Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

lunes, 26 de marzo de 2012

Capítulo LXXXVIII



Al moverse Nuño al rededor de Lotario iba dejando un reguero de gotas de babilla por el suelo y le dolían los cojones de tanta excitación y la presión de la leche en ellos.
Y no era justo que si él tenía esa molestia no la tuviese el otro también y le echó mano a sus huevos y los estrujó con toda su mala leche.
El capitán pegó un salto hasta donde le permitieron las ataduras y se cagó en el conde y todos sus antepasados sin dejar que el sonido saliese de sus labios.
Pero no pudo reprimir un desgarrado alarido de angustia y dolor insufrible. Su polla quedó como muerta y floja por el apretón y sentía una punzada desagradable por el interior del bajo vientre ramificándosele por las ingles.

Su cerebro se repetía como consuelo: “Será hijo de la gran puta este maricón de mierda!”. Pero ese era un alivio relativo que no menguaba ni su miedo ni las molestias que sentía por todo el cuerpo de estar sujeto en tal postura. Y, encima, le machacaba los testículos el muy desgraciado del conde. Que le haría ahora ese jodido, se preguntaba Lotario.

Pues no era difícil averiguarlo ni deducirlo. Si ya tenía el semen recocido dentro de las bolas, lo lógico era soltarlo. Y qué mejor sitio para hacerlo ahora que dentro de la barriga del soldado! Seguramente había llegado la hora de montarlo y darle rabo hasta preñarlo y que le saliese el semen hasta por las orejas y los ojos. Ya que en la boca todavía tenía el sabor del esperma de Nuño.

Después de entrar y salir de su boca con el rabo, hasta hartarse, sin anunciarlo ni que Lotario sospechase los chorros que le iba a disparar en la garganta, la verga del conde eyaculó en su boca y no le quedó más remedio que tragarla so pena de ahogarse.
Le dio asco al principio e intentó escupir, mas el freno le molestaba hasta para eso. Y tuvo que resignarse y paladearla, pero no le costó tanto eliminarla de su lengua a base de degustarla y mezclarla con su saliva para que le bajase mejor por el esófago.

Su dignidad de macho ya estaba mancillada y su autoestima por los suelos, pero aún faltaba lo más gordo. Y gorda estaba la puta tranca del conde viendo ese cuerpo indefenso que iba a ser sacrificado a su placer.
Y, después de eso, lo que ya le pareció el colmo al capitán, fue que el miserable conde tuviese la desfachatez de tomarse un respiro y descansar y esperar repanchingado en un sillón a que sus cojonazos se cargasen de nuevo para preñarle el culo mejor y con más abundancia de semen.
Y así se lo dijo como haciéndole el mayor honor de su vida. Y por lo menos tuvo el detalle de quitarle el cabezal con el jodido freno de castigo, que ya le había dejado la boca hecha una mierda y con las comisuras rozadas y la lengua arañada.

Guzmán no dormía, pero tampoco quería despertar a los otros chicos, y se recomía al verse atado por la obediencia y no salir como un rayo en busca de Nuño. Si Lotario le causaba algún daño, no se lo perdonaría nunca a sí mismo por dejar solo a su amante con ese macho cabrio peligroso. Sin embargo, a cuento de qué temía por la seguridad de su dueño. Era un valeroso guerrero y un hombre muy fuerte y habilidoso tanto en la lucha cuerpo a cuerpo como con las armas. Y de suyo no conocía a ningún otro caballero que hubiese logrado vencerlo en el combate. Pero el mancebo sabía que puede darse un ataque inesperado y a traición y coger desprevenido y sin defensa al mejor de los soldados.
Apretó los puños sintiendo la impotencia en el corazón y su compañero se volvió hacia él abrazándolo como un niño a su madre. Guzmán creyó que había despertado, pero no era así. Iñigo estaba totalmente dormido y se aferraba a su cuerpo como una lapa se pega a la roca para que no la arrastre el mar.

El conde se enfrentó al culo de Lotario para rematar la tarea de iniciación y consiguiente domesticación de ese cabrito con olor a carnero hetero, dispuesto a atacar sus últimas defensas por retaguardia. Volvió a sobarle las nalgas y el lomo, recreándose en el tacto del vello que daba a todo su cuerpo ese aire de animal salvaje, cuyo aroma le embotada el olfato y excitaba su lívido, y se recostó encima de lomo del capitán restregando el pecho contra la espalda.
Lotario hizo un movimiento que quiso ser brusco para derribar al que pretendía montarlo, pero el conde se aferró con fuerza a él abrazándolo por detrás y plantando sus manos en los pectorales del sometido. De inmediato los dedos de Nuño jugaron con los pezones de Lotario, pellizcándolos y acariciándolos unas veces suavemente y otras apretando y sacando de ellos apagados quejidos que la boca del capitán no quería dejar salir. Pero un tirón repentino y mucho más duro le hizo pegar un salto y lanzar un aullido que rompió el humo de la antorcha conque el conde se iluminaba para ver mejor como le palpaba y abusaba del cuerpo de ese infeliz.

Nuño acercó su cara al cepo que aprisionaba la cabeza del capitán y le habló con calma dejándose oír con claridad: “Debes relajarte y aflojar los músculos... Principalmente los glúteos y no intentar rechazar o impedir la penetración. Tú fuiste quien cambio eso por tus bolas y ahora has de cumplir el trato o las consecuencias puedes ser fatales para ti... Soy generoso y voy a hacer que te guste en lugar de que te resulte desagradable y se te grabe en la mente un mal recuerdo que haga que lo rechaces sin desear volver a probarlo. Y yo quiero hacer de ti una de mis putas para disfrutarte con calma cada vez que me apetezca sentir mi polla dentro de una carne tan prieta y compacta... Empezaré por lubricarte el agujero que me servirá de coño esta noche y luego volveré a trabajarte las tetas, porque, como tú bien sabes, a toda hembra le gusta que el macho se las toque al follarla”.

Y el conde, sin levantarse y manteniendo su cuerpo sobre el de Lotario, metió los dedos de la mano derecha en un cuenco de aceite y los pasó por el ano del otro, introduciéndolos dentro para pringar la entrada del recto. El capitán cerraba el culo, pero los dedos en su interior le impedían hacerlo del todo. Y Nuño dilató un poco el esfínter de Lotario para plantarle la punta de la verga en el orificio y empujar para metérsela de una vez.

El capitán notó esa presión en el agujero del culo y no pudo soportar la idea de ser follado. Y sin poder evitar una reacción repentina de autodefensa, sacudió todo el cuerpo desplazando hacia un costado al conde. Este, muy cabreado por la terquedad del soldado, se incorporó y cogiendo de nuevo la vara le golpeó con tal saña que le rompió la piel de la espalda dejándosela rayada en sangre. Lotario quedó como muerto con la brutal paliza y Nuño se montó encima suya dispuesto a penetrarlo sin más miramientos ni contemplaciones.


El hecho de azotarlo de tal manera, le había endurecido más la verga, si cabe, y ahora enfiló el glande contra el puto agujero de ese culo que pretendía resistirse y calcó con toda sus ganas clavándosela de un sólo empujón. El conde notó como rozaba con la verga las paredes interiores del recto de Lotario, hasta hacer tope en las nalgas con los huevos, y el enculado bramó como un ciervo atravesado por la lanza de un certero cazador.

Al capitán se le nubló la vista con el punzante dolor en sus entrañas y de la boca le caían babas espumosas y hasta le faltaba el aire para respirar.

Nuño apretó aún más hacía dentro y el otro volvió a gritar con voz rasgada y rabiosa, pero el conde no iba a darle cuartel y comenzó a joderlo como si el objetivo fuese rajarle el ano y hacerle sangrar como en una verdadera violación del virgo de una mujer. Lotario jadeaba medio asfixiado y moqueando por la nariz, además de caerle las lágrimas y la saliva que no paraba de gotear en el suelo bajando por su mentón. Y el conde apretaba más los ijares de ese cuerpo que sometía bajo su cuerpo como si montase una animal salvaje.
Y bestial estaba siendo la follada, o más bien se diría la rotura del esfínter anal de Lotario, pues Nuño sentía que, al moverla, su verga chapoteaba en algo líquido dentro de aquel culo. Y no era necesario verla para suponer que, si no lo había llenado de leche todavía, sólo podía ser sangre mezclada con los jugos de las paredes de una tripa absolutamente irritada por el roce del cipote que la invadía.

El conde aplastaba los glúteos de Lotario para entrar más en él y éste sentía una comezón en el vientre como si tuviese ganas de cagar y al mismo tiempo notaba un sórdido temblor que recorría todos sus nervios provocándole espasmos y una cierta sensación morbosamente excitante que le desazonaba el cuerpo y sobre todo la mente y el alma. Hasta podría ser otra forma de gozo e insospechado placer, pero no podía admitir tal cosa, ya que, para él, a un macho únicamente le estaba permitido gozar cubriendo a una hembra y retozando con ella dependiendo si se trataba de una puta zorra cualquiera o de una dama.
Y ahora él era la ramera con la que el conde se estaba solazando a sus anchas y le estaba haciendo lo que nunca imaginó que fuese posible. El pensaba que el sexo entre tíos sólo consistía en darse por el culo. Y, normalmente que un macho maduro se la endiñase a un mozo adolescente, cuyo cuerpo todavía mantenía cierto parecido con el de una hembra. O con un eunuco, naturalmente, ya que esos tenían más de mujeres que de hombres. Pero nunca como lo estaba haciendo con él el puto cabronazo que le estaba taladrando el culo sin la menor piedad.

De repente el conde impuso un ritmo acelerado al émbolo que bombeaba en el recto de Lotario y éste creyó morir de angustia, pues más que dolor empezaba a sentir un roce en la próstata y una sensación que le excitaba y empalmaba la polla de un modo extraordinario.

Nuño se percató de ello y le agarró el cipote, mojado de suero viscoso, y le dijo: “Gozas, zorra?... Sabía que te entregarías como una perra... Alza el culo y disfruta más de ese ardor que sientes en las entrañas. Admite que notas una fuerza extraña dentro de ti que te causa dolor y gusto al mismo tiempo... Así, cacho perra!... Sube las ancas para que te cubra el macho, porque ya estás madura para quedar preñada”.
Y tras unas embestidas más, empujando a tope, el conde se corrió con fuertes sacudidas y jadeos bestiales y Lotario notó como entraba en él una corriente de vida que golpeaba su alma al igual que sus tripas. Y no pudo contener el flujo de semen que salió a borbotones por su pene salpicando el suelo, ni tampoco ahogar los fuertes gemidos que eso le provocó.

Nuño yacía extenuado sobre su lomo y a él casi no le quedaban fuerzas para darse cuenta que ya estaba desvirgado por el culo y jodido en su orgullo de macho. Y su vida estaba cambiando de rumbo sin contar con su voluntad ni a penas darse cuenta de ello. Cómo podría verle a la cara a otro hombre después de esto. Seguro que todos verían en la suya el vicio y la querencia por otro macho que volviese a montarlo como a una ramera, igual que lo había hecho el gran hijo de la zorra sin madre que acababa de romperle el culo hasta hacer que su sangre y la leche de ese castrón le corriesen juntas por la pata abajo.
Y la huella de su virginidad reventada no estaba recogida en un lienzo que el de una moza lozana sino que se esparcía por el suelo.

Allí quedó Lotario amarrado y sucio por dentro y por fuera y el conde se reunió con sus esclavos en sus aposentos.
El mancebo se incorporó al oírlo entrar y al verlo risueño, aunque denotando un fuerte cansancio, le preguntó: “Estás bien, mi amo?”. “Estupendamente... No duermes?”, inquirió el amo.
“Mi señor, cómo iba a hacerlo sin saber como estabas ni que podría ocurrirte con ese puto castrón”, dijo Guzmán.
Y Nuño respondió: “Y qué pensabas que pasaría?. Acaso dudabas que lograse someter a ese cabrito?... Va camino de ser más manso que un borrego de un año... Y los otros, están dormidos?”.
“Si, amo. Ellos si duermen tranquilos... Y no es porque confíen más que yo en la fuerza de su señor. Pero yo no puedo hacerlo sin tenerte cerca y estar seguro que descansas tranquilo”, alegó Guzmán.
Nuño se acercó a su esclavo, lo besó en la boca apasionadamente y le respondió: “Sé que es lo que no te deja dormir... Y el motivo está dentro de tu corazón. Yo tampoco puedo cerrar los ojos cada noche si antes no te he besado así... Empuja a esos dormilones y hazme un sitio a tu lado porque quiero sentir al amor a través de tu piel... Lo que acabo de hacer sólo fue un polvo... Bien echado, pero sólo eso”.
Y por fin el mancebo se quedó profundamente dormido abrazado a su dueño y amante.