Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Capítulo XLVII

El mancebo subió a lo más alto de la torre con varios chavales armados con ballestas y hubiese sido lógico dejar caer una lluvia de flechas sobre los atacantes, aprovechando la ventaja de estar colocados en un plano más elevado, pero no disponían de ellas en cantidad suficiente para no usarlas con cordura y procurar el máximo acierto. Guzmán les pidió a sus ballesteros que afinasen bien la puntería y por cada saeta disparada hubiese un soldado menos con vida. Nuño se instaló con Iñigo y otros cuantos en el primer piso y también con ballestas asomándose por las ventanas lo justo para disparar y no ser blanco de las flechas contrarias. A Froilán y a Giorgio, con otro grupo y los africanos supervivientes, les tocó la planta baja para defender con uñas y dientes si fuese preciso la entrada a la torre. Y se reanudó el combate y en lo más íntimo todos se dijeron: “Luchemos y que el sol salga por donde quiera. Esto está muy jodido!”.

Froilán estaba bastante agotado y tenía cortes y rasguños por casi todo el cuerpo, como casi todos los demás, y escuchó a su espalda la voz de un muchacho que le dijo: “Señor, puedo ayudaros?”. El noble miró hacia atrás y se encontró con los ojos de azabache de Marco. Y sonriéndole al chico le respondió: “Sí puedes. Quédate a mi lado y procura que no te hieran. Si salimos de esta quiero que estés conmigo. A ti te gustaría?”. El chico se acercó hasta pegarse a Froilán y contestó: “Sí. Claro que me gustaría. Pero os veo cansado y lastimado y voy a defenderos con mi vida si es necesario. Yo no valgo nada, ni nadie me echará de menos. Pero a vos, mi señor, seguro que sí. Sois un noble y además un hombre apuesto y valiente y tendréis familia que os aguarde. E incluso una mujer”. Froilán hubiese reído y besado al crío, pero en tales circunstancias sólo le dijo: “Marco, tú vales tanto como el mejor hombre. Y si no hay nadie que te espere yo si espero que los dos disfrutemos de la vida. Y que lo hagamos juntos. Te tomaré a mi cuidado y nunca te faltará de nada. Se habrá acabado tu vida errante de furtivo porque estarás bajo mi protección”. “Gracia, señor. Pero a cambio de qué?”, preguntó el chaval. “De tu compañía y espero que pronto de tu afecto”, contestó Froilan. “No sé si os serviré como deseáis, señor. Nunca lo hice. Sé que ese era mi destino al ser vendido como esclavo. Pero no probé todavía el sexo, ni siquiera con mujeres, señor”, añadió Marco sin dejar de mirarle a los ojos a Froilán. Y éste le dijo: “Eso sólo será si tú quieres. Me basta con verte y saber que estás contento siendo mío”. “Gracias, señor. Mas si os pertenezco podréis hacer lo que deseéis sin que cuente mi voluntad ni mi deseo. Me debo a vos y ahora será vuestro si queréis cogerme en vuestras manos”, añadió Marco besando la mano de Froilán. Y el noble señor no pudo evitar acercar la cara del chico a la suya y besarlo en la boca.

“Qué puta suerte tener a esa criatura entregada y no poder sentarla en las piernas y clavarle la polla en el culo!”, exclamó Froilán sin pronunciar palabras. Y la misma rabia le hizo recuperar las fuerzas y desear batirse con todo un ejército para salir con vida llevando consigo a Marco. “Qué criatura más entrañable!”, se repetía entre dientes. Y el chico le mostró un arco de caza que había encontrado en un armero. Y le dijo: “Señor, soy un buen cazador. Y este arco nos defenderá a los dos. Os lo juro!”. Froilán quedó pasmado de la determinación conque Marco estaba dispuesto a matar por salvarlo y con un gesto de aprobación le dio ánimo y gritó al resto: “Nadie nos vencerá y saldremos de esta torre vivos. Aferraros a las armas y duro con ellos!”. Parecía que el noble estaba a punto de salir por la puerta y atacar con bravura a toda la guarnición, cuando oyeron sonar cuernos al otro lado de las murallas.

De pronto los soldados retrocedían hacia las defensas de la zona este, delante de las cuales se abría una explanada hasta las orillas del islote. Y con ello se abrían dos frentes obligando a la guarnición de la fortaleza a dividir sus efectivos. El conde se percató del ataque desde el exterior de las murallas y concentró el tiro sobre los que aún pretendían entrar a por ellos, diezmándolos al no tener el apoyo de los ballesteros que ahora disparaban las saetas hacia fuera. Estaba claro que venían en su ayuda y desde lo alto de la torre Guzmán pudo divisar quienes eran.

A la cabeza de un cuerpo de ejército venían los estandartes de Don Asdrubale y otros señores y vio al lado de ellos a Jacomo y Luiggi. Estaban armados hasta los dientes y arribaron al islote en grandes lanchas con un numeroso pelotón de soldados y gentes de armas. La guarnición, preocupada con los enemigos que tenía dentro del castillo, no se enteraron del desembarco de esas fuerzas. Y al hacer sonar los cuernos de guerra ya estaban sobre el islote en formación de ataque. Traían escalas y eran muchos. Y los soldados que se aprestaron a la defensa por eso lado, caían atravesados con flechas por la espalda. La retaguardia de los defensores estaba tomada ya por el conde y los suyos y las tornas habían cambiado. Ahora los fuertes eran los antes acorralados en la torre norte y los guardianes de la fortaleza caían por docenas. Sólo era cuestión de abrir las puertas y todo el recinto sería invadido por los hombres mandados por Don Asdrubale.

Y ese fue el siguiente objetivo del conde. El y los africanos se dirigieron dando mandobles hasta el portón principal y hicieron saltar la pesada tranca que servía de cerrojo. Las puertas se abrieron al empuje de los asaltantes y entraron en tromba dentro del bastión. El resto, con algunas bajas más entre los efectivos del conde, ya fue una masacre de soldados hasta exterminar a casi todos los supervivientes que aún quedaban vivos, excepto algo más de una docena de entre los más jóvenes que Asdrubale ordenó apresarlos y conducirlos a las mazmorras del mismo castillo para sacarles más información a base de tortura. El hedor de la sangre era nauseabundo y las gaviotas sobrevolaban el islote atraídas por los despojos. Todos estaban fatigados pero el furor de la pelea los mantenía tensos y alerta como si todavía tuviesen que seguir matando.

Nuño corrió a buscar a Iñigo y Guzmán y los encontró juntos abrazados el uno al otro. Los llamó y ellos, sucios y con el sudor seco sobre el rostro, se volvieron hacia él y se lanzaron a sus brazos. Estaban llorando como críos y el conde los besó mil veces y les dijo: “Han muerto muchos y lamentablemente dos de nuestros guerreros negros. Y eso me entristece y me duele como si fuesen de mi familia, porque para mí son muy queridos esos hombres. Hagámosles un entierro acorde con sus costumbres. Y tú, Guzmán, lo presidirás como su príncipe, ya que por defenderte dieron su vida”. “Amo, eran algo de nosotros mismos y lucharon por todos nosotros y no sólo por mí”, replicó Guzmán. “Sí, pero tú eres su verdadero señor. Esos guerreros son tu guardia personal”, añadió el conde. Y después de un silencio, Nuño les dijo: “En cuanto nos lavemos y recuperemos un poco de fuerza, estaremos encerrados un día entero sin parar de follar. Sobre todo a ti, mi guapo mozo de pelos dorados. Creí que te perdía y eso me dejó el alma muy dolida. Ahora entre los dos debéis curármela a besos y caricias. Y yo os colmaré de polla y leche. Vamos a darle las gracias a los nobles señores que han venido en nuestra ayuda”. Froilán, más emocionado que exhausto, se quedó sentado en un escalón de piedra y Marco se acomodó a su lado, recostando la cabeza en su hombro, y le dijo: “Señor, nos hemos librado de morir juntos. Ahora tenéis que llevarme con vos para vivir a vuestro lado. No como mucho, mi señor, así que no os saldré muy caro para mantenerme. Y si vos queréis, cazaré y seré yo el que os consiga comida. Quiero ser vuestro, señor”. Froilán ya no esperó más y le dio el primer beso de amor que saboreó el chico en su boca. Y sin ponerse de pie le sobó el culo a gusto por primera vez. Y marco ni lo rechazó ni pareció desagradarle el tacto de las manos de Froilán apretándole las nalgas. Se diría que el ojo del culo ya le latía de gusto, al ritmo que se le endurecía la polla, lo mismo que la verga de Froilán.

Don Asdrubale, acompañado de Jacomo, se acercó al conde y le dijo: “Amigo mío, en cuanto este muchacho contó sus sospechas, supimos que eran ciertas la habladurías que corrían entre la gente del pueblo. Nunca me gustó Don Angelo, que por cierto era un hombre de confianza del regente. Pero me costaba creer que fuese tan bellaco. Ahora queda explicarle A Manfredo todo esto, pero de eso nos ocuparemos nosotros, los nobles de Nápoles. Lo primero es limpiar este cementerio y poner las cosas en orden”. “Sí”, respondió Nuño. Y todos los hombres comenzasen a retirar cadáveres y adecentar el suelo del recinto.

Pero quedaba algo por resolver y el conde no lo dejó caer en saco roto. Se dirigió a Don Asdrubale y le contó cuanto sabía sobre la inminente llegada del barco bizantino. El otro señor se acarició la barbilla y dijo: “Seguro que viene cargado con más jóvenes secuestrados en las islas cercanas, incluida Sicilia. Vamos a esperarlo aquí y les tenderemos una trampa. Todo su cargamento es carne para sexo, pero no llegará a su destino”. Y se pusieron a discutir el plan para atrapar a los traficantes de esclavos bizantinos y hacerse con la mercancía que llevaban a Constantinopla y a otros mercados. Luego, de paso que el conde y sus pajes se decentaban, al igual que Froilán, acompañado ya por Marco, Don Asdrubale bajaría a los sótanos para entretenerse con los prisioneros antes de enviarlos con los muertos. Pero puede que algunos de ellos salvasen la vida si les agradaban físicamente al señor y veía la buena disposición de los chicos para sacarle partido como esclavos. El señor di Ponto mantenía el criterio que nunca debe despreciarse un buen animal sin haber sido examinado antes con minuciosidad y comprobar sus posibilidades sexuales para usarlo en una orgía.

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