La luna se presentó esa noche con una aureola de extraña luz que iluminaba los patios y jardines del palacio, dándoles un aire de misterio y embrujo que incitaba a los corazones a latir de prisa buscando compañía con quien compartir el encanto de ese cielo denso e intensamente poblado de estrellas. Nuño no quiso acostarse tan pronto y le dijo a Guzmán y a Iñigo que lo acompañasen a uno de los jardines rodeado de esbeltas columnas romanas labradas en mármoles de color negro y terracota, alternadas, que se remataban con capiteles blancos al estilo corintio. El conde se sentó en un bancal de travertino crema y los dos chicos se acomodaron en las losas del suelo a sus pies.
No hablaban y solamente miraban el fulgor de los luceros, quizás recordando cada uno diferentes estampas de su vida, más o menos lejanas. El conde podía estar recordando la noche en que mataron a su primer amor, en la que lucía una luna parecida a esa que ahora los alumbraba, pero también pudiera ser que pensase en otras noches al raso pasadas con el mancebo en medio del campo y sin más abrigo que el calor de sus cuerpos. Guzmán, seguro que rememoraba alguna situación vivida con Nuño, porque sus ojos lo miraban con un gusto como si en ese mismo instante lo estuviese follando. Y el otro chico también recordaba algo y su mirada andaba como perdida por otros parajes, pero de repente también miró al conde y sus pupilas se encendieron como dos luciérnagas que cantasen entre el follaje de las plantas de aquel jardín.
Y Nuño les preguntó que estaban pensando. Y ellos sonrieron cada cual por su lado y respondieron: “En ti, amo”. “Y en lo mucho que nos das cada día siendo sólo unos pobres esclavos”, añadió el mancebo. Y el conde le preguntó a Iñigo: “Y tú que recordabas?”. “La primera vez que me diste por el culo y en lo que me hiciste sentir entonces... Ya me gustabas antes de eso, pero esa sensación dentro de mi vientre me enamoró de ti y me hizo tu esclavo, mi señor”, contestó el chico. “Y tú, Guzmán?”, le preguntó Nuño al mancebo. “Mi amo, yo soñaba otra vez con tenerte dentro bajo la mirada de la luna como tantas otras veces me poseíste en medio de la nada, solos tú y yo con la piel plateada y jugando al ritmo del tintineo de las estrellas, mi señor”, respondió Guzmán. Y en eso, apareció Carolo bajo un pequeño arco de flores.
Venía solo y se acercó temeroso de ser rechazado por el conde. Pero Nuño le preguntó: “Dónde dejaste a Dino?”. Y Carolo contestó: “Está dormido, señor... Hoy estaba bastante cansado y nada más acostarse se durmió... Yo no tengo sueño y vine hasta este jardín, señor... Pero si os molesto me iré a otro sitio”. “No me molestas y no quiero que te vayas a ninguna otra parte... Ven... Acércate y siéntate a mi lado”, dijo Nuño. Y a Carolo le faltó tiempo para obedecer al conde y sentarse muy pegado a él. Olía bien ese muchacho y sus endorfinas se hacían notar al estar a su lado. Y Nuño sintió una fuerte atracción hacia el chaval.
El conde miró la cara del muchacho detenidamente y fue como si lo viese por primera vez. Le pareció tan hermoso y tan masculinamente atrayente que no dudó en besarle la boca sujetándole la nuca para acercarlo más a la suya.
Carolo no pestañeó y tras el largo beso esperó algo arrobado la continuación de ese imprevisto escarceo del conde, que más tendía a un claro movimiento de aproximación a la presa. Pero el chico no movió ni un músculo y no dejó de ver los ojos inyectados por la testosterona que elaboraban los cojones de Nuño. Y éste le dijo al chaval: “Has follado mucho hoy?”. “Sí, señor... Se la metí varias veces a Dino, para obedecer tu deseo y daros gusto”, respondió Carolo. “Será para darle gusto a ese eunuco en el culo, pues te lo has trajinado a fondo, por lo que dices”, objetó el conde. “Sí, mi señor. Pero vos me ordenasteis tenerlo sexualmente satisfecho o me romperíais el culo con vuestra tremenda verga y me trataríais como a una puta perra”, alegó el chaval. “Y sólo se la metes a Dino para evitar que yo no te dé por el culo?”, preguntó Nuño. “No, señor. Se la meto porque me gusta hacerlo. Pero no porque tema a que mi culo sepa lo que es ser tomado por una tranca como esa que se hace notar bajo vuestras calzas. No tiene nada que ver una cosa y la otra... Además mi deseo es complaceros en todo como lo hacen ellos”, dijo Carolo refiriéndose a los dos esclavos que observaban los acontecimientos desde el suelo.
Nuño rozó la mejilla del chico con los dedos y se deleitó con el tacto de la ligera pelusa que afloraba en su piel. Carolo se estremeció como si una corriente de aire le traspasase por la espalda e inclinó la cabeza hacia la mano del conde. Estaba precioso a la luz de la luna y sus ojos centelleaban como estrellas fugaces. Nuño desató el cordón que cerraba la camisola del crío y salió a la luz un pecho bien marcado en el que destacaban un par de pequeños y puntiagudos pezones oscuros. Los hombros le relucían y el conde notó la tensión del muchacho en las venas del cuello. Y también pasó sus labios sobre la de uno de los lados y llegó los paseó hasta el lóbulo de la oreja. Y se la mordió sin apretar demasiado, pero dejándole constancia del poder de sus dientes del lobo dominante.
Y Nuño aflojó las calzas de Carolo y dejó que se escurriesen por sus piernas al indicarle que se pusiese en pie. Las caderas eran perfectas y marcaban la concreción de la cintura que partía un vientre esculpido a cuarterones que se continuaban por el estómago. El conde deslizó las manos desde ahí hasta las rodillas, a lo largo de la apretada carne de los muslos, y se detuvo en las corvas apoyando la cara contra el sexo excitado del muchacho. Lo olió despacio y metió la nariz bajo los testículos, que colgaban un poco delante de las piernas. Aquel aroma del sexo del chaval, tan fuerte y vital, produjo la segregación de precum por la uretra de Nuño, dejando huella en sus calzas.
Ni el conde ni Carolo se fijaban en las entrepiernas de los dos esclavos y no vieron ni los bultos bajo la tela ni los lamparones que parecían cada vez más grandes y mojados. Carolo ya estaba en pelotas y su cuerpo incitaba a cualquier macho a poseerlo. Y más al conde, cuya debilidad eran los preciosos y carnosos culos esféricos, recios y bien plantados como el de ese chico todavía adolescente. Y Nuño le dijo: “Carolo, me excitas y me gustas mucho... Y tu carne me invita a comerte a besos y sobarte por todas partes hasta dejarte a mi merced para penetrar en ti... Y si lo hago, quiero que sepas que te poseeré hasta que desee y posiblemente nunca volverás a ser libre para irte o hacer lo que quieras. Si entró en tu cuerpo abriéndote el culo no habrá vuelta atrás y serás otro más de mis esclavos... Estás desnudo delante de mis ojos y mi apetito carnal es enorme. Pero voy a darte la última oportunidad para que te vayas ahora y te libres de ser desvirgado por el ano... Vete y nunca más estarás en la situación de ser tomado por mí como una mujer... Pero si no lo haces o dudas un minuto, aquí mismo te daré la vuelta y te romperé ese puto culazo que me pone como un burro ante una hembra cachonda...Vamos!... Lárgate que aún estás a tiempo de salvar tu integridad viril”.
Carolo se quedó quieto un instante y sin más se dio la vuelta y se dobló hacia delante separándose las nalgas con las dos manos para mostrar claramente su pequeño y concreto esfínter al macho que lo miraba cargado de lujuria y lascivia. Y dijo: “Soy vuestro, mi amo. Y cuanto tengo os pertenece para vuestro gozo y placer... Sólo haré lo que tu voluntad me ordene y quiera hacer conmigo... Incluso no follar o seguir follando a Dino si ese es vuestro deseo. Pero te suplico que ahora no de dejes con la miel en la boca y sobre todo en el ojo del culo cuando ya me has hecho conocer un corto anticipo de esa sensación de plenitud en mi vientre al hurgar en mi interior con tus dedos... Tómame a tu servicio como un esclavo más... Te lo ruego, mi señor”.
“Arrodíllate, entonces, y chupa la verga que te va a llenar de leche ese vientre plano y compacto que será el receptáculo de mi semilla... Y tú, Iñigo, prepárale el ano con la lengua para suavizar la entrada de mi polla en ese apretado cráter, casi cegado por la falta de uso en sentido contrario a su función natural... Guzmán, estate atento para que este puto no se corra hasta que yo lo haya gozado. Y si ves que babea demasiado, agárrale los cojones y apriétaselos o retuércelos con ganas, pero impide a toda costa que eyacule antes de tiempo... Y tú, Carolo, mama hasta que yo te ordene poner el culo. Y eso será cuando me salga de las bolas y me apetezca montarte”. Y le apretó la cabeza contra su bajo vientre para que tragase la verga hasta la garganta.