Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

miércoles, 5 de octubre de 2011

Capítulo XXXIII

Salvo la aparatosa tormenta marina, en lo que llevaban de travesía no se registraron incidentes de importancia. A excepción de una baja entre los tripulantes, que oficialmente se le dio por desaparecido, supuestamente al caerse al mar en estado de embriaguez. Era un hombre rudo y bastante desagradable de carácter, al que nadie echó de menos hasta pasadas unas horas tras calmarse el estado de la mar y tranquilizarse todo el mundo a bordo. Pero el conde y los suyos sabían la verdad de lo ocurrido, aunque mantenían el secreto. Hassan había ido a buscar un poco de agua para su amo. Y al ir a destapar el tonel donde se almacenaba, notó que unas manos lo agarraban con fuerza y dándole un golpe en la nuca el agresor dobló al muchacho boca a bajo sobre el barril del agua. El joven eunuco no quedó inconsciente y se dio perfecta cuenta de lo que pasaba. Alguien por detrás, a quien no veía pero que su aliento apestaba a aguardiente, le rasgaba los bombachos por el culo con clara intención de violarlo.

Pero el borracho libidinoso, en su embriaguez, no se percató que, tras de sí, unos músculos brillantes, con destellos de acero en los ojos, agarraban su cabeza para partirle el cuello con las manos. Bastó un giro seco y el infeliz marinero cayó muerto en cubierta. Ali lo levantó con una sola mano y lo arrojó al mar, perdiéndose rápidamente después de producir un sordo golpe en el agua, cuyas ondas fluorescentes se mezclaron con la estela que dejaba el barco al navegar. Hassan le llevó el agua a su amo y le relató lo sucedido. Y el conde tranquilizó su miedo con un beso en la mejilla, asegurándole que ni el capitán ni los marineros sabrían la verdad de lo ocurrido.
El esclavo le besó la mano a su señor y le pidió permiso para compensar de algún modo al guerrero, aunque solamente fuese con la boca. Y Nuño le autorizó a eso y algo más, diciéndole: “A un macho de su categoría no le basta con eso. Dale placer también con el culo. Y hazlo cuantas veces te apetezca. Abdul ahora es quien complace a Jafir, que lo usa cuando le apetece. Pero quien usará a Ali eres tú. Y él te dará gusto cuando tú quieras. Así que ya lo sabes. No estás obligado a agradecerle nada ni a premiarle por haberte ayudado. Pero si deseas que te posea y te llene de gozo el cuerpo, hazlo con sólo ordenárselo. Ese joven guerrero es tu semental. Disfrútalo y aprovecha bien su leche”. “Gracias, mi amo. Sabré usarlo como merece ese joven garañón”, dijo Hassan con los ojos resplandecientes.
Y lo uso a continuación. El eunuco le dijo al negro que se sentara y él lo hizo sobre sus piernas, mirándole a los ojos. Y aprovechando que ya tenía los bombachos rotos en el culo, se clavó en el miembro erecto del otro joven, sin necesidad de ungüento alguno, a pesar que el calibre del instrumento no era inferior al de Jafir. Ali vibró y le temblaban hasta las pestañas al ir notando el interior del bello castrado a lo largo de la piel de su polla. Y cuando ya se la había endiñado entera, tocando las nalgas del muchacho los cojones del guerrero, Ali casi lloraba de alegría y placer. Y los dos se besaron los labios, uniendo así algo más que sus cuerpos. Ese fue el primero, pero el potente negro le metió cuatro más casi seguidos y le dio de mamar antes de dormirse. Sin duda le tenía ganas al culo del joven castrado y no desperdició la oportunidad de saciarse con él. Sería el inicio de un sin fin de horas de delirio y gozo para los dos muchachos. Y la verdad es que, al verlos dormir juntos, tanto a ellos como a Abdul y Jafir, daba un gusto tremendo. Sobre todo si les descubrías el cuerpo para ver los culos de ambos castrados, de cuyos anos muy dilatados escurría un grueso hilo de un semen espeso y muy blanco. Y sin duda los cuatro eran felices tan estrechamente enlazados. Aunque eso no era obstáculo para que Hassan siguiese amando a Guzmán más que a nadie en el mundo.

Desembarcaron en Porto Torres para desentumecer la piernas, sintiendo bajo los pies la tierra firme, y visitaron la basílica de San Gavino y los alrededores del pueblo, mientras la tripulación hacía acopio de provisiones. Froilán sugirió la idea de ir hasta Sassari, para que los caballos hiciesen ejercicio y trotasen un buen trecho, que les vendría bien después de llevar tanto tiempo inactivos dentro de una bodega. Y, de paso, conocían también algo más de la isla. Idea que a todos les pareció estupenda. Y, sin más dilaciones, buscaron quien les alquilase unas cabalgaduras para sus escoltas y los dos eunucos, puesto que tampoco era cuestión que ellos hiciesen el recorrido andando.

Al aproximarse a la villa ya distinguían el campanario románico de San Pedro de Siliki y la torre gótica de San Donato. Este burgo sardo era una red de calles estrechas, por las que correteaban niños y trajinaban mujeres atareadas en sus labores caseras y el cuidado de sus hijos, entre mucho bullicio. Y que contrastaba con el rostro circunspecto conque los miraban los hombres o el desenfado alegre de algunos muchachos muy jóvenes todavía. Y en todas partes se respiraba actividad y se notaba la prosperidad de los distintos oficios que ejercían sus pobladores. Froilán y el conde compraron algunos objetos artesanos, que les parecieron bonitos y originales, y los tres chicos y los eunucos también lo pasaron en grande probando delicias típicas de la zona y jugando entre ellos como si de pronto se volviesen niños.

A sus amos les gustaba verlos alegres y divertidos y les dejaron que hiciesen alguna payasada de las que no ofenden ni molestan a nadie. Pero al llegar a una plazuela, Guzmán vio en un tenderete, hecho con cuatro tablas y mal cubierto con una lona, un objeto que llamó su atención. Parecía una garra, pero era un adminículo de metal para colocarlo en los dedos de la mano, a modo de uñas postizas, y rematado con cinco afiladas cuchillas, no tan largas como puñales, pero suficientes para rajar la carne a cualquiera que le acariciasen con ese artilugio. El mercachifle le aseguró que venía del lejano oriente, de unos reinos grandiosos situados al este de Jerusalén, en los que había poderosos reyes y grandes señores, cuyas riquezas eran incalculables. Según decía, aquel buhonero, los usaban como adornos en la ceremonias, tanto los hombres como las mujeres, y éstas danzaban moviendo las manos enjoyadas y rematadas con esas uñas de oro y plata.

El mancebo primero quedó sorprendido y acto seguido, su imaginación se puso a maquinar. Y sin más le pidió al conde que le comprase aquel adorno. Nuño lo examinó detenidamente y preguntó el precio. Y quizás el mercader quiso aprovechar la coyuntura y pidió lo que al conde y a Froilán les pareció un valor excesivo, teniendo en cuenta que ni era de plata ni mucho menos de oro. Pero el mancebo estaba interesado en adquirir el dichoso objeto y el conde arriesgó una oferta muy inferior a lo que le pedían. Y agotado el tira y afloja acostumbrado en estos casos, se quedó con el chisme por una cantidad razonable.

Y cuando ya se alejaban del lugar, Nuño le preguntó a Guzmán: “Se puede saber para que carajo quieres eso?. Acaso te vas a poner a danzar agitando las manos y moviendo esas uñas de metal?”. “No, amo”, negó el chico. Y añadió: “No las quiero para mí. Espero que encontremos un buen artesano en Nápoles, que sepa trabajar el metal, o mejor un armero, y haga dos iguales, pero con afiladas y mortíferas garras de acero en cada dedil”. “Pretendes convertir eso en un arma?”, exclamó Froilán. “Sí”, afirmó Guzmán. “Pero si tú manejas muy bien el cuchillo!”, exclamó Nuño. Y fue Iñigo el que habló: “Amo, lo quiere para Hassan y Abdul”. “Sí?”, preguntó Froilán. “Sí”, afirmó Guzmán. Y explicó: “Ellos se defenderán con esas afiladas garras si alguien los ataca. Y con un simple arañazo podrán seccionar la yugular de un hombre por muy fuerte que sea”. “No está mal pensado. Reconozco que tienes ingenio”, admitió Froilán. “Nunca dudes de su inteligencia, amigo mío. Ni tampoco de la del rubiales, que tampoco se queda corto, como has visto. Empiezo a creer que se leen el pensamiento estos dos putos... Si resulta como imagino, puede ser mortal la caricia de esas dos gatas. Mejor dicho, panteras!”, concluyó el conde.

La visita a Sassari les aportó más de lo que esperaban y el lugar resultaba agradable. En consecuencia, el conde y Froilán pensaron en quedarse esa noche en el burgo y dormir a gusto sin mecerse con el vaivén de la nave en el mar. No perderían nada por retrasar un día la llegada a Nápoles. Y, sin embargo, ganarían reposo y tranquilidad antes de atravesar el estrecho de Bonifacio que separa Córcega de Cerdeña y une el Mediterráneo con el Tirreno. Buscaron donde pasar la noche, con sus esclavos, guardianes y caballos. Y tan pronto saliese el primer rayo de sol, estarían en pie de nuevo para dar el salto hasta la península de Italia.