Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

domingo, 19 de febrero de 2012

Capítulo LXXVIII

Los tres chavales estaban muy excitados y de sus penes no cesaba de brotar suero lechoso, que indicaba el nivel de carga de sus pelotas. El mancebo e Iñigo seguían sentados en el suelo del jardín y Carolo, arrodillado ante el conde, tragaba la polla de Nuño, aunque más que mamarla, el otro le follaba la boca enérgicamente y sin darle opción a otra cosa que no fuese segregar saliva y babarse como un ternero. Guzmán vigilaba los huevos de Carolo por si notaba síntomas de eyaculación, mientras Iñigo continuaba metiendo la lengua en el culo del chico tal y como se lo ordenara su amo.

El ano de Carolo latía y se abría y cerraba rápidamente al contacto húmedo de la afanosa lengua de Iñigo y sus testículos, totalmente lleno e hinchados, le ocasionaban un dolor sórdido que no apreciaba en su plenitud, dado el grado de calentura en que se hallaba en esos momentos el muchacho. Y el conde aceleraba el ritmo, rozándole las amígdalas con la verga, y sin que los tres críos lo esperasen dejó salir unos fuertes chorros de leche dentro de la boca de Carolo, que primero se atraganto y luego se relamió los labios para recoger lo que pudiera salir de su boca al convulsionarse.

Quedaron helados al darse cuenta que sus pollas no iban a tener alivio y más al oír la orden del conde que les ordenaba levantarse e ir tras él a su aposento. Y ni siquiera dejó que Carolo se vistiera de nuevo y lo llevó sujeto por un brazo en pelota viva por los claustros y corredores del palacio. Los otros dos iban mojados por lo bajos y sus pijas pretendían salir a través del tejido de las calzas, manchadas y pegadas al tronco de sus pollas. Nuño casi corría camino de sus habitaciones y los chicos volaban enardecidos y cargados de semen hasta las orejas.

Al entrar en el cuarto, el conde se desnudó, casi arrancándose la ropa, y les mandó a sus dos esclavos, que aún estaban cubiertos, que se quitasen todo y se acostasen los dos juntos en un lado de la cama, porque el que dormiría pegado a su cuerpo sería Carolo. Los chavales mostraban una calentura portentosa, pero Iñigo y Guzmán obedecieron al amo y se tumbaron sobre la cama muy abrazados para ocupar el menor espacio posible. Carolo lo hizo junto al conde y muy arrimado a su cuerpo para notar ese calor que buscaba desde que le acarició el recto por primera vez. Pero Nuño no lo abrazó ni se movió emitiendo una respiración apacible que indicaba que ya se estaba quedando dormido. Y las tres jóvenes pollas seguían inhiestas latiendo contra el vientre y apuntando a los ombligos de los tres muchachos.

Los esclavos no aguantaban la presión en las bolas, pero si el amo no deseaba que se corriesen tendrían que aguantar hasta que le apeteciese usarlos y dejar que sus penes vertiesen el esperma que ahora los atormentaba. Y se hizo ese silencio que sólo altera la respiración de un hombre que dormita plácidamente y el brillo del reflejo lunar les daba a los rostros una ensoñación fantasmal. Carolo estaba despierto y apretaba el culo contra la polla del conde y, al rato, una mano en su estómago lo atrajo aún más hacia el macho dormido, que ya no lo estaba, o al menos su verga. Y notó dos de los fuertes dedos del amo entre las nalgas buscando el centro y entrar en el ano. Las yemas estaban mojadas de saliva y no les costó deslizarse dentro del culo de Carolo.

El chico notaba como se movían y se separaban abriéndole el esfínter, pero ni gimió ni hizo el menor ruido, como si estuviese paralizado por la incertidumbre de lo que le deparaba el conde ahora. Esperaba lo que él deseaba, pero eso sólo lo tendría si a su señor le apetecía su carne para solazarse con ella. Y ni se le ocurrió echar el culo más para atrás por si se quedaba sin rabo otra vez y también si el gustito que le estaban dando los hábiles dedos de su señor. Y la mano del conde subió hasta su boca y la tapó. Y enseguida los dedos abandonaron su tarea y en su lugar algo tan duro como ellos y más godo presionó en el agujero y se abrió paso dentro del culo de Carolo. Se agitó de pies a cabeza, pero su boca no pudo emitir sonido alguno. Y el miembro de Nuño comenzó a moverse de atrás adelante, clavándose cada vez más dentro de las tripas del chaval.

Carolo se relajó y un gozoso temblor, que nacía en su vientre, se apoderó de él y Nuño le habló al oído: “Ahora sí eres mío y hasta cuando yo disponga otro destino para ti. Eres cálido como las noches de verano y hueles a vida como la naturaleza al estallar la primavera en sus campos. Y a pesar de tu juventud, eres un precioso macho para deleitar al hombre más exigente. Me enloquece el roce de tus nalgas en mis piernas y mi vientre y voy a penetrarte hasta que parezca que mis cojones también están dentro de ti... Carolo, no imaginas el ansia que tenía por poseerte y follarte como ahora lo hago. Y sé que me darás muchos momentos de placer a partir de ahora, ya sea tú solo o con el resto de mis muchachos... No hables si no te pregunto y no digas nada, porque siento en mi polla como palpita tu alma al querer sentir toda mi carne que se pasea por el interior de tu cuerpo. Esta noche te preñaré como a una mujer y ya nunca olvidarás que llevas mi semilla dentro de ti”.

Carolo volvió la cabeza hacia la cara de Nuño e intentó besarle la boca. Y el conde le concedió ese gusto e introdujo su lengua para unirla a la del chaval. El crío temblaba como si estuviese al relente en un día de crudo invierno y, al mismo tiempo, despedía un calor por todo el cuerpo que provocaba abundante sudor en los dos cuerpos que se movían al unísono al vaivén que marcaba el que le daba por el culo al otro. Nuño le mandó elevar una pierna al chico y al izarla le calzó con fuerza la polla hasta hacerlo gritar. Pero aún así, Carolo abría sus carnes y se apretaba contra el cuerpo del amo para empalarse vivo en su señor. El chico sentía fuego en las tripas y sacudidas que como repentinos calambres le ponían de punta el pelo. Notaba como si se le derritiese el ojo del culo, como la manteca al acercarla a un hierro candente. Y la tranca del conde se adueñaba de su cuerpo deseando ser jodido todavía más. Que el amo le metiese un polvo sin fin, aunque sus huevos estallasen a fuerza de intentar retener la leche en ellos. Eso le resultaba difícil a Carolo y no podía impedir que ya se le escapasen gotas de semen por el capullo.

Y el conde se acordó de los otros dos chavales, que callados como muertos apretaban el pellejo del prepucio para que no le saliese la leche a borbotones oyendo los ruidos morbosamente eróticos que emitía Carolo y su señor. Y le dijo: “Venga perezosos!. En pie y con las pollas en ristre que os voy a pasar revista al tiempo que despacho el culo de esta nueva puta que os hará compañía en mi cama desde ahora. Quiero ver como corre vuestra leche a raudales cuando este chaval explote soltando semen hasta por los ojos. Y que sea al mismo tiempo los tres, porque yo le estaré llenando la barriga hasta que le rebose por el culo”. Y no tuvo que repetírselo dos veces, porque ya estaban al lado de su amo apuntando a lo alto con sus pollas babosas. Y Nuño les ordenó acercarse a él y les metió a los dos sus dedos por el culo para pajearlos hasta que diese la orden para correrse los cuatro.

Y llegó la eclosión de los cojones de los cuatro jóvenes, que, como huevos de ave bien empollados, dejaron salir, pero sin romper su cubierta, el germen de posibles criaturas que nunca fecundaría el óvulo de una hembra. Tres series de chorros saltaron al aire y la cuarta quedó recogida en la barriga saciada de Carolo. Por un momento se hizo el silencio y reinó la calma, aunque las respiraciones de los cuatro aún no recuperaban su ritmo normal de reposo. Cuatro tórax sudados subían y bajaban cada vez más despacio, pero todavía se notaba en ellos la fatiga de un esfuerzo recién hecho. Y el conde fue el primero en moverse y buscó las manos pringadas de leche de sus esclavos y las lamió y besó con un amoroso celo que encendió otra vez la pasión desbordada de los tres muchachos.

De las manos pasó a los labios y orejas y al llegar a la frente de cada uno de ellos, sus pollas recuperaban la dureza y levantaban la cabeza descapullada como diciendo que ya despertaran de nuevo. Las caricias se propagaron entre los cuatro y los besos y las mamadas y los sobeos. Y los tres esclavos se comieron el culo unos a otros, bajo la permisiva mirada del amo, y se esforzaban por ser el que mejor se la chupaba al dueño que transformara sus vidas, hasta que éste quiso montarlos por turno empezando por el mancebo y terminando por Carolo. Pero, a parte de que los tres chicos se mamasen las pollas y se comiesen la boca mientras los follaba el amo, Nuño, introdujo una novedad. Y fue permitir que Iñigo probase en su culo la verga del más joven de los tres.

Y así terminó la sesión antes de dormirse y descansar de tanto ajetreo sexual. El conde se la metió por detrás a Carolo, con fuerza y de golpe. Y éste se la endiñó por el ano a Iñigo, puesto a cuatro patas y con la pija metida en la boca del mancebo. Y la follada fue espectacular.



Con la misma fuerza que el amo le daba a Carolo, la polla del chaval reproducía el empujón contra el culo de Iñigo y su capullo se encarnaba en el otro chaval haciendo que gimiese como una perra herida, pero cachonda hasta la médula de los huesos. Y el mismo efecto penetrante lo experimentaba Guzmán en su boca al calcarle la verga hacia dentro su rubio compañero de esclavitud. Era la primera vez que Iñigo tenía dentro del culo otro rabo que no fuese el de su amo y no le disgustó la prueba, puesto que ese otro chaval, tan joven y caliente como ascuas en el hogar de una fragua, atizadas por la verga de Nuño clavada por detrás y abriéndole el culo con saña, le daba brasa sin parar y entrando hasta el punto más álgido de ebullición de la libidinosa lujuria del bellísimo esclavo de piel dorada. Este notaba el frotamiento del glande henchido de sangre del otro crío y le provocaba un orgasmo interno que lo ponía como a una loba en su primer celo. Y la fuerzo y potencia conque le dio la leche a Guzmán en la garganta era buena prueba de esa sensación de sumo placer.

Nuño consideró si debía mandar a Carolo a dormir con Dino para dejarle el culo preñado también, pero al ver como el chaval se acurrucaba contra su pecho, le enterneció y dejó que pasase la noche con él y sus otros dos esclavos. Iñigo aprovechó la oscuridad y estar al lado de Carolo para besarle los labios antes de quedarse dormido como un lirón y el chico le respondió con otro beso apasionado y lleno de mojado deseo de entrar en él ahora por la boca. Pero Guzmán se colocó al otro lado de su amo, pues sabía que antes de salir el sol recibiría otro visita de su señor en sus entrañas, siempre ansiosas de tenerlo dentro.