Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

lunes, 30 de abril de 2012

Capítulo XCVIII

Ya divisaban la ciudad de Génova, destacándose sobre los tejados el campanario de la catedral de San Lorenzo y la torre del castillo donde residía el poder de esa república de Liguria. Y los ánimos de todos estaban excitados sin saber bien a que podía deberse tal estado de nerviosismo. Pudiera ser que preveían el final del periplo por Italia y comenzaba la vuelta a casa. Pero para algunos no significaba eso, dado que nunca habían pisado otras tierras que no fuesen las de esa península. Y sus hogares, si los tuvieron alguna vez, estaban allí y no en otros países a los que se dirigían el conde y su buen amigo Don Froilán.


Al estar más cerca pudieron ver desde un altozano el puerto con su antiguo faro, que los genoveses llaman La Lanterna, y se dirigieron hacia la Porta Soprana.
Dos imesebelen abrían la marcha precediendo al conde y a Don Froilán y llevando los estandartes de esos nobles señores, además de las enseñas con las armas del rey Don Alfonso X.
Formaban un cortejo colorido y atrayente, ya fuese por las vestimentas y armaduras como por la juventud de los caballeros y jinetes, sin olvidar la planta de lo corceles que montaban enjaezados con el lujo y el brillo de arneses tachonados de plata.

Las gentes se detenían a su paso y los niños los seguían como si se tratase de un atracción de saltimbanquis de feria.
Un heraldo salió a su encuentro y les indicó que lo siguiesen y los condujo a un plaza delante de una iglesia de estilo románico mezclado con gótico, dedicada a San Mateo, y a la puerta del templo los esperaban los prohombres de la república de Génova.
Era el último palillo que debían tocar para asegurar un poco más la elección del rey a ocupar el trono imperial. Y Nuño ya estaba cansado de diplomacias, monsergas y reuniones con unos y otros, pero además del asunto principal que debía atender, le preocupaba casi más la situación futura de Curcio y los otros muchachos en Córcega.

Contaban con la protección del conde de Foix y la suya, amparada por su propio rey y el de Aragón, pero la isla había sido conquistada ya hacía muchos años a los sarracenos por los genoveses y pisanos y ambas repúblicas se disputaban su posesión. Así que necesitaba un compromiso de Génova, la más fuerte en ese momento, para proteger a esos chicos y mantener intocables las posesiones y propiedades de Curcio. Y centró sus cinco sentidos para conseguir el mejor acuerdo con los genoveses.

Estos eran buenos comerciantes y negociadores, tanto o más que buenos marinos, además de tener en la ciudad los más afamados prestamistas y banqueros. Y esa condición de negociantes, le daba la posibilidad de servirse para sus propósitos de la fortuna del difunto obispo de Viterbo, ya que quedaría depositada en manos del más rico y prestigioso cambista de Génova.
Y eso sí era una garantía para todo lo demás. Por otra parte conseguía también que toda esa riqueza produjese beneficios al ser prestada un un interés nada despreciable a los navieros y armadores de esa república.
El banquero ganaba, pues el negocio le traía cuenta como para asegurar bien el beneficio, y tanto Lotario como Carolo se enriquecían más todavía sin riesgos ni perder el sueño por sus rentas.
Y Froilán alabó la sagacidad del conde para multiplicar el dinero, más siendo en beneficio de otros y no en el propio. Lo cual no era del todo cierto pues el conde también invirtió bastante del suyo en tales inversiones de crédito con el mismo prestamista. Y si los chicos ganaban, él también se forraba más todavía haciéndose mucho más rico.

Esa noche, cuando vio todo solucionado, le entró el cansancio, pero no quiso privarse de la compañía de sus muchachos. Sólo prescindió de Dino, al que permitió follar con dos imesebelen para cuidar y afinar la voz.

Pero los otros, sus dos preferidos y Carolo y Aniano, pasarían la noche con el amo.
Y también estaría con ellos Lotario, ya que Nuño tenía ganas de montarlo y meter su verga dentro del culo de ese formidable macho. Y quizás le dejase clavársela él a Carolo y al otro chico, pero no a sus dos preferidos, ya que esos dos culos los vedaba de momento para otra polla que no fuese la suya.

Todos vieron al conde desnudarse entre ellos y lo imitaron quedándose en pelotas los seis. Y, de pie todavía, le dijo a Lotario que se pusiese a su lado y estuviese quieto. Y acto seguido ordenó a Carolo y Aniano que lamiesen y chupasen todo el cuerpo del capitán.

Carolo empezó por arriba, besándolo y comiéndole la lengua, Y el otro por los pies, dedo a dedo, para continuar por la peludas piernas hasta alcanzar los muslos y aproximarse a los rotundos cojones del soldado.

Guzmán e Iñigo miraban solamente y el conde dictaba su voluntad para que cumpliesen sus deseos los otros.
Y Carolo ya estaba mordiendo los pezones de Lotario, pero iba despacio como queriendo comerse mejor el manjar que le daba el amo.
Pero tuvo que seguir bajando para que Aniano no se aprovechase él solo de la verga empinada y terriblemente dura y gorda que latía en el aire esperando que la comiesen también.
Y así lo hicieron los dos juntos a la vez y por turno después. Y el amo ordenó que Carolo le lamiese el ojete al otro chico y lo dejase solo mamando el cipote de Lotario.

Aniano se enceló en aquella maza y ni se enteró que el conde mandaba a Carolo que lo follase. Y el chaval notó como una polla muy rígida lo ensartaba y se sintió como empalado desde el culo a la boca.
Las dos trancas le daban por ambos lados y él disfrutaba como una gata con un celo agudo e histérico.
Mas el conde no dejó que los dos machos se corriesen tan pronto. Y, sin que Carolo sacase su polla del culo de Aniano, Lotario recibió el mandato de metérsela la bello muchacho por el ano y que lo follase al tiempo que se ventilaba al otro chaval.
Y los tres unidos y ensartados los dos primeros por la polla del que estaba a su espalda, mantenían un ritmo frenético de bombeo, que Nuño ayudó a aumentar escupiendo en el ano de Lotario para endiñarle la verga de un solo golpe.



Y ahora el capitán tenía lo que ya deseaba desde unos días atrás. Que lo follasen mientras le daba por culo a un tío. Pero el carajo que le daba a él por el suyo, al follarse a Carolo, no era el de este chico sino el del conde.
Lo otro resultaría totalmente imposible de realizar, aunque sus cuerpos fuesen absolutamente elásticos para doblarse lo necesario y poder metérsela por el culo uno al otro al mismo tiempo.

Evidentemente sólo era una fantasía de Lotario, pero el gusto que recibió de esta otra manera fue enorme y su corrida lo dejó claro, al igual que la de los otros.
Las cuatro pollas eyacularon casi al unísono y sólo se perdió la leche del que estaba delante de todos ellos. Pero a él le salió como si fuese el chorrillo de una fuente que parpadea y temblequea al echar el agua hacia arriba.

Al terminar descansaron y más tarde el conde se folló a Carolo y éste a Lotario, que a su vez jodía el culo de Aniano. Y hubo otro orgasmo cuádruple.

Y los huevos de los otros dos esclavos estaban llenos a reventar y les dolían como si fuesen vejigas y se las hubiesen inflado de aire. Pero a ellos aún no les tocaba el turno de ser usados por el amo. Eso llegaría más tarde una vez que se hartase de jugar con los culos de los otros jóvenes.

Y tras otro rato de reposo, el conde le dio por el culo a Aniano. Y al terminar ese coito, Lotario se ventiló a Carolo como si no hubiese follado antes con nadie. Le metió un bestial mete saca y hasta parecía que al rapaz le salía humo por el culo. Y al acabar de aparearse estos dos, Nuño les dijo que durmiesen en el aposento contiguo y él se quedó con sus esclavos para vaciarles los huevos a pollazos el resto de la noche, pues ya casi le estallaban de tanta leche acumulada en ellos.

Arregladas esas cuestiones, después de pasar tres días en la ciudad resolviendo asuntos y gozando todos del sexo, no quedaba mucho por hacer en Génova y el conde reunió a todo su séquito para comunicarles los planes más inmediatos.
Por supuesto ya los había tratado con Froilán y además los conocía el mancebo, pero era hora de que los otros jóvenes supiesen también el futuro que les esperaba al día siguiente.
Y lo que les aguardaba era un navío genovés que ya estaba armado en el puerto para llevarlos de vuelta a Barcelona.
Tendrían que pasar otra vez el Golfo de León y soportar las inclemencias del tiempo y la violencia del mar con sus temibles olas rugiendo como fieras para engullirlos. Y luego, varios días de viaje y peripecias hasta llegar a su destino.

Pero primero, el conde dejaría en la corte a Don Froilán y sus dos esclavos, allá donde esta se encontrase entonces, puesto que el noble primo de la reina era un cortesano nato y necesitaba ese mundillo como el pez precisa el agua para moverse y respirar.


Y luego seguiría el camino hasta las tierras leonesas donde se ubicaba su feudo. No es que el conde tuviese prisa en llegar a sus dominios, pero Nuño ya necesitaba verse en su castillo con su familia y volver a disfrutar las horas de gozo y esparcimiento en el bosque negro y su torre.

Esa fortaleza, que era el hogar del mancebo más que la jaula en la que tenía que permanecer para no ser reconocido por ningún súbdito de los reinos de su tío, ya que oficialmente estaba muerto desde hacía algún tiempo, suponía volver a su vida cotidiana, sencilla, pero plena de placeres y satisfacciones.

Sin embargo, ahora había más gente por medio y el conde tenía más esclavos. Iñigo volvería con sus padres al castillo propiedad del conde Albar o se quedaría con Guzmán en la torre compartiendo su encierro?.
Y Lotario con Carolo y Aniano?. Seguirían al servicio del conde al igual que Dino, o todos ellos seguirían otro camino y se separarían del conde y el mancebo?. Y ni Guzmán sabía si Nuño tenía claro que hacer con todos estos muchachos a corto plazo.

viernes, 27 de abril de 2012

Capítulo XCVII

Aunque la parada era corta, más de uno hiciera un hueco para aliviar algo más que su vejiga y vientre o calmar la sed de agua.
Le dieron aire a las nalgas, pero algunos las desnudaron para que otros se la metiesen por el agujero y rellenasen el vació que dejaran las heces. Y, de ese modo, vaciaban también las pelotas para que no se les inflasen al cabalgar tanto rato.
Y Nuño aprovechó ese breve tiempo de reposo para llevarse con él a Guzmán detrás de unas matas, mientras Iñigo todavía debía seguír cagando. El esclavo miraba al amo esperando su voluntad y éste lo estrechó contra el pecho diciendo: “No sé si entiendes del todo lo que hice al darle la libertad a Curcio y Fulvio, pero sí sé que al menos intentas comprenderlo. Nadie me conoce como tú y en realidad sólo me importa lo que tú pienses sobre mis actos... Guzmán, cada vez necesito estar más tiempo contigo y no sólo follando”.
El esclavo lo interrumpió: “Amo, ya sé que no me quieres sólo para darme por el culo!”
Y el amo le dio un capón por hablar sin permiso y continuó: “Pero eso no fue lo que me indujo a separar de mí a esos muchachos. Ellos tienen una importante misión que llevar a cabo en Córcega, porque necesitamos gente de confianza en ese lugar. Esa isla está muy bien situada en el Mediterráneo y puede ser un punto clave para que el reino de Aragón pueda dominar tanto sus costas como el comercio. Esa era la otra misión que traía en este viaje. Y encontrar a Curcio y poder devolverle sus dominios me ha dado la oportunidad de cumplirla poniéndomelo en bandeja. Pero este encargo no era de tu tío sino de Don Jaime, aunque suponía una de las condiciones para que este monarca prestase el apoyo necesario a su yerno para ser rey de romanos. Las pretensiones de conquista de Aragón y sobre todo de Cataluña están en este mar más que en el interior de la península de Hispania... Mi amor, la política es así y a veces nos impone grandes sacrificios. Y que todo sea por la grandeza de nuestro rey”.

El mancebo se apretó con ansia a su señor y le preguntó: “Serán necesarios más sacrificios en aras de la alta política y para la mayor gloria de mi tío el rey?”.
Y el conde lo besó y le respondió: “No juzgues con rigor las apetencias de tu tío y no olvides que tú también eres miembro de esa ilustre familia. Puede que sea necesario alguno más, pero para eso aún es pronto”.

Guzmán escuchaba muy atento y se atrevió a decir: “Mi amo, no soy yo quien para discutir de esas materias ni meterme en asuntos tan serios, que sólo incumben a los nobles y reyes”.
Nuño sonrió y volvió a hablarle: “Si que te incumben y deben importarte. Tampoco olvides del todo que eres un príncipe, ni desprecies a tus antepasados, porque alguno de ellos fue un gran hombre y un buen monarca para sus súbditos, aunque no se lo pusieron fácil las aves de rapiña con hábitos y tuvo que luchar con demasiados enemigos a lo largo de sus cuarenta años de reinado”.
El mancebo sintió curiosidad y preguntó: “A quién te refieres, amo?”


 Y el conde añadió. “A tu bisabuelo, Don Alfonso IX de León, que fue un gran rey al que Roma nunca vio con buenos ojos y llegó a excomulgarlo más de una vez. El Papa, so pretexto de contraer sus dos matrimonios con parientes carnales, los anuló originando serios conflictos para el reino y más a la hora de la sucesión. Y el segundo era con tu bisabuela Doña Berenguela de Castilla, hija de Alfonso VIII de Castilla y Leonor de Plantagenet. Y nieta, por tanto, de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania y sobrina del rey Ricardo corazón de león y su hermano Juan. Doña Berenguela heredó el reino de su padre por la prematura muerte de su hermano Enrique I. Pero los nobles castellanos tampoco aceptaron de buen grado a Don Alfonso como su rey y tu bisabuela cedió la corona a su hijo Fernando, tu abuelo. Que a la muerte de su padre le disputaría la corona de León a sus hermanastras, las cuales renunciaron a sus derechos a cambio de una considerable suma. Acuerdo que se formalizó en la llamada Concordia de Benavente. Y tu abuelo se coronó rey de León y unió hasta la fecha todos esos reinos de los que ahora es monarca tu tío Alfonso X. Y ya ves que usa el ordinal que le corresponde por la corona de León y no la castellana, porque su espíritu quizás sea tan leonés como el de su abuelo. El también dicta códigos legales de gran trascendencia y ama la cultura, la música y las artes. Y por eso, yo que soy un noble de ese reino centenario, lo acato y sirvo como soberano legítimo y mi señor”.

Nuño soltó al esclavo y se puso a mear, pero, mientras lo hacía, continuó con su charla: “En realidad lo que nunca aprobaron los clérigos y frailes fue que al ser coronado tu abuelo en León en el año de gracia de mil ciento ochenta y ocho, con tan sólo dieciséis años de edad, convocase Cortes en esa ciudad, en el claustro de la bella basílica dedicada a San Isidoro, y que a ellas, por primera vez en todos los reinos conocidos, se llamase a los representantes elegidos por el pueblo llano en cada una de las principales ciudades. Por primera vez el estado llano tenía voz y voto, igual que los nobles y los obispos, y podía tomar decisiones que obligaban al rey. Es decir, los comerciantes, artesanos y campesinos, sin sangre noble ni alcurnia, tenían igual peso que los poderosos en las grandes cuestiones que afectasen a los reinos de León, Asturias y Galicia. Y eso no se lo perdonaron los clérigos ni los abades ni mucho menos los obispos. Pero las Cortes ya estaban constituidas de ese modo y eso se contagió a los demás reinos como el de Castilla o Aragón. Y más tarde remató la ira papal al firmar un acuerdo de paz con lo almohades. Osea, con el califa, tu otro abuelo, que también acordó la paz con el primo de Don Alfonso, de su mismo nombre y el octavo de Castilla y tatarabuelo tuyo, y que se enfrentó al califa en las Navas, derrotándolo con la ayuda de Navarra y Aragón, entre otros”.

Ahora le tocó mear al mancebo y el conde seguía hablando: “Como ves las cosas no son siempre como parecen o nos las cuentan y grandes hombres pueden pasar a la historia con sus virtudes ensombrecidas o mermados sus méritos, como es el caso del último rey propiamente de León, mi señor Don Alfonso el noveno, sin duda uno de los más grandes de este reino que entre otras cosas fundó la primera universidad en la ciudad de Salamanca, promulgó leyes protegiendo los derechos de sus súbditos y concedió fueros.... Pero tú eres tan único y especial, que aunque para otros esas gestas bélicas son hazañas memorables, para ti sólo se tratan de disputas entre tus parientes. Y en lugar de tirarse los trastos a la cabeza, se matan y mueren por ellos miles de hombres. No es raro que de la mezcla de tanta sangre haya nacido una criatura fecundada por la savia de troncos reales que se amaron y tales intrigas y diferencias les eran ajenas. Tú naciste del amor y no del odio. Y por tus venas corre la sangre de las castas reales más poderosas de nuestro mundo”.
 
Nuño miró la cara del chico y éste sin palabras y sin apartar sus negros ojazos de los de su amo, le besó en los labios para decirle muy quedamente: “El único pariente que me importa eres tú y mi casta es la tuya, porque te considero y te amo más que a ningún otro ser en la tierra. Y aunque tengas esposa, a la que también amo, me considero tu hembra, sin derecho alguno pero con muchas más obligaciones hacia ti que ella. Tú eres mi padre, mi marido, mi amante, mi señor y mi dueño. Mi origen y mi fin. Y yo sólo soy tu esclavo. Eso es lo verdaderamente importante para mí, mi amor”.


“Y tú para mí eres la vida, el sueño y el aire. Lo eres todo y sin ti no deseo nada. Qué puede ser más hermoso que yacer y dormir para siempre contigo?”, dijo el conde dejándose el corazón en un largo beso de amor, prendido en los labios de su esclavo. Y añadió: “Qué puede ser más excitante que unir mi semen a tanta sangre de reyes al verterme dentro de tu vientre”.
 Y dándole la vuelta al chico, le bajó las calzas por debajo de las nalgas y se la metió con un fuerte empujón que le hizo sangrar el ano.

 Al cabalgar de nuevo, Iñigo se fijó en que el mancebo iba un poco ladeado sobre la montura y le preguntó: “Que te pasa?. Tanto te duele el culo que no puedes sentarte derecho? El descanso te lo ha puesto peor”.
Y Guzmán lo miró sonriendo y le respondió: “Ahora me sangra.... El amo se puso ciego y me la metió a saco con una fuerza brutal y me hizo sangre el ojete... Y me escuece y el golpeteo de la silla me molesta. Pero, aunque me he corrido como una zorra, llevo la polla dura otra vez. Me habló de cosas importantes para él y también de las grandezas de antepasados míos, a los que ni conocí ni me preocupan sus hazañas. Pero le excitó mucho pensar que al darme por el culo y correrse dentro, su esperma se mezclaba como esa sangre tan noble y antigua y para lograrlo me rompió el agujero con la envergadura de su verga y el ímpetu de su acometida. Al preñarme su esencia se une a la mía y al no poder fecundarme para crear un hijo en mis entrañas, cada vez que me jode nos convertimos más en uno solo...Es lo mismo que hace contigo cuando te penetra y te llena de leche esa barriguita tan linda y plana que tienes y a él tanto le gusta apretarla al montarte”.

“Eres un cabrón! A ti te ha jodido y a mi no. Y me estás poniendo los dientes largos y el pito duro y babeando como un niño al que le salen los dientes... Verás cuando paremos otra vez... Te estas ganando una patada en el trasero y va a ser tan soberana como todos esos ilustres parientes tuyos”, le dijo Iñigo, al tiempo que el otro, partiéndose de risa, azuzaba el caballo para dejarlo atrás.

lunes, 23 de abril de 2012

Capítulo XCVI

El conde quiso entrevistarse con los emisarios del señor de Foix antes de entregarles a los chicos y en cuanto supo que estaban llegando a la ciudad salió del castillo con Froilán y Don Niccolò para recibirlos delante de la iglesia de Santa María Assunta.

Fueron con un reducida escolta de cortesía y dos imesebelen, por si acaso, y dentro del templo parlamentaron sobre los detalles del viaje de los muchachos hasta Córcega. Nuño hubiese dado un brazo por ir con ellos y no dejarlos hasta verlos aposentados convenientemente y con todas las garantías de seguridad, pero tampoco iba a dudar de la palabra de un príncipe tan noble y respetado como Don Roger IV, que en alcurnia y poderío igualaba a muchos reyes.


 Por otra parte, a dicho conde no le interesaba enemistarse con el rey de León y Castilla y mucho menos con el del reino de Aragón y Cataluña.
Ese soberano estaba a un paso de su feudo y podía ser un serio peligro para sus intereses. Su mejor defensa era la diplomacia y llevarse bien con un vecino tan fuerte, ya que por las armas le sería difícil vencer a Don Jaime I.

La despedida había sido emotiva y a Curcio le costó dejar de mirar a sus compañeros de esclavitud. Y al llegar el turno de besar al mancebo y a Iñigo, se desmoronó y comenzó a llorar con un hipo que le cortaba la respiración. Guzmán lo consoló y le aseguró que nunca se olvidarían de ellos y siempre estarían en sus corazones.
Pero a Curcio le dolía el alma y estaba a punto de mandar todo su patrimonio a la mierda y gritar a pleno pulmón que quería seguir siendo esclavo del conde, al que consideraba su único amo y señor, en lugar de reconocerse como vasallo de su noble primo.
Pero ya no había marcha atrás ni Nuño se lo hubiese permitido. Así que el propio mancebo le ayudó a montar en Bora, el precioso caballo que le regalará el conde y a la vez, llorando también, lo hizo Fulvio sobre Céfiro y Fredo subió de un salto a la grupa de Ostro, después de coger por las caderas a Piedricco para montarlo sobre su jaca Tramontana.

Los vieron partir hacia el mar para subir a bordo del gran navío que los aguardaba. Y después de andar un trecho, todavía Curcio giró su caballo para ver por última vez al grupo de jóvenes que seguían mirando como se alejaban vestidos todos ellos como príncipes.

 Estaban tan guapos, que el gentío se arremolinaba a su paso y expresaban su admiración con vivas y aplausos como si se tratase de héroes que los hubiesen libertado de un tirano.

Ahora era el conde y los suyos quienes dejaban a su espalda La Spezia y trotaba cabizbajo rumiando sus pensamientos sin prestar demasiada atención a la charla intrascendente que se empañaba en mantener Froilán cabalgando a su lado.
Parecía que, entre otros cosas, le contaba como había disfrutado de sus esclavos esa noche y lo mucho que le gustaba besarle la boca y darle por el culo a Marco.
 Eso fue lo que hizo volver a este mundo al conde tan sólo para decirle: “Lo dices como si no te gustase hacer lo mismo con Ruper. Te has cansado de ese chaval?”
 Y Froilán, muy seguro de sí y de lo que decía, respondió: “Para nada!
 A ese lo como entero y le meto caña con toda la mala hostia... Son diferentes uno y otro. Y así como a Ruper le va la marcha y que le zurre y le haga daño al follarlo, el otro es más dulce y cariñoso y te dan ganas de mimarlo y tratarlo como un juguete que no deseas que se te rompa en las manos. Pero los quiero a los dos y realmente estoy loco por el primero. Tanto como tú puedes querer a los tuyos... Y me refiero a los dos que vienen detrás cuchicheando entre ellos”.

Y en ese momento Iñigo le decía al mancebo reteniendo un poco su caballo: “El amo está raro desde ayer... A que vino la zurra que nos dio esta noche? Ni siquiera dijo por que era”.
“Es que hace falta que diga por que nos pega? Lo hace cuando le parece. Ya lo sabes... Es el amo y no tiene que dar explicaciones”, objetó Guzmán.
 Iñigo afirmó con la cabeza, pero añadió: “Lo sé... Pero es la primera vez que no dice el motivo por el que merecemos los golpes... Y eso me resulta raro en él”.
“Tampoco nos dio tan fuerte como otras veces... Y lo raro es que llevase tiempo sin arrearnos por algo”, dijo el mancebo.
“Sí. Eso es cierto... Llevábamos bastante tiempo sin tener el culo encarnado ni que nos picase al saltar sobre la silla como ahora”, contestó Iñigo.
 “Y no te da gusto eso? A mi me me pone cachondo y hace que recuerde mejor el polvo que nos metió después... Sentir las nalgas calientes me excita y me la pone dura”, dijo Guzmán.
 Y el otro respondió: “Sí que me pone caliente una zurra en el culo antes de un polvo! Y no me importa cual sea el motivo para recibirla. Lo que pasa es que me extrañó que no dijese que habíamos hecho mal para merecerla”.
Y Guzmán respondió: “Nada. No hicimos nada... Pero somos los que más quiere y necesita, tanto para gozarnos como para que le consolemos y aliviemos sus penas... Y esta noche pasada nos tocó hacerlo antes de que le diésemos placer... O acaso no estás triste por la marcha de esos chavales?”
 Iñigo no tardó en contestar: “Si lo estoy. Y mucho además. Sobre todo si pienso en que quizás no volveremos a verlos... Y Fulvio me cae muy bien... Curcio también y es muy guapo... Y a los otros los echaré de menos...Es triste separarse de un amigo”.
 “Pues imagínate como estará el amo al dejarlos irse y privarse de ellos... Cuando menos cabreado. Y tú y yo recibimos las consecuencias en forma de azotes... Pero luego nos compensó con creces con su polla”, aseveró el mancebo.
“Eso es cierto”, ratificó el otro esclavo.


 El conde se adelantó al galope y todos apretaron el paso para no dejar que se separase demasiado de ellos. Nuño no lograba sacudirse la nostalgia por alejar de él a aquellos muchachos y quiso sentir el viento en la cara para despejar sus ansias e impedirse a sí mismo desandar el camino y regresar a La Spezia a buscarlos de nuevo. Froilán se puso a su vera y le sugirió hacer una parada para mear o beber algo, además de descansar las posaderas de tanto trote.
Y Nuño paró en seco a Brisa y gritó: “Alto! Haremos un descanso corto... Y el que quiera mear o cagar que aproveche ahora para hacerlo y también para beber”.
 Y todos echaron pie a tierra encantados de airear el culo y estirar las piernas un poco. Y lo de aliviar vejigas o tripas tampoco estaba mal pensado, pues ya hacía tiempo desde la última oportunidad de evacuar.
Y hasta los impertérritos imesebelen sacaron sus oscuras vergas y largaron por ellas gruesos chorros dorados. Y Dino se arrimó a ellos y pudo verlas de cerca y quedó fascinado por el calibre de aquellos aparatos mingitorios. Empezaba a comprender la alegría de los otros eunucos y de los chavales napolitanos que ayudaban a descargar sus pelotas a esos tiarrones de color azabache. ”Menudas trancas!”, exclamó para sus adentros el chico. Y seguramente pensó que con algo así dentro del culo su voz se mantendría clara y diáfana como el cristal para siempre, porque le castraría también el alma. Y no pudo menos que relamerse imaginándose sentado sobre cualquiera de ellas y notar toda la fuerza de su descarga en sus tripas.

 Casi estaba a punto de insinuarse a uno de ellos, pero Lotario lo enganchó por el cuello y se lo llevó tras un árbol y se lo folló.
Carolo también estaba en otro arbusto clavándosela a Aniano, que casi gritaba de gusto el muy puto.
Y no pasaron muchos minutos sin que probasen verga los otros eunucos y los dos napolitanos a los que usaban como putas los africanos. Y no iba a ser menos Froilán que le dio de mamar a Marcos y le metió los dedos por el culo a Ruper.

Al parecer sólo el conde y sus dos esclavos se abstenían de hacer sexo, pues Iñigo andaba ocupado en evacuar y el otro y Nuño paseaban juntos dando puntapiés a los guijarros que encontraban por el suelo.

Y los caballos pastaban tranquilos sin prestar atención a lo que hacían o dejaban de hacer los humanos. Sus problemas no le inquietaban y su misión era llevarlos de un sitio a otro y entretenerlos haciendo cabriolas o yendo al tranco que les ordenaban con las riendas y las rodillas. Al fin y al cabo, esa era la vida y el comportamiento que se esperaba de un equino de pura raza y ellos eran de la mejor de las castas.

viernes, 20 de abril de 2012

Capítulo XCV

Sin prisa y sin que levantase aún la neblina con que amaneciera el día, El conde y los suyos abandonaban Pisa en dirección a Génova. Sólo tenían prevista una parada significativa y de más de un día en la ciudad de La Spezia, en la región de Liguria, situada en el golfo del mismo nombre, entre colinas y el mar que la baña y lleva el nombre de esa misma región del norte de Italia. El mar de Liguria. Se alojarían en el castillo de San Giorgio, encaramado en lo alto de dicha ciudad, cuyo señor todavía era Niccolò Fieschi, después de establecer la autonomía de La Spezia librándola del poder de la república genovesa desde hacía unos años.

Este noble mantenía buenas relaciones con los gibelinos y Don Indro le anunció la vista del conde y Don Froilán. El viaje por Liguria se les hizo pesado y algunos chicos parecían derrengados de tanto caballo y traqueteo. Entraron casi de noche en La Spezia y ver las puertas de la fortaleza abiertas para que entrasen, los animó a todos y les hizo sonreír tanto o más que un buen polvo.
De todos modos no descartaban tener de eso en abundancia durante la noche e incluso al día siguiente por la mañana.
Pero lo primero era asearse y sacudirse el polvo del camino, que es otro polvo muy distinto al que ellos deseaban, y luego cenar como reyes e irse a la cama a gozar un buen rato antes de dormir.

No era extraño que luego el conde dijese y se reprochase que esos chavales estaban muy consentidos y mimados últimamente.
Sus culos necesitaban tanto una zurra como un pollazo y Nuño estaba dispuesto a dárselo por el motivo que fuese. Se lo comentaba a Froilán después de la cena y éste se partía de risa y le tomaba el pelo a su amigo diciéndole que estaba hecho un padrazo en lugar de una amo cabal y con sentido de la disciplina.

Y el conde le espetó muy serio: “No me tientes que les despellejo las posaderas a todos. Y verás como llevamos una caravana de fardos sobre las monturas en lugar de unos gentiles jinetes. Todos cargados a lomos de los caballos como sacas de patatas y los culos al aire, colorados y sin pellejo, para enfriárselos y que el enrojecimiento se les vaya pasando”.

Froilán se reía a mandíbula batiente y todos los chicos los miraban preguntándose que carajo estaban diciéndose sus señores. Cómo iban a sospechar que estaban en juego sus nalgas.

De todos modos para Nuño esa noche sería particularmente penosa. Nada más llegar al castillo, Don Niccolò le informó que, a tenor de una carta enviada por el conde de Foix, a lo largo del día siguiente esperaba la llegada de unos servidores de ese noble señor de La Occitania para hacerse cargo del joven Curcio y llevarlo a Córcega a tomar posesión de sus tierras y propiedades.

Roger IV tomó cartas en el asunto de inmediato, nada más recibir la misiva de Nuño, contándole el proceder del tío y tutor de su joven pariente, y se aprestó a encarcelar personalmente al infame Gastón y ordenar sin tardanza su ejecución, ahorcándolo delante de las puertas del palacio usurpado por dicho bribón.

Y ya estaban armando un barco para trasladar al chico a Córcega, donde lo esperaba su ilustre y poderoso primo.
Por un lado, Nuño se alegraba de ello por el muchacho, pero también sentía perderlo. Y no sólo a él, sino también a Fulvio. Los dos le gustaban mucho y si ya le había costado no usarlos a menudo, dejar de verlos y no tenerlos cerca le sería mucho más penoso.
Además con ellos se irían Fredo y Piedricco y también la pareja de simpáticos sicilianos.
Su comitiva se reducía y su alma sentía apartarse de todos esos jóvenes valientes que le habían dado momentos de gozo mientras le sirvieron.

Guzmán ya sabía lo que le ocurría a su amo, pero ni se lo dijo a Iñigo, pues de ello ni estaban enterados los propios interesados.

Y una vez en su aposento, el conde llamó a a Curcio para hablar con él a solas.
Le explicó al chico cual era su nueva situación y éste en principio le costó dar crédito a tales palabras del conde, pues le parecía algo imposible.
Pero, viniendo de tan noble señor, no podía dudar sino echarse a sus pies y besárselos en señal de sumisión y gratitud.
Y el chico se postró ante Nuño, pero no sólo le dio las gracias por ayudarlo, sino que le rogó que no lo apartase de su lado.

Nuño lo agarró por los hombros y lo levantó para sentarlo a su lado y le preguntó: “No quieres dejarme o no quieres irte sin Fulvio?... Si es lo primero no me dejas porque yo seguiré velando por ti desde donde me encuentre. Pero debes ir a tus dominios y cuidar de todo lo que te pertenece. Porque además ese es mi deseo y has de obedecerme. Y si es por no perder a Fulvio, por eso no temas, pues se irá contigo y te ayudará a gobernar a tus súbditos. Y espero que seas justo con ellos y que ames a Fulvio con todo tu corazón y por siempre, como él te ama a ti. Pero no iréis solos, porque Fredo será tu hombre de confianza y él se encargará de protegeros. Y con él irá Piedricco, lógicamente. Procura que sigan siendo tan felices como hasta ahora. Y lo mismo te digo respecto a Denis y Mario, que también te los regalo”.

Curcio se echó a llorar un poco de tristeza al irse y parte de alegría al recuperar su rango y fortuna.
Y en eso entró Fulvio con Guzmán y al contarle todas esas novedades, el chaval sintió un mareo y casi cae al suelo redondo.

Los besos de Curcio lo fueron recuperando y los dos se abrazaron llorando como dos tontos.


Era enternecedora la escena, pero el conde no estaba por la labor de dejar traslucir sus emociones, así que los mandó a follar a otro sitio, diciendo: “Como ves, Curcio, irás bien acompañado y espero que algún día volvamos a vernos. Mañana, Don Froilán y yo os daremos la despedida con el resto de los muchachos”.
Y le dijo al mancebo que trajese a Fredo, a Piedricco y los dos sicilianos, y a todos los puso en antecedentes y luego les dijo lo que les deparaba el futuro junto a Curcio y Fulvio.

Ahora a Nuño sólo le apetecía quedarse con Iñigo y el mancebo y a los dos les calentó el culo antes de jodérselo, sin decirles el motivo por el que los zurraba. La causa no era importante, sólo quería gozar de sus nalgas calientes y de paso dejar salir la mala leche que le producía privarse de esclavos tan bellos como los putos chavales que dejaba en libertad.

lunes, 16 de abril de 2012

Capítulo XCIV

Antes de media mañana, el conde y el mancebo entraron en casa de un escribano con Lotario y Carolo.
Allí, ante el fedatario, Carolo cedió su fortuna al capitán y éste juró formalmente vasallaje al conde y el compromiso de cuidar y proteger al generoso muchacho el resto de su vida.
Y así quedó rubricado y sellado con lacre a los ojos de los hombres y del cielo.
Nuño, intencionadamente, llevó a Guzmán a otro cuarto, so pretexto de tratar algún detalle con el huesudo escribano, y dejó solos a Lotario y Carolo para que hablasen de sus cosas.
El chico miraba al capitán con expresión arrobada y éste le agradeció lo que había hecho por él.
Entonces Carolo le preguntó si estaba seguro de asumir la palabra dada y estar dispuesto a cargar con él para toda la vida y Lotario, emocionado y con ascuas de deseo en los ojos, le respondió: “Lo estoy... Tanto como tú al desprenderte de esa riqueza. Y deseo tanto ser tuyo como estar a tu lado y poseerte cada día”.

Carolo, repreguntó: “Ser mío, en que sentido?
Y Lotario contestó: “En todos los que sean posibles entre dos hombres... Yo también sé y conozco que se siente adoptando el papel contrario en el coito. Y ansío sentirlo contigo y ver si yo me abraso por dentro como te abrasaste tú al tenerme a mí. Carolo, Lo único que lamento es que no sea físicamente posible que estemos dentro uno en el otro al mismo tiempo para preñarnos juntos”.
“No lo es, pero a mi también me gustaría hacer eso contigo”, afirmó el chico.
Y las manos de ambos se deslizaron por las nalgas del otro, apretándoselas con los dedos y besándose en la boca.

De nuevo en la calle, a Lotario le pareció ver a unos tipos, que le parecieron sospechosos porque no les quitaban ojo al conde y al mancebo, y advirtió a Nuño por si fuese peligroso seguir el recorrido por la ciudad sin escolta ni más compañía.
El conde dudó sobre el inminente riesgo que pudieran suponer tales individuos, pero el mancebo le hizo razonar y tornaron hacia el palacio.
Y ni Lotario ni Carolo pudieron esperar más tiempo y al volver al caserón de Carlotti se metieron en el aposento del capitán y se arrancaron las ropas, revolcándose desnudos sobre la cama. Tras los largos besos y sobeos por todos los recodos y agujeros, uno sobre el otro y con las cabezas en sentido opuesto, se la mamaron y chuparon los huevos y el ano.

Y antes que Carolo le ofreciese el culo a Lotario, éste se estiró boca abajo y se abrió de patas mostrándole el peludo agujero al chaval.

El chico plantó sus dos manos en las fuertes cachas del soldado y las amasó antes de morderlas y besarlas. Y, apoyado en los brazos, fue bajando su cuerpo lentamente sobre el del otro hasta tumbarse encima. Volvió a notar el vello del capitán rozando su piel y se excitó más si cabe.
Lotario no veía el momento de ser penetrado por Carolo y alzó el culo reclamando su entrada. Y el chico sujeto su polla con la mano y se la metió despacio a Lotario, no para evitar causarle daño, sino para gozar mejor ese momento. Y una vez metido a fondo en el culo del capitán, lo folló con energía, pero recreándose bien en cada clavada. Y el orgasmo fue fantástico para los dos.

Ninguno se pasó mucho con la comida ese día y sus estómagos no estaban atiborrados como para impedirles un poco de ejercicio. Pero, aún así, Froilán no quiso acompañarlos y el conde con su anfitrión y un reducido acompañamiento, decidieron ir a cazar. Realmente era un pretexto para probar el vuelo de un par de halcones que Don Indro regalara al conde y dos cetreros portaban las aves, que con la caperuza puesta y rematada en un adorno de plumas rojas, se aferraban al guante donde permanecían posadas como ignorando el trote del caballo.
Con Nuño, además de Carlotti, cabalgaban el mancebo, Iñigo, que era muy hábil en la caza con rapaces, y Lotario con Carolo, que también estaban acostumbrados a este noble arte de la cetrería.

Se habían alejado de la ciudad y salieron a campo abierto para ver con claridad las evoluciones y el vuelo de los dos pájaros de presa. Y Guzmán, que prefería usar su arco, se entretenía en hacer cabriolas con Siroco, ya que el animal estaba necesitado de libertad y de ejercitar las patas.

En un pequeño altozano se detuvieron y el conde se hizo visera con la mano para divisar el cielo y ojear algún pichón contra el que lanzar al halcón con sus afiladas garras. No parecía que hubiese una pieza en el cielo, pero el aleteo de unas torcaces, elevándose de entre unos matojos, le dio la oportunidad de ponerse su grueso guante de cuero, reforzado en hierro y tachonado con clavos de plata, y requerir que le entregaran uno de los alados cazadores para intentar abatir una de ellas.


El conde tiro de las correas y destapó la cabeza del pájaro, que parpadeó ante la luz de sol, y lo impulsó con decisión para que partiese tras las palomas. Y pronto las alas del halcón dibujaron en el aire círculos de muerte que presagiaban la rápido picado sobre su víctima. Y ahora le tocó el turno a Iñigo, que también hizo alarde de su pericia en estas lides, y su halcón hizo una impecable faena al igual que la otra rapaz. Y así, uno tras otro, fueron enviando a los halcones para que les trajesen una torcaz en cada vuelo.

Indro portaba su ave y se lució con ella para llamar la atención de Lotario. Mas éste sólo tenía ojos para Carolo, que disimulaba su azoramiento y sonrojo al toparse de frente con la mirada ardiente del capitán.

Hicieron un buen acopio de piezas y Carlotti sugirió un descanso bajo la sombra de los árboles de un bosque cercano. Pero el mancebo le pidió permiso al amo para estirar la cuerda del arco y cobrarse algo más que aves. Nuño le permitió hacerlo, pero le advirtió que no se alejase demasiado y que tampoco pretendiese proveerlos de carne a todos los habitantes del palacio de Carlotti. “Un par de piezas y nada más”, le dijo el conde a su esclavo.
Y Guzmán espoleó con los talones a su caballo y dando unos pasos con el animal encabritado, salió como una centella levantando polvo y piedras con los cascos.

No pasara mucho tiempo todavía, pero Nuño ya se preocupaba por la seguridad del mancebo y se puso en pie nervioso, pero sin querer demostrar ni su alteración ni los temores que le traían a la mente el recuerdo de otras peripecias del chaval, más después de ver a unos extraños personajes en la ciudad esa mañana.
Iñigo lo notó y, contagiado por el desasosiego del amo, miró al capitán a ver si a él se le ocurría algo para tranquilizar al conde.
Y Lotario sugirió rastrear los alrededores para buscar al chico. Y con el consentimiento del conde se alejó al trote con Carolo, dado que Iñigo y el propio Nuño lo harían por otro lado.
Indro y los cetreros se quedarían allí, no fuese a regresar Guzmán antes de que alguno de ellos volviesen con él.
Al llegar ante un repecho, Carolo y Lotario desmontaron y siguieron a pie apartando matorrales por si Guzmán estuviese herido entre la maleza. Carolo se paraba tras dar unos pasos para sentir la caricia de Lotario en su espalda o sus posaderas, pero no descuidan con eso la misión de localizar al mancebo. Sólo se besaban furtivamente o se decían palabras procaces y atrevidas, comunicándose el deso mutuo por amarse, mas comenzaban a temer algo nefasto al no dar con el chaval.

Y Nuño, yendo por su lado con el otro esclavo, iba rumiando por lo bajo mil palabrotas e increpaciones que le iba a soltar al puto necio si se le hubiese ocurrido alguna temeridad de las suyas.
Si era así, lo molería a palos. Y además ya le tenía ganas, pues hacía tiempo que no le ponía la mano encima para otra cosa que no fuese follarlo o hacerle caricias demasiado cariñosas.
Y no le quedaba la menor duda de que a este cabrón había que darle estopa más a menudo. Y esta vez se iba a enterar de lo que era meterle caña a mazo. Volvería a Pisa sobre el caballo pero atravesado boca abajo y con el culo tomando el aire.

Iñigo no se atrevía a dirigirle la palabra al amo, porque olía la tormenta, pero carraspeó acercando su caballo a Brisa y el conde le preguntó: “Qué crees que estará haciendo tu amigo?
"Cazando, amo”, respondió el chico.
Y Nuño añadió: “Cazando moscas con el rabo de burro que tiene... Os estoy mimando demasiado y así pasa lo que pasa... Ni se te ocurra decir que no tienes la culpa, porque los dos sois iguales... Veréis como esta noche dormís con el culo caliente los dos y mañana estáis como malvas, dóciles y calmados, y nos vamos de Pisa todos tranquilos... No oyes ese ruido?”
“Sí, amo”, dijo el esclavo muy bajito.
Y los dos detuvieron los caballos y desmontaron sin hacer ningún ruido.

Y al acercarse hacia el lugar de donde provenía el crujido que llamara su atención, vieron al mancebo agazapado y que al volverse para mirarlos les exigió silencio poniendo un dedo delante de sus labios.
El conde, ya muy cerca de él, le susurró: “Pero que coño haces, hijo de satanás! No ganamos para sustos contigo”.
El mancebo volvió a pedir que no hablasen y Nuño insistió, señalando a Iñigo: “Serás puto! Tienes a esta criatura en ascuas y temblando por si te había pasado algo malo y tú sólo pretendes que no digamos nada... Qué hostias haces?”

El mancebo le dijo casi al oído: “Amo, creo que nos han seguido o que por casualidad dimos con unos sicarios de Roma... He oído lo que hablaban entre ellos y vienen a por nosotros...Son siete y esperaban entrar en el palacio de Carlotti esta noche para degollaros a ti y a Froilán. Y a nosotros, se entiende... Deben tener un cómplice dentro del palacio que no sólo les tiene informados, sino que les franqueará la entrada para cumplir su cometido... Me he quedado quieto porque con todos no puedo. Sólo tengo el arco con cuatro flechas y la daga”.

“Sólo faltaba que tú solo te hubieses enfrentado a ellos!”, exclamó el conde. Y le ordenó a Iñigo: “Busca a Lotario y Carolo y luego avisa a Carlotti...No dejaremos que estos malandrines lleguen a Pisa... Se van a enterar de quien es el conde de Alguízar! O el feroz, como me llaman las gentes de mis tierras!”.

Nuño y Guzmán guardaron silencio y espiaban al grupo de conjurados bebiendo y charlando apaciblemente, intercalando cosas banales con detalles relativos a la matanza que se proponían realizar en el palacio de Carlotti.
Indudablemente el encargo era por orden dada en el palacio de Letrán, residencia de la corte papal en Roma. Y el mancebo aprestó el arco en espera de la señal de su amo para disparar sus mortales flechas contra aquellos hombres.
No tardó en regresar Iñigo, seguido de Lotario y Carolo, y también les acompañaban Indro y los cetreros, que de inmediato le dijeron al conde que para tratar de igual a igual a esos tipos, era mejor cegar a tres de ellos lanzándole los halcones a los ojos.
El conde preguntó si dominaban a esas aves hasta ese punto y ellos contestaron que podían dirigirlos contra cualquier cosa u órgano de un animal.
“Si es así, adelante... Dejaros ver y fingiendo que sólo os preocupa la caza distraerlos con alguna pregunta y en cuanto oigáis mi señal soltáis los pájaros contra los tres que parezcan más corpulentos... Del resto nos encargamos nosotros”.

Y tal como lo dijo Nuño así ocurrió. Y las rapaces hicieron su trabajo mientras que ellos se lanzaban al ataque desde los matorrales cogiendo por sorpresa al grupo de asesinos.

De entrada, el que parecía el jefe cayó atravesado por una de las saetas de Guzmán. Y otros tres se debatían con los seres alados, para librarse de sus devastadoras garras que pretendían hacer presa en ellos, empeñadas en quitarles los ojos a picotazos.
Uno de los halcones murió partido en dos por la espada de su acosada víctima y los otros dos hirieron seriamente a la pareja que eligió el otro cetrero e Indro para el ataque aéreo.
Pero aún así fue necesario que Iñigo y Carolo los rematasen a espadazos a los tres. Otros dos cayeron heridos en el corazón por las espadas del conde y Lotario.
Estos lucharon denodadamente con sus adversarios y el aire silbaba en torno a ellos con cada mandoble que largaban contra el enemigo. Sus pies levantaban polvo y removían la tierra, que en poco tiempo se moteaba de gotas pardas para terminar formándose un charco de sangre oscura bajo los cuerpos de los moribundos.
Y el único matarife que quiso huír al ver caer a sus compinches, también fue alcanzado por otra flecha del mancebo que le entró por la espalda. No era necesario interrogarles para saber quien los mandada, pero quizás por vicio o deformación, el conde le sacó a uno de ellos la confesión antes de que expirase.

Nuño montó en su caballo y aspiró una fuerte bocanada de aire en sus pulmones y, tras exhalarla, no dijo más que: “Esto ya está rematado”.

Y les repitió a los otros lo que ya les había dicho al caer el último de los rufianes a sueldo de Roma: “Aquí no ha pasado nada, ni no nos hemos topado con esta escoria... Para todo el mundo, presumiblemente fueron atacados por bandidos para robarles las bolsas... Queda claro? No nos interesa alertar ni llamar la atención sobre este asunto... De acuerdo, Don Indro?”

“Totalmente de acuerdo, señor conde. Y yo respondo por mis sirvientes”, afirmó Carlotti. Y añadió: “Siento la muerte de un ejemplar tan hermoso como ese halcón que os había regalado”.
"Yo también lo siento, pero os aseguro que me basta con uno... Los que tengo en mi castillo también son muy buenos cazando presas menores. De todos modos gracias, amigo mío”, respondió Nuño con una inclinación de cabeza muy cortés.
Y regresaron a la ciudad con bastantes palomas, pero sin un sólo conejo de los que fue a cazar el mancebo.
Y el conde le dijo: “Otra vez será... Ya tendrás ocasión de cazar con tu arco piezas algo más pequeñas y que te las puedas llevar colgadas del cinto... Estas de hoy te iban a pesar demasiado y su carne no creo que fuese sabrosa”. Y le arreó una palmada a las ancas de Siroco para azuzarlo y que emprendiese el galope hacia Pisa.

viernes, 13 de abril de 2012

Capítulo XCIII

Nuño se sintió a gusto teniendo solamente a su lado a sus dos esclavos preferidos.
Estaban tendidos boca a bajo y el conde dejó que su mirada bajase por la hendidura central de la espalda de sus chicos hasta desembocar en el principio de la raja que separa las nalgas y escondiendo ese agujero que él usaba como entrada principal del cuerpo de esos buenos mozos.
A Iñigo le había chupado hasta los dedos meñiques de los pies y la manos. Y al mancebo no le quedaba nada en todo su cuerpo que no fuese mordido por su amo.
Le habían parecido tan nuevos y a estrenar como la primera vez que los tuvo en los brazos. Y hasta tuvo la sensación que aún eran vírgenes al darles por el culo.
Encontró sus ojetes muy cerraditos y notaba como le apretaban la polla al tenerla dentro y moverla despacio para gozar más de ese calor húmedo y vivo que le trasmitían los cuerpos de esos chicos.

Ahora Guzmán lo miraba de medio lado y el gesto de sus labios no llegaba a ser sonrisa pero se le parecía mucho.
El conde pasó sus dedos por la frente del mancebo y éste cerró los párpados un instante para detener ese minuto de caricia de su amante.

Y le preguntó al amo: “Estás cansado, mi señor?”.
“De follar o de verte?”, preguntó a su vez el conde.
“De estar fuera de casa y no ver a tus hijos y a Sol”, replicó el mancebo.
Y el conde lo besó donde antes le acariciaba y respondió: “No es cansancio exactamente. Pero sí tengo ganas de volver y verlos y abrazarlos y besar a Sol y estar con ella como antes de partir. Y contigo, también. Porque sin ti nada tiene sentido ni podría gozar un segundo con nadie si no supiera que estás conmigo... Ves a Iñigo?... Es tan precioso que no parece posible que haya otra criatura más bella que él. Ni que ninguna pueda atraer tanto como este cuerpo que duerme junto a nosotros... Y, sin embargo, tú eres mucho más delicioso para mí que un ángel que bajase del cielo. Y con esto no quiero decir que seas menos hermoso que él. Pero vuestra belleza es diferente y resulta imposible juzgar cual de los dos es más guapo y su cuerpo más bonito.... Sé que con esto no te envaneces ni lo tomas como una mera adulación de cortesano... Eres demasiado inteligente para caer en un pecado de vanidad... Aunque la verdad es que en ti no sería injustificada”.

“Amo, parece que te olvidas de los otros muchachos... Carolo es guapísimo y no digamos Curcio o Aniano. Y Fulvio y Fredo y el resto... Y Lotario, que es todo un ejemplar como para enseñarlo por las ferias”, apuntó el mancebo, aún viendo el gesto de su amo, que no era de agrado en cuanto mencionó al capitán.
Y el conde exclamó: “También tú te has encandilado con él?... Pues no creas que es tan macho como parece!”.

Guzmán se rió y apoyando el mentón sobre el pecho del conde le respondió: “Lo supongo o no volverías tantas noches a su cuarto. La primera o la segunda podía ser por morbo o novedad. Pero las restantes ya no se justifican sino es por placer... Y la verdad es que imagino el gusto que deben darte esas cachas vellosas... Pero a mí no me llaman ni esas ni otras”.

 “Ya! A ti te hace babear más su polla, seguramente!”, replicó el conde.
Y el esclavo, levantando la cabeza y mirando fijamente a su señor, le espetó: Realmente crees eso, amo?... Es posible que aún puedas sentir celos de otro hombre?... Dime que no es verdad y sólo lo dices por fastidiarme... Porque oírte cosas así me fastidia, amo”.

Nuño agarró fuerte la mano del mancebo y dijo: “No... No es verdad, ni creo tal cosa... Sólo creo que te amo y no soporto que nadie te mire con deseo... Y menos mal que es imposible que tú mires así a otro hombre, porque no podría soportarlo... Eres mío hasta la muerte y jamás serás de ningún otro... Sólo mío y para siempre... Mi amor... Quién te puso en mi camino aquel día en el bosque negro?... No sé si supo lo que hacía, pero ahora es tarde para volverse atrás... Ya no puedo prescindir de ti ni de tu amor. Y hasta después de cruzar el extremo límite de este mundo y si hay algo más después, serás siendo mi amado y estarás conmigo... Y quien llegue antes sin el otro, cosa que dudo, pues yo te seguiré a ti si tienes que irte, esperará a que nos juntemos otra vez. Y eso sólo será en el caso que no quieras venir conmigo y haya de aguardar tu llegada”.

“No digas eso, amo... Cómo sería posible la vida sin ti... Eres mi único honor y mi gloria y mi verdadera vida... Así que se acabará todo contigo, mi amor”, afirmó el mancebo llorando sobre el corazón de Nuño.

El conde peinó el cabello de su esclavo con los dedos y murmuró muy cerca de su oído: “Para eso falta mucho tiempo aún... Y voy a amarte mientras respire y en cada instante de tiempo que pise la tierra bendeciré haberte encontrado para que me acompañases hasta el final de este camino de sangre, dolor y placer... Me gusta ver dormir a Iñigo. Parece un niño satisfecho después de zamparse una buena ración de leche mamada de la teta de su nodriza... Debió ser muy tragón de pequeño... Y así se hizo un bello hombre... Dejémosle dormir y descansemos nosotros también”. Y los dos amantes se estrecharon en un tierno abrazo.

Pero la escena en la habitación del capitán todavía era muy caliente y el ardor de unos cuerpos jóvenes llenaba el aire de olores y efluvios excitantes. Dino, más rápido y decidido que Aniano, se montó a horcajadas sobre el rabo del capitán, ensartándoselo él mismo, y a Carolo, un poco rabioso por verse desplazo y otro tanto salido como un burro, su cerebro le mandó un fuerte impulso a sus piernas y se puso en pie, yendo decidido hacia el lecho y cogiéndose con la mano la polla que chorreaba abundante babilla serosa. Agarró por los pies a Aniano y lo arrastró hacia el borde de la cama y, con decisión, le dio la vuelta, sujetándolo por las caderas, y lo puso a cuatro patas para clavársela sin más lubricación que el pringue de su propio pene.

Lotario vio a Carolo jodiendo al otro chaval y levantó a Dino en volandas y también lo colocó en igual posición que ese enculado y a su lado. Y uno y otro follador se miraban, excitándose mutuamente con los ojos y la boca, mientras les daban por el culo a los dos muchachos.

Y de repente el capitán besó en los labios a su antiguo enemigo y éste detuvo la polla dentro de la tripa de Aniano y se tocó con la mano la boca para asegurarse que la humedad que notaba era de la saliva de Lotario y no suya.
Y le devolvió el beso pero con más pasión y ardor.
Y volvió a darle caña al otro chaval, para terminar corriéndose sintiendo los dedos del capitán dentro de su culo.
Lotario le metió dos dedos hasta el fondo y al sentir los latidos del chaval al eyacular en el otro, también se vació con una potente descarga en el interior de Dino.
Los cuatro estaban más calmados y parecía que Dino y Aniano cogían el sueño. Pero no así Carolo ni Lotario y muy despacio y sin hacer el menor ruido salieron del aposento.

Fuera, en el corredor donde estaban, se abrazaron como si nunca se hubiesen visto ni conocido antes. Y Lotario tomó la iniciativa palpando las nalgas de Carolo.
Aquellas dos cachas encendían su sexo como el ascua prende la paja seca en verano. Y a Carolo le calentó el roce del cuerpo de un hombre tan hecho y la fuerza conque le agarraba el culo para apretarlo más contra él.
Lo estaba tratando como seguramente hacía con Isaura antes de follarla, pero al chico le gustaba ese trato y su carne le pedía hasta desgarrarse sentir dentro la verga del capitán.
Y no tardó en tenerla, por que Lotario lo puso mirando al muro y se la calcó por el culo sin esfuerzo alguno. Carolo estaba tan cachondo y ansioso al verse poseído por el hombre que le había enseñado muchos trucos con la espada, que su esfínter se abrió del todo al notar que la cabeza del cipote se acercaba dispuesto a rellenarle el vientre.
Y ahora el capitán le mostraba lo que sabía hacer con su mejor arma para deleitarlo con ella. Y el chaval se clavó más en esa espada de carne, atravesándose con ella, al empujar hacia atrás para sentir en sus ancas el vello rizado del pubis de aquel macho, rudo para calzarlo y cariñoso a la vez al besarle el cuello y la nuca y decirle lindezas al borde de su oído.

Lotario le metió un polvo que Carolo no iba a olvidarlo con facilidad. Y las señales del gozo supremo que los dos sintieron al correrse, quedaron marcadas en la pared con la marca de las uñas. Arañaron la piedra por no marcarse el uno al otro. Pero el fuego que los devoró hasta agotarlos y dejarles los cojones vacíos, no se apagó con esa follada.
Ambos estaban pegados como el perro a la perra y no querían separarse. Y así esperaron a sentir de nuevo la calentura y volver a joder como posesos.
Dos polvos y un par de descargas hicieron que las rodillas de Carolo flaqueasen y Lotario lo sujetó firmemente y lo llevó en brazos hasta la cama. Era como si posase a la novia en el tálamo nupcial, pero después del coito y no antes de haberla desflorado. Esa noche los dos durmieron juntos y unidos como recién desposados. Quizás el conde había logrado otro de sus objetivos. Pero aún faltaba rematar esa faena para que fuese completa la dicha de ambos jóvenes.

martes, 10 de abril de 2012

Capítulo XCII

En un rincón del aposento, Curcio y Fulvio aún se estaban amando cuando el resto ya descansaba de tanta agitación y el conde les sonrió y les dijo en tono amable: “Desde hoy ocuparéis un cuarto los dos solos y os montaréis vuestros ratos de ocio como mejor os parezca... Fulvio, ama siempre a ese muchacho porque viviréis juntos y espero que seáis felices muchos años. Os tenéis el uno al otro y eso es el mejor tesoro para garantizar una vida llena de alegría y dicha. Y tú, Curcio, comparte con él todo, pues te ayudará a mantener y disfrutar cuanto llegues a tener algún día... Pero ahora relajaros un rato que esta noche os queda mucho por gozar todavía”.

Curcio se quedó pensativo y preguntó: “Señor, ya no nos quieres a tu lado como tus esclavos?”

“Digamos que os quiero a los dos y deseo veros felices...Tranquilo porque tu culo me sigue gustando lo mismo que el de Fulvio. Pero no me da tiempo a atenderos a todos”.

Y lo que no le dijo al chico fue lo que llevaba pensando desde hacía un cuantos días y que sólo sabía el mancebo: “Voy a conseguir que vuelvas a ser dueño de tus tierras y necesitas que él te ayude y no te deje solo en ellas... También tendrás la colaboración de Fredo para defenderlas y eso significa que os acompañará también Piedricco y posiblemente los otros dos sicilianos. Ese valiente guerrero sabrá luchar y dar su sangre si es precioso por mantenerte a salvo de todos tus enemigos”.

El conde enviara desde Siena una misiva al pariente de Curcio, Don Roger IV conde de Foix, contándole la villanía del cabrón de Gastón, el puto tío del chaval.
Esperaba recibir noticias de dicho conde confirmándole la ejecución de ese mal nacido que vendiera sin escrúpulos al chico. Y antes que llegasen a tierras de Occitania, de camino al principado de Cataluña, Gastón ya debería estar colgado de una horca en Córcega y con los ojos comidos por los buitres.
Curcio sería otra vez un noble rico y poderoso y esta vez nadie volvería a robarle lo que era suyo por nacimiento.

Y de repente Nuño pensó también: “Quién le iba a decir a Fulvio que llegaría a ser un gran señor!”. Porque aunque no pudiera ser el marido del otro chaval ante los hombres, lo sería para su corazón y él para el suyo.

El conde sabía que echaría de menos a esos mozos, porque le gustaban y le agradaba verlos reír y jugar o que pasasen las horas muertas mirando el cielo reflejado en los ojos.
Esas criaturas eran tan bellos y tan ardientes en su pasión, que justificaban la alegría y el ansia de vivir.
Pero él siempre tendría cerca al mancebo para paliar la pérdida de esos chicos. Y también estaba Iñigo para darle su amor y completar el placer que sentía cuando disfrutaba con él y Guzmán.
Ellos eran sus dos verdaderos esclavos y los muchachos que le hacían vibrar con sólo tocarlos.
Eran la energía necesaria para afrontar los riesgos y peligros de una vida azarosa y estaba convencido que sin su compañía, sobre todo la de Guzmán, no tendría las mismas fuerzas para continuar una lucha que no parecía tener un final cercano.

Podría dar la impresión que el conde quería ir soltando lastre para concluir su viaje y regresar a sus tierras con lo imprescindible.
Pero, aunque así fuese, por el momento todavía le quedaban muchos cabos por atar y debía resolver situaciones y provocar querencias que aún no estaban decantadas del todo.

Y esa noche, después de la cena y de presenciar una actuación de juglares y músicos, que aprovechó Dino para asombrar al auditorio con su melodiosa voz, Nuño le ordenó a Carolo que con el castrado de la voz de oro y Aniano compartiesen el dormitorio con Lotario. El capitán ocupaba un espacioso aposento y allí había lugar suficiente para ellos. Y, además, añadió que deseaba pasar esa noche con Iñigo y el mancebo solamente.

Al chico no le hizo gracia tal decisión del amo, pero él mandaba y a sus esclavos sólo les tocaba obedecer y cumplir sus órdenes. Pero le preguntó al amo: “Amo, si el capitán quiere sexo con ellos debo permitirlo?”.

“Sí... Y también que lo tengas tú si lo deseas... Me refiero con ellos y con Lotario... Dejo a tu elección cualquier posibilidad o combinación entre vosotros... Pero ante todo pasarlo bien e ir aprendiendo a convivir juntos”, dijo el amo.
Carolo seguía sin entender muy bien el por que de esa decisión de su amo, pero estaba dispuesto a lo que fuese por darle gusto y complacer en todo al conde.

El capitán, al darle las buenas noches, miró a Nuño insistiendo con los ojos si era verdad que esa noche no tendría su rabo.
Y el conde, muy sonriente, le dijo: “Lotario. Esta noche vas a pasar un prueba de fuego, que posiblemente no te resultará fácil, pero es necesaria para los planes que tengo concebidos para ti... No olvides que eres un macho y que gozas por ambos lados. Pero, ante todo, tampoco escondas tu verdadera naturaleza de garañón y posible líder potencial de una jauría de jóvenes lobos. Sé que puedes hacerlo y sabrás como encauzar las cosas para que salgan como yo deseo y espero... Mañana te compensaré con creces y vendrás conmigo y un par de chavales a terminar de arreglar unos asuntos que todavía tienen algunos flecos sueltos... Te diría que descanses bien, pero prefiero que duermas agotado por el esfuerzo de tanto follar con esos muchachos que dejo a tu cargo hasta la madrugada”.
Y dándole una fuerte palmada en la espalda, el conde dejó marchar al capitán detrás de los tres muchachos que compartirían el lecho con él por esa noche.

Lotario, casi sin darse cuenta de lo que hacía, se encontró en cueros sobre la cama flanqueado por Aniano y Dino, mientras que Carolo, sentado en un escabel, los miraba como no creyendo todavía lo que estaba pasando.
Los dos chavales comían a besos y caricias al capitán y se rozaban contra su cuerpo peludo como deseosos de notar la aspereza del oscuro vello que cubría ampliamente su pecho y las cuatro extremidades.
Dino no paraba de arrimar sus mejillas a las de Lotario, aunque se le estaba irritando la piel con una barba ya demasiado crecida, pero que al eunuco parecía no importarle tal molestia con tal de atraer a ese hombre viril que ya le había clavado la verga en el culo de una manera bestial.

Carolo no daba crédito al ver como los dos muchachos, que pocos días antes se morían por ser suyos, ahora se disputaban los favores de Lotario como si él no estuviese presente en la misma habitación.
Pues su polla tampoco era mucho más pequeña que la del capitán y hasta ahora se los había ventilado como todo un macho.
Pero al parecer por esa noche sólo le quedaba por representar el papel de mirón hasta que le hiciesen un hueco en al cama par poder dormir sin ocupar demasiado espacio para no molestar a los otros.


“Serán perras estos dos!”, se dijo para sus adentros Carolo.
Mas no se movió de su asiento y observó como Dino mamaba el cipote del macho y Aniano lo besaba con sus ojos turquesa y comiéndole la lengua con la boca.
El capitán correspondía a la entrega de los dos chicos y los acariciaba hasta donde sus manos podían abarcar e intentando siempre llegar al centro del culo de los dos rapaces.
Eso obligaba a la verga de Carolo a ponerse tiesa y gruesa, aún en contra de la voluntad del muchacho, pero se estaba poniendo muy cachondo y él también notaba que estaba viendo al capitán con unos ojos muy distintos a los de antes.
Y mucho más diferentes a como lo veía cuando estaban en Viterbo. Ahora le parecía enormemente atractivo y estaba deseando que se montase sobre cualquiera de los otros dos para verle el culo otra vez.
Le parecían fascinantes sus nalgas tan redondas y macizas y tapizadas con ese vello negro que se rizaba ligeramente sobre la piel al estar mojado por el sudor.

Realmente era el tipo de macho que le debía gustar a las mujeres y, por lo que demostraban Aniano y Dino, también a los muchachos que gozaban poniendo el culo.
Y él no podía negar que también le gustase eso. Pero, sin embargo, no descartaba la idea de subirse al lomo de Lotario y clavársela en el ano como lo había hecho con los otros chicos.

Sin saber el motivo exacto, Lotario le provocaba a Carolo unos sentimientos y deseos encontrados. Tanto se veía debajo recibiendo polla, como encima dándosela él.
Y cómo iba a ser eso si a su lado tan sólo era un mequetrefe!
Y aunque lo hubiese herido en una pelea a espada, no era más que un rapaz y el otro todo un hombre con el culo virgen y cuya polla se había follado a muchas mujeres antes que a esos dos que ahora usaba como hembras.

Cómo iba a saber Carolo que el conde ya había estrenado con un éxito rotundo el agujero de Lotario. Mas todavía quedaba mucha noche por delante para averiguar algunos secretos de alcoba del capitán y otras cosas más acerca de los dos.

viernes, 6 de abril de 2012

Capítulo XCI

Las noticias que Carlotti les comunicara el día anterior a sus nobles invitados, se referían a las reuniones que tenía organizadas para tratar del asunto que los llevara hasta Italia y decirles que todas las fuerzas vivas de la república, incluidos los representantes de la Iglesia, eran partidarios de la candidatura de Don Alfonso en lugar de inclinarse por el pretendiente promocionado por Roma.
Y además, ya contaban con la adhesión a la causa de varios príncipes y nobles del norte de la península. Y eso era una gran noticia indudablemente.
Con ello casi cerraban su embajada y las posibilidades del rey para ceñir la bella y enjoyada corona del Sacro Imperio eran casi absolutas. Sólo quedaban unos últimos toques en Génova y el tema estaría zanjado en Italia para disgusto del papado, lo que alegraba mucho a los dos nobles venidos de tierras de la antigua Hispania.

Esa jornada fue provechosa, pero resultó agotadora entre conversaciones y reuniones con grandes señores y potentados comerciantes de la república pisana. No faltaron banqueros y prestamistas, ni los representantes de todos los gremios de artesanos, constructores y artífices de varios oficios.

Nuño estaba cansado y harto de repetir siempre lo mismo y explicar las ventajas de tener como emperador a Don Alfonso en lugar de un sicario de Roma como era Ricardo de Cornualles.
Froilán era más diplomático y le gustaba el juego político, pero el conde prefería la acción e ir directo al grano sin pararse en tanta pamplina ni tantas medias palabras y complots.
Sus personalidades eran distintas y cuanto más indirecto le gustaba ser al otro, más directo era el conde son sus interlocutores. Y por eso los dos formaban un buen equipo y esa era la causa por la que el rey les encomendara la misión a tal pareja.

No faltaron ni un par de visitas a encumbrados eclesiásticos de la ciudad, incluido el obispo y un abad, y el conde ya estaba hasta los cojones de eso y sólo tenía ganas de mandarlos a tomar por el culo en grupo a todos.
Y de dar también por ahí tenían apetencia y por tal motivo se volvieron al palacio de Carlotti junto a sus esclavos, que los aguardaban deseosos de complacerlos en esos menesteres.

Se dieron prisa en reunirse con ellos en sus respectivos aposentos y esa vez Nuño los tenía a todos juntos ante su vista y, una vez desnudo, se tomó con calma por cual de ellos quería comenzar.
Los miró uno a uno sin precipitarse y les hizo girar de pie ante él para verlos por todos lados y saciar sus ojos con la hermosura de sus muchachos.

Estaban guapísimos ese día, tan aseados y perfumados y destacando cada uno lo que más le gustaba al amo de sus cuerpos.
En casi todos era el culo, por supuesto, pero ellos sabían como acentuar mejor su redondez y hacer que la luz la incrementase al reflejarse en la piel del final de la espalda y de los glúteos.



“Buenas zorritas estáis hechas!”, exclamó el amo.
Pero se rió y alargó la mano para indicarle a Guzmán que se aproximase.
Fulvio y Curcio también se miraban el uno al otro, comiéndose de ansia por juntarse, pero a Carolo y Aniano les preocupaba más que a esos otros que el conde no los usase pronto.

A Dino no parecía importarle quedarse relegado y que no lo follase ninguno de los presentes, mas en cuanto apareció en la estancia Lotario su semblante se transformó y sus ojos se llenaron de deseo. Ese soldado tan macho estaba haciendo estragos en el corazón del castrado, que ya no ansiaba como antes le polla de Carolo.
Ahora daba la impresión que el rabo que le hacía mover el culo era el de ese capitán moreno y rudo que lo miraba con una expresión que tanto podía indicar unas gansa locas de joderlo como de zurrarle hasta dejarlo baldado y tirado en el suelo.

A Iñigo ya le estaba comiendo el culo el amo cuando el mancebo, que le comía la polla en ese momento, oyó la voz de su dueño diciéndole: “Guzmán, mójate el agujero que te voy a sentar en mi rabo y cuando te de un azote fuerte, te levantas y se sienta Iñigo.
Y así sucesivamente hasta que os ordene otra cosa... Y tú Dino, chúpale la verga al capitán porque te va a dar por el culo a partir de ahora... Y tú Carolo te quedas con Aniano de momento... Que te la chupe, pero ni lo jodas ni os corráis porque quiero daros vuestra ración después.
Lotario, fóllate a ese eunuco como si se tratase de una mujer, porque es un regalo que te hago para que no olvides que eres un semental. Y más tarde puede que también pruebes el culo de uno de estos machos jovencitos.
De pronto todos se volvieron hacia el capitán y alguno se dijo si sería él el afortunado que catase el tronco erecto que ya asomaba al bajarse las calzas el soldado.
Dino se dio prisa por engancharse al teto que se le ofrecía y lo succionó con tal apetito que más bien lo que quería era tragárselo entero y no sacarle el jugo solamente. Le hizo una mamada prodigiosa y Lotario a duras penas pudo aguantar la leche en los cojones.

Y Nuño le dijo: “Mama bien esa putita, verdad?... Pues verás como te ordeña la verga en cuanto se la metas en el coño”.
Y así como se lo mencionaba el conde, Lotario se la calzaba a Dino, que se abría de patas como una puta perra.

El resto vio con cierta lascivia como entraba y salía del culo de Dino la polla del capitán y se excitaban al oír los agudos gemidos del castrado tanto al sacársela como al encarnársela totalmente entre las nalgas a través del ano.
Nuño también se puso más cachondo aún con el espectáculo y los culos de sus dos esclavos preferidos acusaron el calentón.
A Iñigo casi se lo parte de tanto empujar y calcar para dentro. Pero afortunadamente el ano de ese chico ya estaba muy hecho a la verga de su amo como para romperse por algo así. Sin embargo a Guzmán le hizo gritar y hasta llego a echarse las manos al culo en un gesto instintivo de salvarlo y que no se lo rajase su amo, que estaba salido como un oso en ese justo instante.

En otro cuarto, Fredo debía ir por el segundo polvo dentro del ojete de Piedricco, mas a ese chaval parecía que se le había hecho callo en el esfínter y, con tal de darle gusto, lograba soportar las horas que hiciese falta la respetable tranca de su amante dentro del ano.
Y los otros chicos que no estaban con el conde ni con Froilán, aprovechaban el tiempo como mejor podían revolcándose entre ellos con sus respectivas parejas.
En la alcoba del noble aragonés la leche ya escurría del culo y boca de su dos chavales. Y esta vez el que se llevó la mejor parte del festín fue Ruper al que se la metió dos veces por el ojete.
De todos modos Marco no salió mal parado porque la follada que le dedicó su amo fue larga y portentosamente fuerte y cargada de semen. Pero los chicos lo agradecieron mimando luego a su señor y comiéndolo a besos y caricias hasta quedar rendidos por el sueño.

Y volviendo con el conde y sus jóvenes, le tocaba el turno ahora a Carolo, que algo cortado por la presencia del capitán se doblaba apoyando las manos sobre el lecho para que Nuño lo atacase por detrás con un gran aguijonazo bien metido en el centro del agujero del culo, que pronto hizo su efecto y puso al chico más caliente que un horno de pan.
En cuanto notó la carne del amo en sus tripas, el chaval cerró los ojos y la figura de Lotario se disipó de su mente para gozar del polvo como nunca.
Ya no le importó que el capitán pensase que no era tan macho como siempre quiso hacerle creer y sus jadeos y gemidos ocasionados por el placentero roce y los puntazos de la verga de Nuño en sus entrañas dejaron claro que un hombre llegaba a disfrutar tanto o más recibiendo por el culo que follando con la polla dentro de otro agujero. Y lo que todavía no sabía Carolo es que a Lotario ya no tenía que explicarle nada sobre ese asunto, porque conocía bien la experiencia.

Aniano estaba algo mustio mirando al conde y a Carolo, ya que su culo todavía no se había alegrado con la visita de un rabo bien duro y gordo, pero su espera fue corta y su sonrisa muy significativa al escuchar al amo decirle al capitán que lo cogiese y lo colocase al lado de Carolo y se la clavase hasta el fondo para darles por el culo juntos a los dos críos.

Iñigo y Guzmán descansaban y se tocaban el ojo del culo, que todavía les escocía y ardía, pero sus penes ya empezaban a levantar cabeza otra vez presenciando la monta de los dos más jóvenes de la cuadrilla.

Lotario se enceló con las cachas de Aniano, sin quitarle ojo al maravilloso culo de Carolo ensartado y jodido por la verga del conde. Y el crío sentía su lívido crecer al notar la aspereza del vello de Lotario en casi toda su piel.
Los dos machos follaron como garañones y al ver a Nuño que se encendía como una hoguera en la noche de San Juan y que rugía como un león a punto de estallar en un orgasmo salvaje, el capitán se unió al bramido del otro macho y se vació con tremendas sacudidas dentro de la reducida barriga de Aniano.

Los dos chicos estaban colmados de leche en sus tripas y los machos no descabalgaban de sus lomos cargando todo el peso de su corpulencia sobre los jóvenes potrillos.
Al menor se le doblaron los brazos y dio de narices con las sábanas , mientras que el otro chaval resistía como un jabato la carga de su amo sobre su espalda.

Nuño se incorporó y palmeó en las ancas a Carolo como premiando la buena cabalgada del potranco y el capitán buscó la boca de su montura para besarla y le acarició el pelo en señal de complacencia por el placer que le proporcionó al trotar en su grupa.
Todos quedaron tendidos boca arriba, contentos y con una leve sonrisa en los labios mientras de reojo se miraban Lotario y Carolo. Iñigo y Guzmán estaban de nuevo acogidos bajo el protector brazo de su dueño y cerraban los ojos para mantener en sus retinas esos momentos de lujuria y gozo vividos junto a sus otros compañeros y su señor.

lunes, 2 de abril de 2012

Capítulo XC

Carlotti organizó una cena por todo lo alto para festejar la llegada del conde y los invitados de honor no eran solamente Nuño y Froilán sino también toda la caterva de jóvenes que los acompañaban.
Y Lotario ocupó un destacado lugar cerca del anfitrión, seguramente con la sana intención de que una vez que bebiesen bastante vino de la Toscana, Indro se atreviese a meterla mano muslos arriba y poder acariciarle los órganos viriles a semejante macho.

El noble señor se los imaginaba tan peludos como los brazos y esa barba sin afeitar que continuaba enmarcándole la cara y que a Don Indro lo ponía loco y le excitaban hasta los pelos de la nariz.




Nuño sonreía y le hacía guiños a Froilán, manteniendo entre los dos un lenguaje mudo a medida que la aptitud del anfitrión evidenciaba sus intenciones y hasta daba ocasión para alguna bromas de buen gusto.
Tenían que comprender que el capitán estaba muy bien dotado y su aspecto varonil no pasaba desapercibido ni ante las mujeres ni por supuesto para más de un mozo del servicio del palacio de Carlotti.
Ni tampoco de los que acompañaban al conde y Froilán, pues la pareja de sicilianos no le quitaban ojo ni tampoco los dos napolitanos que le alegraban las noches a los cuatro imesebelen sin pareja fija. Y daba la impresión que a Dino tampoco le importaría hacerle un favor al soldado si se terciase la oportunidad.
Se podría decir que Lotario tenía bastantes admiradores entre el elenco masculino con ganas de rabo y eso significaba que su verga y sus cojones no andaban de incógnito por la vida. Lo que ya no sabía ninguno es que su culo tampoco.

Y no sólo alentaba lascivias el bulto que formaba su paquete bajo las calzas, sino sus ancas robustas alentando la imaginación con los impulsos y empuje que pudieran dar al adivinado e idealizado vergazo dentro de un culo.
Organo que solamente conocía el placer de una vagina y no las delicias de rozar el glande con las paredes suaves y tibias de un recto en flor. El capitán nunca había pensado en darle por el culo a un tío, aunque a decir verdad tampoco se le hubiese ocurrido jamás que otro le metiese a él un vergón por el ano y que para colmo le gustase y se corriese como un cerdo con ese cacho de carne perforándole las tripas.
De pequeño una buena mujer le decía: “Nunca rechaces un vaso de agua, porque más tarde podrás tener sed y no tener la fuente cerca”. Y empezaba a entender cuanta razón tenia aquella santa. Acaso podría pasar ahora sin la polla del conde?
Y si probaba también sodomizar a otro hombre, lograría después no desear más culos?. Esos pensamientos cruzaban fugaces por la cabeza de Lotario durante la cena, mientras veía el apetito sexual en los ojos del dueño de aquel palacio.

Y los ánimos se calentaron con el vino y las risas y el conde le dijo al mancebo que se acercase más para sobarlo y tocarlo por todas partes. Froilán se puso cachondo y requirió a su vera a sus dos esclavos y los sobó a conciencia besuqueándolos y metiéndole a uno los dedos por el culo, al tiempo que el otro le chupaba la polla.
Y eso disparó la vorágine entre todos los presentes y los chavales se liaron unos con otros chupándose hasta los dedos de los pies y el anfitrión se echó a por el cipote de Lotario como una perra hambrienta.
Y prácticamente le destrozó las calzas para comérselo acompañado por el par de huevos que le colgaban entre las piernas.

En breve aquello derivó en orgía y los primeros culos en recibir caña fueron los de Guzmán y Marco. Pero al cabo de un rato le siguieron los de Iñigo y Ruper, cuando ya estaban taladrados los tiernos y redondos traseros de Piedricco, por la verga de Fredo, y la de Fulvio que tabicaba a Curcio por el ojete. Sin olvidar a la pareja de sicilianos, Denis y Mario, que se alternaban para metérsela, y Bruno y Casio que se montaban en la trancas de Sadif y Jafez, porque Otul y Ammed estaban de guardia, y los dos eunucos moros se lo hacían con sus amados guerreros africanos Ali y Jafir.

Solamente quedaban tres críos sin mojar, que no quitaban ojo a las manos y boca de Indro y seguían el continuo sube y baja que hacían recorriendo sin pausa los muslos de Lotario, además del trajín que se traía con la verga y la bolas del sonrojado capitán.

Nuño se dio cuenta de lo que les pasaba a Carolo, Aniano y Dino, que no participaban de alguna forma en la fiesta, y los llamó, haciendo un alto con el culo de Iñigo y la boca del mancebo. Los chavales se acercaron al amo y éste les ordenó que follasen a su lado porque quería meter sus dedos en el ano de Carolo y Aniano. Dino se puso en posición, enseñándole el culo abierto al muchacho más machito y éste lo montó de un golpe atizándole fuerte como queriendo demostrar a otro que él también era un macho que podía con otro culo que no fuese el de un eunuco o de otro criajo de su edad.

Aniano pasaba alternativamente de observar como Carolo se follaba al castrado y esperar el momento en que el capitán se la clavase al dueño de la casa. Pero eso último no parecía que fuese a ocurrir por el momento y de lo que llevaba camino la escena era de terminar con una copiosa corrida de Lotario en la boca de Carlotti.
Aniano necesitaba polla y no sólo dedos dentro del culo y miró suplicante al conde por si cambiaba de idea y le dejaba gozar a él también de una verga que enfriase su calentura. Y Nuño lo entendió y se la metió él mismo una vez que se cansó de romperle el agujero a Iñigo.
Pero no podía terminar el jolgorio sin que Lotario experimentase otra forma de gozo. Y el conde provocó a Indro para que se sentase en el carajo de Lotario y se follase cabalgando sobre él, bien empalado hasta las trancas. Y así lo hizo el anfitrión y el capitán supo lo que era sentir en el pene el latido de la vida de otro ser de su mismo sexo. No tardó en vaciar los cojones en las entrañas de Indro, que creyó morir al notar ese flujo corriendo hacia dentro por sus intestinos.

La cena había terminado con unos postres no preparados en la cocina del palacio, pero que a todos los comensales les encantaron y les parecieron los más ricos y dulces que pudieran ofrecerle. E Indro durmió esa noche más relajado y tranquilo que nunca. Mas no así Lotario, que echaba de menos algo más contundente para calmar el hormigueo que tenía dentro del cuerpo. Y en mitad de la noche lo visitó Nuño en el aposento que le habían preparado al capitán, cerca a las habitaciones del conde.


El soldado no estaba dormido y se irguió al sentir que otro entraba en la habitación. Al darse cuenta de quien se trataba, Lotario se tumbó de nuevo y se puso boca a bajo como si lo estuviese esperando convencido que vendría a follarlo. Y el conde se desnudó y se tendió a su lado acariciando la espalda y las nalgas del capitán.

Lotario estaba muy caliente y su carne ardía en deseo de ser penetrada. Pero Nuño esta vez no pretendía tomar el placer tan aprisa. Quería gozarlo más despacio y recrearse con ese cuerpo de macho que cada vez lo atraía más y le excitaba los sentidos sintiendo el tacto y el olor fuerte de una virilidad exultante y muy definida. Ya que, contra la lampiña y delicada suavidad de los cuerpos de sus esclavos, sentía en su piel el roce de la oscura sombra de la barba y el vello sin rasurar de Lotario.
Y eso también le daba un plus morboso a los abrazos y al recorrido que hacía por todo el cuerpo del capitán. Por tal motivo esa noche no iba a montarlo nada más llegar y satisfacerse como si se tratase de una ramera a la que coges en cualquier taberna y allí mismo la jodes para aliviarte y te largas tirándole unas monedas sobre la mesa. Iba a follarlo a conciencia, pero con tino y saboreando despacio cada gota de gozo y sudor que exhalasen sus cuerpos.

En esa cama, el capitán se haría una idea más exacta de como sería el amor entre dos hombres y no sólo sexo para calmar la presión de las pelotas y bajar la rigidez de la polla. Lotario entendió lo que Nuño pretendía y se entregó a él como jamás hubiera sospechado antes de ese momento. Fue el mejor polvo y el conde le hizo sentir un deleite tan grande y sublime al llenarlo con su leche, que el capitán se corrió dos veces seguidas antes de que Nuño le sacase la verga del culo. Ahora sabía algo más sobre el sexo y el afecto amoroso que dos machos pueden sentir mutuamente y comprendió de una vez por todas la felicidad de todos aquellos chavales que servían al conde y a Froilán como esclavos sexuales.
Y quizás él también podría montarse una nueva vida del mismo modo y disfrutar la alegría de otros muchachos, además del morboso placer de tomar por el culo cabalgado por un macho dominante y tan fuerte o más que él.