, reafirmando mi propiedad sobre vosotros. Acaríciale la próstata como te hago yo a ti y profundiza bien con el dedo para que note más gusto dentro del vientre, el muy puto!. Y sigue así hasta que me corra dentro de ti, mi espléndida yegua de sangre mezclada, pero tan de raza como la mejor”.
Guzmán le suplicó al amo que le dejase acabar al mismo tiempo que él y también se lo rogó Iñigo, al que le pajeaba el culo el mancebo, Y Nuño les dio su consentimiento para que pringasen la cama con dos grandes y pegajosas manchas de semen. El conde los puso de medio lado, una vez que terminaron de eyacular los tres y se bajó del cuerpo de Guzmán, y olió el esperma impregnado en el lienzo de la sábana, diciendo: “Sólo se precisa oler esto para saber lo sanos que estáis los dos, putos cabrones!. Y bien que os despacháis soltando leche!. Ahora vamos a dormir, para salir temprano de viaje otra vez. Pero tú, Iñigo duerme con el culo para arriba por si quiero cubrirte en mitad de la noche. No quiero que cojas frío, porque no te vendría bien para esa herida en el brazo. Y se te puede meter el aire por el culo y luego se te destemplan las tripas. Así que es mejor prevenir y calentártelas antes del amanecer, por si acaso”. “Como tu quieras, amo”, dijo el esclavo con los ojitos iluminados de esperanza, cuando ya se creía que por esa noche le tocaba abstinencia.
Se durmieron al poco rato. Y el conde prefirió quedarse en una esquina y fue Guzmán quien se pasó al otro lado de Iñigo. Y al despertarlo a Nuño su verga, que reclamaba cumplir el preventivo tratamiento para evitar que el frío se instalase dentro de Iñigo, vio a los dos críos con las mejillas pegadas y muy abrazados entre sí, como dos siameses que naciesen unidos. Y el conde se dio cuenta que entre aquellos dos críos había algo más que amistad o amor fraterno. Eran tan jóvenes y tan guapos los dos que no le extrañó que se apeteciesen. Pero eso no les estaba permitido, a no ser que él, su amo, lo consintiese. “Y por qué no!”, se dijo.
Y pensó: “Tiene que ser muy excitante y hermoso verlos amarse y dándose gusto el uno al otro. Y hasta follándose ellos dos”. “Pero eso no será de momento”, casi pronunció en alta voz el conde. Y rozando la piel del muchacho rubio, pensó: “Por ahora sólo yo usaré sus culos, aunque permita que se soben y se besen. Me gusta verlos cuando se morrean y se acarician. Es como ver dos gatitos revoltosos con ganas de jugar y revolcarse por el suelo. Y que preciosos están dormidos!. Pues siento romper el encanto de la escena, pero ahora el culito de este más joven va a recibir una dosis de esperma para dejarle la barriga llena y abrigada. Y luego que vuelva a coger el sueño con más ganas y duerma como un niño el resto de la noche”. Y sin despertarlo del todo lo montó y se la hincó de golpe en el ano. Al notar la clavada, el chico dio un respingo, pero de inmediato aflojó el esfínter y se tragó por el culo toda la verga del amo, abriéndose de patas a tope para facilitarle las cosas a su señor.
Nada más clarear el cielo se encontraron el conde y Froilán en el patio de la casa. Y viendo ya preparados a los guerreros negros y al resto del grupo, incluso a Hassan y Abdul, que siempre eran los últimos al tener que recogerlo todo y embalar el equipaje, Nuño dio la orden de iniciar la marcha hacia Barcelona. Cruzaron el Ebro y vieron quedarse atrás la ciudad de Zaragoza con su catedral, sus palacios y las torres almenadas del majestuoso recinto de La Aljafería, huérfanas de las enseñas del rey de Aragón y de Mallorca y de Valencia, Conde de Barcelona y de Urgel y Señor de Montpellier. Es decir de Don Jaime I, llamado el Conquistador
Avanzaban de prisa, pero procurando no agotar antes de tiempo a los caballos y obtener así mayor rendimiento en cada tramo de marcha. Y, a lo lejos, la sierra de Alcubierre, que cruza de noroeste a sudeste los Monegros, les vigilaba desde lo alto del Monte Oscuro, al bordear la seca aridez plomiza de ese desierto de color grisáceo. Por fortuna para los silenciosos jinetes no era verano y eso les salvaba de sufrir las altas temperaturas que asolan esta zona. Más lo inhóspito del paisaje, causaba en los viajeros una sensación inevitable de soledad y abandono.
No veían el momento de dejar atrás esa tierra estéril y abrumadora. Y Nuño espoleó de pronto al caballo, incitando al resto a lanzarse tras él en una galopada sin freno. Y al ver de nuevo un suelo con algo verde, el conde aflojó la carrera y le dijo a Froilán: “Amigo mío, creí que estábamos al borde de un infierno para almas solitarias y sin consuelo. Qué desazón más grande me produjo esa tierra, que es como un desierto de arenas casi negras”. Froilán se rió, pero añadió: “Mi tierra es dura y presenta una faz áspera en algunos lugares. Pero también es muy fértil en otros y creo que hermosa en todos. Esa sequedad que hemos rozado solamente, también tiene su belleza y su poesía”. “Puede que sí y no te quito la razón. Mas te juro que me encogió el alma ver todo tan desolado”. “Eso es porque estás acostumbrado a tus tierras más verdes y por las que discurren regatos y brotan fuentes por doquier”, le replicó Don Froilán Y añadió entre risas: “Estoy seguro que si por allí se te presentase un hermoso venado o mozo al que cazar, no te habría causado tanta tristeza ese desierto”. “Esas ya son otras palabras y en esos casos hasta el averno se vuelve un paraíso”, exclamó Nuño con una carcajada y apretando la marcha a la vez.