Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

martes, 10 de abril de 2012

Capítulo XCII

En un rincón del aposento, Curcio y Fulvio aún se estaban amando cuando el resto ya descansaba de tanta agitación y el conde les sonrió y les dijo en tono amable: “Desde hoy ocuparéis un cuarto los dos solos y os montaréis vuestros ratos de ocio como mejor os parezca... Fulvio, ama siempre a ese muchacho porque viviréis juntos y espero que seáis felices muchos años. Os tenéis el uno al otro y eso es el mejor tesoro para garantizar una vida llena de alegría y dicha. Y tú, Curcio, comparte con él todo, pues te ayudará a mantener y disfrutar cuanto llegues a tener algún día... Pero ahora relajaros un rato que esta noche os queda mucho por gozar todavía”.

Curcio se quedó pensativo y preguntó: “Señor, ya no nos quieres a tu lado como tus esclavos?”

“Digamos que os quiero a los dos y deseo veros felices...Tranquilo porque tu culo me sigue gustando lo mismo que el de Fulvio. Pero no me da tiempo a atenderos a todos”.

Y lo que no le dijo al chico fue lo que llevaba pensando desde hacía un cuantos días y que sólo sabía el mancebo: “Voy a conseguir que vuelvas a ser dueño de tus tierras y necesitas que él te ayude y no te deje solo en ellas... También tendrás la colaboración de Fredo para defenderlas y eso significa que os acompañará también Piedricco y posiblemente los otros dos sicilianos. Ese valiente guerrero sabrá luchar y dar su sangre si es precioso por mantenerte a salvo de todos tus enemigos”.

El conde enviara desde Siena una misiva al pariente de Curcio, Don Roger IV conde de Foix, contándole la villanía del cabrón de Gastón, el puto tío del chaval.
Esperaba recibir noticias de dicho conde confirmándole la ejecución de ese mal nacido que vendiera sin escrúpulos al chico. Y antes que llegasen a tierras de Occitania, de camino al principado de Cataluña, Gastón ya debería estar colgado de una horca en Córcega y con los ojos comidos por los buitres.
Curcio sería otra vez un noble rico y poderoso y esta vez nadie volvería a robarle lo que era suyo por nacimiento.

Y de repente Nuño pensó también: “Quién le iba a decir a Fulvio que llegaría a ser un gran señor!”. Porque aunque no pudiera ser el marido del otro chaval ante los hombres, lo sería para su corazón y él para el suyo.

El conde sabía que echaría de menos a esos mozos, porque le gustaban y le agradaba verlos reír y jugar o que pasasen las horas muertas mirando el cielo reflejado en los ojos.
Esas criaturas eran tan bellos y tan ardientes en su pasión, que justificaban la alegría y el ansia de vivir.
Pero él siempre tendría cerca al mancebo para paliar la pérdida de esos chicos. Y también estaba Iñigo para darle su amor y completar el placer que sentía cuando disfrutaba con él y Guzmán.
Ellos eran sus dos verdaderos esclavos y los muchachos que le hacían vibrar con sólo tocarlos.
Eran la energía necesaria para afrontar los riesgos y peligros de una vida azarosa y estaba convencido que sin su compañía, sobre todo la de Guzmán, no tendría las mismas fuerzas para continuar una lucha que no parecía tener un final cercano.

Podría dar la impresión que el conde quería ir soltando lastre para concluir su viaje y regresar a sus tierras con lo imprescindible.
Pero, aunque así fuese, por el momento todavía le quedaban muchos cabos por atar y debía resolver situaciones y provocar querencias que aún no estaban decantadas del todo.

Y esa noche, después de la cena y de presenciar una actuación de juglares y músicos, que aprovechó Dino para asombrar al auditorio con su melodiosa voz, Nuño le ordenó a Carolo que con el castrado de la voz de oro y Aniano compartiesen el dormitorio con Lotario. El capitán ocupaba un espacioso aposento y allí había lugar suficiente para ellos. Y, además, añadió que deseaba pasar esa noche con Iñigo y el mancebo solamente.

Al chico no le hizo gracia tal decisión del amo, pero él mandaba y a sus esclavos sólo les tocaba obedecer y cumplir sus órdenes. Pero le preguntó al amo: “Amo, si el capitán quiere sexo con ellos debo permitirlo?”.

“Sí... Y también que lo tengas tú si lo deseas... Me refiero con ellos y con Lotario... Dejo a tu elección cualquier posibilidad o combinación entre vosotros... Pero ante todo pasarlo bien e ir aprendiendo a convivir juntos”, dijo el amo.
Carolo seguía sin entender muy bien el por que de esa decisión de su amo, pero estaba dispuesto a lo que fuese por darle gusto y complacer en todo al conde.

El capitán, al darle las buenas noches, miró a Nuño insistiendo con los ojos si era verdad que esa noche no tendría su rabo.
Y el conde, muy sonriente, le dijo: “Lotario. Esta noche vas a pasar un prueba de fuego, que posiblemente no te resultará fácil, pero es necesaria para los planes que tengo concebidos para ti... No olvides que eres un macho y que gozas por ambos lados. Pero, ante todo, tampoco escondas tu verdadera naturaleza de garañón y posible líder potencial de una jauría de jóvenes lobos. Sé que puedes hacerlo y sabrás como encauzar las cosas para que salgan como yo deseo y espero... Mañana te compensaré con creces y vendrás conmigo y un par de chavales a terminar de arreglar unos asuntos que todavía tienen algunos flecos sueltos... Te diría que descanses bien, pero prefiero que duermas agotado por el esfuerzo de tanto follar con esos muchachos que dejo a tu cargo hasta la madrugada”.
Y dándole una fuerte palmada en la espalda, el conde dejó marchar al capitán detrás de los tres muchachos que compartirían el lecho con él por esa noche.

Lotario, casi sin darse cuenta de lo que hacía, se encontró en cueros sobre la cama flanqueado por Aniano y Dino, mientras que Carolo, sentado en un escabel, los miraba como no creyendo todavía lo que estaba pasando.
Los dos chavales comían a besos y caricias al capitán y se rozaban contra su cuerpo peludo como deseosos de notar la aspereza del oscuro vello que cubría ampliamente su pecho y las cuatro extremidades.
Dino no paraba de arrimar sus mejillas a las de Lotario, aunque se le estaba irritando la piel con una barba ya demasiado crecida, pero que al eunuco parecía no importarle tal molestia con tal de atraer a ese hombre viril que ya le había clavado la verga en el culo de una manera bestial.

Carolo no daba crédito al ver como los dos muchachos, que pocos días antes se morían por ser suyos, ahora se disputaban los favores de Lotario como si él no estuviese presente en la misma habitación.
Pues su polla tampoco era mucho más pequeña que la del capitán y hasta ahora se los había ventilado como todo un macho.
Pero al parecer por esa noche sólo le quedaba por representar el papel de mirón hasta que le hiciesen un hueco en al cama par poder dormir sin ocupar demasiado espacio para no molestar a los otros.


“Serán perras estos dos!”, se dijo para sus adentros Carolo.
Mas no se movió de su asiento y observó como Dino mamaba el cipote del macho y Aniano lo besaba con sus ojos turquesa y comiéndole la lengua con la boca.
El capitán correspondía a la entrega de los dos chicos y los acariciaba hasta donde sus manos podían abarcar e intentando siempre llegar al centro del culo de los dos rapaces.
Eso obligaba a la verga de Carolo a ponerse tiesa y gruesa, aún en contra de la voluntad del muchacho, pero se estaba poniendo muy cachondo y él también notaba que estaba viendo al capitán con unos ojos muy distintos a los de antes.
Y mucho más diferentes a como lo veía cuando estaban en Viterbo. Ahora le parecía enormemente atractivo y estaba deseando que se montase sobre cualquiera de los otros dos para verle el culo otra vez.
Le parecían fascinantes sus nalgas tan redondas y macizas y tapizadas con ese vello negro que se rizaba ligeramente sobre la piel al estar mojado por el sudor.

Realmente era el tipo de macho que le debía gustar a las mujeres y, por lo que demostraban Aniano y Dino, también a los muchachos que gozaban poniendo el culo.
Y él no podía negar que también le gustase eso. Pero, sin embargo, no descartaba la idea de subirse al lomo de Lotario y clavársela en el ano como lo había hecho con los otros chicos.

Sin saber el motivo exacto, Lotario le provocaba a Carolo unos sentimientos y deseos encontrados. Tanto se veía debajo recibiendo polla, como encima dándosela él.
Y cómo iba a ser eso si a su lado tan sólo era un mequetrefe!
Y aunque lo hubiese herido en una pelea a espada, no era más que un rapaz y el otro todo un hombre con el culo virgen y cuya polla se había follado a muchas mujeres antes que a esos dos que ahora usaba como hembras.

Cómo iba a saber Carolo que el conde ya había estrenado con un éxito rotundo el agujero de Lotario. Mas todavía quedaba mucha noche por delante para averiguar algunos secretos de alcoba del capitán y otras cosas más acerca de los dos.