Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

viernes, 2 de diciembre de 2011

Capítulo LVI


Abandonaron la ciudad al amanecer y constituían un tropel variopinto de capas al viento, flotando sobre las ancas de briosos caballos de raza. De tan buena casta como los jóvenes que los montaban, ya fuesen señores o esclavos. Al frente del cortejo de bellos paladines iba el más fuerte, el conde Don Nuño y junto a él don Froilán, el elegante noble aragonés. Les seguían Fredo, Guzmán, Iñigo y Fulvio. Luego cabalgaban Ruper con Marco y Curcio. Pegados a ellos trotaban Bruno y Casio, los dos muchachos napolitanos y también Mario y Denis, los dos sicilianos. Y detrás de éstos montaban sus jacas Piedricco y los dos eunucos, que tiraban además de la reata de mulas, guardados de cerca por dos jinetes negros que tenían mucho interés en la seguridad de estos castrados. Eran Jafir y Ali, sobre buenos caballos para soportar largas marchas y rápidos ataques en la guerra. E iguales cabalgaduras llevaban los otro cuatro guerreros africanos, que flanqueaban la cabeza y la retaguardia de la formación. Veintidós jinetes con sus corceles y varias mulas.

Pensaban llegar hasta el principado de Capua y descansar una jornada antes de adentrarse en tierras pontificias. En cuanto abandonasen los territorios del reino de las Dos Sicilias, en el resto de la península de Italia se encontrarían en dominios güelfos, a excepción de algunas ciudades estado como Pisa o Génova. A partir de entonces debían extremar las precauciones para no caer en una emboscada concebida por los servidores papales. Pero en cualquier caso, las alertas del conde no bajaban la guardia en ningún momento y estaba ojo avizor a que saltase la liebre en cualquier recodo del camino. Con Roma y sus ansias de poder toda cautela era poca. Y no dudarían en matar para conseguir sus propósitos.

Sólo se detenían lo justo para dar de beber a los caballos, dejándoles recuperar el resuello mientras ellos reponían fuerzas con algún refrigerio a base de higos secos, nueces, uvas, algo de carne seca y queso con hogazas de pan horneado al amanecer o cocido por los eunucos en improvisados hogares de barro. Pero los chavales iban contentos y reían en cuanto se juntaban alrededor del conde y Froilán para descansar, o andar un rato para no anquilosar las piernas de tanto ir a caballo. Lo peor que llevaban era ir todo el tiempo con cotas de malla bajo los petos. El conde quiso que todos fuese protegidos e iban armados como guerreros. Llevaban espadas y dagas al cinto y también arcos y flechas, pero indiscutiblemente los maestros arqueros eran Guzmán y Marco. Ambos hacían gala de una puntería asombrosa, dado su pasado como furtivos, y eran los encargados de suministrar carne fresca al resto. En cuanto pasaban por algún bosque o coto de caza y cualquiera de los dos chavales aventaban una pieza, fuese gamo o corzo, la perseguían a todo galope abatiéndola con un par de flechazos.

Pero evidentemente los únicos que no se protegían con malla de hierro ni portaban armas que no fuesen cortas, eran los dos eunucos y Piedricco, que definitivamente no había nacido para esas cosas de la guerra. Sus batallas las libraba de otro modo, más apacible pero no menos esforzado. Y su campo de acción era el lecho u otro lugar propicio para que Fredo lo cogiese por la cintura y relajase sus nervios con un buen polvo. Ese día, pasada ya la media tarde, el conde ordenó hacer un alto en la marcha para evacuar aguas u otras necesidades mayores y vio a Curcio adentrarse en un olivar, solo y sin avisarle a otro de sus compañeros que iba a aliviar sus tripas. Siguió al muchacho y aguardó a que terminase de hacer sus necesidades, viéndolo en cuclillas y con sus redondas nalgas, tan bien modeladas, expuestas al aire.

El chico era muy escrupuloso en el aseo personal de su cuerpo y también de sus bajos, y Nuño admiró como procuraba limpiarse el culo con tanto esmero y minuciosidad. Cuando el chaval consideró que todo estaba como es debido y ya empezaba a subirse las calzas para tapar otra vez el trasero, el conde salió de su escondite y lo sujetó por detrás, obligándole a apoyarse contra un tronco retorcido.

Curcio, de entrada se sobresaltó, pero al ver quien era el que lo agarraba se tranquilizó y sólo dijo: “Sois vos?”. Nuño no dejó que se volviese del todo y le respondió: “Sí. Soy tu señor y no quiero que te alejes del resto sin avisar a nadie. Es peligroso que un joven tan bello como tú ande solo”. El chico se excusó diciendo: “Señor, sólo tenía ganas de...”. “Calla!”, exclamó el conde. Y añadió acariciándole el esfínter: “Te molesta al montar después de tanto follarte?... O te gusta sentir el ardor que te dejan las pollas al moverse con fuerza dentro de ti?... Te dejas penetrar por miedo a que te azote otra vez o le has encontrado gusto a servir de puta para que te den por el culo?...No hables!... Eres muy guapo y me gusta este cuerpo que parece ideado por un gran artista...Pero tu culo me enloquece porque está erguido y se pronuncia su redondez al final de tu espalda. Dos nalgas carnosas y firmes, siempre turgentes aún después de zurrarlas o mazarlas golpeando con los muslos al clavarte la verga... No sé si te has enviciado tan pronto o ya existía dentro de ti una zorra deseosa de macho. Pero eso me da igual, porque cuanto más perras más placer dais a un hombre. Y tú vas a ser mi perrita esta tarde... Sabes lo que te haré ahora?”. “Sí, señor”, acató el crío. “La noto muy gorda y más crecida que de costumbre...Te da miedo que te la meta aquí?, le preguntó Nuño. “No, señor”, dijo el chico. El conde le sobó con fuerza los glúteos y agregó: “Eso me gusta... Pero no sé si prefieres antes unos azotes”. “No, señor”, contestó Curcio. “Y si la zurra es indispensable para que te folle, porque me gusta notar la carne caliente?”, insistió al amo. “Señor, si ha de ser requisito previo, azótame y luego fóllame, amo. Pero no me dejes así ahora”, suplicó el muchacho. “Y cómo quieres que te deje así si has hecho que me hiervan los cojones!...Agárrate al olivo y mantén en alto la cota de malla para que no me roce el capullo, que ahora sí que van a romperte el culo!”. Y todos hicieron como que no oían, pero en todo el campo resonaron los gemidos de Curcio.

Y los vieron volver con una amplia sonrisa en los labios. Y el chico, con un brazo del conde sobre los hombros, ocultaba las manos bajo su capa azul siena, porque se tocaba el culo, que todavía no había echado fuera todo el semen que tenía dentro de la tripa. Notaba la humedad entre las nalgas y eso lo ponía nervioso por ir con el trasero manchado, pero, por otra parte, le otorgaba un destacado privilegio sobre los otros esclavos. Esa tarde el había sido la perra elegida por el amo para satisfacerle en solitario. Froilán sonrió malicioso y miró a los otros chicos que no ocultaban los prominentes bultos en sus entrepiernas. Todos se habían puesto cachondos y otra cabalgada les bajaría un poco la calentura.

Ya de nuevo en camino, Curcio trotaba al lado de Guzmán y acercó el caballo para preguntarle: “Te molesta que esté a solas con el amo?”. El mancebo lo miró con una sonrisa y le respondió: “No. Sólo soy un esclavo y lo que mi dueño haga no es asunto mío... Yo le sirvo como y cuando disponga... Y a ti?. Te ha gustado estar a solas con él?”. “Sí... Esta vez me dio más fuerte”, contestó Curcio. “No escuché azotes”, objetó Guzmán. “No me pegó con la mano ni con la correa, pero me partió el culo con su verga... Ahora sí me ha hecho su esclavo”, dijo el chaval. Y Guzmán le dijo: “Eso me alegra, porque me gusta tenerte con nosotros...Ya eres uno más y gozaremos todos si el amo está contento. Nunca lo olvides y procura servirlo con todo tu empeño... Desde que te vi la primera vez, supe que le gustabas al amo y no tardaría en hacerte suyo. Eres demasiado hermoso para dejarte escapar”. “Te juro que no quería escaparme!”, exclamó el crío. “Ya lo sé. Es una manera de hablar refiriéndome a que tu destino ya estaba escrito en cuanto el conde puso sus ojos sobre ti”, le aclaró el mancebo, añadiendo: “No sabes nuestra historia, pero te diré que antes que su esclavo fui cazador. Un furtivo. Un ladronzuelo que los nobles colgáis de los árboles por quitaros la caza que consideráis vuestra. Y por eso huelo una pieza a distancia. Y sé que de clase de animal se trata. Y tú me oliste a sexo y a una nueva perra para complacer al amo... Y no te enfades por llamarte así, porque todos somos perras para que goce de nuestros culos”.

Curcio se rió diciendo: “No me ofendo por eso, puesto que sé de sobra lo que somos cuando ponemos el culo para que un macho se solace dentro de nuestra barriga... Y de todos modos me gusta ser la puta de un hombre con buen rabo...Y no sólo el amo lo tiene... El de Fulvio está muy rico. Y el de Iñigo y el tuyo también... Espero que el amo os deje volver a montarme”. “Me he equivocado. No eres una perra. Eres una zorra!... Menudo putón vas a ser en poco tiempo!”, exclamó Guzmán soltando una carcajada que llamó la atención de todo el resto de la comitiva.

No hay comentarios: