Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

domingo, 18 de marzo de 2012

Capítulo LXXXVI

El conde, con risas y bromas, les hizo notar a sus esclavos que estaba de muy buen humor al terminar la cena y por el desarrollo de la charla durante esa velada con el embajador de Venecia. Hablaron de muchas cosas, unas importantes y sustanciosas para los negocios que tenía entre manos, y otros banales o simplemente corteses, interesándose tanto el conde como su anfitrión por la magnífica basílica de estilo bizantino e inspirada en Santa Sofía de Constantinopla, cuya fama tanto por su belleza como por la rica decoración en oro del interior, así como en techos y cúpulas, se corrió en boca de los cruzados por todos los reinos de la cristiandad.
También les habló del suntuoso palacio ducal, residencia del Dogo y sede de la poderosa Señoría, y de la gran plaza delante de la catedral, que lleva el nombre del santo patrón de la ciudad, y de los muchos canales que atraviesan la urbe a modo de calles, por los que navegan unas lanchas estrechas y largas que llaman góndolas.
Eso todo les sonaba fantástico a los oyentes, pero los que conocían Venecia aseguraban que era una hermosura que emergía en medio de las aguas del Adriático.

Comentó con los chicos esas maravillas que relató el embajador, pero ahora no tenía tiempo de estar un rato retozando con ellos, pues le esperaba la dura pero sugestiva tarea de domar el pertinaz orgullo de macho de Lotario.
Se dirigió despacio al cuarto de armas, sin saber muy bien si se tomaba tiempo para planificar mejor el ataque a la fortaleza viril del soldado, o simplemente se regodeaba tan sólo de imaginar lo que gozaría jugando con la vanidad y el prurito machista del capitán.
En cualquier caso iba encantado por el reto que suponía esa doma y, aunque sonase a vanidad y engreimiento de buen dominador de bestias y hombres, también estaba convencido que se saldría con la suya, sin que por ello menospreciase al contrario ni dejase de tener en cuenta las advertencias del mancebo.

Lotario parecía dormido cuando el conde entró, pero sus sentidos alerta pronto lo pusieron en guardia ante la presencia de un cuerpo extraño. Bueno, ya no era tan extraño e inmediatamente supo que se trataba del conde, que volvía a tocarle las pelotas. Y aunque no fuese literalmente, de una forma u otra se las tocaría. De eso estaba seguro y convencido después de lo sucedido en la sesión anterior.
Y el conde dejó oír su voz: “Aquí estoy de nuevo para coger lo que ya es mío... Me has cambiado tu virgo por tus huevos y vengo para apropiarme de esa prenda que tan celosamente has guardado hasta ahora.... O es que has olvidado el pacto?... No lo creo. Y además supongo que en todo este tiempo que te he dado para pensar, hayas reflexionado con tino sobre lo que más te favorece en la crítica situación en que te encuentras... Puede que te duela perder la estrechez de tu ano, pero más te dolería el corte de los testículos de un solo tajo y sin nada que aliviase esa dolorosa pérdida... Sólo gruñes o me quieres decir algo?... Si es así habla alto y claro. Aunque supongo que querrás decirme que te folle y que ya estás deseando tener mi verga dentro de tus tripas”.

El conde se acercó más a su víctima y posando una mano sobre el culo de Lotario añadió: “Pero no tengas prisa, porque antes quiero deleitarme con tu cuerpo para calentarme y que mi cipote se ponga duro como la piedra y te taladre el culo con más fuerza. Porque supongo que sabes que cuanto más rígido y tieso está un pene, mejor entra por el ano de un tío y le rompe el culo con más facilidad. Y el tuyo debe estar muy cerrado por falta de uso. Así que es conveniente que me pongas muy cachondo para clavártela de un solo golpe y llegar hasta el fondo de tus entrañas. Y para empezar, encenderé una antorcha y la acercaré a tu trasero para verlo bien y conocer con detalle esas posaderas que me van a hacer gozar dentro de un rato”.

Nuño se apartó unos pasos y refulgió en el espacio el resplandor del fuego. Y continuó: “Y, además quiero verte detenidamente el esfínter y apartarte los pelos que lo rodean para que no se atraviesen en la punta de mi polla y me hagan un corte al empujar hacia dentro con fuerza. Tienes un vello fuerte y grueso y puede ser peligroso, ya que cuando se tensan los pelos cortan como cuchillas... Lo ves?... No lo ves pero sientes como te tiro de los que están justo en el redondel del ojete... Son negros y largos, pero se rizan graciosamente formando caracoles. Qué carne más prieta tienes en estas cachas!... Joder!... Qué placer debe dar azotártelas con la mano bien abierta y hacerlas sonar y retumbar como parches de un tambor... Lo haré antes de metértela. No puedo resistir la tentación de darte palmadas en ellas”.


Pero la paciencia y el aguante de Lotario tenían un límite ya muy agotado tras tanta humillación y explotó sin poder controlarse: “Ya está bien, jodido cabrón!... Acaba de una puta vez y méteme tu asquerosa polla por el culo que te saldrá llena de mierda, so maricón!”.
Nuño percibió que el capitán estaba más desesperado que cabreado, pero no podía dejar pasar esa salida de tono y aprovechó para satisfacer su curiosidad de azotarle el culo con su propia mano. Y gritándole con voz áspera: “Cuántas veces he de decirte que no digas palabras mal sonantes ni seas grosero y basto, so cabrón de la mierda!”, se lo calentó a gusto hasta dejárselo encarnado y picante como la guindilla, pero echando fuego también. A Lotario le ardía más el alma que las posaderas, pero notaba como el calor le subía desde el culo hasta la cara y se quemaba por dentro recomiéndose de una rabia que hasta entonces nunca había sentido.

Y Nuño prosiguió con su ensañamiento y táctica para hacer que el capitán se sintiese una puta mierda de peor especie que la basura de un estercolero. Y comenzó a sobarle con los dedos por la raja del culo, parándose en el agujero que acarició en redondo, diciéndole: “Tienes un coño muy apretado y está mojado. Puede ser por ese sudor que no paras de expulsar por todos los poros, o quizás sea que te estás humedeciendo de gusto esperando el placer que te espera al follarte... Puede que seas tan puta como para eso?... Está visto que cuanto más pinta de macho tiene una bestia, más zorra se vuelve al tocarle los puntos álgidos y más eróticos de su cuerpo. Y me temo que si te meto un dedo por el ano te meas de gusto como una perra salida. Nunca imaginé que fueses tan ramera!. Pero me agrada que vayas rindiéndote y aceptando tu condición de yegua y tu ansia de ser cubierta por un macho... Me encanta este agujero tan cerrado todavía... Ni el coño de una virgen adolescente estaría así... Ni te imaginas el gusto y el deleite que supone entrar en un ojal como este que tienes entre estas dos nalgazas, que son tan potentes y musculosas como la ancas de un percherón”.

Y el conde empujó con el índice sobre el esfínter de Lotario, que lo cerró instintivamente queriendo apretar con fuerza para no permitir la penetración, pero fue inútil y el dedo se coló dentro de su culo haciéndole lanzar un quejido de puro terror a que eso llegase a gustarle. Nuño se lo metió más y lo movió follándolo en seco.
Y el capitán escupía bilis y se mordía los labios por no llorar como una moza desvalida y asustada. Pero el dedo del conde hacía su labor como un émbolo que hace funcionar la máquina para ponerla en marcha y Lotario sentía un cosquilleo que le subía hasta la nuca y le erizaba los pelos de todo el cuerpo. Si el conde se daba cuenta estaba perdido e hizo un esfuerzo titánico por librarse de esa sensación rara que empezaba a empalmarle la polla. Y ya era tarde para hacer retroceder la sangre que ya corría por su pene poniéndolo a tono y empinándolo inevitablemente.

Nuño le echó mano a la verga y se la agarró apretándola con fuerza para sentir el calor que el riego sanguíneo le infundía a ese hermoso trozo de carne endurecida y de un tamaño tan grande o más que su polla. Ahora era fácil comprobarlo pues las dos estaban erectas y en plena excitación sexual. Y el conde sacó la suya para sopesarla en la otra mano y ver cual de las dos parecía más gorda y larga. Era complicado afirmarlo sin juntarlas, pero todavía no era el momento de darle tales confianzas al carajo de ese soldado. Y se recreó viendo como el ojete de Lotario le apretaba el dedo y se esforzaba inútilmente en expulsarlo de su cuerpo. El conde soltó una sonora carcajada y eso desmoronó más si cabe la deteriorada moral del capitán. Iba a empezar a aceptar que estaba en manos de ese hombre que lo acosaba y rompía sus esquemas y no tenía escapatoria posible sino se entregaba a su voluntad. Pero el último resquicio de orgullo que le quedaba no le permitía rendirse y no ofrecer resistencia a ser poseído por otro hombre como una vulgar mujerzuela.

El capitán estaba agotado y empapado en sudor y con los nervios a flor de piel. Y su verdugo parecía estar tan tranquilo disfrutando con su sufrimiento y su agonía por conservar intacto ese ojo negro que hasta entonces nunca se le ocurriera pensar que serviría para otra cosa que no fuese cagar. Y su mente se preguntó hasta cuando soportaría todo aquello.