Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

domingo, 14 de agosto de 2011

Capítulo XIV

 Hubo danzas y juglares que recitaban sus versos y cantaban coplas festivas al son de alegres melodías con flautas y gaitas para solazar a los invitados del rey. Don Alfonso X no dejó de charlar animosamente con sus nobles y en especial con Nuño y Froilán, supuestamente de los negocios que interesaban al monarca en relación con la corona imperial que pretendía. Ambos señores serían sus embajadores ante la república de Pisa e iniciarían las negociaciones para defender sus derechos a ser rey de romanos, contando con los gibelinos, nombre derivado del castillo de Waiblingen, cuyos señores eran los Hohenstaufen de Suabia, familia a la que pertenecía el rey castellano por línea materna, y derrotar en tales pretensiones al hermano del rey de Inglaterra Ricardo de Cornualles, que contaba con el Papa Alejandro IV además de los güelfos, partidarios de los derechos de la familia de los Welfen de la casa de Babiera.

Y como si estuviese soñando, Iñigo vio levantarse al conde de su escaño y acercarse a él sonriéndole. Ruper, también lo vio y le hizo un guiño a su nuevo compañero, dándole ánimo con una mueca para cautivar de una vez por todas al conde. Nuño rodeó la larga mesa y se aproximó a su paje por detrás para decirle: “Qué tal te están tratando en la corte, Iñigo?”. El chico se puso muy nervioso y sin dejar de esbozar una amplia sonrisa de satisfacción y alegría por la deferencia de su señor, le contestó: “Muy bien, mi amo. Y Ruper me ha dado unos buenos consejos para serviros mejor y complaceros como más os agrade. Os pertenezco como paje, mi señor, pero deseo ser vuestro absolutamente y para todo lo que deseéis de mí. En cuerpo y alma, mi amo”. El conde acarició la cabeza del paje y le dijo al oído: “Eres mío desde el momento en que te vi. Y por eso me servirás en cuerpo y alma y para siempre. Esta noche todavía dormirás con los eunucos, pero no tardarás en servirme en mi lecho. Todo a su tiempo, que en esto no son buenas las prisas. En cuanto veas que me retiro, ven tras de mí. Y no bebas demasiado vino, porque no quiero verte borracho o algo bebido”. “No beberé más vino, señor” dijo el chico. Y el conde le recomendó a Ruper: “Cuídalo, que es una joya a la que estimo mucho”. Iñigo no cabía dentro de sí y flotaba en una nube por las palabras de su señor. Y Ruper le dio una palmada en el hombro diciéndole: “Conque no se había fijado en ningún chaval para meterle la verga por le ojo del culo!. Pues el tuyo ya está emplazado para ser penetrado en muy breve tiempo. Te va a empalar en su polla y te hará subir al cielo sin alas y con la barriga llena de su leche. Amigo mío, tus días de virginidad han acabado. Tu carne fresca ya huele al cipote de tu amo, que te ensartará todos los días y te alimentará con el fruto de sus cojones. Será un verdadero delirio para tu señor agarrarte por ese pelo tan rubio y montarte a pelo sin silla mi espuelas, pero aguijoneándote con su polla que en cada empujón te la irá clavando más adentro y te hará saltar de dolor. Porque sentirás una punzada aguda, que, sin embargo, llenará tu cabeza con las estrellas de un firmamento dorado propio del paraíso. Prométeme que me contarás con pelos y señales el primer polvo que te meta tu señor. Lo harás?”. “Sí. Lo haré”, prometió Iñigo. Y añadió: “ Y sólo espero que sea como tú dices”. “Será todavía mejor. Ya lo verás”, le dijo Ruper absolutamente convencido de la habilidad del conde para dejar satisfecho a cualquier chaval por más exigente que fuese a la hora de gozar por el culo.

Y al levantarse de la mesa el rey, también lo hicieron el conde y Don Froilán y al unísono se pusieron en pie sus pajes para seguirlos a sus aposentos. Froilán agarró por el culo a Ruper y dándole una palmada en las nalgas le dijo: “Anda ve delante mía que me pone muy cachondo ver como meneas el culo cuando tienes ganas de rabo. Y como ves, Nuño, está salido como un mono, el muy puto, y lleva mojada la calza justo en el ojo del culo. Cómo me hace gozar este jodido chiquillo!. No sé que haría sin tenerlo a mi lado en la cama durante la noche. No es por fardar, pero le suelo meter dos o tres polvos desde que nos acostamos hasta el alba. Y algunas veces hasta cuatro. Su agujero aguanta los vergazos, uno tras otro, como si nada. Por la mañana esta escocido el muy cabrón, pero parece que eso lo pone más salido todavía y es él quien se sienta en mi verga para clavarse en ella de golpe. Me pide permiso, pero cuando lo hace ya me está rozando el glande con su esfínter y a ver que coño le voy a decir. Clávate, Hostia!. Tú que le dirías, Nuño?”. “Lo mismo, pero le daría un par de sopapos por zorra y vicioso. Bueno. Quizás sólo por zorra, porque me gusta que sean viciosos y deseen tenerme dentro siempre”, afirmó el conde. Y Froilán atizándole un azote en las posaderas a su paje, exclamó: “Pues claro que sí!. Estos puñeteros son los que nos hacen la vida más agradable y que tengamos ganas de gozarla a tope. Te deseo un buen trote sobre ese potranco tan hermoso que te has traído esta vez. Y móntalo pronto que cada minuto que pasa sin domar puede dar lugar a que se resabie. Atalo en corto y cálzasela de lleno en el mismo centro del ojete!”.

Iñigo oía a Don Froilán, pero ni se espantaba por sus palabras ni asomaba a su cara el mero gesto que denotase espanto o temor por ser usado de la forma que decía el noble señor. Y de eso se dieron cuenta los otros incluido el conde. Y al quedarse solos, Nuño le dijo: “A Don Froilán se le subió el vino y su lengua se disparó sin el menor recato. No te asustes por cuanto ha dicho. Aunque puedo asegurarte que Ruper tendrá una noche gozosa al lado de su amo y que mañana le costará trabajo sentarse”. “Ya me contó algo sobre eso en la cena, mi señor”, afirmó Iñigo. “Hablasteis de esas cosas Ruper y tú?”, preguntó Nuño. Iñigo se paró y mirando a su amo le respondió: “Sí, mi amo. Me explicó como debe servir un paje a su señor para darle placer si él lo desea. Aunque en vuestro caso es distinto, porque tenéis una mujer para enfriar la calentura de vuestro sexo y no es necesario que uséis a vuestro paje para eso”. El conde quedó sorprendido por la naturalidad conque el chico le hablaba de tales asuntos y le preguntó: “Te gustaría que yo usase tu cuerpo para mi placer?”. Iñigo no se lo pensó y respondió: “Claro. Pero sé que no puede ser estando con vos Doña Marta”. “Y por qué no?”, inquirió Nuño. E Iñigo contestó: “Mi señor, si ella no estuviese con vos o no tuvieseis reparo en que yo la supliese en vuestro lecho, sería diferente y yo cumpliría gustoso con mi cometido aunque después de usarme como a una mujer tuviese que dormir en el suelo a los pies de vuestra cama al igual que un perro, mientras os solazabais con ella también. Siempre que no se avergonzase mostrándose desnuda ante otros ojos distintos a los vuestros, naturalmente”. “Y no te daría vergüenza que ella viese como te follo?”, objetó el conde. “No. Porque soy un objeto más de vuestro propiedad, al igual que ella”, contestó el chico y añadió: “Mi amo, no tengáis miramiento ni consideración alguna hacia mí y usadme como os de la gana, porque soy vuestro esclavo para todo lo que deseéis. Y yo os respetaré y amaré cada día más y seré sordo y mudo para todo lo que oiga o vea a vuestro lado y que pueda perjudicaros en algo. Soy más fiel a mi amo que el mejor perro de vuestra jauría y ningún secreto que os comprometa se sabrá por mi boca aunque ello me cueste la vida. Os lo juro, mi señor!.

El conde reflexionó un instante y dijo sujetando al chico por ambos hombros: “Está bien. Me ha costado mucho aguantarme sin arrancarte la ropa y verte en pelotas tal y como tu madre te trajo a este mundo para ser mío. Esta noche compartirás mi cama con mi puta y ella te ayudará a darme todo el placer que espero de ti. Y cuando amanezca ya serás un hombre completo porque te habrá entrado por el culo la verga de un macho más fuerte que tú y también beberás su leche para nutrirte con su fuerza y valor. Será el primer paso para iniciarte en la orden de caballería, pues para saber montar bien, antes has de ser bien montado por otro jinete más experto y avezado en el arte de dominar un potro, sin silla ni bridas. Y cuando el sol nos vuelva a saludar desde lo alto del cielo, tu vida será otra muy distinta. Serás totalmente mío como lo es mi caballo o cualquiera de mis perros y esclavos, al igual que lo es Marta, que mientras estemos en privado los tres, le llamarás Yusuf, porque también es un joven mancebo como tú”. E Iñigo no se cortó al decirle a su señor: “Eso ya lo sospechaba, pero sigo sin entender por qué se disfraza de mujer, cuando vuestros soldados no se privan de darles por el culo a otros más jóvenes de vuestra escolta. O al primer mozo que pillen en un establo y se lo cepillan allí mismo sin más contemplaciones, mi amo”. “Muchacho, eres muy listo y avispado, pero no quieras saberlo todo de golpe. No sé todavía que te llevó a suponer que Marta no es una mujer, pero el resto ya lo irás sabiendo a medida que tu culo se vaya abriendo cada vez más y se trague mejor mi verga. Lo único que debes tener en cuenta y no olvidarlo nunca es que los dos sois mis esclavos y me pertenecéis para todo cuanto yo quiera haceros o daros. Desde los pies hasta la punta del pelo no tenéis más misión ni objeto que darme gusto y deleitarme la polla y los huevos cuando yo desee. Está claro?”. “Sí , amo”, acató Iñigo. Y se vio estrujado por los potentes brazos del conde que le besó los labios, comiéndole la boca como si fuese el mejor postre de la cena.

Era el primer beso que le daban al chico y el primero también conque él correspondía a otra persona y le gustó. Le gustó tanto que buscó de nuevo la boca del conde para besarla otra vez y la encontró dispuesta a repetir con otro largo y húmedo beso. Durante el segundo, el conde le echó mano al culo y se lo apretó. Y el chaval notó que la sangre se agolpaba en sus sienes y le costaba respirar de tanto calor que le subía desde el ano. Y también notó el bulto del paquete de su amo que se frotaba contra el suyo y se empalmaban los dos como borricos oliendo el coño de una burra con la madre a punto para concebir. Y, sin pararse a pensar si podía verlos alguien, el conde puso al crío con la nariz contra el muro y restregó su verga entre las nalgas del chico anunciándole el tamaño de tranca que se iba a tragar esa noche. Pero a Iñigo no le asustó y aflojó el culo para demostrarle a su amo que estaba ansioso por recibir a su dueño dentro de sus entrañas y que le dejase su semilla en ellas.