Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

lunes, 25 de julio de 2011

Capítulo IV

Los muros del convento se borraban en la negrura de un cielo sin luna y el zumbido del viento entre los árboles daba la impresión de que entre ellos andaban ánimas y otros espíritus sin sosiego en una noche de perros. Arreciaba el aire trayendo con fuerza la lluvia y ante el portón de gruesa madera, claveteada en hierro, se detuvo el conde con su comitiva para pedir asilo y resguardarse de la dura intemperie. Pegó unos fuertes aldabonazos y al rato se oyó la voz cascada de un hombre preguntando quien importunaba la paz del monasterio. Era de frailes franciscanos y se notaba la escasez y pobreza en que vivían aquellos religiosos y el prior apenas preguntó al conde ni quien era o donde iba y ordenó que preparasen alojamiento para él y todos los que le acompañaban, que no eran pocos. Formaban su escolta una veintena de soldados armados, y los ocho guardianes negros, siempre despiertos y mirando a todos lados por si alguien atacaba a su señor. Y, además, había que contar con los dos eunucos y la recia moza que iba con ellos. Y eso si presentaba problemas. Las mujeres no podían entrar en el interior de la clausura de los monjes y el monasterio no contaba con dependencias suficientes para tanto huésped. A los soldados se les podía alojar en cualquier establo o en el mismo claustro, pero al conde no. Un noble requería una celda decente por lo menos y todas estaban dentro de la parte reservada a los frailes. Así que tendría que dormir solo o con algún criado para que lo atendiese, ya que llevaba dos. Pero la moza tendría que quedarse fuera de la clausura y el único albergue aceptable para ella sería un cuarto a la entrada que se usaba como recibidor para visitas ilustres. Se le pondría un jergón allí y, en opinión del prior, tampoco era prudente que pasase la noche en compañía de ningún hombre aunque fuese un eunuco. Y por supuesto los negros descansarían a ratos y por turnos puesto que nunca abandonaban la vigilancia.

A Nuño no le hacía ni pizca de gracia tal cosa, no sólo por no tener a su puta cerca para follarla, sino que recordó la atrevida conducta de otro monje, que intentó beneficiarse al mancebo yendo entonces hacia Sevilla. Bien pudiera ser que ahora a otro tonsurado le entrasen ganas de darle una alegría a su verga y quisiese meterla por el coño de su manceba. Y en menudo lío se verían si eso ocurría. El fraile descubriría que tenía pelotas y una chorra, seguramente más grande que la suya, y que las tetas eran meros trapos encintados al pecho de un mozo. Sin contar que, antes de que le metiese mano, el zagal le clavaría su puñal en donde más le doliese y le quitase el apetito carnal de golpe. Guzmán quiso quitarle hierro al asunto y convencer a Nuño que no le pasaría nada por dormir solo en otro lugar una noche, pero el conde ni quería oír tal cosa y le arreó una palmada en el culo cuando el monje los dejó solos para supervisar el acomodo de la tropa. Al ver a los imesebelen, el religioso torció el morro puesto que a todas luces eran infieles y estaba feo meterlos en una casa santa aunque fuese para dormir solamente, así que descansarían junto a los caballos al lado del establo.

Y eso le dio una idea a Nuño. Era mejor que él se quedase cerca de esos aguerridos esclavos y también de la mujer, ya que no podía declinar bajo ningún pretexto la responsabilidad de protegerla día y noche. Se le ocurrió decirle al prior que aquella potente moza era para su señor el rey y ante esa razón de peso sobraba toda explicación ni hacían falta más motivos para permanecer al lado de dicha hembra. Y para no poner en entredicho las buenas costumbres dentro del cenobio, el prior mandó montar unos biombos de madera, usados como retablos móviles en ciertas celebraciones del santoral, y de ese modo habría una separación física entre ella y su protector.

Como si unas maderas fuesen obstáculo para contener y detener la picha brava del conde estando a un palmo del culo de Guzmán!. En cuanto se acostó todo el mundo, Nuño se metió en el jergón del mancebo y lo apretó contra su cuerpo para darle calor. El chico estaba frío puesto que se habían mojado las ropas y la humedad se le había metido en los huesos. Guzmán acurrucó la espalda contra el pecho y el vientre de Nuño y éste le dijo: “Estás destemplado de soportar este puto temporal de agua y viento. Aunque no sería por sayas y refajos, mi dulce Marta. Porque esos dos jodidos eunucos te pusieron como a la favorita de un emir. Menuda cara de puta tienes con esa pintura y los coloretes en las mejillas!. Y no digamos los morros que te pintaron de carmín. Y aún así sigues siendo el más guapo y levantarte las faldas me pone tan ciego como a otro hombre hacérselo a una mujer de verdad. Mas teniendo en cuenta que tú no llevas nada debajo y el coño va al aire para que pueda alcanzarlo mejor. Cada día me gustas más y me arrepiento menos de haberle mentido a tu tío el rey y al resto de la corte haciéndolos creer que estabas muerto. Guzmán, mi Yusuf, mi Marta, o como quiera llamarte, te quiero como no está permitido amar a otro que no sea un dios”. Guzmán suspiró profundamente y se estrechó más contra el torso de su dueño y le dijo: “Amo, no lamentes lo que hicimos porque de haberme separado de ti ya estaría muerto de pena. Eres la única razón de mi existencia y sólo para amarte respiro y me despierto cada mañana. La vida sin ti no tendría sentido. Yo también siento haber engañado a mi tío y al resto de mi familia, pero sus normas y costumbres sociales nos han forzado a ello. Por qué no puede ser que dos hombres se amen en público y declaren su amor sin tapujos cuando hay tantos que lo hacen en privado y secretamente?. Y lo peor es que en algunos casos todos lo saben, pero disimulan y miran para otro lado si los ven mirarse con ternura o tocarse movidos por la lujuria y la calentura propia de la atracción que sienten hacia otro de su mismo sexo. Creo que todo eso es demasiado hipócrita y no es bueno. El amor no puede tener un sexo determinado puesto se aman las almas y no creo que ellas lo tenga”. Nuño le mordió el cuello a la altura de la nuca y exclamó: “Vaya!. Ahora tengo un filósofo entre mis brazos!. Qué morbo darle por el culo a un joven pensador!...Humm... Te voy a meter una buena dosis de filosofía y teología por el ano para que seas más erudito todavía... Así. Abre el ojete, pero espera a que yo te ordene poner el culito en posición para que se la trague entera de golpe en cuanto desee encarnarme en ti para que me traspases algo de esa sabiduría con la que me deslumbras”. “No te rías de mí, amo. Pero acaso no tengo razón en lo que digo?”, protestó el mancebo. Nuño besó al crío tras una oreja y escuchó sus gemidos entre mimosos y cachondos y le dijo: “Sí la tienes. Pero esa razón no puede airearse públicamente como sería nuestro deseo”.Y le preguntó: “Aún tienes frío, mi amor?”. “Sí, mi amo. Pero ahora ya noto como mi sangre vuelve a correr por todas mis venas y hay zonas en que me abrasa un agradable fuego”, respondió Guzmán. Y Nuño añadió: “Acaso es una de ellas donde tengo la punta de mi polla?”. “Sí, amo. Ahí estoy muy caliente y más por dentro. No lo notas?”, dijo el mancebo. “Sí. Y también como se abre y se cierra y se mueve tu agujero buscando la cabeza de mi cipote.... La notas ahora ahí?”, agregó el conde. Y el chico respondió: “Sí, amo. Siento que quiere entrar y mi cuerpo la ansía para recuperar la vida y templar la fatiga del viaje... No me prives por más tiempo de ella y dame calor para dormir en el lecho más cómodo que pueda existir. Junto a tu cuerpo, mi señor”. Y Guzmán reculó más con el culo para clavarse el mismo en la tranca que ya presionaba su esfínter.

Nuño apretó también empujando hacía delante y le dijo: “Pues descansa y deja que ella haga lo que debe para dejarte bien templado y tengas el más confortable de los sueños...Yo te follaré y en cuanto sientas mi leche en tu vientre deja que el sueño te rinda y abandónate en mis brazos sin miedo ni reserva alguna y sin darle más vueltas a tus teorías. Muy acertadas, desde luego, pero impropias para el mundo en que vivimos. Yo te protejo, mi amor”. Y eso le decía el conde mientras le asestaba un buen polvo a su amado.

Y comenzaron los jadeos de ambos y la locura del chico al sentirse poseído con fuerza y en profundidad por su amo. Notaba en su recto cada vena de la verga de Nuño y como el pellejo iba y venía arrastrado por el glande en su repetido recorrido bombeando las tripas del muchacho hasta descargar sus cojones dentro de él. En ese mismo instante, Guzmán salpicaba de semen el catre donde dormirían el resto de la noche, hasta que el rezo de maitines de los frailes les anunciase la proximidad de un nuevo amanecer y saldrían del cenobio para enfrentarse a otros avatares que irían jalonando la odisea emprendida hasta su regreso a la torre del bosque negro donde estaba su hogar.