Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

sábado, 19 de noviembre de 2011

Capítulo LI

No abrió los ojos, pero un persistente dolor de cabeza le hizo darse cuenta que estaba despierto. Notó el olor de Guzmán muy cerca de su nariz y alargó la mano para tocar el cuerpo del mancebo, que como siempre reconoció por el calor y la agradable tersura de su piel. Nuño se decidió a mirar que le deparaba esa nueva jornada y se encontró con los ojos negros de su amado, que le sonreían para hacerle más agradable el despertar.
Al conde le martilleaban las sienes y preguntó: “Iñigo todavía duerme?”. “Sí. No lo ves acurrucado a mi espalda?, dijo el mancebo. “Sólo te veo a ti. Y esta noche fuiste el protagonista de mis sueños”, respondió Nuño. “Y que soñaste, amo?”, quiso saber el chico. Y el conde le contó: “Que los dos galopábamos por nuestro bosque y nos bañábamos en el río desnudos y solos. Nos amamos como otras veces, pero el placer era superior a todo lo gozado anteriormente. Estabas tan hermoso que sólo un ser celestial podría equiparse contigo. Nunca te había adorado tanto como este noche en mi sueño”. Guzmán besó la boca del amo y le contestó: “Y lo has hecho, pero no en un sueño. Nunca me sentí más tuyo que antes de quedar dormido en tus brazos. Y me amaste con todo tu ser. Ni siquiera hacer el amor con Iñigo mermó la pasión que pusiste al poseerme. Sentí que no follabas mi cuerpo sino mi alma. Y lograste que llorase de felicidad al notar tu leche en mi vientre. Nuño, esta noche fue mejor que ninguna otra desde que te pertenezco y te doy las gracias por amarme tanto”. El conde sonrió olvidando su malestar y el dolor que oprimía su frente y le dijo: “Guzmán, cuanto más tengo más te necesito y siento que mi corazón reclama tu amor. Quiero que me ayudes con el resto de los muchachos. No a follarlos, pero sí para que los eduques y consigas que sepan servirme como tú. Quizás te pido demasiado, pero sé que lo harás y muy bien, además”.

Guzmán volvió a besarle la boca y le dijo: “Estás preocupado y cansado. A los problemas que te crea la embajada de mi tío, añades ahora un cúmulo de circunstancias que te han llevado a ser responsable de varios jóvenes. Y todavía te falta resolver ciertos asuntos, como por ejemplo el caso de Fredo y Piedricco... Por cierto, los eunucos han realizado una estupenda labor con las heridas de Fredo y ya está casi repuesto de ellas. Y todas la magulladuras y cortes que traíamos nosotros, también nos los curaron enseguida...Pero tú no has dejado que te diesen un repaso y ahora tus músculos agotados te hacen doler la cabeza y vete a saber que más... Sin contar los polvos que nos metiste a noche. Iñigo y yo te los agradecemos y nos has dejado saciados y sonriendo como dos zorras con la barriga inflada. Pero tienes que consentir en que cuiden de ti también... No voy a pedirte permiso para llamarlos y aunque te opongas, relajarán tu cuerpo y te tranquilizarán la mente para que descanses y puedas empezar el día con la energía que necesitas. Y no intentes decir que no. Tú eres el amo, pero yo soy responsable de tu salud. Incluso a la fuerza si es preciso”.

El conde miró perplejo al mancebo, pero no rechistó. En el fondo era consciente que tenía razón el chaval y por una vez le agradó dejar que lo cuidase como a un niño. Y en esto se despabiló Iñigo también y ya se abrazó al mancebo estrujándose contra su espalda. Los despertares de Iñigo eran siempre mimosos y buscaba el calor de otro cuerpo, preferiblemente el de Guzmán. Y como era habitual sonrió y sus ojos les alegraron a los otros dos, al entrar en el aposento el mismo color azul que lucía el cielo esa mañana. Qué guapo era ese muchacho hasta recién amanecido!. Y qué ganas le daban al conde de entrar en su culo para darle el desayuno por el ano. Pero necesitaba tiempo para poner en marcha sus proyectos y simplemente lo besó con ternura y le dio una palmada cariñosa en la nalga para que se levantase y soltase al mancebo. Ya tendrían tiempo de arrumacos y sexo más tarde.

Y lo primero sería pasar revista a la tropa de chavales que se había echado encima tan sólo en veinticuatro horas. Iñigo fue a por todos ellos y Guzmán a por los eunucos. Y el conde los recibió tumbado en la cama como si fuese una poltrona romana. Hassan y Abdul le indicaron a Nuño que se tumbase boca abajo y comenzaron a sobar y amasar sus músculos pringándolos de ungüentos y bálsamos. Y con todos presentes inició la recepción. Sin verlos, se dirigía a unos y a otros, dándoles instrucciones o dejándoles clara su nueva situación y posición tanto en la vida como a su servicio. Pero también se interesó en saber como habían pasado la noche.

Y a los que le preguntó primero fue a la pareja más reciente. Mario le informó que les prepararan unos jergones para dormir en el suelo delante de la puerta de la habitación ocupada por él y los otros dos esclavos. Y que como Denis tenía frío, durmieron juntos y abrazados en el mismo colchón. “Y tú, Fulvio?”, inquirió el amo. Y contestó con cierta sorna: “También dormí en ese mismo corredor al lado de ellos... Y me costó trabajo pegar ojo hasta que estos dos no se cansaron de darse por el culo y mamarse las pollas”. “Eso es cierto”, preguntó el conde. Los dos chicos sicilianos se sonrojaron, pero Mario habló: “Sí, amo. Nos conocemos desde hace años y vagábamos juntos por Sicilia, afanando lo que encontrábamos propicio para comer. Las noches son frías y largas cuando se duerme al sereno y también el sexo se despierta y primero te satisfaces con la mano y luego pruebas a ver que se siente si te lo hace otro. Y al poco tiempo quieres probar algo nuevo y terminas follando con tu compañero de fatigas. Unas veces me la mete él y otras se la endiño yo. Y nos alimentamos de nuestra leche dándonos de mamar el uno al otro. Y por la noche, estando pegados, nos sobamos y nos calentamos hasta que las vergas se ponen tiesas y ellas solas buscan el agujero del otro. No era nuestra intención molestar a este chaval ni mucho menos a vos, señor”.

El conde no quiso que le viesen reír entre dientes y sin girarse hacia ellos dijo: “Entiendo vuestras necesidades y puede asegurar que a mí no me habéis molestado con vuestros regodeos sexuales. Pero, a partir de ahora, eso no podéis hacerlo sin mi permiso. Y para que no lo olvidéis os voy a azotar. Sin embargo, quiero saber una cosa. Os queréis?”. “Sí, mucho”, dijo Denis. “Como hermanos?”, insistió el conde. “Más que eso, señor”, afirmó Mario. Y añadió: “El es todo lo que he tenido en el mundo y no podría estar sin Denis”. “Ni yo sin Mario, señor”, agregó el otro. "Está bien”, dijo Nuño. Y a Curcio no le preguntó nada, puesto que ya sabía donde durmiera esa noche. Estuvo encerrado en una pequeña sala él solo y se acostó sobre paja cubierto con una manta. El chico estaba callado y miraba al suelo como para no ver cual era la realidad que le esperaba junto a ese hombre al que todos llamaban amo.

Y Guzmán habló por él: “Amo, el joven Curcio pasó la noche mal. No tenía un lecho mullido y su cuerpo no está acostumbrado a miserias ni incomodidades. Te suplico que me permitas ocuparme de él. Iñigo y yo cuidaremos del muchacho y le haremos ver las cosas de otro modo”. Nuño miró a Curcio y luego a Fulvio. Y dijo: Sí. Ocúpate de ese crío. Pero también has de cuidar a Fulvio y enseñarle algunas cosas que le serán útiles para complacerme. Puede que a lo largo del día sea mi puta y debe estar preparado”. Fulvio se dio la vuelta y ya salía del aposento cuando sonó como un trueno la voz del conde: “Nadie te ha dicho que te marches!... Y si te estás preguntando por qué no me follo a Curcio, te diré que es porque de momento no me da la gana. Acércate!”. Fulvio se aproximó al lecho y el conde se incorporo de golpe y lo agarró por un brazo, tumbándolo con el culo hacia el techo. Le levantó la túnica y pidió una correa. Y delante de todos los demás le azotó veinte veces el culo desnudo.

Y el muy cabrón del crío no gritó, pero lloraba ocultando la cara contra la cama. Y el conde le dijo: “No me gusta que te quejes de tus compañeros ni menos que los acuses para que los castigue. Ni tampoco me agrada la envidia, aunque sé que en realidad son celos. Estás deseando que te quieran y aún más que te amen y te deseen, pero no sabes como llamar la atención para conseguirlo y te portas como un estúpido. Fulvio, eres un chico muy varonil, elegante y atractivo. Y estoy deseando disfrutarte mejor que la primera vez. Y no tardaré mucho en hacerlo, porque lo necesitas más de lo que tú mismo supones. Y no pasa nada porque llores o grites cuando te zurre. Me temo que no será la última vez que tenga que castigarte y dejarte al rojo las nalgas...Ahora voy a zurrarles los glúteos al esos dos compañeros que denunciaste... Ven Denis y desnúdate”. El chaval obedeció y el mismo se doblo sobre el lecho para ser azotado. Y el conde le ordenó al otro que se pusiese a su lado para zurrarles juntos. Y también lo hizo con rapidez. Y se miraron uno al otro mientras sonaban sobre sus nalgas diez correazos.

Se levantaron frotándose el culo y le dieron las gracias al conde por disciplinarlos y educarlos como buenos siervos. Y eso le hizo gracia a Nuño y les dijo: “Bueno. Creo que no voy a tener que pegaros con frecuencia, porque veo que sois obedientes y buenos esclavos. Os doy permiso para que durmáis juntos y folléis. Pero también debéis complacerme cuando yo lo requiera. Y ahora, con el culo ardiendo, vais a follaros otra vez delante de todos... Empieza tú, Mario. Soba a tu amigo y cuando estéis cachondos a tope móntalo y préñalo. Luego lo hará él cubriéndote a ti. Y apretar fuerte para notar el polvo en la carne dolorida”. “Gracias, amo. Te serviremos cuando tú ordenes y seremos como perras cachondas para satisfacerte siempre que lo desees”, dijeron los dos chavales al unísono, masturbándose con la mano para endurecer más sus pollas.
Y fue un espectáculo. Al punto que el conde exclamó: “Estos dos putos son unos artefactos mecánicos hechos para follar!. Buenas pollas para dar y carnosos culos para recibir!. E imagino que abundante leche también!. O al menos les sale en cantidad por el ano a los dos”. Pero durante el tiempo que los dos chavales follaban, Nuño le dijo a Fulvio que se sentase a su lado y lo apretó contra él para acariciarlo y tocarle los muslos. El muchacho aunque no quisiera reaccionar al tacto del conde, su polla lo traicionó y se puso erguida y dura, haciendo alarde de un tamaño y grosor apetecible para cualquier culo vicioso. La tensión le sentaba bien a ese chico, porque se puso todavía más guapo y su rostro y dignidad recordaban mucho más la de un patricio de Roma. Hasta el cabello le brillaba y caía a ambos lados de la cara resaltado sus facciones de un clasicismo perfecto. Y el conde pensó: “Por qué no admites que estás deseando ser mío y tu cuerpo pide sexo tanto como tu corazón necesita amor... Terco muchacho!. Pronto te arrastrarás a mis pies por mamarme la polla!”. Y siguió metiéndole mano hasta juguetear con las pelotas del chico.

Lo cierto es que entre los masajes de los eunucos y la actuación sexual de los dos sicilianos, más el sobeo por las patas y testículos de Fulvio, al conde se le pasaron los dolores y ya era otro hombre esa mañana. Y ya tenía ganas de follar otra vez, pero se reprimió y fue a reunirse con Froilán. Y por supuesto éste le contó su noche con Ruper, Aldo y Marco. Al principio Ruper fulminó con la mirada al otro chaval. Pero Marco con su carácter cariñoso y afable supo ganarse a los otros dos y terminaron comiéndose a besos mientras su amo les daba por el culo a todos. Durmieron abrazados los tres chicos y Ruper, nada más despertar se preocupó si su nuevo compañero había dormido a gusto pegado a él. “Son como gatitos que se hacen un ovillo para jugar juntos”, le dijo Froilán al conde.

Y averiguar que hicieran los otros chicos no era necesario porque ya se suponía que habrían montado una orgía entre todos. Incluyendo ahora a los dos nuevos secuestrados en el castillo, de nombre Bruno y Casio, de los que se hicieron cargo Jacomo y Giorgio. El que no durmió con nadie y se la cascó en solitario fue Fredo, que todavía estaba convaleciente. Pero el conde se había propuesto ese día solucionar el tema con el padre de Piedricco y librar al chico del convento, entregándoselo a ese otro mozo valeroso que echaba de menos un culito para retozar contento por las noches. O cuando se terciase, puesto que un polvo sienta bien a cualquier hora y en todo momento y situación.