Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

lunes, 7 de mayo de 2012

Capítulo CI

Ya divisaban las torres del castillo con el pendón del conde sobre la torre del homenaje. La cara de Nuño reflejaba la alegría del reencuentro con sus seres queridos y a quien primero besó, nada más echar pie a tierra en el patio de armas, fue a su esposa y luego a su dos hijos.
Blanca se echó en brazos de su hermano y lo abrazó loca de contento.
Y Sol le dijo al chico: “Lo que me contó tu hermana, aún siendo mucho, no hace justicia a tu hermosura...Eres un adonis, Iñigo”.
“Gracias, señora...Vos sois muy bella... Más de lo que había imaginado y eso que me hablaron de vuestra gracia y belleza”, respondió el chico.
“Fue mi marido quien te habló de mí? O esa idea que te hiciste sobre mi persona fue cosa de mi querido Yusuf?”
“De los dos, señora”, contestó Iñigo con una inclinación de cabeza muy gentil.

Al quedarse a solas con su marido, Sol le preguntó: “Iremos al panteón como de costumbre?”


“Hoy irás tú y le dirás a Guzmán que mañana, cuando haya descansado, iré a la torre... Que me espere como él sabe, porque estaremos solos todo el día... Y ahora deja que te haga el amor y recuerde como son tus pechos y tu sexo... Y ese aroma que eché de menos al no olerlo en tanto tiempo... Bésame, Sol, y luego me cuentas como has entretenido tus horas en compañía de Blanca”.

Sol no sólo besó al esposo, sino que se pegó a él diciendo: “Yo también extrañé tus caricias y tu fuerza, al igual que el cálido aroma del mancebo... Necesitaba sentirte dentro de mí otra vez... Bésame más y haz que vuele sobre tu vientre. Quiero cabalgar hasta perder el sentido”.

Follaron con frenesí hasta sudar lujuria por los poros y al quedar extenuados sobre el lecho, ella le agradeció los valiosos regalos que le trajera de esas ciudades que había recorrido y también le dijo que le escribiría a la reina correspondiendo a esa joya que le había enviado. Pero que el mejor de todos los obsequios era volver a tener cerca de nuevo a Guzmán y a él.
El conde, sin dejar de acariciarla le preguntó: “Lo amas tanto como yo, verdad?”.
Y la condesa contestó: “Sí. Ya sabes que él me hace sentir algo diferente al resto de lo seres que he conocido...Y aunque a ti te quiera con toda mi alma y me vuelvas loca con tu sexo, él me hace feliz tan sólo con oír su voz y ver sus ojos oscuros que relucen como si la luna estuviese dentro de ellos. Su mente es despierta y su ingenio me cautiva... Os necesito a los dos. Esa es la cuestión”.

“Y Blanca?”, preguntó Nuño.
“Ella es mi mejor amiga, pero nada más”, respondió Sol.
Y añadió: “Y su hermano, que significa para ti?”.
“Es el complemento del otro”, dijo Nuño.
Y ella quiso saber más: “Y para Guzmán?”
“Lo quiere mucho, pero no es su amor. Y le gusta estar con él”.
“Espero que no le hagáis daño, porque es un muchacho precioso. Y es posible que os ame a los dos”, objetó la dama.

 El conde volvía a atravesar el bosque negro yendo al trote y respirando el aire encantado que agitaba su ligera camisa de hilo y jugaba con las ramas más altas de los arboles y se acercó al río donde tantas veces se bañara con Guzmán y lo había amado sobre la hierba húmeda de sus orillas.
Brisa parecía tener querencia para ir a la torre y se movía inquieto escarbando la tierra con los cascos de las manos.
Volvieron a galopar ahora con más brío y alargando el tranco como si algo apurase al amo y al corcel para llegar a la solitaria torre.

Bajó el puente y se alzó la reja del rastrillo y sonaron las herraduras del caballo sobre los recios tablones que daban paso al patio de armas. El conde saltó a tierra y apareció en la puerta el mancebo.
Se acercó al amo y éste lo abrazó levantándolo del suelo como si su peso fuese el de una pluma.
El chico se enganchó al cuello del conde y le dio mil besos en toda la cara y la boca. Y exclamó: “Amo, al fin has venido! No sabes lo que te extraño!”
“Sí lo sé, porque yo te extraño lo mismo”, contestó el conde.
Y Guzmán le preguntó: “Por que no vino contigo Iñigo, amo?”
“Fue con su hermana a visitar a su padre. Pero volverán pronto y vendrá a verte”, respondió al amo. Y añadió: “Que has hecho en estos días que no pude vigilarte?”
El mancebo si soltarse del amo, respondió: “Jugar al ajedrez con Sol y también a los naipes. Y charlar con ella de muchas cosas, como siempre. Y divertirme con los eunucos y hacer rabiar a Bernardo”.
“Eso te valdrá una zurra”, afirmó el conde.
“Y también fui de caza”, agregó el chico. “
Tú solo?”, preguntó el amo.
“Sí, amo”, dijo el chaval.
Y Nuño le preguntó: “Y que has cazado?”
El mancebo cayó un instante como haciendo memoria y respondió: “Todas fueron piezas pequeñas, menos una que la encontré de casualidad cerca del río”.
“Conejos y liebres y un gamo solamente?”, inquirió el amo.
Y el muchacho añadió: “Sí, pero la de mayor tamaño no fue ni un gamo ni un corzo... Es un cachorro... Y lo traje para ti, mi señor”.
“Un cachorro de qué?”, preguntó el conde.
“De lobo, amo”, contestó el mancebo.
“Y que quieres que haga con su piel? Supongo que ya lo han desollado?”, dijo el amo.
“No...Todavía está vivo... Y yo creo que se trata de un perro asilvestrado. Y tú lo amaestrarás y sabrás domar su fiereza en poco tiempo, mi amo”.
 El conde exclamó: “No te entiendo! Si no llegaste a matarlo, cómo lo has traído hasta aquí siendo una fiera salvaje? Pudo haberte herido a matado!”
Y Guzmán le aclaró: “No amo... Cuando lo encontré estaba tirado en el suelo sin sentido y tenía una herida en la cabeza. Tropezara con unas raíces y al caer se golpeó contra una piedra y perdió el conocimiento. Y lo cargué sobre Siroco y los eunucos le curaron la herida, pero estuvo inconsciente bastante tiempo. Y al despertar se asustó y tuvimos que encadenarlo... Ahora está más tranquilo, porque nos va conociendo y al darle de comer y beber parece que ya comprende que no queremos hacerle daño. Pero por precaución lo tengo sujeto por el cuello con una cadena”.
“ Y dónde está ese animal?”, inquirió el conde.
“Ven, amo. Te enseñaré a tu cachorro... Verás como te gusta”, afirmó el mancebo agarrando de la mano al amo para llevarlo donde estaba el animal salvaje.
 Al conde le pareció raro que en lugar de ir hacía los corrales o las cuadras, Guzmán lo llevase escaleras arriba hacia la parte noble de la torre, pero lo siguió sin decir nada hasta que llegaron ante la puerta del dormitorio del conde. Y preguntó extrañado: “Has metido a un lobo en mi habitación?”
Y el chico, abriendo la puerta para que el conde viese el interior de la estancia, dijo: “Sí, amo... Ahí está el cachorro bien sujeto por el collar que lleva al cuello y esa cadena enganchada al muro...Acércate con cuidado, ya que al no conocerte puede intentar usar sus colmillos... Y los tiene muy afilados! Te lo aseguro. A poco más nos muerde a todos. Pero ahora yo no se le ven trazas de hacerlo. Aunque por si acaso no acerques la mano a su boca, amo”.

El conde entró despacio en la habitación y sin dejar de mirar al cachorro dijo: “Bonito pelaje cobrizo... Parece fuerte de patas... Y los ojos tienen fuego dentro. Sin embargo, ese color entre azul y gris le da una cierta frialdad a su mirada... Parece un buen ejemplar... Ya está curado de todo? No se le ve marca alguna de ese golpe que le dejó dormido...Está bajo el pelo?”
“Si, amo”, aclaró el mancebo.
Y le preguntó al amo: “Quieres que le quite el paño que lo cubre para verlo completo?”
 “Sí”, dijo Nuño.
Y Guzmán se aproximó al cachorro y dejó el cuerpo al aire.
Y el conde exclamó: “Se adivinaban bellas formas bajo la tela, pero la realidad supera mi imaginación. Está muy bien armado y tiene un lomo perfecto... Y unas ancas muy hermosas... Ya le has puesto nombre?”
“Ya tiene uno, amo. No me dio tiempo de saber mucho sobre él y sólo tengo la seguridad que era libre para moverse donde le daba la gana. Y, por lo que deduje, nadie lo buscará ni lo esperan en ninguna parte, mi señor... Y ahora es tuyo”, concluyó Guzmán.
“Por esta vez te libras de la azotaina por enfadar a Bernardo, porque me gusta esta criatura”, dijo el amo.
El cachorro miraba al mancebo y al conde alternativamente y sus manos apretaban los puños sin emitir un solo sonido por la boca. De vez en cuando parecía que apretaba también los dientes. Pero su espalda se mantenía derecha y su cabeza erguida como desafiando al hombre que acababa de ver por primera vez y que el otro joven le llamaba amo.

Y comenzaba otra nueva historia de dominio y persuasión para el conde feroz con esa pieza que su esclavo ponía a sus pies. Según recordaba ese cachorro, de pequeño le llamaban Sergio, pero él se hacía llamar Sergo, nada más. Y pese a su juventud, casi parecía un hombre de fuerte musculatura.


Pero ese relato quizás sea contado más tarde, desgranando nuevas aventuras y desvelos de Nuño y su amado esclavo. Por ahora sólo tengamos presente que es posible que ese otro ser entre a formar parte de la vida del conde feroz y del mancebo. Luego ya se verá en que queda todo este asunto y que complicaciones acarreará a los personajes el devenir de los tiempos que todavía deben sufrir y gozar.

Fin de la Segunda Parte

domingo, 6 de mayo de 2012

Capítulo C

A Marco, que todo le resultaba nuevo, la corte le pareció algo fabuloso.
Notaba que mucha gente lo miraba y el muy inocente creía que era por ir muy bien vestido, lo mismo que Ruper.
Pero en realidad se fijaban más en él que en el otro por la sencilla razón de que era más guapo y las prendas que llevaba puestas destacaban su estupendo culo y la belleza de los rasgos de su cara y su pelo.
Froilán estaba orgulloso del muchacho y lo lucía como si fuese un mono exótico traído de Italia. El primo de la reina se bandeaba a su anchas por la corte y se le notaba feliz de estar de nuevo en ese ambiente que tanto le agradaba. No así el conde, que no veía la hora de irse para regresar a sus dominios. Y, aunque oficialmente se excusaba con la necesidad de ver a su familia, la verdadera razón que le urgía partir cuanto antes estaba en una torre en medio de una foresta en la que nadie del pueblo osaba internarse por miedo a los fantasmas y las fieras salvajes.

A Iñigo también le molestaban bastante los continuos piropos y halagos de damas y caballeros. Y llegó a pedirle al amo que lo sacase de aquel palacio cuanto antes. También el chico quería ver a Guzmán y, por supuesto a su hermana. Pero lo de ir al castillo donde vivía su padre ya era otro cantar, dado que su madrastra no era santo de su devoción precisamente.
Pero también tenía que cumplir con su padre e iría a verlo antes de ir a reunirse con el mancebo.
Lo único bueno de la estancia en la corte eran las horas que pasaba con el amo a solas y sobre todo por la noche. Al no estar Guzmán él era quien recibía todas las ansias y deseos del conde y sus huevos no paraban de dar leche y su culo de recibirla.


El rey estaba contento con las gestiones realizadas en Italia y las noticias eran muy favorables para su causa, puesto que de los siete príncipes electores, tenía asegurado el voto de cuatro de ellos. Y, por tanto, la corona sería suya aunque se opusiesen los otros tres dando su voto al hermano del rey inglés.
Así que agradeció al conde y a Froilán su servicios recompensándolos apropiadamente con un par de prebendas a cada uno, que de tan buenas y provechosas parecían canonjías eclesiásticas.

Nuño le habló a Don Alfonso de Lotario y de la labor que llevaría a cabo en Milán. Y el rey prometió concederle un título con rentas suficientes para llevar una vida de un noble suficientemente rico para ser envidiado.

Todo parecía ir por buen camino y el conde aprovechó la oportunidad de solicitar al rey el permiso para retirarse a su castillo y reunirse con su familia.
La reina le dio un valioso aderezo de rubíes como regalo para Doña Sol, su pupila, y Nuño partió hacia sus lares con Iñigo y sus dos guerreros negros.

Era una comitiva corta y cabalgaban a marchas forzadas porque cada día que pasaba sin Guzmán le parecía eterno.
Descansaron lo justo y no hicieron paradas largas durante el trayecto, así que el tiempo empleado fue más corto de lo acostumbrado en otras circunstancias.

Y sólo tuvieron un incidente serio en el camino.
En una de las ocasiones en que se detuvieron para comer algo y hacer sus necesidades más perentorias, Iñigo se alejó demasiado y estando en cuclillas con las nalgas desnudas recibió un golpe seco en la nuca que lo dejó grogui.

Dos hombres de gesto osco y modales muy poco refinados lo arrastraron hacia una zona boscosa y lo maniataron dejándolo tumbado boca a bajo sobre un fardo sucio y solo.
Por lo que hablaban con otros dos compinches, eran miembros de una banda de ladrones que andaban de razia por los contornos y aguardaban la llegada del jefe, que había ido con el resto de sus acólitos a cometer sus fechorías a los alrededores de una villa cercana.
Ellos se habían quedado vigilando y protegiendo el botín fruto de la rapiña llevada a cabo en otros pueblos, para volver a su cubil y repartirse las ganancias cobradas en esa salida. E Iñigo les pareció un regalo propicio para el jefe que, como ellos, estaba bastante necesitado de hembra.

Y a falta de un coño blanco y apetecible, ese culo tan terso y de piel clara serviría para usarlo como remedo para tranquilizar la calentura de su líder. Además el chico estaba aseado y casi olía tan bien como una dama de alcurnia.
Y eso siempre incitaba y ponía la verga más tiesa que el hedor de una ramera de baja ralea. Pero a uno de ellos le tentó la visión de la carne redonda y dura del muchacho y disimuladamente se escaqueó del resto y fue donde estaba Iñigo, con la intención de meter lo que nunca debería habérsele ocurrido.

Se bajó las calzas y se arrodilló en el suelo detrás de chico y apoyando las manos a cada costado del cuerpo del muchacho se puso encima agarrándose la verga para metérsela por el agujero del culo.

Ya casi estaba entrando cuando unos dedos férreos lo agarraron del pelo y le alzaron la cabeza, tirándosela hacia atrás, y no le dio tiempo de ver quien era su agresor.
Sólo vio un destello en el aire y su cabeza se desprendió del tronco que se desmoronó como un castillo de naipes.
Y de inmediato, la cabeza con los ojos espantados y la lengua fuera voló salpicando sangre por el trozo de cuello que le quedaba, hasta rodar entre unos matojos manchándose de tierra.

Otul limpió la hoja de su cimitarra con uno de los andrajos del miserable ya decapitado y, tapándole el culo al mozo, se lo llevó en brazos a donde estaba el conde con Sadif. Nuño, siempre temeroso de que pudiese pasarle algo malo a su bello y llamativo esclavo, ordenara al imesebelen que lo siguiese sin que el chico se percatase de su presencia, ya que para ciertas cosas, como cagar, era celoso de su intimidad ante otras personas que no fuesen su amo y el mancebo.
Y la precaución del amo le salvó de una violación segura y vete a saber que otras calamidades le deparaba el destino en poder de tales bandidos.

El conde se desencajó al oír el relato del guerrero y con el otro africano fue a rematar el trabajo cargándose a los otros tres forajidos a mandobles. Al volver en sí el chaval ni sabía que le pasara ni podía creérselo, aunque el chichón en la cabeza le indicaba que todo aquello tenía que ser cierto.
Pero lo que le convenció definitivamente del peligro en que se había encontrado hacía unos minutos tan sólo, fue el abrazo de su amo y el beso que le estampó en la boca.

Y allí mismo, sin preocuparse de la presencia de los dos negros, le bajó las calzas de nuevo y le ordenó que se enganchase con las piernas a su cintura para endilgarle un polvo rápido, pero consistente en fuerza y la cantidad de leche que le metió por el culo al chaval. Iñigo casi hubiese volado de no rodear su cintura las manos del amo y sujetarse a la de éste con sus piernas entrelazando los pies tras la espalda del conde.

Los dos guerreros tuvieron la deferencia de mirar para otro lado, pero sus pollas vivían el momento como si fuesen ellos los que le daban caña al mozalbete.
Cómo se acordaban de los napolitanos. Seguro que sus otros dos compañeros les estaban dejando el ano como higos estallados al caer de la higuera y despanzurrarse sobre la hierba.
Qué polvos le metían a esos muchachos y cómo gozaban los muy putos con sus trancas clavadas en el culo hasta los cojones.
Eran dos buenas perras, pero ellos estaban encantados y en cierto modo no sólo deseaban sexualmente a esos chicos sino que los querían realmente. Bruno y Casio se hacían querer porque además de simpáticos eran buena gente y se portaban amablemente con los guerreros no sólo cuando los follaban, sino en cualquier otra circunstancia, ya que eran muy cariñosos y afables por naturaleza.
Y con las enseñanzas recibidas de los eunucos para saber agradar a un macho, en cuestiones de sexo ya eran unas expertas meretrices.


Terminado el apareamiento del conde con su esclavo, el chico no quería desprenderse del cuerpo de amo y se mantenía enganchado a él sin que Nuño le sacase la polla del culo. Iñigo se sentía muy a gusto así y sobre todo seguro estando colgado de su dueño y protector.
Pero ya era un hombre y casi un caballero para afrontar la realidad y no cobijarse bajo el ala del águila como un indefenso aguilucho.
El también sabía defenderse y era bueno con la espada, como ya lo demostrara en varias ocasiones. Pero esta vez lo cogieron desprevenido y no se dio cuenta que lo atacaban por la espalda.

Andaba algo estreñido esos días y le preocupó más evacuar el vientre que su seguridad.
Además a veces se olvidaba de lo atractivo que era para el resto de los mortales con ganas de tener un hermoso cuerpo entres las mano y bajo el peso de la lujuria que les abrasaba la entrepierna.
Gajes de ser tan bello, quizás.


jueves, 3 de mayo de 2012

Capítulo XCIX


El mancebo habló con su amo antes de dormirse y quiso saber por que no regresaban por tierra, bordeando la costa del mediterráneo hasta llegar al principado de Cataluña, en lugar de aventurarse otra vez en la mar brava del golfo de León.
Y el conde explicó al esclavo cuales eran esos motivos.
Y no eran otros que la inconveniencia de atravesar la Provenza para llegar a Marsella, dado que el rey Enrique III de Inglaterra, hermano y valedor del pretendiente al trono imperial, Ricardo de Cornualles, era el yerno del conde Ramón Berenguer V de Provenza, que aún siendo bisnieto de Don Alfonso VII de Castilla, no había que olvidar que su hija Doña Leonor de Provenza era la esposa del rey inglés.
Y, además, el señor de la Provenza era en esa época el güelfo Carlos de Anjou, hermano del rey Luis IX de Francia e hijo de Doña Blanca de Castilla, hermana de la bisabuela del mancebo, y convertido en conde de esa región por su matrimonio con la heredera del condado Beatriz I de Provenza.
Y por todo ello era aconsejable no pisar esos territorios que antes pertenecieran al condado de Barcelona. Y más seguro y menos problemático resultaba ir por mar y no por tierra, aunque tuviesen que afrontar un fuerte oleaje.

Guzmán se quedó pensativo y sin mirar de frente a su amo le preguntó: “Vas a hacer otro sacrificio, verdad?”
El conde no le obligó a mirale de frente a los ojos pero no guardó silencio ni se cayó lo que ya tenía pensado desde hacía escasamente unas horas: “Es necesario. Hay demasiadas cosas en juego para no dejarlas atadas. Y no deseo que esta otra separación sea por largo tiempo. Pero por el momento tienen que quedarse y rematar lo que nosotros hemos comenzado. Roma es peligrosa y el inglés no se quedará quieto viendo que se le va de las manos un trono para su hermano. Y es imprescindible que Lotario vaya a Lombardia. Lo necesito en Milán para ayudar a la familia Visconti a derrotar a la rival, que actualmente domina el Consejo de la ciudad, y cuyo podestà es Felipe della Torre, declarado partidario del de Anjou. Representa el mayor peligro del avance güelfo en el centro de Italia y hay que impedirlo a toda costa. Irá con Carolo y también los acompañará Aniano y Dino. Pensaba llevarme a este eunuco como regalo a la reina, pero no me fío de su discreción. Una palabra de más en la corte y nos puede costar un disgusto con tu tío el rey. No olvides que si cuenta lo que ha visto y oído acerca de ti, la cagamos y caemos como peras maduras a punto de pudrirse. Es mejor no jugar con fuego porque lo normal es quemarse. Este cantor se lucirá mucho en Milán. Allí son muy aficionados a los cánticos y músicas... Pero no estés triste, Guzmán. Quién sabe si no encontraremos a otros muchachos para hacernos compañía. Y no olvides que sigue con nosotros Iñigo y que sois más que hermanos”.

“Y los dos napolitanos?”, preguntó el mancebo.
Nuño lo abrazó y dijo: “Esos no me preocupan y pueden estar en la torre contigo para entretener a tus guardias negros...Date cuenta que Iñigo no estará siempre en esa fortaleza. El tiene que acompañarme en calidad de doncel cada vez que tenga que ir a la corte. Y también tendré que dejar que vea a su familia y a su hermana que ahora es muy buena amiga de Sol. Tú no puedes salir del bosque negro sin disfraz. Y aún así es peligroso que abandones nuestro refugio”.
 “Lo sé, amo. Pero eso quiere decir que Iñigo no vendrá nunca a la torre?”, preguntó el esclavo angustiado.
 “No... Digo que no quiere decir que sea así. Irá conmigo si no tiene otros quehaceres”, añadió el conde.
Pero el esclavo replicó: “Amo, de todos modos antes de ir a casa tenemos que acompañar a Froilán a la corte”.
“Sí, pero tú no vendrás. Recorremos juntos un trecho, hasta donde sea posible y coincidan nuestros caminos. Y luego, te irás directamente al bosque negro con tus eunucos, los dos napolitanos y tu escolta africana. Iñigo y yo iremos con Froilán y sus chicos”, aseveró Nuño.
Y el mancebo exclamó: “Sin escolta y solos!... No... Al menos lleva a cuatro guerreros”.
“Dos solamente para que quedes tranquilo” aceptó Nuño.

La travesía del golfo de León fue otra vez penosa y casi todos los chavales se marearon y devolvían lo que metían por la boca y que no fuese leche de macho. Y al menos eso les alimentaba y daba calor al cuerpo. Pero por muy espantosa que fuese la fuerza del mar y que zarandease al buque como una minúscula cáscara de nuez, peor había sido la despedida de Lotario y los otros muchachos.
Sobre todo al separarse de Carolo que se abrazó al conde llorando como jamás lo había hecho antes en su vida. El chico estaba ante un dilema terrible. A la querencia que le había tomado a Nuño, se contraponía el amor que ya sentía por Lotario y éste lo estrechó muy fuerte y lo besó delante de todos hasta que le hizo sorber las lágrimas por falta de aire.
El conde les dijo al capitán y a Carolo que acompañaría al rey para su coronación como emperador y ellos estarían presentes no sólo para volver a verlos y gozarlos, sino también para recibir los honores y títulos que el nuevo rey de romanos les otorgase en justa correspondencia por su servicios en favor de su causa.
Nuño estaba dispuesto a conseguir del rey un condado para Lotario, o por al menos una baronía, y el dominio sobre algún territorio para aumentar su riqueza y poder. No había que olvidar que el capitán firmara un documento de vasallaje reconociendo al conde como su señor legítimo al igual que hiciera Carolo, por lo que ambos seguían siendo sus siervos de por vida.
Y eso los ligaba a Nuño de una manera muy especial y definitiva. Y nada más poner pie en tierra en Barcelona y desembarcar los caballos y equipajes, salieron de la ciudad en dirección a las tierras aragonesas para proseguir viaje a la corte castellana.

Su destino inmediato era Zaragoza para ir luego en dirección a Valladolid donde se encontraba el rey Don Alfonso. Pero antes, al llegar a la localidad de Aranda, a orillas del Duero, el mancebo tomaría el rumbo hacia Palencia para continuar su camino hacia el noroeste. A las posesiones del conde y su retiro en la torre del bosque negro.

A Guzmán no le hacía ninguna gracia separarse de su amo, mas esa era la voluntad de éste y a él sólo le correspondía obedecerlo y callar, masticando para si mismo sus temores y sus ganas de ir tras el hombre que adoraba sobre cualquier otro concepto o idea que pudiese tener en su mente.


En ese punto se separaron las dos comitivas y Guzmán, tras follarlo su amo hasta por los agujeros de la nariz y nutrirlo con su leche dos veces casi seguidas, con el corazón encogido y los ojos empañados en lágrimas vio alejarse a su señor.
También le costaba separarse de Iñigo, aunque sólo fuese temporalmente, pero ya estaban tan unidos los dos chavales que uno sentía los pesares del otro como propios. Al conde también le costaba no volver la cabeza para ver a su amado una vez más antes de irse por otro camino. Pero si lo hacía le faltarían las fuerzas para dejarlo ir y no convenía llevarlo a la corte de su tío.
Hasta Don Froilán y sus dos chicos sentían abatimiento al ir distanciándose del mancebo, mas la prudencia recomendaba ese sacrificio en bien de todos.

Por fin las manos de Guzmán jalaron las riendas de Siroco y dio la señal a sus acompañantes para iniciar la marcha por la ruta más corta que los llevaría al bosque negro, donde estaba el austero bastión de piedra que constituía su jaula.
Tuvieron que pasar días y noches enteras hasta divisar los primeros árboles de esa foresta con fama de encantada.
Y, por fin, apareció ante ellos la mole grisácea sin estandarte ni pendones que al verlos llegar abrió sus fauces y bajó el rastrillo para que entrasen en su vientre de piedra.
Y al pie de la escalinata que precedía a la puerta de la torre, los esperaba Bernardo entre emocionado y más contento que unas pascuas por volver a tener a su cuidado al bello príncipe que por amor solamente era el más humilde de los esclavos de su amo.

Guzmán se echó en brazos del esclavo y lo besó en las mejillas como si fuese una madre amorosa que aguardaba la vuelta a casa de a su querido hijo.
Luego se fijó en los chavales napolitanos y de inmediato pensó que les hacían falta algunos consejos acompañados de más de un palo para que aprendiesen mejores modales. Pero ya se encargaría de ellos más tarde.
Ahora quería besar también a los eunucos y darle un repaso al aspecto de los imesebelen. Y lloró al conocer la muerte de dos de ellos.

De inmediato las puertas del castillo se abrieron de nuevo y un mensajero partía a todo galope a llevar la noticia del regreso del mancebo a su señora la condesa de Alguízar.


Y antes de caer la tarde, la dama entraba en el panteón del bosque para encontrarse allí con Guzmán. Sol besó al chico hasta en los párpados y él a ella le correspondió con igual ternura y afecto.
Pero la novedad es que a Doña Sol la acompañaba Blanca, la hermana de Iñigo. Ella también conocía la verdadera identidad y condición real del muchacho, pero Doña Sol le aseguró que con ella el secreto estaba bien guardado y a salvo.