Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

miércoles, 22 de febrero de 2012

Capítulo LXXIX

Don Bertuccio entro precipitadamente en los aposentos del conde, que ya preparaba con Froilán la partida hacia Pisa al amanecer del día siguiente, pero las noticias que traía su noble anfitrión iban a modificar sus planes repentinamente. Don Bertuccio les informó que, según pesquisas realizadas por sus espías, Lotario e Isaura se encontraban en Firenze. La enemiga de Siena albergaba a esa pareja de traidores, dándoles su protección, e intentar algo contra ellos en una ciudad enemiga y partidaria acérrima del parido güelfo y el papado, cuando menos era una temeridad. Pero si algo no asustaba a Nuño y su gente eran los desafíos arriesgados y meterse en berenjenales al margen de la misión que tenían encomendada por el rey.

El conde llamó a Carolo y le comunicó tales noticias, lo que alteró al chico y en principio no sabía si alegrarse por ello o lamentar que los hubiesen encontrado y tener que ir tras ellos para recuperar su fortuna y, probablemente dejar de servir a Nuño. Se le veía más que inquieto, agitado por la sorpresa, y Froilán quiso achacarlo a lo inesperado de la noticia y la prontitud conque los espías al servicio de la república habían dado con esa pareja de ladrones. Pero el conde intuía que eran otros los motivos que turbaban al joven y le pidió a su noble amigo que lo dejase a solas con el chaval. Froilán se fue de mala gana porque le encantaba ver la figura tan bien hecha de ese crío y los gestos de adolescente con los que todavía acompañaba sus palabras y movimientos. Pero salió de la habitación y dejó solo al conde con Carolo.

Nuño le dijo al chico que se acercase y lo atrajo hacia la silla en la que se sentaba, hasta pegarle las piernas a sus muslos. Al muchacho le excitaba sobre manera el contacto con el cuerpo del conde y su paquete creció de manera ostensible tan sólo con el roce de las manos de Nuño en sus caderas. Y Nuño le dijo: “Ven, Carolo... No te alegra saber que puedes dar caza a ese cabrón y a su zorra?... Qué te pasa?... Parece como si en lugar de una buena noticia cayese sobre ti una desgracia... Habla y dime que te sucede”. El chico se frotó la nariz y entreabrió la boca para hablar, pero no soltaba palabra. Y Nuño insistió para que le hablase sinceramente y contase cuanto le preocupaba.

Y Carolo le dijo: “Señor, ya no me interesa ese oro. Y menos si con ello he de dejar de servir a mi amo... Pero si me ordenas ir a por ellos no dudaré en hacerlo y traerlos ante ti para ponerlos a tus pies y que hagas justicia como te parezca. E incluso toda esa riqueza será para mi señor, puesto que yo no necesito nada más que estar a tu servicio. Quiero ser como Guzmán e Iñigo y el resto de tus esclavos, mi amo”. “Y de donde deduces que si recuperas la herencia que te pertenece dejarás de ser mi esclavo?... Por qué motivo iba a echarte y no quererte a mi servicio?”. El conde apretó las nalgas del chaval con las dos manos y prosiguió: “No quiero prescindir de este culo ni del placer que me da... Ni tampoco de tener a mi lado una criatura como tú... Ya te dije que al penetrarte y romper tu virginidad eras mío hasta que disponga lo contrario y no llegó ese momento aún. Todavía tengo que meterte mucha leche en la barriga y eso puede llevarme años... Vamos... Date la vuelta porque me pones muy caliente cuando te veo con esa cara de niño indefenso”.


Carolo se puso de espaldas al conde y éste rasgó las calzas del chico dejándole las nalgas al aire. Y metió la cara entre ellas para lamerle el ojete y acariciarlo por dentro con la lengua. A Nuño le enervaba el olor de la raja de ese muchacho y notar en su lengua el vello que adornaba el entorno de su esfínter camino del escroto sin alejarse demasiado del agujero. Le producían un sutil cosquilleo en la nariz y le eso le animaba a introducir la lengua para jugar con los bordes de un ojete tan sonrosado y prieto que costaba trabajo humedecerlo bien con saliva. El chaval se puso a mil grados y hasta la sangre le hervía en las venas intentando separar las nalgas con las manos para que el amo llegase más fácilmente a su recto. Y empezó a gemir como un perrillo que no puede soportar el gusto de ser acariciado en la panza por su amo, aunque a él lo que le acariciaban era la entrada de sus entrañas. Nuño sacó su verga y tiró del cuerpo de Carolo hacia abajo, sujetándolo por los costados de los muslos, hasta sentarlo encima del capullo que apuntaba en dirección al ano del chico. Y lo ensartó hasta que las nalgas del muchacho se aposentaron en los cojones del conde. Pero Nuño no se movió ni hizo nada para que lo hiciese el crío. Simplemente lo dejó bien sentado y clavado con toda su polla dentro del rapaz.

Y volvió a hablarle con la boca pegada al oído: “Eres el más joven de todos mis esclavos personales, ya que Curcio te lleva unos meses, y he de cuidarte y protegerte para que nadie te cause daño. Pero también tengo el deber de defenderte y no permitir que abusen de ti y te priven de lo que te pertenece, aunque no seas libre para disponer o usar cualquier cosa que yo no te dé y te permita... Así como te tengo ahora, abrigando mi sexo en tu vientre, yo te abrigaré bajo mi protección siempre que lo necesites... Iremos a esa ciudad enemiga y pillaremos por sorpresa a los dos rufianes que se cobijaron en el interior de sus muros. Y los sacaremos de allí y les daremos el justo castigo que merecen”. Mientras el conde le decía todo eso, también comenzó a moverlo en sentido vertical deslizándolo por el ano a lo largo de su tranca y apretándolo contra las piernas para pegarle del todo los cojones al culo.

Carolo alucinaba y se le ponían los ojos en blanco sintiéndose follado de ese modo. Y no era seguro que se enterase bien de todo lo que decía el amo, pero eso no importaba en esos momentos. Pero si Nuño le preguntaba algo, el chico sólo decía que sí, entre jadeos y suspiros. Y sin preocuparse en la atención que prestaba Carolo a sus palabras, el conde seguía contándole como irían a Firenze a cazar a Lotario e Isaura. De pronto Nuño calló y Carolo notó su lengua recorriéndole la columna vertebral hasta detenerse bajo la nuca para mordérsela. Y el chico no pudo más y estalló derramándose por las piernas de su amo sin tocarse la polla con las manos ni siquiera rozársela con un dedo. Quedó helado al ver como escupía su leche por la punta del glande y el amo le atizó dos fuertes azotes en ambos lados del culo y lo penetró de golpe hasta el fondo para preñarle hasta el espíritu.

Carolo se puso rojo como un tomate por no evitar la eyaculación, pero Nuño lo abrazó con fuerza y le dijo que por esta vez no pasaba nada y entendía la tensión y la imposibilidad de sujetar en tales circunstancias su exultante naturaleza y vitalidad hormonal. Carolo era puro sexo encerrado en un cuerpo que pedía a gritos ser comido con los ojos y con todo el resto de los sentidos. Y con sólo mirarle fijamente a los ojos, Nuño conseguía que el crío se babase y segregase jugos en cantidad. Y porque el conde entendía eso y no podía por menos que comprenderlo y perdonarlo en un caso así, besó al chico y lo acarició como a un niño pequeño sentado en sus rodillas y Carolo se echó a llorar soltando unos lagrimones enormes pero sin emitir ni un ruido por la boca. Y le dijo al amo: “Mi amo, no me dejes ni me apartes de ti. Nunca me sentí mejor ni más feliz que desde que te pertenezco y me has dado lo que necesitaba desde hace tiempo... No pretendo que me ames ni me quieras, pero sí deseo que me uses, mi señor”. Y Nuño le respondió: “Cómo no voy a amarte, criatura!... Claro que te quiero y pasé malos ratos en silencio antes de estar seguro que serías mío, porque te deseaba con todas mis fuerzas... Ahora lo sé y me hace feliz tenerte y usarte. Y este culo pronto no sabrá estar sin mi rabo dentro”. “Mi amo, no sé si todavía lo desearé más, pero ahora ya no pienso en otra cosa que ser follado por mi dueño... Creo que a esto se acostumbra uno muy pronto y entiendo por que le gusta tanto a Dino”. “Espero que sigas follándolo todos los días!”, exclamó el conde. “Sí, amo. Mientras tú no digas otra cosa lo haré y me esmeraré en darle tanto gusto como recibo yo cuando me posees. Pero no sé si puedo decirle que soy otra de las putas perras del amo”, respondió Carolo. Y el conde dijo: “Sí puedes. Aunque creo que ya se lo imagina o al menos lo sospecha al no pasar toda la noche durmiendo con él. Pero si te lo pregunta díselo, pues ante todo está servirme a mí y no dar placer a otros... No olvides que eres uno de mis preferidos y estás en el grupo de los exclusivos... Te gustó follar a Iñigo?”. “Claro, amo. Pero creo que me gustó más por follarme tú al mismo tiempo. Sentí como si se me deshiciese el culo por dentro, sobre todo al sentir tu leche y correrme dentro de Iñigo... Es muy guapo, como también lo es Guzmán y los otros, amo”, alegó el chico. “Pero a ti te van más los rubios como él”, reparó el conde. “Sí. Pero todos tienen un culo y un cuerpo precioso”, aclaró Carolo. “Para culo espléndido el tuyo, cabrón!”, matizó Nuño dándole una sonora palmada en un glúteo que hasta le rebotó la mano al dársela tan fuerte.