Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

martes, 17 de enero de 2012

Capítulo LXIX

Fue otra noche extraña cargada de incertidumbres y sobresaltos al menor crujido de las viejas maderas o de cualquier otro ruido que se oyese en el palacio. Nuño embotó sus sentidos con sus cuatro esclavos, lo mismo que hizo Froilán con los suyos, y en el aposento de Carolo se mascaba la tensión entre los tres muchachos que compartían el cuarto esa noche. Sólo había un lecho y de entrada lo ocupó solamente Carolo, acostándose en el suelo los otros dos chavales. Ellos estaban muy juntos y enseguida se abrazaron para sentirse más seguros y notar en la piel la presencia del compañero. Los dos buscaban lo mismo, así que la conjunción carnal nunca sería completa, sino de igual signo y aptitud. Pero sí podían besarse y lamerse y hasta comerse la polla uno al otro, degustando la abundante leche de sus cojones.

Carolo no dormía y oía los susurros y besuqueos de Bruno y Casio, hasta que acabó por ponerse más nervioso y su respiración denotaba una fuerte ansiedad. Se incorporó de golpe y les dijo a los otros dos chicos que subiesen a la cama y se acostasen con él. Obedecieron y volvieron a ponerse juntos al lado de Carolo, mas éste quiso quedarse en medio de ambos y uno se pasó al otro costado del joven virgen. Se dispusieron a dormir, pero ninguno lo consiguió. Y Carolo les pidió que lo acariciasen. Ellos empezaron con timidez, rozándolo ligeramente, pero el otro se animó pronto al sentir las caricias y su verga adquirió un tamaño considerable.


Eso invitó a Casio a chupársela y Bruno incrementó su labor ayudándose con los labios y la lengua para erizarle los pezones a Carolo. El chico acusaba el placer y gemía agitándose por las cosquillas que a veces notaba en las tetillas y ambos costados del torso. Pero los otros dos muchachos continuaban en su empeño de tranquilizar la tensión del chico, dejándole vacíos los huevos. Pensaron, con razón, al ver tal instrumento fálico, que aquella criatura tenía que soltar unos buenos chorros que los saciase a los dos. Casio y Bruno, se alternaron en mamarle a Carolo tanto la polla como las bolas, sin dejar de repasar el resto del cuerpo del chaval, incluso una profunda metida de lengua por el ano, que causó estragos en la sensibilidad de Carolo, haciéndolo jadear como si fuese a reventar de gusto.

Su pene soltó baba como si fuese un grifo mal cerrado y toda la piel se le volvió de pollo con el vello en punta a modo de plumas. Aquel crío tenía una sensibilidad en el culo exagerada, pero ni a Bruno ni a Casio le interesaba explorar esa parte del cuerpo de Carolo. Preferían el rabo y ese era portentoso, tanto por grueso como por largo. Sin embargo, Carolo no hizo ademán ni tuvo la menor intención de catarlos por el culo, así que los dos chavales se conformaron con catarle ellos la verga y, sobre todo, su leche. Y Carolo fue generoso en eso, pues se la dio por dos veces a cada uno. Y luego, por fin, se durmieron como niños.

El conde no preguntó nada respecto lo que ocurriera en la habitación de Carolo, pero Guzmán se lo sacó a Bruno sin que el chico olvidase ningún detalle. El mancebo consideró que esa información sería muy jugosa en un futuro inmediato y por el momento se la guardó para él. El nuevo potro de la cuadra del conde feroz, quizás no sirviese para garañón tanto como suponía su amo. Era probable que sus testículos necesitasen que los empujasen por detrás para cumplir como se esperaba de él al cubrir una yegua. Pero, a tenor de la información de Bruno, el carajo del crío merecía un respeto, así como los huevos, dada la cantidad y calidad de leche que manaba de esas dos pequeñas bolas.

Nuño y Froilán reunieron a toda la tropa de esclavos y ordenaron montar en sus respectivos caballos. Los eunucos ya tenían toda la carga dispuesta sobre las mulas y sólo quedaba oír la señal de partida. Pero antes de darla, el conde quiso hablar en privado con Carolo. Y se lo llevó a un cuarto cerca de la salida del palacio para charlar con él sin interrupciones ni oídos curiosos pendientes de lo que iba a decirle. El chico tenía cara circunspecta, pues no sabía que deseaba decirle el caballero, pero Nuño lo animó a sentarse a su lado y como si fuese una amorosa madraza le dijo: “Carolo, lo lógico sería que te quedases para presenciar las exequias de tu padre. Pero nosotros no podemos arriesgarnos tanto y tenemos que irnos ya. Si prefieres quedarte, aún estás a tiempo. Y con las monedas incautadas a la novia del asesino y el valor de los pectorales y los anillos, puedes tirar un tiempo sin pasar penurias. Evidentemente este palacio no es tuyo y lo ocupará quien tome posesión del solio episcopal. Pero supongo que te irías tras los dos cabritos que te limpiaron tu fortuna para darles caza y recuperarla. Si lo intentas tú solo, no te arriendo la ganancia, así que será mejor que busques aliados de crédito solvente para no caer en manos de otros trapaceros. Y si crees que ya no pintas nada aquí, puesto que el deán y el alférez se pueden encargar de enterrar a tu padre, monta en tu caballo y únete a nosotros. Recogemos al castrado que tanto te gusta y te prometo que antes de abandonar Italia vengarás la muerte de tu padre y el robo de tu herencia. Tú decides, pero hazlo pronto”.

Carolo se lanzó hacia el pecho del conde y casi llorando le contestó: “Señor, dejadme ir con vosotros y os serviré aunque no pueda vengarme de nadie. Eso me interesa menos que ser uno más de la comitiva que os acompaña y aprender cuanto podáis enseñarme como hombre y guerrero. Y tampoco es necesario secuestrar al cantor si eso supone una molestia o os incomoda de alguna manera. Salgamos ya, señor, y partamos cuanto antes de esta ciudad”. Nuño sonrió, sabiendo que apostando fuerte el triunfo en el juego sabía mejor. Y le echó el brazo por encima del hombro a Carolo y lo llevó hasta su caballo para verlo montado y preparado para ser uno más de su grupo de jóvenes esclavos y guerreros.

Mas el conde quería saber hasta donde llegaba ese capricho de Carolo por los chicos rubios y no montó en el caballo, sino que se dirigió él solo a la catedral. Pasó más de media hora y Nuño apareció nuevamente acompañado del rubio eunuco cantor y lo montó a la grupa de Brisa. Todos miraron al recién llegado y se sonrieron. Y el conde encabezó la marcha con el crío castrado amarrado a su cintura. Guzmán se acercó a ellos y sin que preguntase nada, Nuño le dijo: “Se lo compré al deán... Le dije que deseaba llevárselo como presente al rey de Castilla para que entonase las bellas cantigas que compone Don Alfonso... Y también porque a la reina Doña Violante le entusiasma la música y el canto... Y naturalmente se lo creyó y quedó complacido de dármelo a cambio de un discreto donativo para la seo. En este mundo todo tiene precio y cualquier cosa está a al venta... Menos tú, que nadie podría pagar el valor inmenso que tienes para mí. Además Carolo se pondrá contento teniéndolo en los brazos por las noches... No crees?”. El mancebo puso cara de pillo y respondió: “Sobre ese particular ya tendremos ocasión de puntualizar varios aspectos... Seguramente le guste este crío, pero me parece que tampoco le hará ascos a otro tío más masculino... Pero no nos precipitemos en sacar conclusiones, que todo se andará a su debido tiempo, amo”. “Por qué me huelo que algo se me escapa!... Qué sabrás tú que yo no sepa!... Pero ya te lo sacaré a besos o a zurras”, aseguró el conde.

Y tampoco tardó Froilán en apuntarse a la charla desde los caballos para enterarse como coño el conde consiguiera tan pronto al eunuco. Y no pudo por menos de alabarlo por su diplomacia y saber tratar cuestiones tan delicadas como llevarse la mejor voz del coro catedralicio a cambio de casi nada. Al menos ahora tendrían quien les animase las veladas y descansos interpretando melodía y canciones lúdicas. Aquel séquito ya se iba pareciendo a una pequeña corte con bayaderas y todo lo necesario para la diversión y el entretenimiento de los señores.

De repente Nuño se dio cuenta que no sabía como se llamaba el eunuco y sin volver la cabeza se lo preguntó. “Dionisio. Pero todos me llaman Dino, señor”, contestó el chaval. Y sin perder tiempo, Nuño le indicó a Carolo que se acercara y se lo presentó oficialmente: “Carolo, este es Dino. Y será quien caliente tu cama por las noches. Pórtate bien con él y quiérelo mucho. En cuanto hagamos un alto lo llevarás en tu caballo hasta que le compre uno para él...Te gusta?”. Carolo no tardó en responder: “Sí, señor... Es muy guapo y lo haré feliz...Pero permitirme que yo pague el caballo para él... Porque será mío...
O no?”. Nuño le dijo: “Está bien... Pero no es tu esclavo... Te gusta Carolo, Dino?”. “Sí, señor... Mucho... Y lo querré más que a nadie”, contestó el eunuco. “Bueno. Pues ya está todo en orden... Ahora todos al trote”, ordenó el conde.

2 comentarios:

Dama Murasaki dijo...

Señor Andreas, admirable la capacidad de su imaginación y su redacción. Confieso que espero hasta que se publiquen varios capítulos para entrar al blog y leerlos todos juntos, porque de a uno no me banco la ansiedad para ver como sigue.
Mis felicitaciones y por supuesto también para stephan (que no se ponga celoso).
Besos

Andreas dijo...

Gracias, Dama. La opinión de una señora de gustos exquisitos es un inmerecido halago que me anima y premia mi esfuerzo al escribir esta historia de aventuras y emociones entre seres fuertes y nobles