Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

lunes, 7 de mayo de 2012

Capítulo CI

Ya divisaban las torres del castillo con el pendón del conde sobre la torre del homenaje. La cara de Nuño reflejaba la alegría del reencuentro con sus seres queridos y a quien primero besó, nada más echar pie a tierra en el patio de armas, fue a su esposa y luego a su dos hijos.
Blanca se echó en brazos de su hermano y lo abrazó loca de contento.
Y Sol le dijo al chico: “Lo que me contó tu hermana, aún siendo mucho, no hace justicia a tu hermosura...Eres un adonis, Iñigo”.
“Gracias, señora...Vos sois muy bella... Más de lo que había imaginado y eso que me hablaron de vuestra gracia y belleza”, respondió el chico.
“Fue mi marido quien te habló de mí? O esa idea que te hiciste sobre mi persona fue cosa de mi querido Yusuf?”
“De los dos, señora”, contestó Iñigo con una inclinación de cabeza muy gentil.

Al quedarse a solas con su marido, Sol le preguntó: “Iremos al panteón como de costumbre?”


“Hoy irás tú y le dirás a Guzmán que mañana, cuando haya descansado, iré a la torre... Que me espere como él sabe, porque estaremos solos todo el día... Y ahora deja que te haga el amor y recuerde como son tus pechos y tu sexo... Y ese aroma que eché de menos al no olerlo en tanto tiempo... Bésame, Sol, y luego me cuentas como has entretenido tus horas en compañía de Blanca”.

Sol no sólo besó al esposo, sino que se pegó a él diciendo: “Yo también extrañé tus caricias y tu fuerza, al igual que el cálido aroma del mancebo... Necesitaba sentirte dentro de mí otra vez... Bésame más y haz que vuele sobre tu vientre. Quiero cabalgar hasta perder el sentido”.

Follaron con frenesí hasta sudar lujuria por los poros y al quedar extenuados sobre el lecho, ella le agradeció los valiosos regalos que le trajera de esas ciudades que había recorrido y también le dijo que le escribiría a la reina correspondiendo a esa joya que le había enviado. Pero que el mejor de todos los obsequios era volver a tener cerca de nuevo a Guzmán y a él.
El conde, sin dejar de acariciarla le preguntó: “Lo amas tanto como yo, verdad?”.
Y la condesa contestó: “Sí. Ya sabes que él me hace sentir algo diferente al resto de lo seres que he conocido...Y aunque a ti te quiera con toda mi alma y me vuelvas loca con tu sexo, él me hace feliz tan sólo con oír su voz y ver sus ojos oscuros que relucen como si la luna estuviese dentro de ellos. Su mente es despierta y su ingenio me cautiva... Os necesito a los dos. Esa es la cuestión”.

“Y Blanca?”, preguntó Nuño.
“Ella es mi mejor amiga, pero nada más”, respondió Sol.
Y añadió: “Y su hermano, que significa para ti?”.
“Es el complemento del otro”, dijo Nuño.
Y ella quiso saber más: “Y para Guzmán?”
“Lo quiere mucho, pero no es su amor. Y le gusta estar con él”.
“Espero que no le hagáis daño, porque es un muchacho precioso. Y es posible que os ame a los dos”, objetó la dama.

 El conde volvía a atravesar el bosque negro yendo al trote y respirando el aire encantado que agitaba su ligera camisa de hilo y jugaba con las ramas más altas de los arboles y se acercó al río donde tantas veces se bañara con Guzmán y lo había amado sobre la hierba húmeda de sus orillas.
Brisa parecía tener querencia para ir a la torre y se movía inquieto escarbando la tierra con los cascos de las manos.
Volvieron a galopar ahora con más brío y alargando el tranco como si algo apurase al amo y al corcel para llegar a la solitaria torre.

Bajó el puente y se alzó la reja del rastrillo y sonaron las herraduras del caballo sobre los recios tablones que daban paso al patio de armas. El conde saltó a tierra y apareció en la puerta el mancebo.
Se acercó al amo y éste lo abrazó levantándolo del suelo como si su peso fuese el de una pluma.
El chico se enganchó al cuello del conde y le dio mil besos en toda la cara y la boca. Y exclamó: “Amo, al fin has venido! No sabes lo que te extraño!”
“Sí lo sé, porque yo te extraño lo mismo”, contestó el conde.
Y Guzmán le preguntó: “Por que no vino contigo Iñigo, amo?”
“Fue con su hermana a visitar a su padre. Pero volverán pronto y vendrá a verte”, respondió al amo. Y añadió: “Que has hecho en estos días que no pude vigilarte?”
El mancebo si soltarse del amo, respondió: “Jugar al ajedrez con Sol y también a los naipes. Y charlar con ella de muchas cosas, como siempre. Y divertirme con los eunucos y hacer rabiar a Bernardo”.
“Eso te valdrá una zurra”, afirmó el conde.
“Y también fui de caza”, agregó el chico. “
Tú solo?”, preguntó el amo.
“Sí, amo”, dijo el chaval.
Y Nuño le preguntó: “Y que has cazado?”
El mancebo cayó un instante como haciendo memoria y respondió: “Todas fueron piezas pequeñas, menos una que la encontré de casualidad cerca del río”.
“Conejos y liebres y un gamo solamente?”, inquirió el amo.
Y el muchacho añadió: “Sí, pero la de mayor tamaño no fue ni un gamo ni un corzo... Es un cachorro... Y lo traje para ti, mi señor”.
“Un cachorro de qué?”, preguntó el conde.
“De lobo, amo”, contestó el mancebo.
“Y que quieres que haga con su piel? Supongo que ya lo han desollado?”, dijo el amo.
“No...Todavía está vivo... Y yo creo que se trata de un perro asilvestrado. Y tú lo amaestrarás y sabrás domar su fiereza en poco tiempo, mi amo”.
 El conde exclamó: “No te entiendo! Si no llegaste a matarlo, cómo lo has traído hasta aquí siendo una fiera salvaje? Pudo haberte herido a matado!”
Y Guzmán le aclaró: “No amo... Cuando lo encontré estaba tirado en el suelo sin sentido y tenía una herida en la cabeza. Tropezara con unas raíces y al caer se golpeó contra una piedra y perdió el conocimiento. Y lo cargué sobre Siroco y los eunucos le curaron la herida, pero estuvo inconsciente bastante tiempo. Y al despertar se asustó y tuvimos que encadenarlo... Ahora está más tranquilo, porque nos va conociendo y al darle de comer y beber parece que ya comprende que no queremos hacerle daño. Pero por precaución lo tengo sujeto por el cuello con una cadena”.
“ Y dónde está ese animal?”, inquirió el conde.
“Ven, amo. Te enseñaré a tu cachorro... Verás como te gusta”, afirmó el mancebo agarrando de la mano al amo para llevarlo donde estaba el animal salvaje.
 Al conde le pareció raro que en lugar de ir hacía los corrales o las cuadras, Guzmán lo llevase escaleras arriba hacia la parte noble de la torre, pero lo siguió sin decir nada hasta que llegaron ante la puerta del dormitorio del conde. Y preguntó extrañado: “Has metido a un lobo en mi habitación?”
Y el chico, abriendo la puerta para que el conde viese el interior de la estancia, dijo: “Sí, amo... Ahí está el cachorro bien sujeto por el collar que lleva al cuello y esa cadena enganchada al muro...Acércate con cuidado, ya que al no conocerte puede intentar usar sus colmillos... Y los tiene muy afilados! Te lo aseguro. A poco más nos muerde a todos. Pero ahora yo no se le ven trazas de hacerlo. Aunque por si acaso no acerques la mano a su boca, amo”.

El conde entró despacio en la habitación y sin dejar de mirar al cachorro dijo: “Bonito pelaje cobrizo... Parece fuerte de patas... Y los ojos tienen fuego dentro. Sin embargo, ese color entre azul y gris le da una cierta frialdad a su mirada... Parece un buen ejemplar... Ya está curado de todo? No se le ve marca alguna de ese golpe que le dejó dormido...Está bajo el pelo?”
“Si, amo”, aclaró el mancebo.
Y le preguntó al amo: “Quieres que le quite el paño que lo cubre para verlo completo?”
 “Sí”, dijo Nuño.
Y Guzmán se aproximó al cachorro y dejó el cuerpo al aire.
Y el conde exclamó: “Se adivinaban bellas formas bajo la tela, pero la realidad supera mi imaginación. Está muy bien armado y tiene un lomo perfecto... Y unas ancas muy hermosas... Ya le has puesto nombre?”
“Ya tiene uno, amo. No me dio tiempo de saber mucho sobre él y sólo tengo la seguridad que era libre para moverse donde le daba la gana. Y, por lo que deduje, nadie lo buscará ni lo esperan en ninguna parte, mi señor... Y ahora es tuyo”, concluyó Guzmán.
“Por esta vez te libras de la azotaina por enfadar a Bernardo, porque me gusta esta criatura”, dijo el amo.
El cachorro miraba al mancebo y al conde alternativamente y sus manos apretaban los puños sin emitir un solo sonido por la boca. De vez en cuando parecía que apretaba también los dientes. Pero su espalda se mantenía derecha y su cabeza erguida como desafiando al hombre que acababa de ver por primera vez y que el otro joven le llamaba amo.

Y comenzaba otra nueva historia de dominio y persuasión para el conde feroz con esa pieza que su esclavo ponía a sus pies. Según recordaba ese cachorro, de pequeño le llamaban Sergio, pero él se hacía llamar Sergo, nada más. Y pese a su juventud, casi parecía un hombre de fuerte musculatura.


Pero ese relato quizás sea contado más tarde, desgranando nuevas aventuras y desvelos de Nuño y su amado esclavo. Por ahora sólo tengamos presente que es posible que ese otro ser entre a formar parte de la vida del conde feroz y del mancebo. Luego ya se verá en que queda todo este asunto y que complicaciones acarreará a los personajes el devenir de los tiempos que todavía deben sufrir y gozar.

Fin de la Segunda Parte

domingo, 6 de mayo de 2012

Capítulo C

A Marco, que todo le resultaba nuevo, la corte le pareció algo fabuloso.
Notaba que mucha gente lo miraba y el muy inocente creía que era por ir muy bien vestido, lo mismo que Ruper.
Pero en realidad se fijaban más en él que en el otro por la sencilla razón de que era más guapo y las prendas que llevaba puestas destacaban su estupendo culo y la belleza de los rasgos de su cara y su pelo.
Froilán estaba orgulloso del muchacho y lo lucía como si fuese un mono exótico traído de Italia. El primo de la reina se bandeaba a su anchas por la corte y se le notaba feliz de estar de nuevo en ese ambiente que tanto le agradaba. No así el conde, que no veía la hora de irse para regresar a sus dominios. Y, aunque oficialmente se excusaba con la necesidad de ver a su familia, la verdadera razón que le urgía partir cuanto antes estaba en una torre en medio de una foresta en la que nadie del pueblo osaba internarse por miedo a los fantasmas y las fieras salvajes.

A Iñigo también le molestaban bastante los continuos piropos y halagos de damas y caballeros. Y llegó a pedirle al amo que lo sacase de aquel palacio cuanto antes. También el chico quería ver a Guzmán y, por supuesto a su hermana. Pero lo de ir al castillo donde vivía su padre ya era otro cantar, dado que su madrastra no era santo de su devoción precisamente.
Pero también tenía que cumplir con su padre e iría a verlo antes de ir a reunirse con el mancebo.
Lo único bueno de la estancia en la corte eran las horas que pasaba con el amo a solas y sobre todo por la noche. Al no estar Guzmán él era quien recibía todas las ansias y deseos del conde y sus huevos no paraban de dar leche y su culo de recibirla.


El rey estaba contento con las gestiones realizadas en Italia y las noticias eran muy favorables para su causa, puesto que de los siete príncipes electores, tenía asegurado el voto de cuatro de ellos. Y, por tanto, la corona sería suya aunque se opusiesen los otros tres dando su voto al hermano del rey inglés.
Así que agradeció al conde y a Froilán su servicios recompensándolos apropiadamente con un par de prebendas a cada uno, que de tan buenas y provechosas parecían canonjías eclesiásticas.

Nuño le habló a Don Alfonso de Lotario y de la labor que llevaría a cabo en Milán. Y el rey prometió concederle un título con rentas suficientes para llevar una vida de un noble suficientemente rico para ser envidiado.

Todo parecía ir por buen camino y el conde aprovechó la oportunidad de solicitar al rey el permiso para retirarse a su castillo y reunirse con su familia.
La reina le dio un valioso aderezo de rubíes como regalo para Doña Sol, su pupila, y Nuño partió hacia sus lares con Iñigo y sus dos guerreros negros.

Era una comitiva corta y cabalgaban a marchas forzadas porque cada día que pasaba sin Guzmán le parecía eterno.
Descansaron lo justo y no hicieron paradas largas durante el trayecto, así que el tiempo empleado fue más corto de lo acostumbrado en otras circunstancias.

Y sólo tuvieron un incidente serio en el camino.
En una de las ocasiones en que se detuvieron para comer algo y hacer sus necesidades más perentorias, Iñigo se alejó demasiado y estando en cuclillas con las nalgas desnudas recibió un golpe seco en la nuca que lo dejó grogui.

Dos hombres de gesto osco y modales muy poco refinados lo arrastraron hacia una zona boscosa y lo maniataron dejándolo tumbado boca a bajo sobre un fardo sucio y solo.
Por lo que hablaban con otros dos compinches, eran miembros de una banda de ladrones que andaban de razia por los contornos y aguardaban la llegada del jefe, que había ido con el resto de sus acólitos a cometer sus fechorías a los alrededores de una villa cercana.
Ellos se habían quedado vigilando y protegiendo el botín fruto de la rapiña llevada a cabo en otros pueblos, para volver a su cubil y repartirse las ganancias cobradas en esa salida. E Iñigo les pareció un regalo propicio para el jefe que, como ellos, estaba bastante necesitado de hembra.

Y a falta de un coño blanco y apetecible, ese culo tan terso y de piel clara serviría para usarlo como remedo para tranquilizar la calentura de su líder. Además el chico estaba aseado y casi olía tan bien como una dama de alcurnia.
Y eso siempre incitaba y ponía la verga más tiesa que el hedor de una ramera de baja ralea. Pero a uno de ellos le tentó la visión de la carne redonda y dura del muchacho y disimuladamente se escaqueó del resto y fue donde estaba Iñigo, con la intención de meter lo que nunca debería habérsele ocurrido.

Se bajó las calzas y se arrodilló en el suelo detrás de chico y apoyando las manos a cada costado del cuerpo del muchacho se puso encima agarrándose la verga para metérsela por el agujero del culo.

Ya casi estaba entrando cuando unos dedos férreos lo agarraron del pelo y le alzaron la cabeza, tirándosela hacia atrás, y no le dio tiempo de ver quien era su agresor.
Sólo vio un destello en el aire y su cabeza se desprendió del tronco que se desmoronó como un castillo de naipes.
Y de inmediato, la cabeza con los ojos espantados y la lengua fuera voló salpicando sangre por el trozo de cuello que le quedaba, hasta rodar entre unos matojos manchándose de tierra.

Otul limpió la hoja de su cimitarra con uno de los andrajos del miserable ya decapitado y, tapándole el culo al mozo, se lo llevó en brazos a donde estaba el conde con Sadif. Nuño, siempre temeroso de que pudiese pasarle algo malo a su bello y llamativo esclavo, ordenara al imesebelen que lo siguiese sin que el chico se percatase de su presencia, ya que para ciertas cosas, como cagar, era celoso de su intimidad ante otras personas que no fuesen su amo y el mancebo.
Y la precaución del amo le salvó de una violación segura y vete a saber que otras calamidades le deparaba el destino en poder de tales bandidos.

El conde se desencajó al oír el relato del guerrero y con el otro africano fue a rematar el trabajo cargándose a los otros tres forajidos a mandobles. Al volver en sí el chaval ni sabía que le pasara ni podía creérselo, aunque el chichón en la cabeza le indicaba que todo aquello tenía que ser cierto.
Pero lo que le convenció definitivamente del peligro en que se había encontrado hacía unos minutos tan sólo, fue el abrazo de su amo y el beso que le estampó en la boca.

Y allí mismo, sin preocuparse de la presencia de los dos negros, le bajó las calzas de nuevo y le ordenó que se enganchase con las piernas a su cintura para endilgarle un polvo rápido, pero consistente en fuerza y la cantidad de leche que le metió por el culo al chaval. Iñigo casi hubiese volado de no rodear su cintura las manos del amo y sujetarse a la de éste con sus piernas entrelazando los pies tras la espalda del conde.

Los dos guerreros tuvieron la deferencia de mirar para otro lado, pero sus pollas vivían el momento como si fuesen ellos los que le daban caña al mozalbete.
Cómo se acordaban de los napolitanos. Seguro que sus otros dos compañeros les estaban dejando el ano como higos estallados al caer de la higuera y despanzurrarse sobre la hierba.
Qué polvos le metían a esos muchachos y cómo gozaban los muy putos con sus trancas clavadas en el culo hasta los cojones.
Eran dos buenas perras, pero ellos estaban encantados y en cierto modo no sólo deseaban sexualmente a esos chicos sino que los querían realmente. Bruno y Casio se hacían querer porque además de simpáticos eran buena gente y se portaban amablemente con los guerreros no sólo cuando los follaban, sino en cualquier otra circunstancia, ya que eran muy cariñosos y afables por naturaleza.
Y con las enseñanzas recibidas de los eunucos para saber agradar a un macho, en cuestiones de sexo ya eran unas expertas meretrices.


Terminado el apareamiento del conde con su esclavo, el chico no quería desprenderse del cuerpo de amo y se mantenía enganchado a él sin que Nuño le sacase la polla del culo. Iñigo se sentía muy a gusto así y sobre todo seguro estando colgado de su dueño y protector.
Pero ya era un hombre y casi un caballero para afrontar la realidad y no cobijarse bajo el ala del águila como un indefenso aguilucho.
El también sabía defenderse y era bueno con la espada, como ya lo demostrara en varias ocasiones. Pero esta vez lo cogieron desprevenido y no se dio cuenta que lo atacaban por la espalda.

Andaba algo estreñido esos días y le preocupó más evacuar el vientre que su seguridad.
Además a veces se olvidaba de lo atractivo que era para el resto de los mortales con ganas de tener un hermoso cuerpo entres las mano y bajo el peso de la lujuria que les abrasaba la entrepierna.
Gajes de ser tan bello, quizás.


jueves, 3 de mayo de 2012

Capítulo XCIX


El mancebo habló con su amo antes de dormirse y quiso saber por que no regresaban por tierra, bordeando la costa del mediterráneo hasta llegar al principado de Cataluña, en lugar de aventurarse otra vez en la mar brava del golfo de León.
Y el conde explicó al esclavo cuales eran esos motivos.
Y no eran otros que la inconveniencia de atravesar la Provenza para llegar a Marsella, dado que el rey Enrique III de Inglaterra, hermano y valedor del pretendiente al trono imperial, Ricardo de Cornualles, era el yerno del conde Ramón Berenguer V de Provenza, que aún siendo bisnieto de Don Alfonso VII de Castilla, no había que olvidar que su hija Doña Leonor de Provenza era la esposa del rey inglés.
Y, además, el señor de la Provenza era en esa época el güelfo Carlos de Anjou, hermano del rey Luis IX de Francia e hijo de Doña Blanca de Castilla, hermana de la bisabuela del mancebo, y convertido en conde de esa región por su matrimonio con la heredera del condado Beatriz I de Provenza.
Y por todo ello era aconsejable no pisar esos territorios que antes pertenecieran al condado de Barcelona. Y más seguro y menos problemático resultaba ir por mar y no por tierra, aunque tuviesen que afrontar un fuerte oleaje.

Guzmán se quedó pensativo y sin mirar de frente a su amo le preguntó: “Vas a hacer otro sacrificio, verdad?”
El conde no le obligó a mirale de frente a los ojos pero no guardó silencio ni se cayó lo que ya tenía pensado desde hacía escasamente unas horas: “Es necesario. Hay demasiadas cosas en juego para no dejarlas atadas. Y no deseo que esta otra separación sea por largo tiempo. Pero por el momento tienen que quedarse y rematar lo que nosotros hemos comenzado. Roma es peligrosa y el inglés no se quedará quieto viendo que se le va de las manos un trono para su hermano. Y es imprescindible que Lotario vaya a Lombardia. Lo necesito en Milán para ayudar a la familia Visconti a derrotar a la rival, que actualmente domina el Consejo de la ciudad, y cuyo podestà es Felipe della Torre, declarado partidario del de Anjou. Representa el mayor peligro del avance güelfo en el centro de Italia y hay que impedirlo a toda costa. Irá con Carolo y también los acompañará Aniano y Dino. Pensaba llevarme a este eunuco como regalo a la reina, pero no me fío de su discreción. Una palabra de más en la corte y nos puede costar un disgusto con tu tío el rey. No olvides que si cuenta lo que ha visto y oído acerca de ti, la cagamos y caemos como peras maduras a punto de pudrirse. Es mejor no jugar con fuego porque lo normal es quemarse. Este cantor se lucirá mucho en Milán. Allí son muy aficionados a los cánticos y músicas... Pero no estés triste, Guzmán. Quién sabe si no encontraremos a otros muchachos para hacernos compañía. Y no olvides que sigue con nosotros Iñigo y que sois más que hermanos”.

“Y los dos napolitanos?”, preguntó el mancebo.
Nuño lo abrazó y dijo: “Esos no me preocupan y pueden estar en la torre contigo para entretener a tus guardias negros...Date cuenta que Iñigo no estará siempre en esa fortaleza. El tiene que acompañarme en calidad de doncel cada vez que tenga que ir a la corte. Y también tendré que dejar que vea a su familia y a su hermana que ahora es muy buena amiga de Sol. Tú no puedes salir del bosque negro sin disfraz. Y aún así es peligroso que abandones nuestro refugio”.
 “Lo sé, amo. Pero eso quiere decir que Iñigo no vendrá nunca a la torre?”, preguntó el esclavo angustiado.
 “No... Digo que no quiere decir que sea así. Irá conmigo si no tiene otros quehaceres”, añadió el conde.
Pero el esclavo replicó: “Amo, de todos modos antes de ir a casa tenemos que acompañar a Froilán a la corte”.
“Sí, pero tú no vendrás. Recorremos juntos un trecho, hasta donde sea posible y coincidan nuestros caminos. Y luego, te irás directamente al bosque negro con tus eunucos, los dos napolitanos y tu escolta africana. Iñigo y yo iremos con Froilán y sus chicos”, aseveró Nuño.
Y el mancebo exclamó: “Sin escolta y solos!... No... Al menos lleva a cuatro guerreros”.
“Dos solamente para que quedes tranquilo” aceptó Nuño.

La travesía del golfo de León fue otra vez penosa y casi todos los chavales se marearon y devolvían lo que metían por la boca y que no fuese leche de macho. Y al menos eso les alimentaba y daba calor al cuerpo. Pero por muy espantosa que fuese la fuerza del mar y que zarandease al buque como una minúscula cáscara de nuez, peor había sido la despedida de Lotario y los otros muchachos.
Sobre todo al separarse de Carolo que se abrazó al conde llorando como jamás lo había hecho antes en su vida. El chico estaba ante un dilema terrible. A la querencia que le había tomado a Nuño, se contraponía el amor que ya sentía por Lotario y éste lo estrechó muy fuerte y lo besó delante de todos hasta que le hizo sorber las lágrimas por falta de aire.
El conde les dijo al capitán y a Carolo que acompañaría al rey para su coronación como emperador y ellos estarían presentes no sólo para volver a verlos y gozarlos, sino también para recibir los honores y títulos que el nuevo rey de romanos les otorgase en justa correspondencia por su servicios en favor de su causa.
Nuño estaba dispuesto a conseguir del rey un condado para Lotario, o por al menos una baronía, y el dominio sobre algún territorio para aumentar su riqueza y poder. No había que olvidar que el capitán firmara un documento de vasallaje reconociendo al conde como su señor legítimo al igual que hiciera Carolo, por lo que ambos seguían siendo sus siervos de por vida.
Y eso los ligaba a Nuño de una manera muy especial y definitiva. Y nada más poner pie en tierra en Barcelona y desembarcar los caballos y equipajes, salieron de la ciudad en dirección a las tierras aragonesas para proseguir viaje a la corte castellana.

Su destino inmediato era Zaragoza para ir luego en dirección a Valladolid donde se encontraba el rey Don Alfonso. Pero antes, al llegar a la localidad de Aranda, a orillas del Duero, el mancebo tomaría el rumbo hacia Palencia para continuar su camino hacia el noroeste. A las posesiones del conde y su retiro en la torre del bosque negro.

A Guzmán no le hacía ninguna gracia separarse de su amo, mas esa era la voluntad de éste y a él sólo le correspondía obedecerlo y callar, masticando para si mismo sus temores y sus ganas de ir tras el hombre que adoraba sobre cualquier otro concepto o idea que pudiese tener en su mente.


En ese punto se separaron las dos comitivas y Guzmán, tras follarlo su amo hasta por los agujeros de la nariz y nutrirlo con su leche dos veces casi seguidas, con el corazón encogido y los ojos empañados en lágrimas vio alejarse a su señor.
También le costaba separarse de Iñigo, aunque sólo fuese temporalmente, pero ya estaban tan unidos los dos chavales que uno sentía los pesares del otro como propios. Al conde también le costaba no volver la cabeza para ver a su amado una vez más antes de irse por otro camino. Pero si lo hacía le faltarían las fuerzas para dejarlo ir y no convenía llevarlo a la corte de su tío.
Hasta Don Froilán y sus dos chicos sentían abatimiento al ir distanciándose del mancebo, mas la prudencia recomendaba ese sacrificio en bien de todos.

Por fin las manos de Guzmán jalaron las riendas de Siroco y dio la señal a sus acompañantes para iniciar la marcha por la ruta más corta que los llevaría al bosque negro, donde estaba el austero bastión de piedra que constituía su jaula.
Tuvieron que pasar días y noches enteras hasta divisar los primeros árboles de esa foresta con fama de encantada.
Y, por fin, apareció ante ellos la mole grisácea sin estandarte ni pendones que al verlos llegar abrió sus fauces y bajó el rastrillo para que entrasen en su vientre de piedra.
Y al pie de la escalinata que precedía a la puerta de la torre, los esperaba Bernardo entre emocionado y más contento que unas pascuas por volver a tener a su cuidado al bello príncipe que por amor solamente era el más humilde de los esclavos de su amo.

Guzmán se echó en brazos del esclavo y lo besó en las mejillas como si fuese una madre amorosa que aguardaba la vuelta a casa de a su querido hijo.
Luego se fijó en los chavales napolitanos y de inmediato pensó que les hacían falta algunos consejos acompañados de más de un palo para que aprendiesen mejores modales. Pero ya se encargaría de ellos más tarde.
Ahora quería besar también a los eunucos y darle un repaso al aspecto de los imesebelen. Y lloró al conocer la muerte de dos de ellos.

De inmediato las puertas del castillo se abrieron de nuevo y un mensajero partía a todo galope a llevar la noticia del regreso del mancebo a su señora la condesa de Alguízar.


Y antes de caer la tarde, la dama entraba en el panteón del bosque para encontrarse allí con Guzmán. Sol besó al chico hasta en los párpados y él a ella le correspondió con igual ternura y afecto.
Pero la novedad es que a Doña Sol la acompañaba Blanca, la hermana de Iñigo. Ella también conocía la verdadera identidad y condición real del muchacho, pero Doña Sol le aseguró que con ella el secreto estaba bien guardado y a salvo.

lunes, 30 de abril de 2012

Capítulo XCVIII

Ya divisaban la ciudad de Génova, destacándose sobre los tejados el campanario de la catedral de San Lorenzo y la torre del castillo donde residía el poder de esa república de Liguria. Y los ánimos de todos estaban excitados sin saber bien a que podía deberse tal estado de nerviosismo. Pudiera ser que preveían el final del periplo por Italia y comenzaba la vuelta a casa. Pero para algunos no significaba eso, dado que nunca habían pisado otras tierras que no fuesen las de esa península. Y sus hogares, si los tuvieron alguna vez, estaban allí y no en otros países a los que se dirigían el conde y su buen amigo Don Froilán.


Al estar más cerca pudieron ver desde un altozano el puerto con su antiguo faro, que los genoveses llaman La Lanterna, y se dirigieron hacia la Porta Soprana.
Dos imesebelen abrían la marcha precediendo al conde y a Don Froilán y llevando los estandartes de esos nobles señores, además de las enseñas con las armas del rey Don Alfonso X.
Formaban un cortejo colorido y atrayente, ya fuese por las vestimentas y armaduras como por la juventud de los caballeros y jinetes, sin olvidar la planta de lo corceles que montaban enjaezados con el lujo y el brillo de arneses tachonados de plata.

Las gentes se detenían a su paso y los niños los seguían como si se tratase de un atracción de saltimbanquis de feria.
Un heraldo salió a su encuentro y les indicó que lo siguiesen y los condujo a un plaza delante de una iglesia de estilo románico mezclado con gótico, dedicada a San Mateo, y a la puerta del templo los esperaban los prohombres de la república de Génova.
Era el último palillo que debían tocar para asegurar un poco más la elección del rey a ocupar el trono imperial. Y Nuño ya estaba cansado de diplomacias, monsergas y reuniones con unos y otros, pero además del asunto principal que debía atender, le preocupaba casi más la situación futura de Curcio y los otros muchachos en Córcega.

Contaban con la protección del conde de Foix y la suya, amparada por su propio rey y el de Aragón, pero la isla había sido conquistada ya hacía muchos años a los sarracenos por los genoveses y pisanos y ambas repúblicas se disputaban su posesión. Así que necesitaba un compromiso de Génova, la más fuerte en ese momento, para proteger a esos chicos y mantener intocables las posesiones y propiedades de Curcio. Y centró sus cinco sentidos para conseguir el mejor acuerdo con los genoveses.

Estos eran buenos comerciantes y negociadores, tanto o más que buenos marinos, además de tener en la ciudad los más afamados prestamistas y banqueros. Y esa condición de negociantes, le daba la posibilidad de servirse para sus propósitos de la fortuna del difunto obispo de Viterbo, ya que quedaría depositada en manos del más rico y prestigioso cambista de Génova.
Y eso sí era una garantía para todo lo demás. Por otra parte conseguía también que toda esa riqueza produjese beneficios al ser prestada un un interés nada despreciable a los navieros y armadores de esa república.
El banquero ganaba, pues el negocio le traía cuenta como para asegurar bien el beneficio, y tanto Lotario como Carolo se enriquecían más todavía sin riesgos ni perder el sueño por sus rentas.
Y Froilán alabó la sagacidad del conde para multiplicar el dinero, más siendo en beneficio de otros y no en el propio. Lo cual no era del todo cierto pues el conde también invirtió bastante del suyo en tales inversiones de crédito con el mismo prestamista. Y si los chicos ganaban, él también se forraba más todavía haciéndose mucho más rico.

Esa noche, cuando vio todo solucionado, le entró el cansancio, pero no quiso privarse de la compañía de sus muchachos. Sólo prescindió de Dino, al que permitió follar con dos imesebelen para cuidar y afinar la voz.

Pero los otros, sus dos preferidos y Carolo y Aniano, pasarían la noche con el amo.
Y también estaría con ellos Lotario, ya que Nuño tenía ganas de montarlo y meter su verga dentro del culo de ese formidable macho. Y quizás le dejase clavársela él a Carolo y al otro chico, pero no a sus dos preferidos, ya que esos dos culos los vedaba de momento para otra polla que no fuese la suya.

Todos vieron al conde desnudarse entre ellos y lo imitaron quedándose en pelotas los seis. Y, de pie todavía, le dijo a Lotario que se pusiese a su lado y estuviese quieto. Y acto seguido ordenó a Carolo y Aniano que lamiesen y chupasen todo el cuerpo del capitán.

Carolo empezó por arriba, besándolo y comiéndole la lengua, Y el otro por los pies, dedo a dedo, para continuar por la peludas piernas hasta alcanzar los muslos y aproximarse a los rotundos cojones del soldado.

Guzmán e Iñigo miraban solamente y el conde dictaba su voluntad para que cumpliesen sus deseos los otros.
Y Carolo ya estaba mordiendo los pezones de Lotario, pero iba despacio como queriendo comerse mejor el manjar que le daba el amo.
Pero tuvo que seguir bajando para que Aniano no se aprovechase él solo de la verga empinada y terriblemente dura y gorda que latía en el aire esperando que la comiesen también.
Y así lo hicieron los dos juntos a la vez y por turno después. Y el amo ordenó que Carolo le lamiese el ojete al otro chico y lo dejase solo mamando el cipote de Lotario.

Aniano se enceló en aquella maza y ni se enteró que el conde mandaba a Carolo que lo follase. Y el chaval notó como una polla muy rígida lo ensartaba y se sintió como empalado desde el culo a la boca.
Las dos trancas le daban por ambos lados y él disfrutaba como una gata con un celo agudo e histérico.
Mas el conde no dejó que los dos machos se corriesen tan pronto. Y, sin que Carolo sacase su polla del culo de Aniano, Lotario recibió el mandato de metérsela la bello muchacho por el ano y que lo follase al tiempo que se ventilaba al otro chaval.
Y los tres unidos y ensartados los dos primeros por la polla del que estaba a su espalda, mantenían un ritmo frenético de bombeo, que Nuño ayudó a aumentar escupiendo en el ano de Lotario para endiñarle la verga de un solo golpe.



Y ahora el capitán tenía lo que ya deseaba desde unos días atrás. Que lo follasen mientras le daba por culo a un tío. Pero el carajo que le daba a él por el suyo, al follarse a Carolo, no era el de este chico sino el del conde.
Lo otro resultaría totalmente imposible de realizar, aunque sus cuerpos fuesen absolutamente elásticos para doblarse lo necesario y poder metérsela por el culo uno al otro al mismo tiempo.

Evidentemente sólo era una fantasía de Lotario, pero el gusto que recibió de esta otra manera fue enorme y su corrida lo dejó claro, al igual que la de los otros.
Las cuatro pollas eyacularon casi al unísono y sólo se perdió la leche del que estaba delante de todos ellos. Pero a él le salió como si fuese el chorrillo de una fuente que parpadea y temblequea al echar el agua hacia arriba.

Al terminar descansaron y más tarde el conde se folló a Carolo y éste a Lotario, que a su vez jodía el culo de Aniano. Y hubo otro orgasmo cuádruple.

Y los huevos de los otros dos esclavos estaban llenos a reventar y les dolían como si fuesen vejigas y se las hubiesen inflado de aire. Pero a ellos aún no les tocaba el turno de ser usados por el amo. Eso llegaría más tarde una vez que se hartase de jugar con los culos de los otros jóvenes.

Y tras otro rato de reposo, el conde le dio por el culo a Aniano. Y al terminar ese coito, Lotario se ventiló a Carolo como si no hubiese follado antes con nadie. Le metió un bestial mete saca y hasta parecía que al rapaz le salía humo por el culo. Y al acabar de aparearse estos dos, Nuño les dijo que durmiesen en el aposento contiguo y él se quedó con sus esclavos para vaciarles los huevos a pollazos el resto de la noche, pues ya casi le estallaban de tanta leche acumulada en ellos.

Arregladas esas cuestiones, después de pasar tres días en la ciudad resolviendo asuntos y gozando todos del sexo, no quedaba mucho por hacer en Génova y el conde reunió a todo su séquito para comunicarles los planes más inmediatos.
Por supuesto ya los había tratado con Froilán y además los conocía el mancebo, pero era hora de que los otros jóvenes supiesen también el futuro que les esperaba al día siguiente.
Y lo que les aguardaba era un navío genovés que ya estaba armado en el puerto para llevarlos de vuelta a Barcelona.
Tendrían que pasar otra vez el Golfo de León y soportar las inclemencias del tiempo y la violencia del mar con sus temibles olas rugiendo como fieras para engullirlos. Y luego, varios días de viaje y peripecias hasta llegar a su destino.

Pero primero, el conde dejaría en la corte a Don Froilán y sus dos esclavos, allá donde esta se encontrase entonces, puesto que el noble primo de la reina era un cortesano nato y necesitaba ese mundillo como el pez precisa el agua para moverse y respirar.


Y luego seguiría el camino hasta las tierras leonesas donde se ubicaba su feudo. No es que el conde tuviese prisa en llegar a sus dominios, pero Nuño ya necesitaba verse en su castillo con su familia y volver a disfrutar las horas de gozo y esparcimiento en el bosque negro y su torre.

Esa fortaleza, que era el hogar del mancebo más que la jaula en la que tenía que permanecer para no ser reconocido por ningún súbdito de los reinos de su tío, ya que oficialmente estaba muerto desde hacía algún tiempo, suponía volver a su vida cotidiana, sencilla, pero plena de placeres y satisfacciones.

Sin embargo, ahora había más gente por medio y el conde tenía más esclavos. Iñigo volvería con sus padres al castillo propiedad del conde Albar o se quedaría con Guzmán en la torre compartiendo su encierro?.
Y Lotario con Carolo y Aniano?. Seguirían al servicio del conde al igual que Dino, o todos ellos seguirían otro camino y se separarían del conde y el mancebo?. Y ni Guzmán sabía si Nuño tenía claro que hacer con todos estos muchachos a corto plazo.

viernes, 27 de abril de 2012

Capítulo XCVII

Aunque la parada era corta, más de uno hiciera un hueco para aliviar algo más que su vejiga y vientre o calmar la sed de agua.
Le dieron aire a las nalgas, pero algunos las desnudaron para que otros se la metiesen por el agujero y rellenasen el vació que dejaran las heces. Y, de ese modo, vaciaban también las pelotas para que no se les inflasen al cabalgar tanto rato.
Y Nuño aprovechó ese breve tiempo de reposo para llevarse con él a Guzmán detrás de unas matas, mientras Iñigo todavía debía seguír cagando. El esclavo miraba al amo esperando su voluntad y éste lo estrechó contra el pecho diciendo: “No sé si entiendes del todo lo que hice al darle la libertad a Curcio y Fulvio, pero sí sé que al menos intentas comprenderlo. Nadie me conoce como tú y en realidad sólo me importa lo que tú pienses sobre mis actos... Guzmán, cada vez necesito estar más tiempo contigo y no sólo follando”.
El esclavo lo interrumpió: “Amo, ya sé que no me quieres sólo para darme por el culo!”
Y el amo le dio un capón por hablar sin permiso y continuó: “Pero eso no fue lo que me indujo a separar de mí a esos muchachos. Ellos tienen una importante misión que llevar a cabo en Córcega, porque necesitamos gente de confianza en ese lugar. Esa isla está muy bien situada en el Mediterráneo y puede ser un punto clave para que el reino de Aragón pueda dominar tanto sus costas como el comercio. Esa era la otra misión que traía en este viaje. Y encontrar a Curcio y poder devolverle sus dominios me ha dado la oportunidad de cumplirla poniéndomelo en bandeja. Pero este encargo no era de tu tío sino de Don Jaime, aunque suponía una de las condiciones para que este monarca prestase el apoyo necesario a su yerno para ser rey de romanos. Las pretensiones de conquista de Aragón y sobre todo de Cataluña están en este mar más que en el interior de la península de Hispania... Mi amor, la política es así y a veces nos impone grandes sacrificios. Y que todo sea por la grandeza de nuestro rey”.

El mancebo se apretó con ansia a su señor y le preguntó: “Serán necesarios más sacrificios en aras de la alta política y para la mayor gloria de mi tío el rey?”.
Y el conde lo besó y le respondió: “No juzgues con rigor las apetencias de tu tío y no olvides que tú también eres miembro de esa ilustre familia. Puede que sea necesario alguno más, pero para eso aún es pronto”.

Guzmán escuchaba muy atento y se atrevió a decir: “Mi amo, no soy yo quien para discutir de esas materias ni meterme en asuntos tan serios, que sólo incumben a los nobles y reyes”.
Nuño sonrió y volvió a hablarle: “Si que te incumben y deben importarte. Tampoco olvides del todo que eres un príncipe, ni desprecies a tus antepasados, porque alguno de ellos fue un gran hombre y un buen monarca para sus súbditos, aunque no se lo pusieron fácil las aves de rapiña con hábitos y tuvo que luchar con demasiados enemigos a lo largo de sus cuarenta años de reinado”.
El mancebo sintió curiosidad y preguntó: “A quién te refieres, amo?”


 Y el conde añadió. “A tu bisabuelo, Don Alfonso IX de León, que fue un gran rey al que Roma nunca vio con buenos ojos y llegó a excomulgarlo más de una vez. El Papa, so pretexto de contraer sus dos matrimonios con parientes carnales, los anuló originando serios conflictos para el reino y más a la hora de la sucesión. Y el segundo era con tu bisabuela Doña Berenguela de Castilla, hija de Alfonso VIII de Castilla y Leonor de Plantagenet. Y nieta, por tanto, de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania y sobrina del rey Ricardo corazón de león y su hermano Juan. Doña Berenguela heredó el reino de su padre por la prematura muerte de su hermano Enrique I. Pero los nobles castellanos tampoco aceptaron de buen grado a Don Alfonso como su rey y tu bisabuela cedió la corona a su hijo Fernando, tu abuelo. Que a la muerte de su padre le disputaría la corona de León a sus hermanastras, las cuales renunciaron a sus derechos a cambio de una considerable suma. Acuerdo que se formalizó en la llamada Concordia de Benavente. Y tu abuelo se coronó rey de León y unió hasta la fecha todos esos reinos de los que ahora es monarca tu tío Alfonso X. Y ya ves que usa el ordinal que le corresponde por la corona de León y no la castellana, porque su espíritu quizás sea tan leonés como el de su abuelo. El también dicta códigos legales de gran trascendencia y ama la cultura, la música y las artes. Y por eso, yo que soy un noble de ese reino centenario, lo acato y sirvo como soberano legítimo y mi señor”.

Nuño soltó al esclavo y se puso a mear, pero, mientras lo hacía, continuó con su charla: “En realidad lo que nunca aprobaron los clérigos y frailes fue que al ser coronado tu abuelo en León en el año de gracia de mil ciento ochenta y ocho, con tan sólo dieciséis años de edad, convocase Cortes en esa ciudad, en el claustro de la bella basílica dedicada a San Isidoro, y que a ellas, por primera vez en todos los reinos conocidos, se llamase a los representantes elegidos por el pueblo llano en cada una de las principales ciudades. Por primera vez el estado llano tenía voz y voto, igual que los nobles y los obispos, y podía tomar decisiones que obligaban al rey. Es decir, los comerciantes, artesanos y campesinos, sin sangre noble ni alcurnia, tenían igual peso que los poderosos en las grandes cuestiones que afectasen a los reinos de León, Asturias y Galicia. Y eso no se lo perdonaron los clérigos ni los abades ni mucho menos los obispos. Pero las Cortes ya estaban constituidas de ese modo y eso se contagió a los demás reinos como el de Castilla o Aragón. Y más tarde remató la ira papal al firmar un acuerdo de paz con lo almohades. Osea, con el califa, tu otro abuelo, que también acordó la paz con el primo de Don Alfonso, de su mismo nombre y el octavo de Castilla y tatarabuelo tuyo, y que se enfrentó al califa en las Navas, derrotándolo con la ayuda de Navarra y Aragón, entre otros”.

Ahora le tocó mear al mancebo y el conde seguía hablando: “Como ves las cosas no son siempre como parecen o nos las cuentan y grandes hombres pueden pasar a la historia con sus virtudes ensombrecidas o mermados sus méritos, como es el caso del último rey propiamente de León, mi señor Don Alfonso el noveno, sin duda uno de los más grandes de este reino que entre otras cosas fundó la primera universidad en la ciudad de Salamanca, promulgó leyes protegiendo los derechos de sus súbditos y concedió fueros.... Pero tú eres tan único y especial, que aunque para otros esas gestas bélicas son hazañas memorables, para ti sólo se tratan de disputas entre tus parientes. Y en lugar de tirarse los trastos a la cabeza, se matan y mueren por ellos miles de hombres. No es raro que de la mezcla de tanta sangre haya nacido una criatura fecundada por la savia de troncos reales que se amaron y tales intrigas y diferencias les eran ajenas. Tú naciste del amor y no del odio. Y por tus venas corre la sangre de las castas reales más poderosas de nuestro mundo”.
 
Nuño miró la cara del chico y éste sin palabras y sin apartar sus negros ojazos de los de su amo, le besó en los labios para decirle muy quedamente: “El único pariente que me importa eres tú y mi casta es la tuya, porque te considero y te amo más que a ningún otro ser en la tierra. Y aunque tengas esposa, a la que también amo, me considero tu hembra, sin derecho alguno pero con muchas más obligaciones hacia ti que ella. Tú eres mi padre, mi marido, mi amante, mi señor y mi dueño. Mi origen y mi fin. Y yo sólo soy tu esclavo. Eso es lo verdaderamente importante para mí, mi amor”.


“Y tú para mí eres la vida, el sueño y el aire. Lo eres todo y sin ti no deseo nada. Qué puede ser más hermoso que yacer y dormir para siempre contigo?”, dijo el conde dejándose el corazón en un largo beso de amor, prendido en los labios de su esclavo. Y añadió: “Qué puede ser más excitante que unir mi semen a tanta sangre de reyes al verterme dentro de tu vientre”.
 Y dándole la vuelta al chico, le bajó las calzas por debajo de las nalgas y se la metió con un fuerte empujón que le hizo sangrar el ano.

 Al cabalgar de nuevo, Iñigo se fijó en que el mancebo iba un poco ladeado sobre la montura y le preguntó: “Que te pasa?. Tanto te duele el culo que no puedes sentarte derecho? El descanso te lo ha puesto peor”.
Y Guzmán lo miró sonriendo y le respondió: “Ahora me sangra.... El amo se puso ciego y me la metió a saco con una fuerza brutal y me hizo sangre el ojete... Y me escuece y el golpeteo de la silla me molesta. Pero, aunque me he corrido como una zorra, llevo la polla dura otra vez. Me habló de cosas importantes para él y también de las grandezas de antepasados míos, a los que ni conocí ni me preocupan sus hazañas. Pero le excitó mucho pensar que al darme por el culo y correrse dentro, su esperma se mezclaba como esa sangre tan noble y antigua y para lograrlo me rompió el agujero con la envergadura de su verga y el ímpetu de su acometida. Al preñarme su esencia se une a la mía y al no poder fecundarme para crear un hijo en mis entrañas, cada vez que me jode nos convertimos más en uno solo...Es lo mismo que hace contigo cuando te penetra y te llena de leche esa barriguita tan linda y plana que tienes y a él tanto le gusta apretarla al montarte”.

“Eres un cabrón! A ti te ha jodido y a mi no. Y me estás poniendo los dientes largos y el pito duro y babeando como un niño al que le salen los dientes... Verás cuando paremos otra vez... Te estas ganando una patada en el trasero y va a ser tan soberana como todos esos ilustres parientes tuyos”, le dijo Iñigo, al tiempo que el otro, partiéndose de risa, azuzaba el caballo para dejarlo atrás.

lunes, 23 de abril de 2012

Capítulo XCVI

El conde quiso entrevistarse con los emisarios del señor de Foix antes de entregarles a los chicos y en cuanto supo que estaban llegando a la ciudad salió del castillo con Froilán y Don Niccolò para recibirlos delante de la iglesia de Santa María Assunta.

Fueron con un reducida escolta de cortesía y dos imesebelen, por si acaso, y dentro del templo parlamentaron sobre los detalles del viaje de los muchachos hasta Córcega. Nuño hubiese dado un brazo por ir con ellos y no dejarlos hasta verlos aposentados convenientemente y con todas las garantías de seguridad, pero tampoco iba a dudar de la palabra de un príncipe tan noble y respetado como Don Roger IV, que en alcurnia y poderío igualaba a muchos reyes.


 Por otra parte, a dicho conde no le interesaba enemistarse con el rey de León y Castilla y mucho menos con el del reino de Aragón y Cataluña.
Ese soberano estaba a un paso de su feudo y podía ser un serio peligro para sus intereses. Su mejor defensa era la diplomacia y llevarse bien con un vecino tan fuerte, ya que por las armas le sería difícil vencer a Don Jaime I.

La despedida había sido emotiva y a Curcio le costó dejar de mirar a sus compañeros de esclavitud. Y al llegar el turno de besar al mancebo y a Iñigo, se desmoronó y comenzó a llorar con un hipo que le cortaba la respiración. Guzmán lo consoló y le aseguró que nunca se olvidarían de ellos y siempre estarían en sus corazones.
Pero a Curcio le dolía el alma y estaba a punto de mandar todo su patrimonio a la mierda y gritar a pleno pulmón que quería seguir siendo esclavo del conde, al que consideraba su único amo y señor, en lugar de reconocerse como vasallo de su noble primo.
Pero ya no había marcha atrás ni Nuño se lo hubiese permitido. Así que el propio mancebo le ayudó a montar en Bora, el precioso caballo que le regalará el conde y a la vez, llorando también, lo hizo Fulvio sobre Céfiro y Fredo subió de un salto a la grupa de Ostro, después de coger por las caderas a Piedricco para montarlo sobre su jaca Tramontana.

Los vieron partir hacia el mar para subir a bordo del gran navío que los aguardaba. Y después de andar un trecho, todavía Curcio giró su caballo para ver por última vez al grupo de jóvenes que seguían mirando como se alejaban vestidos todos ellos como príncipes.

 Estaban tan guapos, que el gentío se arremolinaba a su paso y expresaban su admiración con vivas y aplausos como si se tratase de héroes que los hubiesen libertado de un tirano.

Ahora era el conde y los suyos quienes dejaban a su espalda La Spezia y trotaba cabizbajo rumiando sus pensamientos sin prestar demasiada atención a la charla intrascendente que se empañaba en mantener Froilán cabalgando a su lado.
Parecía que, entre otros cosas, le contaba como había disfrutado de sus esclavos esa noche y lo mucho que le gustaba besarle la boca y darle por el culo a Marco.
 Eso fue lo que hizo volver a este mundo al conde tan sólo para decirle: “Lo dices como si no te gustase hacer lo mismo con Ruper. Te has cansado de ese chaval?”
 Y Froilán, muy seguro de sí y de lo que decía, respondió: “Para nada!
 A ese lo como entero y le meto caña con toda la mala hostia... Son diferentes uno y otro. Y así como a Ruper le va la marcha y que le zurre y le haga daño al follarlo, el otro es más dulce y cariñoso y te dan ganas de mimarlo y tratarlo como un juguete que no deseas que se te rompa en las manos. Pero los quiero a los dos y realmente estoy loco por el primero. Tanto como tú puedes querer a los tuyos... Y me refiero a los dos que vienen detrás cuchicheando entre ellos”.

Y en ese momento Iñigo le decía al mancebo reteniendo un poco su caballo: “El amo está raro desde ayer... A que vino la zurra que nos dio esta noche? Ni siquiera dijo por que era”.
“Es que hace falta que diga por que nos pega? Lo hace cuando le parece. Ya lo sabes... Es el amo y no tiene que dar explicaciones”, objetó Guzmán.
 Iñigo afirmó con la cabeza, pero añadió: “Lo sé... Pero es la primera vez que no dice el motivo por el que merecemos los golpes... Y eso me resulta raro en él”.
“Tampoco nos dio tan fuerte como otras veces... Y lo raro es que llevase tiempo sin arrearnos por algo”, dijo el mancebo.
“Sí. Eso es cierto... Llevábamos bastante tiempo sin tener el culo encarnado ni que nos picase al saltar sobre la silla como ahora”, contestó Iñigo.
 “Y no te da gusto eso? A mi me me pone cachondo y hace que recuerde mejor el polvo que nos metió después... Sentir las nalgas calientes me excita y me la pone dura”, dijo Guzmán.
 Y el otro respondió: “Sí que me pone caliente una zurra en el culo antes de un polvo! Y no me importa cual sea el motivo para recibirla. Lo que pasa es que me extrañó que no dijese que habíamos hecho mal para merecerla”.
Y Guzmán respondió: “Nada. No hicimos nada... Pero somos los que más quiere y necesita, tanto para gozarnos como para que le consolemos y aliviemos sus penas... Y esta noche pasada nos tocó hacerlo antes de que le diésemos placer... O acaso no estás triste por la marcha de esos chavales?”
 Iñigo no tardó en contestar: “Si lo estoy. Y mucho además. Sobre todo si pienso en que quizás no volveremos a verlos... Y Fulvio me cae muy bien... Curcio también y es muy guapo... Y a los otros los echaré de menos...Es triste separarse de un amigo”.
 “Pues imagínate como estará el amo al dejarlos irse y privarse de ellos... Cuando menos cabreado. Y tú y yo recibimos las consecuencias en forma de azotes... Pero luego nos compensó con creces con su polla”, aseveró el mancebo.
“Eso es cierto”, ratificó el otro esclavo.


 El conde se adelantó al galope y todos apretaron el paso para no dejar que se separase demasiado de ellos. Nuño no lograba sacudirse la nostalgia por alejar de él a aquellos muchachos y quiso sentir el viento en la cara para despejar sus ansias e impedirse a sí mismo desandar el camino y regresar a La Spezia a buscarlos de nuevo. Froilán se puso a su vera y le sugirió hacer una parada para mear o beber algo, además de descansar las posaderas de tanto trote.
Y Nuño paró en seco a Brisa y gritó: “Alto! Haremos un descanso corto... Y el que quiera mear o cagar que aproveche ahora para hacerlo y también para beber”.
 Y todos echaron pie a tierra encantados de airear el culo y estirar las piernas un poco. Y lo de aliviar vejigas o tripas tampoco estaba mal pensado, pues ya hacía tiempo desde la última oportunidad de evacuar.
Y hasta los impertérritos imesebelen sacaron sus oscuras vergas y largaron por ellas gruesos chorros dorados. Y Dino se arrimó a ellos y pudo verlas de cerca y quedó fascinado por el calibre de aquellos aparatos mingitorios. Empezaba a comprender la alegría de los otros eunucos y de los chavales napolitanos que ayudaban a descargar sus pelotas a esos tiarrones de color azabache. ”Menudas trancas!”, exclamó para sus adentros el chico. Y seguramente pensó que con algo así dentro del culo su voz se mantendría clara y diáfana como el cristal para siempre, porque le castraría también el alma. Y no pudo menos que relamerse imaginándose sentado sobre cualquiera de ellas y notar toda la fuerza de su descarga en sus tripas.

 Casi estaba a punto de insinuarse a uno de ellos, pero Lotario lo enganchó por el cuello y se lo llevó tras un árbol y se lo folló.
Carolo también estaba en otro arbusto clavándosela a Aniano, que casi gritaba de gusto el muy puto.
Y no pasaron muchos minutos sin que probasen verga los otros eunucos y los dos napolitanos a los que usaban como putas los africanos. Y no iba a ser menos Froilán que le dio de mamar a Marcos y le metió los dedos por el culo a Ruper.

Al parecer sólo el conde y sus dos esclavos se abstenían de hacer sexo, pues Iñigo andaba ocupado en evacuar y el otro y Nuño paseaban juntos dando puntapiés a los guijarros que encontraban por el suelo.

Y los caballos pastaban tranquilos sin prestar atención a lo que hacían o dejaban de hacer los humanos. Sus problemas no le inquietaban y su misión era llevarlos de un sitio a otro y entretenerlos haciendo cabriolas o yendo al tranco que les ordenaban con las riendas y las rodillas. Al fin y al cabo, esa era la vida y el comportamiento que se esperaba de un equino de pura raza y ellos eran de la mejor de las castas.

viernes, 20 de abril de 2012

Capítulo XCV

Sin prisa y sin que levantase aún la neblina con que amaneciera el día, El conde y los suyos abandonaban Pisa en dirección a Génova. Sólo tenían prevista una parada significativa y de más de un día en la ciudad de La Spezia, en la región de Liguria, situada en el golfo del mismo nombre, entre colinas y el mar que la baña y lleva el nombre de esa misma región del norte de Italia. El mar de Liguria. Se alojarían en el castillo de San Giorgio, encaramado en lo alto de dicha ciudad, cuyo señor todavía era Niccolò Fieschi, después de establecer la autonomía de La Spezia librándola del poder de la república genovesa desde hacía unos años.

Este noble mantenía buenas relaciones con los gibelinos y Don Indro le anunció la vista del conde y Don Froilán. El viaje por Liguria se les hizo pesado y algunos chicos parecían derrengados de tanto caballo y traqueteo. Entraron casi de noche en La Spezia y ver las puertas de la fortaleza abiertas para que entrasen, los animó a todos y les hizo sonreír tanto o más que un buen polvo.
De todos modos no descartaban tener de eso en abundancia durante la noche e incluso al día siguiente por la mañana.
Pero lo primero era asearse y sacudirse el polvo del camino, que es otro polvo muy distinto al que ellos deseaban, y luego cenar como reyes e irse a la cama a gozar un buen rato antes de dormir.

No era extraño que luego el conde dijese y se reprochase que esos chavales estaban muy consentidos y mimados últimamente.
Sus culos necesitaban tanto una zurra como un pollazo y Nuño estaba dispuesto a dárselo por el motivo que fuese. Se lo comentaba a Froilán después de la cena y éste se partía de risa y le tomaba el pelo a su amigo diciéndole que estaba hecho un padrazo en lugar de una amo cabal y con sentido de la disciplina.

Y el conde le espetó muy serio: “No me tientes que les despellejo las posaderas a todos. Y verás como llevamos una caravana de fardos sobre las monturas en lugar de unos gentiles jinetes. Todos cargados a lomos de los caballos como sacas de patatas y los culos al aire, colorados y sin pellejo, para enfriárselos y que el enrojecimiento se les vaya pasando”.

Froilán se reía a mandíbula batiente y todos los chicos los miraban preguntándose que carajo estaban diciéndose sus señores. Cómo iban a sospechar que estaban en juego sus nalgas.

De todos modos para Nuño esa noche sería particularmente penosa. Nada más llegar al castillo, Don Niccolò le informó que, a tenor de una carta enviada por el conde de Foix, a lo largo del día siguiente esperaba la llegada de unos servidores de ese noble señor de La Occitania para hacerse cargo del joven Curcio y llevarlo a Córcega a tomar posesión de sus tierras y propiedades.

Roger IV tomó cartas en el asunto de inmediato, nada más recibir la misiva de Nuño, contándole el proceder del tío y tutor de su joven pariente, y se aprestó a encarcelar personalmente al infame Gastón y ordenar sin tardanza su ejecución, ahorcándolo delante de las puertas del palacio usurpado por dicho bribón.

Y ya estaban armando un barco para trasladar al chico a Córcega, donde lo esperaba su ilustre y poderoso primo.
Por un lado, Nuño se alegraba de ello por el muchacho, pero también sentía perderlo. Y no sólo a él, sino también a Fulvio. Los dos le gustaban mucho y si ya le había costado no usarlos a menudo, dejar de verlos y no tenerlos cerca le sería mucho más penoso.
Además con ellos se irían Fredo y Piedricco y también la pareja de simpáticos sicilianos.
Su comitiva se reducía y su alma sentía apartarse de todos esos jóvenes valientes que le habían dado momentos de gozo mientras le sirvieron.

Guzmán ya sabía lo que le ocurría a su amo, pero ni se lo dijo a Iñigo, pues de ello ni estaban enterados los propios interesados.

Y una vez en su aposento, el conde llamó a a Curcio para hablar con él a solas.
Le explicó al chico cual era su nueva situación y éste en principio le costó dar crédito a tales palabras del conde, pues le parecía algo imposible.
Pero, viniendo de tan noble señor, no podía dudar sino echarse a sus pies y besárselos en señal de sumisión y gratitud.
Y el chico se postró ante Nuño, pero no sólo le dio las gracias por ayudarlo, sino que le rogó que no lo apartase de su lado.

Nuño lo agarró por los hombros y lo levantó para sentarlo a su lado y le preguntó: “No quieres dejarme o no quieres irte sin Fulvio?... Si es lo primero no me dejas porque yo seguiré velando por ti desde donde me encuentre. Pero debes ir a tus dominios y cuidar de todo lo que te pertenece. Porque además ese es mi deseo y has de obedecerme. Y si es por no perder a Fulvio, por eso no temas, pues se irá contigo y te ayudará a gobernar a tus súbditos. Y espero que seas justo con ellos y que ames a Fulvio con todo tu corazón y por siempre, como él te ama a ti. Pero no iréis solos, porque Fredo será tu hombre de confianza y él se encargará de protegeros. Y con él irá Piedricco, lógicamente. Procura que sigan siendo tan felices como hasta ahora. Y lo mismo te digo respecto a Denis y Mario, que también te los regalo”.

Curcio se echó a llorar un poco de tristeza al irse y parte de alegría al recuperar su rango y fortuna.
Y en eso entró Fulvio con Guzmán y al contarle todas esas novedades, el chaval sintió un mareo y casi cae al suelo redondo.

Los besos de Curcio lo fueron recuperando y los dos se abrazaron llorando como dos tontos.


Era enternecedora la escena, pero el conde no estaba por la labor de dejar traslucir sus emociones, así que los mandó a follar a otro sitio, diciendo: “Como ves, Curcio, irás bien acompañado y espero que algún día volvamos a vernos. Mañana, Don Froilán y yo os daremos la despedida con el resto de los muchachos”.
Y le dijo al mancebo que trajese a Fredo, a Piedricco y los dos sicilianos, y a todos los puso en antecedentes y luego les dijo lo que les deparaba el futuro junto a Curcio y Fulvio.

Ahora a Nuño sólo le apetecía quedarse con Iñigo y el mancebo y a los dos les calentó el culo antes de jodérselo, sin decirles el motivo por el que los zurraba. La causa no era importante, sólo quería gozar de sus nalgas calientes y de paso dejar salir la mala leche que le producía privarse de esclavos tan bellos como los putos chavales que dejaba en libertad.

lunes, 16 de abril de 2012

Capítulo XCIV

Antes de media mañana, el conde y el mancebo entraron en casa de un escribano con Lotario y Carolo.
Allí, ante el fedatario, Carolo cedió su fortuna al capitán y éste juró formalmente vasallaje al conde y el compromiso de cuidar y proteger al generoso muchacho el resto de su vida.
Y así quedó rubricado y sellado con lacre a los ojos de los hombres y del cielo.
Nuño, intencionadamente, llevó a Guzmán a otro cuarto, so pretexto de tratar algún detalle con el huesudo escribano, y dejó solos a Lotario y Carolo para que hablasen de sus cosas.
El chico miraba al capitán con expresión arrobada y éste le agradeció lo que había hecho por él.
Entonces Carolo le preguntó si estaba seguro de asumir la palabra dada y estar dispuesto a cargar con él para toda la vida y Lotario, emocionado y con ascuas de deseo en los ojos, le respondió: “Lo estoy... Tanto como tú al desprenderte de esa riqueza. Y deseo tanto ser tuyo como estar a tu lado y poseerte cada día”.

Carolo, repreguntó: “Ser mío, en que sentido?
Y Lotario contestó: “En todos los que sean posibles entre dos hombres... Yo también sé y conozco que se siente adoptando el papel contrario en el coito. Y ansío sentirlo contigo y ver si yo me abraso por dentro como te abrasaste tú al tenerme a mí. Carolo, Lo único que lamento es que no sea físicamente posible que estemos dentro uno en el otro al mismo tiempo para preñarnos juntos”.
“No lo es, pero a mi también me gustaría hacer eso contigo”, afirmó el chico.
Y las manos de ambos se deslizaron por las nalgas del otro, apretándoselas con los dedos y besándose en la boca.

De nuevo en la calle, a Lotario le pareció ver a unos tipos, que le parecieron sospechosos porque no les quitaban ojo al conde y al mancebo, y advirtió a Nuño por si fuese peligroso seguir el recorrido por la ciudad sin escolta ni más compañía.
El conde dudó sobre el inminente riesgo que pudieran suponer tales individuos, pero el mancebo le hizo razonar y tornaron hacia el palacio.
Y ni Lotario ni Carolo pudieron esperar más tiempo y al volver al caserón de Carlotti se metieron en el aposento del capitán y se arrancaron las ropas, revolcándose desnudos sobre la cama. Tras los largos besos y sobeos por todos los recodos y agujeros, uno sobre el otro y con las cabezas en sentido opuesto, se la mamaron y chuparon los huevos y el ano.

Y antes que Carolo le ofreciese el culo a Lotario, éste se estiró boca abajo y se abrió de patas mostrándole el peludo agujero al chaval.

El chico plantó sus dos manos en las fuertes cachas del soldado y las amasó antes de morderlas y besarlas. Y, apoyado en los brazos, fue bajando su cuerpo lentamente sobre el del otro hasta tumbarse encima. Volvió a notar el vello del capitán rozando su piel y se excitó más si cabe.
Lotario no veía el momento de ser penetrado por Carolo y alzó el culo reclamando su entrada. Y el chico sujeto su polla con la mano y se la metió despacio a Lotario, no para evitar causarle daño, sino para gozar mejor ese momento. Y una vez metido a fondo en el culo del capitán, lo folló con energía, pero recreándose bien en cada clavada. Y el orgasmo fue fantástico para los dos.

Ninguno se pasó mucho con la comida ese día y sus estómagos no estaban atiborrados como para impedirles un poco de ejercicio. Pero, aún así, Froilán no quiso acompañarlos y el conde con su anfitrión y un reducido acompañamiento, decidieron ir a cazar. Realmente era un pretexto para probar el vuelo de un par de halcones que Don Indro regalara al conde y dos cetreros portaban las aves, que con la caperuza puesta y rematada en un adorno de plumas rojas, se aferraban al guante donde permanecían posadas como ignorando el trote del caballo.
Con Nuño, además de Carlotti, cabalgaban el mancebo, Iñigo, que era muy hábil en la caza con rapaces, y Lotario con Carolo, que también estaban acostumbrados a este noble arte de la cetrería.

Se habían alejado de la ciudad y salieron a campo abierto para ver con claridad las evoluciones y el vuelo de los dos pájaros de presa. Y Guzmán, que prefería usar su arco, se entretenía en hacer cabriolas con Siroco, ya que el animal estaba necesitado de libertad y de ejercitar las patas.

En un pequeño altozano se detuvieron y el conde se hizo visera con la mano para divisar el cielo y ojear algún pichón contra el que lanzar al halcón con sus afiladas garras. No parecía que hubiese una pieza en el cielo, pero el aleteo de unas torcaces, elevándose de entre unos matojos, le dio la oportunidad de ponerse su grueso guante de cuero, reforzado en hierro y tachonado con clavos de plata, y requerir que le entregaran uno de los alados cazadores para intentar abatir una de ellas.


El conde tiro de las correas y destapó la cabeza del pájaro, que parpadeó ante la luz de sol, y lo impulsó con decisión para que partiese tras las palomas. Y pronto las alas del halcón dibujaron en el aire círculos de muerte que presagiaban la rápido picado sobre su víctima. Y ahora le tocó el turno a Iñigo, que también hizo alarde de su pericia en estas lides, y su halcón hizo una impecable faena al igual que la otra rapaz. Y así, uno tras otro, fueron enviando a los halcones para que les trajesen una torcaz en cada vuelo.

Indro portaba su ave y se lució con ella para llamar la atención de Lotario. Mas éste sólo tenía ojos para Carolo, que disimulaba su azoramiento y sonrojo al toparse de frente con la mirada ardiente del capitán.

Hicieron un buen acopio de piezas y Carlotti sugirió un descanso bajo la sombra de los árboles de un bosque cercano. Pero el mancebo le pidió permiso al amo para estirar la cuerda del arco y cobrarse algo más que aves. Nuño le permitió hacerlo, pero le advirtió que no se alejase demasiado y que tampoco pretendiese proveerlos de carne a todos los habitantes del palacio de Carlotti. “Un par de piezas y nada más”, le dijo el conde a su esclavo.
Y Guzmán espoleó con los talones a su caballo y dando unos pasos con el animal encabritado, salió como una centella levantando polvo y piedras con los cascos.

No pasara mucho tiempo todavía, pero Nuño ya se preocupaba por la seguridad del mancebo y se puso en pie nervioso, pero sin querer demostrar ni su alteración ni los temores que le traían a la mente el recuerdo de otras peripecias del chaval, más después de ver a unos extraños personajes en la ciudad esa mañana.
Iñigo lo notó y, contagiado por el desasosiego del amo, miró al capitán a ver si a él se le ocurría algo para tranquilizar al conde.
Y Lotario sugirió rastrear los alrededores para buscar al chico. Y con el consentimiento del conde se alejó al trote con Carolo, dado que Iñigo y el propio Nuño lo harían por otro lado.
Indro y los cetreros se quedarían allí, no fuese a regresar Guzmán antes de que alguno de ellos volviesen con él.
Al llegar ante un repecho, Carolo y Lotario desmontaron y siguieron a pie apartando matorrales por si Guzmán estuviese herido entre la maleza. Carolo se paraba tras dar unos pasos para sentir la caricia de Lotario en su espalda o sus posaderas, pero no descuidan con eso la misión de localizar al mancebo. Sólo se besaban furtivamente o se decían palabras procaces y atrevidas, comunicándose el deso mutuo por amarse, mas comenzaban a temer algo nefasto al no dar con el chaval.

Y Nuño, yendo por su lado con el otro esclavo, iba rumiando por lo bajo mil palabrotas e increpaciones que le iba a soltar al puto necio si se le hubiese ocurrido alguna temeridad de las suyas.
Si era así, lo molería a palos. Y además ya le tenía ganas, pues hacía tiempo que no le ponía la mano encima para otra cosa que no fuese follarlo o hacerle caricias demasiado cariñosas.
Y no le quedaba la menor duda de que a este cabrón había que darle estopa más a menudo. Y esta vez se iba a enterar de lo que era meterle caña a mazo. Volvería a Pisa sobre el caballo pero atravesado boca abajo y con el culo tomando el aire.

Iñigo no se atrevía a dirigirle la palabra al amo, porque olía la tormenta, pero carraspeó acercando su caballo a Brisa y el conde le preguntó: “Qué crees que estará haciendo tu amigo?
"Cazando, amo”, respondió el chico.
Y Nuño añadió: “Cazando moscas con el rabo de burro que tiene... Os estoy mimando demasiado y así pasa lo que pasa... Ni se te ocurra decir que no tienes la culpa, porque los dos sois iguales... Veréis como esta noche dormís con el culo caliente los dos y mañana estáis como malvas, dóciles y calmados, y nos vamos de Pisa todos tranquilos... No oyes ese ruido?”
“Sí, amo”, dijo el esclavo muy bajito.
Y los dos detuvieron los caballos y desmontaron sin hacer ningún ruido.

Y al acercarse hacia el lugar de donde provenía el crujido que llamara su atención, vieron al mancebo agazapado y que al volverse para mirarlos les exigió silencio poniendo un dedo delante de sus labios.
El conde, ya muy cerca de él, le susurró: “Pero que coño haces, hijo de satanás! No ganamos para sustos contigo”.
El mancebo volvió a pedir que no hablasen y Nuño insistió, señalando a Iñigo: “Serás puto! Tienes a esta criatura en ascuas y temblando por si te había pasado algo malo y tú sólo pretendes que no digamos nada... Qué hostias haces?”

El mancebo le dijo casi al oído: “Amo, creo que nos han seguido o que por casualidad dimos con unos sicarios de Roma... He oído lo que hablaban entre ellos y vienen a por nosotros...Son siete y esperaban entrar en el palacio de Carlotti esta noche para degollaros a ti y a Froilán. Y a nosotros, se entiende... Deben tener un cómplice dentro del palacio que no sólo les tiene informados, sino que les franqueará la entrada para cumplir su cometido... Me he quedado quieto porque con todos no puedo. Sólo tengo el arco con cuatro flechas y la daga”.

“Sólo faltaba que tú solo te hubieses enfrentado a ellos!”, exclamó el conde. Y le ordenó a Iñigo: “Busca a Lotario y Carolo y luego avisa a Carlotti...No dejaremos que estos malandrines lleguen a Pisa... Se van a enterar de quien es el conde de Alguízar! O el feroz, como me llaman las gentes de mis tierras!”.

Nuño y Guzmán guardaron silencio y espiaban al grupo de conjurados bebiendo y charlando apaciblemente, intercalando cosas banales con detalles relativos a la matanza que se proponían realizar en el palacio de Carlotti.
Indudablemente el encargo era por orden dada en el palacio de Letrán, residencia de la corte papal en Roma. Y el mancebo aprestó el arco en espera de la señal de su amo para disparar sus mortales flechas contra aquellos hombres.
No tardó en regresar Iñigo, seguido de Lotario y Carolo, y también les acompañaban Indro y los cetreros, que de inmediato le dijeron al conde que para tratar de igual a igual a esos tipos, era mejor cegar a tres de ellos lanzándole los halcones a los ojos.
El conde preguntó si dominaban a esas aves hasta ese punto y ellos contestaron que podían dirigirlos contra cualquier cosa u órgano de un animal.
“Si es así, adelante... Dejaros ver y fingiendo que sólo os preocupa la caza distraerlos con alguna pregunta y en cuanto oigáis mi señal soltáis los pájaros contra los tres que parezcan más corpulentos... Del resto nos encargamos nosotros”.

Y tal como lo dijo Nuño así ocurrió. Y las rapaces hicieron su trabajo mientras que ellos se lanzaban al ataque desde los matorrales cogiendo por sorpresa al grupo de asesinos.

De entrada, el que parecía el jefe cayó atravesado por una de las saetas de Guzmán. Y otros tres se debatían con los seres alados, para librarse de sus devastadoras garras que pretendían hacer presa en ellos, empeñadas en quitarles los ojos a picotazos.
Uno de los halcones murió partido en dos por la espada de su acosada víctima y los otros dos hirieron seriamente a la pareja que eligió el otro cetrero e Indro para el ataque aéreo.
Pero aún así fue necesario que Iñigo y Carolo los rematasen a espadazos a los tres. Otros dos cayeron heridos en el corazón por las espadas del conde y Lotario.
Estos lucharon denodadamente con sus adversarios y el aire silbaba en torno a ellos con cada mandoble que largaban contra el enemigo. Sus pies levantaban polvo y removían la tierra, que en poco tiempo se moteaba de gotas pardas para terminar formándose un charco de sangre oscura bajo los cuerpos de los moribundos.
Y el único matarife que quiso huír al ver caer a sus compinches, también fue alcanzado por otra flecha del mancebo que le entró por la espalda. No era necesario interrogarles para saber quien los mandada, pero quizás por vicio o deformación, el conde le sacó a uno de ellos la confesión antes de que expirase.

Nuño montó en su caballo y aspiró una fuerte bocanada de aire en sus pulmones y, tras exhalarla, no dijo más que: “Esto ya está rematado”.

Y les repitió a los otros lo que ya les había dicho al caer el último de los rufianes a sueldo de Roma: “Aquí no ha pasado nada, ni no nos hemos topado con esta escoria... Para todo el mundo, presumiblemente fueron atacados por bandidos para robarles las bolsas... Queda claro? No nos interesa alertar ni llamar la atención sobre este asunto... De acuerdo, Don Indro?”

“Totalmente de acuerdo, señor conde. Y yo respondo por mis sirvientes”, afirmó Carlotti. Y añadió: “Siento la muerte de un ejemplar tan hermoso como ese halcón que os había regalado”.
"Yo también lo siento, pero os aseguro que me basta con uno... Los que tengo en mi castillo también son muy buenos cazando presas menores. De todos modos gracias, amigo mío”, respondió Nuño con una inclinación de cabeza muy cortés.
Y regresaron a la ciudad con bastantes palomas, pero sin un sólo conejo de los que fue a cazar el mancebo.
Y el conde le dijo: “Otra vez será... Ya tendrás ocasión de cazar con tu arco piezas algo más pequeñas y que te las puedas llevar colgadas del cinto... Estas de hoy te iban a pesar demasiado y su carne no creo que fuese sabrosa”. Y le arreó una palmada a las ancas de Siroco para azuzarlo y que emprendiese el galope hacia Pisa.

viernes, 13 de abril de 2012

Capítulo XCIII

Nuño se sintió a gusto teniendo solamente a su lado a sus dos esclavos preferidos.
Estaban tendidos boca a bajo y el conde dejó que su mirada bajase por la hendidura central de la espalda de sus chicos hasta desembocar en el principio de la raja que separa las nalgas y escondiendo ese agujero que él usaba como entrada principal del cuerpo de esos buenos mozos.
A Iñigo le había chupado hasta los dedos meñiques de los pies y la manos. Y al mancebo no le quedaba nada en todo su cuerpo que no fuese mordido por su amo.
Le habían parecido tan nuevos y a estrenar como la primera vez que los tuvo en los brazos. Y hasta tuvo la sensación que aún eran vírgenes al darles por el culo.
Encontró sus ojetes muy cerraditos y notaba como le apretaban la polla al tenerla dentro y moverla despacio para gozar más de ese calor húmedo y vivo que le trasmitían los cuerpos de esos chicos.

Ahora Guzmán lo miraba de medio lado y el gesto de sus labios no llegaba a ser sonrisa pero se le parecía mucho.
El conde pasó sus dedos por la frente del mancebo y éste cerró los párpados un instante para detener ese minuto de caricia de su amante.

Y le preguntó al amo: “Estás cansado, mi señor?”.
“De follar o de verte?”, preguntó a su vez el conde.
“De estar fuera de casa y no ver a tus hijos y a Sol”, replicó el mancebo.
Y el conde lo besó donde antes le acariciaba y respondió: “No es cansancio exactamente. Pero sí tengo ganas de volver y verlos y abrazarlos y besar a Sol y estar con ella como antes de partir. Y contigo, también. Porque sin ti nada tiene sentido ni podría gozar un segundo con nadie si no supiera que estás conmigo... Ves a Iñigo?... Es tan precioso que no parece posible que haya otra criatura más bella que él. Ni que ninguna pueda atraer tanto como este cuerpo que duerme junto a nosotros... Y, sin embargo, tú eres mucho más delicioso para mí que un ángel que bajase del cielo. Y con esto no quiero decir que seas menos hermoso que él. Pero vuestra belleza es diferente y resulta imposible juzgar cual de los dos es más guapo y su cuerpo más bonito.... Sé que con esto no te envaneces ni lo tomas como una mera adulación de cortesano... Eres demasiado inteligente para caer en un pecado de vanidad... Aunque la verdad es que en ti no sería injustificada”.

“Amo, parece que te olvidas de los otros muchachos... Carolo es guapísimo y no digamos Curcio o Aniano. Y Fulvio y Fredo y el resto... Y Lotario, que es todo un ejemplar como para enseñarlo por las ferias”, apuntó el mancebo, aún viendo el gesto de su amo, que no era de agrado en cuanto mencionó al capitán.
Y el conde exclamó: “También tú te has encandilado con él?... Pues no creas que es tan macho como parece!”.

Guzmán se rió y apoyando el mentón sobre el pecho del conde le respondió: “Lo supongo o no volverías tantas noches a su cuarto. La primera o la segunda podía ser por morbo o novedad. Pero las restantes ya no se justifican sino es por placer... Y la verdad es que imagino el gusto que deben darte esas cachas vellosas... Pero a mí no me llaman ni esas ni otras”.

 “Ya! A ti te hace babear más su polla, seguramente!”, replicó el conde.
Y el esclavo, levantando la cabeza y mirando fijamente a su señor, le espetó: Realmente crees eso, amo?... Es posible que aún puedas sentir celos de otro hombre?... Dime que no es verdad y sólo lo dices por fastidiarme... Porque oírte cosas así me fastidia, amo”.

Nuño agarró fuerte la mano del mancebo y dijo: “No... No es verdad, ni creo tal cosa... Sólo creo que te amo y no soporto que nadie te mire con deseo... Y menos mal que es imposible que tú mires así a otro hombre, porque no podría soportarlo... Eres mío hasta la muerte y jamás serás de ningún otro... Sólo mío y para siempre... Mi amor... Quién te puso en mi camino aquel día en el bosque negro?... No sé si supo lo que hacía, pero ahora es tarde para volverse atrás... Ya no puedo prescindir de ti ni de tu amor. Y hasta después de cruzar el extremo límite de este mundo y si hay algo más después, serás siendo mi amado y estarás conmigo... Y quien llegue antes sin el otro, cosa que dudo, pues yo te seguiré a ti si tienes que irte, esperará a que nos juntemos otra vez. Y eso sólo será en el caso que no quieras venir conmigo y haya de aguardar tu llegada”.

“No digas eso, amo... Cómo sería posible la vida sin ti... Eres mi único honor y mi gloria y mi verdadera vida... Así que se acabará todo contigo, mi amor”, afirmó el mancebo llorando sobre el corazón de Nuño.

El conde peinó el cabello de su esclavo con los dedos y murmuró muy cerca de su oído: “Para eso falta mucho tiempo aún... Y voy a amarte mientras respire y en cada instante de tiempo que pise la tierra bendeciré haberte encontrado para que me acompañases hasta el final de este camino de sangre, dolor y placer... Me gusta ver dormir a Iñigo. Parece un niño satisfecho después de zamparse una buena ración de leche mamada de la teta de su nodriza... Debió ser muy tragón de pequeño... Y así se hizo un bello hombre... Dejémosle dormir y descansemos nosotros también”. Y los dos amantes se estrecharon en un tierno abrazo.

Pero la escena en la habitación del capitán todavía era muy caliente y el ardor de unos cuerpos jóvenes llenaba el aire de olores y efluvios excitantes. Dino, más rápido y decidido que Aniano, se montó a horcajadas sobre el rabo del capitán, ensartándoselo él mismo, y a Carolo, un poco rabioso por verse desplazo y otro tanto salido como un burro, su cerebro le mandó un fuerte impulso a sus piernas y se puso en pie, yendo decidido hacia el lecho y cogiéndose con la mano la polla que chorreaba abundante babilla serosa. Agarró por los pies a Aniano y lo arrastró hacia el borde de la cama y, con decisión, le dio la vuelta, sujetándolo por las caderas, y lo puso a cuatro patas para clavársela sin más lubricación que el pringue de su propio pene.

Lotario vio a Carolo jodiendo al otro chaval y levantó a Dino en volandas y también lo colocó en igual posición que ese enculado y a su lado. Y uno y otro follador se miraban, excitándose mutuamente con los ojos y la boca, mientras les daban por el culo a los dos muchachos.

Y de repente el capitán besó en los labios a su antiguo enemigo y éste detuvo la polla dentro de la tripa de Aniano y se tocó con la mano la boca para asegurarse que la humedad que notaba era de la saliva de Lotario y no suya.
Y le devolvió el beso pero con más pasión y ardor.
Y volvió a darle caña al otro chaval, para terminar corriéndose sintiendo los dedos del capitán dentro de su culo.
Lotario le metió dos dedos hasta el fondo y al sentir los latidos del chaval al eyacular en el otro, también se vació con una potente descarga en el interior de Dino.
Los cuatro estaban más calmados y parecía que Dino y Aniano cogían el sueño. Pero no así Carolo ni Lotario y muy despacio y sin hacer el menor ruido salieron del aposento.

Fuera, en el corredor donde estaban, se abrazaron como si nunca se hubiesen visto ni conocido antes. Y Lotario tomó la iniciativa palpando las nalgas de Carolo.
Aquellas dos cachas encendían su sexo como el ascua prende la paja seca en verano. Y a Carolo le calentó el roce del cuerpo de un hombre tan hecho y la fuerza conque le agarraba el culo para apretarlo más contra él.
Lo estaba tratando como seguramente hacía con Isaura antes de follarla, pero al chico le gustaba ese trato y su carne le pedía hasta desgarrarse sentir dentro la verga del capitán.
Y no tardó en tenerla, por que Lotario lo puso mirando al muro y se la calcó por el culo sin esfuerzo alguno. Carolo estaba tan cachondo y ansioso al verse poseído por el hombre que le había enseñado muchos trucos con la espada, que su esfínter se abrió del todo al notar que la cabeza del cipote se acercaba dispuesto a rellenarle el vientre.
Y ahora el capitán le mostraba lo que sabía hacer con su mejor arma para deleitarlo con ella. Y el chaval se clavó más en esa espada de carne, atravesándose con ella, al empujar hacia atrás para sentir en sus ancas el vello rizado del pubis de aquel macho, rudo para calzarlo y cariñoso a la vez al besarle el cuello y la nuca y decirle lindezas al borde de su oído.

Lotario le metió un polvo que Carolo no iba a olvidarlo con facilidad. Y las señales del gozo supremo que los dos sintieron al correrse, quedaron marcadas en la pared con la marca de las uñas. Arañaron la piedra por no marcarse el uno al otro. Pero el fuego que los devoró hasta agotarlos y dejarles los cojones vacíos, no se apagó con esa follada.
Ambos estaban pegados como el perro a la perra y no querían separarse. Y así esperaron a sentir de nuevo la calentura y volver a joder como posesos.
Dos polvos y un par de descargas hicieron que las rodillas de Carolo flaqueasen y Lotario lo sujetó firmemente y lo llevó en brazos hasta la cama. Era como si posase a la novia en el tálamo nupcial, pero después del coito y no antes de haberla desflorado. Esa noche los dos durmieron juntos y unidos como recién desposados. Quizás el conde había logrado otro de sus objetivos. Pero aún faltaba rematar esa faena para que fuese completa la dicha de ambos jóvenes.