Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

viernes, 30 de diciembre de 2011

Capítulo LXIV

Pasaron una noche sin sobresaltos y cada cual se procuró las dosis de placer como acostumbraba. Y la mañana siguiente también fue apacible disfrutando de los jardines del palacio y de un sosegado paseo por la urbe contemplando de cerca la arquitectura de los templos y del palacio papal. La catedral les impactó a todos por su armonía y estructura, así como el trabajo realizado para adornar y dar más magnificencia a su portada e interior. Y en la misma puerta de la seo, Carolo, que los acompañó a modo de cicerone, se quedó pegado a Iñigo, mirándolo de reojo para observar bien sus rasgos y ese color azul que recordándole el de los ojos de Isaura, lo veía mucho más hermoso en el muchacho, al igual que el color dorado del cabello.

Sin ser amanerado en absoluto, Carolo era un completo homosexual en todos sus gustos y le atrajo el esclavo rubio del conde nada más verlo en el salón principal del palacio de su tío. Pero todavía sería prematuro afirmar por que atributos de Iñigo se decantaba el otro chico. Qué buscaba?. El culo o la polla del otro joven?


Guzmán no le quitaba la vista de encima y vigilaba celoso la propiedad de su amo. “Qué pretende este cabrón!”, pensaba el mancebo. Pero no decía nada ni quería que la atención de Nuño se centrase en los dos chavales en lugar de conversar con Lotario, el atractivo capitán, que se les había sumado en la visita a la ciudad.

Pero otros ojos seguían de cerca los glúteos de Carolo. Y esas retinas encendidas eran las de Froilán. Al noble aragonés le habían cautivado tanto o más que la delicada elegancia de Isaura. Con el aliciente que esas cachas se la ponían dura y los ligeros y etéreos modales y gestos de la chica sólo le resultaban agradables y dignos de encomio. El aire sutil de la chica era sólo eso, mientras que la carne prieta y compacta de ese culo sugería muchas más cosas agradables y fuertes para deshacerse de lujuria y verter leche hasta quedar seco. Qué bueno está este puto jodido!”, se dijo entre dientes Froilán. Y añadió, también sin sonido audible: “Esas ancas deben ser hierro de la mejor calidad!. Y sus extremidades lo mismo!”. Sin embargo, parecía que Carolo pasaba de todos menos de Iñigo. Y bien pudiera ser que teniendo en el escudo de armas de su familia un oso, a Carolo, como a un osezno, le atrajese el rico panal de miel dorada en que Iñigo se transformaba a sus ojos. Lo imaginaría dulce y sabroso como el néctar de las flores elaborado por las abejas y por sus gestos estaba claro que deseaba comérselo o cuando menos lamerlo.

Y en un momento de descuido general, Carolo le rozó el culo a Iñigo. Y Guzmán se dio cuenta de la reacción de su compañero, que volvió la cabeza para mirar de frente al acosador. Pero no le dijo nada ni pareció enfadarle que el otro intentase sobarlo. Bueno, también es verdad que sólo eran un ligero roce y pudo ser casual. Pero la cara de Carolo no reflejaba solamente que se produjese por pura coincidencia involuntaria. Sus labios entreabiertos destilaban vicio y ansia de probar mejor la carne del otro joven, que siendo tan rubio como Isaura, le parecía mucho más hermoso que ella y le resultaba mil veces más provocativo su olor a hombre y sus maneras y formas masculinas. Nuño iba a tener otra vez algún dolor de cabeza cuando más tranquilo y seguro se creía. Pero no era raro que ocurriesen esas cosas, paseándose con una caterva de críos que quitaban el sentido al espíritu mas sereno y comedido. Tanta carne fresca era un aliciente para el más pintado.

Iñigo tenía que ser llamativo en grado superlativo en una zona donde predominaban los morenos. Y el conde no parecía darse cuenta de ese detalle. El estaba acostumbrado a verlo y le gustaba tanto un tipo rubio como moreno. O de cualquier color. Nunca le puso remilgos al color del pelo ni de los ojos. Y de suyo, en su jauría de cachorros había un trigueño, dos morenos y el rubio de oro, que su belleza ya le causara algún problema en ese viaje. E iba camino de seguir complicándole la vida por sus encantos y el puñetero cabello de color rubio y la sonriente mirada azul que prodigaba el chico al mirar a otros. Decididamente la mejor solución sería encapucharlo o encerrarlo, pero esas medidas no estaban en la mente del conde por el momento.

El cabildo catedralicio dio la bienvenida a los ilustres extranjeros y el caro cantó para ellos salmos y cantos religiosos que en las voces de los niños y jóvenes cantores sonaron como si los entonasen ángeles sin sexo definido. Muchos todavía eran niños y sus voces aún infantiles se oían claras y agudas. Pero otros ya eran adolescentes, aunque tuviesen la voz atiplada, y todos afinaban maravillosamente y lograban que los oyentes sintiesen la música en el corazón. El capitán les informó que los capaban siendo muy pequeños y esa era la causa de que sus voces fuesen tan finas aún siendo ya medio hombres. Mitad hombres sí, pero del todo jamás podrían serlo estando castrados de ese modo. Y viéndolos tan guapos a más de uno, la verdad es que era una lástima que no tuviesen cojones. Y entre todo el orfeón de voces blancas, uno más alto y muy rubio destacaba por su belleza. “Es un querubín bajado a la tierra para ensalzar al Altísimo!”, exclamó el deán del cabildo catedralicio.

Y Carolo lo miró como si fuese la primera vez que veía un ser celestial. Guzmán, que no perdía ripio de lo que hacía el sobrino del obispo, de entrada quedó perplejo, pero pronto entendió al muchacho. Carolo buscaba un coño en un cuerpo sin tetas y con pito para mear. Pero que tuviese criadillas le daba lo mismo. Lo importante es que fuese guapo y al parecer rubio y con ojos claros como los de Isaura. Y un pensamiento pasó por la mente de Guzmán: “Para que quiere a un tío con unos huevos tan bien hechos como los de Iñigo?. Además no creo que pretenda deleitarse con su preciosa polla tan rica y pringada de babilla en cuanto le tocan los bajos. A no ser que este cafre tuviese la intención de cortarle los cojones a Iñigo!... Con lo buena que está la leche que da!... A ese chaval le haría un gran favor el amo si le enseñase lo que es gozar con otro hombre... Ese culo necesita que lo abran y conviertan su orificio actual en una puerta grande para celebrar con jubilo la llegada de una nueva vida sexual. Aunque reconozco que el cantor es verdaderamente bonito y si llega a tener huevos todavía, sería un hermoso galán”.

El castrado también miró a Carolo como Helena debió ver a Paris por primera vez. Y no hicieron falta ni manzana ni la flecha de Eros para que el joven se encandilase por aquel mocetón tan viril y machote. Con qué rapidez se enamoran los jóvenes, podría pensarse. Pero puede que en sus almas se forme la imagen de un ideal que encarna el amor de su vida y al verlo delante se enciende la llama que abrasará su corazón hasta consumirlo en un deseo casi irracional hacia el otro ser. Surge una fuerza superior a cualquier voluntad o raciocinio y la vida se transforma en el reflejo de otra existencia, que es la del ser amado.

El mancebo se aproximó a Iñigo y llevándolo a parte le dijo: ”Por qué no le dijiste nada a ese conato de semental en ciernes cuando te rozó el culo?!. “No creo que lo haya hecho a propósito. No todos van a ser maricas”, alegó Iñigo. Y Guzmán añadió: “Pues lo es y no fue una casualidad que te tocase. Le gustan rubitos y de ojos celestes como los tuyos. Pero ahora ya babea por ese muchacho de cabellos dorados que canta en el coro”. Iñigo miró al castrado y exclamó: “Es un eunuco!”. El mancebo le pellizcó un brazo y dijo: “Y qué más le da!... Sólo quiere su culo y nada más... Si el amo llega a darse cuenta que te metió mano, te deja las nalgas como una reja oxidada. Y a él se la corta. No seas tan educado y si vuelve a tocarte dale una hostia, si quieres evitar males mayores”. “Lo haré, pero no le digas nada al amo si no vuelve a rozarme con malas intenciones”, suplicó Iñigo. Y Guzmán le dio una colleja y terminaron riendo los dos.

El recorrido por la ciudad incluyó pasar por los barrios gremiales y echar un vistazo al mercado y tiendas de libros y otros objetos que les llamaron la atención a Froilán y al conde. Guzmán, Iñigo, Ruper y Marco, no dejaban de revolver cuanto encontraban y probarse gorros y tocados, partiéndose de risa ellos solos por el aspecto que ofrecían con eso adornos. Fulvio y Curcio no se separaban ni un momento y el primero hubiese querido comprarle al otro cualquier recuerdo de su amor. Pero no tenía dinero ni el amo le permitiría a ninguno tener nada sin su permiso. Y Nuño sí quiso hacerles regalos y adquirió a buen precio unas gruesas cadenas de oro, del tiempo de los romanos, e hizo que se las ajustasen al cuello de sus esclavos. Y no sólo de Guzmán e Iñigo, sino también al pescuezo de Fulvio y de Curcio. Los cuatro llevaban ahora un collar de esclavo, como otros siervos llevaban dogales de hierro. Pero ellos lucían uno de noble metal como otros esclavos favoritos de sus amos lo hicieron antes en la vieja Roma. Los chicos iban contentos con sus cadenas y el amo orgulloso de sus bellas propiedades, pero esa noche tendrían novedades en el palacio episcopal de Viterbo.