Nuño se sintió a gusto teniendo solamente a su lado a sus dos esclavos preferidos.
Estaban tendidos boca a bajo y el conde dejó que su mirada bajase por la hendidura central de la espalda de sus chicos hasta desembocar en el principio de la raja que separa las nalgas y escondiendo ese agujero que él usaba como entrada principal del cuerpo de esos buenos mozos.
A Iñigo le había chupado hasta los dedos meñiques de los pies y la manos. Y al mancebo no le quedaba nada en todo su cuerpo que no fuese mordido por su amo.
Le habían parecido tan nuevos y a estrenar como la primera vez que los tuvo en los brazos. Y hasta tuvo la sensación que aún eran vírgenes al darles por el culo.
Encontró sus ojetes muy cerraditos y notaba como le apretaban la polla al tenerla dentro y moverla despacio para gozar más de ese calor húmedo y vivo que le trasmitían los cuerpos de esos chicos.
Ahora Guzmán lo miraba de medio lado y el gesto de sus labios no llegaba a ser sonrisa pero se le parecía mucho.
El conde pasó sus dedos por la frente del mancebo y éste cerró los párpados un instante para detener ese minuto de caricia de su amante.
Y le preguntó al amo: “Estás cansado, mi señor?”.
“De follar o de verte?”, preguntó a su vez el conde.
“De estar fuera de casa y no ver a tus hijos y a Sol”, replicó el mancebo.
Y el conde lo besó donde antes le acariciaba y respondió: “No es cansancio exactamente. Pero sí tengo ganas de volver y verlos y abrazarlos y besar a Sol y estar con ella como antes de partir. Y contigo, también. Porque sin ti nada tiene sentido ni podría gozar un segundo con nadie si no supiera que estás conmigo... Ves a Iñigo?... Es tan precioso que no parece posible que haya otra criatura más bella que él. Ni que ninguna pueda atraer tanto como este cuerpo que duerme junto a nosotros... Y, sin embargo, tú eres mucho más delicioso para mí que un ángel que bajase del cielo. Y con esto no quiero decir que seas menos hermoso que él. Pero vuestra belleza es diferente y resulta imposible juzgar cual de los dos es más guapo y su cuerpo más bonito.... Sé que con esto no te envaneces ni lo tomas como una mera adulación de cortesano... Eres demasiado inteligente para caer en un pecado de vanidad... Aunque la verdad es que en ti no sería injustificada”.
“Amo, parece que te olvidas de los otros muchachos... Carolo es guapísimo y no digamos Curcio o Aniano. Y Fulvio y Fredo y el resto... Y Lotario, que es todo un ejemplar como para enseñarlo por las ferias”, apuntó el mancebo, aún viendo el gesto de su amo, que no era de agrado en cuanto mencionó al capitán.
Y el conde exclamó: “También tú te has encandilado con él?... Pues no creas que es tan macho como parece!”.
Guzmán se rió y apoyando el mentón sobre el pecho del conde le respondió: “Lo supongo o no volverías tantas noches a su cuarto. La primera o la segunda podía ser por morbo o novedad. Pero las restantes ya no se justifican sino es por placer... Y la verdad es que imagino el gusto que deben darte esas cachas vellosas... Pero a mí no me llaman ni esas ni otras”.
“Ya! A ti te hace babear más su polla, seguramente!”, replicó el conde.
Y el esclavo, levantando la cabeza y mirando fijamente a su señor, le espetó: Realmente crees eso, amo?... Es posible que aún puedas sentir celos de otro hombre?... Dime que no es verdad y sólo lo dices por fastidiarme... Porque oírte cosas así me fastidia, amo”.
Nuño agarró fuerte la mano del mancebo y dijo: “No... No es verdad, ni creo tal cosa... Sólo creo que te amo y no soporto que nadie te mire con deseo... Y menos mal que es imposible que tú mires así a otro hombre, porque no podría soportarlo... Eres mío hasta la muerte y jamás serás de ningún otro... Sólo mío y para siempre... Mi amor... Quién te puso en mi camino aquel día en el bosque negro?... No sé si supo lo que hacía, pero ahora es tarde para volverse atrás... Ya no puedo prescindir de ti ni de tu amor. Y hasta después de cruzar el extremo límite de este mundo y si hay algo más después, serás siendo mi amado y estarás conmigo... Y quien llegue antes sin el otro, cosa que dudo, pues yo te seguiré a ti si tienes que irte, esperará a que nos juntemos otra vez. Y eso sólo será en el caso que no quieras venir conmigo y haya de aguardar tu llegada”.
“No digas eso, amo... Cómo sería posible la vida sin ti... Eres mi único honor y mi gloria y mi verdadera vida... Así que se acabará todo contigo, mi amor”, afirmó el mancebo llorando sobre el corazón de Nuño.
El conde peinó el cabello de su esclavo con los dedos y murmuró muy cerca de su oído: “Para eso falta mucho tiempo aún... Y voy a amarte mientras respire y en cada instante de tiempo que pise la tierra bendeciré haberte encontrado para que me acompañases hasta el final de este camino de sangre, dolor y placer... Me gusta ver dormir a Iñigo. Parece un niño satisfecho después de zamparse una buena ración de leche mamada de la teta de su nodriza... Debió ser muy tragón de pequeño... Y así se hizo un bello hombre... Dejémosle dormir y descansemos nosotros también”. Y los dos amantes se estrecharon en un tierno abrazo.
Pero la escena en la habitación del capitán todavía era muy caliente y el ardor de unos cuerpos jóvenes llenaba el aire de olores y efluvios excitantes. Dino, más rápido y decidido que Aniano, se montó a horcajadas sobre el rabo del capitán, ensartándoselo él mismo, y a Carolo, un poco rabioso por verse desplazo y otro tanto salido como un burro, su cerebro le mandó un fuerte impulso a sus piernas y se puso en pie, yendo decidido hacia el lecho y cogiéndose con la mano la polla que chorreaba abundante babilla serosa. Agarró por los pies a Aniano y lo arrastró hacia el borde de la cama y, con decisión, le dio la vuelta, sujetándolo por las caderas, y lo puso a cuatro patas para clavársela sin más lubricación que el pringue de su propio pene.
Lotario vio a Carolo jodiendo al otro chaval y levantó a Dino en volandas y también lo colocó en igual posición que ese enculado y a su lado. Y uno y otro follador se miraban, excitándose mutuamente con los ojos y la boca, mientras les daban por el culo a los dos muchachos.
Y de repente el capitán besó en los labios a su antiguo enemigo y éste detuvo la polla dentro de la tripa de Aniano y se tocó con la mano la boca para asegurarse que la humedad que notaba era de la saliva de Lotario y no suya.
Y le devolvió el beso pero con más pasión y ardor.
Y volvió a darle caña al otro chaval, para terminar corriéndose sintiendo los dedos del capitán dentro de su culo.
Lotario le metió dos dedos hasta el fondo y al sentir los latidos del chaval al eyacular en el otro, también se vació con una potente descarga en el interior de Dino.
Los cuatro estaban más calmados y parecía que Dino y Aniano cogían el sueño. Pero no así Carolo ni Lotario y muy despacio y sin hacer el menor ruido salieron del aposento.
Fuera, en el corredor donde estaban, se abrazaron como si nunca se hubiesen visto ni conocido antes. Y Lotario tomó la iniciativa palpando las nalgas de Carolo.
Aquellas dos cachas encendían su sexo como el ascua prende la paja seca en verano. Y a Carolo le calentó el roce del cuerpo de un hombre tan hecho y la fuerza conque le agarraba el culo para apretarlo más contra él.
Lo estaba tratando como seguramente hacía con Isaura antes de follarla, pero al chico le gustaba ese trato y su carne le pedía hasta desgarrarse sentir dentro la verga del capitán.
Y no tardó en tenerla, por que Lotario lo puso mirando al muro y se la calcó por el culo sin esfuerzo alguno. Carolo estaba tan cachondo y ansioso al verse poseído por el hombre que le había enseñado muchos trucos con la espada, que su esfínter se abrió del todo al notar que la cabeza del cipote se acercaba dispuesto a rellenarle el vientre.
Y ahora el capitán le mostraba lo que sabía hacer con su mejor arma para deleitarlo con ella. Y el chaval se clavó más en esa espada de carne, atravesándose con ella, al empujar hacia atrás para sentir en sus ancas el vello rizado del pubis de aquel macho, rudo para calzarlo y cariñoso a la vez al besarle el cuello y la nuca y decirle lindezas al borde de su oído.
Lotario le metió un polvo que Carolo no iba a olvidarlo con facilidad. Y las señales del gozo supremo que los dos sintieron al correrse, quedaron marcadas en la pared con la marca de las uñas. Arañaron la piedra por no marcarse el uno al otro. Pero el fuego que los devoró hasta agotarlos y dejarles los cojones vacíos, no se apagó con esa follada.
Ambos estaban pegados como el perro a la perra y no querían separarse. Y así esperaron a sentir de nuevo la calentura y volver a joder como posesos.
Dos polvos y un par de descargas hicieron que las rodillas de Carolo flaqueasen y Lotario lo sujetó firmemente y lo llevó en brazos hasta la cama. Era como si posase a la novia en el tálamo nupcial, pero después del coito y no antes de haberla desflorado. Esa noche los dos durmieron juntos y unidos como recién desposados. Quizás el conde había logrado otro de sus objetivos. Pero aún faltaba rematar esa faena para que fuese completa la dicha de ambos jóvenes.