Autor: Maestro Andreas
jueves, 4 de agosto de 2011
Capítulo IX
A Guzmán le dio tiempo de ver como el conde entraba en el castillo llevando a Iñigo sujeto amigablemente por los hombros, como si ya quisiese dejar claro que aquel potrillo le pertenecía enteramente y pronto iba a domarlo y montarlo a pelo, que era como más le gustaba cabalgar a Nuño a través de prados, bosques y montes.
Y a la criatura se le veía feliz al contar con la amistad y deferencia de un hombre tan poderoso y valiente. Y daba la impresión que lo miraba más con veneración que con respeto. Para un crío adolescente un hombre con más de veintitrés años y las características del conde, podía parecerle todo un héroe y hasta casi un dios mitológico similar a Marte. Y no era de extrañar que lo viese encima de un pedestal y a una altura inalcanzable para él.
El joven corrió en busca de su hermana para contarle la gran jornada de caza vivida con el conde y sus innumerables aciertos con la jabalina y con el arco, que podía asegurar que no quedó viva ninguna pieza en la que hubiese puesto el ojo el conde. Estaba ilusionado con las hazañas cinegéticas de Nuño, pero faltaba a la verdad al contarlas, puesto que la pieza principal que cayó esa mañana a manos del conde no estaba muerta sino muy viva y llena de salud. Su mejor presa era ese muchacho que volvía radiante y jubiloso por las presas obtenidas, considerando la mayoría como triunfos de la habilidad del conde, cuando el mayor trofeo cazado ese día por el noble señor era el mismo joven que con tanta alegría lo ensalzaba. Y cuando Guzmán, bajo su apariencia de joven manceba, se unió a ellos en la sala, se dio perfecta cuenta que su amante tenía a Iñigo en el morral dando los últimos coletazos de libertad.
Doña Matilde también hizo su entrada con el morro torcido y las cejas arqueadas de frustración al no poder catar a la fornida puta del conde, pero fingió una amabilidad inusual en ella para interesarse por la caza y la suerte que tuviera en ella su marido. Don Honorio. Que, demasiado modesto para ser cazador, no aumentó el tamaño ni el número de las piezas cobradas y ensalzó al noble Don Nuño por sus certeros lances y la calidad de los animales cazados por él. Por supuesto no incluía entre ellos a su hijo, pero de todos era el único que al conde le tenía contento y satisfecho por haberlo atrapado.
Guzmán se acercó a su amante para darle la enhorabuena por su suerte esa mañana, pero el conde lo asió con fuerza por un brazo y lo llevó hacia el ventanal. Y le dijo: “Qué has hecho en mi ausencia?”. “Jugar con la hermana y zafarme de la madrastra.... A mi amo parece que le fue mejor la jornada y logró cazar lo que se proponía”, respondió Guzmán. “Estás celosa?. Con qué derecho?”, exclamó Nuño. Y añadió con rabia: “Yo soy el amo y tú sólo mi puta. Lo has olvidado?. Y has olvidado también que un noble caballero ha de tener un paje al menos para presentarse en al corte con un mínimo decoro a su rango y estirpe?”. “No mi amo. No lo olvido ni seré yo quien no desee que mi señor mantenga su prestigio ante el rey y la corte. Es un muchacho muy bello y servirá bien a mi amo y señor”, contestó Guzmán inclinando la cabeza ante el conde. Pero Nuño conocía de sobra al mancebo y dijo en voz alta; “Don Honorio, deseo lavarme y cambiar mis ropas antes de la comida. Os ruego que me disculpéis y también a Doña Marta, pero nos retiramos a mi aposento los dos. Os pido también que ordenéis que me lleven agua caliente para darme un baño. Señoras, Iñigo, nos veremos más tarde. Vamos Marta que me ayudaras a refrescarme como sólo tú sabe hacerlo”. Y el conde salió sin soltarle el brazo a Guzmán que le hacía daño de tanto apretárselo.
Los eunucos desvistieron al conde y también echaron una mano a Guzmán para librarse del corpiño y todos los trapos que disimulaban su hermoso torso masculino. Y ya desnudos se metieron juntos en el gran barreño que le habían proporcionado para sus abluciones. Nuño cogió suavemente el mentón del chico y le dijo: “Qué guapo eres, cabrón!. No me extraña que esa burra mal follada haya querido comerte crudo, aunque supiese que tienes un badajo digno de la campana de una colegiata”. El mancebo sonrió y contestó: “Ella buscaba mis tetas y mi coño. El pito no le va ni lo quiere para nada. Si aún no se ventiló a la hijastra es por no formar un lío tremendo con el padre de la chica. Al chico no lo puede ver y precisamente es por ser macho y no hembra. Pero supongo que en cuanto partamos para la corte se habrá librado del muchacho”. “No te gusta ese chaval?”, preguntó Nuño. “Depende para que, amo”, respondió Guzmán. “Para que tú te lo folles, desde luego que no!. Me refiero como mi paje”. Guzmán agarró la mano de su amante y respondió: “Como paje sí. Y también para que mi señor goce de los placeres que pueda darle ese joven. Es hermoso y cariñoso. Al menos con mi amo, que será el suyo también. Y tiene buena disposición para ser un buen paje y hasta un posible caballero, que es lo que más desea en la vida, según me informó su hermana. Ella es una mujer muy lista y muy bella también. Me gusta”. “Va a resultar que también eres brava como Doña Matilde!. Desde cuando te gustan las mujeres!”, exclamó Nuño riéndose y echándole agua a la cara al mancebo. Y éste dijo: “Amo, tú sabes lo que me gusta. Y no son ni los hombres ni las mujeres. Lo único que me gusta es el dueño de mi vida y mi ser. Sólo mi conde feroz me gusta”.
Nuño no pudo aguantarse más y tiró del muchacho hacia él y lo sentó encima de su verga para clavársela dentro del agua. Y cuando ya le entraba por el ano a Guzmán, Nuño le susurró, apretando su cara contra la del mozo: “Nunca desearé a nadie como a ti, ni podrá enervarme del mismo modo que tú lo consigues tan sólo con mirarme. Ya no sé si es tu olor, o tus ojos, o tu pelo. O sencillamente que te amo con todo mi corazón. Pero eres el objeto de mis días y el placer de mis noches. Y de cada vez que me da la gana follarte. Qué carajo!. Para eso eres mío. No te celes de ninguno ni creas que podrá suplantarte o desplazarte de mi corazón. Tú eres distinto a todos. Eres mi alegría y te necesito más que a la sangre que corre por mis venas. Bésame y abrázate a mi cuello que te voy a romper el alma dándote por el culo!”. El mancebo creyó volar en un corcel alado y remontar la cima del mundo, pasando sobre los demás mortales, y exclamó entre jadeos y gemidos: “Mi señor!... Mi amor... Mi amo... Siempre seré tu esclavo y la mejor meretriz que jamás haya existido para complacer al hombre que es su dueño.... No temo a que otros gocen con esta verga que me abrasa las entrañas, ni quiero ser tan egoísta de privar de ella a quienes la merezcan... Yo agradeceré siempre lo que me quieras dar, porque por poco que sea, serás inmensamente generoso conmigo, mi amado señor”. Nuño calcó hacia abajo sujetándolo por la caderas y el chico lanzó un grito como si lo ensartasen en una estaca. Pero el dolor agudo dejó paso al deleite supremo y la polla de Guzmán no pudo aguantar más tiempo sin que brotase por ella un potente chorro de leche tibia y espesa. En el interior de su vientre notaba el calor y la fuerza de la eyaculación de su amante y se volvió a correr con un gusto que nunca había sentido antes.
Algo más tarde, durante la comida, a Marta se le veía una cara radiante en compañía de su amante y del alcaide y su familia. Y fue ella quien sacó a relucir la cuestión de proporcionar a Iñigo la posibilidad de hacerse todo un hombre sirviendo a su señor el conde. Y el chico le devolvió la mirada con los ojos plenos de gratitud y una luz que mostraba toda la ilusionada alegría de aquel chiquillo que ya imaginaba las aventuras que correría con su señor y las hazañas que protagonizaría junto a él, pero que aún no barruntaba que clase de dicha podría depararle el destino entre los brazos de Nuño.
Dicha que si conocía ampliamente Guzmán y presentía que ese muchacho iba a disputarle y a arañarle esos momentos de gozo junto a Nuño, que hasta ahora eran sólo suyos, puesto que en nada se parecían a los compartidos con Sol, que aún siendo hermosos y delirantes no alcanzaban el nivel de excitación de los vividos a solas con el conde feroz. Sin duda Iñigo sería un importante rival y el mancebo debería aprestarse a una hábil lucha poniendo todos sus sentidos en el tablero de juego para no perder ni una sola jugada en esa pelea por mantener la atracción y el favor del conde. Guzmán sabía que tenía el amor de Nuño, pero también quería dentro del culo su preciosa verga, follándolo intensamente a todas horas, y no sólo el recuerdo de como se lo hacía su amo antes de que entrase en su vida el joven de ojos azules y cabello rubio que no dejaba de mirar a su señor.
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