Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

martes, 26 de julio de 2011

Capítulo V

La impertinencia de la campana obligó a Nuño a abrir los ojos y encontrarse con la boca de Guzmán pegada a la suya. El chico todavía dormía y daba pena despertar a una criatura con una cara tan encantadora y un gesto tan dulce como el del mancebo cuando había dormido a gusto pegado a su señor y con las tripas calientes con la leche que le depositaba en ellas al follarlo. Nuño oyó pasos cerca de la sala en la que se encontraban y se decidió a salir para averiguar cual era el motivo de ese ajetreo a una hora tan temprana.

Era mayor el ruido que las nueces y tan sólo se debía al atropellado corretear y murmullos entre dientes de dos jovencísimos novicios que terminando de acomodarse los hábitos se dirigían hacia el otro lado donde estaba la cocina del convento. Al conde le hizo gracia la ágil figura de los mozalbetes que todavía dejaban ver parte del culo al no haberse bajado del todo las faldas, y se preguntó: “De dónde vendrán estos dos rufianes y que habrán hecho durante la noche?”. Y la respuesta tenía poco misterio, más al ver abrirse una puerta y salir por ella el alférez de su guardia. Y como es normal en casos parecidos, dos y dos no suman cuatro sino tres.

El conde conocía las debilidades del joven y fornido jefe de sus soldados, el noble y leal Don Pero, que si no tenía el coño de una hembra al que echarle mano cuando la polla se le ponía tiesa, lo cual sucedía con mucho frecuencia durante el día, le era lo mismo usar el agujero del culo de un rapaz para bajar la calentura que le hinchaba los cojones de semen. Y no eran necesarias más explicaciones y hasta le era posible al conde adivinar la caliente noche que habían pasado los dos chavales.

Efectivamente, a Don Pero le pareció que lo espiaban tras una rendija cuando se desnudaba para despojarse de la ropa mojada y acostarse y, ni corto ni perezoso, se fue hacia ella y se percató que del otro lado estaban los dos críos gimiendo bajito al compás del pajote que se estaban cascando con la visión del esbelto y musculoso cuerpo del alférez. Empujó la mampara que los ocultaba y los sacó a la luz del velón para verlos bien y regañarles por su curiosidad.

Pero al verlos tan jóvenes y con la piel tan suave, primero les calentó el trasero zurrándoles con su mano y después los puso a cuatro patas, uno al lado del otro, y les preparó el ojete con los dedos para enseñarles el placer que podía sentir un joven muchacho cuando un hombre le daba por el culo. Y se los ventiló sucesivamente durante gran parte de esa noche fría y húmeda con el rugido del viento como música de fondo a los jadeos y gemidos de dicha de los dos mocosos y del aguerrido soldado. Es posible que cuando corrían por el claustro sus anos serían capaces de tragarse un cirio pascual de tanta polla que les habría dado el salido Don Pero. Sin embargo, eso sólo debía preocuparle a los dos desvirgados que lo tendrían crudo a partir de entonces si no daban con otro semental a la medida del que los estrenó. Y sería muy probable que eso lo pagase algún velón de tamaño aceptable.

Lo malo es que entre unas cosas y otras al conde se le fue el sueño y ya desvelado sólo le quedaban dos opciones. O daba la orden de partir de inmediato y poner a toda la tropa en pie o despertaba al mancebo y le endiñaba un pollazo en toda regla, de esos que rompen el culo, para deslucir los que le había suministrado el alférez a los dos novicios. Y optó por lo segundo, pero de paso le mandó al oficial que tocasen diana y se espabilase todo el mundo para partir una vez terminado el oficio de maitines. Y con la misma volvió a su improvisado aposento y se lanzó en plancha sobre la espalda de Guzmán clavándole la verga en el ano sin lubricarla previamente.

El despertar del chico fue algo violento, pero esas sensaciones fuertes le daban energía al muchacho y pronto su esfínter se amoldó a la tranca que le friccionaba la tripa. Y después de un buen rato de embates y golpetazos en las nalgas, un fuerte chorro espeso y templado le suavizó los efectos del insistente roce, corriéndose de gusto el muy puto.

Y cómo le agradeció ese amanecer a su amo!. En cuanto pudo incorporarse y verse aligerado del peso del cuerpo de su señor, Guzmán se lanzó a su cuello y le besó los labios como si quisiese comérselos para desayunar. Pero no había mas tiempo para retomar un nuevo magreo, puesto que el conde tenía claro que no convenía perder más tiempo en el monasterio. Pues no le extrañaba que si la estancia en ese lugar se hacía más larga algún que otro virgo de fraile saltase por los aires. O mejor dicho, se lo metiese por el culo algún otro soldado con ganas de tumbarse a una puta. La necesidad de aligerar los huevos en hombres jóvenes es difícil de contener. Y habiendo mozos con piel fina y blanca como la de una damisela y sin callos en las manos de empuñar espada, mucho más. Por el momento dos novicios ya iban con el culo servido y era más prudente evitar que proliferasen las tentaciones al terminar de rezar los frailes.

Pero el conde, si bien tenía su parte de razón en sus temores, la medida de abandonar cuanto antes el solar sagrado del convento no paliaba que el agujero del culo de otro religioso hubiese gozado durante la noche de un placer que nunca soñó volver a disfrutar entre aquellos santos muros. El muchacho, todavía a mediados de la veintena, se hizo el encontradizo con dos soldados fuertes como mulas y el olor de su ansia les indujo a arrancarle el sayal y dejarlo en putos cueros para violarlo. El hizo que se resistía, mas no les fue muy trabajoso arrastrarlo a un rincón y ponerlo con el culo en pompa como a una perra. Primero se lo folló uno, mientras el otro le agarraba por un brazo y la cabeza, obligándole a levantar el trasero para dejar el ojete a la vista, y luego le tocó al otro que también le dejó el ano encendido y vertiendo leche. Pero la inexperiencia en joder culos de ambos soldados no les permitió percatarse que el de aquel muchacho ya no lo estrenaba ningún cipote. El esfínter cedió al mínimo empuje de la primera verga y se la tragó con unas ganas que si llega a resbalar el soldado entra de cabeza por el agujero. Y lo mejor fue que los tres se lo pasaron en grande y el monje vio el cielo en una noche sin luna ni estrellas, hasta el toque de maitines, y nunca olvidaría la visita del conde y su tropa al tranquilo y pacífico cenobio en donde jamás ocurría nada imprevisto ni fuera de la aburrida rutina diaria.

En cualquier caso los acontecimientos habían alegrado el día, puesto que paró de llover y hasta parecía que el sol quería unirse a los viajeros y secarles la tierra con sus rayos para aligerar el trabajo de las bestias. El conde estaba de buen humor y todavía se reía de la escena viendo a los dos críos componiendo sus ropas para ocultar el culo recién jodido y desflorado por el jefe de su tropa. Guzmán, desde el carro en el que viajaba con Hassan y Abdul, le preguntó cual era la causa de su risa y al contarle el episodio de los novicios, el chico estalló con una carcajada tan sonora que se escuchó en medio del campo con una claridad meridiana y que a duras penas se le podía atribuir a una delicada moza. Nuño le advirtió que se moderase y que hasta fingiese la risa imitando a una mujer o daría al traste con todo su disfraz y sus afeites de puta de serrallo. Pero a los eunucos también les hizo gracia el hecho y unieron sus risas y sus voces a la de su amo Yusuf, paliando con su algarabía la salida de tono del mancebo. Y fueron dejando atrás el cenobio y posiblemente algunos frailes lamentaban en silencio no haberse aprovechado mejor del hospedaje de unos soldados en la flor de su sexualidad y con ganas de aflojar tensiones y descargar las pelotas cansadas de esperar el coño fresco de una saludable moza.