Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

miércoles, 8 de febrero de 2012

Capítulo LXXV

Saber que su caballo había muerto a consecuencia de la caída en la carrera fue el mayor disgusto que Carolo se había llevado en toda su vida. Y por supuesto mucho mayor que la muerte del obispo, a quien creía su tío y en realidad era su padre, como supo por el testamento en donde lo reconocía como tal. A ese hombre no le tenía aprecio y ni unos los lazos de sangre tan fuertes le movieron a cambiar el afecto hacía aquel ser ambicioso y, en opinión del chico, ruin y mezquino. Pero el regalo de un nuevo corcel y la sumisa adoración de Dino le consolaron y hasta le hicieron reír de nuevo y tener ganas de gozar la mucha vida que su juventud le garantizaba.


Es cierto que tendría que permanecer unos días en reposo y no realizar actividades bruscas, excepto las propias del sexo, siempre que se moderase en el esfuerzo, dado que todo su cuerpo tenía moratones y le dolían hasta las pestañas por la terrible caída y el porrazo monumental que se había dado contra el suelo de la Piazza.

Eso retrasaba los planes de viaje del conde, puesto que el muchacho no estaba en condiciones de cabalgar ni agotarse en una marcha forzada hasta Livorno, para llegar posteriormente a Pisa. Y Nuño habló con Don Bertuccio para ir ganando tiempo en el objeto de su embajada. Los documentos comprometedores para algunos cardenales y prelados que guardaba el fallecido obispo de Viterbo, se los entregó a Don Bertuccio con el fin de que la república de Siena los utilizase para doblegar voluntades cercanas al pontífice en pro de la causa gibelina. Y eso significaba allanar la oposición de Roma a la elección del rey Don Alfonso como soberano del Sacro Imperio. Servirían para forzar el apoyo de los implicados en esos documentos hacia las pretensiones del partido gibelino y del rey de Castilla y mermar de ese modo las posibilidades al trono imperial de Ricardo de Cornualles, el otro candidato y hermano del rey de Inglaterra, cuya designación impulsaban los güelfos y el Papa.

Todo ese material era un arma contundente para lograr los propósitos que llevaran a Froilán y al conde a Italia y con ello se ahorraban muchas conversaciones y negociaciones tendentes a menoscabar el poder de la Iglesia. Y, además, también procuró Nuño que la república de Siena ayudase a Carolo en obtener venganza contra el cardenal Olario, que unos días más tarde probablemente moriría del mismo modo que ordenó matar al padre del chico. Una mala digestión de la cena o algo que le haría daño al ingerirlo le llevaría a la tumba irremediablemente.

Por otro lado, Don Bertuccio mandó misivas a los espías al servicio de la república para dar con el paradero de Isaura y Lotario y recuperar la fortuna del chaval. Quizás eso llevaría más tiempo, pero darían con ellos y les harían devolver cuanto la habían robado a Carolo. Nuño no quería que los matasen, pero si que capasen al capitán para que Isaura tuviese a su lado sólo un cabestro en lugar de un semental. Esa sería su penitencia por zorra y traidora y también la de Lotario por ser un gilipollas y el mayor hijo de puta que pudo cruzarse en la vida de Carolo.

Y cumplidos esos mandatos, las cosas ya estarían nuevamente en su sitio y en orden. Y acordado todo eso entre los señores, el conde tenía dos opciones. La primera era dejar a Carolo y a Dino en Siena, bajo la protección de Don Bertuccio y la república, y proseguir cuanto antes el periplo emprendido desde Castilla. O, por el contrario, esperar el restablecimiento del chico y dejar que los acompañase el resto del viaje. Pero eso debería decidirlo el propio Carolo y optar por una de las dos posibilidades, según más le conviniese e interesase al muchacho. Con todo lo que contenía el arcón usurpado por Isaura, Carolo sería un hombre rico y podría permitirse una cómoda vida en Siena, sin privarse de lujos ni criados. Y si su deseo era seguir al conde, lo más probable era que terminase formando parte de su elenco de esclavos sexuales.

Mas Nuño quería que el chaval tomase la decisión libremente y dijese la última palabra al respecto. Y si prefería no quedarse en Siena, entonces con ello renunciaba también a su libertad y seguramente a su virginidad. El conde prefería que los esclavos que le servían lo hiciesen por voluntad propia y no forzados al servilismo por otros motivos que no fuese el ansia de complacerlo y darle placer, cuando y como a él le apeteciese, como ocurría con el resto de los chicos que formaban su pequeña corte de putos esclavos. Mentiría si no dijese que su deseo era conservar a su lado a Carolo, pero no forzaría al chico bajo ningún concepto para retenerlo. Si quería hacer su vida con Dino, Nuño celebraría tal deseo y les desearía a los dos toda la felicidad que pueda alcanzarse sobre la tierra. Y no pondría obstáculos para ello, sino que por el contrario los ayudaría en cuanto estuviese en su mano para facilitarle las cosas.

Tres días más, Guzmán estaba con Carolo y al entrar el conde en la habitación del chico se puso de pie para irse. Pero Nuño lo detuvo, sujetándolo por un brazos y le ordenó sentarse de nuevo en la cama del otro chaval. El mancebo guardó silencio y fue el conde quien habló: “Qué tal te encuentras esta mañana?”. “Mejor, señor”, respondió Carolo. Y el conde prosiguió: “Me alegra que te recuperes tan rápido. Porque, como ya sabes, no tenemos demasiado tiempo para permanecer en Siena y adelantar o retrasar la salida depende de ti... Me explicaré mejor. La república se encarga de tus intereses, como ya te dije en su momento. Y si eliges quedarte aquí y esperar a tener las riquezas dejadas por tu padre para disfrutarlas a tu modo y gusto, nosotros nos iremos mañana y Don Bertuccio te protegerá y cuidará de todo lo necesario para que te instales en esta ciudad. Es una república fuerte y gibelina y estarás seguro en ella. Pero si tu deseo es continuar conmigo, entonces retrasaré algo más la partida para que tengas las suficientes fuerzas y puedas seguirme el resto del camino sirviéndome hasta que yo diga lo contrario... No quiero que te precipites en la elección y me contestes ahora sin pensarlo bien. Así que esta noche aguardaré tu repuesta”.

Carolo quedó mudo por unos instantes y luego dijo: “Señor, no me siento heredero de quien dijo ser mi padre y nunca lo quise por lo que me hizo cuando todavía era casi un niño. A él nunca lo sentí como mi familia, a pesar de llamarle tío, y en cambio a estos muchachos que os sirven los considero más que si fuesen mis hermanos. Y los quiero y me atrae poderosamente estar con todos ellos. Lo mismo que serviros a vos y asimilar cuanto me queráis enseñar respecto a todos los aspectos de la vida de un hombre. No puedo pediros que esperéis por mí, ni ser una carga para vos ni retrasar vuestros planes. Pero no tengo que esperar ni meditarlo más para deciros que en aún sosteniéndome mal sobre el caballo, iré tras de vos para unirme al resto de los chavales que os sirven, señor. Esa fortuna de la que habláis sólo es oro y plata y estar con vos es vida, señor”. Nuño sonrió satisfecho y dijo: “No seas tan duro con ese hombre que fue tu padre, aún siendo deplorable lo que hizo entonces. Yo, a esa misma edad, vi como una flecha atravesaba el corazón de otro joven al que amaba y estaba clavado en mi verga en ese momento. La luna era hermosa y nos daba su luz en una terraza del castillo. Y cuando ya lo gozaba, desde una almena alguien lo mató. Y siempre creí que fue mi propio padre. Ya ves. Sufrí algo parecido en mi propia carne y el destino me deparó otro amor más grande e intenso”.

Carolo miró los ojos negros del mancebo, chispeantes como la plata, y añadió: “Haré caso a vuestro consejo, pero no aseguro que consiga perdonar al obispo. Y espero lograr también ese amor especial. Pero ahora, señor, ya me habéis hecho probar algo que deseo experimentar mejor y saber hasta que punto llego a vibrar y encenderme como le ocurre a Guzmán y a Iñigo. Y que me guste darle por el culo a Dino u a otro chaval no significa que no vaya a gustarme eso otro también. Y creo que mi cuerpo me lo pide desde hace tiempo”.

El mancebo miró al conde y éste al chico después de ver la cara y la expresión de pilla complicidad de Guzmán. Y sin decir nada se inclinó sobre Carolo y le beso la boca como lo hacía con sus otros muchachos. El chaval suspiró y se entregó al macho más poderoso en aquel beso. Y Nuño destapó su cuerpo y lo dejó desnudo sobre las sábanas. Un simple gesto bastó para que Guzmán ayudase al otro chico a ponerse boca abajo y separándole las piernas le comió el culo, follándolo con la lengua. Carolo se estremeció y se le levantó el vello al ritmo de un sin fin de gemidos que denotaban que se estaba deshaciendo de gusto el muy puto. Y Nuño volvió a introducirle uno de sus dedos por el ano y volvió a ocurrir una reacción idéntica a la de la primera vez. Carolo enloquecía de placer al sentir como se movía dentro de sus carne otro cuerpo que no era el suyo. Y no le dio tiempo a más, porque se corrió, pringando la cama de una forma escandalosa.

Estaba claro que ese chico necesitaba adiestramiento y mantener la concentración para no irse antes que el amo se lo autorizase. Pero por el momento a Nuño le bastaba con saber que muy pronto sería suyo como el resto de los esclavos. Y ciertamente, como decía Froilán cada vez que veía de espaldas a Carolo, el crío tenía un culo de antología. Qué patas y qué jamones marcando sugestivos hoyuelos a cada lado de las nalgas!. Y que follada le iba a meter el conde antes de irse de Siena!. Iba a proseguir el viaje con el culo partido en dos, pero encantado de sentir el ano abierto y dilatado como el de los otros putos que usaba el conde para su deleite y placer. Y era muy probable que pronto quisiera ser la mejor puta de la cuadrilla del ese gran amo.