Carlotti organizó una cena por todo lo alto para festejar la llegada del conde y los invitados de honor no eran solamente Nuño y Froilán sino también toda la caterva de jóvenes que los acompañaban.
Y Lotario ocupó un destacado lugar cerca del anfitrión, seguramente con la sana intención de que una vez que bebiesen bastante vino de la Toscana, Indro se atreviese a meterla mano muslos arriba y poder acariciarle los órganos viriles a semejante macho.
El noble señor se los imaginaba tan peludos como los brazos y esa barba sin afeitar que continuaba enmarcándole la cara y que a Don Indro lo ponía loco y le excitaban hasta los pelos de la nariz.
Nuño sonreía y le hacía guiños a Froilán, manteniendo entre los dos un lenguaje mudo a medida que la aptitud del anfitrión evidenciaba sus intenciones y hasta daba ocasión para alguna bromas de buen gusto.
Tenían que comprender que el capitán estaba muy bien dotado y su aspecto varonil no pasaba desapercibido ni ante las mujeres ni por supuesto para más de un mozo del servicio del palacio de Carlotti.
Ni tampoco de los que acompañaban al conde y Froilán, pues la pareja de sicilianos no le quitaban ojo ni tampoco los dos napolitanos que le alegraban las noches a los cuatro imesebelen sin pareja fija. Y daba la impresión que a Dino tampoco le importaría hacerle un favor al soldado si se terciase la oportunidad.
Se podría decir que Lotario tenía bastantes admiradores entre el elenco masculino con ganas de rabo y eso significaba que su verga y sus cojones no andaban de incógnito por la vida. Lo que ya no sabía ninguno es que su culo tampoco.
Y no sólo alentaba lascivias el bulto que formaba su paquete bajo las calzas, sino sus ancas robustas alentando la imaginación con los impulsos y empuje que pudieran dar al adivinado e idealizado vergazo dentro de un culo.
Organo que solamente conocía el placer de una vagina y no las delicias de rozar el glande con las paredes suaves y tibias de un recto en flor. El capitán nunca había pensado en darle por el culo a un tío, aunque a decir verdad tampoco se le hubiese ocurrido jamás que otro le metiese a él un vergón por el ano y que para colmo le gustase y se corriese como un cerdo con ese cacho de carne perforándole las tripas.
De pequeño una buena mujer le decía: “Nunca rechaces un vaso de agua, porque más tarde podrás tener sed y no tener la fuente cerca”. Y empezaba a entender cuanta razón tenia aquella santa. Acaso podría pasar ahora sin la polla del conde?
Y si probaba también sodomizar a otro hombre, lograría después no desear más culos?. Esos pensamientos cruzaban fugaces por la cabeza de Lotario durante la cena, mientras veía el apetito sexual en los ojos del dueño de aquel palacio.
Y los ánimos se calentaron con el vino y las risas y el conde le dijo al mancebo que se acercase más para sobarlo y tocarlo por todas partes. Froilán se puso cachondo y requirió a su vera a sus dos esclavos y los sobó a conciencia besuqueándolos y metiéndole a uno los dedos por el culo, al tiempo que el otro le chupaba la polla.
Y eso disparó la vorágine entre todos los presentes y los chavales se liaron unos con otros chupándose hasta los dedos de los pies y el anfitrión se echó a por el cipote de Lotario como una perra hambrienta.
Y prácticamente le destrozó las calzas para comérselo acompañado por el par de huevos que le colgaban entre las piernas.
En breve aquello derivó en orgía y los primeros culos en recibir caña fueron los de Guzmán y Marco. Pero al cabo de un rato le siguieron los de Iñigo y Ruper, cuando ya estaban taladrados los tiernos y redondos traseros de Piedricco, por la verga de Fredo, y la de Fulvio que tabicaba a Curcio por el ojete. Sin olvidar a la pareja de sicilianos, Denis y Mario, que se alternaban para metérsela, y Bruno y Casio que se montaban en la trancas de Sadif y Jafez, porque Otul y Ammed estaban de guardia, y los dos eunucos moros se lo hacían con sus amados guerreros africanos Ali y Jafir.
Solamente quedaban tres críos sin mojar, que no quitaban ojo a las manos y boca de Indro y seguían el continuo sube y baja que hacían recorriendo sin pausa los muslos de Lotario, además del trajín que se traía con la verga y la bolas del sonrojado capitán.
Nuño se dio cuenta de lo que les pasaba a Carolo, Aniano y Dino, que no participaban de alguna forma en la fiesta, y los llamó, haciendo un alto con el culo de Iñigo y la boca del mancebo. Los chavales se acercaron al amo y éste les ordenó que follasen a su lado porque quería meter sus dedos en el ano de Carolo y Aniano. Dino se puso en posición, enseñándole el culo abierto al muchacho más machito y éste lo montó de un golpe atizándole fuerte como queriendo demostrar a otro que él también era un macho que podía con otro culo que no fuese el de un eunuco o de otro criajo de su edad.
Aniano pasaba alternativamente de observar como Carolo se follaba al castrado y esperar el momento en que el capitán se la clavase al dueño de la casa. Pero eso último no parecía que fuese a ocurrir por el momento y de lo que llevaba camino la escena era de terminar con una copiosa corrida de Lotario en la boca de Carlotti.
Aniano necesitaba polla y no sólo dedos dentro del culo y miró suplicante al conde por si cambiaba de idea y le dejaba gozar a él también de una verga que enfriase su calentura. Y Nuño lo entendió y se la metió él mismo una vez que se cansó de romperle el agujero a Iñigo.
Pero no podía terminar el jolgorio sin que Lotario experimentase otra forma de gozo. Y el conde provocó a Indro para que se sentase en el carajo de Lotario y se follase cabalgando sobre él, bien empalado hasta las trancas. Y así lo hizo el anfitrión y el capitán supo lo que era sentir en el pene el latido de la vida de otro ser de su mismo sexo. No tardó en vaciar los cojones en las entrañas de Indro, que creyó morir al notar ese flujo corriendo hacia dentro por sus intestinos.
La cena había terminado con unos postres no preparados en la cocina del palacio, pero que a todos los comensales les encantaron y les parecieron los más ricos y dulces que pudieran ofrecerle. E Indro durmió esa noche más relajado y tranquilo que nunca. Mas no así Lotario, que echaba de menos algo más contundente para calmar el hormigueo que tenía dentro del cuerpo. Y en mitad de la noche lo visitó Nuño en el aposento que le habían preparado al capitán, cerca a las habitaciones del conde.
El soldado no estaba dormido y se irguió al sentir que otro entraba en la habitación. Al darse cuenta de quien se trataba, Lotario se tumbó de nuevo y se puso boca a bajo como si lo estuviese esperando convencido que vendría a follarlo. Y el conde se desnudó y se tendió a su lado acariciando la espalda y las nalgas del capitán.
Lotario estaba muy caliente y su carne ardía en deseo de ser penetrada. Pero Nuño esta vez no pretendía tomar el placer tan aprisa. Quería gozarlo más despacio y recrearse con ese cuerpo de macho que cada vez lo atraía más y le excitaba los sentidos sintiendo el tacto y el olor fuerte de una virilidad exultante y muy definida. Ya que, contra la lampiña y delicada suavidad de los cuerpos de sus esclavos, sentía en su piel el roce de la oscura sombra de la barba y el vello sin rasurar de Lotario.
Y eso también le daba un plus morboso a los abrazos y al recorrido que hacía por todo el cuerpo del capitán. Por tal motivo esa noche no iba a montarlo nada más llegar y satisfacerse como si se tratase de una ramera a la que coges en cualquier taberna y allí mismo la jodes para aliviarte y te largas tirándole unas monedas sobre la mesa. Iba a follarlo a conciencia, pero con tino y saboreando despacio cada gota de gozo y sudor que exhalasen sus cuerpos.
En esa cama, el capitán se haría una idea más exacta de como sería el amor entre dos hombres y no sólo sexo para calmar la presión de las pelotas y bajar la rigidez de la polla. Lotario entendió lo que Nuño pretendía y se entregó a él como jamás hubiera sospechado antes de ese momento. Fue el mejor polvo y el conde le hizo sentir un deleite tan grande y sublime al llenarlo con su leche, que el capitán se corrió dos veces seguidas antes de que Nuño le sacase la verga del culo. Ahora sabía algo más sobre el sexo y el afecto amoroso que dos machos pueden sentir mutuamente y comprendió de una vez por todas la felicidad de todos aquellos chavales que servían al conde y a Froilán como esclavos sexuales.
Y quizás él también podría montarse una nueva vida del mismo modo y disfrutar la alegría de otros muchachos, además del morboso placer de tomar por el culo cabalgado por un macho dominante y tan fuerte o más que él.