Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

lunes, 14 de noviembre de 2011

Capítulo XLIX

Quedaron solos Giorgio y Jacomo con los otros dos chavales secuestrados y no quisieron ser menos que el conde y Froilán en eso de aprovecharse del momento y regodearse con unos polvos mientras no avistasen el velamen del dromón. Quizás sea cierto que el subidón de adrenalina que provoca el peligro de muerte, también dispara las testosterona en los machos y les incita a perpetuarse como especie y por tanto a follar. Echaron a suertes para ver cual de ellos le tocaba para metérsela primero y buscaron un cuarto donde follarse a los chicos entre los dos. El asunto era darle por el culo a ambos pasándoselos de polla a polla hasta que hubieron vaciado los cojones en sus tripas. Los dos muchachos bajaron la cabeza ante los otros dos y obedecieron las órdenes que les daban, ya fuese para chuparles las vergas o darse la vuelta y abrirse de patas como dos putas. Por la estrechez de sus anos se deducía que nunca les habían metido nada por el culo, pero aguantaron sin quejarse el dolor que sufrieron al penetrarlos la primera vez casi sin lubricarles el esfínter.

De todos modos, Giorgio fue más considerado que Jacomo y atacó el agujero del que estrenó con más cuidado y se la fue introduciendo despacio hasta hacer tope en el ojete con las pelotas. El chico se lo agradeció bajando la cabeza hasta tocar las rodillas y entregarle el culo a placer para que se la clavase hasta el fondo. Y el otro, enculado por Jacomo, no chilló, pero apretó los puños y cerró con fuerza los ojos para reprimir el alarido que saltó dentro de su cuerpo desde el ojo del culo hasta el cerebro. Luego se los cambiaron y ya los ojetes estaban dilatados para darles con fuerza, haciendo resonar la carne de las nalgas con los empellones que les atizaban al encajar salvajemente las vergas dentro de los culos de los dos chicos. Al final todos lo pasaron bien, pues se corrieron más de dos veces cada uno y a los primerizos terminó haciéndole gracia hacer de rameras para los otros dos hermosos machitos.

Y a Fulvio todavía le ardía el ano y se lo tocaba sorprendido de haberse tragado por ahí la tremenda polla de Nuño. El conde le arrancó la poca ropa que tenía puesta el muchacho y se quedó impresionado al ver de cerca su cuerpo. Se sentó en el lecho y lo miró en silencio. Era magnífico y al mismo tiempo tenía una dignidad al moverse y una elegancia estando simplemente de pie y parado sin hacer nada, que resultaba imposible creer que pudiera tratarse de un hijo abandonado por unos muertos de hambre sin hogar ni cobijo que darle a la criatura. Y tampoco la cría de un campesino saldría con tanta prestancia como la de ese chico. Posiblemente habría un misterioso secreto en su origen, pero Nuño no estaba por la labor de complicarse con más historias ni problemas de nobles antepasados.

Y sin mencionar nada le indicó al chaval que se acercase y lo agarró por un brazo obligándolo a ponerse de rodillas ante él. Fulvio estaba asustado y no supo que hacer hasta que Nuño lo sujetó por la nuca y le metió la cabeza en su entrepierna para que oliese sus cojones y apreciase mejor la rigidez de la verga que apuntaba hacia sus ojos. El chico quiso hablar y el conde le ordenó abrir la boca y le metió en ella su miembro, diciéndole: “Chúpalo!”. Y lo hizo, pero mal. Y se ganó una hostia para que no le rozase con los dientes el prepucio del pene. Supo que tenía que poner más cuidado y mamar ese carajo como hacía en el campo con las tetas de las vacas para llenar el estómago.

“Ahora sí sabe como hacerlo!...No hay como enseñarles a golpes para que aprendan rápido a complacer a un amo”, pensó el conde mientras el chico le hacía una mamada suave que casi lo desnata antes de lo previsto. “Sácala y dejala descansar que todavía no te has ganado la leche”, le dijo el conde. Y añadió: “Lame los cojones y no pares mientras no te dé otra orden”. Nuño estaba cansado y esa caricia en sus testículos le reanimó para desear más placer. El chaval le miraba a la cara furtivamente sin despegar la boca del escroto del conde, pero la mano de Nuño tiró de él por una oreja y lo levantó hasta quedar frente a frente los dos. Y el noble señor le preguntó: “Te han dado por el culo?. “No, mi señor. Sólo me hice pajas yo solo pelándome la polla con la mano”, respondió Fulvio. “Y no crees que va siendo hora que te rompan el virgo?”, dijo el conde, no como pregunta sino como anuncio de lo que iba a sucederle de inmediato. Y el chico ni abrió la boca, pues sabía cual sería su suerte.

“Túmbate sobre la cama boca a bajo y separa las piernas”, le ordenó el conde. Y él obedeció. Los dedos de Nuño tocaron el ano del muchacho y se cercioró que no mentía. Estaba más cerrado que la entrada de una clausura conventual. Iba a ser dura la penetración de ese esfínter, pero a Nuño le sobraban las ganas de conseguirlo y le faltaba tiempo para perderlo intentándolo con delicadeza y excesivos miramientos. Así que escupió en el agujero y le clavó dos dedos de golpe. Fulvió lanzó un grito, pero Nuño le arreó un azote con toda la mano abierta que le dejó marcados los cinco dedos en una nalga y le conminó a que no rechistase ni volviese a gritar o le cortaría la lengua.

El chaval temblaba como una vara verde, pero mordió la sábana y apretó los dientes, y el conde le hurgó dentro del culo como haciendo hueco para enterrar algo. Y eso era lo que iba a hacer. Se montó sobre Fulvio y agarrando la verga con una mano se la puso en el agujero y apretó hacia dentro con todas sus fuerzas. El chico vio las estrellas con más claridad que en la más nítida noche despejada de nubes y se sintió morir del agudo dolor que notó en el vientre. Pero no hubo compasión para él y el conde cabalgó sobre su cuerpo como si montase a una jaca y no paró hasta descargar toda su leche.

El muchacho quedó inmóvil con la cara hundida en el lienzo de la cama y las piernas abiertas sin darse ni cuenta que su ano rezumaba semen. No quería saber que le rodeaba ni que pasaría después de sufrir esa brutal violación. Tenía la sensación de estar muy sucio por fuera y por dentro y no le importaría morir en ese instante. Nuño se dejó caer panza arriba a su lado y miró al techo resoplando todavía por el esfuerzo de joder de ese modo al chaval. Y se dio cuenta que eso sólo lo había fatigado más de lo que estaba y no le había satisfecho en absoluto. Y entonces giró la cara hacia el muchacho y lo besó en la oreja diciéndole: “Serás mi esclavo, pero nunca más volveré a usarte sin consideración como si sólo fueses un cacho de carne o una puta rastrera. Quiero que cuando te folle goces y no sufras y que me ames. Y no me odies por lo que acabo de hacerte”. Fulvio levanto la cabeza y también miró al conde con los ojos llenos de lágrimas todavía. Y le dijo: “Mi señor, si soy vuestro esclavo da igual como me uséis. Ahora ya no cuentan ni mi voluntad ni mi dignidad de hombre. Sólo soy una bestia para satisfaceros como más os guste mientras siga atado a vos. Pero esperar únicamente mi obediencia y no mi afecto, mi amo”.

Nuño no supo como contestar a ese joven que se atrevía a responderle de ese modo tan valiente y haciendo gala de un honor que un ser pobre y sin nada sobre la tierra puede permitirse. Y sin decirlo se preguntó: “De qué coño está hecha el alma de este mocoso y quién carajo se cree que es?”. Pero reprimió su cólera momentánea y le dijo al chico: “Ven, que quiero abrazarte y acariciar tu cuerpo como debí hacer desde un principio. Sé que te duele más el alma que el culo. Pero ahí es donde suavizaré tu pena con mis besos y mis cuidados. Fulvio, tengo dos esclavos más, a los que amo más que mi vida. Y tú serás el tercero. Porque llegarás a quererme a mí y también a ellos. Uno, el más joven, casi tiene tu misma edad y es muy bello. Su rapto ocasionó todo esto. El otro también es hermoso y sé que te querrá y te hará ver las cosas de otro modo a como ahora las ves. Confía en mí a pesar de haberte roto el culo de una manera tan violenta”.

Fulvio sorbió los mocos y las lágrimas y contestó: “Uno es el hermoso chaval de pelo de oro. Me fijé en él cuando lo trajeron y me fascinó su valentía y arrestos para no doblegarse ni ceder ante el alcaide y los guardias. Nunca podría imaginar que un tío tan valiente era un esclavo y que su culo ya estaba abierto como el coño de una ramera. Creí que era todo un macho y en cambio tiene un amo que lo usa como a una hembra”. El conde sonrió y añadió: “Que me los folle, tanto a él como al otro, no significa que no sean hombres en todos los sentidos y si alguien los ataca sepan defenderse como jabatos salvajes. Y tú también eres un macho aunque yo u otro tío te dé por el culo. Y verás como pronto te gustará sentir una verga dentro de ti y que te llenen la barriga de leche templada y espesa. Te acostumbrarás y luego rogarás para que te jodan el culo y la boca. Pero ahora descansa y no tengas miedo de mí. Yo te protegeré como hice con Iñigo. Ese es el nombre del chaval tan guapo que también secuestraron para venderlo como esclavo”. “Pero él ya lo era y yo...”, quiso replicar el chico y el conde le cortó la frase: “Tu lo eres desde que te clavé mi verga en el culo. Con eso tomé posesión de ti y me perteneces igual que mi caballo”.

Y el conde ya no pudo volver a follar al chico porque, mientras Fulvio se tocaba el culo y se metía un dedo por el agujero todavía dilatado, vinieron a avisarle que ya se veían en el horizonte las velas triangulares de un navío bizantino. Debía ir junto a Don Asdrubale y los otros señores que ya esperaban para perfilar los detalles de la trampa que tenderían a los mercaderes de esclavos. Podía entablarse otra lucha cruenta, pero sería mejor llevar ventaja desde el principio y no arriesgar más vidas entre sus guerreros. Y Nuño le ordenó a Fulvio que le siguiera y no se moviera de su lado bajo ningún pretexto o lo encadenaría por el cuello como a un perro.

1 comentario:

godofredo dijo...

Buenas razones las del conde