Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

domingo, 29 de enero de 2012

Capítulo LXXII

  El pelaje de los caballos relucía y sus lomos sin montura se estremecían nerviosos por empezar a correr animados por la voz de sus jinetes. Las patas parecían quebrase de puro inquietas y el repiqueteo de las herraduras sobre el empedrado del patio del palacio incitaba a desear que llegase cuanto antes el momento de la verdad. Los corceles árabes daban la impresión de entender la transcendencia de la ocasión y no cesaban de resoplar y alzar y bajar la cabeza como queriendo liberar los nervios y romper el aire antes de lanzarse a la carrera.

El mancebo le hablaba a Siroco y ambos se entendía mirándose también a los ojos. Pero Iñigo no paraba de acariciar el cuello de Cierzo dándole palmadas y pasando la mano por el hocico del caballo. Ostro abanicaba su larga cola mostrando a Fredo la confianza que tenía en él para guiarlo hasta pisar con ventaja la línea de llegada. Eso nobles animales lamían la mano de los chicos y era como si quisiesen decirles que no temiesen porque los llevarían en cabeza hasta coronar el recorrido cruzando la meta los primeros. Un ritual de caricias y tocamientos similar al cortejo previo a un gran polvo entre amantes. Un punto de encuentro entre dos seres para aunar fuerzas y juntar toda su energía en conseguir ser más veloz que el viento.

Curcio los miraba con envidia y hubiese dado todo por participar con su caballo. Y Bora también se portaba como si fuese a estar en la salida. Sin embargo a Fulvio, que acariciaba la testuz de Céfiro, no le importaba tanto no correr como ver la triste mirada de Curcio que no podía ocultar las ganas de arrancar a galope tendido para demostrar su valor y arrojo ante el desafío. Fulvio se acercó a ese crío y por primera vez fuera del lecho le dijo tiernamente: “Mi amor, a mi no me tienes que demostrar nada. Para mí eres el mejor y no quiero verte triste ni ansioso por algo como esto. Y si no cambias de aptitud, no dejaré que veas la carrera y te comeré a besos la boca. El amo lo entenderá y me dará la razón”. Y acariciando el pelo del chico, Fulvio lo besó en los labios como si fuera el primer beso de amor entre los dos. Y Curcio se derritió y su pene, bajo el faldón del precioso jubón que llevaba puesto, mostró lo que era más importante para él en ese momento y siempre. Fulvio conseguía arrastrar su mente a otro mundo en el que no existían más seres que ellos y cualquier mirada de su amante valía por todo lo que dejara en su existencia anterior.

Todos los chicos hubiesen deseado galopar compitiendo con el aire más que con los rivales, pero el conde no creyó oportuno dejar que todos se expusiesen a una carrera peligrosa, donde el resbalón de un animal puede acarrear su muerte y la del jinete, tanto por el golpe como por la posibilidad de ser pisoteados por el resto. Se trataba de una competición loca por alcanzar al que fuese delante o por no dejar que sobrepasasen la cabeza del que se adelantase a todos los demás.

Hacía falta experiencia, habilidad y maestría en la doma y monta del caballo para no arriesgar la vida de un modo descabellado. Y tanto Guzmán, como Iñigo, Fredo y Carolo, a pesar de sus pocos años, tenían la pericia necesaria para vencer sin tantos riesgos. Y tampoco sería justo olvidar que por el lado contrario participaban otros cuatro chavales, con sus estupendos caballos, que además de hermosos jinetes y animales, dominaban la equitación sobradamente como para ser serios competidores de los otros muchachos.

Se dirigieron al lugar establecido para la carrera, en el centro de la urbe, ya que consistiría en dar tres vueltas a la Piazza del Campo en el sentido de las agujas del reloj. Se había corrido la noticia de tal celebración por toda la ciudad y la plaza mostraba el interés despertado en los ciudadanos de esa república dicho espectáculo. Estaba a rebosar de gente de toda condición y clase social. Y para evitar accidentes ocasionados por algún espectador irresponsable y atolondrado, se valló el circuito con tablas, formando una calle amplia entre los bordes de la plaza y el centro, para que el público ocupase los bordes y su centro, donde quedaba un gran espacio que fue ocupado por decenas de personas, tanto adultas como niños. Evidentemente mientras durase la pugna, nadie podría abandonar ese recinto central. Y los pudientes y nobles se instalaron en gradas dispuestas contra las fachadas de los edificios, además de ocupar los balcones y ventanas que daban a la bella Piazza.

El conde y Froilán, fueron invitados por Don Bertuccio a presidir la carrera, junto al obispo y otros notables, en un palco preferente levantado al efecto. Y el resto de los chicos que no participaban en la competición equina, tanto los del anfitrión como los muchachos de los señores extranjeros, miraban todo lo que ocurría desde las galerías que embellecían la fachada de uno de los mejores palacios de la plaza. Y aparecieron en escena los jinetes y sus corceles y dieron una vuelta entera al eventual hipódromo para exhibirse ante la concurrencia y mostrar la hermosura de caballos y jóvenes caballeros. Los chicos de Don Bertuccio lucían los colores y armas de su amo y los del conde llevaban cada uno un blusón de diferente colorido, puesto que todos ellos tenían unos determinados por sus familias de origen. Y el conde quiso que en ese evento fuesen como hombres libres para enseñorear los pendones familiares. Guzmán sólo llevaba un color. El rojo sangre de la pasión que alimentaba su alma por el hombre que amaba. Y sobre el pecho, los eunucos habían cosido la silueta de la cabeza de un lobo. El ante todo era el esclavo del conde feroz.

Ya todo estaba dispuesto y sólo quedaba dar la salida. Casi a todo el mundo se le erizaba el cabello y los pelos del cuerpo se les ponían de punta. Qué nervios!. Qué expectación ante lo que ocurría en esa contienda alocada y excitante. Qué belleza reunida formando fantásticos centauros que brillaban al sol de una mañana templada y preciosa. Colgaduras con más colorido que el arco iris ondeaban de balcones y ventanas engalanando la plaza. Y el júbilo de la plebe, al ver a sus nobles y prohombres de la ciudad, era un clamor de gritos y vítores centrados en los bellísimos jinetes y sus monturas.

Curcio se arrimó mucho a Fulvio, que lo apretó contra su cuerpo abrazándolo por los hombros, e instintivamente el chico puso su mano sobre el pene del otro. Fulvio estaba empalmado sólo de notar el calor de su amado en su cuerpo y Curcio no dejó de estarlo desde que oyó su voz recordándole que era su amor. Tenían ganas de comerse a besos y de entrar uno en el otro para vaciarse y dejar media vida en ese cuerpo adorado, que cada noche abrazaba como si fuesen a quitárselo al amanecer. Pero no tenían tiempo para unirse porque comenzaría la carrera de inmediato. Ni siquiera poniéndose más atrás que el resto porque se darían cuenta y ellos se perderían el espectáculo. Cosa que le interesaba ver como a todo el resto.

Pero la calentura de los dos chicos era enorme y les dolían los huevos a ambos. Sus pollas estaban tan duras y crecidas que apenas las contenía las calzas sin salir al exterior rompiendo el tejido. Curcio apretaba la carne de sus nalgas necesitando la polla de Fulvio. Y éste no quería frotar la verga contra el culo del otro chico porque no podría controlarse para no rasgarle la ropa y penetrarlo allí mismo. Y si no se la rompía para meterle la polla por el culo, se correría a fuerza de contener las ganas de follarlo de inmediato.

Estando felices y contentos por la fiesta, lo estaban pasando mal por la urgencia de sexo que les había entrado a los dos. Y Hassan se dio cuenta y le dijo a Abdul que lo ayudase. El eunuco se fijara que cerca de donde estaban había una puerta cerrada que seguramente sería de otro cuarto que también daba a la Piazza. Y ni corto ni perezoso allí marchó, accionó el pomo y la abrió. Y efectivamente era una salita vacía de gente y no perdió tiempo en mandar al otro castrado para que trajese hasta ella a los dos chavales salidos como burros. Y, de paso, a sus dos guerreros negros para que también les diesen por el culo durante la carrera de caballos. Y, de ese modo, unos y otros gozaron tanto como los jinetes y sus corceles, porque unos montaron a los otros que les sirvieron de yeguas. Y los culos de Curcio y los dos eunucos se llenaron de carne recia para terminar colmados de semen justo al tiempo de finalizar la prueba ecuestre. Pero el relato de ese acontecimiento de velocidad y pericia merece una descripción más detenida, tanto por la emoción del riesgo como la hermosura en la ejecución de ese noble deporte de la equitación.

martes, 24 de enero de 2012

Capítulo LXXI

Por la noche todos se reunieron al rededor del anfitrión y sus nobles invitados y en los rostros relajados de los amos y los chavales se reflejaba la satisfacción de haber pasado una tarde muy agradable. Guzmán se fijó en la cara de Carolo, que miraba por encima del hombro a Dino con un aire de triunfo y el crío levantaba la vista hacia su macho con una mezcla de humildad y orgullo por ser de un tío tan fuerte y viril. El castrado, sentado de medio lado sin apoyar del todo las dos nalgas, se acariciaba la tripa como queriendo apreciar la leche que aún llevaba dentro y sus labios, húmedos y rosados, se abrían queriendo apresar el aire que movía Carolo al moverse.

Don Bertuccio alardeaba con el conde y Froilán de poseer los mejores corceles de la Toscana y hablaban de organizar una carrera a la mañana siguiente para comprobar que caballos eran más rápidos y de entre los chavales quienes eran los mejores jinetes montando a pelo. Para ello, competirían cuatro en representación de los nobles extranjeros y otros tantos a favor del anfitrión. Y no se esperaba un juego limpio, sino llegar a la meta el primero. Medirían la resistencia y velocidad los pura sangre árabes con los otros caballos criados en Italia y también estaría en liza la doma y maestría de los jinetes para obtener el mejor beneficio de sus estupendas monturas.


Nuño y Froilán acordaron que corriesen el mancebo, Iñigo, Fredo y Carolo, que parecía tener tino con los caballos y montaba sin silla con mucha seguridad. Desde luego, el chico lo hacía mejor con los nobles brutos que con el castrado, a no ser que el motivo de sus aires de pavo real y la cara risueña de Dino demostrasen otra cosa. La forma de mirarse uno a otro y ese íntimo placer de Dino al acariciarse el vientre, le daba al conde y al mancebo fundadas esperanzas en el cambio de proceder del fornido muchacho.

El conde llamó a los cuatro chicos y les comunicó la confrontación con los muchachos y caballos de Don Bertuccio y los cuatro elegidos se hincharon de orgullo al ser distinguidos de ese modo por el conde y Froilán. Y Nuño quiso ofrecer a su anfitrión algo que amenizase la velada y le dijo a Dino que cantase algo alegre para todos. Carolo miró al eunuco con la vanidad de quien se siente dueño de algo bueno y estimado por otros y el castrado salió al medio de la sala y muy serio y casi de puntillas, comenzó a cantar acompañado por una lira, una flauta y una dulzaina que tocaban los músicos que amenizaban la cena.

Y al oír al chico, a nadie le pudo quedar la menor duda que ese crío era feliz. Su voz no era terrena y superaba en armonía al ruiseñor y la alondra. Le brillaban las pupilas y reía con la mirada recordando con su canto amoroso las horas anteriores en brazos de su amante. Sencillamente sublime fue la interpretación de Dino y Guzmán lo besó al terminar, al tiempo que todos aplaudían y felicitaban al crío y al conde por ser su señor. Carolo estaba radiante por el éxito de Dino, que en parte lo hacía suyo. Y Guzmán cogió por el brazo al cantor y lo llevó hasta su asiento, pero le indicó que hiciese un hueco a su lado. Iba a confesar al eunuco y a saber como había sido el polvo de esa tarde con Carolo.

Y Dino habló y le relató a Guzmán la siesta con su amante. Carolo volvió al jardín y sin mediar palabra agarró al eunuco y lo arrastró a su dormitorio. Nada más entrar, le arrancó literalmente la ropa y lo arrodilló a sus pies para hacerle tragar su verga entera asfixiándolo casi al no poder respirar teniendo la boca tan llena. Dino mamaba si dejar ni una célula del pellejo y el glande sin empapar de saliva y cuando Carolo se cansó de sus húmedas caricias en el carajo, lo levantó bruscamente y lo tiró sobre la cama. El chico quedó boca arriba y el otro le levantó las patas y se las separó atizándole un escupitajo en el mismo ojete. Puso el capullo en la entrada del culo del eunuco y calcó y apretó con fuerza encarnando toda la polla dentro del delicado muchacho.

Y entonces vino el polvo. Carolo estaba transfigurado y sus movimientos y la fuerza conque follaba recordaban al mismo conde. Y el culo de Dino acusaba tanta energía en forma de bestiales embestidas que podría temer por su integridad física. Carolo no paraba ni un segundo de bombear las tripas de Dino y al cabo de un rato se la sacó le dio la vuelta al crío y se la encasquetó por detrás con la misma violencia que al principio. Y vaya si le dio fuerte!
Parecía que el culito del eunuco estaba a punto de romperse. Pero Dino, aunque casi gritaba, en medio de los empellones y las palabras procaces de Carolo, gozaba como una perra enganchada al macho por la hinchazón de la verga clavada en su coño. Y volvió a sacársela y lo sentó en el rabo empalándolo vivo. Y esta vez no era Dino el que saltaba y ordeñaba a Carolo. Era éste quien le hacia subir y bajar como un pelele. Y lo dobló sobre el pecho y le estampó un besazo en los morros que casi se los come. Y estando ya a punto de correrse, Carolo levantó en vilo al ligero crío, lo plantó boca a bajo en el lecho, y lo jodió aplastándolo bajo su cuerpo hasta preñarlo con cuatro andanadas de leche.

Ahora si había follado a Dino como un macho y el crío estaba loco de contento a pesar que no podía cerrar el culo ni juntar las piernas. Y terminó diciéndole al mancebo: “Me partió el culo! Pero que gusto me dio esta vez!
Así se folla y esta sensación de estar henchido de su leche me hace flotar. Y hasta mi voz sonó mucho más ligera y en un tono que pocas veces he logrado alcanzar antes. Ahora me siento otro y no quepo en mí de alegría y gozo. Gracias por todo al conde y a ti”. Y le dio un fuerte beso a Guzmán. Por el momento Carolo mantendría la virginidad anal y sería tenido por el conde como un prometedor machito para cubrir jóvenes potras. Tanto es así, que Nuño empezó a considerar la posibilidad de aparearlo con otros muchachos aunque sólo fuese por verlo actuar al montarlos.

Pero esa noche la atención del conde se centraba en la futura carrera que se celebraría a la mañana siguiente, lo mismo que la de Froilán y el anfitrión de la casa. No se jugaban nada que no fuese el prurito de vencer y ser dueños de mejores corceles y jinetes. Pero la competencia ya era mucho más importante que perder o llevarse una fortuna como apuesta. Bueno, al vencedor le darían una bandera con dos anchas franjas horizontales. La de arriba blanca y la otra negra. Los colores de siena. Y daría una vuelta de honor al palenque hondeándola como prueba de su triunfo.

Sin quererlo, estaban excitados por el acontecimiento y el conde les ordenó a todos que no dejasen de follar a tope antes de dormir para rebajar la tensión. Y él lo hizo con sus cuatro chicos y más tarde repitió con dos y dejó que la otra pareja follasen solos. El se quedaba cono dos de los jinetes para mantenerlos tranquilos y sobre todo saciados de su carne y su savia. Y durante el resto de la noche ni Guzmán ni Iñigo se separaron de Nuño como si estar pegados al amo les diese fuerzas y seguridad en el triunfo.

Fredo, por su parte, no paró de besar y metérsela a Piedricco, que estaba encantado con eso de la carrera y si de él dependiese su novio correría una todos los días, si con ello lo sodomizaba tantas veces. Y lo mismo volvió a hacer Carolo con Dino, aunque el agujero del eunuco estaba grana como una granada a la que se le desprenden los granos de puro madura. Y se hizo el silencio y todos soñaron con caballos y vítores y aplausos. Y, después, besos de los amados y dos de ellos el favor y la pasión desenfrenada de su amo demostrándoles en privado el orgullo y el amor que sentía por esos esclavos.

viernes, 20 de enero de 2012

Capítulo LXX

Cabalgaban en tensión, pero no podría decirse que fuese una comitiva con los nervios a flor de piel ni que faltasen las risas o bromas entre los chavales, pero sin perder la compostura ni bajar la guardia ante cualquier imprevisto que surgiese y mucho más por la eventualidad de un ataque por sorpresa. Todos vigilaban en todas direcciones y no perdían de vista la recua de mulas que arreaban los eunucos con ayuda de Piedricco y el nuevo castrado cantor. Además, los imesebelen guardaban los flancos sin dejar un resquicio por el que se colase una mosca sin ser detectada a tiempo.

En una de las paradas para dar de beber a las caballerías, Guzmán se acercó a Carolo queriendo saber como iban las cosas entre él y Dino. El chico sonrió dando a entender que todo estaba bien y la compañía del castrado le resultaba muy agradable durante la noche. Pero, aunque por un momento dudó en decírselo, Carolo le dijo al mancebo que Dino no era virgen y sabía mucho sobre sexo entre hombres. Guzmán se sorprendió, dada la juventud del eunuco, pero rápidamente comprendió en que medio se había movido hasta que el conde lo sacó de la catedral. Los dos chavales durmieron solos por primera vez en Orvieto y Dino le contó a Carolo que lo desvirgara el director del coro siendo un niño y también lo pasaban habitualmente por la cama dos canónigos.


En consecuencia, la relación del chico con Carolo no era tal como imaginara el conde. Dino tuvo que hacerlo casi todo para conseguir que Carolo lo follase. Bueno, quien se folló fue el chico usando la verga del otro, ya que Carolo se limitó a tumbarse boca arriba en la cama y el castrado se la mamó con ganas. Y al notar en la lengua que iba a salir la leche por el capullo, se sentó a horcajadas sobre el vientre de Carolo y se ensartó él mismo en la tranca clavándosela por el culo. Y Dino subía y bajaba apretando las nalgas y ordeñando a Carolo hasta que sintió unas sacudidas calientes que le subían por las tripas. Luego se besaron y se quedaron dormidos muy abrazados, pero el polvo se lo metió Dino contando con la imprescindible pero escasa ayuda de Carolo. Y eso, a pesar de todo, se reflejaba en la cara de los dos muchachos.

Guzmán pensó si sería conveniente decírselo al amo y concluyó por hacerlo en la primera ocasión que tuviese para hablar a solas con él. Nuño debía saber que estaba pasando con todos los chicos de los que se sentía responsable y el mancebo estaba seguro que su amo tendría el remedio para que ambos críos fuesen más felices. A Carolo le hacía falta más aliciente en su sexualidad y a Dino una mayor potencia viril que lo sedujese. El eunuco necesitaba un macho que lo dominase y poseyese sin esperar a desearlo y el otro chaval tenía que conocer cual era su papel en el sexo y aprender a interpretarlo como es debido.

Pero las cosas siguieron igual y sin variación alguna hasta llegar a Siena. Y al abandonar Perugia, Guzmán le recordó al conde que la situación entre Carolo y Dino no avanzaba y Nuño le ordenó al mancebo que tuviese calma y no precipitase los acontecimientos. Y esa noche, al hospedarse en el palacio del noble Don Bertuccio, amigo de Don Asdrubale y uno de los hombres más ricos de la república de Siena, el conde tomó cartas en el asunto. En esa ciudad podían descansar tranquilos un par de días, puesto que esa república era predominantemente gibelina, en contra de su rival Firenze, partidaria de los güelfos. Un panorama político que reflejan algunos pasajes de la Divina Comedia de Dante. Y eso le permitiría a Nuño poner en claro esos pequeños problemas que afectaban a los muchachos alterándoles la testosterona.

Estaban cansados de patear por la urbe viendo iglesias y otros monumentos, además de la preciosa catedral gótica, y por la tarde el conde les dijo a todos que descansasen y jugasen tranquilamente en el palacio con los siervos del anfitrión, entre los que se contaban varios chicos hermosos que le servían al amo para satisfacer en privado otras necesidades a mayores de las corrientes que necesita un señor a diario. Pero no todos disfrutaron del esparcimiento lúdico, porque a Carolo se lo llevó Nuño a su habitación en compañía del mancebo e Iñigo.

A todas luces iba a meterle un repaso para saber que destino tendría entre sus muchachos, pero no se limitaría a tentar por donde le apretaba más la lascivia, sino que prefería conocer en profundidad las características del chico y que tendencia le tiraba más. Podía ser un buen macho, pero también tenía facultades para ser una estupenda puta para ser montada. Y era preciso averiguar eso o si serviría lo mismo para una cosa u otra. Lo que estaba claro es que no podía continuar en una vía muerta con Dino, actuando como un puto saco de harina sin tomar la iniciativa del acto en ningún momento. En palabras del conde, un macho no sólo tiene que serlo sino parecerlo y actuar en consecuencia. Y de lo contrario, que se dedique a otra cosa pero no a montar individuos de su mismo género.

Ya en el aposento, el amo se desnudó delante de los tres chavales y les ordenó que se acercasen. Les quitó la ropa a sus dos esclavos y dejó para el final a Carolo. El chico estaba muy nervioso y temblaba al menor roce que sentía en la piel. Pero no dejaba de ver a los otros dos muchachos desnudos ni tampoco al propio conde, cuya verga parecía llamarle la atención al chaval. Y no sería porque la suya no fuese digna de admiración, pero sin duda los cojones del conde eran mucho más grandes y colgaban ostentosamente detrás de su rabo en estado flácido.

Ya en pelotas los cuatro, Nuño les dijo a sus dos esclavos que se diesen la vuelta y se doblasen mostrando el culo y separando las nalgas con las manos. Iñigo y Guzmán así lo hicieron y sus ojetes se destacaban por la rosada redondez que enseñaban a los curiosos ojos que los miraban. Al verlos tan pequeños y cerrados, se diría que nunca les entrase ni el canuto de una pluma de jilguero. Y, sin embargo, estaban más follados que el coño de la única concubina de un hombre sin demasiados posibles para tener otra de recambio. Nuño le indicó a Carolo que los viese de cerca y los acariciase con la yema de un dedo mojado en saliva. El chaval lo hizo y su instrumento tocó a arrebato.

Se puso como un toro ante una vaca que le hubiese bajado la madre. Y por el orificio de la uretra del mozo empezó a manar una babilla blanquecina y continua. Sólo los tocaba, pero no osó penetrarlos con el dedo. Y entonces el conde hizo lo mismo con el suyo y al chico se le estremecieron hasta los pelos de los sobacos. Y Nuño sí le metió el dedo poco a poco y moviéndolo dentro sin parar. Y Carolo ya no gemía, porque bufaba como un potro desenfrenado. Era tal la intensidad de placer que sentía en el recto que casi le resultaba insoportable y su polla latía aceleradamente y soltaba precum pringándolo todo al no para de moverse y agitarse el chaval.

El conde lo agarró por los hombros y lo puso mirando hacia él para que reclinase la cabeza en su pecho. Y el chico estaba llorando un poco por vergüenza y un mucho de gusto. Y Nuño les ordenó a los otros dos que se colocasen a cuatro patas sobre la cama y le dijo a Carolo: “Siéntate al lado de ellos y mira como se la meto... Y eso que vas a ver, es lo que tú le harás a Dino a partir de ahora... el macho no puede permanecer pasivo para que la puta sumisa le de placer como a ella se le ocurra. No. Eres tú quien debe ordenarle como deseas ser complacido y has de follártelo tú y no dejar que te use como un jodido artefacto para consolarse la calentura del culo. Ve como gozan estas dos zorras en cuanto les clave mi verga y sientan que me pertenecen. Ellos sólo quieren darme gusto y servirme para satisfacer mis ganas de sexo. Pero también disfrutan como como un par de lobas cuando las cubre el líder de la manada”.

El conde empezó con Guzmán y Carolo vio como el culo del chico se tragaba el enorme pene de su amo. Nuño lo jodió con fuerza y le arreo unos fuertes azotes en las nalgas mientras lo montaba de forma brutal. Y no se corrió ni tampoco se lo permitió al esclavo. Y se fue a por el otro muchacho. El rubio joven, que tanto le gustaba a Carolo. Y éste se quedó fijo sin perderse nada del movimiento que hacía el conde para penetrar al esclavo. La verga de Nuño entraba en el cuerpo del chaval y a Carolo le faltaba el aire del ansia que le provocó ver esa follada. Su cuerpo se calentó a mil grados y hasta los huevos le ardían hirviendo la leche en ellos. Y las nalgas de Iñigo se pusieron rojas por los azotes y su esfínter babeaba al sacarle casi todo el glande fuera del culo. Y el amo se lo volvía a clavar haciendo tope con los cojones. Y el muchacho gemía confundiéndose ese ruido con un quejido seguido de un lamento. Y tampoco le dio el premio de su leche, ni dejó que él soltase la suya.

Y quedaron los tres tirados boca arriba en la cama y el conde le dijo a Carolo: “Chúpale las pollas a mis esclavos hasta que se corran en tu boca”. Y Carolo lo hizo sin rechistar y se tragó el semen de Iñigo y del mancebo. Y al terminar, el conde le volvió a decir: “Ahora ven y trágate el mío”. Y también se lo dio metiéndole la verga hasta la garganta. Carolo se atragantó, pero no escupió la leche de Nuño. Y su polla seguía empalmada y babeando a chorros. Y el conde le ordenó: “Vete y fóllate a Dino como un verdadero macho. Porque de lo contrario, esta noche te follaré yo hasta romperte el culo”.

martes, 17 de enero de 2012

Capítulo LXIX

Fue otra noche extraña cargada de incertidumbres y sobresaltos al menor crujido de las viejas maderas o de cualquier otro ruido que se oyese en el palacio. Nuño embotó sus sentidos con sus cuatro esclavos, lo mismo que hizo Froilán con los suyos, y en el aposento de Carolo se mascaba la tensión entre los tres muchachos que compartían el cuarto esa noche. Sólo había un lecho y de entrada lo ocupó solamente Carolo, acostándose en el suelo los otros dos chavales. Ellos estaban muy juntos y enseguida se abrazaron para sentirse más seguros y notar en la piel la presencia del compañero. Los dos buscaban lo mismo, así que la conjunción carnal nunca sería completa, sino de igual signo y aptitud. Pero sí podían besarse y lamerse y hasta comerse la polla uno al otro, degustando la abundante leche de sus cojones.

Carolo no dormía y oía los susurros y besuqueos de Bruno y Casio, hasta que acabó por ponerse más nervioso y su respiración denotaba una fuerte ansiedad. Se incorporó de golpe y les dijo a los otros dos chicos que subiesen a la cama y se acostasen con él. Obedecieron y volvieron a ponerse juntos al lado de Carolo, mas éste quiso quedarse en medio de ambos y uno se pasó al otro costado del joven virgen. Se dispusieron a dormir, pero ninguno lo consiguió. Y Carolo les pidió que lo acariciasen. Ellos empezaron con timidez, rozándolo ligeramente, pero el otro se animó pronto al sentir las caricias y su verga adquirió un tamaño considerable.


Eso invitó a Casio a chupársela y Bruno incrementó su labor ayudándose con los labios y la lengua para erizarle los pezones a Carolo. El chico acusaba el placer y gemía agitándose por las cosquillas que a veces notaba en las tetillas y ambos costados del torso. Pero los otros dos muchachos continuaban en su empeño de tranquilizar la tensión del chico, dejándole vacíos los huevos. Pensaron, con razón, al ver tal instrumento fálico, que aquella criatura tenía que soltar unos buenos chorros que los saciase a los dos. Casio y Bruno, se alternaron en mamarle a Carolo tanto la polla como las bolas, sin dejar de repasar el resto del cuerpo del chaval, incluso una profunda metida de lengua por el ano, que causó estragos en la sensibilidad de Carolo, haciéndolo jadear como si fuese a reventar de gusto.

Su pene soltó baba como si fuese un grifo mal cerrado y toda la piel se le volvió de pollo con el vello en punta a modo de plumas. Aquel crío tenía una sensibilidad en el culo exagerada, pero ni a Bruno ni a Casio le interesaba explorar esa parte del cuerpo de Carolo. Preferían el rabo y ese era portentoso, tanto por grueso como por largo. Sin embargo, Carolo no hizo ademán ni tuvo la menor intención de catarlos por el culo, así que los dos chavales se conformaron con catarle ellos la verga y, sobre todo, su leche. Y Carolo fue generoso en eso, pues se la dio por dos veces a cada uno. Y luego, por fin, se durmieron como niños.

El conde no preguntó nada respecto lo que ocurriera en la habitación de Carolo, pero Guzmán se lo sacó a Bruno sin que el chico olvidase ningún detalle. El mancebo consideró que esa información sería muy jugosa en un futuro inmediato y por el momento se la guardó para él. El nuevo potro de la cuadra del conde feroz, quizás no sirviese para garañón tanto como suponía su amo. Era probable que sus testículos necesitasen que los empujasen por detrás para cumplir como se esperaba de él al cubrir una yegua. Pero, a tenor de la información de Bruno, el carajo del crío merecía un respeto, así como los huevos, dada la cantidad y calidad de leche que manaba de esas dos pequeñas bolas.

Nuño y Froilán reunieron a toda la tropa de esclavos y ordenaron montar en sus respectivos caballos. Los eunucos ya tenían toda la carga dispuesta sobre las mulas y sólo quedaba oír la señal de partida. Pero antes de darla, el conde quiso hablar en privado con Carolo. Y se lo llevó a un cuarto cerca de la salida del palacio para charlar con él sin interrupciones ni oídos curiosos pendientes de lo que iba a decirle. El chico tenía cara circunspecta, pues no sabía que deseaba decirle el caballero, pero Nuño lo animó a sentarse a su lado y como si fuese una amorosa madraza le dijo: “Carolo, lo lógico sería que te quedases para presenciar las exequias de tu padre. Pero nosotros no podemos arriesgarnos tanto y tenemos que irnos ya. Si prefieres quedarte, aún estás a tiempo. Y con las monedas incautadas a la novia del asesino y el valor de los pectorales y los anillos, puedes tirar un tiempo sin pasar penurias. Evidentemente este palacio no es tuyo y lo ocupará quien tome posesión del solio episcopal. Pero supongo que te irías tras los dos cabritos que te limpiaron tu fortuna para darles caza y recuperarla. Si lo intentas tú solo, no te arriendo la ganancia, así que será mejor que busques aliados de crédito solvente para no caer en manos de otros trapaceros. Y si crees que ya no pintas nada aquí, puesto que el deán y el alférez se pueden encargar de enterrar a tu padre, monta en tu caballo y únete a nosotros. Recogemos al castrado que tanto te gusta y te prometo que antes de abandonar Italia vengarás la muerte de tu padre y el robo de tu herencia. Tú decides, pero hazlo pronto”.

Carolo se lanzó hacia el pecho del conde y casi llorando le contestó: “Señor, dejadme ir con vosotros y os serviré aunque no pueda vengarme de nadie. Eso me interesa menos que ser uno más de la comitiva que os acompaña y aprender cuanto podáis enseñarme como hombre y guerrero. Y tampoco es necesario secuestrar al cantor si eso supone una molestia o os incomoda de alguna manera. Salgamos ya, señor, y partamos cuanto antes de esta ciudad”. Nuño sonrió, sabiendo que apostando fuerte el triunfo en el juego sabía mejor. Y le echó el brazo por encima del hombro a Carolo y lo llevó hasta su caballo para verlo montado y preparado para ser uno más de su grupo de jóvenes esclavos y guerreros.

Mas el conde quería saber hasta donde llegaba ese capricho de Carolo por los chicos rubios y no montó en el caballo, sino que se dirigió él solo a la catedral. Pasó más de media hora y Nuño apareció nuevamente acompañado del rubio eunuco cantor y lo montó a la grupa de Brisa. Todos miraron al recién llegado y se sonrieron. Y el conde encabezó la marcha con el crío castrado amarrado a su cintura. Guzmán se acercó a ellos y sin que preguntase nada, Nuño le dijo: “Se lo compré al deán... Le dije que deseaba llevárselo como presente al rey de Castilla para que entonase las bellas cantigas que compone Don Alfonso... Y también porque a la reina Doña Violante le entusiasma la música y el canto... Y naturalmente se lo creyó y quedó complacido de dármelo a cambio de un discreto donativo para la seo. En este mundo todo tiene precio y cualquier cosa está a al venta... Menos tú, que nadie podría pagar el valor inmenso que tienes para mí. Además Carolo se pondrá contento teniéndolo en los brazos por las noches... No crees?”. El mancebo puso cara de pillo y respondió: “Sobre ese particular ya tendremos ocasión de puntualizar varios aspectos... Seguramente le guste este crío, pero me parece que tampoco le hará ascos a otro tío más masculino... Pero no nos precipitemos en sacar conclusiones, que todo se andará a su debido tiempo, amo”. “Por qué me huelo que algo se me escapa!... Qué sabrás tú que yo no sepa!... Pero ya te lo sacaré a besos o a zurras”, aseguró el conde.

Y tampoco tardó Froilán en apuntarse a la charla desde los caballos para enterarse como coño el conde consiguiera tan pronto al eunuco. Y no pudo por menos de alabarlo por su diplomacia y saber tratar cuestiones tan delicadas como llevarse la mejor voz del coro catedralicio a cambio de casi nada. Al menos ahora tendrían quien les animase las veladas y descansos interpretando melodía y canciones lúdicas. Aquel séquito ya se iba pareciendo a una pequeña corte con bayaderas y todo lo necesario para la diversión y el entretenimiento de los señores.

De repente Nuño se dio cuenta que no sabía como se llamaba el eunuco y sin volver la cabeza se lo preguntó. “Dionisio. Pero todos me llaman Dino, señor”, contestó el chaval. Y sin perder tiempo, Nuño le indicó a Carolo que se acercara y se lo presentó oficialmente: “Carolo, este es Dino. Y será quien caliente tu cama por las noches. Pórtate bien con él y quiérelo mucho. En cuanto hagamos un alto lo llevarás en tu caballo hasta que le compre uno para él...Te gusta?”. Carolo no tardó en responder: “Sí, señor... Es muy guapo y lo haré feliz...Pero permitirme que yo pague el caballo para él... Porque será mío...
O no?”. Nuño le dijo: “Está bien... Pero no es tu esclavo... Te gusta Carolo, Dino?”. “Sí, señor... Mucho... Y lo querré más que a nadie”, contestó el eunuco. “Bueno. Pues ya está todo en orden... Ahora todos al trote”, ordenó el conde.

sábado, 14 de enero de 2012

Capítulo LXVIII

Todos se quedaron boquiabiertos y con cara de circunstancias al leer el conde en el testamento del obispo que Carolo no era su sobrino, sino su único hijo. Era fruto de los amoríos del prelado con una esclava berberisca, que murió en el parto dejándole su semilla convertida en un precioso retoño de carne morena y grandes hechuras. Un tierno crío que fue bautizado con el nombre de Carolo y su progenitor predijo desde su nacimiento que sería cardenal y luego, una vez muerto su padre, sería elevado como su sucesor al trono del sumo pontífice de Roma. Y eso es lo que absorbía la atención y el celo de ese hombre en los años siguientes a venir a este mundo Carolo. Asegurar sus ambiciones personales y el alto futuro de su pequeño en la ciudad eterna. Para ello, había coleccionado testimonios escritos con promesas firmes de apoyo por parte de destacados prelados y purpurados, a cambio de silenciar manejos y tropelías de distinta naturaleza y trascendencia. Y, si las cosas salían como planeaba Don Benozzo contando con el chantaje, el propio obispo sería príncipe de la Iglesia y llegaría a Papa, asegurando de ese modo, más tarde o más temprano, la concesión del capelo a su hijo antes de cumplir los veinticinco años.

El difunto lo tenía todo muy bien planeado y, según la estructura mental que había construido, nada podía salir mal. Sólo la muerte sería capaz de truncar su futuro y obstaculizar o acabar con el de Carolo. Y esa siniestra y negra circunstancia acababa de producirse tirando por tierra el montaje de Don Benozzo. Pero en otro legajo también se hablaba de un arcón lleno de oro que estaba escondido en una cavidad situada en el gabinete del prelado. Al parecer una cuantiosa fortuna le esperaba al chico como herencia de su padre y todos fueron a comprobar si era cierta la existencia de ese tesoro.

Y de camino hacía allí, Guzmán le dijo al conde cuanto había averiguado sobre la muerte del obispo. Y le contó: “Murió por la ingestión de cianuro mezclado en el vino. Y ya sé que vas a decirme que Froilán y tú bebisteis de la misma jarra. Pero no en la misma copa. Y ahí es donde el criado emponzoñó el que bebía su amo. Se limitó a pasar un paño de hilo por el borde del recipiente de plata en que libaba el obispo el néctar de la toscana que sirvieron. Y lo hizo con tanta habilidad que nadie se percató que había escondido en esa tela un pomo diminuto con unas gotas de la mortal sustancia. Y antes de llenarle por última vez la copa vertió el veneno. El efecto se desató una vez que se retiró a sus aposentos con Isaura y le sobrevino la muerte”. “Ella tuvo algo que ver en eso?”, preguntó Nuño. “En principio no...Ni tampoco el capitán”, respondió el mancebo. “Entonces por qué lo hizo ese desgraciado?. Pardiez!...Me tienes en ascuas, jodido!”, exclamó el conde. “Aún no lo sé... Pero lo sabremos”, contestó Guzmán. “Pero no dices que el criado lo envenenó... Pues que le hagan cantar cuanto sabe y quien le ordenó cometer el asesinato”, dijo Nuño. Pero Guzmán movió la cabeza y respondió: “Eso ya no es posible... Al saber que descubrimos su artimaña, gracias al olfato de Hassan, el cabrón se tomó el resto de veneno que aún quedaba en la ampolla. Lo que lo delató fue el olor del cianuro en los dedos de la mano. Ya sabes que Hassan es un auténtico sabueso en cuestión de olores”. “Será posible!. Rayos y truenos!. Por Belcebú, quién se cargó a este hombre!”, bramó el conde.

Entraron en el pequeño gabinete adosado al despacho oficial del obispo y el conde, siguiendo las indicaciones del pergamino, se dirigió hacia una estatuilla de San Judas, el buen ladrón, colocada en un rincón sobre una peana dorada. Y al girar la cabeza del santo, se corrió una losa del suelo, no de gusto, pero sí dejó al aire un hueco vacío. Allí no había nada, excepto telarañas y mucho polvo acumulado durante años. Se quedaron helados y más el pobre Carolo que ya se veía rico para empezar una nueva vida. Pero si uno se fijaba bien, se daba perfecta cuenta que, hasta hacía muy poco, había estado en ese sitio un arcón o baúl de gran tamaño. Alguien lo había birlado y no podían ser otros que Isaura y Lotario. Y con esa deducción todos estuvieron de acuerdo. Ahora ya estaba claro por qué habían huido ese par de cabrones. Le habían robado la herencia a Carolo y lo dejaban sin blanca. Bueno, no tanto puesto que le quedaban las cruces pectorales y las sortijas pastorales del obispo. Las casullas y demás ornamentos sagrados serían para el sucesor como titular de la diócesis. Pero por mucho que valiesen, no dejaban de ser meras bagatelas comparadas con el oro del desaparecido arcón.

Carolo se sentó en un rincón y derrotado se echó a llorar. Aquel sube y baja era demasiado para el chico. Tan pronto se veía en una nube de abundancia como caía al barro de la más espantosa miseria. Y la culpable de eso volvía a ser la misma mujer. La odiada y aborrecida Isaura.

 “Cómo demonios supo esa puta bruja lo del arcón lleno de oro!”, vociferó el conde irritado. Esa pregunta era fácil de contestar. Se lo había sonsacado al obispo mientras la follaba. Le había cogido simpatía a ese potro mestizo y le jodía que le tomasen el pelo de ese modo tan vil. Por otra parte, le convenía que el chaval fuese pobre y sin recursos, porque así se iría con él y lo tendría cerca por si algún día le apetecía usarlo para otros fines. Que le diese por el culo a un eunuco no sería óbice ni cortapisa para que terminase poniendo él el culo también. Y al conde, naturalmente.

Froilán, que no tenía ni un pelo de tonto, se acercó a Nuño y le dijo por lo bajo: “Pobre chico!. Solo y sin fortuna, si un alma caritativa no lo recoge, qué será de esta criatura!. Pero seguro que un hombre bondadoso como tú lo acogerá a su lado y lo protegerá de todo mal... A menos que un día le perfore el culo. Verdad, Nuño?”. “Eres un cabrón!”, le espetó el conde a su amigo. “Y tú un aprovechado y un avaricioso!... Me gustó a mi primero y ya quieres apropiarte de él”, replicó Froilán. Y Nuño cabreado le dijo: “Sólo quiero cuidarlo y terminar su educación como guerrero... Luego él decidirá que quiere hacer y con quien desea irse...Te queda claro?”. “Muy claro!. Espero que pueda decidir con cual de los dos prefiere estar... Y si se decide por ti, ya sabes que yo no tengo reparos en reconocer mi derrota y desearte lo mejor con el chico”, afirmó Froilán. Y Nuño le espetó: “Que así sea!... Yo tampoco te puse trabas con tus ligues. Asi que dejemos que él libremente elija su futuro... Hace?”. “Hace. Y que el juego sea limpio”, añadió Froilán. Pero Nuño le objetó: “No te olvides que le gustan los rubitos. Asi que tú tienes una ventaja considerable... Lástima que no seas tan joven como él. Pero todavía tienes un culo que hasta a mí me pone nervioso cuando lo miro! “Serás cabrón!”, soltó Froilán en voz alta y todos miraron hacia los dos caballeros.

Durante el resto del día no hubo sosiego en el palacio y todo el mundo tenía algo que hacer por orden del conde. Se había irrogado la dirección del cotarro y su mayor inquietud era descubrir al verdadero culpable del crimen y salir cuanto antes de Viterbo, poniendo millas entre ellos y los soldados de la Iglesia. Y el mancebo encontró una pista que parecía fiable. Una criada de Isaura estaba liada con el criado ejecutor del asesinato y hallaron en su poder una considerable cantidad de monedas de plata y algunas de oro. La moza no resistió el interrogatorio y confesó que se las había dado el ya difunto novio para ocultarlas. Ella a su vez le informó a Isaura de las intenciones del susodicho criado y que, según le había dicho, lo hacía porque el cardenal que visitara al obispo recientemente le había pagado generosamente para matarlo y destruir después unos documentos que lo comprometían peligrosamente y estaban en poder del prelado. La criada se lo contó a Isaura y ésta, viendo la oportunidad de sacar partido de ello, guardó el secreto y le prometió buscar tales documentos para entregárselos al interesado personalmente.

El asunto iba tomando cuerpo y el alférez nombró al ilustre purpurado que había estado en el palacio hacía tan sólo unas semanas. Se trataba del cardenal Olario. Un hombre rico, influyente en la corte papal y poseedor de grandes extensiones de terreno en el Lacio y la Toscana. Un enemigo muy peligroso para tomárselo con ligereza. Y la muy traidora de Isaura, dejó que cometiesen el crimen impunemente y sólo se molestó en buscar el oro y escapar con su amante, pues los documentos acusadores seguían estando entre los otros que contenía la arqueta que estaba en manos del conde. Carolo ya no escuchaba ni podía procesar tanta infamia junta. Y lo que peor le sentaba era ser hijo de un hombre al que aborrecía desde hacia dos años. Mas a Nuño le preocupaba que esa mujer y su cómplice los delatase para granjearse la simpatía y el apoyo de Roma.

Con los nervios, apenas nadie tuvo ganas de cenar y se fueron a la cama en silencio mirándose de reojo como temiendo que el aire les trajese otra mala nueva. Carolo no quería estar solo esa noche y Nuño les ordenó a Bruno y Casio que lo acompañasen y durmiesen en su aposento. Ninguno de los dos era rubio ni de ojos claros, así que por ese lado no habría peligro de que el joven huérfano se liase con ellos. Pero antes de acostarse, todos tenían que dejar lista la impedimenta para partir al alba camino de Orvieto.

martes, 10 de enero de 2012

Capítulo LXVII

Todavía estaban recuperándose de la extenuación orgiástica y un criado llamó a la puerta del aposento con noticias urgentes. Y antes de salir uno de los esclavos para ver que deseaba, apareció Carolo muy agitado, que venía acompañado por el alférez de la guardia del palacio. El imesebelen que guardaba la puerta de la habitación no los dejó pasar hasta que Guzmán apareció en el umbral y e invitó a entrar al chico y a los dos lacayos del obispo. Nuño se incorporó en el lecho tapado por una sábana y los otros esclavos se cubrieron sus partes con paños de lino, largos y estrechos como fulares, y se sentaron en el suelo junto a la cama del amo.

Carolo los miró a todos, pero sus ojos se quedaron parados sobre Iñigo, y habló con voz apresurada y casi tembloroso de los nervios que se le habían desatado ante los últimos acontecimientos. Y ahora lo último era que Isaura y el capitán habían desaparecido. Nadie los encontraba en el palacio ni tampoco los vieron marcharse. Pero ninguno conocía su paradero ni sabían si habían ido a otro lugar. En donde se suponía que estaban era en las habitaciones del obispo con el cadáver, pero allí sólo quedaba el muerto y ellos volaron y no al cielo para acompañarlo en el postrer viaje. El asunto se ponía peliagudo y tenía trazas de resultar ciertas las presunciones de Carolo.

El conde, muy tranquilo, ordenó al oficial que cerrase todas las puertas y comprobase si faltaba algo de valor en el palacio. Y, principalmente, que revisasen toda la habitación del prelado y el despacho donde recibía y trabajaba en los asuntos de la diócesis. En alguna parte estaba la clave del misterio y empezó a temer que estaba relacionada con algún cofre con joyas o incluso documentos. Había que poner en claro las circunstancias del hecho y llegar a una conclusión lógica para establecer el móvil y saber quien o quienes eran los responsables del asesinato del tío de Carolo, Después se tomarían las medidas pertinentes y actuarían en consecuencia.

Se puso en marcha la investigación, pero Guzmán tenía un presentimiento. Y le dijo al conde que le permitiese realizar unas averiguaciones por su cuenta. Nuño, dudó si dejar al mancebo a su libre albedrío, pero tras recapacitar un momento le autorizó llevar a cabo esas pesquisas, pero sin meterse en líos ni formar un follón de mil pares de pelotas. Guzmán le dio las gracias, añadiendo que todo resultaba demasiado obvio para ser tan sencillo, y le pidió permiso para que le ayudasen Hassan y Abdul. El conde frunció el ceño y torció el morro, pero también le dejó utilizarlos. Y el chico salió disparado del aposento llamando a los dos eunucos.

Carolo ya estaba convencido de sus suposiciones acerca de la moza y el capitán, pero el conde le dijo que se quedara con él y aguardase las noticias que seguramente traería el mancebo. El sobrino de la víctima acató la sugerencia y se sentó de lado, en un borde de la cama, mirando al conde. Y Nuño llamó a Iñigo y le ordenó que se tumbase con el culo hacia arriba, entre él y el otro chico. El mozo de pelo rubio se acostó junto al amo y éste le quitó el paño para dejarle las nalgas al aire. Ya sólo quedaban en la habitación los otros esclavos y Carolo. Nuño empezó a acariciar el trasero de Iñigo. Y le dijo a Carolo: “Pienso mejor si sobo el culo de uno de mis chicos... Aunque son tan apetecibles que me empalmo rápido y termino follándolos... Sin embargo, me concentro más tocando una piel tan agradable como esta... Este chaval es de los que te gustan a ti... No es cierto?”. “Sí, señor. Ese es muy guapo y ... bueno, debe ser muy agradable tocarlo”, respondió Carolo. Nuño sonrió y añadió: “Lo es... Pero éste es mío y sólo yo dispongo de su cuerpo y de todo su ser... Supongo que te has dado cuenta que son mis esclavos y los uso como si fuesen putas”. “Sí, señor... Vos sois su amo y os pertenecen... Sin embargo, Isaura también era la ramera de mi tío y hacía lo que le daba la gana con él, pero le ponía los cuernos con Lotario... Uno no puede fiarse de una mujer!”, dijo el chaval con amargura.


El conde atisbó en el gesto y las palabras de Carolo cual pudiera ser la causa del resentimiento que sentía hacia esa chica e incluso contra su difunto tío. Y le preguntó: “Has estado enamorado de alguien?... De una joven, quizás?”. Carolo no tardó en responder: “No, señor... De ninguna... Pero una vez esa zorra me causó mucho daño”. “Explícate”, ordenó el conde. Y el chico habló: “Se chivó a mi tío de algo que ella sabía y su delación causó un daño irreparable.... Una tarde en que hacía mucho calor fui a los establos y allí encontré a un mozo de cuadra cepillando el caballo de mi tío. Estaba casi desnudo y sudaba por todos los poros y para refrescarse se echaba agua por encima de la cabeza. Su piel brillaba a la luz y me gustó su cabello dorado y la pelusa casi blanquecina que cubría sus brazos... Me quedé mirándolo hasta que volvió la cabeza y me preguntó si buscaba algo. Yo era casi un niño todavía, pues acababa de cumplir catorce años y ese joven ya pasaba de los quince... Le dije que iba a ver como estaba el caballo que me regalara mi tío por mi cumpleaños y él me dijo que acababa de limpiarlo y cepillarle el pelo para que brillase más que ningún otro. Era un corcel casi negro y su capa era preciosa... Sin saber por que, le di las gracias, cosa que nunca hacía con ningún siervo, y él sonrió y me dijo que su obligación era servirme en todo lo que yo desease... Sin más me puse a ayudarle a cepillar el caballo y él me dijo que me quitase la ropa y dejase el torso al aire para no mancharme. Lo hice y en cuanto empecé a sudar me echó agua por la cabeza y me eché a reír como un idiota... Terminamos sentados en un montón de paja, mojados y riendo juntos sin saber de que. Y yo le di un beso en la boca... Entonces él me lo devolvió y nos abrazamos... Hubiera hecho lo que él quisiese, pero apareció una criada de su misma edad y nos separamos rápidamente y yo salí corriendo hacia el palacio”.

Carolo, tomo aire y se restregó los ojos y prosiguió: “Más tarde me llamó mi tío y fui a su despacho... Estaba con el mozo y nada más entrar me dobló sobre la mesa me puso el culo al aire y con una fusta me lo azotó hasta hacerme sangre... Después desnudó al chico y lo golpeó por todas partes, dejándolo medio muerto. Y mi tío, mirándome a los ojos, me gritó: esto es lo que pretendía hacerte este cerdo!. Y le metió la polla por el culo y la movió dentro de su cuerpo hasta que se convulsionó. Y al sacarla, del agujero del muchacho empezó a salir sangre mezclada con semen... Pasaron varios minutos, quizás una hora, y el muchacho no se movía ni se levantaba de la mesa... Yo seguía asustado y lloraba tapándome la boca para no irritar más a mi tío. Mi tío sonó una campanilla y, de repente, entró Isaura con una joven rubia también y con ojos muy azules y la puso doblada contra la mesa al lado del chico. Y mi tío, sin mirarme, le levantó las faldas y se la metió por detrás. Pero ella no gritaba ni le salió sangre cuando se la sacó. Al contrario, se rió de mí y del otro chaval y se largó con una moneda que le regaló mi tío. Y entonces él me dijo, mientras yo contemplaba la sonrisa maligna de Isaura: Eso es lo que hacen los hombres y no lo que hiciste en el establo. Menos mal que me cuentan todo lo que pasa en esta casa. Si me entero que tocas a otro hombre de la misma forma que a esta escoria, te mato como a él. Y en ese instante me di cuenta que el chaval tenía clavado un puñal en el otro costado. Lo había matado al sacarle la polla del culo, mientras que con la otra mano le tapaba la boca... El muy hijo de puta!... Siempre se folló a cuanta chiquilla había en el palacio, además de tener su puta fija. Rubia y de ojos claros. Isaura!. Ella fue quien se lo contó a mi tío, porque lo supo por la otra moza que nos vio y era una de sus confidentes. Y mi beso le costó la vida a un joven sin hacer nada malo... Por eso no quiero saber nada de mujeres, señor”.

Nuño dejó que su mirada se perdiese en la espalda de Iñigo y dijo: “ Veo que Isaura no simpatiza mucho con ciertas prácticas sexuales entre hombres. Si ella y el capitán no mataron al obispo, pueden ser peligrosos para nosotros. Seguramente nos delatarán a las fuerzas papales para granjearse el favor del pontífice”. Hubo silencio por unos momentos y el conde preguntó: “Y por qué te gustan sólo los chicos rubios y con ojos azules como este ejemplar que acaricio?. Te recuerdan a ese otro que murió o sólo es por vengarte de tu tío?”. Y añadió: ”Porque para Isaura esa no es ninguna venganza”. Carolo miró el culo de Iñigo y contestó: “Por una parte, al verlos me vuelve a la memoria su imagen y lo mucho que me hubiese gustado seguir besándolo. Y por otra, deseo hacer precisamente lo contrario de lo que me gritó mi tío ese día. No quiero tocar a una mujer, como hacía él, sino a otro muchacho, pero no para matarlo, sino para acariciarle el cuerpo y besarlo por todas partes. Todavía no sé si sería capaz de hacer algo más con otro hombre, ni mucho menos llegar a follar. Aunque no niego que es algo que me apetece más que cualquier otra cosa. Y creo que con el chico del coro lo lograría. Es muy bello y su mirada me recuerda a la del otro chaval que mataron por mi culpa”.

Nuño se inclinó sobre la espalda de Iñigo y le dijo a Carolo: “No eres culpable de lo ocurrido entonces. Lo que sucedió sólo es achacable a la mentalidad fomentada por la religión imperante, aunque quienes más alardean de respetar esas creencias y se escudan en ellas para dominar a los hombres por miedo a castigos eternos, son los que más vulneran esos preceptos que al mismo tiempo proclaman como sagrados e inquebrantables. Abominan de lo que califican pecados contra natura y se revuelcan en la cama con criaturas sometidas a su libidinosa lujuria, aún antes de que puedan sentir y conocer el deseo de la carne. Una hipocresía que causa dolor y no entiende de misericordia con quien siente de otro modo, como le ocurrió a ese pobre mozo de cuadra... Carolo, no te atormentes ni malgastes tu vida reprochándote lo que no hiciste. Ni tampoco quieras vengarte de lo que ya no tiene importancia. Goza como más te guste y con quien te apetezca. Y haz lo que te pida el cuerpo y tus sentidos, pero nunca hagas daño a nadie con ello... Piensa que ese muchacho puede estar ansiando ser tuyo y ser feliz contigo, como quizás lleguen a desearlo muchos otros”.

El conde alargó la mano e hizo el gesto de que Carolo le diese la suya. El chico se estiró para alcanzarla y, una vez agarrada por la de Nuño, las dos se posaron sobre una nalga de Iñigo rozándola delicadamente. Y el conde le preguntó: “Es tan agradable como imaginabas?”. “Sí, señor... Mucho más de lo que suponía y mi excitación es tremenda. Jamás noté tanta presión en mi entrepierna, señor”, contestó Carolo. “Eso es que te gusta y estás hecho para amar a otro hombre... Espero que seas dichoso con ese bello muchacho que canta como un canario... Vamos a ver como van las averiguaciones de Guzmán, porque debemos darnos prisa en salir de este palacio. El tiempo corre en contra nuestra y no estaremos seguros en los territorios afectos al papado. Prepara un ligero equipaje, puesto que si necesitas algo ya se comprará en otra parte y despídete de quienes consideres amigos tuyos. Pero no les digas donde vas ni quien te acompaña, Tenemos que ser discretos hasta no llegar a tierras menos hostiles”.

Y en uno de los claustros del palacio se toparon con el mancebo y los dos eunucos. El conde le interrogó sobre si ya sabía algo respecto al crimen y el chico respondió afirmativamente con la cabeza. Pero antes de hablar también se unió a ellos el alférez diciendo que había encontrado una arqueta cerrada con llave y lacrada en los bordes de la tapa al unirse con el resto de la caja. Nuño desenvainó el puñal y rompió los sellos de lacre. No disponían de la llave para abrirla, pero no era prudente perder más tiempo. Con la hoja del mismo puñal consiguió reventar el cerrojo y la tapa saltó como movida por un resorte. En su interior había legajos y pergaminos y algunos pectorales de oro y piedras preciosas y sortijas de esmeraldas y rubíes, cuyas gemas eran bastante grandes y ostentosas. No había duda que el obispo aspiraba a mayores honores dentro de la curia y no sólo al cardenalato sino incluso al pontificado. Y entre los documentos, además de cartas comprometedoras para el Papa reinante y otros cardenales, que los dejaban a merced de sus enemigos, estaba el testamento del difunto. En un cónclave esos documentos serían un buen medio de chantaje para lograr la elección de un sucesor de San Pedro. Mas, por el momento, al conde le importaba más el legajo con las ultimas voluntades del tío de Carolo. Resultaba mucho más interesante e ilustrativo para entender ciertas cosas en la relación entre el chico y el obispo.

viernes, 6 de enero de 2012

Capítulo LXVI

Guzmán y los otros esclavos del conde soportaron solos el resto de esa noche, sabiendo que su amo estaba en otro aposento con Carolo. No sabían que podía estar pasando y aunque no les debiera importar al ser putos esclavos, sus mentes no paraban de imaginar mil cosas. Y, entre ellas, el culo de ese joven ensartado por la verga del conde. Sin embargo, no era así. Nuño le habló al chico con mesura e hizo que le abriese su corazón y dejase salir del pecho todas las penas y miedos que lo atormentaban. Era muy joven aún para enfrentarse solo al mundo y en cuanto vio a su lado a Nuño, que intentaba comprenderlo, se derrumbó y lloró como un niño con la frente apoyada contra el pecho de aquel hombre fuerte que le mostraba una entereza de carácter encomiable.

El conde acarició los cabellos del crío como si fuese su padre y le prometió que no estaría solo ni se vería abocado a una vida de desamparo y pobreza. Carolo hipaba como un pobre cordero y toda su chulería viril, de apenas unas horas antes, se había esfumado. Le faltaba poco para cumplir diecisiete años y aunque pareciese todo un macho ya completamente desarrollado, eso sólo era en lo físico y no en cuanto a la mentalidad. Su cabeza era todavía la de un adolescente sin madurar del todo y al verse ante un grave problema, el primer contratiempo de su vida, su valor y energía de gallito se vino abajo sin paliativos.

Terminó confesándole al conde todo lo que pensaba y quería. Y en su inocencia admitió que le gustaban los chicos rubios con ojos claros, parecidos a la puta que tenía su tío. Y también afirmó, asegurando que eso era cierto, que esa mujer y su amante, el capitán, lo odiaban y no le extrañaría que también corriese la misma suerte que el obispo si se interponía en su camino y obstaculizaba sus ambiciones. Nuño no comprendía el motivo de esa sospecha, como tampoco que esa pareja fuesen los asesinos del prelado. Pero Carolo daba por hecho que eran ellos y seguramente, si eran descubiertos, intentarían huir con todo lo que pudiesen pillar de cierto valor.

El chico dijo también que creía que su tío tenía un cofre en donde guardaba algo importante. Pero no sabía en que lugar lo tenía oculto, ni si Isaura conocía su existencia. Pudiera ser un testamento o documentos valiosos en relación con algo, pero Carolo sólo tenía ligeras referencias y el obispo nunca le reveló el contenido ni la importancia exacta de lo que guardaba ese estuche. Nuño le preguntó al chaval si el obispo tenía joyas o monedas atesoradas en alguna parte, ya que todo el mundo lo tenía por un hombre rico, y, de ser así, el chico sería su legitimo heredero. Mas Carolo no sabía tampoco si había un tesoro en el palacio ni en que lugar podía estar oculto. Puestas las cosas de esa guisa, iba a ser complicado arreglar la vida del muchacho.

Por el momento, el conde consideró primordial no precipitarse respecto a la presunta autoría de crimen e indagar más sobre los gustos sexuales de Carolo. Aquel mocetón tenía que dar un buen juego como semental si eran ciertos los síntomas de macho que presentaba. Así que sin más le espetó: “Te gusta algún muchacho?”. El chaval dudó un instante y cuando ya iba a contestar, meditó su respuesta unos minutos y dijo: “Sí. Me gusta un chaval rubio que canta en el coro de la catedral.


Lo vi porque sobresalía entre todos los otros, tanto por su estatura y belleza como por su voz de soprano. Y quiero amarlo”. No cabía duda en cuanto a que el chico estaba acostumbrado a tener lo que deseaba y no se le pasaba por la cabeza que no fuera posible o que no pudiera alcanzarlo. Pero Nuño estaba dispuesto a concederle algo que animase al chaval y le dijo: “Será tuyo si lo deseas... Mañana a primera hora iremos a buscarlo a la catedral y luego nos marcharemos de Viterbo...Y los dos vendréis con nosotros a Perugia”, “Gracias, señor”, contestó Carolo, añadiendo: “Y luego?...Dónde iremos ese muchacho y yo sin nada para cobijarnos, ni alimentarnos, ni vestirnos... La mayor parte del día podemos estar desnudos follando, pero necesitamos ropa y algo de abrigo para salir a la calle y dormir sin tiritar de frío... El sólo debe saber cantar y yo manejo bien las armas, pero siempre consideran que soy demasiado joven para mandar soldados... Si mi tío no me dejó nada, estamos perdidos”.

Nuño no pudo evitar reírse y le dijo: “Vamos... Era una forma de hablar... Quien dice a Perugia, dice hasta otro lugar donde encuentres acomodo para quedarte con tu chico”. “Gracias, señor... Pero él no es del todo hombre... Todos los del coro están capados para conservar esas voces tan femeninas”. Nuño le dio una palmada en la espalda y contestó: “Ya lo sé... Pero aún así es hombre. No tener pelotas sólo le priva de poder reproducirse... Y tú no lo quieres para tener descendencia con él, sino para darle por el culo...Y debe tener unas buenas nalgas para apretar bien los muslos contra ellas... Creo que lo vas a pasar muy bien con su cuerpo y su amor... Porque, él te amará, supongo!”. Carolo torció la cabeza hacia un lado y dijo: “Aún no se lo he preguntado. Pero ya me querrá con el tiempo. Voy a ser bueno con él y no le pegaré, a no ser que no me obedezca y tenga que castigarlo... No es así, señor?”. “Así es”, acató el conde.

Vaya!. Este machito apuntaba maneras!. Tendrían que secuestrar al hermoso cantor, pero merecería la pena contar con Carolo en su pequeña tropa. El conde vigilaría su instrucción y lo convertiría en un guerrero de primera clase. Lástima que no quisiese también hacer del chico un tragón de pollas, porque con ese culo y esos morros carnosos, sería un mamón lujurioso. Mas, por el momento no estaba en los planes del conde someter a su antojo y capricho al mozalbete. Le daría un tiempo para acostumbrarse a estar y convivir con los otros esclavos y ya vería el uso a que lo destinaría más adelante. Ahora sólo iba a aparearlo con un precioso eunuco que trinaba como un ruiseñor. Aunque sabía que nunca le darían ni siquiera jilgueros.

Pero el conde se olvidaba de un detalle. Y tuvo que preguntarle al chaval si ya había tenido experiencias sexuales. Y cual sería su asombro al oír que no. Carolo nunca había estado con nadie ni había tocado otro cuerpo que no fuese el suyo. Hasta el momento solamente se había cascado pajas pensando en el culo de chicos jóvenes y rubios, muy parecidos a Isaura. Y por qué esa fijación con un físico que recordaba al de la amante del tío?. No sería que le gustaba esa mujer?. O sólo le tiraba el morboso pensamiento de vengarse por algo del obispo, imaginando que jodía a su puta transformada en hombre para darle por el culo a los dos?. Eso ya le empezaba a chocar al conde y se propuso investigar en el pasado del muchacho. Pero dónde preguntar o cómo averiguar algo que iluminase y explicase esa manía del chico por el pelo rubio y los ojos claros, en rostros angelicales como el de Isaura?.

Nuño iba a averiguarlo y habló de ello con Froilán a la mañana siguiente. El noble aragonés quiso saber como había pasado la noche. Y el conde atajó sus pesquisas diciéndole que no se lo había follado. Ni siquiera durmieron juntos en el mismo lecho. El chico se acomodó en el suelo y le dejó toda la cama para Nuño. Froilán no daba crédito a lo que oía. Pasar la noche en el mismo cuarto que ese crío y no sobarle el culo!. Nuño tenía que estar enfermo. “Y ni se te ocurrió desnudarlo?”, le preguntó sin salir del pasmo que tenía al escuchar que Carolo saliera virgen de la habitación estando a solas con su amigo el conde toda una noche. “No lo desnudé yo. Pero si lo vi en pelotas... No te voy a contar, porque te desmayarías... Pocos culos habrás visto como el de esta criatura!”, dijo el conde. “No hace falta quitarle la ropa para llegar a esa conclusión!. Es como el jamón de un marrano criado con bellotas!”, exclamó Froilán relamiéndose de gusto.

Y el amigo de Nuño se fue a buscar a sus esclavos. Seguramente los dos culos de los zagales de Froilán bajarían el calentón del amo, abriéndose de patas para que entrase a saco en ellos. Pero no sólo el aragonés andaba salido. El conde también fue a sus aposentos y se despachó a gusto con sus cuatro muchachos. Y no sólo se la metió a todos, sino que les obligó a comerse la polla y el culo unos a otros por parejas e intercambiándose entre si para fomentar la alternancia y que no se acostumbrasen a retozar con el mismo chaval cada vez que les dejaba gozarse entre ellos. Y antes de correrse, el amo los ordeñó y recogió el semen de los chicos en un recipiente para que lo bebiesen mezclado con el suyo. Después, Nuño le contó al mancebo y a Iñigo la conversación con Carolo y cuales eran los proyectos inmediatos. Incluyendo saber que coño le pasara al chaval con su tío para estar obsesionado con Isauras sin tetas y con pito. Era algo curioso y debía encerrar la clave de la personalidad y las ensoñaciones sexuales de Carolo.

Y al mancebo se le ocurrió pensar que, posiblemente siendo aún pequeño, viese algo que le impactó o que sufriese un grave ataque a su inocencia todavía infantil, traumatizándolo desde entonces, pero que su subconsciente guardaba celosamente sin dejar emerger a la superficie ese recuerdo de resultado fatalmente castrador para el chico. Sólo era cuestión de indagar en su mente y sus recuerdos y algún día soltaría lo que llevaba oculto en su cabeza desde hacía tiempo.

martes, 3 de enero de 2012

Capítulo LXV

Respiraron un aire intranquilo durante esa tarde, pero Nuño se encerró con sus cuatro chicos en el dormitorio y los miró desnudos con sus eslabones de oro al cuello como jóvenes tigres domados por la habilidad de un gran adiestrador de fieras. Estaban recién bañados y sus cuerpos relucían con el aceite que los eunucos habían extendido cuidadosamente sobre la piel de los muchachos. Eran figuras esculpidas por un maestro de gusto refinado y un sentido estético casi divino. Brillaban tanto los cabellos como los músculos, que se acentuaban al darles la luz. Y nadie, ni el mismo conde, podría decir objetivamente cual de ellos era el más bello. El mancebo quizás era el más misterioso y atraía por su sagacidad y esa chispa de plata que encendía sus ojos. Iñigo era un joven dorado que parecía irreal de puro hermoso. Daban ganas de adorarlo y sentirse en su interior para conocer el cielo desde dentro. Fulvio resultaba excitante y poseerlo era un reto de inagotable lujuria. Y luego estaba Curcio. Y este chico realmente era un capricho para los sentidos. Pocos cuerpos habían sido tan bien modelados como el suyo y su rostro prendaba aún queriendo resistirse a tanta perfección.

Nuño estaba atrapado en esos cuatro muchachos y nada más gozar cualquiera de ellos, su mente ya necesitaba volver a tenerlo de nuevo entregado al placer. Disfrutó de ellos, pero permitió que se amasen entre si y se alimentasen con su leche y la que salía de los prietos cojones de los chicos. Y les dio por el culo a todos, sin olvidar tampoco darle a Fulvio la oportunidad de joder a su querido Curcio. Era un espectáculo ver como se amaban los dos críos y con cuanta delicadeza y pasión tomaba el mayor al más joven. Le llegaba tan dentro la polla, que Curcio, aunque lloraba por los punzadas, emocionado le pedía más con los ojos. Y Fulvio se lo daba. Se la clavaba con un movimiento seco y enérgico que hacía saltar al otro como si le pinchasen el corazón con un afilado punzón.

Pero al tiempo que ellos gozaban, Guzmán e Iñigo eran usados por el amo, por la boca o por el culo, dejando algo de vida en un orgasmo largo y profundo como la penetración que sentían en sus cuerpos. Nuño se moría de gusto dentro de sus dos amados esclavos, viendo como los otros dos se rompían el alma a besos. Al final de la tarde todos descansaban tumbados sobre un mismo lecho y entrelazando los brazos y las piernas para saber que aún inertes seguían amándose. Estando unidos se sentían seguros y nada ni nadie sería capaz de hacerles ningún daño, puesto que todo el universo que ellos querían alcanzar estaba ya en sus manos.

En la cena, cuando la conversación con el obispo les dejaba un hueco, Froilán le contó al conde como lo había pasado esa tarde con sus dos chavales, a los que amaba más de lo que el noble aragonés desearía para no tener remordimientos al apetecerle el culo de otro chico, y pormenorizó cuanto les había hecho y como había logrado que los dos casi llegasen a follarse el culo. Aunque no llegaron a metérsela del todo, porque le dio reparo y le confesaron a su amo que sus pollas no estaban hechas para eso. Froilán le dijo a Nuño que les zurro duro en las nalgas, pero que al final desistió al ver que sus pitos se arrugaban al rozar el ano del compañero. Ruper y Marco habían nacido para poner el culo y sus pollas sólo se excitaban a tope al saber que una verga más gorda y más grande que las suyas les iba a taladrar el ano sin piedad ni miedo a rompérselo y dejárselo como una breva estrellada al pie de la higuera.

No hacía viento y las hojas de los árboles del jardín apenas se movían. Todos se habían retirado a sus distintos aposentos algo más temprano de lo habitual, porque Isaura se quejó de un fuerte dolor de cabeza y hasta de encontrarse mal del estómago. Don Benozzo se excusó y se retiró con ella, ya que lo normal es que le apeteciese darse un revolcón antes de coger el sueño. Y una vez que se fue del salón el anfitrión, todos los comensales se fueron levantando para irse también cada cual a su habitación o tomar el fresco antes de meterse en la cama. Y Guzmán le pidió al conde que saliesen un rato al jardín para contemplar las estrellas.

Nuño le echó el brazo por encima de los hombros y les ordenó a los otros tres que los siguiesen. Se sentaron en un bancal de travertino y los otros chavales se acomodaron en el suelo a los pies del amo. Nuño fijó la vista en las estrellas, siguiendo el dedo índice del mancebo, y le entraron ganas de besarle la boca como si estuviesen en el bosque negro los dos solos y sin más compañía que sus caballos. Guzmán se dio cuenta del deseo de su amo y su pene acusó el calentón de aquel beso y del roce de esas manos cuyo tacto le excitaba más que cualquier otra cosa que no fuese la verga de Nuño.

Y estando metidos en la ensoñación de la noche estrellada, escucharon unos gritos de mujer que proveían de los aposentos del obispo. Era la voz de Isaura y su lamento sonaba desgarrador. Corrieron dentro del palacio y pronto se encontraron con criados y guardias que iban de un lado a otro, atropellándose ellos mismos en su afán de llegar los primeros a ningún sitio determinado. Froilán también apareció en la escalera del palacio y con Nuño y sus muchachos fueron hacia las habitaciones del prelado. En la puerta estaban Carolo y el capitán y entraron sin más para averiguar cual era la causa de los gritos de la joven.

Por un momento se hizo el silencio y fue el capitán quien dijo al resto de los presentes que el obispo estaba muerto. Benozzo yacía sobre el lecho con la cabeza medio caída hacia un costado y los ojos desorbitados y muy abiertos. Y de su boca escapaba una baba espumosa que a todos dio que sospechar. Guzmán fue a buscar a los eunucos y Hassan, nada más ver el aspecto del cadáver afirmó que lo habían envenenado con una burda pócima a base de cianuro. Dijo incluso que le había sido suministrado durante la cena y la muerte debía ser reciente. Isaura contó como el hombre empezó a retorcerse por el dolor en la barriga y que enseguida le salió espuma por la boca y los ojos se le revolvieron dentro de las órbitas. Eran síntomas claros del emponzoñamiento pernicioso que había sufrido. El asunto estaba ahora en descubrir el autor y el móvil del asesinato.

Y comenzaron las conjeturas y las sospechas, recayendo alguna en los invitados. Cosa que pronto de descartó por falta de motivo lógico y que justificase tal acción. Y en medio de los dimes y diretes, Lotario, como capitán de la guardia, ordenó cerrar la puertas del palacio y aumentar la vigilancia, extremando las medidas para asegurar la vida de los ocupantes. Dijo que él se encargaba de todo y despidió al resto para que descansen dentro de lo posible. Pero Carolo estaba intranquilo y el conde se dio cuenta que el chico no miraba con buenos ojos a la amante de su tío ni al capitán. Nuño se acercó al muchacho y le consoló por la pérdida de su valedor y quien lo mantenía a su costa. Ya que el sucesor de su tío no se haría cargo de él ni lo acogería en el palacio para vivir como hasta ese momento, igual que el hijo de un rico magnate.

Las cosas se le ponían en contra el joven Carolo y eso parecía que le afectaba más que la defunción del obispo en si misma. De pronto dejaba al descubierto que su afecto por su tío sólo dependía del sustento y del nivel de vida que le garantizaba su protección. Por lo demás, la vida y la conducta libertina del prelado no debía entusiasmarle mucho al chico. Y Nuño lo llevó con él a un cuarto y quiso conocer su opinión sobre el hecho y, sobre todo, sus temores y preocupaciones de futuro. El chaval le confesó que temía que todo fuese un complot urdido por Isaura y el capitán. El muchacho afirmaba que los dos estaban liados y se veían en secreto a espaldas de su tío. Y, por supuesto, follaban en cuanto tenían la menor oportunidad. Así que podía ser un crimen ideado para librarse de Benozzo y poder ser libres para amarse sin tapujos ni temer la venganza de un hombre poderoso y vengativo.

La teoría no era descabellada del todo y quizás fuesen los que más motivos tenían para desear la muerte del prelado. Pero acusarlos sin pruebas no era justo y además resultaba peligroso dada la situación del conde y Froilán estando en el Lacio y en territorios del papado. Carolo estaba afectado por las sospechas y el conde se brindó a acompañarlo esa noche si creía que necesitaba la compañía de otro hombre aunque sólo fuese para no encontrarse tan solo con sus problemas. Y el chico aceptó, porque en verdad se sentía abandonado de golpe y sin saber que haría a partir del día siguiente. Por el momento no veía la luz al final de ese negro túnel en que lo dejaba la desaparición de su tío el obispo de Viterbo.