Un rayo de luz, en el que bailaban motas de polvo, tocó los párpados de Iñigo, diluyendo su sueño. El chico se veía abrazado por su señor y otro joven muy bello y que acaparaba el aire con su aroma sugiriendo sexo y pasión. El muchacho, en medio de ambos, recibía caricias y besos, pero sus manos, pegadas al cuerpo, no lograban moverse y palpar también a sus ardorosos amantes. Suponía un dulce suplicio que sin tener final agotaba sus fuerzas en un indefinido orgasmo seco que sólo le humedecía el orificio del pito.
Volvió a su realidad y notó en su espalda el calor de otro cuerpo y un glande casi duro que rozaba su ano esperando entrar de nuevo. Y temió que no le seria fácil, puesto que se había cerrado otra vez reparado por el descanso en el sopor de la noche. Su cara estaba frente a la del otro muchacho, que aún dormía, y sintió ganas de besarlo sin romper el encanto de la paz somnolienta de un rostro tan bonito. “Qué hermoso es este muchacho”, pensó. Y cómo iba a desplazarlo del afecto que sentía su amo por él. Pero de pronto razonó y se dijo: “Por qué he de moverlo de este lecho para atraer a nuestro amo?. Podemos gustarle de igual modo los dos. Y aunque no llegue a amarme como a él, siempre me querrá más que a cualquier otro. Puedo ser también amado por mi señor, además de ser su fiel esclavo, y compartir con este joven la dicha del sexo y la felicidad de ser parte de la vida de nuestro amo.
Y sin previo aviso, una presión en su esfínter le anunció la entrada en su cuerpo del dueño de su ser y su vida. El conde lo sujetó por el vientre con una mano e irrumpió con la verga en su recto después de lubricarle el ojo del culo con saliva. Y otra vez le costó meterla, pero ya no encontró la misma resistencia que la vez anterior. Y al tercer intento logró penetrar en el cuerpo del chico llegando al fondo sin problema. Nuño se había encarnado en el muchacho, notando aún más gusto que al desvirgarlo. Y lo folló otra vez, pero ahora era más delicado en su empuje y se movía despacio, como queriendo recrearse con la sutil viscosidad interior de la tripa del chaval.
Iñigo, que ya amaneciera empalmado, sintió crecer más su pene y también la pegajosa savia que expelían sus huevos por el capullo. Y esta vez el conde le habló al oído, susurrando cariño y sosegada pasión, y él creyó enloquecer de placer. Y entre gemidos pensó: “Cómo el mismo hombre puede ser tan rudo y tan tierno al mismo tiempo”. Indudablemente Iñigo podía dar fe que su señor era un macho perfecto y muy potente por su fuerza y empuje al poseerlos tanto al otro joven como a él.
Guzmán se despertó con los jadeos de Iñigo y su amo. Y se dio prisa en unirse a ellos al dejarle su dueño volver a besar la boca de Iñigo. Y, después de sorberse la lengua y beberse las babas entre los dos, Nuño le ordenó al mancebo que le mamase la polla a su compañero para acabar los tres juntos con crecientes estertores y gemidos que espabilaron a los dos eunucos.
Nuño estaba satisfecho con su pareja de esclavos, porque ninguna puta, en la más brutal orgía, podría llevarlo al clímax del orgasmo como aquel par de chiquillos. Y se colocó en medio de ellos y los estrecho fuertemente besándolos en todos los puntos de sus rostros. Y les dijo: “Te has portado bien, Iñigo. Y os quiero a los dos en mi cama. A partir de ahora dormiremos los tres juntos. Y tú, Yusuf, no creas que tu culo tendrá descanso porque disponga de otro para follar. Tú recibirás tanto o más que hasta ahora. Y como anticipo, te la meteré y te joderé en cuanto recupere las fuerzas y mis cojones puedan segregar la misma cantidad de leche conque acabo de llenar la barriga de esta otra joya”.
Y tras follar intensamente a Guzmán, que vació sus bolas en la boca de Iñigo, se quedaron un buen rato adormilados, sin separarse ni un ápice ninguno de los tres, hasta que los eunucos entraron en la habitación recordando al conde que debía acudir a una audiencia con el rey. Y, aunque sintiese pereza para levantarse de tan a gusto que estaba con sus dos chicos, era preciso que se bañase y acicalase convenientemente para presentarse dignamente ante su Señor. Además, los dos eunucos tenían que cuidar también del aspecto del joven paje, que acompañaría a su señor durante la audiencia, y sin darle tiempo a decir palabra lo llevaron a otro cuarto para ponerlo pulcro y lustroso como correspondía a la ocasión.
Guzmán ayudó a Nuño a bañarse y aprovechó ese momento de intimidad para volver a la carga con sus conjeturas respecto al atentado real. Y le preguntó al conde: ”Todavía no sospechas de nadie”. “Pueden ser tantos”, respondió Nuño. “Podría estar involucrado mi tío Don Fadrique?”, añadió el mancebo. Nuño calló unos segundos y besó al chaval en el pelo. Y luego respondió: “Ese hombre resulta huraño y de mirada oscura. Y no sólo por la cicatriz en el labio que afea su rostro”. “Se trata de una herida de guerra?” interrumpió Guzmán. Y Nuño prosiguió: “Fue un accidente de caza durante una montería”. “Y no se le conoce alguna acción impropia de un príncipe?”, sugirió Guzmán. Nuño se refrescó la cara con las dos manos mojadas y añadió: “Su episodio más dudoso se refiere a la huida de la corte del emperador Federico II, que era primo de su madre... Tu abuelo Don Fernando III, a al muerte de su esposa la reina Doña Beatriz, tu abuela, lo envió para que recibiera en su provecho las posesiones de la reina en el imperio y el ducado de Suabia, sobre todo. Pero después de servir al emperador un tiempo, se marchó a Milán, ciudad enemiga de Federico II, y luego regresó a Castilla. Nunca se supo con claridad los verdaderos motivos que tuvo para traicionar al rey de romanos, perdiendo así el ducado y las posesiones y tierras de los Hohenstaufen”.
Y Nuño continuó ilustrando al chico con sus propias elucubraciones: “No me extrañaría que intente algo parecido y antes dudaría de él que de otro. Según me dijo mi pariente Don Nuño González de Lara, que capitaneó las tropas reales y venciendo a los sublevados en Lebrija, ese otro tío tuyo tomó parte en dicha conspiración contra su hermano. Y esta sospecha también la corroboró Don Rodrigo Alfonso de León, que también luchó comandando las tropas con mi pariente el señor de Lara”. “Y quién es ese otro señor?”, preguntó Guzmán. “Te refieres a Don Rodrigo?”, inquirió Nuño. “Sí”, afirmó el chico. Y Nuño le explicó: “Es un hijo ilegítimo de tu bisabuelo el difunto rey Don Alfonso IX de León. Y es un gran señor digno de haber sido príncipe de no haber nacido bastardo”. “Pero eso no me aclara si crees que haya ordenado ahora la muerte del rey”, insistió Guzmán. Nuño le dio un capón y dijo airado: “Guzmán, no se debe tildar a un infante de algo tan grave sin tener la seguridad absoluta de que tal cosa es cierta. No te das cuenta que hablamos de la familia real?. De tu familia. Porque él también es tan hermano de tu padre como el rey o los otros infantes. No llegues a conclusiones precipitadas y deja que Froilán y yo averigüemos algo más sobre este incidente. Seguramente el rey nos lo pedirá”. “Sí, amo”, contestó el mancebo no muy convencido.
Y el chico preguntó otra vez: “Vas a revelarle mi identidad a Iñigo?”. “Tendré que hacerlo por nuestra seguridad. Pero creo que todavía es pronto”, respondió Nuño. “Sabrá guardar el secreto y pienso que es mejor que lo sepa todo cuanto antes”, puntualizó Guzmán. “Deja que haga las cosas a mi modo y no te precipites, Guzmán”, concluyó el conde. “Sí, amo”, acató el chaval, ocultando las ganas que tenía de ir con él a ver al rey e intentar averiguar quien había querido matar a su egregio tío.
Guzmán sentía un sincero afecto por el hermano mayor de su difunto padre y lo respetaba no sólo por ser el rey, sino por ver en él un hombre bueno e inteligente que quería de verdad el bien de sus súbditos y la prosperidad de sus reinos. Amaba la poesía y la música y cualquier expresión del arte y la cultura y no era cruel con sus enemigos ni un tirano para nadie. Don Alfonso le gustaba como soberano y como tío. Y a pesar de haberlo engañado con una muerte fingida, que suponía un delito de alta traición a la corona y podía costarle la vida, en serio esta vez, Guzmán no estaba dispuesto a consentir que le quitasen la vida a su pariente. Pero tenía muy chungo que el conde le dejase hacer algo al respecto y entrometerse para intentar impedir un regicidio. En esos días, ni en Castilla ni en León estaba el horno para más bollos que los justos.