Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

lunes, 8 de agosto de 2011

Capítulo XI

El conde y su manceba se unieron de nuevo a la comitiva y Marta no volvió a meterse en la carreta sino que prosiguió el camino detrás del conde montada en Siroco. Iñigo puso su montura a la par con la del mancebo y sin mirarlo le dijo: “Es muy hermoso, señora”. “Quién?”, preguntó ella. “El caballo. Es un ejemplar extraordinario y ese pelaje negro, tan brillante, lo hace mucho más atractivo todavía, señora”. “Es de muy buena raza, pero no es fácil montarlo. Hay que ser un buen jinete para que no te derribe”, añadió Guzmán. Y el chico afirmó: “Soy buen jinete, señora. Y no es corriente que me tire un caballo por brioso que sea”. “Os gustaría montarlo?”, le preguntó el mancebo. “Me encantaría, pero me gustaría más montar un ejemplar parecido que fuese mi propio caballo. Aunque no fuese de ese color”, respondió el chico. Y Guzmán añadió: “Es probable que el conde os consiga uno que no desmerezca en nada al suyo ni a este que monto yo. Le gusta que sus siervos preferidos vayamos bien montados. Sólo tenéis que esperar y antes de lo que os imaginéis iréis bien montado el resto del camino”. “Lo creéis así, señora?”, inquirió el chaval. “Estoy segura de ello, muchacho”, afirmó Guzmán. Y añadió para sus adentros: “Vaya si irás bien montado y cubierto a la primera oportunidad que considere tu señor apropiada para hacerlo y dejarte preñado!. A tenor de las miradas que te lanza al culo, querido Iñigo, intuyo que tan sólo es cuestión de poco tiempo”.

Entonces el chico la miró sonriendo y a Guzmán le pareció que lo hacía con cierta complicidad, pero no quiso darle importancia y le devolvió la sonrisa con un gesto afectuoso alargando la mano para acariciar al testuz del caballo. En eso, el conde volvió la cabeza hacia ellos y llamó al chaval por su nombre para que se acercase hasta él. Iñigo obedeció al instante y Nuño vio sus ojos encendidos y los blancos dientes que dejaba ver su boca y le entraron unas irresistibles ganas de besarlo y montarlo delante suya en el caballo para ensartarlo por detrás. Pero no lo hizo y solamente le preguntó: “Contento de servirme?”. El muchacho se puso algo nervioso y respondió: “Sí, mi señor. Pero aún no he hecho nada en vuestro servicio que no sea seguiros a caballo. No me habéis ordenado nada en especial ni habéis requerido ningún servicio concreto ni mucho menos especial que deseéis que yo os lo haga. De todos modos, mi señor, tan sólo con acompañaros me basta para ser feliz y deseo ser el mejor de vuestros servidores”. “Creo que lo serás porque tienes predisposición y buenas maneras. Y en cuanto tenga ocasión te proporcionaré un caballo mejor porque ese es un penco indigno de mi paje. Y quiero que tú vayas bien montado”, le dijo el conde.

Y el chico creyó perder el equilibrio del mareo que le entró al oír decir eso a su señor. Y pensó: “Qué bien lo conoce su manceba!. Si yo llegase a ser tan importante para mi señor como lo es ella, sería el más feliz de los mortales. Pero antes de soñar tendré que cerciorarme si realmente es un coño lo que busca mi amo en ella o si prefiere el culo de un joven para satisfacer su lujuria. Y la verdad es que cuando se acercaron para cabalgar otra vez con nosotros, me pareció que olían a sexo de hombre los dos y no percibí el característico olor a coño de una mujer. Más estando recién follada. Pero también puede ser que al metérsela por detrás se la hincase en el ojo del culo y no por la vulva que tienen las hembras. Me fijaré en Marta y estoy seguro que si es otro muchacho como yo lo descubriré en algún gesto o en el aroma que exhale su entrepierna al estar más cerca de ella. Si es macho y le dio por le culo el conde, se habrá corrido. Y si vació sus huevos olerá a semen su bajo vientre. Sin embargo, no puedo acercar demasiado mi nariz para olfatearle sus partes, ni viene a cuento que recueste mi cabeza en su regazo cuando hagamos un alto en la marcha para descansar o restablecer fuerzas comiendo y bebiendo. Cuánto daría por saber la verdad que oculta esta mujer, o lo que sea, bajo sus ropas!. Pero por mucho que lo disimule, si es hombre lo sabré. Y será antes de lo que pueda sospechar. Yo también tengo olfato de cazador aunque mi puntería con el arco y la jabalina sea peor que la de mi amo y señor”.

Cómo iba a suponer el conde que desde que arrimó su mejilla a la de Iñigo para enseñarle a afinar el tiro, al chaval se le venía a la mente por la noche su imagen, mirándolo con deseo y acercándose decidido a besarle en los labios. Si hasta ese momento se masturbaba la polla queriendo estar entre los pechos de una mujer, ahora, desde la misma noche que siguió a la cacería, Iñigo se pelaba la verga recordando el aliento y la caricia del rostro del conde. Y quería besarlo y ver su verga empalmada como la suya y hasta...., por qué no,...que de forma implacable le diese la vuelta y lo ensartase por el culo, poniéndolo a cuatro patas como a un perro, para vaciar la semilla de los cojones dentro de sus entrañas. Tal y como le dijo uno de los mozos de cuadra de su padre que le había hecho la noche anterior el alférez, Don Pedro, cogiéndolo por detrás y usándolo como a una puta hembra sin preguntarle si quería y sin el menor miramiento ni consideración hacia el deseo del joven zagal.

Al parecer, se dijo para sí el muchacho, los soldados veteranos se satisfacen con los más jóvenes, sin que éstos rechisten ni digan ninguna palabra de protesta, limitándose a abrirse de patas y aflojar el esfínter para que no les duela tanto al clavarles una verga por el culo. Como en todo, el macho más fuerte y viril toma lo que quiere y lo usa como le da la gana para su placer. Y la carne fresca de un joven es tan atractiva y satisfactoria como la de la hembra más hermosa y complaciente. Y tanto gusto puede dar la boca y el coño de una joven como los labios y el agujero trasero de un chaval todavía en flor.

Pero a Iñigo no era la carne de otro joven la que le hacía enardecerse ni deseaba usarlo a falta de una moza para desahogar su libidinosa calentura. Al muchacho le despertaba su lascivia estar entre otros brazos más fuertes que los suyos y verse dominado sexualmente por otro macho más hecho y más hombre que él. Y ninguno mejor que su amo el conde para entregarse a su deseo y sentirse poseído por él. Y eso ni siquiera el sagaz Guzmán lo sospechaba todavía. Era el secreto de Iñigo y cada noche volvía a su lecho para acompañarlo hasta que su pene eyaculaba y sus testículos perdían su dureza y quedaban vacíos y relajados.

Iñigo no perdió de vista a Marta durante el resto de la jornada, ni tampoco apartó los ojos del conde, hasta que, ya entrada la noche, tuvieron que acampar al pie de un altozano, cerca de un bosquecillo de pinos piñoneros. Montaron un improvisado campamento, apostando centinelas en puntos estratégicos y situando las dos carretas principales en el centro para que la más grande sirviese de dormitorio al conde y su manceba y la otra, no mucho más pequeña, la utilizarían los dos eunucos y también dormiría en ella su joven paje, por expreso deseo del señor. El chico se sorprendió de tal decisión tomada por su amo, pero ni preguntó el motivo de tal deferencia hacia él respecto del resto de la tropa. Y no hacía falta que lo hiciera porque su señor se lo iba a aclarar antes de desearle buenas noches. “Iñigo (dijo el conde), mis esclavos te atenderán y cuidarán de ti durante la noche. Ellos saben como han de tratarte y tu inocencia estará segura con ellos, puesto que como ya sabes los dos están capados. Descansa porque mañana nos espera una dura jornada de viaje. Felices sueños, muchacho”. Y Nuño dejó en manos de Hassan y Abdul el tierno cuerpo de su rubio paje, cuya inocencia no quedaba tan segura en manos de los dos esclavos, como le había dicho el conde guardándose para sí el verdadero interés en que compartiera el lecho con los eunucos, puesto que ya estaban aleccionados para que sondeasen la tendencia sexual del joven. Y lo colocaron en medio de ellos como si fuesen dos velas para alumbrar a un santo. Y al pretender desnudarlo el chico se resistió porque le daba vergüenza quedarse totalmente en pelotas delante de ellos. Pero su negativa fue en vano y entre los dos eunucos lo despojaron de todo lo que llevaba encima, dejando su cuerpo desnudo.

Y los dos castrados se admiraron de la belleza de aquel crío y la preciosa piel dorada que cubría su carne. Era tan suave como la de una moza, pero estaba firmemente pegada a los músculos, que eran duros y elásticos, en perfecta armonía unos con otros, formando un conjunto equilibradamente estético. Y pensaron que en nada tenía que envidiar al de su amado Yusuf, pero quizás le faltase ese misterioso encanto entre dos razas que tenía el otro muchacho. Aunque de todas maneras Iñigo era muy bello y ya imaginaban los eunucos toda la dicha y el deleite que ese cuerpo le iba a dar a su amo y señor.

Hassan, siguiendo a la perfección las instrucciones dadas por el conde, comenzó su labor de tanteo para averiguar por donde tiraba la sexualidad del joven paje. Y, compinchado con Abdul, le dieron masajes por todas partes y acariciaron todos los rincones de su anatomía, parándose especialmente en las zonas anales y genitales. Iñigo respondía automáticamente a tales cuidados con una erección pletórica de jugos y secreciones, que se incrementaron al pasarle las yemas de los dedos, húmedas de saliva, justo por el esfínter anal. Alegó que le hacían cosquillas, pero los dos expertos sobones barruntaban hasta que punto le daban gusto al chaval con las caricias de sus dedos roznado ligeramente la raja y el ojo del culo. E Iñigo durmió muy sereno en medio de los eunucos, después de terminar corriéndose sin necesidad de masturbarse. Qué gusto le habían dado aquellos dos putos cabrones, pensó antes de cerrar los ojos y dormirse como un niño satisfecho, sin ni siquiera oír los crujidos y gemidos que salían del carro vecino, donde el conde se beneficiaba a sus anchas a la manceba.