Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

domingo, 18 de diciembre de 2011

Capítulo LXI

Se adentraron más en el Lacio, como yendo de puntillas y esquivando Roma para que la sangre de sus caballos no atrajesen a las moscas papales. Su primer destino era Atina, una ciudad fortificada de la época romana, en la que podrían encontrar refugio y descanso para sus caballos y también para sus cansados riñones y maltratadas posaderas de tanto trote y galope cochinero. El conde no dejaba de ver para todas partes por si eran atacados de improviso. Ahora toda precaución era poca y estaban expuestos a caer en manos de los soldados del ejército de Roma.
Comían poco, pues sus estómagos estaba cerrados por la sensación permanente de alerta en que estaban y los africanos se turnaban para dormir por parejas, procurando así no descuidar la vigilancia del grupo por varios flancos, aumentando de ese modo su seguridad. Cuando les tocaba guardia a Ali y a Jafir, Hassan y Abdul no pegaban ojo hasta que regresaban con ellos al catre y les calentaban el espíritu con sus tremendas pollas ardientes. Y lo tenían mejor Bruno y Casio, que le habían cogido afición a las vergas de los otros cuatro guerreros y le daba igual que vigilasen Ammed y Sadif, o Otul y Jafez. O cualquier otra combinación que hiciesen entre esos cuatro. Todos ellos estaban igual de dotados y les encantaban los culos de esos dos napolitanos.

A Fredo siempre lo reconfortaba su amado Piedricco, que cada día era más bonito y adoraba con mayor intensidad a su potente macho. Aunque últimamente le estaba azotando con más frecuencia alegando que no le prestaba toda la atención que requería cuando le hablaba. Y cómo se la iba a prestar si siempre se le ocurría decirle cosas cuando le estaba perforando el culo!. Bastante tenía el crío con gemir y babear por la boca y por el pito, saltando como un loco sobre el cuerpo de Fredo que le metía unos empellones de la hostia!. Y el otro dale con la manía de contarle al chico lo que había hecho antes de conocerlo o lo que harían al cabo de una semana. Pero si a Piedricco todo eso no le importaba!. Para él sólo contaba el momento presente junto a su hombre y degustar lo más posible los pollazos que le metía por el culo y esperar a que le diese leche cada mañana como desayuno. Sin embargo, Fredo le zurraba las nalgas sin demasiada fuerza para castigarlo por no recordar todo lo que le había dicho durante el polvo. Por qué no le preguntaba cuantas veces se la había metido desde que lo conoció?. Eso si lo sabía Piedricco de memoria y no le fallaba ni uno. Con peros y señales podía repetir todo lo que había ocurrido y las sensaciones vividas en esos momentos. Y también podía decir que cada día amaba más a Fredo, aunque le pegase por esas bobadas.

De Atina fueron a Arpino. Otra vieja fortificación romana y les pareció un lugar tranquilo donde pernoctar. Todos tenía más ganas de lavarse que de comer, pero tuvieron tiempo para todo y eso benefició grandemente al grupo. Hasta el conde estaba de mejor humor y se paró más tiempo con sus esclavos. Los usó a todos Y Curcio probó una vez más las vergas del amo y las de sus compañeros. Pero Nuño le dejó a Fulvio que lo disfrutase dos veces y eso le encantó a los dos chicos. Guzmán también gozó en mayor medida de la polla de su amo, pues se la metió otra vez en plena noche mientras el resto dormía.

Y le dijo mil veces que su aroma excitaba su vida y el calor de su ser le transportaba a otros mundos de fantasía y placer. Iñigo se despertó el primero y pasó por encima de Guzmán, para colocarse pegando el culo al vientre del amo, y se ganó el primer pollazo del día. Y que gusto le dio notar esa leche caliente en su barriga antes de que se desperezasen sus compañeros. Y los que no paraban de metérsela mutuamente eran Mario y Denis. Lo hacían por la noche, al despertarse y en cuanto tenían un momento para bajarse las calzas y poner el culo.

Y Froilán tampoco desaprovechaba las pausas ni los descansos para beneficiarse a sus dos chavales. A Ruper cada vez le daba por el culo con más fuerza y energía y al chico se le subía la sangre al cerebro, nublándosele la vista. Y Marco seguía poniendo al amo como un burro tan sólo con mirarle a los ojos sonriendo. A él lo follaba con el mismo mimo y cuidado que si tocase un arpa de marfil y oro. Pero el chaval se entregaba a su dueño con tanto ardor que terminaban haciendo crujir el suelo del aposento.

Ya iban camino de Alatri, donde les aconsejaron no dejar de ver la acrópolis romana, y a la altura de Casamari, tuvieron un incidente con unos bandidos. Primero temieron que fuesen gentes del Papa, pero al verlos de cerca tan desarrapados y sucios, se inclinaron por calificarlos como meros asaltantes de caminos y, aún siendo bastantes, les dieron para el pelo y en la refriega murieron más de diez, casi sin mancharse las manos de sangre ninguno de los chicos. El resto de los proscritos salió por pies echando leches y ni se les ocurrió volver la vista atrás. En esa ocasión quedó probado el acierto de Guzmán, Ruper y Marco, al convencer a sus amos para que la mayoría de los chicos usasen un arco con flechas. Y más de uno se lució haciendo blanco a la primera en órganos vitales, para acabar con la vida de la pieza de una manera rápida y lo más limpia posible. Realmente fue como cazar conejos asustados.

A consecuencia del ataque se desviaron a esa población y sus habitantes los recibieron como héroes por haberlos librado del atajo de atracadores que les tenía hasta las narices con sus robos y asesinatos. Las mozas en edad de merecer se volvieron locas al ver tanto joven apuesto y pensaron que serían amorosos galanes para darse un revolcón con ellos. Pero no calcularon que los mozos en cuestión preferían revolcarse entre ellos o, como una concesión por la buena acogida, podrían hacer el exceso de tocarle el culo y la polla a otro mozo del pueblo. Y de suyo dos de los imesebelen lo hicieron y se la clavaron a dos muchachos que se pasmaron al ver sus trancas en posición de ataque. Cuando quisieron reaccionar, ya los habían ensartado contra la pared de un establo. Vieron la luz a través de los muros de piedra y posiblemente en toda su vida no olvidarían aquellas dos porciones de carne contundente y abrasadora.

Froilán también hizo alguna cosa con otro chaval que era hijo del hombre más rico de esa zona y uno de los que más sufriera las molestias ocasionadas por los facinerosos que ya criaban malvas en el campo. El chico se le puso a tiro tras unos setos del jardín de la casa, donde el conde y él fueron invitados a comer, y le palpó el culo. Pero la cosa no quedó ahí, pues una vez que habían dado cuenta de los postres, al noble aragonés le entraron ganas de aliviarse y el padre mandó al hijo que acompañase al ilustre invitado para mostrarle el camino. Y lo que el chaval le mostró a Froilán, además del excusado, fueron las posaderas, levantándose la túnica por encima de la cintura, y Froilán se la hundió en el ano hasta hacer tope en las nalgas con su bajo vientre. El chico se estremeció como una paloma herida, pero apretó con el culo el carajo del otro ordeñándoselo como una teta.

Nuño no se preocupó de otear ninguna pieza para tirársela y se limitó a charlar con su anfitrión, mientras los esclavos esperaban en otra dependencia a que sus amos terminasen de comer. A ellos les sirvieron a parte y fueron tratados como simples criados de los poderosos señores extranjeros. Pero eso no impidió que algunos ojos los viesen con avidez y codiciosa lujuria imaginándolos en pelotas y espatarrados cobre un lecho para servir de receptáculos para la lascivia de algunos y de puntas de lanza para calmar el furioso calor vaginal de otras cuantas muchachas.

No cabe duda que la juventud es hermosa en si misma y más si la naturaleza le ha dotado generosamente con un físico que hace latir el sexo y palpitar los corazones de quienes miran ese cuerpo pletórico de energía y salud. Eran jóvenes escogidos y tratados convenientemente para destacar más sus atributos. Y no sólo por el hecho de usarlos como potras para la monta, sino como ejemplares de exhibición que exaltaban la buena cría y virtudes de una raza de campeones. Una yeguada espléndida para jinetes avezados en la doma. Pero también, criaturas maravillosas por lo que encerraban dentro del pecho. Así eran los muchachos del conde y de Froilán. Y semejante jauría no pasaba desapercibida en ninguna parte.

Tanto es así, que antes de llegar al final de la etapa preestablecida, vieron acercarse un grupo de frailes que, según dijeron, iban de camino hacia la Certosa di Trisulti, una abadía benedictina en origen, fundada por San Domenico di Foligno, y consagrada desde hacia unos años como abadía de San Bartolomeo. Al frente de los monjes marchaba un joven de cara aniñada, pero que ya no cumpliría dos veces los dieciocho años, que dijo ser el prior del cenobio. Y, en calidad de tal, invitó al conde y al resto de la comitiva a alojarse en el convento y disfrutar de la hospitalidad de su tío el abad Genaro. El nombre del jovencísimo prior era Luca

Al conde le entraban los lógicos resquemores de sus pasadas experiencias entre hábitos y toscos sayales, pero al no tener claro donde podrían alojarse en Alatri, aceptó. Además tenía entendido que en Trisulti había un castillo y eso le aseguraba un lugar donde refugiarse con los chicos si a los tonsurados se les empinaba en exceso la polla al ver tanto joven hermoso. Y otra vez más tentó a la suerte yendo a pasar la noche a otro convento de frailes.