Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

jueves, 15 de diciembre de 2011

Capítulo LX

El conde entró en el patio del castillo como un trueno reclamando la presencia de Iñigo y el mancebo. El primero acudió al instante y con la orden de buscar de inmediato al otro salió corriendo hacia el jardincillo donde estaba Guzmán con los otros chavales. Iñigo sólo azuzó al mancebo para que se diese prisa en acudir ante el amo, pero se unieron a la llamada todos los demás chavales y se apuraron en recorrer el espacio que los separaba del patio de la fortaleza. Nuño miró a Guzmán, diciéndole sin palabras lo que deseaba, y el chico le hizo un gesto a Iñigo y a los otros dos para que lo acompañasen.


Antes de llegar el conde al aposento, todos estaba desnudos y puestos en pie aguardando al amo. Y Nuño, nada más entrar, les ordenó ponerse a cuatro patas sobre la cama. Los cuatro culitos se le ofrecían redondos y provocativos y era como tener que elegir una rosa entre las más bellas flores de un paraíso. Los olió despacio y les dio unos besos y también metió un dedo en cada uno para calcular el grado de deseo de los chavales. El del mancebo abrasaba, igual que el ojete de Iñigo. Y aunque a los otros dos también los notaba cachondos, les dijo: “Quiero dormir una siesta con mis dos esclavos más antiguos. Fulvio, tú entretén a Curcio y acuéstate con él en el otro aposento. Y para que coja antes el sueño, dale de mamar y fóllalo cuanto quieras. Puedes metérsela anda más acostarte y no sacársela del culo hasta que os avise para venir a servirme. Cógelo y llévatelo rápido antes que cambie de idea. Y no dejes que vacíe las tripas, porque quiero ver cuanta leche le metes”.

Parecía como que el amo leía los pensamientos de sus esclavos. Guzmán e Iñigo volvían a estar solos con su dueño y eso era el mejor regalo para ellos. Y Fulvio iba a tener en sus brazos y a su entera disposición al joven Curcio. Y eso superaba todas las expectativas a corto plazo que los dos chicos pudieran esperar. Si antes se revelan su deseo de estar juntos y solos, más pronto consiguen ese favor del amo y cuentan con su permiso para amarse y revolcarse como dos cachorros ansiosos de sexo y ávidos de cariño. Nuño vio marchar a los dos muchachos, cogidos de la mano y sin poder ocultar la alegría que, sin pronunciar palabras, se comunicaban uno a otro tan sólo con la mirada y la sonrisa. Y se sintió feliz porque, aún confirmando la sospecha que Fulvio le tenía ganas al otro, era consciente de la felicidad que les estaba regalando a los dos críos. Y sobre todo a Curcio, que ya tenía bastante desgracia con haberlo perdido todo. Pero al menos ahora conocía el amor y había encontrado alguien que daría su vida por protegerlo y cuidar de él con generosidad y deseando solamente lo mejor para el muchacho.

Fulvio se sentó en la cama y miró a Curcio de pie ante él. Lo vio más hermoso que nunca y el brillo verdoso de los ojos de chaval le atravesaban el cerebro leyendo sus pensamientos. Curcio se arrodilló y bajo la cabeza para buscar con la boca el pene de su amante. Una mano dulce enredó los dedos en su cabello y jugó con las desordenadas ondas oscuras que dejaban escapar destellos de luz al moverlas. Fulvio se fijó en la nuca del otro chico y le derritió el hoyuelo en el inicio del cuello. Le entró un escalofrío por toda la espalda al sentir las caricias de la lengua de Curcio en el glande y bajó los párpados para retener en su memoria cada brizna de tiempo que gozaba y la menor sensación que notaba en su cuerpo. Cómo podía ser que la mayor desgracia al perder la libertad se trocase en su mayor dicha y satisfacción. Cuántas veces soñó en tener lo que de repente le daban sin pedirlo ni hacer nada para lograrlo. El, que nunca tuvo donde caerse muerto, ahora era el amor de un noble muchacho. Tan guapo, que fuera destinado a que su cuerpo valiese una fortuna por gozarlo. A él no le costaría nada ser por unas horas el dueño de su cuerpo. Y tampoco tenía que pagar por adueñarse del corazón del muchacho. Ese ya era suyo y sentía la sensación de poseerlo con sólo mirar la cara de Curcio. El chaval, postrado de hinojos a sus pies, lo adoraba rindiéndole el homenaje del placer.

Al levantar al chico del suelo, Fulvio le dio el mayor beso de su vida. Y lo recostó en la cama para abrazarlo y recorrer con las manso toda su piel antes de decirle: “Te quiero...Voy a amarte con todos mis sentidos y deseo que los dos nos unamos en una misma sensación de placer... Primero te tomaré por detrás, despacio hasta que le tengas toda dentro de ti... Luego la clavaré muy hondo y notaré tus espasmos en mi polla hasta que tu ano lata y me oprimas el miembro, sintiendo que te estás corriendo conmigo... Más tarde te follaré como a una mujer, por delante y sin dejar de besarte la boca... Y volveremos a hacerlo sentándote encima mía y con el culo ensartado por mi carajo...Curcio, no pararé de estar dentro de ti y dejar mi vida en tu cuerpo...Bésame, porque ya te voy a penetrar”.

Se escuchó un suspiro largo y profundo y todos imaginaron que le estaba haciendo Fulvio al precioso Curcio en su culo. Y volvió a oírse la respiración del chico cada vez más agitada y ya no eran suspiros sino gemidos y luego jadeos mezclados los del uno con los del otro. Y los dos casi gritaron en el orgasmo y el lecho tembló. Se hizo poco a poco el silencio y la piel de los muchachos estaba empapada de sudor. No dejaban de verse a los ojos y no les hacía falta hablar, ni tenían nada más que decirse que no supieran ya. Eso era el amor y jamás antes lo habían conocido. Agotados y sin leche en los huevos, se les cerraron los ojos sin darse cuenta y se durmieron con la misma paz en el semblante que dos niños de teta.

Y en el otro cuarto, también el conde y sus dos esclavos quedaban tendidos sobre el lecho, rendidos y oliendo a pegajosa virilidad. Los culos de los chicos exudaban semen y lo mismo se veía sobre sus vientres y pechos, pero ya seco y con el vello púbico apelmazado y pegado el rizo en pequeños mechones blanquecinos. Habían follado a gusto y los dos chavales se habían vuelto locos por compensar con amor la dedicación exclusiva que esa noche les otorgaba el amo. Nuño se dejó amar, porque al haber estado a punto de perder a uno de ellos, necesitaba más ternura que violencia y más compresión y afecto sincero que la mera satisfacción que le daba la dominación de esas criaturas y el respeto que como esclavos le debían. Ver otra vez en peligro a Iñigo le había trastocado los esquemas y sentía una necesidad imperiosa de apretar a esos chicos contra su vida para protegerlos con toda su capacidad de amar y su fuerza tanto de carácter como física. Eran los más bellos regalos que le había deparado el destino y quería beberlos esa tarde a sorbos cortos para paladearlos mejor.

Los dos esclavos reclinaron la cabeza sobre el amo y éste les acariciaba el pelo cuando Guzmán le preguntó: “Amo, puedo preguntarte algo?” “Sí...Otra cosa es que te conteste”, dijo el amo. Y el mancebo habló: “Por qué no has querido usarlos... Te gustan y te satisface estar con ellos?”. Nuño sonrió y respondió: “Sí me gustan. Y también estoy a gusto con ellos... Pero he preferido gozar sólo con vosotros...Alguna objeción?”. “No, amo... Simplemente era una pregunta”, contestó el mancebo. Y Nuño agregó: “Tú nunca preguntas sin un motivo concreto... Habla!... Qué es lo que quieres saber?”. El chico levantó la vista para verle a los ojos y prosiguió: “Ellos quieren ser felices, como lo somos nosotros... Y los has dejado de lado sin más...Y eso no es algo caprichoso por tu parte, amo”. “El conde le dio un beso en la frente y dijo: “Lo que tú no intuyas es que no se producirá jamás... Serás cabrito!...No me puedo creer que no te hayas dado cuenta todavía!”. “De que les gusta besarse y tanto Curcio como Fulvio flotan cuando se miran?” , dijo el mancebo. “Ya me extrañaba a mí!”, exclamó Nuño, añadiendo: “Y tú, Iñigo no te habías dado cuenta de eso?”. “No, amo... Yo creo que se lo pasan bien con nosotros”, alegó el otro chaval. Y el conde le dijo: “Sí. Les gusta hacerlo con nosotros. Pero me temo que ellos sienten algo más al verse y tocarse los dos... Son muy jóvenes y me gusta ese amor puro que late en sus corazones...Lo malo es que no puedo darles la libertad por el momento y tengo que mantenerlos atados a mi dominio... Tampoco voy a dejar de usarlos, porque me gustan y sus culos bien valen el esfuerzo de follarlos. Pero quise darles la satisfacción de creerse libres por unas horas y que se diesen cuenta que entre ellos hay amor y no sólo sexo... Son buenos chicos los dos y me siento responsable de sus vidas y su felicidad”.

El mancebo alargó el cuello para besar los labios del amo y le dijo: “Te quiero...Eres el hombre más generoso de la tierra y amarte es el fin de mi existencia....Nunca dejes de apretarnos como ahora, porque, qué seríamos sin ti, mi amo”. Iñigo se arrebujó bajo el brazo del amo como un polluelo busca el ala de la madre para cobijarse del frío y la intemperie. Y el conde disfrutó viendo a sus dos muchachos encogidos entre sus brazos de hierro. Sus manos, enérgicas y decididas para matar, se volvían delicadas y finas para rozar la piel de aquellos chiquillos y mimarlos como a dos gatos de lujo. Ahora tocaba descansar y, más tarde, durante la noche deberían dormir para retomar el camino hacia Pisa.