Guzmán hubiera querido tener tiempo de meterse en la carreta para no ser visto por el rey y no tentar a la suerte evitando ser descubierto por la sagaz mirada de su tío Don Alfonso. Pero ya era tarde y lo único que le quedaba era ocultar el rostro con un velo y cruzar los dedos para que el monarca no se fijase demasiado en la mujer montada en un caballo árabe de pelaje negro que acompañaba al conde y pretendía ocultarse tras él y su nuevo paje.
Pero a quien no engañó el disfraz del mancebo fue a Don Froilán, que nada más verlo le sonrió guiñándole el ojo con un gesto de complicidad. Pero de inmediato, sus ojos se posaron en el bello rostro de Iñigo, dándole un fugaz repaso al resto de sus notables prendas, y terminada la salutación del rey, con todos los parabienes y deseos de bienestar para la familia del conde y en especial de la condesa, Don Alfonso reparó también en el joven paje de Nuño y alabó su hermosa estampa, añadiendo que su apostura se deslucía sobre un caballo tan burdo y de poca raza para un mozo tan gentil.
El conde también se interesó por la familia real, ya que la reina no acompañara a su esposo en esta ocasión, debido al nacimiento de una nueva infanta, Doña Leonor, que se unía a la prole regia y era la tercera de los hijos habidos hasta ese momento en el matrimonio: Doña Berenguela, Doña Beatriz y Don Fernando, el heredero al trono de Castilla, que se le apodaría el Infante de la Cerda debido a su pelo espeso y duro, similar al de una cerda en opinión de sus contemporáneos. El rey agradeció al conde su interés por su familia y sin más preámbulos le invitó a entrar en el castillo, ordenando que se le acomodase convenientemente, al igual que a todo con su séquito, y se les proporcionase lo necesario para que se adecentasen y descansasen antes de comenzar las celebraciones por su llegada a al corte real. Al conde le pareció excesivo alojarse con toda su comitiva en las estancias del palacio, pero el rey le hizo notar que la capacidad de la fortaleza sería suficiente para albergar a toda la población soriana en caso de asedio. Y no sería la primera vez que sirviera de refugio a todos los habitantes de la villa desde que fuera construido en tiempos de los moros.
Desde luego el conde prefería alojarse fuera del ese recinto y tener más libertad para estar con Guzmán, que ocultar su identidad era su mayor preocupación en esos momentos, pero la insistencia regia lo dejó sin argumentos y no consiguió eludir la invitación para ocupar unas estancias en el poderoso castillo de Soria y convivir con el resto de los nobles que formaban la corte del rey. De todos modos, Don Froilán, siempre al quiete para solucionarle los problemas a su amigo Nuño, se encargó personalmente de distribuir a toda la comitiva en lugares apropiados, según su rango y dignidad, y especialmente se preocupó de que el conde tuviese unos amplios aposentos para él y sus más allegados. Es decir, para su manceba, cuya presencia extrañó al monarca, dado que nunca le había conocido al conde otra compañía femenina que su esposa Doña Sol, y para los dos eunucos que le servían, sumando también a ese grupo al joven paje de cabellos rubios, que ya intuían todos que era un servidor especial para el noble conde.
Por supuesto, en la entrada de esos aposentos siempre estarían un par de imesebelen custodiándola y evitando intrusos no convenientes, incluso el mismo rey. O quizás éste con mayor motivo, ya que una visita imprevista del soberano, que cogiese al conde y a Guzmán desprevenidos y éste sin disfraz de moza, sería atroz para ellos. Haber mentido al rey en algo tan serio como la vida de aquel sobrino por el que había sentido tanta predilección no era un asunto que pudiera tomarse a la ligera por nadie y menos por los autores de la farsa. Y si ello ocurría, no se libraría tampoco Don Froilán a la hora de responder ante el soberano y pagar las consecuencias.
Y en un aparte, Froilán le sonsacó a Nuño en donde había encontrado aquella monada, que parecía un ángel bajado del cielo para decirle a los hombres con su hermosura que todos eran una panda de seres innobles. Aunque tampoco era justo esa afirmación, puesto que, sin quitarle su mérito al chico, no podía decirse que en la tierra no hubiese tíos guapos y con unos cuerpos preciosos. De los que eran un claro ejemplo el mismo conde y Froilán; o el gentil Ruper, su amado tamborilero, que ya andaba a su lado ayudándole a trastear de un lado para otro poniendo las cosas en orden y a cada cual en su sitio para cobijar a la hueste del conde. Ni olvidar tampoco criaturas tan perfectas como Guzmán, que no desmerecería un puesto entre los más bellos seres de la corte celestial.
Lo que le extrañó al noble primo de la reina Doña Violante, fue que Nuño todavía no se hubiese beneficiado a Iñigo y el culito del joven aún estuviese intacto estando tan cerca de la polla de un jodedor irredento como el conde. Pero Nuño le explicó sus motivos para no haber entrado a saco dentro del cuerpo del crío, porque quería disfrutarlo y que no fuese solamente la llama de una lámpara de aceite, que se apaga de un soplido en cuanto el sueño te rinde. Y, por otro lado, temía que al meterlo en su intimidad no pudiese mantener en secreto ante el muchacho la verdadera identidad de Guzmán. Y eso si era un problema puesto que tarde o temprano descubriría que la moza tenía unos cojones y un badajo dignos de un potro que ya alcanzó la edad de reproducirse y cubrir a una buena potranca ya madura para abrirse de patas y dejarse montar. Aunque Guzmán era más potra que potro en ese sentido, lo mismo que lo sería Iñigo en cuanto el conde le rompiese el ano con el primer pollazo. Y Froilán comprendió las razones de Nuño, admirándose del sacrificio que tenía que ser para él no echar mano a un apetitoso bocado, cuyo padre se lo había servido en bandeja, casi aliñado para hincarle el diente.
Hubo un festejo sencillo pero animado, sin que faltasen buenas viandas y mejor vino, y el conde excusó a su barragana por no acudir con él, alegando que el viaje le había indispuesto el cuerpo. Y de ese modo se evitaba ponerla cerca del rey o de cualquier otro cortesano que pudiese reconocerla. Y el que se sentó muy cerca del conde, compartiendo con Ruper el banco de los otros pajes, fue Iñigo, que notaba como a cada minuto que pasaba junto a su señor, más le gustaba estar a su servicio y sentía una comezón en el estómago y en el pecho, no experimentada nunca anteriormente, que le tenía en un estado de ansiedad imprecisa, pero tan fuerte, que no dejaba ni por un instante de mirar la figura y los gestos viriles de su señor.
Ruper, ya avispado en temas de sexo entre los caballeros y sus pajes, le preguntó de muy buenas maneras si alguna vez compartía la cama con su amo. Iñigo no sabía como tomar esa pregunta y si debía molestarse con el otro paje. O, por el contrario, ser sincero consigo mismo y decir lo que deseaba ardientemente desde el inicio del viaje como paje de su señor. El tamborilero convertido en el amado paje de Don Froilán, miró fijamente al chico y volvió a preguntarle: “Todavía no te hizo suyo, verdad?”. “No”, contestó Iñigo sin levantar los ojos de una pierna de cordero. “Y ni siquiera te ha besado en la boca?”, inquirió Ruper. “No... Y no creo que un caballero deba hacer eso con su paje sin más ni más”, respondió el otro muchacho en tono que pretendía mostrar indignación.
Pero indignación con quién y por qué. Pues en realidad Iñigo se molestaba consigo mismo al no poder responder con una afirmación las preguntas de Ruper. Y en el fondo le dolía que su amo ni se hubiese molestado en considerar la idea de tocarlo. El conde era amable y hasta cariñoso cuando le hablaba, pero no pasaba de ser cortés su trato hacia el chico. Y jamás había notado Iñigo que su señor tuviese otras intenciones al acercarse a él que no fuesen para enseñarle a manejar un arma o darle una palmada en el hombro para animarlo y darle confianza en lo que hacía. Y eso le llevó a interrogarle a Ruper respecto al tipo de relación que mantenía con Don Froilán.
Y éste no se privó de contarle todo sin callarse ni los más mínimos detalles de los apasionados polvos que le metía su amo. E incluso que, mientras hablaban de esos temas, al chaval le dolía el culo porque se lo había follado su amo de una forma brutal antes de acudir a la cena del rey. Le confesó que le había dejado el agujero más abierto que las arcadas del claustro de un convento, pero que esa sensación de ardor y notar como la carne va recuperando su forma y el diámetro natural del ano, le producía un gozo tan grande como correrse con la verga de su señor clavada hasta el fondo del culo. Ruper le dijo a Iñigo que sus amos no sólo los escogían entre otros muchachos porque les gustase su cara y su cuerpo, sino también porque veían en ellos algo especial que les indicaba que serían buenas putas para darles placer. Y que cuando aprendían a ser las mejores zorras de las que hubiese conocido el amo, entonces los premiaban haciéndolos sus amados para disfrutarlos a diario cuantas veces le diese la gana al señor.
Iñigo quedó pensativo y pegó otro mordisco profundo a la pata del cordero que se estaba comiendo, pero reaccionó de pronto y le espetó a Ruper: “Joder!. Eso es ser un puto esclavo!”. Ruper soltó una carcajada, que pronto amortiguó con la mano, y contestó: “Sí. Un puto esclavo sexual. O una puta zorra, si prefieres ese término. Y que mejor destino para nosotros que ser el alivio de nuestros amos y su capricho a la hora de meter la polla en un agujero?. En cuanto pruebes al de tu señor no podrás vivir sin tenerla dentro del culo o de la boca y desearás haber sido su esclavo desde el mismo día en que naciste. En cuanto quiera usarte tu amo, entrégate sin ninguna reserva y disfruta su verga y su leche desde el primer momento. El conde es uno de los mejores machos del reino y su polla es un mito para todos los que suspiramos por ser tratados como mozas por otro hombre aunque tengamos cojones y pito. No dejes que otro bonito culo te pise el puesto de paje de tu señor”. “Pero tiene a Marta y la prefiere a ella. No he visto que se incline por ningún chaval para dejarla de lado y clavársela a él por el culo”, alegó Iñigo. Y Ruper le insinuó: “Si tu amo tuviese garantía de que sabes guardar un importante secreto, quizás estarías en su cama esta misma noche y amanecerías con el ojo del culo dilatado y rezumando semen. Dale a entender a tu señor que cuanto sepas y veas quedará sepultado en ti como en una tumba. Y te aseguró que tu vida cambiará para mejor y nunca lamentarás haberte abierto de piernas para que el conde entre en tu cuerpo”. Ruper bebió un buen trago de vino y continuó diciendo: “Y aunque te duela al principio, aguanta y relájate respirando hondo para que tu ano se abra y se trague todo el gran cacho de carne conque te va a perforar el ojete. A partir de que entre una vez, el resto será un gozo cada vez mayor y soñarás a todas horas con tenerla dentro del culo”. “Y si voy a su alcoba desnudo y me ofrezco mostrándole el trasero?”, preguntó Iñigo. “No!. Ni se te ocurra!. Tendrás que esperar a que él te desee y quiera usarte. Cuando llegue ese momento no hará falta que te diga nada porque te darás cuenta que va a gozarte y hacerte suyo. Que sea para siempre, sólo depende de ti”.
Iñigo agradeció los consejos de Ruper con su luminosa mirada azulada y le dio la mano en señal de eterna amistad. El chico tenía cada vez más claro cual era su destino y como tenía que servir al conde para agradarlo y complacerlo en todo, ya fuese como paje o como puta. En ese momento al chaval le daba igual una cosa que otra con tal de pertenecer para siempre a su señor. Y masticó despacio el resto de cordero que aún le quedaba, pero su apetito era más de sexo que de otro alimento, aunque debía continuar sentado hasta que la cena se diese por terminada y los señores abandonasen la mesa para retirarse a sus aposentos.