Todavía estaban recuperándose de la extenuación orgiástica y un criado llamó a la puerta del aposento con noticias urgentes. Y antes de salir uno de los esclavos para ver que deseaba, apareció Carolo muy agitado, que venía acompañado por el alférez de la guardia del palacio. El imesebelen que guardaba la puerta de la habitación no los dejó pasar hasta que Guzmán apareció en el umbral y e invitó a entrar al chico y a los dos lacayos del obispo. Nuño se incorporó en el lecho tapado por una sábana y los otros esclavos se cubrieron sus partes con paños de lino, largos y estrechos como fulares, y se sentaron en el suelo junto a la cama del amo.
Carolo los miró a todos, pero sus ojos se quedaron parados sobre Iñigo, y habló con voz apresurada y casi tembloroso de los nervios que se le habían desatado ante los últimos acontecimientos. Y ahora lo último era que Isaura y el capitán habían desaparecido. Nadie los encontraba en el palacio ni tampoco los vieron marcharse. Pero ninguno conocía su paradero ni sabían si habían ido a otro lugar. En donde se suponía que estaban era en las habitaciones del obispo con el cadáver, pero allí sólo quedaba el muerto y ellos volaron y no al cielo para acompañarlo en el postrer viaje. El asunto se ponía peliagudo y tenía trazas de resultar ciertas las presunciones de Carolo.
El conde, muy tranquilo, ordenó al oficial que cerrase todas las puertas y comprobase si faltaba algo de valor en el palacio. Y, principalmente, que revisasen toda la habitación del prelado y el despacho donde recibía y trabajaba en los asuntos de la diócesis. En alguna parte estaba la clave del misterio y empezó a temer que estaba relacionada con algún cofre con joyas o incluso documentos. Había que poner en claro las circunstancias del hecho y llegar a una conclusión lógica para establecer el móvil y saber quien o quienes eran los responsables del asesinato del tío de Carolo, Después se tomarían las medidas pertinentes y actuarían en consecuencia.
Se puso en marcha la investigación, pero Guzmán tenía un presentimiento. Y le dijo al conde que le permitiese realizar unas averiguaciones por su cuenta. Nuño, dudó si dejar al mancebo a su libre albedrío, pero tras recapacitar un momento le autorizó llevar a cabo esas pesquisas, pero sin meterse en líos ni formar un follón de mil pares de pelotas. Guzmán le dio las gracias, añadiendo que todo resultaba demasiado obvio para ser tan sencillo, y le pidió permiso para que le ayudasen Hassan y Abdul. El conde frunció el ceño y torció el morro, pero también le dejó utilizarlos. Y el chico salió disparado del aposento llamando a los dos eunucos.
Carolo ya estaba convencido de sus suposiciones acerca de la moza y el capitán, pero el conde le dijo que se quedara con él y aguardase las noticias que seguramente traería el mancebo. El sobrino de la víctima acató la sugerencia y se sentó de lado, en un borde de la cama, mirando al conde. Y Nuño llamó a Iñigo y le ordenó que se tumbase con el culo hacia arriba, entre él y el otro chico. El mozo de pelo rubio se acostó junto al amo y éste le quitó el paño para dejarle las nalgas al aire. Ya sólo quedaban en la habitación los otros esclavos y Carolo. Nuño empezó a acariciar el trasero de Iñigo. Y le dijo a Carolo: “Pienso mejor si sobo el culo de uno de mis chicos... Aunque son tan apetecibles que me empalmo rápido y termino follándolos... Sin embargo, me concentro más tocando una piel tan agradable como esta... Este chaval es de los que te gustan a ti... No es cierto?”. “Sí, señor. Ese es muy guapo y ... bueno, debe ser muy agradable tocarlo”, respondió Carolo. Nuño sonrió y añadió: “Lo es... Pero éste es mío y sólo yo dispongo de su cuerpo y de todo su ser... Supongo que te has dado cuenta que son mis esclavos y los uso como si fuesen putas”. “Sí, señor... Vos sois su amo y os pertenecen... Sin embargo, Isaura también era la ramera de mi tío y hacía lo que le daba la gana con él, pero le ponía los cuernos con Lotario... Uno no puede fiarse de una mujer!”, dijo el chaval con amargura.
El conde atisbó en el gesto y las palabras de Carolo cual pudiera ser la causa del resentimiento que sentía hacia esa chica e incluso contra su difunto tío. Y le preguntó: “Has estado enamorado de alguien?... De una joven, quizás?”. Carolo no tardó en responder: “No, señor... De ninguna... Pero una vez esa zorra me causó mucho daño”. “Explícate”, ordenó el conde. Y el chico habló: “Se chivó a mi tío de algo que ella sabía y su delación causó un daño irreparable.... Una tarde en que hacía mucho calor fui a los establos y allí encontré a un mozo de cuadra cepillando el caballo de mi tío. Estaba casi desnudo y sudaba por todos los poros y para refrescarse se echaba agua por encima de la cabeza. Su piel brillaba a la luz y me gustó su cabello dorado y la pelusa casi blanquecina que cubría sus brazos... Me quedé mirándolo hasta que volvió la cabeza y me preguntó si buscaba algo. Yo era casi un niño todavía, pues acababa de cumplir catorce años y ese joven ya pasaba de los quince... Le dije que iba a ver como estaba el caballo que me regalara mi tío por mi cumpleaños y él me dijo que acababa de limpiarlo y cepillarle el pelo para que brillase más que ningún otro. Era un corcel casi negro y su capa era preciosa... Sin saber por que, le di las gracias, cosa que nunca hacía con ningún siervo, y él sonrió y me dijo que su obligación era servirme en todo lo que yo desease... Sin más me puse a ayudarle a cepillar el caballo y él me dijo que me quitase la ropa y dejase el torso al aire para no mancharme. Lo hice y en cuanto empecé a sudar me echó agua por la cabeza y me eché a reír como un idiota... Terminamos sentados en un montón de paja, mojados y riendo juntos sin saber de que. Y yo le di un beso en la boca... Entonces él me lo devolvió y nos abrazamos... Hubiera hecho lo que él quisiese, pero apareció una criada de su misma edad y nos separamos rápidamente y yo salí corriendo hacia el palacio”.
Carolo, tomo aire y se restregó los ojos y prosiguió: “Más tarde me llamó mi tío y fui a su despacho... Estaba con el mozo y nada más entrar me dobló sobre la mesa me puso el culo al aire y con una fusta me lo azotó hasta hacerme sangre... Después desnudó al chico y lo golpeó por todas partes, dejándolo medio muerto. Y mi tío, mirándome a los ojos, me gritó: esto es lo que pretendía hacerte este cerdo!. Y le metió la polla por el culo y la movió dentro de su cuerpo hasta que se convulsionó. Y al sacarla, del agujero del muchacho empezó a salir sangre mezclada con semen... Pasaron varios minutos, quizás una hora, y el muchacho no se movía ni se levantaba de la mesa... Yo seguía asustado y lloraba tapándome la boca para no irritar más a mi tío. Mi tío sonó una campanilla y, de repente, entró Isaura con una joven rubia también y con ojos muy azules y la puso doblada contra la mesa al lado del chico. Y mi tío, sin mirarme, le levantó las faldas y se la metió por detrás. Pero ella no gritaba ni le salió sangre cuando se la sacó. Al contrario, se rió de mí y del otro chaval y se largó con una moneda que le regaló mi tío. Y entonces él me dijo, mientras yo contemplaba la sonrisa maligna de Isaura: Eso es lo que hacen los hombres y no lo que hiciste en el establo. Menos mal que me cuentan todo lo que pasa en esta casa. Si me entero que tocas a otro hombre de la misma forma que a esta escoria, te mato como a él. Y en ese instante me di cuenta que el chaval tenía clavado un puñal en el otro costado. Lo había matado al sacarle la polla del culo, mientras que con la otra mano le tapaba la boca... El muy hijo de puta!... Siempre se folló a cuanta chiquilla había en el palacio, además de tener su puta fija. Rubia y de ojos claros. Isaura!. Ella fue quien se lo contó a mi tío, porque lo supo por la otra moza que nos vio y era una de sus confidentes. Y mi beso le costó la vida a un joven sin hacer nada malo... Por eso no quiero saber nada de mujeres, señor”.
Nuño dejó que su mirada se perdiese en la espalda de Iñigo y dijo: “ Veo que Isaura no simpatiza mucho con ciertas prácticas sexuales entre hombres. Si ella y el capitán no mataron al obispo, pueden ser peligrosos para nosotros. Seguramente nos delatarán a las fuerzas papales para granjearse el favor del pontífice”. Hubo silencio por unos momentos y el conde preguntó: “Y por qué te gustan sólo los chicos rubios y con ojos azules como este ejemplar que acaricio?. Te recuerdan a ese otro que murió o sólo es por vengarte de tu tío?”. Y añadió: ”Porque para Isaura esa no es ninguna venganza”. Carolo miró el culo de Iñigo y contestó: “Por una parte, al verlos me vuelve a la memoria su imagen y lo mucho que me hubiese gustado seguir besándolo. Y por otra, deseo hacer precisamente lo contrario de lo que me gritó mi tío ese día. No quiero tocar a una mujer, como hacía él, sino a otro muchacho, pero no para matarlo, sino para acariciarle el cuerpo y besarlo por todas partes. Todavía no sé si sería capaz de hacer algo más con otro hombre, ni mucho menos llegar a follar. Aunque no niego que es algo que me apetece más que cualquier otra cosa. Y creo que con el chico del coro lo lograría. Es muy bello y su mirada me recuerda a la del otro chaval que mataron por mi culpa”.
Nuño se inclinó sobre la espalda de Iñigo y le dijo a Carolo: “No eres culpable de lo ocurrido entonces. Lo que sucedió sólo es achacable a la mentalidad fomentada por la religión imperante, aunque quienes más alardean de respetar esas creencias y se escudan en ellas para dominar a los hombres por miedo a castigos eternos, son los que más vulneran esos preceptos que al mismo tiempo proclaman como sagrados e inquebrantables. Abominan de lo que califican pecados contra natura y se revuelcan en la cama con criaturas sometidas a su libidinosa lujuria, aún antes de que puedan sentir y conocer el deseo de la carne. Una hipocresía que causa dolor y no entiende de misericordia con quien siente de otro modo, como le ocurrió a ese pobre mozo de cuadra... Carolo, no te atormentes ni malgastes tu vida reprochándote lo que no hiciste. Ni tampoco quieras vengarte de lo que ya no tiene importancia. Goza como más te guste y con quien te apetezca. Y haz lo que te pida el cuerpo y tus sentidos, pero nunca hagas daño a nadie con ello... Piensa que ese muchacho puede estar ansiando ser tuyo y ser feliz contigo, como quizás lleguen a desearlo muchos otros”.
El conde alargó la mano e hizo el gesto de que Carolo le diese la suya. El chico se estiró para alcanzarla y, una vez agarrada por la de Nuño, las dos se posaron sobre una nalga de Iñigo rozándola delicadamente. Y el conde le preguntó: “Es tan agradable como imaginabas?”. “Sí, señor... Mucho más de lo que suponía y mi excitación es tremenda. Jamás noté tanta presión en mi entrepierna, señor”, contestó Carolo. “Eso es que te gusta y estás hecho para amar a otro hombre... Espero que seas dichoso con ese bello muchacho que canta como un canario... Vamos a ver como van las averiguaciones de Guzmán, porque debemos darnos prisa en salir de este palacio. El tiempo corre en contra nuestra y no estaremos seguros en los territorios afectos al papado. Prepara un ligero equipaje, puesto que si necesitas algo ya se comprará en otra parte y despídete de quienes consideres amigos tuyos. Pero no les digas donde vas ni quien te acompaña, Tenemos que ser discretos hasta no llegar a tierras menos hostiles”.
Y en uno de los claustros del palacio se toparon con el mancebo y los dos eunucos. El conde le interrogó sobre si ya sabía algo respecto al crimen y el chico respondió afirmativamente con la cabeza. Pero antes de hablar también se unió a ellos el alférez diciendo que había encontrado una arqueta cerrada con llave y lacrada en los bordes de la tapa al unirse con el resto de la caja. Nuño desenvainó el puñal y rompió los sellos de lacre. No disponían de la llave para abrirla, pero no era prudente perder más tiempo. Con la hoja del mismo puñal consiguió reventar el cerrojo y la tapa saltó como movida por un resorte. En su interior había legajos y pergaminos y algunos pectorales de oro y piedras preciosas y sortijas de esmeraldas y rubíes, cuyas gemas eran bastante grandes y ostentosas. No había duda que el obispo aspiraba a mayores honores dentro de la curia y no sólo al cardenalato sino incluso al pontificado. Y entre los documentos, además de cartas comprometedoras para el Papa reinante y otros cardenales, que los dejaban a merced de sus enemigos, estaba el testamento del difunto. En un cónclave esos documentos serían un buen medio de chantaje para lograr la elección de un sucesor de San Pedro. Mas, por el momento, al conde le importaba más el legajo con las ultimas voluntades del tío de Carolo. Resultaba mucho más interesante e ilustrativo para entender ciertas cosas en la relación entre el chico y el obispo.
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