Autor: Maestro Andreas

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Autor Maestro Andreas

sábado, 24 de septiembre de 2011

Capítulo XXVIII


Durante el banquete, Don Jaime no perdió ocasión de charlar con el conde, como tampoco Doña Teresa desaprovechó la oportunidad de hacerlo con Don Froilán para enterarse de los cotilleos de la corte castellana. A la señora le gustaba saber que estaba de moda entre las damas en ese otro reino. Y, por supuesto, quería conocer detalles sobre la joven reina Doña Violante que a sus veinte años era madre por cuarta vez. En cierto modo era su hijastra y sabía que el padre adoraba a esa hija. La habían desposado con Don Alfonso a los diez años, el cual, contando ya con veinticinco años de edad, tenía varios hijos naturales. El matrimonio se consumaría dos o tres años más tarde, pero dada su juventud para ser madre, llegaron a considerar la conveniencia de solicitar al Papa la anulación, creyéndola estéril. “Si sólo era una niña, cómo pretendían que quedase preñada”, decía Doña Teresa, haciéndose cruces. Y qué razón tenía la buena señora. “La razón de estado a veces se contradice con el amor a los hijos y la lógica que marca la naturaleza”, añadió la noble dama.

Por su parte, al rey le preocupaban otras cuestiones ajenas a modas y asuntos familiares. Al monarca le importaban más en esos momentos los negocios concernientes a sus reinos y a los intereses de su yerno en el trono imperial, entre otros asuntos de alta política que compartió con Nuño. Tampoco era ajeno a esta conversación el mayor de los infantes, Don Alfonso. Y al segundo, el joven Don Pedro, que el destino le reservaría la sucesión en el trono de su padre y pasaría a la historia como Pedro III el Grande, parecía más inclinado a charlar de justas y monterías. Y sobre todo de caballos y perros de caza. Y por eso, en cuanto pudo meter baza y atraer la atención del conde, quiso que éste le contase alguna de las hazañas que habían forjado su fama de caballero audaz y guerrero de gran renombre. El príncipe también conocía algún relato sobre el bello doncel que lo acompañara a Granada, que trasmitido de boca en boca recorría los reinos. Nuño prefería evitar ese tema y derivó la charla a otros hechos de armas, que pronto captaron la atención del círculo de comensales de su entorno.

Acabados los postres y ya cansados de músicas y cantos de juglares. Y bromas y piruetas de bufones y de algún cortesano que no perdía ripio para congraciarse con el monarca, el rey Don Jaime anunció que se retiraba, pero invitó al conde a que lo acompañase. Froilán miró a Nuño sin decir nada. Y éste le hizo el gesto de que se quedase con Doña Teresa y los infantes. Guzmán, al ver irse a su amo con el rey, le dijo a Iñigo que permaneciese sentado con Ruper y los otros pajes, pero él se escabulló como una sombra tras los tapices y cortinas, filtrándose entre los guardias como el humo para seguir a su señor. El mancebo no había perdido su ingenio y agilidad para hacerse silenciosamente invisible y perseguir a una presa.

El rey condujo a Nuño hasta un patio no muy grande, que tenía una fuente de piedra en el medio, de la que solamente salía por su vértice un chorro de agua, salpicando con repiqueteos en la pileta que rodeaba la base. Era un humilde chafariz, que en nada tenía que ver con la elegancia de las fuentes de la Alhambra o de cualquier otra alcazaba árabe, pensó Guzmán al verlo tras una columna de un atrio lateral que servía de pasadizo entre dos alas del palacio.

Don Jaime tomó asiento en el borde de la fuente y Nuño permaneció de pie, ya que nadie, que no fuese otra cabeza coronada, podía sentarse ante un monarca si él no se lo autorizaba. Pero el rey le dijo al conde que se sentase a su lado. Y al hacerlo el conde, Don Jaime le habló con clama, pero con un tono solemne en la voz: “Nuñó, amigo mío, llevas sobre tus hombros una pesada carga y tu responsabilidad ante tu rey es muy grande. Sabes que te expones a serios peligros y crueles intrigas. El poder se nutre de la ambición de los hombres y ya conoces por experiencia que la codicia no tiene límites. Mi yerno tiene derechos de sangre a ser el rey de romanos, pero no cuenta con la simpatía del papado. Y eso es un grave problema. Deseo que él sea el emperador, como lo fue su antepasado Alfonso VII, más es una empresa complicada por muchos motivos. De aquí irás a Nápoles. Y allí contarás con el apoyo y amistad de Manfredo. Que es otro Hohestaufen por ser hijo natural del emperador Federico II, que lo tuvo a consecuencia de sus amoríos con una noble dama, llamada Blanca Lancia. Este hombre es el regente de su sobrino el rey Conradino, que sólo tiene dos años de edad y ese niño es el duque de Suabia y rey de Sicilia y Jerusalén. Y lo más importante para la causa de tu señor, es que también es enemigo del Papa y de los güelfos. Apoya al partido gibelino y protege a la Toscana de caer en manos de ellos y del pontífice de Roma. Será un gran aliado y colaborará en todo lo que pueda para que alcances el éxito deseado en tu empresa y que todos esperamos de corazón. Pero ten cuidado porque Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia Luís IX, aspira al trono de Sicilia. Y los franceses siempre han sido aliados de Roma”. “Pero, mi señor, el rey de Francia y su hermano el conde de Anjou son primos carnales del padre de mi señor Don Alfonso, el difunto rey Don Fernando III, que en paz descanse. Creéis que se opondrán a su coronación como emperador?”.

El rey de Aragón jugó con el agua de la fuente mojándose los dedos en ella, y dijo: “Conde, Francia tiene intereses en Italia. Y la alianza del Papa Alejandro IV les resulta más provechosa que el afecto derivado de lazos de sangre... Y en mi caso me interesa ayudar a Alfonso no por ser mi yerno solamente, sino porque Aragón y Cataluña tienen ansia de expansión comercial y nuestros intereses en el sur de la península Italiana son prioritarios. Aspiramos a ser dueños del Mare Nostrum. Necesitamos dominar este mar Mediterráneo y para eso es necesario contar con el reino de Nápoles y Sicilia. Que será nuestro algún día, se oponga quien se oponga”.

El rey parecía soñar despierto, pero sabía muy bien lo que decía. Y así lo confirmarían más tarde los acontecimientos que tendría que venir. El destino de los pueblos lo forjan sus hombres y mujeres con el tesón y el empeño en lograr cuanto se proponen. Y el rey volvió a hablar para el mismo, pero en voz alta: “Y los peces que naden en estas aguas llevarán en sus lomos las barras rojas y amarillas de la Corona de Aragón”. Calló un instante y añadió mirando al conde: “Y tú, Nuño, llegarás a verlo. Estoy seguro!. Primero dejaremos que los franceses se mojen el culo y nos hagan el trabajo sucio de destronar y expulsar del reino a los Hohestaufen. Y luego ya daremos cuenta de los Anjou, en su momento. Y ni todas la bendiciones de Roma ni las fuerzas de Francia podrán evitarlo, amigo Nuño. Sólo es cuestión de tiempo y oportunidad. Y si yo no lo consigo, lo harán mis hijos. Pero estoy convencido que un hijo mío será rey de Nápoles y Sicilia”. “Espero que así sea, mi señor”, afirmó el conde deseándolo sinceramente.

Don Jaime observó el cielo estrellado y puntualizó: “Eso todo son planes de futuro, pero ahora lo que nos interesa es la amistad de Manfredo. Además nosotros no le arrebataremos el reino a su sobrino ni a él. Primero se pelearán entre ellos y después ya lo harán otros para entregárnoslo más tarde”. “Sí, mi señor. Temo los tejemanejes del Papa y los ardides de los güelfos. Pero no cabe duda que tener en contra a los franceses también empeora bastante la situación. Esperemos que ese Manfredo no se vuelva contra nosotros, señor”, alegó el conde. El rey clavó los ojos en la mirada de Nuño y añadió: “Nuño, voy a hacerte partícipe de una confidencia, que espero mantengas en el más absoluto secreto. He asegurado la ayuda de Manfredo a cambio de prometerle que no me opondré a su probable usurpación del trono al pequeño rey de Sicilia... Creerás que soy un irresponsable al decirte esto, cuando casi no nos conocemos. Pero te diré que me fío más de ti que de la mayoría de mis cortesanos y consejeros. Y por la cuenta que te tiene, sé que tus labios quedarán sellados. Vaya tu secreto contra el mío”. El conde no ocultó su sorpresa y exclamó: “Mi secreto?. A que os referís, mi señor?”. El rey sonrió y dándole unas palmaditas en el hombre a Nuño, respondió: ”Ese secreto de piel aromática como la canela y ojos de almendra. Tan bien me lo describió mi hija Violante, que hasta un ciego lo reconocería al tenerlo delante de sus narices. Habéis sido muy atrevidos, conde. Pero no tienes nada que temer porque guardaré en absoluto silencio la milagrosa resurrección del bello y valiente sobrino de mi yerno. El infante Don Guzmán, señor de La Dehesa. O prefieres que le llame el príncipe Muhammad Yusuf An-Mustansir?”.

A Nuño se le abrió el suelo bajo los pies y sólo pudo balbucear: “Mi señor. Pero cómo os habéis dado cuenta si apenas se acercó a vos?”. “Nuño, soy muy perspicaz y nada que ocurra a mi alrededor escapa a mis sentidos. Ese muchacho es demasiado hermoso y peculiar para no ser visto. Aunque a su lado hayáis puesto a otro mozo tan apuesto y atractivo como él, en vez de hacerle sombra al otro, los dos son como antorchas encendidas en una noche cerrada y negra como la boca de un lobo. Donde estén relumbran y los ve todo el mundo quedándose atraídos por su belleza. Y si lo dudas, conde, pregúntale mañana a mi querida Teresa. A las mujeres no se les escapa una cara tan bonita como la de esos chavales... Nuño, no se abandona todo sino es por amor. Y no hace falta ser muy listo para saber quien es la causa de la renuncia de ese mozo. Hay que tener un corazón muy desesperado de pasión para preferir convertir su vida en un mero recuerdo y existir como un fantasma a la sombra del ser que adora. Y yo no voy a romper ese sueño ni esa entrega entre vosotros dos, amigo Nuño”. Y metidos en la conversación, a pesar de la perspicacia el rey, los dos hombres no se dieron cuenta de la presencia de tres sombras que los acechaban. No daban la impresión de llevar buenas intenciones. Y pronto el brillo de un acero destelló con la luna.

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