Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

domingo, 31 de julio de 2011

Capitulo VII

Fue Guzmán quien despertó primero y tuvo la sensación de que su amante no estaba en el lecho junto a él. Sin embargo, Nuño dormía a su lado y parecía inmerso en un profundo sueño del que no le apetecía despertar. El mancebo le besó la frente y se arrimó cuanto pudo al cuerpo de su amo para trasmitirle el deseo de su carne y no tuvo que esperar demasiado para notar una mano que lo agarraba con fuerza para colocarlo sobre el pecho de su dueño.

Nuño abrió solo un ojo y miró al mancebo como si esperase que su rostro fuese otro y Guzmán le dijo en voz baja: “Mi amo, estás con tu esclavo. Acaso esperabas a otro muchacho más joven y con ojos como el cielo limpio de nubes?”. El conde sonrió y respondió: “Esperaba a mi zorra de pechos falsos y culo prieto.... Y tú quien eres?”. “Mi amo, soy lo que tú desees”, contestó el chaval. “Entonces no hables ni digas nada y chupa mi verga para obtener el alimento que mejor aprovecha a un esclavo”, ordenó el conde. Y el esclavo acató el mandato, pero añadió: “Mi señor no va a consolar la calentura de su esclavo, cuando el ardor le causa un insoportable picor en sus entrañas?”. “No tengo tiempo para un polvo largo y atinado a la necesidad de mi perro. Así que sólo le alegraré el paladar y más tarde, al volver de la caza, puede que merezca ese alivio que suplica”, dijo el señor. Y el mancebo sugirió: “Y no sería posible mientras caza mi amo y se toma un respiro para enjuagar el gaznate?”. “No. Porque ese perro no saldrá a cazar con su dueño. Siendo perra y estando en celo no quiero que los machos la sigan para montarla y no cumplan con su misión de cazadores. A mi regreso tendrá lo suyo”. Y a Guzmán se le fue la sonrisa y quedó blanco al saber que no acompañaría a su amante esa mañana. Eso equivalía a dejarlo en compañía del otro joven, que sí iría en la partida, y la tentación al oler ese cuerpo floreciente y la fresca testosterona de sus bolas ponían a Nuño en el disparadero para cogerlo por sorpresa y sobarle las nalgas tras la cerrada hojarasca de un matorral. El chico era guapo en exceso para no atraer a Nuño y no desear poseerlo, pero el mancebo se calló y ejecutó con ansia lo que le había ordenado su amo, procurando darle el mayor placer experimentado hasta entonces con una felación.

Y qué iba a hacer mientras tanto el mancebo en el castillo, expuesto al acoso de Doña Matilde?. No saldría del aposento y dejaría a dos imesebelen en la entrada con orden de rebanar el cuello a esa mujer si osaba acercarse. Pero tampoco podía exagerar de ese modo, puesto que se trataba de la esposa de Don Honorio, así que lo mejor era buscar la compañía de Doña Blanca con la excusa de algún juego de cartas, ya que bordar no era algo que supiese hacer el muchacho, y de esa manera estaría protegido de la otra, que no se arriesgaría a meterle mano en los mismos morros de la hijastra. Y, a tal fin, los eunucos le arreglaron la cara y lo vistieron de inocente damisela, con un recatado atuendo y la cabeza cubierta con un tupido velo de color verde, y se fue en busca de la joven para invitarla a echar una entretenida partida con la baraja.

Doña Blanca la miró de pies a cabeza, pero no dudó en aceptar la propuesta y ambas se sentaron ente una mesa frente a un ventanal desde el que podían divisar el campo y los bosques donde los hombres cazarían hasta el mediodía. Qué pena no tener vista de águila para espiar a Nuño y al joven Iñigo desde ese eventual observatorio, pensó el mancebo. Y procuró concentrarse en el juego porque la joven no era ninguna lerda y le birló las primeras bazas. Y lo que faltaba era que ésta también le ganase como Doña Sol. Acaso es que todas las mujeres eran más listas que los hombres?. O él tenía el mal fario de dar con las más inteligentes?. Pues por esta vez no estaba dispuesto a perder, al menos sin presentar una batalla digna de otra mujer, que es como se sentía en ese momento.

Y el conde ya cabalgaba cerca de Iñigo, intentando mantener una conversación insustancial con el padre del chaval que ni le interesaba lo más mínimo, ni conseguía distraerlo de una idea fija puesta en los glúteos del gentil muchacho, que botaban graciosamente sobre la silla de su montura. Tenía unas piernas largas y preciosas y las calzas no lograban ocultar la fibra de sus muslos y gemelos. Y el cabello, agitado por el aire y la velocidad del trote, lucía al sol con reflejos dorados al ir destocado para sentirse más libre. Montaba con maestría para ser tan mozo, pero el padre le explicó al conde que la ilusión del chico era ser caballero y le apasionaban los caballos y las armas desde muy niño.

El conde se relamió por dentro y casi pierde un estribo al dedicarle una mirada el chaval que la confundió con el cielo. Estaba seguro que le había sonreído y le pareció que movía los labios en un intento de beso. Pero cuando un macho rastrea una pieza soberbia para su colección, cualquier signo del animal o señal en el terreno le dan la impresión que propician su presa. Por un momento se aceró tanto a su montura que pudo aspirar y percibir el olor de los huevos del joven, pero seguramente sólo aventaba el caliente hedor del sudor de los caballos, que en su fantasía se tornaba en el aroma del sexo adolescente de aquel jovenzuelo seguramente todavía virgen por ambos lados.

Uno de los ojeadores avistó una presa y sonó el cuerno para que los señores aprestasen las armas. El conde empuñó una jabalina, lo mismo que el alcaide, y el muchacho se atrevió con una lanza ligera, con astil de madera y punta de acero, que levantó sobre su cabeza dispuesto a ser el primero en asestar un golpe mortal al jabalí que salió de pronto de entre unas matas. El mozo se alzó apoyado en los estribos y arrojó la lanza con fuerza, pero erró y fue a clavarse dentro de un zarzal. Se quedó frío y turbado al ver escapar la pieza sin un rasguño y bajó la mirada apesadumbrado y lleno de vergüenza por haber fallado ante el conde.

Nuño se acercó a él y sujetando las riendas del caballo del chico, le dijo: “Te has apresurado al lanzarla. Las cosas han de hacerse con más calma y poniendo los cinco sentidos en ello. Pero no te preocupes que todo se aprende y más a calmar el ánimo y templar el pulso. La próxima vez lo harás mejor porque yo te enseñaré a hacerlo. Ahora apeate y descansemos un rato antes de seguir cazando. Creo que todos necesitamos un respiro y refrescar la garganta, incluso ese jabalí que se libró por los pelos de morir atravesado por tu lanza. Créeme si te digo que tienes madera de caballero, pero te falta pulir tus maneras y afinar los impulsos para no apresurarte e intentar dar muerte a tu enemigo antes de tiempo. Venga, baja del caballo y sujeta las riendas del mío para descabalgar yo también”.

Iñigo obedeció al conde y evitó la mirada de su padre para no ver la decepción en sus ojos, pero el alcaide no censuraba a su hijo por no acertar con la lanza, sino que empezaba a vislumbrar un buen futuro para él como paje de un caballero tan ilustre y de tanta alcurnia. Nuño era uno de los nobles más ricos y poderosos de los reinos de León y Castilla y entrar a su servicio era todo un privilegio y el mayor honor para un aspirante a caballero sin gran patrimonio ni una heredad que asegurase el provenir de su familia, por mucha prosapia que tuviesen sus antepasados. En la saga a la que pertenecía, todo era del conde Albar, como único propietario de la totalidad del patrimonio, y el resto simplemente eran deudos suyos y meros vasallos cuya libertad apenas se diferenciaba mucho de la de un siervo.

Y el alcaide comenzó a madurar la idea de entregar a su hijo al servicio del conde. Si la suerte le favoreciese por una vez y éste lo aceptaba, sería para el padre una de las mayores alegrías de su vida, porque su hijo podría hacer fortuna al lado de tan noble señor. Lo que no sabía el hombre es de que manera labraría Iñigo su futuro una vez que perteneciese a la casa del conde de Alguízar, ni lo que podría esperarle cada día o cada noche junto a un amo como Nuño. Pero eso ya sería otra cuestión que el padre no imaginaba ni por asomo.

Descansaron y el conde no dejó que el chaval se separase ni un palmo de su lado. Se mostró amable con él y hasta cariñoso haciéndole ver que todos cometían errores, pero que lo malo era no admitir las debilidades propias para convivir con ellas e intentar superarlas. Le hizo una demostración práctica de como debía arrojar la lanza y el conde hizo diana en donde puso el ojo. Y no sólo en un tronco al clavarla limpiamente, sino en el centro del alma del muchacho, que empezó a sentir algo raro en su estómago al estar casi pegado al noble conde, mientras éste le sujetaba el brazo por detrás de la espalda y muy arrimado a su culo le decía que lo dejase muerto para ser él quien lanzase y pudiese comprobar conque suavidad la clavaba mortalmente en el cuerpo de su presa.

Y de no tener puestas las calzas de caza, es probable que la verga del conde también se hubiese clavado en el ano del zagal con tanto ensayar la puntería. Porque Nuño ya la tenía lo suficientemente gorda como para notarla el crío en la misma raja del culo. Cobrada la mejor pieza, el conde perdió interés por el resto de la cacería y ni todos los cerdos salvajes del lugar le compensarían de haber obtenido el mejor ejemplar de aquellos contornos. Un mancebo de cabellos dorados y ojos como un cielo limpio en pleno verano, aunque ahora el que tenían sobre sus cabezas amenazase tormenta otra vez.

jueves, 28 de julio de 2011

Capítulo VI

El viaje seguía su curso con altibajos durante la marcha, pues los caminos no eran lo que se dice demasiado transitables ni siquiera en los llanos, pero su dificultad aumentaba al ascender una loma o subir una cima rocosa, a veces árida y con escasa vegetación arbórea que protegiese del calor del sol a los viandantes.

El conde encabezaba normalmente la comitiva, pero también reculaba hasta el carretón donde viajaba el mancebo porque verlo, aún disfrazado de mujer, le alegraba la cara y solía ser la causa de hacer un alto para reponer energías y vaciar sus cargados testículos. No hacía falta que Guzmán bajase de la carreta puesto que el conde entraba en ella y allí mismo le subía los refajos para acariciarle el culo mientras el chico le mamaba la polla y la preparaba para recibirla dentro de su culo. Los eunucos salían fuera para canturrear y apagar los maullidos de gata cachonda que daba el mancebo, aunque les era más complicado sofocar con sus finas voces los jadeos y rugidos del conde, sobre todo al acercarse al orgasmo. Lo inevitable era que todo el carro trepidase y sonasen sus maderos como queriendo desencuadernarse y desarticularse por piezas y que las mulas no sintiesen ganas de levantar el rabo exponiendo sus coños al aire por si algún macho se prestaba a montarlas también, sin miedo a dejarlas preñadas dada su frecuente esterilidad congénita. Lo mismo que le ocurría al muchacho, pero no por ser estéril como ellas sino por no tener un coño como las hembras con todo un aparato reproductor propicio para ser fecundado y dar vida a otro ser dentro de su barriga. De no ser así, probablemente el conde sería el padre de una considerable prole de hijos a tenor de la cantidad de semen que depositaba en las tripas de ese mozo, plenamente satisfecho con su vida de esclavo y no sólo sexualmente hablando. Difícilmente habría otro chaval tan dichoso ni tan amado por su pareja y señor como ese joven que renunciara a una vida de honores a cambio del que consideraba el mayor de todos. Ser propiedad del hombre al que amaba con todo su ser, ya fuese en sueños o despierto.

Cuando la tropa oía los chirridos del carromato y la intranquilidad de las bestias, sonreían maliciosos imaginando la follada que su señor le metía a su puta, puesto que, excepto los imesebelen y los dos eunucos, ninguno de ellos sabía que la lozana moza del conde escondía bajo las faldas una polla con dos cojones y en lugar de joderla por un coño tomaba por el culo.

A medio camino de Soria, desde un otero divisaron un castillo, no demasiado importante, pero adecuado para pasar otra noche bajo techo y atender a los animales, siempre necesitados de algún herrero que repusiese sus herraduras y echase un vistazo a su estado comprobando su aptitud para proseguir el viaje. Lo mismo que los hombres, que también sufrían sus deterioros y era preciso reparar en las lesiones sufridas y darles un descanso más prolongado para recuperarse mejor y no agotar del todo sus menguadas fuerzas. Nuño se aproximó a la fortaleza para averiguar si no era hostil y en sus muros encontraría refugio para su comitiva. Se dio a conocer y pronto salió a su encuentro un hombre ya canoso que lo recibió con mucho respeto diciéndole que era Don Honorio, un hidalgo de la familia del conde Albar, su señor y propietario del castillo, del cual él era el alcaide. Nuño agradeció la hospitalidad haciendo hincapié que le trasladase su agradecimiento a su señor, el noble conde que siempre fuera buen amigo de su padre, y ordenó la entrada de su séquito en la torre fortificada, que pronto fue albergado por los criados y servidores del noble hidalgo.

A Nuño se le alojó en una estancia principal, en compañía de su manceba, disponiendo unos camastros para los dos eunucos en otro pequeño cuarto pegado a ella, ya que el conde exigió que esos siervos estuviesen al lado de la mujer que lo acompañaba para servirla y atenderla constantemente. Y a la puerta de esos aposentos, mantenía una guardia permanente uno de los guerreros africanos, cuyo aspecto daba miedo al más pintado, logrando disuadirlo de cualquier intento de traspasar la puerta. Eso mantendría a salvo el secreto de esa rotunda mujer que siendo hermosa parecía tener la envergadura de un atlético muchacho.

Ya adecentados y lavados sus cuerpos al terminar de joder como lobos que no encuentran hembra en celo para cubrirla, Nuño y Guzmán, mejor dicho Marta, su concubina, entraron en el salón para compartir la cena con el alcaide y su familia y ahí empezaron las sorpresas y nuevos líos. Don Honorio estaba casado en segundas nupcias con una mujer que rondaba los treinta, Doña Matilde, y sólo tenía dos vástagos, ambos de su primer matrimonio. La mayor era una chica, Doña Blanca, que alcanzaba los dieciocho y el único varón tenía uno menos y se llamaba Iñigo. Y si los dos eran guapos, sin pretender arrimar el ascua hacia el género que gustaba a Don Nuño, en honor a la verdad hay que decir que el chico se llevaba la palma en comparación con su hermana y posiblemente con la mayoría de los muchachos no sólo de la casa sino también de los contornos. Los dos eran rubios y de ojos azules, pero Iñigo, ornado con una cabellera ondulada que le llegaba hasta los hombros, tenía el rostro que se le supone a un arcángel. Era realmente hermoso y su cuerpo parecía un junco elástico emergiendo del agua de una alberca. Y Nuño se fijó en sus muslos embutidos en unas calzas rojas y adivinó la generosa naturaleza de unas nalgas que se curvaban bajo el borde del jubón. Aquel mozalbete tenía que estar para chuparse los dedos después de mojar pan en sus jugos, pensó Nuño sin quitarle los ojos de encima ni un momento.Pero la mirada que se volvía hacia él no era la del crío sino la de su hermana. La joven estaba prendada de la virilidad del conde y envidiaba a aquella otra muchacha que daba la impresión de ser algo hombruna. Pero no terminaban ahí las ojeadas, puesto que otros ojos se posaban lascivos en la figura de Marta. Y no eran los de don Honorio ni los de su hijo, sino los de la otra dama. A Doña Matilde lo que le hacía hervir la sangre y sudar la entrepierna no eran las vergas de macho sino los coños de hembra y unos abundantes pechos con pezones grandes y puntiagudos. Y en su calenturienta imaginación, a esa Doña le parecía que la puta del conde era lo que a ella le hacía falta para pasar una noche de escandaloso placer. Y, sin saberlo todavía, al conde de Alguízar se le presentaba una animada estancia en aquel modesto castillo del conde Albar, cuyo alcaide era su pariente Don Honorio.

Por supuesto, a toda la tropa le faltó tiempo para buscar acomodo entre la tetas de las criadas o las nalgas de los siervos más jóvenes y el que más y el que menos encontró avío que relajase sus órganos sexuales y le hiciese ver la vida de un modo maravilloso, aunque sólo fuese por unos breves instantes en los que hasta el estiércol olía a flores silvestres.

Incluso los imesebelen tuvieron su momento de éxtasis porque un mozo de cuadra con un culo muy bien hecho se prestó a probar sus vergas, una tras otra sin desfallecer ni abrir la boca para otra cosa que no fuese suplicar más y con más fuerza, hasta que su vientre quedó más repleto que un odre de vino, pero de leche. A la mañana siguiente ni que decir tiene que no andaba e incluso arrastrarse le costaba un triunfo. Pero su cara y su sonrisa reflejaban que su invalidez le había merecido la pena y estaba dispuesto a seguir tullido todo el resto de su vida a cambio de tener tales trancas dentro del culo bombeándole semen. Lo que no sospechaban los africanos es que el chico se lo montaba con la verga de los burros, que también sabían darle leche en cantidad y todos los días. Así tenía aquel agujero el muchacho, que parecía el brocal del pozo que había en medio del patio de armas de la fortaleza. Pero había que reconocer que el gañán tenía un culazo que no era de extrañar que le gustase hasta a las acémilas y cuanto más a los asnos.

Durante la cena flotaba una cierta tensión en el ambiente y solamente Don Honorio y puede que su joven heredero se mantuviesen al pairo de los sentimientos cruzados que se estaban generando ante sus narices. Porque incluso Guzmán, que no tenía un pelo de tonto precisamente, no sólo se dio cuenta de las calenturientas miradas que le lanzaba Doña Matilde, que lo pusieron en guardia puesto que difícilmente iba a sospechar sus verdaderas intenciones hacia él, ya que sólo se le ocurrió suponer que lo había descubierto y le atraía como macho y no como zorra, sino también se percató de las miradas que Nuño le prodigaba al culo de Iñigo. Y, por si eso no fuera poco, veía los ojos ardientes y la boca de la joven hija del alcaide brillar con la saliva que segregaba la calentura de su sexo. Y eso ya era harina de otro costal, porque con otra mujer suponía traicionar en cierto modo a Doña Sol y ella era su más amada amiga y la cómplice de un deseo mutuo a tres bandas.

A Guzmán podía no gustarle que otro cuerpo llamase la atención de su amo, mas era consciente que sólo era el más miserable de los esclavos del conde y no tenía derecho a poner mala cara a los caprichos sexuales de su señor. Pero eso no impedía que le jodiesen en lo más profundo de su alma, aunque se aguantase y pasase por ello con una sonrisa en los labios deseando que su dueño se saciase pronto y se aburriese del juguete para volver a sentir su calor y sus pollazos dentro de su ser. Era el más duro sacrificio que le imponía la renuncia a ser un hombre libre y poderoso para vivir bajo el dominio de su amor.

martes, 26 de julio de 2011

Capítulo V

La impertinencia de la campana obligó a Nuño a abrir los ojos y encontrarse con la boca de Guzmán pegada a la suya. El chico todavía dormía y daba pena despertar a una criatura con una cara tan encantadora y un gesto tan dulce como el del mancebo cuando había dormido a gusto pegado a su señor y con las tripas calientes con la leche que le depositaba en ellas al follarlo. Nuño oyó pasos cerca de la sala en la que se encontraban y se decidió a salir para averiguar cual era el motivo de ese ajetreo a una hora tan temprana.

Era mayor el ruido que las nueces y tan sólo se debía al atropellado corretear y murmullos entre dientes de dos jovencísimos novicios que terminando de acomodarse los hábitos se dirigían hacia el otro lado donde estaba la cocina del convento. Al conde le hizo gracia la ágil figura de los mozalbetes que todavía dejaban ver parte del culo al no haberse bajado del todo las faldas, y se preguntó: “De dónde vendrán estos dos rufianes y que habrán hecho durante la noche?”. Y la respuesta tenía poco misterio, más al ver abrirse una puerta y salir por ella el alférez de su guardia. Y como es normal en casos parecidos, dos y dos no suman cuatro sino tres.

El conde conocía las debilidades del joven y fornido jefe de sus soldados, el noble y leal Don Pero, que si no tenía el coño de una hembra al que echarle mano cuando la polla se le ponía tiesa, lo cual sucedía con mucho frecuencia durante el día, le era lo mismo usar el agujero del culo de un rapaz para bajar la calentura que le hinchaba los cojones de semen. Y no eran necesarias más explicaciones y hasta le era posible al conde adivinar la caliente noche que habían pasado los dos chavales.

Efectivamente, a Don Pero le pareció que lo espiaban tras una rendija cuando se desnudaba para despojarse de la ropa mojada y acostarse y, ni corto ni perezoso, se fue hacia ella y se percató que del otro lado estaban los dos críos gimiendo bajito al compás del pajote que se estaban cascando con la visión del esbelto y musculoso cuerpo del alférez. Empujó la mampara que los ocultaba y los sacó a la luz del velón para verlos bien y regañarles por su curiosidad.

Pero al verlos tan jóvenes y con la piel tan suave, primero les calentó el trasero zurrándoles con su mano y después los puso a cuatro patas, uno al lado del otro, y les preparó el ojete con los dedos para enseñarles el placer que podía sentir un joven muchacho cuando un hombre le daba por el culo. Y se los ventiló sucesivamente durante gran parte de esa noche fría y húmeda con el rugido del viento como música de fondo a los jadeos y gemidos de dicha de los dos mocosos y del aguerrido soldado. Es posible que cuando corrían por el claustro sus anos serían capaces de tragarse un cirio pascual de tanta polla que les habría dado el salido Don Pero. Sin embargo, eso sólo debía preocuparle a los dos desvirgados que lo tendrían crudo a partir de entonces si no daban con otro semental a la medida del que los estrenó. Y sería muy probable que eso lo pagase algún velón de tamaño aceptable.

Lo malo es que entre unas cosas y otras al conde se le fue el sueño y ya desvelado sólo le quedaban dos opciones. O daba la orden de partir de inmediato y poner a toda la tropa en pie o despertaba al mancebo y le endiñaba un pollazo en toda regla, de esos que rompen el culo, para deslucir los que le había suministrado el alférez a los dos novicios. Y optó por lo segundo, pero de paso le mandó al oficial que tocasen diana y se espabilase todo el mundo para partir una vez terminado el oficio de maitines. Y con la misma volvió a su improvisado aposento y se lanzó en plancha sobre la espalda de Guzmán clavándole la verga en el ano sin lubricarla previamente.

El despertar del chico fue algo violento, pero esas sensaciones fuertes le daban energía al muchacho y pronto su esfínter se amoldó a la tranca que le friccionaba la tripa. Y después de un buen rato de embates y golpetazos en las nalgas, un fuerte chorro espeso y templado le suavizó los efectos del insistente roce, corriéndose de gusto el muy puto.

Y cómo le agradeció ese amanecer a su amo!. En cuanto pudo incorporarse y verse aligerado del peso del cuerpo de su señor, Guzmán se lanzó a su cuello y le besó los labios como si quisiese comérselos para desayunar. Pero no había mas tiempo para retomar un nuevo magreo, puesto que el conde tenía claro que no convenía perder más tiempo en el monasterio. Pues no le extrañaba que si la estancia en ese lugar se hacía más larga algún que otro virgo de fraile saltase por los aires. O mejor dicho, se lo metiese por el culo algún otro soldado con ganas de tumbarse a una puta. La necesidad de aligerar los huevos en hombres jóvenes es difícil de contener. Y habiendo mozos con piel fina y blanca como la de una damisela y sin callos en las manos de empuñar espada, mucho más. Por el momento dos novicios ya iban con el culo servido y era más prudente evitar que proliferasen las tentaciones al terminar de rezar los frailes.

Pero el conde, si bien tenía su parte de razón en sus temores, la medida de abandonar cuanto antes el solar sagrado del convento no paliaba que el agujero del culo de otro religioso hubiese gozado durante la noche de un placer que nunca soñó volver a disfrutar entre aquellos santos muros. El muchacho, todavía a mediados de la veintena, se hizo el encontradizo con dos soldados fuertes como mulas y el olor de su ansia les indujo a arrancarle el sayal y dejarlo en putos cueros para violarlo. El hizo que se resistía, mas no les fue muy trabajoso arrastrarlo a un rincón y ponerlo con el culo en pompa como a una perra. Primero se lo folló uno, mientras el otro le agarraba por un brazo y la cabeza, obligándole a levantar el trasero para dejar el ojete a la vista, y luego le tocó al otro que también le dejó el ano encendido y vertiendo leche. Pero la inexperiencia en joder culos de ambos soldados no les permitió percatarse que el de aquel muchacho ya no lo estrenaba ningún cipote. El esfínter cedió al mínimo empuje de la primera verga y se la tragó con unas ganas que si llega a resbalar el soldado entra de cabeza por el agujero. Y lo mejor fue que los tres se lo pasaron en grande y el monje vio el cielo en una noche sin luna ni estrellas, hasta el toque de maitines, y nunca olvidaría la visita del conde y su tropa al tranquilo y pacífico cenobio en donde jamás ocurría nada imprevisto ni fuera de la aburrida rutina diaria.

En cualquier caso los acontecimientos habían alegrado el día, puesto que paró de llover y hasta parecía que el sol quería unirse a los viajeros y secarles la tierra con sus rayos para aligerar el trabajo de las bestias. El conde estaba de buen humor y todavía se reía de la escena viendo a los dos críos componiendo sus ropas para ocultar el culo recién jodido y desflorado por el jefe de su tropa. Guzmán, desde el carro en el que viajaba con Hassan y Abdul, le preguntó cual era la causa de su risa y al contarle el episodio de los novicios, el chico estalló con una carcajada tan sonora que se escuchó en medio del campo con una claridad meridiana y que a duras penas se le podía atribuir a una delicada moza. Nuño le advirtió que se moderase y que hasta fingiese la risa imitando a una mujer o daría al traste con todo su disfraz y sus afeites de puta de serrallo. Pero a los eunucos también les hizo gracia el hecho y unieron sus risas y sus voces a la de su amo Yusuf, paliando con su algarabía la salida de tono del mancebo. Y fueron dejando atrás el cenobio y posiblemente algunos frailes lamentaban en silencio no haberse aprovechado mejor del hospedaje de unos soldados en la flor de su sexualidad y con ganas de aflojar tensiones y descargar las pelotas cansadas de esperar el coño fresco de una saludable moza.

lunes, 25 de julio de 2011

Capítulo IV

Los muros del convento se borraban en la negrura de un cielo sin luna y el zumbido del viento entre los árboles daba la impresión de que entre ellos andaban ánimas y otros espíritus sin sosiego en una noche de perros. Arreciaba el aire trayendo con fuerza la lluvia y ante el portón de gruesa madera, claveteada en hierro, se detuvo el conde con su comitiva para pedir asilo y resguardarse de la dura intemperie. Pegó unos fuertes aldabonazos y al rato se oyó la voz cascada de un hombre preguntando quien importunaba la paz del monasterio. Era de frailes franciscanos y se notaba la escasez y pobreza en que vivían aquellos religiosos y el prior apenas preguntó al conde ni quien era o donde iba y ordenó que preparasen alojamiento para él y todos los que le acompañaban, que no eran pocos. Formaban su escolta una veintena de soldados armados, y los ocho guardianes negros, siempre despiertos y mirando a todos lados por si alguien atacaba a su señor. Y, además, había que contar con los dos eunucos y la recia moza que iba con ellos. Y eso si presentaba problemas. Las mujeres no podían entrar en el interior de la clausura de los monjes y el monasterio no contaba con dependencias suficientes para tanto huésped. A los soldados se les podía alojar en cualquier establo o en el mismo claustro, pero al conde no. Un noble requería una celda decente por lo menos y todas estaban dentro de la parte reservada a los frailes. Así que tendría que dormir solo o con algún criado para que lo atendiese, ya que llevaba dos. Pero la moza tendría que quedarse fuera de la clausura y el único albergue aceptable para ella sería un cuarto a la entrada que se usaba como recibidor para visitas ilustres. Se le pondría un jergón allí y, en opinión del prior, tampoco era prudente que pasase la noche en compañía de ningún hombre aunque fuese un eunuco. Y por supuesto los negros descansarían a ratos y por turnos puesto que nunca abandonaban la vigilancia.

A Nuño no le hacía ni pizca de gracia tal cosa, no sólo por no tener a su puta cerca para follarla, sino que recordó la atrevida conducta de otro monje, que intentó beneficiarse al mancebo yendo entonces hacia Sevilla. Bien pudiera ser que ahora a otro tonsurado le entrasen ganas de darle una alegría a su verga y quisiese meterla por el coño de su manceba. Y en menudo lío se verían si eso ocurría. El fraile descubriría que tenía pelotas y una chorra, seguramente más grande que la suya, y que las tetas eran meros trapos encintados al pecho de un mozo. Sin contar que, antes de que le metiese mano, el zagal le clavaría su puñal en donde más le doliese y le quitase el apetito carnal de golpe. Guzmán quiso quitarle hierro al asunto y convencer a Nuño que no le pasaría nada por dormir solo en otro lugar una noche, pero el conde ni quería oír tal cosa y le arreó una palmada en el culo cuando el monje los dejó solos para supervisar el acomodo de la tropa. Al ver a los imesebelen, el religioso torció el morro puesto que a todas luces eran infieles y estaba feo meterlos en una casa santa aunque fuese para dormir solamente, así que descansarían junto a los caballos al lado del establo.

Y eso le dio una idea a Nuño. Era mejor que él se quedase cerca de esos aguerridos esclavos y también de la mujer, ya que no podía declinar bajo ningún pretexto la responsabilidad de protegerla día y noche. Se le ocurrió decirle al prior que aquella potente moza era para su señor el rey y ante esa razón de peso sobraba toda explicación ni hacían falta más motivos para permanecer al lado de dicha hembra. Y para no poner en entredicho las buenas costumbres dentro del cenobio, el prior mandó montar unos biombos de madera, usados como retablos móviles en ciertas celebraciones del santoral, y de ese modo habría una separación física entre ella y su protector.

Como si unas maderas fuesen obstáculo para contener y detener la picha brava del conde estando a un palmo del culo de Guzmán!. En cuanto se acostó todo el mundo, Nuño se metió en el jergón del mancebo y lo apretó contra su cuerpo para darle calor. El chico estaba frío puesto que se habían mojado las ropas y la humedad se le había metido en los huesos. Guzmán acurrucó la espalda contra el pecho y el vientre de Nuño y éste le dijo: “Estás destemplado de soportar este puto temporal de agua y viento. Aunque no sería por sayas y refajos, mi dulce Marta. Porque esos dos jodidos eunucos te pusieron como a la favorita de un emir. Menuda cara de puta tienes con esa pintura y los coloretes en las mejillas!. Y no digamos los morros que te pintaron de carmín. Y aún así sigues siendo el más guapo y levantarte las faldas me pone tan ciego como a otro hombre hacérselo a una mujer de verdad. Mas teniendo en cuenta que tú no llevas nada debajo y el coño va al aire para que pueda alcanzarlo mejor. Cada día me gustas más y me arrepiento menos de haberle mentido a tu tío el rey y al resto de la corte haciéndolos creer que estabas muerto. Guzmán, mi Yusuf, mi Marta, o como quiera llamarte, te quiero como no está permitido amar a otro que no sea un dios”. Guzmán suspiró profundamente y se estrechó más contra el torso de su dueño y le dijo: “Amo, no lamentes lo que hicimos porque de haberme separado de ti ya estaría muerto de pena. Eres la única razón de mi existencia y sólo para amarte respiro y me despierto cada mañana. La vida sin ti no tendría sentido. Yo también siento haber engañado a mi tío y al resto de mi familia, pero sus normas y costumbres sociales nos han forzado a ello. Por qué no puede ser que dos hombres se amen en público y declaren su amor sin tapujos cuando hay tantos que lo hacen en privado y secretamente?. Y lo peor es que en algunos casos todos lo saben, pero disimulan y miran para otro lado si los ven mirarse con ternura o tocarse movidos por la lujuria y la calentura propia de la atracción que sienten hacia otro de su mismo sexo. Creo que todo eso es demasiado hipócrita y no es bueno. El amor no puede tener un sexo determinado puesto se aman las almas y no creo que ellas lo tenga”. Nuño le mordió el cuello a la altura de la nuca y exclamó: “Vaya!. Ahora tengo un filósofo entre mis brazos!. Qué morbo darle por el culo a un joven pensador!...Humm... Te voy a meter una buena dosis de filosofía y teología por el ano para que seas más erudito todavía... Así. Abre el ojete, pero espera a que yo te ordene poner el culito en posición para que se la trague entera de golpe en cuanto desee encarnarme en ti para que me traspases algo de esa sabiduría con la que me deslumbras”. “No te rías de mí, amo. Pero acaso no tengo razón en lo que digo?”, protestó el mancebo. Nuño besó al crío tras una oreja y escuchó sus gemidos entre mimosos y cachondos y le dijo: “Sí la tienes. Pero esa razón no puede airearse públicamente como sería nuestro deseo”.Y le preguntó: “Aún tienes frío, mi amor?”. “Sí, mi amo. Pero ahora ya noto como mi sangre vuelve a correr por todas mis venas y hay zonas en que me abrasa un agradable fuego”, respondió Guzmán. Y Nuño añadió: “Acaso es una de ellas donde tengo la punta de mi polla?”. “Sí, amo. Ahí estoy muy caliente y más por dentro. No lo notas?”, dijo el mancebo. “Sí. Y también como se abre y se cierra y se mueve tu agujero buscando la cabeza de mi cipote.... La notas ahora ahí?”, agregó el conde. Y el chico respondió: “Sí, amo. Siento que quiere entrar y mi cuerpo la ansía para recuperar la vida y templar la fatiga del viaje... No me prives por más tiempo de ella y dame calor para dormir en el lecho más cómodo que pueda existir. Junto a tu cuerpo, mi señor”. Y Guzmán reculó más con el culo para clavarse el mismo en la tranca que ya presionaba su esfínter.

Nuño apretó también empujando hacía delante y le dijo: “Pues descansa y deja que ella haga lo que debe para dejarte bien templado y tengas el más confortable de los sueños...Yo te follaré y en cuanto sientas mi leche en tu vientre deja que el sueño te rinda y abandónate en mis brazos sin miedo ni reserva alguna y sin darle más vueltas a tus teorías. Muy acertadas, desde luego, pero impropias para el mundo en que vivimos. Yo te protejo, mi amor”. Y eso le decía el conde mientras le asestaba un buen polvo a su amado.

Y comenzaron los jadeos de ambos y la locura del chico al sentirse poseído con fuerza y en profundidad por su amo. Notaba en su recto cada vena de la verga de Nuño y como el pellejo iba y venía arrastrado por el glande en su repetido recorrido bombeando las tripas del muchacho hasta descargar sus cojones dentro de él. En ese mismo instante, Guzmán salpicaba de semen el catre donde dormirían el resto de la noche, hasta que el rezo de maitines de los frailes les anunciase la proximidad de un nuevo amanecer y saldrían del cenobio para enfrentarse a otros avatares que irían jalonando la odisea emprendida hasta su regreso a la torre del bosque negro donde estaba su hogar.

sábado, 23 de julio de 2011

Capítulo III

La marcha hacia Soria se estaba complicando por el mal tiempo, ya que desde antes del amanecer llovía a cántaros y eso dificultaba el avance de los carros y el fango atascaba las ruedas y las mulas no lograban arrancar de nuevo por si solas. Los hombres arrimaban el hombro empujando al tiempo que los carreteros fustigaban a las bestias para hacerlas tirar con todas sus fuerzas y arrastrar la pesada carga.

Tampoco los caballos lo tenían fácil, puesto que se les hundían los cascos en la lama, y los caballeros y soldados decidieron echar pie a tierra para aliviar de su peso a los nobles brutos. Mayor problema tenía Guzmán al ir con ropas de mujer, dado que, tras una dura y bien argumentada discusión con el conde, Sol y él habían conseguido que se aviniese a llevarlo ocultando su identidad bajo la apariencia de una mujer. Una ramera por la que el conde mostraba estar encaprichado y lo acompañaba en ese largo viaje que emprendía hacia la corte, primero, y luego a Italia.

No les fue nada fácil a la condesa y al mancebo hacer claudicar a Nuño de su negativa a exponer a Guzmán en la corte del rey o durante el complicado viaje a las ciudades italianas partidarias de los gibelinos, pero la insistencia de ella y la inteligente manera de exponer sus razones, acabó por vencer la resistencia de su marido y unirse con ella y Guzmán para elaborar el plan de hacer pasar por mujer al bello doncel. Su hermoso rostro les ayudaba mucho, pero sus músculos eran un problema, sobre todo en los brazos, ya que las piernas siempre estarían tapadas por las faldas. Aunque en cualquier caso, había que disimular la excesiva anchura de los hombros, impropios en una mujer, a no ser que fuese un marimacho, y rellenarle el pecho con algo más que sus pectorales que, siendo fuerte, no eran suficientes para ser tomados por un par de tetas.

Por fortuna, a Guzmán no le había salido mucha barba todavía y eso era una ventaja a la hora de depilarle la cara. Porque de esos necesarios retoques, así como de los afeites y adornos y hasta algún toque de pintura en mejillas, labios y ojos, se encargarían los dos eunucos, muy duchos en el acicalado de las mujeres moras y que por supuesto irían en el mismo paquete del equipaje del mancebo como parte inseparable de su disfraz.

Doña Sol trabajo como una loca para arreglar ella misma unos vestidos, que pudieran servirle al mozo, y el día anterior a la partida, pudo ver culminada su obra al travestir al muchacho durante su acostumbrada reunión vespertina en el mausoleo para echar unos polvazos que la dejasen llena de leche de su marido y su nariz mantuviese el olor del sexo de los dos hombres hasta el regreso. Los eunucos acompañaron esa tarde al conde y a Guzmán y con la ayuda de la condesa lo transformaron en una mujer joven y fuerte, cuya hermosa cara parecía esconder un inconfesable secreto. El de tener entre las piernas un par de cojones y una verga, que viendo el paquete en la bragueta del conde, se ponía gorda y dura aunque le impidiese levantarse el hecho de llevarla atada y metida entre los muslos. Y el muy cabrón de Nuño le metió mano en el culo hasta que se dobló de dolor por la querencia de su polla a ponerse tiesa y la obligada curvatura hacia el suelo que le imponía la sujeción. Y el conde le tocaba el ano y le metía los dedos, diciéndole como pensaba abusar de su concubina cada noche para que cada mañana todos los soldados la viesen escarranchada de patas y supiesen que era la más zorra del reino.

La condesa se partía de risa viendo la cara encarnada del mancebo y las muecas de dolor que hacía agarrándose los huevos y suplicándole al conde que se apiadase de su situación, porque ahora podía gritar alto y claro que así, sin libertad en su miembro, era una auténtica mujer indefensa en manos de un macho impasible a sus sufrimientos. Y Nuño despidió a los eunucos y agarró por detrás a Guzmán para doblarlo sobre la mesa boca abajo y levantarle las faldas por encima de la cintura y, aprovechando que no llevaba calzón, darle por el culo sin soltarle la polla. Porque descubrió que le excitaba mucho joderlo de ese modo sin que la mano se encontrase con una verga tiesa delante del vientre del chaval. Y la mente de Guzmán empezó a temer que más de una noche le esperaría la misma tortura.

Los quejidos y los gemidos se sucedían sin interrupción y el conde le echó mano a los huevos del mancebo y se los estrujó con toda su fuerza para adormecérselos y dejarlos atrofiados como si quisiese abortar un inminente orgasmo y le gritó a Sol que los atara con fuerza hasta dejarlos morados a ver si así la picha del mozo se aflojaba y dejaba de torturarlo. El remedio evidentemente no era el adecuado y la intención del conde no era la de aliviarle nada al mancebo, sino de joderlo aún más y oír como sus quejidos se tornaban en gritos. Sol obedeció a su marido, pero no pudo evitar las lágrimas al ver correr las de Guzmán por sus mejillas. Todo el placer que sentía en el culo se diluía en el dolor que tenía en los cojones y el pito. Y el conde le apretaba más los testículos, con la misma fuerza que le metía la verga en el culo, y le decía: “Las mujeres no se corren hacia fuera sino para adentro. Y tú ya eres mi ramera y te comportarás como tal mientras tengas que ir vestido de hembra. No sientes gozo en la vulva del coño?. No notas como se te mojan las tripas al roce de mi carajo?. Quiero oír como vibras y tiemblas con el orgasmo y tus senos se ponen duros y erectos como a la más cachonda de las perras. No quieres ser mi puta en este viaje?. Pues lo serás con todas las consecuencias. O prefieres quedarte y seguir vistiendo las calzas por los pies?”. Y Guzmán gritó: “No, mi amo!. Aunque me capes y vaya sin rabo te seguiré donde vayas y no te dejaré ir solo!. Y puedes torturarme todos los días con sus noches y hasta no dejar que me corra cuando me folles, porque nada hará que me quede y no me arrastre detrás de ti, mi amo!”. Y Sol se arrodilló a los pies de Nuño rogando entre sollozos que librase a Guzmán del tal martirio, pues ella misma padecía en sus partes un tormento igual al del mancebo al verlo sufrir y soportar tanto dolor en sus genitales.

El conde se la calcó con más ímpetu hasta llenarlo de semen y al sacársela del culo al mancebo se dio cuenta que le había dejado su leche en la mano con la que le apretaba los huevos y la polla. El muy vicioso también tuvo su orgasmo a pesar del daño que le hacía su amante y la congestión producida por la cuerda que estrangulaba sus bolas. Nuño olió esa leche y lamió la palma de su mano para limpiarla. Y dijo: “Está bien. Ese fue mi último intento de convenceros para que no venga Guzmán conmigo. Y he de confesar que si algo me cuesta es dejarlo aquí en lugar de llevarlo. Así que no se hable más del asunto y terminemos los preparativos necesarios para el viaje.... Desnúdate, Guzmán, y ven a que libere tus pelotas y tu minga para que no se gangrenen por falta de riego... Está visto que aunque te cortase el pene te correrías igual. Por lo tanto, dejemos que cuelgue libre bajo las sayas. Y no olvides tu puñal por si alguno se atreve a meterte mano y lo encuentra. Eso deberá ser lo último que toque en este mundo”. “Sí, mi amo”, acató el mancebo que recuperaba el color al verse libre de ataduras.

En el fondo, Nuño estaba encantado de llevarse a Guzmán, pero tenía que castigar su insistencia y el cómplice apoyo que había conseguido por parte de Sol, seguramente sorbiéndole el seso hasta conseguirlo. Lo cual no era cierto del todo, ya que ella fue la primera en proponérselo al chico y éste sólo hizo apuntarse a esa idea de que el conde no fuese solo y en realidad también fue la condesa quien tuvo la genial ocurrencia de transformar al mancebo en manceba. Y no sólo pensó en eso, sino que lo llevó a cabo cosiendo vestidos y supervisando que con el arreglo echo por los eunucos, la joven Marta, que ese sería el nombre femenino de Guzmán (también elegido por la condesa), no pareciese una puta de mesón, sino una pobre jovencita seducida por un caballero de moral relajada, que no ocultaba sus inclinaciones por la carne fresca de una apetitosa y fornida campesina.

Ya casi oscurecía por el horizonte y a la vista de un recoleto cenobio, el conde ordenó hacer un alto para pasar la noche resguardados de viento y el aguacero que no cesaba de caer. Todos llevaban las vestimentas empapadas y no era bueno que enfermasen nada más emprender el viaje al encuentro de nuevas aventuras y enriquecedoras experiencias.

jueves, 21 de julio de 2011

Capítulo II

Guzmán apretó los ijares de Siroco con los talones y el animal hizo temblar la tierra bajo sus cascos golpeándola rítmicamente con un trote armónico y rápido que levantaba el polvo del camino a su paso. Detrás, en su corcel blanco, el conde mantenía el galope marcado por el mancebo y no dejaba de admirar sus nalgas que subían y bajaban sobre las ancas negras del caballo. El mancebo iba desnudo, al igual que Nuño, y el movimiento de los glúteos del muchacho excitaba al conde, que mostraba su verga en alto aguardando el momento de ponerla en ristre para atacar la retaguardia del chico. Ya más de una vez, cabalgando juntos en la misma grupa, Nuño había ensartado el culo de Guzmán para follarlo aprovechando la cadencia del trote. Eran polvos que le agradaban al conde y al mancebo le excitaban en grado sumo, aunque luego le dejase el ano destrozado. Pero el chico se limitaba a obedecer la orden dada por su dueño y levantaba las nalgas para volver a sentarse mientras Nuño le metía la verga por el ano. Y el conde aceleraba la cabalgada rozando a placer el recto del muchacho, que le costaba un notable esfuerzo reprimir el orgasmo hasta que el amo no le dejase verterse encima de las crines del caballo. La simbiosis entre animal y jinetes era tan íntima y perfecta que se convertían en un centauro de tres cabezas y sólo una era la de un noble bruto.

A esas horas de la mañana ya calentaba el sol y por eso se habían desnudado los dos para compartir su sensualidad con los corceles que montaban, notando su nervio y la tensión de los músculos entres sus piernas y sintiendo también el ligero golpeteo de los testículos sobre el lomo del caballo excitándoles más las pollas al punto de pringar de babas el hermoso pelaje de Brisa y Siroco. Al llegar a un claro, Guzmán detuvo el caballo y saltó a tierra para zambullirse corriendo en las tranquilas aguas del lago y Nuño lo siguió intentando alcanzarlo con intención de tumbarlo sobre la hierba y saciar en él su apetito exacerbado de sexo dándole por el culo del modo más salvaje.


Guzmán tensaba con maestría la cuerda sensible de Nuño, para ponerlo más cachondo, y le dejaba ver su trasero incitándole a comérselo y entrar de un golpe en su agujero hasta empalarlo con el cipote hinchado y erguido por la palpitaciones de la sangre del conde acumulada en ese contundente miembro que perseguía el ano del mancebo. Y Nuño se cabreaba y la lujuria le nublaba la vista y la razón y al darle caza al muchacho se las hacía pagar mordiéndole la boca y el cuello y pellizcándole los pezones hasta hacerle daño para que su risa se tornase en ansia y furor por tener el cuerpo de su amante dentro del suyo. Y entonces era el conde quien retrasaba el ensamblaje y le lamía el ano retorciéndole los huevos con saña para cortarle la segregación de precum y dejarle adormecidos los testículos para retardarle el orgasmo. Y antes de joderlo, le daba una zurra en el culo por haberse escapado o con cualquier otra excusa que justificase ponerle las nalgas coloradas como un tomate maduro. Eso a Guzmán lo calentaba por fuera y por dentro y aunque le dolía y chillaba como un becerro, no hacía nada por evitar ni un solo azote. Y la razón era doble. Porque, en primer lugar, si lo hacía recibiría mucho más y con más fuerza. Y en segundo lugar porque la paliza le hacía sentirse más esclavo y más propiedad de su amo y su mente se corría entregándose al castigo. Luego entregaba su ojete para que lo taladrase su dueño y Nuño le encharcaba las tripas de leche con dos corridas sin sacársela del culo.

Y por fin ambos corrían al agua para refrescarse las carnes y la lascivia. Al muchacho le escurría el semen de su amo por la parte posterior de los muslos y el baño frío era un alivio para sus nalgas que le ardían como carbones encendidos. Y allí Nuño lo abrazaba y le besaba los labios con ternura diciéndole al rato que ya tenía ganas de follarlo otra vez. El esfínter de Guzmán quedaba como un higo pocho de tanto meter y sacar, pero su corazón se hacía agua en cada embestida que le metía el otro al joderlo.

Nuño salió del agua llevando a Guzmán en brazos, que se amarraba al cuello del conde como si creyese que su vida dependía de mantenerse colgado de su amante, y éste le dijo: “Tu tío me manda llamar a la corte”. “Dónde está”, preguntó el mancebo. Y Nuño respondió: “En Soria. Acaba de recibir una embajada de la república de Pisa ofreciéndole su apoyo para ser candidato a emperador y rey de romanos. El trono está vacante desde la muerte de Guillermo de Holanda y por tu abuela, Beatriz de Suabia, pertenecéis a la real familia alemana de los Hohesnstaufen”. “Y eso que tiene que ver con el imperio?”, insistió el mancebo. “Esa familia dice ser la depositaria de los derechos a la corona imperial”, añadió el conde. Guzmán se rió y dijo: “Menos mal que paso por muerto, porque aún iba a terminar siendo yo el emperador”. “Tú ya reinas en un imperio, que es mi torre. Y tu trono es mi verga. O prefieres otro de oro?”, alegó Nuño. “No. Ese solio donde me sientas y me clavas es el mejor y más cómodo de la tierra, mi amo”, contestó el chaval.

Se rieron y se tumbaron en la hierba para retozar como críos y terminar follando de nuevo como si sus reservas de semen fuesen inagotables. Y ya calmados el mancebo empezó a cavilar la manera de acompañar al conde a la corte, pero Nuño le cortó en seco sus elucubraciones advirtiéndole del peligro que corrían de ser descubierto por su tío el rey. Estaba oficialmente muerto y enterrado y no era posible reaparecer bajo ningún disfraz que ocultase su figura y su rostro. El conde iría solo a Soria y Guzmán se quedaría esperándolo en la torre sin protestar y poniendo buena cara al mal tiempo. Pero algo preocupaba tanto a Nuño como al mancebo porque en su interior sabían que ese asunto traería más consecuencias de las aparentes.

Lógicamente el viaje no terminaría en la villa castellana donde estaba el rey con su corte. El conde debería proseguir camino hacia Italia para tratar de reunir partidarios a su causa que neutralizasen la enemistad del Papado y la existencia de otro candidato a la corona imperial, Ricardo de Cornualles, hermano del rey Enrique III de Inglaterra. Era una embajada difícil y arriesgada en la que Nuño se enfrentaría a riesgos imprevistos y se toparía con multitud de peligros. Y eso ya no le gustaba nada a Guzmán, al menos para dejarlo ir solo sin poder acompañarlo para afrontar con él esa nueva aventura. Nada podía ser peor que una separación tan larga y que podría ser definitiva dadas las circunstancias de la empresa. Pero cómo camuflaría su presencia en Soria para no ser descubierto por el rey o cualquier cortesano que lo hubiese conocido en Sevilla?. Sólo podía contar con la complicidad de Don Froilán, que estaría en la corte también e incluso probablemente sería uno de los compañeros de viaje del conde en su periplo por las ciudades gibelinas italianas. Sin embargo, no cabía duda que era temerario exponerse de ese modo, aunque el no arriesgarse supondría abandonar a su suerte al amante privándole de su ayuda, su compañía y su amor.

Nuño no quería ni oírle explicarse al respecto y hasta le atizó una bofetada en la boca por no estar callado. Mas, para el mancebo, aquello sobrepasaba los límites de la obediencia ciega a su amo y no acataría ninguna orden que le obligase a dejar que el objeto de su vida se fuese sin él a correr una odisea. En opinión de Guzmán, la temeridad no consistía en ser descubierto por su tío el rey, sino en quedarse en la torre aguardando impasible la vuelta del conde. Lo que, por otra parte, le sería harto difícil de soportar sin volverse loco de ansia y preocupación. Dijese lo que dijese o hiciese lo que hiciese Nuño, ni las más gruesas cadenas retendrían en la torre a Guzmán. Y Doña Sol opinaba lo mismo que él, pero la corta edad de sus hijos era un serio obstáculo para unirse al séquito de su esposo. Y por eso, entre los dos, urdieron la tela en la que quedaría atrapado el conde para cambiar de opinión y aceptar de buen grado la compañía de su amado mancebo en ese periplo cuyo objetivo era conseguir una corona imperial para su rey.

De todas formas les quedaba una dura brega para ablandar al conde hasta hacerlo cambiar de opinión y acceder a llevar consigo al mancebo. Tenían que pensarlo bien y atar todos los cabos para evitar sorpresas y más riesgos de los que normalmente afrontarían. Y había que tomar las medidas convenientes para disimular la identidad de Guzmán, lo cual no era tan sencillo, pero tenían que dar con una solución para desmontar la razón de Nuño y derribar su oposición. Luego, sólo cabía esperar que durante el trayecto, tanto de ida como de vuelta, no coincidiesen con nadie que reconociese a Guzmán, ya que eso significaría la ruina e incluso la vida de ambos.

miércoles, 20 de julio de 2011

Capítulo I

Ni una gota de brisa entraba por el balcón abierto de par en par que se asomaba al recoleto jardín del ala este del castillo. Ella notaba un calor sofocante, más dentro de su vientre que a flor de piel, y abrió la camisa de lino dejando al aire sus pechos, todavía tersos y erectos aún después de alumbrar por segunda vez a una preciosa niña de tez blanca y cabello oscuro. Elvira, así se llamó la pequeña hija del conde feroz y su esposa Doña Sol, que ya iba a cumplir dos años.

Estaba inquieta y no lograba sosegar su ánimo con lecturas ni bordados, ni otras gaitas que no fuesen las dos que hábilmente tocaba cuando estaba con su esposo y el mancebo. Y su corazón repetía ese nombre adorado con el que soñaba día y noche, Guzmán. El joven que, como ella entraría pronto en la veintena, si antes era hermoso ahora era el más bello e inteligente de los hombres. Camino de la madurez, el joven mozo se había hecho y completado en todos los sentidos, llegando a ser un ejemplar de macho que asombraría a cuantos pudiesen verlo.


Y eran muy pocos los que tenían ese privilegio, puesto que su vida y su mundo era una torre en medio de una frondosa e intrincada arboleda, cuya fantástica fama de estar poblada por seres extraños y malignos amedrentaba a las gentes sencillas de todo el condado que evitaban acercarse a la fatal espesura del bosque negro. Las lenguas decían que nadie salía de ese lugar infernal y que muchos jóvenes desaparecían en sus alrededores, sin que se volviese a saber de ellos jamás. Bueno, no siempre, puesto que algunos paisanos de la zona aseguraban haber visto a alguno corriendo en cueros al lado de dos briosos corceles, uno blanco y otro negro, montados a pelo por dos extraños jinetes que cabalgaban sobre ellos medio desnudos.

La dama necesitaba ver al joven y tocar su mano para llevársela sobre el pecho y sentir el calor de esa carne que extrañamente refrescaba sus ardores. Sólo tenía que cerrar los ojos y lo veía desnudo ante ella. Y el color de su piel, tan pegada a los músculos que dejaba apreciarlos en su mínimo detalle para estimar su fortaleza y el nervio de sus movimientos elegantemente enérgicos sin evitar un toque de descuidada naturalidad, hacían del conjunto de ese cuerpo, viril hasta las cejas, el más atrayente de los machos, aunque en su mente no albergase la idea de meter la polla por el coño de una mujer.

Y ella lo amaba y deseaba más que el aire que respiraba cada día. Cuando en su vagina entraba la verga de su esposo, era la de Guzmán la que ella sentía rozando su carne por dentro, aunque sólo la tuviese en la boca gracias a la generosidad de su dueño el conde feroz. El conde la follaba por el coño o por el ano mientras besaba al otro joven o le comía el pene, degustando la sal de la vida que almacenaba el muchacho en sus cojones hasta que su amo no le permitiese soltarla. Pero tan sólo con verlo y oler la acritud almizclada de su sexo, ella notaba en su cuerpo la revolución de la sangre que precedía al orgasmo. Y si el amo le dejaba olerle el culo al mancebo o, mucho mejor aún, si le regalaba el capricho de lamérselo antes de que el potente cipote de Nuño le abriese el culo a Guzmán, Sol se meaba de gusto queriendo ser ella la que entrase en el vientre del chico con la leche del conde, que lamía ansiosa al salir por el ano del mozo y sacarle la verga el dueño y señor de ambos. Guzmán cagaba la leche sin nada que manchase los espermatozoides del conde y ella los paladeaba despacio, oliendo la mezcla del semen y la humedad del recto de Guzmán, y se encendía como una zorra madura en tiempo de celo. Si algo le gustaba a la mujer, era meter la lengua por el ano del mancebo para rebañar bien cualquier resto de la leche vertida por su esposo dentro de la barriga del joven.

Y se ponía tan ciega de lujuria, que antes de terminar de comerle el ojete al muchacho era frecuente que la verga del conde ya estuviese tiesa de nuevo y se la clavase cogiéndola por detrás como a una loba. Y entonces los cojones de Guzmán se llenaban de nuevo y el conde le ordenaba que se diese la vuelta y descargase en la boca de Sol el manjar que la volvía loca, corriéndose por el coño como si fuese la polla de un muchacho salido.

Sin embargo ella sabía que su gran amor por el mancebo sólo era correspondido con un gran cariño por su parte, ya que él adoraba ciegamente al conde como éste amaba al muchacho. No había nadie que provocase la libido de Guzmán como Nuño y sólo la voz del conde producía el efecto de elevar la temperatura en la entrepierna y el culo del chico hasta levantarle ronchas sino lo follaba en un tiempo prudencial que no excediese del canto de un trovador.

Y con esa realidad tenía que vivir Doña Sol sin pretender cambiarla ni alterar el equilibrio establecido entre los tres. Nuño era el único semental y el amo absoluto que dominaba inmisericorde a la pareja formada por ella y el mancebo, que sólo eran sus putas esclavas para fornicar a destajo cuando le venía en gana. El mantenía en forma su verga para darles por el culo a los dos o preñar a la joven si le salía de los cojones aparearse con ella. Al mancebo le llenaba la tripa de leche todos los días, pero su naturaleza le impedía quedar embarazado para darle más hijos al conde feroz. Esa misión era exclusivamente de la dama y ya había engendrado dos hermosos retoños. Fernando, el primogénito, que cumpliría cuatro años, era muy parecido a su padre, pero con el cabello rojizo y avispado como su madre. Y hasta ella legó el ruido de los cascos de unos caballos en el patio de armas. Sol salió del aposento cubierta por una ligera bata de seda con algo de cola y descendió la escalinata del castillo para ver lo que ocurría y cual era el motivo de tanta agitación.

Ese día el padre del niño le traía un regalo que fascinó a la criatura. El conde apareció en el castillo con un potro árabe de capa rojiza y largas crines oscuras que el viento alborotaba al trotar, ligero y fino como un soplo de aire que entra por la rendija de una celosía. Las delgadas patas del caballo se hacían notar en el patio de la fortaleza y el niño miraba a su padre no acabando de creerse que aquel magnífico ejemplar fuese un regalo para él. Sin miedo tocó la frente del animal y el noble bruto bajó la cabeza ante el chaval como entendiendo que ese pequeño sería su dueño y quien montase en su grupa para cortar el aire cabalgando a rienda suelta por las praderas.

El conde levantó del suelo al crío y lo montó sobre el corcel y le dijo: “Fernando, este es el caballo con el que aprenderás a ser un buen cazador. Es rápido y noble porque ha sido educado por el mejor adiestrador y conocedor de caballos que existe en este reino”. El niño acarició las crines del animal y parecía preguntarle con la mirada a su padre: “Cuando volveré a ver a Yusuf para darle las gracias también?”. Y como si Nuño comprendiese a su hijo, añadió: “En cuanto te hagas con Rayo, que ese es su nombre, y lo montes con soltura vendrás conmigo a cabalgar con Yusuf. Los tres iremos hasta el lago y nadaremos desnudos como la última vez”. “Desnudos?”, preguntó la madre. “Sí. Entre hombres no tenemos nada que esconder ni de que avergonzarnos. No crees?”, dijo el padre. “No, mi señor. Pero la suya todavía es muy pequeña al lado de las vuestras y no entenderá que sólo es cuestión de tiempo y edad para que también sea grande”, aseguró Doña Sol. Nuño se echó a reír con todas sus ganas por la ocurrencia de la dama y le dijo: “Cierto!. Ya le crecerá y será como la mía. Porque es mucho más grande que la de Yusuf. O no?”. “Sí, mi señor. La tuya es muy grande y le deseo una igual a mi hijo cuando crezca un poco más”, dijo la madre viendo la sonrisa del crío, que muy ufano se erguía altivo sobre su joven potro. Y Nuño le respondió: “Vayamos poco a poco, que eso no crece de la noche a la mañana”. Y la madre apostilló agarrando al niño en sus brazos: “Hijo mío, ya tendremos tiempo de preocuparnos por esas cosas. Ahora vamos a jugar y deja que lleven el caballo al establo para que descanse”. Pero dirigiéndose al marido en voz baja, añadió: “La tuya y la de Yusuf si crecen de la noche a la mañana y viceversa. O a caso sueño cuando las veo tan excitadas?”. Nuño aplaudió la salida de su esposa y la besó en la boca sin reparar en que media servidumbre estaba alrededor de ellos y el crío. Y con el beso le anunció entre dientes que a la hora acostumbrada estuviese en el mausoleo sin más compañía que su deseo.