Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Capítulo LIII

Oían las risas de los otros muchachos, pero no les interesaba lo que ellos estuviesen haciendo. Guzmán sonrió y dijo: “Vamos. Tenemos que prepararnos para recibir al amo”. Y diciendo esto el mancebo se levantó y se llevó de la mano a Fulvio para que los eunucos les dejasen el cuerpo listo para complacer mejor a su dueño. El chico tenía que aprender mucho todavía, pero Guzmán estaba seguro que sería un buen esclavo para su amo. Y se encontraron con Iñigo y Curcio que reían y parecían muy contentos y felices de estar juntos. El mancebo aprovechó para decirle a Iñigo que fuese con ellos para que los atendiesen los eunucos y el más joven quiso acompañarlos también. Fulvio sonrió con malicia y Guzmán pensó en lo que debía decirle, mas como si recibiese un fogonazo, le dijo que sí. Que fuese con ellos. El siciliano ya se imaginó a Curcio con el culo como una grana y el agujero abierto para que se le ventilasen las tripas después de que el amo se las llenase de semen. Qué poco le iba a durar la virginidad a ese muchacho, se dijo Fulvio regodeándose por dentro. Por muy noble que se creyese pronto no sería más que una perrita faldera pegada al amo para que las otras perras no la lastimasen ni mordiesen.

Y ya estaban todos listos, hasta Curcio al que Hassan también le hizo un lavado a fondo sin dejar de lado las tripas. Y oyeron la voz del amo en el zaguán del palacio. Hablaba con Giorgio y Froilán también decía algo relativo a unos caballos y preparar un viaje. Los chavales se asomaron a la escalera y vieron que los señores y los dos chicos no estaban solos. Les acompañaba Piedricco y por su cara se diría que estaba más feliz que en una fiesta popular. Nuño cogió al crío por la mano y llamó a Fredo. El joven, ya casi curado del todo, apareció sin ponerse las calzas y cubierto nada más que por la túnica. Y al ver al chiquillo se disculpó por su falta de decoro, pero el conde le dijo: “Vamos Fredo. No pierdas más tiempo y hazlo feliz. Tienes dos días para que sus piernas no se cierren y monte mejor a caballo. Pueda que le duelan las nalgas o el agujero, pero lo sufrirá con agrado. Estoy seguro. Venga. Llévatelo y haz lo que se espera de ti. Ahora es tuyo y para siempre, me temo”. Fredo no podía creerlo, pero los ojos de Piedricco le dijeron que era verdad y su cuerpo ardía en deseo de ser suyo. Y el conde le preguntó al crío: “Crees que serás feliz con Fredo?”. “Sí, mi señor... Y lo amaré con todas mis fuerzas aunque me pegue sino le complazco en algo”, respondió Piedricco. Y Nuño agregó: “No creo que Fredo tenga que zurrarte mucho. Eres una ovejita amorosa y supongo que te mimará como a una mujer. Que es lo que eres realmente”.

Nuño miró al resto de los chicos y les dijo: “Venir todos. Hemos traído caballos porque nos vamos de Nápoles. E Iñigo y Guzmán les echarán un ojo para ver cuales nos sirven...Ah!... Guzmán aquí tienes las garras que ideaste para los eunucos. No me gustaría recibir una caricia con esas uñas. Son peores que garras de oso”. Y salieron al patio trasero del palacio y allí había varios caballos sujetos por unos mozos de cuadra. El mancebo con sólo una mirada ya había elegido uno para Fulvio. Un tordo de crines color de hielo y remos finos y nerviosos. Todo un pura sangre bello y de pelaje brillante que al otro muchacho le pareció demasiado para él. Y fue el conde quien intervino: “Fulvio, ese caballo lo traje para ti y sabía que también lo elegiría Guzmán. Es el que montarás para cabalgar a mi lado con él e Iñigo. Y si no tienes otro nombre mejor, yo le pondría Céfiro como el dios del viento del oeste. Es un corcel propio para un guerrero de la vieja Roma. Y tú eres un patricio de aquellos que dominaron el mundo. Muchacho, montado en ese animal te envidiaría el mismo Cesar”. Y sin esperar la reacción del chico, el conde lo besó en la boca con tanta ternura que desató el llanto del chaval. Y Curcio también tuvo el suyo, aunque le gustaba más el de Fulvio. Iñigo escogió para el crío un bayo muy bonito y trotador, de largas crines y cola rizada y también le pusieron el nombre de un viento, Bora, frío y seco, motivado por un ciclón. A Marco le dieron un precioso alazán rubio rojizo y también lo bautizaron con nombre de aire. Le llamaron Mistral, que en Aragón le llaman cierzo. Y también había monturas para los otros cuatro chavales, los eunucos y los guerreros. Incluida una jaca muy dócil para Piedricco, que se llamó Tramontana, y un potente macho, nombrado Ostro, que es un viento del sur y llevaría sobre su lomo a Fredo. El y Piedricco serían los únicos no rescatados que irían con el conde y Froilán a correr el resto de la aventura en que se habían embarcado por defender el interés de un rey por una corona imperial.

El viaje lo harían sin carros para ir más ligeros y la impedimenta la cargarían varias mulas formando reata. Los chicos estaban contentos como críos con juguetes nuevos y el que ya jugaba desde que llegó a la casa era Piedricco, que cabalgaba sobre Fredo con una buena polla rompiéndole el ojo del culo por primera vez. Pero el conde quiso retirarse a su alcoba con los tres elegidos de antemano. Guzmán agarró a Fulvio de la mano y seguidos por Iñigo fueron tras el conde para servirle como deseaba. Pero también quiso apuntarse Curcio y eso ni estaba previsto ni Nuño quería mezclarlo por el momento en asuntos de cama. Sin embargo, el crío era caprichoso y se empeñó en seguirlos, hasta que el conde se le agotó la paciencia y lo dejó entrar, pero para darle su primera paliza. Ante la satisfecha mirada de Fulvio y la congoja de los otros dos muchachos, Nuño puso a Curcio sobre sus rodillas y le atizó una manta de azotes que desolló un poco la piel de las exquisitas nalgas del chaval. El crío lloró cuanto quiso y sorbiéndose los mocos como un golfillo se arrodilló delante del conde y le pidió perdón. Era el primer acto de humildad y sometimiento de ese niño mimado que en toda su vida no había recibido más que cumplidos serviles, para terminar su cómoda existencia con la traición de su tío.

A Guzmán le dio pena verlo sollozar y frotarse el culo, pero al que le rompió el corazón fue a Iñigo y le pidió permiso al amo para consolarlo. Nuño accedió pero los mandó a otro cuarto pegado a la alcoba y se tumbó en la cama flanqueado por Guzmán y Fulvio. Y el conde le dijo a Iñigo: Haz que se calle y vuelve pronto que no tengo todo el día para esperar a que me sirvan mis esclavos. Y déjalo que recapacite y por su bien espero que se porte mejor en el futuro. Esa fierecilla va a saber lo que es el látigo antes de lo que imagina... Ponle algo que alivie el ardor en las nalgas... Y date prisa o te ganas tú otra zurra”.

Iñigo se llevó al chico y lo acostó boca a bajo para ponerle un bálsamo en el culo. Levantó la túnica y casi le dolió a él ver la carne roja y humeante del chico. El amo lo había azotado con saña, quizás sin pretender causarle tanto daño, pero lo cierto es que Curcio se lo había ganado a pulso. Iñigo extendió el preparado sobre las nalgas y poco apoco el muchacho dejó de quejarse y separó las piernas para aflojar los glúteos. Y los dedos de Iñigo entraron en la raja de culo acariciándole el ano. Curcio no se movió ni se inmutó al notar los dedos de Iñigo jugando alrededor de su esfínter. Al contrario. Levantó el culo como buscando que lo penetrase. Y el otro chaval entendió la señal y entró en el cuerpo de Curcio con un dedo. El crío gimió y le recorrió un escalofrío toda la espalda. Pero no cerró el culo y se abrió más para notar mejor la caricia en el recto.

Y el otro muchacho pensó en el buen juego que daría ese chiquillo en manos de su amo. Desde ese instante estuvo seguro que la verga del conde haría estragos en las tripas de Curcio. Y sin duda llegaría a ser una de las mejores putas de su harén. Pero Iñigo no podía demorarse más con el chico, ya que su amo lo esperaba impaciente en la cama y se ganaba unos azotes en toda regla. Y le dijo a Curcio que no hiciese ruido y se quedase allí solo hasta que volviese a buscarlo. El chaval asintió con la cabeza y el otro salió para meterse en el lecho del amo junto a los otros dos esclavos, que se besaban y sobaban chupando por tiempos la polla del conde. Fulvio aprendía rápido y Guzmán lo dirigía para que le diese mayor placer a Nuño. Y se unió Iñigo para disputarles el honor de mamar la verga de su dueño. Los tres se esmeraban en lamerla y al mismo tiempo se tocaban las pollas uno a otro y se besaban en cuanto no tenían dentro de la boca el pene del señor. Los tres estaban encelados con el cuerpo de Nuño y llegó el momento de la penetración. Y el primero en recibir al amo fue Fulvio.

Esta vez no hubo gritos ni quejidos, sino jadeos y gemidos profundos acompañados de caricias y más besos de los otros dos muchachos. Fulvio notaba como su carne se dilataba y cedía a la presión de la verga que lo taladraba y de sus labios salió casi como un suspiro: “Sí, amo. Clávamela entera”. Y se corrió con las rodillas pegadas al pecho y los talones sobre los hombros del macho que lo dominaba y sometía bajo el peso de su robusto cuerpo. Soltó unos espesos chorros de semen por el capullo, estremeciéndose de pies a cabeza, y Nuño se vació en él. Al incorporarse el amo, Fulvio quedó boca arriba extenuado y acariciándose el vientre con una mano. Y Guzmán acercó la cara a la suya y le dijo: “Te ha fecundado a gusto. Debes estar lleno de esa leche que adoramos y nos hace vibrar de gozo Has sentido su calor?”. “Sí... Y esta vez si me ha gustado y disfruté siendo suyo. Entiendo lo que me decías y quiero tenerlo dentro otra vez”, dijo Fulvio. “No seas ansioso que nosotros también tenemos necesidad de llenar la tripa”, exclamó Iñigo, que le besaba la mejilla por el otro lado. Y el conde terció diciendo: “El próximo es para ti, Iñigo. Y dejaré a Guzmán para el final. Y esta noche repetiremos cambiando el orden”. Los tres chavales se rieron y el conde les dio una azote en el culo por putas.

Pero lo que no se dieron cuenta es que tuvieron un espectador no invitado al festín de polvos. Curcio, escondido tras una cortina, vio como el conde les daba por culo a los tres muchachos y como se comían ellos y el amo, chupándose por todas partes y metiendo lenguas y dedos por el culo de los chicos. Pero lo que alucinó al crío fue la verga de Nuño sobre las de los otros tres. Y eso que ninguno era manco en miembro viril. Y menos Fulvio, que tenía un carajo muy desarrollado. El muchacho se masturbó tantas veces como el conde se la metió a los otros y ya tenía el glande colorado e irritado de tanto pelarse la polla. Pero al parecer aún le quedaba leche en los huevos, pues al descubrirlo el conde y agarrarlo por una oreja, el chaval andaba con el pito en ristre como si no hubiese soltado ni gota de semen por el capullo. Y Nuño sólo tenía dos opciones. O calentarle el culo por fuera o por dentro. Lo que no podía era dejarlo sin una de las dos alternativas.