Autor: Maestro Andreas
viernes, 19 de agosto de 2011
Capítulo XVI
Mientras Froilán se la calzaba a Ruper, tapándole la boca con una mano para poner sordina a sus escandalosos jadeos y el conde se disponía a dar cuenta del culo de su rubio paje aún virgen, en el ala contraria del castillo sucedía algo anormal. Tres encapuchados, bajo toscos sayales negros, se deslizaban sigilosos procurando no hacer ruido ni alarmar a la guardia del rey. Pero por la trazas de los individuos y su sospechosa actitud, podía colegirse que no se proponían nada bueno a esas horas de la noche y albergaban negras intenciones respecto a la seguridad del monarca.
Las tres sombras siniestras buscaban la alcoba real y bajo sus ropas llevaban afiladas espadas desenvainadas. Quién podía desear la muerte del rey y cómo se habían introducido esos felones en el recinto del castillo logrando llegar cerca de los aposentos reales?. Con la agilidad de gatos monteses saltaron sobre los Monteros que custodiaban la puerta de la cámara real e irrumpieron en ella dejando relucir sus aceros con los pálidos reflejos de la luna llena que se filtraban por un ventanal.
El rey, tumbado en su lecho, se sobresaltó y como inspirado por un ser etéreo e invisible, con un rápido movimiento de rotación se dejó caer al suelo empuñando un estilete que siempre ocultaba bajo las almohadas, esquivando de ese modo las cuchilladas mortales que atravesaron el mullido colchón de plumas sobre el que un instante antes descansaba el soberano. En gran parte del castillo se oyó la voz regia gritando: “A mí, al rey!”. Y eso bastó para que varios Monteros acudiesen a la llamada de su Señor presentando pelea a los tres conjurados.
El conde también escuchó el ruido de pasos agitados y dejando a un lado el placer se cubrió con la capa y salió al pasillo empuñando su espada. Corrió en la dirección del jaleo y se topó con Froilán que, como él, iba casi desnudo a medio tapar sus vergüenzas con un manto y blandiendo el acero para defender el honor y la vida de quien necesitase su auxilio. Los dos amigos se preguntaron que ocurría, pero no sospechaban aún que el peligro se cernía sobre su Señor. Nuño se fijó en la polla empalmada de su amigo y le dijo: “Esa espada no creo que te sea útil ahora. Enváinala y deja que la otra que empuñas haga el trabajo”. Froilán, miró hacía su pija y respondió: “Joder!. Bien envainada que la tenía dentro del culo de mi Ruper y me quedé a medias en el segundo polvo”. El noble señor se olió los dedos de la mano izquierda y añadió: “Cómo me gusta el olor del agujero de ese puto muchacho!. Mientras lo perciba en mis manos no se me bajará la verga... Pero vayamos a ver que pasa...Démonos prisa!”.
Llegaron a tiempo de participar en la lucha y proteger al rey, pero no fue posible apresar con vida a ninguno de los frustrados asesinos, puesto que dos murieron atravesados por las espadas de los Monteros reales y el tercero, herido mortalmente por el conde, se arrojó al foso por el ventanal estrellándose contra unas peñas. No era posible averiguar el origen de la conspiración contra el rey de Castilla, ni hasta donde se extendía la traición para matarlo. Don Alfonso le quitó hierro al asunto y agradeciendo a todos su lealtad y valor los despidió deseándoles buenos sueños y que el resto de la noche trascurriese tranquilamente sin más sobresaltos. Pero, para mayor seguridad, ordenó doblar la guardia ente su dormitorio y reforzar la vigilancia en todas la puertas del castillo.
Los dos nobles señores regresaron junto a sus pajes para terminar la faena empezada e interrumpida a medias, en el caso de Don Froilán, y a punto de iniciarse respecto al estreno sexual del nuevo paje del conde. Y en pocos minutos, Ruper volvía a tener la polla de su amo en el culo, retomando la follada con nuevos bríos y más empuje, que el chico agradeció estallando con un chorro de leche escupida por su pene entre estremecimientos y gemidos, dando la impresión que el chico se desnataría sin remedio antes de que su amo le llenase la barriga con su semen.
Nuño, al entrar en sus aposentos, miró a los dos chicos que lo esperaban sentados en el lecho sin articular palabra y temblando todavía por el miedo que pasaran al no saber que suerte corriera su señor, ni a que riesgo se enfrentaba al irse sin ellos. Guzmán no pudo reprimirse y le preguntó: “Amo, que ha pasado?”. “Han atentado contra el rey... Pero está ileso y fuera de peligro. No te preocupes por él”, contestó el conde. “Y tú, mi señor”, volvió a preguntar el mancebo. “Ya me ves. En forma y preparado para el asalto a la virginidad de este precioso joven”, respondió Nuño destapando su verga ya levantada y en ristre para ensartar el primer culo que se le pusiese por delante.
Los tres liberaron la tensión riéndose y el conde le ordenó a Guzmán: “Ponte a cuatro patas y enséñale a Iñigo como espera una yegua a que el garañón la monte”. El mancebo se colocó sobre la cama dándole el culo a su amo y separó las nalgas con las manos para dejar a la vista el ojo del culo, medio abierto por el fuerte deseo a ser follado por su señor. Nuño se acercó a él y le mostró al otro joven el redondo y jugoso bodoque que formaba el ano de Guzmán, para que viese bien como era un esfínter preparado para ser usado como el coño de una zorra. Pero esa piel morena del muchacho y el aroma que exhalaba su ojete, más atrayente que el del celo de una perra, lograron que el conde enfilase su verga hacia esa maravillosa entrada al paraíso del sexo con su puto preferido. Y se la clavó hasta lo más profundo de las tripas del chaval y ya no pudo parar.
Se montó sobre la espalda de Guzmán y le comió las orejas y toda la parte posterior del pescuezo. Y sólo pudo decir: “Iñigo, ve como le doy por el culo a esta puta y aprende a ponerme cachondo y ciego de lujuria como lo hace ella.... Cabrón!...Mi niño!... Mi amor!. Cómo me gustas y lo bien que me encandilas y prendes en tu puto culo!...... Te voy a preñar, jodido crío!”. E iñigo no fue iniciado para poner el culo a su amo, como esperaba, pero vio un polvazo que jamás olvidaría en toda su vida. Nuño le dio tan fuerte a Guzmán y calcó tanto apretando con sus riñones para entrarle más adentro, que al muchacho se le flojearon los brazos y hocicó sobre la cama, manteniendo solamente el trasero erguido y espatarrando al máximo las patas para que su amo lo follase a sus anchas. Amo y esclavo eyacularon juntos, pero no sólo ellos lo hicieron, porque Iñigo se corrió sin meneársela al ver como temblaban y se estremecían y oír los jadeos y gemidos de placer que salían de los dos amantes, ya empapados de sudor y coloradas sus mejillas por el ardor y el fragor de la jodienda.
El pobre Iñigo se quedó helado al ver como lo miraba su amo por haber dejado sin su permiso varias manches de semen en el suelo. Nuño le gritó que eso no le estaba permitido a ningún puto esclavo sin que su amo desee aflojarle la presión de las bolas y que eso merecía otro castigo de azotes, pero esta vez con una correa para que el picor de los verdugones le recordasen que no volviese a eyacular sin su autorización. El chico bajó la cabeza y se arrodilló ante el conde mostrándose sumiso y arrepentido y el mancebo intervino en su defensa diciéndole a su amo: “Mi señor, ten en cuenta que es muy joven y no le es fácil evitar que su pene deje escapar la leche al llenársele demasiado los cojones. Además no sabía que eso no le pertenece y debe contar con tu permiso para desperdiciarla o aprovecharla como tu digas. Amo, te ruego que seas comprensivo y no le castigues por esto con una tanda de correazos”.
Iñigo no lloraba ni tenía intención de unirse a la súplica de Guzmán, pero Nuño, que en realidad no tenía ningún deseo de azotar otra vez al muchacho, se mostró generoso con el paje y le ordenó que llamase a los eunucos. Iñigo, oprobiado por no saber contener su vicio, salió en busca de los dos esclavos y el conde les dijo: “Lavarlo bien por fuera y por dentro para ser usado antes de que amanezca. Le prometí que antes de salir el sol de nuevo su culo estaría amoldado a mi verga y así será. Me da igual que uséis el perejil o un bebedizo, pero lo quiero limpio y con las tripas vacías hasta de aire. Y no os demoréis demasiado que no tengo ganas de esperar más de lo que sea preciso para joderlo el resto de la noche”. “Sí, amo. Estará listo antes de que desees volver a vaciar tus testículos”. Y los eunucos se llevaron a Iñigo para prepararlo e instruirlo en su función de puta a su amo, sin que hubiese riesgo a mancharle la verga o soltase algún pedo intempestivo al taladrarle el culo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario