Pontecorvo, cerca de Aquino y que formó parte del principado de Capua, tuvo su origen en un campamento montado por el emperador Carolingio Luis II, guerreando contra los sarracenos. Pero en esos tiempos en que el conde y sus acompañantes pisaban las piedras de ese lugar, pertenecía a la abadía benedictina de Monte Cassino, encaramada en su atalaya como un águila que otea las presas que serán su carnaza, puesto que su abad había comprado el pueblo en el año de gracia de mil ciento cinco. Y se le otorgó la primera estatua comunal, de las más antiguas del reino de Nápoles, en el mil ciento noventa, marcando el comienzo de una nueva era cívica para la población.
Los chicos seguían al amo y su amigo y ya estaban olvidando el incidente ocurrido al poco tiempo de abandonar Capua. Iban atravesando cultivos de viñedos y más campos de olivos, cuando vieron venir hacia ellos varios jinetes, que pronto se dieron cuenta que iban encapuchados. Ese detalle les puso en guardia a todos y acariciaron la empuñadura de las espadas, al tiempo que Guzmán y Marco le echaban mano a sus arcos, poniendo el ojo en alguno de los misteriosos viajeros por si tenían que ensartarlo como a un pájaro antes que pudiese levantar el vuelo después de intentar picar lo que no era bueno para su salud.
Puede que esos fantoches estuvieran mal informados del número de hombres conque contaba el conde, pero lo cierto es que se lanzaron sin meditarlo a una muerte casi segura. Nuño, que ya olía el peligro antes de surgir, espoleó el caballo, al tiempo que Froilán y los imesebelen, y espada en alto se abalanzó a por ellos gritando al resto de su tropa: “A por ellos y que no quede ni uno solo con vida...Quien los manda tendrá que deducir lo que les ha pasado al no verlos aparecer para rendirle cuentas!. Fredo, adelántate con nosotros y demuestra como sabes manejar la hoja de acero que empuñas!. Demuestra que un buen macho sabe manejar eso tan bien como la polla dentro del culo de su amado muchacho!. Guzmán, tú, Ruper y Marco ya sabéis que hacer con las flechas. Como si fuesen gamos!. Que ninguno logre escapar vivo!. Iñigo, no te separes de mí y tú tampoco, Fulvio. Y el resto manteneros a salvo y cuidar de los eunucos y de Piedricco. Incluido tú, Curcio. Eres muy joven todavía para enfrentarte a la muerte”.
Obedecieron las indicaciones del conde, pero los atacantes no era unos aficionados y los superaban en número, en una proporción de dos por cabeza. Sin embargo, cada uno de los africanos valía por cuatro de los enemigos. Y tanto Nuño como Froilán y Fredo podían entenderse con más de dos a la vez, sin quitarle mérito a Fulvio e Iñigo, que los dos también sabía como quitarse de encima a sus oponentes. Y tampoco podemos dejar atrás al mancebo y a Marco e incluso a Ruper, que con cada flecha disparada caería al suelo uno de los cretinos asaltantes, porque harían blanco al menos a tres piezas por cabeza. Se oyó el ruido del hierro al entrechocar y pronto la sangre salpicaba los rostros y los petos de los guerreros sin dar cuartel a la fatiga ni permitirse el lujo de bajar la guardia. Se vieron en situaciones comprometidas todos los chicos y el conde y Fredo tuvieron que sacar a más de uno del apuro. A Iñigo casi le alcanzan en un costado, pero solamente rompió la tela y notó el fuerte roce en la cota de malla. Y con un salto de gimnasta esquivó una estocada que pudo haber sido mortal y alcanzó el pecho del contrario atravesándolo de lado a lado. Fulvio no tenía mucha práctica con la espada y terminó haciendo uso del puñal lanzándoselo al que tenía más cerca. Pero el conde le salvó la vida decapitando a otro que lo iba a ensartar por la espalda. Froilán se las arreglaba bien solo y despachó a unos tres, al igual que Fredo que tuvo tiempo de ayudar a alguno de los otros chavales.
Los tres arqueros hacían gala de una serenidad pasmosa y más que en una lucha a muerte parecía que estaban de caza y montaban el arco tranquilamente apuntando con tino para no desperdiciar ni una saeta. Ellos abatieron a diez antes de que el resto acabase con los demás agresores. Se vieron en menor peligro que los demás, pero también es cierto que no paraban de mover su montura y disparar sobre la marcha. La destreza del conde quedó de manifiesto y todos comprobaron su superioridad en el manejo de las armas. Apenas le arañó ni una espada y la suya sajó y destripó a cuantos se le pusieron delante.
Pero, a pesar de contener a la mayoría, media docena se fueron a por los chavales que cuidaban las mulas. Y creyéndolos más vulnerables se dispusieron a acabar con ellos. Tamaño error, le costaría muy caro. Porque no esperaban que los dos eunucos se armasen de garras afiladas, como cuchillos de matarife, y le arañasen el rostro y rajasen el cuello de parte a parte a dos de ellos. No les dio tiempo de ver las manos armadas de los castrados y confiados al creerlos seres indefensos, se acercaron a ellos sin precaución alguna y eso fue su triste final. A los otros cuatro los aniquilaron Curcio y los otros muchachos unidos al grupo de esclavos del conde. El joven aristócrata no se amilanó y quiso mostrarles al resto que había practicado con buenos maestros de armas. Al primero lo mató rápido de una estocada certera en el vientre. Pero al ir a por otro, se encontró con un animal que casi lo tronza de un tajo. El chico pegó un salto hacia atrás y se libró por los pelos. Pero reaccionó y amagó hábilmente engañando al patán y le seccionó la garganta con la punta de la espada.
Los otros chavales formaron equipo y mal que bien lograron dar muerte a los otros dos. Dolorosa, pues no acertaron a la primera en clavar las espadas y puñales en órganos vitales, pero terminaron por rematarlos a base de pinchazos indiscriminados y por todas partes. Hasta Piedricco quiso tomar parte en la lucha y antes que Mario le clavase el cuchillo en el estómago al puto sicario, saltó sobre la espalda del tipejo arañándole los ojos desde atrás. Pero se cayó y si el otro chico no se da prisa en clavar su arma, el matón aplasta la cabeza de Piedricco con un pie.
Hassan y Abdul demostraron lo útil que eran las uñas de acero que encargara el mancebo y el conde volvió a admitir que la caricia de esas dos gatas salvajes era altamente mortífera. Al terminar la masacre, Nuño observó con atención los cuerpos inermes de los enemigos y rebuscó entres sus ropas alguna señal que le indicase la procedencia y motivo del ataque. Y la encontró. Uno de ellos, que ya desde lejos le dio la impresión de ser el jefe y fue al primero que dio muerte, llevaba un pergamino muy doblado que en los bordes todavía se veía un sello de lacre con dos llaves cruzadas coronadas con una mitra papal. Las llaves de San Pedro pretendían cerrarle el paso hacia Pisa.
Nuño no esperó a que otros apareciesen de improviso y mandó montar y partir a galope tendido. Más tarde, recorridas ya varias millas, detuvo el caballo y echó pie a tierra. Los chicos esperaron sobre las monturas, pero al ver que también descabalgaba Froilán, se animaron todos a bajar del caballo. El conde los reunió a su alrededor y los felicitó con un beso a cada uno de ellos. Sin embargo, a Iñigo volvió a advertirle que no debía ser tan impulsivo al atacar, pues dejaba ver los flancos y ese punto débil en la defensa podría ser fatal. El chico reconoció que le ciega el afán de herir y descuida su propia protección. Y Nuño le recordó una vez más que el objetivo no es matar sino sobrevivir. Y le repitió reclamando la atención de todos: “La muerte del otro es consecuencia de la defensa de tu vida y no de desear su muerte”.
Pero a Piedricco le riñó por imprudente y le dijo a Fredo que el castigo corría de su cuenta. El vería si el chico merecía o no un correctivo por ser tan impulsivo y poner en riesgo su vida cuando se le había ordenado que no se expusiese a ningún peligro. Piedricco alegó que él también era un hombre y quiso ayudar a sus compañeros. Lo malo era que no tenía nada conque atacar a no ser sus propias uñas. Y eso es lo que usó. La salida del crío les hizo reír a todos, menos a Fredo que todavía estaba temblando sin poder olvidar que su amado había estado a punto de morir.
Y entonces, tras mirar al conde y leer en sus ojos su aprobación, Fredo agarró al crío y lo puso de bruces sobre una rodilla y le sacudió la badana con fuerza. Pobre Piedricco!. Debía ser la primara zurra que recibía y lloró como un desconsolado. Mas un beso con caricia incluida de su amante bastó para olvidarse del escozor en el culo y volvió a sonreír feliz de pertenecer a un hombre tan machote como Fredo. Además sabía que en cuanto tuviesen un poco de tiempo, su amante le compensaría ese dolor que ahora sentía en las nalgas, trocándolo por el gustoso ardor que le quedaba dentro del culo después de follarlo. Continuaron la marcha un largo trecho y, cansados y polvorientos, entraban en Pontecorvo.
2 comentarios:
Me agrada el Conde Feroz , tiene aventuras , romance
y sadomasoquismo
Muchas gracias godofredo. El mérito es de su autor el Maestro Andreas que además de escribir de manera tan amena se preocupa porque los detalles históricos en donde se mueven los personajes de ficción sean ciertos y verdaderos.
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