Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

sábado, 27 de agosto de 2011

Capítulo XIX


Guzmán se entretenía jugando con los eunucos, esperando la vuelta del amo, y le sorprendió ver que Iñigo regresaba a los aposentos en compañía de Ruper solamente. El mancebo sólo llevaba puesta una ligera túnica a la usanza árabe y toda su belleza se mostraba a los ojos de los otros mozos de una manera no sólo impactante sino un punto provocativa, ya que se trasparentaba su desnudez. Su cuerpo era un regalo para los sentidos y aún sin la menor intención sexual, no podía impedir que, en cierto modo, cualquier otra persona se prendase de él, aunque solamente fuese para contemplar su armónica complexión.

El mancebo preguntó por los señores y Ruper, abrazándolo y besando sus mejillas, le contó que se habían quedado con el rey para tratar asuntos muy importantes y secretos. Y ellos, no teniendo nada mejor que hacer, habían decidido hacerle compañía hasta que tuviesen que prestar de nuevo algún servicio a sus amos. Y aunque pareciese algo raro, a Iñigo no le extrañaron ni la familiaridad de Ruper con el otro chico ni que no se asombrase al ver que no era una moza como supuestamente creían todo el resto de los huéspedes del castillo. Iñigo vio como el mancebo y Ruper se alegraban de verse, o mejor dicho de reencontrarse otra vez, tras una larga ausencia, y que la confianza entre ellos era absoluta al punto de no tener necesidad de ocultar su sexo y disfrazarse de lo que no era.

Los dos chavales hablaron de muchas cosas y de como sus amos les tenía el ojo del culo de perforado, a pesar que el conde ya contaba con otro de recambio, pero sin mencionar nada referente a cualquier otro aspecto que no fuese relativo a su condición de siervos y esclavos de sus respectivos señores. Pero Iñigo notaba que a Ruper se le hacía algo difícil tratar de igual a igual al otro muchacho, a pesar de que el mancebo, nada más ver a Ruper, le dio pie para romper toda reticencia en ese sentido llamándole hermano y amigo del alma. En cierto modo era normal que sabiendo Ruper de quien se trataba, le costase no inclinar al menos la cabeza ante Guzmán, aún sin dirigirse a él con el debido tratamiento de alteza, tanto por su origen almohade como por el castellano y leonés.

De pronto Iñigo les espetó a los otros dos chavales: “Ruper, conocías a ese joven príncipe que mencionó el rey?. Guzmán y Ruper se miraron sorprendidos por la pregunta y el aludido respondió: “Sí. Le servía cuando me conoció mi amo”. “Y él, también lo conoció?”, inquirió Iñigo mirando para Guzmán. “A quién se refiere ?”, disimuló el mancebo preguntando lo que ya suponía. “Al señor de la Dehesa”, contestó Ruper. “Ese título es ahora del hijo de mi amo”, añadió Guzmán queriendo desviar el asunto. “Del que hablaban, dieron a entender que ya está muerto. Tú lo has visto alguna vez o le serviste como hizo Ruper?”, insistió Iñigo dirigiéndose al mancebo. “Lo conocí, puesto que era muy querido por mi amo. Incluso fue su doncel”. E Iñigo llegó más lejos en sus pesquisas, sin dejar de observar los gestos de los otros dos muchachos que se miraban de soslayo como buscando un escape al incómodo interrogatorio a que estaban siendo sometidos por Iñigo. Y éste preguntó: “Y era tan bello como dijeron al referirse a él?. Porque por un momento daba la impresión que hablaban de un joven tan hermoso como Yusuf y muy parecido a él”.

Ruper abrió la boca, pero no pudo pronunciar palabra. Y Guzmán salió al quite: “Tan guapo me ves, para compararme con la descripción que pudieran hacer de ese joven señor?”. “Sí”, afirmó Iñigo. Y añadió: “Eres el muchacho más guapo y más excitante que he visto en mi vida. Y no es que Ruper no sea bello también. Pero no tanto como tú. Y ni nuestro amo o don Froilán lo son”. Guzmán rió y exclamó: “Me prefieres a mí a todos ellos?”. Pero Iñigo no se inmutó, ni sonrió. Y contestó: “No se trata de preferirte, al menos en lo referente al sexo. Puesto que me ha gustado sentirme dominado y usado por otro hombre más fuerte y superior a mí. Y ese es mi señor el conde, que también es tu amo. Pero eso no quita para reconocer que tú eres mucho más bello que nosotros y que cualquier otro que yo haya visto antes de ahora. Eres como debió ser ese noble príncipe cuyo recuerdo empañó la mirada de su majestad el rey”. Guzmán creyó no poder impedir que sus ojos también se empañasen y preguntó: “Tanto se emocionó mi...mi Señor Don Alfonso al recordarlo?”. Y ahora fue Ruper quien se adelantó con la respuesta: “Sí. Y también mi señor y el tuyo tragaron saliva para superar el mal trago”. “Lo imagino”, exclamó el mancebo, refiriéndose a un mal trago distinto al de la emoción del rey.

Ruper buscó una salida y se despidió de los dos jóvenes alegando que tenía trabajo que hacer para preparar el equipaje de su amo. Ya que efectivamente les acompañarían a Italia para ayudar al conde en su embajada. Y al marcharse Ruper, Iñigo retomó su investigación: “Dime una cosa”. “Pregunta”, dijo Guzmán. E Iñigo lo hizo: “Si Don Froilán exhibe en público a Ruper y nuestro amo me muestra como su paje y ninguno disimula que les gustamos no sólo para ese servicio, lo mismo que hacen otros soldados y señores respecto a otros jóvenes, por qué tienes que disfrazarte de mujer para mostrarte delante de los demás si no les importa que le conde se folle a otro joven en lugar de a una mujer?. Y, curiosamente, no es necesario que lo hagas delante de Ruper, ni de su amo, imagino. Ya que no sería lógico que si el siervo sabe o conoce algo concreto sobre ti para que no tengas que ocultarte con faldas, no lo sepa también su señor”. Guzmán estaba en un lío y no sabía como salir airoso del embrollo en que lo estaba metiendo aquel puñetero jovencito. Que si su hermana era lista, al menos en el juego, él tampoco tenía ni un pelo de tonto a la hora de sacar conclusiones de las evidencias que le ponían delante de las narices.

Y sin argumentos que esgrimir ni saber que contestarle al otro chico, Guzmán nunca se alegró tanto de oír la voz de su amo como en ese instante. Y el conde dijo: “Iñigo. Más pronto que tarde te lo diría, pero veo que tú solito has sacado tus propias conclusiones y sospechas lo que es tan cierto como estamos los tres en esta habitación mirándonos. No puede reconocer nadie a tu compañero o nuestra vida no valdría nada. Y por eso, sólo muy pocos sabemos quien fue. Puesto que ahora sólo es mi esclavo y nada más. Efectivamente todos los honores y estatus murieron hace unos años y sólo quedó conmigo la misma persona que un día, siendo un furtivo, cacé en mis tierras y lo hice mi esclavo. Ahora no es más que eso y nunca volverá a ser libre, como tampoco lo serás tú”.

Iñigo se postró ante se señor rogándole que perdonase su atrevimiento, pero Nuño lo levantó del suelo y le besó la boca para decirle después: “Eres muy inteligente y eso me gusta. El también lo es, pero se pasa de listo a veces. Y por eso tengo que atarlo en corto con frecuencia. Aunque reconozco que es muy valiente y no hay nadie que maneje el arco tan bien como él. Y te enseñará a hacerlo y no fallar la puntería nunca. Has de saber que me salvó la vida más veces de las que yo se la salvé a él. Y que le amo no hace falta que te lo diga, porque ya lo has comprobado en el poco tiempo que llevas con nosotros. Y sólo espero que nos quieras como nosotros te queremos a ti. Bésalo y para llamarlo usa el nombre que él prefiera”. “Entonces su nombre no es Yusuf, sino Guzmán?”, inquirió Iñigo. Y respondió el mancebo: “Mi nombre son los dos. Pero nuestro señor siempre ha preferido llamarme Guzmán. Y sólo soy su esclavo y tu hermano en el servicio que debemos a nuestro amo. No lo olvides, porque tú no has conocido al otro, ni debes ver en mí lo que fui, sino lo que soy. Otro esclavo sin importancia como lo eres tú”.

Iñigo estaba colorado, ya que sentía vergüenza por haber provocado aquella escena, pero su azoramiento no resistió la palpada de nalgas que le metió el conde, ordenándole que se desnudase porque iba a premiarle por su sagacidad. El chico se puso en pelotas con prontitud y esperó el premio de su amo. El conde lo llevó hasta el lecho y le ordenó que apoyase las manos sobre la cama. Iñigo obedeció sin saber que le esperaba esta vez y pronto lo supo.

Nuño le hizo un ademán a Guzmán para que se acercase y le rasgó la túnica dejándolo también en bolas. “Y ahora arrodíllate y lámele el culo a este puto cabrón que me va a dar tantos dolores de cabeza como tú. Por qué carajo tengo que dar siempre con los más listos y decididos!”, dijo el conde no evitando traslucir el orgullo que sentía por ser el dueño de aquellas dos criaturas maravillosas.

Guzmán hizo el encargo de su amo poniendo el ojete de Iñigo como una guinda en almíbar, pringosa de caramelo, y sin retirarlo de su sitio para alcanzar bien el culo del otro, el conde comenzó a jugar con sus dedos dentro del ano del rubio muchacho. Y el mancebo veía como le entraban despacio y salían para introducirse otra vez. Y así varias veces, sin que Iñigo dejase de gemir y suspirar acusando la paja anal que su amo le hacía. Guzmán se dio cuenta de lo bonito que era aquel ojo del culo y comprendió que su amo se pusiese ciego de lujuria tan sólo con imaginarlo abriéndose para su verga. Incluso a él mismo le ponía burro verlo y tocarlo con la lengua. Y hasta podría apetecer meterle también los dedos para sentir ese calor interior y la suavidad que siempre decía el amo que tenían las tripas por dentro. Y el agujero de Iñigo se abría, porque cada vez que el dedo del conde salía del todo, el esfínter del chico balbuceaba como la boca de un niño que todavía no sabe pronunciar las palabras correctamente. Y parecía pedir rabo y, aún sin deletrearlo del todo, se le entendía perfectamente que estaba salido y cachondo como una gansa de las que custodiaban el Capitolio de Roma en los gloriosos tiempos en que dominó el occidente del mundo y algo del oriente también.

Qué gusto le había encontrado el muchacho a que le diesen por el culo!. Se le notaba en su piel como la de las gallinas y en el vello del cuerpo erizado como si un imán lo levantase por donde el amo pasaba la mano. Entonces el conde empujó a Guzmán tirándolo al suelo y bajándose por delante las calzas, enculó al chaval azotándole con fuerza las nalgas en castigo por hacer tantas preguntas indiscretas. Pero a Iñigo ese castigo le pareció el mejor de los premios conque su amo reconocía su inteligencia para no dejar que se las diesen con queso.

Y Nuño lo folló tan salvajemente como lo hacía con Guzmán. Y el chico acabó antes de que el amo le llenase la tripa de leche. Ahora si podía decir que era un esclavo al que el amo montaba sin ningún mimo si necesitar bridas u otra espuela para aguijonearle las ancas que su enorme polla hincada con fuerza en el culo. Al terminar el conde, el chaval no se movió y se pudo ver bien como le había dejado las nalgas de rojas y mojadas de sudor, que se mezclaba con el reguero de semen que le salía por el ano patas abajo. Y Guzmán ya sabía que dentro de un rato le iba a tocar a él otro polvo igual de brutal que el que le había metido el amo al esclavo más joven.

Y no se equivocó. Nuño lo cogió por una oreja y lo condujo hasta los postes de madera torneada que sostenían el dosel de la cama y lo ató a ellos por las muñecas. Luego, tumbado boca arriba, también le sujetó los tobillos, pero al travesaño que unía por encima los que estaban a los pies del lecho. Y, así, enseñando el agujero y las patas bien levantadas, Nuño se arrodilló frente a él y lo calzó por delante como a una puta con un verdadero coño. Y así lo dijo para que lo oyera Iñigo. “Mira como se folla a una coima caliente como una perra y más viciosa que la peor zorra del burdel de más baja estofa del reino. Esta perra me tiene embrujado y con sus artes ha prendido mi sexo al suyo para no despegarse jamás. Mira como la voy a preñar y como gritará, la muy puta!, cuando note que mi verga escupe mi leche dentro de su entraña. Se pone loca al notar el calor de mi cuerpo dentro del suyo y yo deliro al sentir el pálpito de su vicio en mi alma, que se mete en ella a través de mi polla. Iñigo, puede que algún día deje que tú también sepas lo que es meter el pene en este templo, que es el más sagrado para mí...Ahora sólo te permito que beses su boca y te llenes con la agitada respiración que exhalan sus pulmones mientras poseo su vida al follarlo. Nadie se entrega como él en el supremo acto del erotismo. Es fuego, vida y muerte en un sólo instante. Y nada puede compararse a esta sensación de compartir el placer con esta criatura hecha para el amor. Bésalo, Iñigo. Bésalo y dale tu saliva porque su boca se seca abrasada por el deseo de ser mío”. El triple orgasmo se escuchó en toda un ala del castillo de Soria, que acogía esos días a la corte del rey de Castilla y León.