Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo XXVI

Cada vez que un rayo de sol le daba en los párpados, a Guzmán le temblaban nerviosos, no queriendo abrirse y despertar del sueño fabuloso en que estaba inmerso. Estaba en un jardín florido, lleno de aromas y sensaciones de paz. Y en ese lugar estaba con su amante, pero también compartía con ellos esa felicidad el joven Iñigo. No veía a la condesa, pero sabía que estaba allí y la acompañaba Blanca. Y, de pronto, aparecían Ruper y Froilán. Y éste les decía que se llevaba con él a la hermana de Iñigo. Y lo raro es que al despertar lo recordaba como si lo hubiese vivido.

Sintió entonces los brazos de Nuño, estrechándolo con mucha fuerza, y supo que también estaba despierto y quería gozarlo como era habitual cada mañana. Porque, aunque ahora también estaba Iñigo en la misma cama, el conde prefería iniciar la jornada dándole por el culo al mancebo. Quizás fuese la fuerza de la costumbre o, por qué no, el amor. Pero lo cierto es que en el primer culo que la metía era el de Guzmán. Y el segundo polvo ya sería para el otro joven, que se habría corrido viendo como se follaba a su compañero.

La ventaja de tener tan pocos años, era la rapidez conque sus cojones se llenaban de nuevo de leche. Y el muchacho disfrutaba como una perra al montarlo el amo, gozando lo mismo que si no se hubiese corrido todavía. A su edad, da lo mismo eyacular una que tres veces, porque la polla se levanta con el mismo empuje y ganas que antes de verter ni un solo espermatozoide. A los dos chicos les encantaba que su dueño los follase. Y al notar su leche en las tripas, eyaculaban sin poder remediarlo. Era como si el cipote de Nuño abriese la espita del esperma en ambos muchachos.

Y esa mañana abandonaban la casa de un pariente de Froilán en Terrassa para continuar el viaje. Salieron temprano y apuraron el trote. Y pasado el medio día entraron en Barcelona, tras unas breves paradas para los indispensables alivios y comer algo durante el camino. Ahora se tomarían un tiempo antes de embarcar para Nápoles. Además tenían que ver al rey de Aragón y cumplimentarlo debidamente en nombre de su Señor Don Alfonso.

Froilán tenía otro palacio en la ciudad condal, ya que por parte de madre pertenecía a una de las familias más nobles y ricas del principado de Cataluña. Y nada más llegar a Barcelona, se dirigieron al gran casón ubicado cerca de la seo y del palacio real de la Corona de Aragón. Sabían que no debían perder tiempo innecesariamente, pero les convenía un buen descanso y arreglar asuntos de dinero con un prestamista judío, conocido de la ilustre familia de Froilán. Para cubrir los gastos en tierras italianas, necesitaban buen crédito, ya que no era oportuno llevar encima todo el oro y la plata que les hacía falta. Era mejor una carta al portador, que garantizase el pago de las cantidades que fuesen precisando, sin tener que desembolsar su importe en monedas.

El conde tomó la decisión de descansar ese día, antes de presentarse en la corte de Don Jaime I. Todos se relajaron y gozaron de tiempo libre para desfogarse con sexo y juegos de distinto tipo. Y a la mañana siguiente fueron al palacio real. El rey, casi apunto de cumplir los cincuenta años, les impactó por su aspecto de héroe mitológico, cuya áurea se acrecentaba por sus luengos cabellos oscuros y la cuidada barba canosa que orlaba su rostro. Su imagen era la representación de un monarca que infundía respeto. Y el soberano los recibió afectuosamente abriendo los brazos para darles al conde y a Froilán la más cordial bienvenida a sus reinos.

Guzmán se agazapó detrás de Iñigo para no llamar la atención del rey ni de ninguno de sus cortesanos. Pero su apostura no pasaba desapercibida fácilmente al igual que la de Iñigo. Dos jóvenes tan extraordinariamente hermosos, por fuerza reclamaban las miradas de damas y caballeros. También se fijó en ellos el rey y la gentil Doña Teresa Gil de Vidaure, que no era reina, pero Don Jaime había contraído matrimonio morganático con ella después de enviudar de la reina Doña Violante de Hungría, madre de la joven reina de Castilla y León. Y el rey le preguntó al conde: “Esos dos jóvenes son vuestros pajes?”. “Sí, mi señor”, respondió Nuño. Y el rey añadió: “Me han dicho que otro joven muy bello y valeroso os acompañó a Granada hace unos años. Y que resultó ser sobrino de mi yerno, el rey de Castilla”. “Sí, mi señor”, afirmó el conde. “No cabe duda que sabéis elegir vuestros acompañantes, conde. Estos dos muchachos son de una belleza fuera de lo común. A ver que sorpresa nos reservan esta vez!”, añadió el rey. “Gracias, mi señor”, dijo Nuño. Y añadió: “Mi señor, son dos valientes luchadores, además. Cualquier gran señor estaría honrado de que le sirviesen”. “No lo dudo, conde. O al menos le alegran la vista a uno”, repuso el rey.

Y sin saber el por que, al conde le olió a cuerno quemado el interés de Don Jaime por su dos pajes. En realidad más por uno que por el otro, dado que la alusión al sobrino de Don Alfonso le dio que pensar a Nuño. Habría sospechado algo el rey de Aragón al ver al mancebo?. Froilán lo tranquilizó diciéndole que Don Jaime no había conocido a Guzmán antes de ahora. Y por mucho que le hubieran contado, era difícil relacionar al chico con su pasado en la corte de Sevilla. Froilán convenció al conde que lo mejor era clamarse e intentar disfrutar de la hospitalidad del rey, que les invitaba a un banquete esa noche y ni podían rechazar la invitación ni encontraba motivos suficientes que justificasen los recelos de Nuño.

Pasaron la tarde en el palacio de Froilán, haciendo mil cosas para entretenerse, sin olvidar ejercitar la espada y el tiro con arco. Pero dando una gran importancia a la lucha cuerpo a cuerpo y la defensa con puñal o daga. Y entre ellas, desde luego, no faltaba tampoco follar a destajo. Tanto el dueño de la casa, poniéndole el culo a tono a Ruper, como el conde con sus dos chavales. Y de tal manera se la calzó Froilán a su doncel, que posteriormente, en el banquete real, casi no se podía sentar el muchacho. Y Nuño, por su parte, tampoco se quedó atrás en eso de joder, aunque él repartió los polvos entre sus dos preciosos esclavos. Y no sólo los folló, sino que gozó con ellos mirándolos y tocándolos por todo el cuerpo. Y quiso también ver como ellos se sobaban y besaban. Y estuvo contemplándolos un buen rato mientras los dos se comían y lamían de pies a cabeza. Para Nuño era como ver a dos cachorros de león enredándose uno en otro y jugando a mordisquearse, pero los chicos hacían algo más que eso. Los besos que se daban iban cargados de pasión y deseo. Y no sólo lo hacían porque se lo ordenase su amo. Les gustaba tocarse y verse desnudos. Y el contacto físico los ponía cachondos, empalmándoseles las pollas como a dos potros.

Quizás lo gozaban más sabiendo que eso calentaba a su señor. Y luego les daría por el culo a los dos con más ganas y con tal ímpetu que podría partirlos en dos cachos. A Iñigo le disparaba el nivel de testosterona tener la polla de Guzmán en la boca y paladear su leche. Y a éste tampoco le desagradaba la del joven chaval. Y como el amo no daba a basto para darles de mamar y al mismo tiempo mantener sus barrigas repletas de semen, la función de sud penes era servirle al otro esclavo de teta, para darle un suplemento alimenticio complementario a la leche del amo. Y así estaban los dos de lustrosos y fornidos. Ningún otro joven tomaba tanta vitamina fresca como ellos.

Pero a la hora de engalanarse para asistir al sarao del rey, al conde le entraron dudas acerca de la conveniencia de llevar a Guzmán. Seguramente sólo faltaba que Don Jaime lo viese vestido para una fiesta y adornado con joyas y terciopelos, para que ya no le cupiesen dudas sobre la identidad del mancebo. Pero Froilán, que le encantaba ver a los muchachos tan guapos y con ese aspecto de dignidad principesca que les daban los trajes de corte, volvió a romperle la cabeza diciéndole que tantos temores y una ausencia del chico en palacio, mal justificada, sí conseguiría levantar sospechas y hacer creer al rey de Aragón y a muchos prohombre de su corte, que les estaban ocultando algo. Al final, entre el empeño de Froilán y las ganas de fiesta que tenían todos, vencieron las reticencias de Nuño. Aunque en realidad lo que las tiró por tierra del todo, fue ver a sus dos muchachos suplicándoselo desnudos a sus pies. Estaban como dos críos llorosos que les privasen de un juguete. Y el conde se enterneció y claudicó.

Don Froilám desempolvó mantos y jubones guardados en arcones de nobles maderas y guarnecidos de herrajes. Y los jóvenes iban hechos un pincel. Ruper vestía de tafetán verde, de pìés a cabeza, e Iñigo iba con un terno azul celeste en terciopelo y seda. Y para Guzmán se reservó uno que alternaba los paño en dos tones de rojo. Y los tres lucían collares de oro y pedrería y sus puñales colgados del cíngulo que les ceñía la cintura. Los señores llevaban galas con los blasones de sus casas estampados en el pecho. Y del cinto de cuero remachado en plata, pendían sendas espadas al lado izquierdo y un puñal en el derecho.

Y los guardias del palacio real presentaron armas al paso de los dos nobles con sus pajes. La cabezas se acercaban unas a otras para comentarse en voz baja la impresión que causaba ese grupo de jóvenes tan apuestos y altivos. Y las damas sonreían sus miradas y los hombres y muchachos exageraban los saludos, como queriendo todos destacarse ante ellos para que conservasen su imagen en sus retinas. Pero los ojos de los tres chicos más jóvenes preferían ver la elegancia y poderío de sus señores. Y a los dos amos, no le interesaba nadie más que los chavales que los seguían. Ahora sólo faltaba ver lo que le deparaba esa noche en la corte del rey Don Jaime I.