Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

domingo, 5 de febrero de 2012

Capítulo LXXIV

Llevaron a Carolo al mismo palacio desde donde los otros muchachos vieron la trepidante carrera de caballos y lo acostaron en una cama en espera que llegase un galeno que lo atendiese. Pero Guzmán sugirió a su amo que dejase a Hassan y Abdul que le echasen un vistazo al herido y, si ellos podían hacer algo, siempre tendrían más confianza y seguridad en los cuidados de esos eunucos. Ellos conocían métodos y sabían de antiguas y comprobadas recetas sanadoras, trasmitidas de generación en generación de sabios y expertos médicos y curanderos, y posiblemente sería mejor su diagnóstico y sus remedios.

Nuño accedió y agradeció el consejo de su esclavo y los dos castrados se pusieron a la faena de curar a Carolo. Le dieron a oler una fuerte esencia y el chico abrió los ojos, pestañeando y preguntando que había pasado. Ellos le dijeron que estuviese tranquilo y no se moviese demasiado hasta comprobar si tenía algún hueso roto. Le recordaron que su caballo se había caído y, en consecuencia, él se llevó un golpe del carajo contra el suelo. Y le explicaron algunos pormenores del accidente sin mencionar la muerte del corcel.

Hassan le tocó hábilmente por todas partes, con la sola intención exploratoria, y llegó a la conclusión y el convencimiento que al chaval no le pasaba nada grave ni se había partido ninguno de los huesos de su cuerpo. Sólo estaba magullado y como mucho tenía una luxación en una muñeca, ya que seguramente al caerse se protegió adelantando las manos para aminorar el impacto. Lo único que necesitaba era descansar y no hacer esfuerzos innecesarios con esa mano, que por fortuna era la izquierda. Hasta podría hacerse pajas, puesto que el chico era diestro.

Nuño celebró la noticia con un honda y seca inspiración de aire en sus pulmones y abrazó a Guzmán porque, además de ser su muchacho más especial, era el que tenía más a mano para hacerlo. Y el mancebo suspiró y sonrió tranquilo al saber que nada malo le ocurriera a Carolo. Ahora ya podían festejar el triunfo de Fredo y rematar la fiesta con todos los honores y agasajos al caballo vencedor. El conde se reunió de nuevo con Froilán y Don Bertuccio y les comunicó a todos la buena noticia sobre el estado del otro muchacho. Y todos salieron otra vez a la plaza para proclamar el éxito del héroe de la jornada.

La Piazza del Campo seguía atestada de gente y todos celebraron con aplausos la buena suerte de Carolo al salir casi ileso del tremendo accidente sufrido durante la pugna por el palio. Porque así le llamó Don Bertuccio al premio que se otorgaría al campeón. Esa bandera de Siena sería la expresión física del trofeo y lo denominó Il Palio de Siena. Y le pareció a muchos una buena idea para celebrar todos los años una carrera parecida conmemorando algo importante. Lo malo es que por el momento no se les ocurría nada que festejar de ese modo, ni consideraban algún acontecimiento cívico que mereciese ser recordado anualmente con una competición hípica. A no ser algo que se refiriese a su enquistada rivalidad con la güelfa Firenze. Eso sí podría ser motivo para instituir algo parecido para no olvidar jamás que su enemiga tradicional era la otra ciudad más importante de la Toscana. En unos años, esa idea cuajaría realmente y daría motivo a la carrera de caballos más antigua de la Europa medieval.

Volvieron a ocupar el palco Don Bertuccio y sus invitados y el vencedor subió para recibir el palio. Fredo alzó la enseña y la agitó en el aire en señal de triunfo. Y la plaza rugió con un estruendo atronador de vítores y aplausos. Quizás la adrenalina acumulada en los espectadores disparó la exagerada reacción ante el campeón levantando el trofeo, que era su bandera. Las trompetas rompieron el poderoso murmullo de gritos y ruidos y la gente lanzaba gorros y sombreros por los aires para mostrar el inmenso júbilo que invadía aquel recinto público.


Los nobles señores besaron a Fredo, felicitándolo, y él sólo pudo decirle al conde: “Señor, este éxito es vuestro y lo merecían más cualquiera de los otros que defendían sus propios colores y a su dueño y señor. Guzmán es el mejor caballista, sin duda. Y prefirió dejarme ganar por proteger a Carolo, que también tiene méritos suficientes para ser ganador. Lo mismo que el bello Iñigo, que monta como si el corcel fuese parte de su propio cuerpo. Yo no hice más que seguir el camino libre que ellos me dejaron”. Nuño volvió a abrazarlo y le respondió: “Todos sois muy buenos. Y tú sabes mucho de caballos y los manejas muy bien. Tan bien como a otro tipo de potros o potrancas a las que cubres a diario. Y hoy espero que le des una merecida dosis extra para paliar el miedo que pasó al verte correr de ese modo. Fredo, mereces el trofeo y estoy muy complacido contigo y con todos los demás. Ahora goza y relájate, porque te lo has ganado y mereces disfrutarlo. Yo compensaré a Guzmán e Iñigo por no haberte vencido. Créeme si te digo que ellos van a preferir eso al propio palio”.

Los muchachos del conde y Froilán estaban exultantes de alegría, aunque a alguno se le cortó el polvo al producirse el accidente de Carolo. Un par de vergas se arrugaron dentro del culo del chaval que se follaban en ese instante y no eyacularon ni terminaron la faena iniciada con mucho éxito y expectativas de gran satisfacción para ambas partes. Pero ya remediarían eso ahora que todo estaba tranquilo y no había peligro para el muchacho accidentado. Eso les animaría más a revivir esa follada truncada y dar alas a las ganas de vivir y gozar que tenían todos esos chavales llenos de energía y salud.

Pronto unas pollas estarían vertiendo semen dentro de unos culos agradecidos y abiertos para recibirla. Y unos y otros reirían y celebrarían el triunfo de Fredo con una gran fiesta en el palacio de Don Bertuccio. Una fiesta de jolgorio y sexo, pero también de amor y consideración de los poderosos y dominadores hacia los más débiles y dominados. La sumisión no tiene forzosamente por que implicar sufrimiento sino gozo y placer para el poseedor y el sometido. Los dos disfrutan a su modo del mismo acto que implica el amor mutuo de esos dos seres.

Dino no se separaba de Carolo y sus ojos húmedos aún por las lágrimas vertidas, reían alegres mirando el rostro tranquilo y relajado de su potente amante. El chico de la voz de oro estaba dispuesto a que su macho no hiciese esfuerzos inconvenientes para follarlo. El mismo se montaría sobre su verga y se movería despacio y apretando bien el ano para que la polla de su amor creyese que un ángel se la estaba ordeñando. Quería darle el mayor placer posible y no escatimaría en nada para lograrlo. Sería la mejor puta del mundo y ninguna ramera le daría clase para satisfacer mejor a su hombre. Ya le había pedido algunos consejos a Hassan y Abdul y éstos lo aleccionaran divinamente para enloquecer a Carolo de pasión y gusto. Lo que no supiesen los eunucos sobre el sexo entre hombres no lo sabría nadie sobre la tierra. Eran las más expertas meretrices del globo y sabían como ejercer ese oficio para noquear el miembro viril de cualquier semental. Menudas perras eran los dos!

Y por fin salieron en procesión hacia el palacio del noble anfitrión que los acogiera en Siena, llevando a Carolo en unas parihuelas para que no se cansase. Todavía no le habían dicho la suerte sufrida por su caballo y el conde no quería que se enterase de una manera tan brusca. El chico estaba muy encariñado con el animal y sería un duro golpe para él conocer el fin de ese noble caballo con el que había aprendido a montar y cabalgar como un auténtico centauro. Nada más llegar al palacio de Don Bertuccio, Dino tenía que compensar con sus caricias y afecto el disgusto que iba suponer esa noticia para Carolo. Pero el conde, además, le pidió a su anfitrión que hiciese venir a los mejores tratantes de la ciudad para comprarle otro corcel al chaval. Eso no le quitaría la pena por el que acaba de perder, pero al menos le consolaría el ánimo viendo otro brioso caballo que sería suyo. Dice un refrán que la mancha de una mora madura con otra verde se quita. Puede ser. Pero la desaparición de un ser querido no es tan fácil de sustituir, aunque la presencia de otro igual o mejor te consuele poco a poco. Y a un caballo o a un perro se le puede querer mucho.