Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

viernes, 20 de enero de 2012

Capítulo LXX

Cabalgaban en tensión, pero no podría decirse que fuese una comitiva con los nervios a flor de piel ni que faltasen las risas o bromas entre los chavales, pero sin perder la compostura ni bajar la guardia ante cualquier imprevisto que surgiese y mucho más por la eventualidad de un ataque por sorpresa. Todos vigilaban en todas direcciones y no perdían de vista la recua de mulas que arreaban los eunucos con ayuda de Piedricco y el nuevo castrado cantor. Además, los imesebelen guardaban los flancos sin dejar un resquicio por el que se colase una mosca sin ser detectada a tiempo.

En una de las paradas para dar de beber a las caballerías, Guzmán se acercó a Carolo queriendo saber como iban las cosas entre él y Dino. El chico sonrió dando a entender que todo estaba bien y la compañía del castrado le resultaba muy agradable durante la noche. Pero, aunque por un momento dudó en decírselo, Carolo le dijo al mancebo que Dino no era virgen y sabía mucho sobre sexo entre hombres. Guzmán se sorprendió, dada la juventud del eunuco, pero rápidamente comprendió en que medio se había movido hasta que el conde lo sacó de la catedral. Los dos chavales durmieron solos por primera vez en Orvieto y Dino le contó a Carolo que lo desvirgara el director del coro siendo un niño y también lo pasaban habitualmente por la cama dos canónigos.


En consecuencia, la relación del chico con Carolo no era tal como imaginara el conde. Dino tuvo que hacerlo casi todo para conseguir que Carolo lo follase. Bueno, quien se folló fue el chico usando la verga del otro, ya que Carolo se limitó a tumbarse boca arriba en la cama y el castrado se la mamó con ganas. Y al notar en la lengua que iba a salir la leche por el capullo, se sentó a horcajadas sobre el vientre de Carolo y se ensartó él mismo en la tranca clavándosela por el culo. Y Dino subía y bajaba apretando las nalgas y ordeñando a Carolo hasta que sintió unas sacudidas calientes que le subían por las tripas. Luego se besaron y se quedaron dormidos muy abrazados, pero el polvo se lo metió Dino contando con la imprescindible pero escasa ayuda de Carolo. Y eso, a pesar de todo, se reflejaba en la cara de los dos muchachos.

Guzmán pensó si sería conveniente decírselo al amo y concluyó por hacerlo en la primera ocasión que tuviese para hablar a solas con él. Nuño debía saber que estaba pasando con todos los chicos de los que se sentía responsable y el mancebo estaba seguro que su amo tendría el remedio para que ambos críos fuesen más felices. A Carolo le hacía falta más aliciente en su sexualidad y a Dino una mayor potencia viril que lo sedujese. El eunuco necesitaba un macho que lo dominase y poseyese sin esperar a desearlo y el otro chaval tenía que conocer cual era su papel en el sexo y aprender a interpretarlo como es debido.

Pero las cosas siguieron igual y sin variación alguna hasta llegar a Siena. Y al abandonar Perugia, Guzmán le recordó al conde que la situación entre Carolo y Dino no avanzaba y Nuño le ordenó al mancebo que tuviese calma y no precipitase los acontecimientos. Y esa noche, al hospedarse en el palacio del noble Don Bertuccio, amigo de Don Asdrubale y uno de los hombres más ricos de la república de Siena, el conde tomó cartas en el asunto. En esa ciudad podían descansar tranquilos un par de días, puesto que esa república era predominantemente gibelina, en contra de su rival Firenze, partidaria de los güelfos. Un panorama político que reflejan algunos pasajes de la Divina Comedia de Dante. Y eso le permitiría a Nuño poner en claro esos pequeños problemas que afectaban a los muchachos alterándoles la testosterona.

Estaban cansados de patear por la urbe viendo iglesias y otros monumentos, además de la preciosa catedral gótica, y por la tarde el conde les dijo a todos que descansasen y jugasen tranquilamente en el palacio con los siervos del anfitrión, entre los que se contaban varios chicos hermosos que le servían al amo para satisfacer en privado otras necesidades a mayores de las corrientes que necesita un señor a diario. Pero no todos disfrutaron del esparcimiento lúdico, porque a Carolo se lo llevó Nuño a su habitación en compañía del mancebo e Iñigo.

A todas luces iba a meterle un repaso para saber que destino tendría entre sus muchachos, pero no se limitaría a tentar por donde le apretaba más la lascivia, sino que prefería conocer en profundidad las características del chico y que tendencia le tiraba más. Podía ser un buen macho, pero también tenía facultades para ser una estupenda puta para ser montada. Y era preciso averiguar eso o si serviría lo mismo para una cosa u otra. Lo que estaba claro es que no podía continuar en una vía muerta con Dino, actuando como un puto saco de harina sin tomar la iniciativa del acto en ningún momento. En palabras del conde, un macho no sólo tiene que serlo sino parecerlo y actuar en consecuencia. Y de lo contrario, que se dedique a otra cosa pero no a montar individuos de su mismo género.

Ya en el aposento, el amo se desnudó delante de los tres chavales y les ordenó que se acercasen. Les quitó la ropa a sus dos esclavos y dejó para el final a Carolo. El chico estaba muy nervioso y temblaba al menor roce que sentía en la piel. Pero no dejaba de ver a los otros dos muchachos desnudos ni tampoco al propio conde, cuya verga parecía llamarle la atención al chaval. Y no sería porque la suya no fuese digna de admiración, pero sin duda los cojones del conde eran mucho más grandes y colgaban ostentosamente detrás de su rabo en estado flácido.

Ya en pelotas los cuatro, Nuño les dijo a sus dos esclavos que se diesen la vuelta y se doblasen mostrando el culo y separando las nalgas con las manos. Iñigo y Guzmán así lo hicieron y sus ojetes se destacaban por la rosada redondez que enseñaban a los curiosos ojos que los miraban. Al verlos tan pequeños y cerrados, se diría que nunca les entrase ni el canuto de una pluma de jilguero. Y, sin embargo, estaban más follados que el coño de la única concubina de un hombre sin demasiados posibles para tener otra de recambio. Nuño le indicó a Carolo que los viese de cerca y los acariciase con la yema de un dedo mojado en saliva. El chaval lo hizo y su instrumento tocó a arrebato.

Se puso como un toro ante una vaca que le hubiese bajado la madre. Y por el orificio de la uretra del mozo empezó a manar una babilla blanquecina y continua. Sólo los tocaba, pero no osó penetrarlos con el dedo. Y entonces el conde hizo lo mismo con el suyo y al chico se le estremecieron hasta los pelos de los sobacos. Y Nuño sí le metió el dedo poco a poco y moviéndolo dentro sin parar. Y Carolo ya no gemía, porque bufaba como un potro desenfrenado. Era tal la intensidad de placer que sentía en el recto que casi le resultaba insoportable y su polla latía aceleradamente y soltaba precum pringándolo todo al no para de moverse y agitarse el chaval.

El conde lo agarró por los hombros y lo puso mirando hacia él para que reclinase la cabeza en su pecho. Y el chico estaba llorando un poco por vergüenza y un mucho de gusto. Y Nuño les ordenó a los otros dos que se colocasen a cuatro patas sobre la cama y le dijo a Carolo: “Siéntate al lado de ellos y mira como se la meto... Y eso que vas a ver, es lo que tú le harás a Dino a partir de ahora... el macho no puede permanecer pasivo para que la puta sumisa le de placer como a ella se le ocurra. No. Eres tú quien debe ordenarle como deseas ser complacido y has de follártelo tú y no dejar que te use como un jodido artefacto para consolarse la calentura del culo. Ve como gozan estas dos zorras en cuanto les clave mi verga y sientan que me pertenecen. Ellos sólo quieren darme gusto y servirme para satisfacer mis ganas de sexo. Pero también disfrutan como como un par de lobas cuando las cubre el líder de la manada”.

El conde empezó con Guzmán y Carolo vio como el culo del chico se tragaba el enorme pene de su amo. Nuño lo jodió con fuerza y le arreo unos fuertes azotes en las nalgas mientras lo montaba de forma brutal. Y no se corrió ni tampoco se lo permitió al esclavo. Y se fue a por el otro muchacho. El rubio joven, que tanto le gustaba a Carolo. Y éste se quedó fijo sin perderse nada del movimiento que hacía el conde para penetrar al esclavo. La verga de Nuño entraba en el cuerpo del chaval y a Carolo le faltaba el aire del ansia que le provocó ver esa follada. Su cuerpo se calentó a mil grados y hasta los huevos le ardían hirviendo la leche en ellos. Y las nalgas de Iñigo se pusieron rojas por los azotes y su esfínter babeaba al sacarle casi todo el glande fuera del culo. Y el amo se lo volvía a clavar haciendo tope con los cojones. Y el muchacho gemía confundiéndose ese ruido con un quejido seguido de un lamento. Y tampoco le dio el premio de su leche, ni dejó que él soltase la suya.

Y quedaron los tres tirados boca arriba en la cama y el conde le dijo a Carolo: “Chúpale las pollas a mis esclavos hasta que se corran en tu boca”. Y Carolo lo hizo sin rechistar y se tragó el semen de Iñigo y del mancebo. Y al terminar, el conde le volvió a decir: “Ahora ven y trágate el mío”. Y también se lo dio metiéndole la verga hasta la garganta. Carolo se atragantó, pero no escupió la leche de Nuño. Y su polla seguía empalmada y babeando a chorros. Y el conde le ordenó: “Vete y fóllate a Dino como un verdadero macho. Porque de lo contrario, esta noche te follaré yo hasta romperte el culo”.

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