Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

martes, 24 de enero de 2012

Capítulo LXXI

Por la noche todos se reunieron al rededor del anfitrión y sus nobles invitados y en los rostros relajados de los amos y los chavales se reflejaba la satisfacción de haber pasado una tarde muy agradable. Guzmán se fijó en la cara de Carolo, que miraba por encima del hombro a Dino con un aire de triunfo y el crío levantaba la vista hacia su macho con una mezcla de humildad y orgullo por ser de un tío tan fuerte y viril. El castrado, sentado de medio lado sin apoyar del todo las dos nalgas, se acariciaba la tripa como queriendo apreciar la leche que aún llevaba dentro y sus labios, húmedos y rosados, se abrían queriendo apresar el aire que movía Carolo al moverse.

Don Bertuccio alardeaba con el conde y Froilán de poseer los mejores corceles de la Toscana y hablaban de organizar una carrera a la mañana siguiente para comprobar que caballos eran más rápidos y de entre los chavales quienes eran los mejores jinetes montando a pelo. Para ello, competirían cuatro en representación de los nobles extranjeros y otros tantos a favor del anfitrión. Y no se esperaba un juego limpio, sino llegar a la meta el primero. Medirían la resistencia y velocidad los pura sangre árabes con los otros caballos criados en Italia y también estaría en liza la doma y maestría de los jinetes para obtener el mejor beneficio de sus estupendas monturas.


Nuño y Froilán acordaron que corriesen el mancebo, Iñigo, Fredo y Carolo, que parecía tener tino con los caballos y montaba sin silla con mucha seguridad. Desde luego, el chico lo hacía mejor con los nobles brutos que con el castrado, a no ser que el motivo de sus aires de pavo real y la cara risueña de Dino demostrasen otra cosa. La forma de mirarse uno a otro y ese íntimo placer de Dino al acariciarse el vientre, le daba al conde y al mancebo fundadas esperanzas en el cambio de proceder del fornido muchacho.

El conde llamó a los cuatro chicos y les comunicó la confrontación con los muchachos y caballos de Don Bertuccio y los cuatro elegidos se hincharon de orgullo al ser distinguidos de ese modo por el conde y Froilán. Y Nuño quiso ofrecer a su anfitrión algo que amenizase la velada y le dijo a Dino que cantase algo alegre para todos. Carolo miró al eunuco con la vanidad de quien se siente dueño de algo bueno y estimado por otros y el castrado salió al medio de la sala y muy serio y casi de puntillas, comenzó a cantar acompañado por una lira, una flauta y una dulzaina que tocaban los músicos que amenizaban la cena.

Y al oír al chico, a nadie le pudo quedar la menor duda que ese crío era feliz. Su voz no era terrena y superaba en armonía al ruiseñor y la alondra. Le brillaban las pupilas y reía con la mirada recordando con su canto amoroso las horas anteriores en brazos de su amante. Sencillamente sublime fue la interpretación de Dino y Guzmán lo besó al terminar, al tiempo que todos aplaudían y felicitaban al crío y al conde por ser su señor. Carolo estaba radiante por el éxito de Dino, que en parte lo hacía suyo. Y Guzmán cogió por el brazo al cantor y lo llevó hasta su asiento, pero le indicó que hiciese un hueco a su lado. Iba a confesar al eunuco y a saber como había sido el polvo de esa tarde con Carolo.

Y Dino habló y le relató a Guzmán la siesta con su amante. Carolo volvió al jardín y sin mediar palabra agarró al eunuco y lo arrastró a su dormitorio. Nada más entrar, le arrancó literalmente la ropa y lo arrodilló a sus pies para hacerle tragar su verga entera asfixiándolo casi al no poder respirar teniendo la boca tan llena. Dino mamaba si dejar ni una célula del pellejo y el glande sin empapar de saliva y cuando Carolo se cansó de sus húmedas caricias en el carajo, lo levantó bruscamente y lo tiró sobre la cama. El chico quedó boca arriba y el otro le levantó las patas y se las separó atizándole un escupitajo en el mismo ojete. Puso el capullo en la entrada del culo del eunuco y calcó y apretó con fuerza encarnando toda la polla dentro del delicado muchacho.

Y entonces vino el polvo. Carolo estaba transfigurado y sus movimientos y la fuerza conque follaba recordaban al mismo conde. Y el culo de Dino acusaba tanta energía en forma de bestiales embestidas que podría temer por su integridad física. Carolo no paraba ni un segundo de bombear las tripas de Dino y al cabo de un rato se la sacó le dio la vuelta al crío y se la encasquetó por detrás con la misma violencia que al principio. Y vaya si le dio fuerte!
Parecía que el culito del eunuco estaba a punto de romperse. Pero Dino, aunque casi gritaba, en medio de los empellones y las palabras procaces de Carolo, gozaba como una perra enganchada al macho por la hinchazón de la verga clavada en su coño. Y volvió a sacársela y lo sentó en el rabo empalándolo vivo. Y esta vez no era Dino el que saltaba y ordeñaba a Carolo. Era éste quien le hacia subir y bajar como un pelele. Y lo dobló sobre el pecho y le estampó un besazo en los morros que casi se los come. Y estando ya a punto de correrse, Carolo levantó en vilo al ligero crío, lo plantó boca a bajo en el lecho, y lo jodió aplastándolo bajo su cuerpo hasta preñarlo con cuatro andanadas de leche.

Ahora si había follado a Dino como un macho y el crío estaba loco de contento a pesar que no podía cerrar el culo ni juntar las piernas. Y terminó diciéndole al mancebo: “Me partió el culo! Pero que gusto me dio esta vez!
Así se folla y esta sensación de estar henchido de su leche me hace flotar. Y hasta mi voz sonó mucho más ligera y en un tono que pocas veces he logrado alcanzar antes. Ahora me siento otro y no quepo en mí de alegría y gozo. Gracias por todo al conde y a ti”. Y le dio un fuerte beso a Guzmán. Por el momento Carolo mantendría la virginidad anal y sería tenido por el conde como un prometedor machito para cubrir jóvenes potras. Tanto es así, que Nuño empezó a considerar la posibilidad de aparearlo con otros muchachos aunque sólo fuese por verlo actuar al montarlos.

Pero esa noche la atención del conde se centraba en la futura carrera que se celebraría a la mañana siguiente, lo mismo que la de Froilán y el anfitrión de la casa. No se jugaban nada que no fuese el prurito de vencer y ser dueños de mejores corceles y jinetes. Pero la competencia ya era mucho más importante que perder o llevarse una fortuna como apuesta. Bueno, al vencedor le darían una bandera con dos anchas franjas horizontales. La de arriba blanca y la otra negra. Los colores de siena. Y daría una vuelta de honor al palenque hondeándola como prueba de su triunfo.

Sin quererlo, estaban excitados por el acontecimiento y el conde les ordenó a todos que no dejasen de follar a tope antes de dormir para rebajar la tensión. Y él lo hizo con sus cuatro chicos y más tarde repitió con dos y dejó que la otra pareja follasen solos. El se quedaba cono dos de los jinetes para mantenerlos tranquilos y sobre todo saciados de su carne y su savia. Y durante el resto de la noche ni Guzmán ni Iñigo se separaron de Nuño como si estar pegados al amo les diese fuerzas y seguridad en el triunfo.

Fredo, por su parte, no paró de besar y metérsela a Piedricco, que estaba encantado con eso de la carrera y si de él dependiese su novio correría una todos los días, si con ello lo sodomizaba tantas veces. Y lo mismo volvió a hacer Carolo con Dino, aunque el agujero del eunuco estaba grana como una granada a la que se le desprenden los granos de puro madura. Y se hizo el silencio y todos soñaron con caballos y vítores y aplausos. Y, después, besos de los amados y dos de ellos el favor y la pasión desenfrenada de su amo demostrándoles en privado el orgullo y el amor que sentía por esos esclavos.