Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

jueves, 29 de marzo de 2012

Capítulo LXXXIX

No era más que un polvo, le dijo el conde a su amado esclavo, pero en los días que siguieron a la noche en que desvirgó a Lotario, Nuño no sólo usó a sus esclavos y sobre todo a su predilecto mancebo, con el que hacía el amor sinceramente, sino que repitió todos los días con el capitán hasta que llegaron a Pisa y se reunieron con el resto de la comitiva.
Y una vez instalados en esa ciudad, se lo siguió ventilando cuando le dio la gana.
Algunos acontecimientos facilitaron el cambio de talante del soldado, pero lo fundamental fue la obra de reeducación que Nuño llevó a cabo con él a base de esfuerzo y dedicación diaria y, ante todo, mucha paciencia y calma para dominar su cólera a veces y no estallar de ira.


El momento crucial donde Lotario bajó la guardia y desmontó sus últimas defensas, tuvo lugar la segunda noche que pasaron en Pontedera, en la misma confluencia de los ríos Era y el florentino Arno. Allí, ya sin necesidad de cadenas ni cepos, al capitán le entraron ganas de orinar y el conde que lo observaba en silencio, lo cogió por detrás nada más bajarse las calzas Lotario, que se dobló y puso el culo en cuanto se lo ordenó el conde.
Y éste lo montó sin ningún resquemor ni oposición por parte del soldado en el mismo establo donde cepillaba el caballo, trincándoselo sin apenas lubricarlo antes. Al capitán no sólo le gustó sentir el roce de la verga dentro del culo, sino que le daba morbo y lo excitaba ese dolor agudo que notaba al principio en cuanto se la clavaba a fondo y de golpe.

También le cogió gusto a mamarla, pero lo que sin duda alguna prefería era sentirse humillado y poseído por el valiente y poderoso guerrero y notar como unas sacudidas calientes y sucesivas, en poco tiempo le llenaban la tripa de semen y le provocaba unos retortijones en el vientre y la sensación de cagarse patas abajo al salirle esa leche por el ano, escurriéndole por la parte posterior de sus muslos.
Sobre todo si lo follaba de pie y a bote pronto sin darle tiempo a ponerse con el culo en pompa agarrándose o apoyándose en algo para no caerse de bruces.
Las embestidas de Nuño eran muy fuertes y desconsideradas y de no sujetarlo bien por el pecho, para sobarle de paso los pezones, el capitán perdería el equilibrio dándose de morros sobre la paja, si era en una cuadra, o contra el puto suelo si estaban en otro lugar. Y desde entonces ya no hacía falta que mediasen palabras. El conde aparecía y con una simple mirada llena de deseo y lujuria, Lotario ya se empalmaba y se daba la vuelta para descubrir el culo y separarse las nalgas con sus manos.
Parecía mentira que en tan poco tiempo se hubiese enviciado tanto en eso de dejarse follar por otro macho. Pero esa era la realidad y contra el gusto que un hombre pueda sentir con tales prácticas sobran las palabras para explicar lo que se manifiesta con tal evidencia y más frecuencia de la que pudiera sospecharse desde un plano exclusivamente heterosexual.

Incluso se diría que cuanto más masculino y viril sea el macho, si le coge gusto a poner el culo, puede ser la criatura que más goce y mayor placer le dé al hombre que se la calce.
Pero para llegar a esa situación, aunque fue rápida, el conde tuvo que luchar mucho y con insistencia para lograr la entrega incondicional de Lotario.
Horas de castigos, humillaciones, azotes, hambre y sed.
Y ante todo, ir desmontando sus esquemas anteriores y hacerle ver que el placer nunca es malo, sea cual sea la forma y manera de sentirlo. Ni que el agujerearle el culo otro hombre menoscababa su condición de macho ni mermaba en absoluto su virilidad. Simplemente era otra manera de gozar y explorar las múltiples facetas de la sexualidad humana, en ocasiones muy similar a la del resto de los mamíferos. Y, al principio, lo principal para Lotario era que sólo ellos supiesen lo que ocurría en eso encuentros, casi furtivos, y nadie más fuese testigo de su flaqueza. Y era en vano que Nuño intentase convencerlo de que no era una debilidad reprobable, sino una mayor fortaleza de carácter y valor. Pero pulir esa parte vendría con algo más de tiempo y el conde no tenía prisa para conseguirlo todo con tanta celeridad. Hay cosas que es mejor digerirlas despacio y mascullarlas a solas para ir entrando en razón sin presiones ni verse avocado a ellas solamente por la fuerza.

En todo caso, y como ya se dijo, ayudó mucho para que el capitán se apaciguase y amansase, adoptando una aptitud pacífica con todos ellos, incluso con el mancebo a pesar de haber matado a Isaura, que Carolo le pidiese al conde que le dejase cederle la fortuna del obispo a Lotario, porque él no la quería, ya que después de todo aquel tipo no era su padre y si lo era del capitán. Y en justicia él tenía más derecho a poseerla.
Eso conmovió al recio soldado y vio claro que su animadversión contra el chico era más obra de Isaura que de sus propios sentimientos hacia él, ya que siempre le había caído bien aquel chaval y le había enseñado muchas cosas sobre lucha y otras actividades de caballeros. Y entendió que no tenía que odiarlo sino quererlo como antes y agradecer al conde que accediese a los deseos de Carolo.
A partir de entonces todo cambió entre el capitán y el muchacho y éste le pidió perdón por haberle herido gravemente. Pero le fue imposible fingir que sentía la muerte de Isaura ni la del obispo. Esa reconciliación entre los dos, anuladas las sinrazones que los separaban hasta enfrentarlos a muerte, llevó a que Lotario viese con otros ojos al resto de los chavales, especialmente a Aniano, y por supuesto a Nuño, al que ya no odiaba ni sentía el desprecio y asco que le infundió la primera vez que lo sometió atado a aquel odioso potro de tortura, para terminar violándolo.

Ya les quedaba poco que hacer en Italia y Pisa era el penúltimo eslabón que les faltaba para rematar la embajada del rey de Castilla en Génova, antes de pisar el suelo de Francia y proseguir viaje de vuelta a casa después de pasar otra vez por el reino de Aragón e ir también a donde estuviese la corte de Castilla para rendir cuentas ante el rey Don Alfonso X de la encomiendo realizada.
El conde tenía ganas de verse nuevamente en su castillo y estar con Doña Sol y a sus hijos, pero, sobre todo, tenía ganas de ir a la torre y cazar en el bosque negro en compañía del mancebo y volver a disfrutar de sus tardes de placer como antes de emprender este viaje.
Es verdad que ahora tenía más esclavos que también compartirían los juegos y los momentos de gozo en los tranquilos días que vendrían estando en sus tierras, mas ese aspecto todavía no lo perfilaba del todo y su mente sólo veía lo que más anhelaba. Brisa y Siroco cabalgando sin silla ni bridas y su amado y él montados en ellos y lanzados hacia el riachuelo donde solían bañarse y amarse los dos en solitario. Y, por supuesto, echaba de menos a su esposa y las tardes de sexo y charlas en el panteón a la entrada del bosque.

Su anfitrión en la república de Pisa era Don Indro Carlotti, Un noble, todavía joven y guapo, rico, pero algo afeminado, que alucinó y se meó de gusto al ver entrar en su casa al conde seguido de Lotario y el resto de los chavales e imesebelen.
Nunca en su palacio se había reunido tanta hermosura ni tales machos con esa fortaleza muscular y cargados de lujuriosa sensualidad.
Y a la vista de ellos, no era raro que aquel hombre se sintiese de pronto en la gloria y su mirada se perdiese gozosa en la entrepierna de Lotario y se quedase prendado de sus músculos y ese aspecto duro que le daba a su rostro la sombra oscura de una barba a medio crecer. No se había rasurado en varios días y la cara del capitán rascaba y pinchaba las mejillas y labios de quien lo acariciase antes de besarlo.

Por supuesto el conde no pensaba hacerle un favor ni tampoco se lo había hecho Froilán que ya disfrutaba de su hospitalidad mucho antes, así que ambos nobles andaban con evasivas ante las continuas insinuaciones de Don Indro.
Nuño ya tenía bastantes bocas y culos que llenar, como para tener que preocuparse de saciar al dueño de la casa, por muy amable y afectuoso que se mostrase con todos ellos. Y sus esclavos por supuesto que tampoco. Como mucho podría ordenarle a uno de los imesebelen que le mostrase a ese tío el cipote y, si se ponía meloso y excitaba al negro, pues que lo empalase y le hiciese ver el firmamento en una noche sin luna y cubierto el cielo de gruesas nubes.
Lo fundamental sería tenerlo contento, pero sin que los molestase a ellos en sus juegos con sus jóvenes esclavos.

Al día siguiente de su llegada, Nuño y Froilán salieron con todos los chicos para conocer la ciudad y se admiraron de las bellezas arquitectónicas que vieron.
En la Piazza del Miracoli les fascinó la catedral románica de estilo pisano, construida en mármol y su portal de bronce, realizado por Bonanno Pisano, y sobre todo quedaron asombrados ante la alta torre del campanario que en lugar de estar derecha como todas, se inclinaba ostensiblemente y sorprendentemente no se caía del todo.
Les explicaron que se debía a la naturaleza pantanosa del terreno y que en la ciudad había más edificios torcidos por esa causa. Pero que no había miedo de que se cayesen al suelo. De allí fueron a la pequeña iglesia gótica de Santa María della Spina y después pasaron por la de San Pietro in Vinculis, donde se fijaron y les encantó su pavimento de mosaicos elaborados con antiguos mármoles romanos.
El paseo fue agradable e ilustrativo para todos y fundamentalmente para los más jóvenes. Y al regresar al palacio de Carlotti les esperaban nuevas noticias.

lunes, 26 de marzo de 2012

Capítulo LXXXVIII



Al moverse Nuño al rededor de Lotario iba dejando un reguero de gotas de babilla por el suelo y le dolían los cojones de tanta excitación y la presión de la leche en ellos.
Y no era justo que si él tenía esa molestia no la tuviese el otro también y le echó mano a sus huevos y los estrujó con toda su mala leche.
El capitán pegó un salto hasta donde le permitieron las ataduras y se cagó en el conde y todos sus antepasados sin dejar que el sonido saliese de sus labios.
Pero no pudo reprimir un desgarrado alarido de angustia y dolor insufrible. Su polla quedó como muerta y floja por el apretón y sentía una punzada desagradable por el interior del bajo vientre ramificándosele por las ingles.

Su cerebro se repetía como consuelo: “Será hijo de la gran puta este maricón de mierda!”. Pero ese era un alivio relativo que no menguaba ni su miedo ni las molestias que sentía por todo el cuerpo de estar sujeto en tal postura. Y, encima, le machacaba los testículos el muy desgraciado del conde. Que le haría ahora ese jodido, se preguntaba Lotario.

Pues no era difícil averiguarlo ni deducirlo. Si ya tenía el semen recocido dentro de las bolas, lo lógico era soltarlo. Y qué mejor sitio para hacerlo ahora que dentro de la barriga del soldado! Seguramente había llegado la hora de montarlo y darle rabo hasta preñarlo y que le saliese el semen hasta por las orejas y los ojos. Ya que en la boca todavía tenía el sabor del esperma de Nuño.

Después de entrar y salir de su boca con el rabo, hasta hartarse, sin anunciarlo ni que Lotario sospechase los chorros que le iba a disparar en la garganta, la verga del conde eyaculó en su boca y no le quedó más remedio que tragarla so pena de ahogarse.
Le dio asco al principio e intentó escupir, mas el freno le molestaba hasta para eso. Y tuvo que resignarse y paladearla, pero no le costó tanto eliminarla de su lengua a base de degustarla y mezclarla con su saliva para que le bajase mejor por el esófago.

Su dignidad de macho ya estaba mancillada y su autoestima por los suelos, pero aún faltaba lo más gordo. Y gorda estaba la puta tranca del conde viendo ese cuerpo indefenso que iba a ser sacrificado a su placer.
Y, después de eso, lo que ya le pareció el colmo al capitán, fue que el miserable conde tuviese la desfachatez de tomarse un respiro y descansar y esperar repanchingado en un sillón a que sus cojonazos se cargasen de nuevo para preñarle el culo mejor y con más abundancia de semen.
Y así se lo dijo como haciéndole el mayor honor de su vida. Y por lo menos tuvo el detalle de quitarle el cabezal con el jodido freno de castigo, que ya le había dejado la boca hecha una mierda y con las comisuras rozadas y la lengua arañada.

Guzmán no dormía, pero tampoco quería despertar a los otros chicos, y se recomía al verse atado por la obediencia y no salir como un rayo en busca de Nuño. Si Lotario le causaba algún daño, no se lo perdonaría nunca a sí mismo por dejar solo a su amante con ese macho cabrio peligroso. Sin embargo, a cuento de qué temía por la seguridad de su dueño. Era un valeroso guerrero y un hombre muy fuerte y habilidoso tanto en la lucha cuerpo a cuerpo como con las armas. Y de suyo no conocía a ningún otro caballero que hubiese logrado vencerlo en el combate. Pero el mancebo sabía que puede darse un ataque inesperado y a traición y coger desprevenido y sin defensa al mejor de los soldados.
Apretó los puños sintiendo la impotencia en el corazón y su compañero se volvió hacia él abrazándolo como un niño a su madre. Guzmán creyó que había despertado, pero no era así. Iñigo estaba totalmente dormido y se aferraba a su cuerpo como una lapa se pega a la roca para que no la arrastre el mar.

El conde se enfrentó al culo de Lotario para rematar la tarea de iniciación y consiguiente domesticación de ese cabrito con olor a carnero hetero, dispuesto a atacar sus últimas defensas por retaguardia. Volvió a sobarle las nalgas y el lomo, recreándose en el tacto del vello que daba a todo su cuerpo ese aire de animal salvaje, cuyo aroma le embotada el olfato y excitaba su lívido, y se recostó encima de lomo del capitán restregando el pecho contra la espalda.
Lotario hizo un movimiento que quiso ser brusco para derribar al que pretendía montarlo, pero el conde se aferró con fuerza a él abrazándolo por detrás y plantando sus manos en los pectorales del sometido. De inmediato los dedos de Nuño jugaron con los pezones de Lotario, pellizcándolos y acariciándolos unas veces suavemente y otras apretando y sacando de ellos apagados quejidos que la boca del capitán no quería dejar salir. Pero un tirón repentino y mucho más duro le hizo pegar un salto y lanzar un aullido que rompió el humo de la antorcha conque el conde se iluminaba para ver mejor como le palpaba y abusaba del cuerpo de ese infeliz.

Nuño acercó su cara al cepo que aprisionaba la cabeza del capitán y le habló con calma dejándose oír con claridad: “Debes relajarte y aflojar los músculos... Principalmente los glúteos y no intentar rechazar o impedir la penetración. Tú fuiste quien cambio eso por tus bolas y ahora has de cumplir el trato o las consecuencias puedes ser fatales para ti... Soy generoso y voy a hacer que te guste en lugar de que te resulte desagradable y se te grabe en la mente un mal recuerdo que haga que lo rechaces sin desear volver a probarlo. Y yo quiero hacer de ti una de mis putas para disfrutarte con calma cada vez que me apetezca sentir mi polla dentro de una carne tan prieta y compacta... Empezaré por lubricarte el agujero que me servirá de coño esta noche y luego volveré a trabajarte las tetas, porque, como tú bien sabes, a toda hembra le gusta que el macho se las toque al follarla”.

Y el conde, sin levantarse y manteniendo su cuerpo sobre el de Lotario, metió los dedos de la mano derecha en un cuenco de aceite y los pasó por el ano del otro, introduciéndolos dentro para pringar la entrada del recto. El capitán cerraba el culo, pero los dedos en su interior le impedían hacerlo del todo. Y Nuño dilató un poco el esfínter de Lotario para plantarle la punta de la verga en el orificio y empujar para metérsela de una vez.

El capitán notó esa presión en el agujero del culo y no pudo soportar la idea de ser follado. Y sin poder evitar una reacción repentina de autodefensa, sacudió todo el cuerpo desplazando hacia un costado al conde. Este, muy cabreado por la terquedad del soldado, se incorporó y cogiendo de nuevo la vara le golpeó con tal saña que le rompió la piel de la espalda dejándosela rayada en sangre. Lotario quedó como muerto con la brutal paliza y Nuño se montó encima suya dispuesto a penetrarlo sin más miramientos ni contemplaciones.


El hecho de azotarlo de tal manera, le había endurecido más la verga, si cabe, y ahora enfiló el glande contra el puto agujero de ese culo que pretendía resistirse y calcó con toda sus ganas clavándosela de un sólo empujón. El conde notó como rozaba con la verga las paredes interiores del recto de Lotario, hasta hacer tope en las nalgas con los huevos, y el enculado bramó como un ciervo atravesado por la lanza de un certero cazador.

Al capitán se le nubló la vista con el punzante dolor en sus entrañas y de la boca le caían babas espumosas y hasta le faltaba el aire para respirar.

Nuño apretó aún más hacía dentro y el otro volvió a gritar con voz rasgada y rabiosa, pero el conde no iba a darle cuartel y comenzó a joderlo como si el objetivo fuese rajarle el ano y hacerle sangrar como en una verdadera violación del virgo de una mujer. Lotario jadeaba medio asfixiado y moqueando por la nariz, además de caerle las lágrimas y la saliva que no paraba de gotear en el suelo bajando por su mentón. Y el conde apretaba más los ijares de ese cuerpo que sometía bajo su cuerpo como si montase una animal salvaje.
Y bestial estaba siendo la follada, o más bien se diría la rotura del esfínter anal de Lotario, pues Nuño sentía que, al moverla, su verga chapoteaba en algo líquido dentro de aquel culo. Y no era necesario verla para suponer que, si no lo había llenado de leche todavía, sólo podía ser sangre mezclada con los jugos de las paredes de una tripa absolutamente irritada por el roce del cipote que la invadía.

El conde aplastaba los glúteos de Lotario para entrar más en él y éste sentía una comezón en el vientre como si tuviese ganas de cagar y al mismo tiempo notaba un sórdido temblor que recorría todos sus nervios provocándole espasmos y una cierta sensación morbosamente excitante que le desazonaba el cuerpo y sobre todo la mente y el alma. Hasta podría ser otra forma de gozo e insospechado placer, pero no podía admitir tal cosa, ya que, para él, a un macho únicamente le estaba permitido gozar cubriendo a una hembra y retozando con ella dependiendo si se trataba de una puta zorra cualquiera o de una dama.
Y ahora él era la ramera con la que el conde se estaba solazando a sus anchas y le estaba haciendo lo que nunca imaginó que fuese posible. El pensaba que el sexo entre tíos sólo consistía en darse por el culo. Y, normalmente que un macho maduro se la endiñase a un mozo adolescente, cuyo cuerpo todavía mantenía cierto parecido con el de una hembra. O con un eunuco, naturalmente, ya que esos tenían más de mujeres que de hombres. Pero nunca como lo estaba haciendo con él el puto cabronazo que le estaba taladrando el culo sin la menor piedad.

De repente el conde impuso un ritmo acelerado al émbolo que bombeaba en el recto de Lotario y éste creyó morir de angustia, pues más que dolor empezaba a sentir un roce en la próstata y una sensación que le excitaba y empalmaba la polla de un modo extraordinario.

Nuño se percató de ello y le agarró el cipote, mojado de suero viscoso, y le dijo: “Gozas, zorra?... Sabía que te entregarías como una perra... Alza el culo y disfruta más de ese ardor que sientes en las entrañas. Admite que notas una fuerza extraña dentro de ti que te causa dolor y gusto al mismo tiempo... Así, cacho perra!... Sube las ancas para que te cubra el macho, porque ya estás madura para quedar preñada”.
Y tras unas embestidas más, empujando a tope, el conde se corrió con fuertes sacudidas y jadeos bestiales y Lotario notó como entraba en él una corriente de vida que golpeaba su alma al igual que sus tripas. Y no pudo contener el flujo de semen que salió a borbotones por su pene salpicando el suelo, ni tampoco ahogar los fuertes gemidos que eso le provocó.

Nuño yacía extenuado sobre su lomo y a él casi no le quedaban fuerzas para darse cuenta que ya estaba desvirgado por el culo y jodido en su orgullo de macho. Y su vida estaba cambiando de rumbo sin contar con su voluntad ni a penas darse cuenta de ello. Cómo podría verle a la cara a otro hombre después de esto. Seguro que todos verían en la suya el vicio y la querencia por otro macho que volviese a montarlo como a una ramera, igual que lo había hecho el gran hijo de la zorra sin madre que acababa de romperle el culo hasta hacer que su sangre y la leche de ese castrón le corriesen juntas por la pata abajo.
Y la huella de su virginidad reventada no estaba recogida en un lienzo que el de una moza lozana sino que se esparcía por el suelo.

Allí quedó Lotario amarrado y sucio por dentro y por fuera y el conde se reunió con sus esclavos en sus aposentos.
El mancebo se incorporó al oírlo entrar y al verlo risueño, aunque denotando un fuerte cansancio, le preguntó: “Estás bien, mi amo?”. “Estupendamente... No duermes?”, inquirió el amo.
“Mi señor, cómo iba a hacerlo sin saber como estabas ni que podría ocurrirte con ese puto castrón”, dijo Guzmán.
Y Nuño respondió: “Y qué pensabas que pasaría?. Acaso dudabas que lograse someter a ese cabrito?... Va camino de ser más manso que un borrego de un año... Y los otros, están dormidos?”.
“Si, amo. Ellos si duermen tranquilos... Y no es porque confíen más que yo en la fuerza de su señor. Pero yo no puedo hacerlo sin tenerte cerca y estar seguro que descansas tranquilo”, alegó Guzmán.
Nuño se acercó a su esclavo, lo besó en la boca apasionadamente y le respondió: “Sé que es lo que no te deja dormir... Y el motivo está dentro de tu corazón. Yo tampoco puedo cerrar los ojos cada noche si antes no te he besado así... Empuja a esos dormilones y hazme un sitio a tu lado porque quiero sentir al amor a través de tu piel... Lo que acabo de hacer sólo fue un polvo... Bien echado, pero sólo eso”.
Y por fin el mancebo se quedó profundamente dormido abrazado a su dueño y amante.

jueves, 22 de marzo de 2012

Capítulo LXXXVII


No sabía bien si era impresión suya o realmente el aire estaba cargado y lo notaba denso como en medio de una niebla cerrada. Podría ser también el humo de la tea o de alguna vela, pero Lotario tenía los ojos irritados cuando sintió el aliento del conde sobre su nuca diciéndole en tono persuasivo: “Por qué te resistes a lo inevitable?... Sabes que es inútil que sigas luchando por lo que ya tienes perdido... Puedo cogerlo en cuanto quiera, pero prefiero que seas tú el que se entregue y acepte mi verga de buen grado... Terminarás abriendo el culo y hasta rogando que te la meta. Porque si no lo haces pronto más te hubiese valido no haber venido a este mundo. Puedes pasarlo muy mal si te resistes y no aflojas el ojo del culo antes de que vuelva a salir el sol. Y créeme cuando te digo que puedo ser muy duro y hasta cruel con quienes no me obedecen y no cumplen lo que les ordeno sin rechistar ni abrir la boca si no le pregunto algo. Como por ejemplo si gozas y te meas de placer al estar montándote y preñándote... Pero antes voy a despejar la entrada para que me sea más cómodo clavártela de golpe”.

Le sacó el dedo del ano y agarrándole unos pelos pegados por el sudor, que le salían justo al lado del ojete, tiró de ellos arrancándoselos de cuajo. Lotario lanzó un alarido sólo comparable a un perro al que le cortan la cola de un hachazo y el conde le arrancó otro mechoncito de pelos del culo. Y el soldado gritó con más desesperación y estuvo a punto de pronunciar otro exabrupto pero se reprimió y cayó la boca.

Y añadió Nuño: “Ahora vamos a descansar porque estás demasiado cansado para que cabalgue ahora sobre ti... Tenemos todo el resto de la noche por delante para llegar a entendernos. Y créeme si te digo que terminaremos siendo algo más que buenos amigos”. El conde observó la peluda piel de las rotundas cachas de aquel hombre todavía joven y en toda la plenitud de su vida y pasó los dedos sobre el velloso remate de la espalda, que justo encima de las nalgas apuntaba a la raja formando un pico oscuro que parecía indicar que entre ellas y más abajo estaba el ojo del culo. Y como remate le besó en la frente y le acarició la cabeza como a un joven cachorro, cosa que al torturado capitán le repateó el hígado y le sentó como si le untasen la cabeza con mierda de vaca.
El conde terminó propinándole unas palmadas cariñosas en las ancas y exclamó: “Ummmm... No sé como sería el culo de Isaura, pero el tuyo es jugoso y apetitoso como una sandía bien madura para morderla y chuparla a media tarde en pleno verano. Tienes un culo magnífico y creo que voy a disfrutar como un sultán con la favorita más cachonda de su serrallo.
Luego se sentó detrás del otro, apagó la antorcha y guardó silencio. A Lotario le tocaba reflexionar otro rato.

En la otra estancia, donde estaban los esclavos del conde, el mancebo no podía conciliar el sueño preocupado por su amo. Llevaba demasiado tiempo con Lotario y no estaba seguro si la audacia de su dueño le jugaría una mala pasada al confiarse excesivamente con un individuo curtido y resabiado por las experiencias ya vividas. A su lado, Iñigo respiraba plácidamente acurrucado contra su pecho y su vientre. Y al otro costado, Carolo abrazaba a Aniano cono si fuese un muñeco y tuviese miedo a que se lo quitasen de las manos. Lo acababa de follar antes de dormirse y al otro crío le rezumaba semen por el culo todavía. Pero en su cara se notaba la pacífica felicidad que sentía en su interior al verse protegido y deseado por el gran amo y ese otro chaval que le daba caña sin dejar de mimarlo y besarlo con enorme ternura. Aquel confort que ahora gozaba y sentirse tan limpio y bien alimentado, le hubiera parecido imposible antes de ser raptado por el conde. Aunque la verdad es que el chico se decía que en lugar de secuestrarlo le había rescatado de la miseria y la soledad. Ya era otro ser, quizás sin libertad, pero henchido de gozo por todos sus sentidos.

Guzmán estaba por levantarse e ir a ver como estaba su dueño, pero no contaba con su permiso para hacerlo. Eso cabrearía al amo y sufría un duro castigo por tomar semejante iniciativa. Mas si realmente su amo estaba en peligro o el otro mostrenco lo había herido, quién sino él iba a asistir y ayudar a su señor. No sería la primera vez que salvaba su vida o evitaba que lo dañasen de gravedad. Y ahora corría el riesgo de osar meterle la polla en la boca al capitán y que este se la tronzase de una dentellada. Eso le costaría la vida al otro, tras sufrir horribles tormentos, pero su amo se quedaría sin verga y una desgracia como esa no sólo sería lo peor que le pudiese ocurrir al conde, sino que también supondría un espantoso castigo y suplicio para él y el resto de los esclavos de su señor. Y conocía a Nuño lo suficiente como para temer que haría algo así y sin tomar las oportunas medidas para evitar la tragedia.

Pero en eso se equivocaba el mancebo, porque Nuño había previsto tal eventualidad y tenía preparado un freno de castigo para enseñar al caballo a no morder y andar al paso que su jinete le ordene jalando las riendas ligeramente. O de lo contrario, las enormes cambas y el bocado tableado, yendo hacia delante con asientos inclinados y un candado en forma de lanza para herir el paladar del animal, sacrificarían indudablemente al arisco bruto si no obedece y mantiene la boca abierta. Y ese artilugio se lo colocó el conde a Lotario dentro de la boca al reanudar la sesión de rotura de virgo y desfloración de virilidad.

Y le dijo: “Espero que hayas recapacitado y te muestres más dócil y receptivo a mis efusivas atenciones hacia ti... Antes de reventar un culo, me gusta que el puto cabrón al que le hago el favor me lo agradezca con una mamada previa. Que además sirve para lubricarme mejor el cipote. Pero como todavía no eres una bestia de la que me pueda fiar y siguiendo el consejo de uno de mis esclavos, voy a tomar ciertas precauciones por si, de tanto que te llegue a gustar mi polla, te entren ganas de comérmela a mordiscos... Y con este freno evitaré malas intenciones por tu parte. Te meteré el carajo en la boca y yo mismo lo moveré para sentir el gusto de follártela. Tú sólo tienes que mantenerla bien abierta y dejar que este cacho de carne caliente haga el resto. Y verás como te gusta mi leche cuando te la suelte dentro. Sé que aunque finjas lo estás deseando y no voy a hacerte padecer por más tiempo para saborearla y ver como la paladeas antes de tragarla... Eso es... La boquita bien abierta o tiraré de las bridas y te rajaré las comisuras de los labios, destrozándote también el paladar y la lengua. Aún sabe a baba de caballo, pero con la que vas a soltar tú en cuanto te meta el rabo, ya no no notarás la diferencia entre una y otra... Ufffff. Me estás poniendo tan cachondo que no sé si podré aguantar mucho más sin darte por culo. Pero antes quiero darte un poco de alimento porque llevas sin comer desde que te traje a este palacio.
No fue por infringirte más penalidades, sino para que tus tripas estén vacías y no manches la verga que te va a dar tanto placer por el culo... Toma polla y mama si puedes, ya que así te gustará más... Así... Así... Trágala, puto mamón!”.

A Lotario le daban arcadas al notar el sabor salado del glande de Nuño casi en las amígdalas y le caían lágrimas sin parar, al igual que se bababa como un mastín encharcando el suelo. Si algo hubiera deseado en esos momentos era trincarle la verga al puto cabrón que lo vejaba de ese modo, pero ni podía hacerlo por culpa del freno de hierro que le había puesto, ni era oportuno arriesgarse a que de un tirón le abriese la boca por los lados y le partiese el paladar. Estaba jodido y no sólo físicamente sino moralmente y eso era lo peor y lo más doloroso para él. Y todavía faltaba tomar por el culo hasta que al hijo de la gran puta que lo tenía en su poder le saliese de los cojones hacerlo.

Por un lado deseaba que todo acabase cuanto antes y por otro cada vez le daba más pánico lo que pudiese suceder. Pero lo que sí tenía claro es que no había escapatoria factible y su culo estaba sentenciado a ser follado por las buenas o violado a la fuerza. Sólo era cuestión de tiempo y de que al mal nacido conde se le pusiese en la punta de la polla entrarle por el ano hasta clavársela en lo más profundo de sus entrañas.
Y el dolor sería lo de menos, ya que cuanto más agudo fuese, menos le agradaría la experiencia. Lo malo es que le gustase y se viese pillado para siempre en un vicio nefando que había detestado desde que tenía uso de razón.

domingo, 18 de marzo de 2012

Capítulo LXXXVI

El conde, con risas y bromas, les hizo notar a sus esclavos que estaba de muy buen humor al terminar la cena y por el desarrollo de la charla durante esa velada con el embajador de Venecia. Hablaron de muchas cosas, unas importantes y sustanciosas para los negocios que tenía entre manos, y otros banales o simplemente corteses, interesándose tanto el conde como su anfitrión por la magnífica basílica de estilo bizantino e inspirada en Santa Sofía de Constantinopla, cuya fama tanto por su belleza como por la rica decoración en oro del interior, así como en techos y cúpulas, se corrió en boca de los cruzados por todos los reinos de la cristiandad.
También les habló del suntuoso palacio ducal, residencia del Dogo y sede de la poderosa Señoría, y de la gran plaza delante de la catedral, que lleva el nombre del santo patrón de la ciudad, y de los muchos canales que atraviesan la urbe a modo de calles, por los que navegan unas lanchas estrechas y largas que llaman góndolas.
Eso todo les sonaba fantástico a los oyentes, pero los que conocían Venecia aseguraban que era una hermosura que emergía en medio de las aguas del Adriático.

Comentó con los chicos esas maravillas que relató el embajador, pero ahora no tenía tiempo de estar un rato retozando con ellos, pues le esperaba la dura pero sugestiva tarea de domar el pertinaz orgullo de macho de Lotario.
Se dirigió despacio al cuarto de armas, sin saber muy bien si se tomaba tiempo para planificar mejor el ataque a la fortaleza viril del soldado, o simplemente se regodeaba tan sólo de imaginar lo que gozaría jugando con la vanidad y el prurito machista del capitán.
En cualquier caso iba encantado por el reto que suponía esa doma y, aunque sonase a vanidad y engreimiento de buen dominador de bestias y hombres, también estaba convencido que se saldría con la suya, sin que por ello menospreciase al contrario ni dejase de tener en cuenta las advertencias del mancebo.

Lotario parecía dormido cuando el conde entró, pero sus sentidos alerta pronto lo pusieron en guardia ante la presencia de un cuerpo extraño. Bueno, ya no era tan extraño e inmediatamente supo que se trataba del conde, que volvía a tocarle las pelotas. Y aunque no fuese literalmente, de una forma u otra se las tocaría. De eso estaba seguro y convencido después de lo sucedido en la sesión anterior.
Y el conde dejó oír su voz: “Aquí estoy de nuevo para coger lo que ya es mío... Me has cambiado tu virgo por tus huevos y vengo para apropiarme de esa prenda que tan celosamente has guardado hasta ahora.... O es que has olvidado el pacto?... No lo creo. Y además supongo que en todo este tiempo que te he dado para pensar, hayas reflexionado con tino sobre lo que más te favorece en la crítica situación en que te encuentras... Puede que te duela perder la estrechez de tu ano, pero más te dolería el corte de los testículos de un solo tajo y sin nada que aliviase esa dolorosa pérdida... Sólo gruñes o me quieres decir algo?... Si es así habla alto y claro. Aunque supongo que querrás decirme que te folle y que ya estás deseando tener mi verga dentro de tus tripas”.

El conde se acercó más a su víctima y posando una mano sobre el culo de Lotario añadió: “Pero no tengas prisa, porque antes quiero deleitarme con tu cuerpo para calentarme y que mi cipote se ponga duro como la piedra y te taladre el culo con más fuerza. Porque supongo que sabes que cuanto más rígido y tieso está un pene, mejor entra por el ano de un tío y le rompe el culo con más facilidad. Y el tuyo debe estar muy cerrado por falta de uso. Así que es conveniente que me pongas muy cachondo para clavártela de un solo golpe y llegar hasta el fondo de tus entrañas. Y para empezar, encenderé una antorcha y la acercaré a tu trasero para verlo bien y conocer con detalle esas posaderas que me van a hacer gozar dentro de un rato”.

Nuño se apartó unos pasos y refulgió en el espacio el resplandor del fuego. Y continuó: “Y, además quiero verte detenidamente el esfínter y apartarte los pelos que lo rodean para que no se atraviesen en la punta de mi polla y me hagan un corte al empujar hacia dentro con fuerza. Tienes un vello fuerte y grueso y puede ser peligroso, ya que cuando se tensan los pelos cortan como cuchillas... Lo ves?... No lo ves pero sientes como te tiro de los que están justo en el redondel del ojete... Son negros y largos, pero se rizan graciosamente formando caracoles. Qué carne más prieta tienes en estas cachas!... Joder!... Qué placer debe dar azotártelas con la mano bien abierta y hacerlas sonar y retumbar como parches de un tambor... Lo haré antes de metértela. No puedo resistir la tentación de darte palmadas en ellas”.


Pero la paciencia y el aguante de Lotario tenían un límite ya muy agotado tras tanta humillación y explotó sin poder controlarse: “Ya está bien, jodido cabrón!... Acaba de una puta vez y méteme tu asquerosa polla por el culo que te saldrá llena de mierda, so maricón!”.
Nuño percibió que el capitán estaba más desesperado que cabreado, pero no podía dejar pasar esa salida de tono y aprovechó para satisfacer su curiosidad de azotarle el culo con su propia mano. Y gritándole con voz áspera: “Cuántas veces he de decirte que no digas palabras mal sonantes ni seas grosero y basto, so cabrón de la mierda!”, se lo calentó a gusto hasta dejárselo encarnado y picante como la guindilla, pero echando fuego también. A Lotario le ardía más el alma que las posaderas, pero notaba como el calor le subía desde el culo hasta la cara y se quemaba por dentro recomiéndose de una rabia que hasta entonces nunca había sentido.

Y Nuño prosiguió con su ensañamiento y táctica para hacer que el capitán se sintiese una puta mierda de peor especie que la basura de un estercolero. Y comenzó a sobarle con los dedos por la raja del culo, parándose en el agujero que acarició en redondo, diciéndole: “Tienes un coño muy apretado y está mojado. Puede ser por ese sudor que no paras de expulsar por todos los poros, o quizás sea que te estás humedeciendo de gusto esperando el placer que te espera al follarte... Puede que seas tan puta como para eso?... Está visto que cuanto más pinta de macho tiene una bestia, más zorra se vuelve al tocarle los puntos álgidos y más eróticos de su cuerpo. Y me temo que si te meto un dedo por el ano te meas de gusto como una perra salida. Nunca imaginé que fueses tan ramera!. Pero me agrada que vayas rindiéndote y aceptando tu condición de yegua y tu ansia de ser cubierta por un macho... Me encanta este agujero tan cerrado todavía... Ni el coño de una virgen adolescente estaría así... Ni te imaginas el gusto y el deleite que supone entrar en un ojal como este que tienes entre estas dos nalgazas, que son tan potentes y musculosas como la ancas de un percherón”.

Y el conde empujó con el índice sobre el esfínter de Lotario, que lo cerró instintivamente queriendo apretar con fuerza para no permitir la penetración, pero fue inútil y el dedo se coló dentro de su culo haciéndole lanzar un quejido de puro terror a que eso llegase a gustarle. Nuño se lo metió más y lo movió follándolo en seco.
Y el capitán escupía bilis y se mordía los labios por no llorar como una moza desvalida y asustada. Pero el dedo del conde hacía su labor como un émbolo que hace funcionar la máquina para ponerla en marcha y Lotario sentía un cosquilleo que le subía hasta la nuca y le erizaba los pelos de todo el cuerpo. Si el conde se daba cuenta estaba perdido e hizo un esfuerzo titánico por librarse de esa sensación rara que empezaba a empalmarle la polla. Y ya era tarde para hacer retroceder la sangre que ya corría por su pene poniéndolo a tono y empinándolo inevitablemente.

Nuño le echó mano a la verga y se la agarró apretándola con fuerza para sentir el calor que el riego sanguíneo le infundía a ese hermoso trozo de carne endurecida y de un tamaño tan grande o más que su polla. Ahora era fácil comprobarlo pues las dos estaban erectas y en plena excitación sexual. Y el conde sacó la suya para sopesarla en la otra mano y ver cual de las dos parecía más gorda y larga. Era complicado afirmarlo sin juntarlas, pero todavía no era el momento de darle tales confianzas al carajo de ese soldado. Y se recreó viendo como el ojete de Lotario le apretaba el dedo y se esforzaba inútilmente en expulsarlo de su cuerpo. El conde soltó una sonora carcajada y eso desmoronó más si cabe la deteriorada moral del capitán. Iba a empezar a aceptar que estaba en manos de ese hombre que lo acosaba y rompía sus esquemas y no tenía escapatoria posible sino se entregaba a su voluntad. Pero el último resquicio de orgullo que le quedaba no le permitía rendirse y no ofrecer resistencia a ser poseído por otro hombre como una vulgar mujerzuela.

El capitán estaba agotado y empapado en sudor y con los nervios a flor de piel. Y su verdugo parecía estar tan tranquilo disfrutando con su sufrimiento y su agonía por conservar intacto ese ojo negro que hasta entonces nunca se le ocurriera pensar que serviría para otra cosa que no fuese cagar. Y su mente se preguntó hasta cuando soportaría todo aquello.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Capítulo LXXXV

Un emisario llevó a Pisa noticias del conde para Don Froilán.
En la carta, Nuño le contaba a su noble amigo lo ocurrido en Firenze, lamentando la muerte de Isaura y sus intenciones de reeducar a Lotario, así como el casual y afortunado hallazgo del joven Aniano.
Froilán sonrió con malicia al leer lo referente al capitán y se relamió de gusto respecto a lo que su amigo le decía en relación con el nuevo chico que se sumaba al harén del conde.
Es verdad que a Froilán ya le llegaba con los dos muchachos que lo servían y le daban gusto cuando necesitaba descargar sus bolas, cosa que ocurría más de una vez todos los días, pero, aún así, también era normal que con cierta frecuencia sintiese ganas de cambiar de montura para cabalgar o al menos trotar a lomos de otros potros. Y más si eran de tan buena raza y condición como los que conseguía poseer el conde.

Nuño también le anunciaba a su compañero de fatigas en la misión que tenían entre manos, que en un par de días estaría de camino hacia Pisa para continuar el viaje a Génova y rematar allí la embajada que les había encomendado el rey en tierras de Italia.

Froilán trasladó las noticias a todos los chavales y la alegría fue general al saber que el conde y los otros muchachos estaban bien y, al parecer, tenían un nuevo compañero para compartir con él sus juegos y quizás otras cuestiones que por el momento era prematuro aventurar. Para saber cual sería el destino de ese chico, tenían que conocer antes la voluntad y decisión al respecto de Nuño. Y por el momento sólo cabía una expectación ansiosa de conocerlo y ver si era tan bonito y gracioso como se decía en la misiva del conde.

Pero para los otros tres esclavos que estaban con Nuño, las virtudes de Aniano no eran solamente palabras escritas, sino realidad tangible y palpable en forma de cuerpo joven y bello, cubierto de piel rubia y una voz agradable que siempre sonaba alegre acompañando la risa de aquellos ojos tan verdes y claros que daba gusto mirarlos. Y cuando lo cató Nuño por primera vez, el crío se corrió sin que le tocasen el pito a la tercera embestida que le endiño por el culo. Pero eso le dio mas gusto al conde, porque al cerrarse el ano del chaval con las convulsiones de la eyaculación, su verga experimentó una agradable presión que la acarició y ordeñó por tiempo suficiente como para obligarle a vaciarse de inmediato con una copiosa emanación de leche que golpeó las tripas del mozo. El conde quedó tumbado sobre el muchacho y éste, por propia iniciativa, volvió la cabeza hacia el señor y lo besó en la boca con una fuerza e intención que sobrecogió a los otros rapaces. Y al despegarse de los labios de Nuño, Aniano le dijo: “Quiero servirte tan bien como ellos, mi amo... Enséñame para no acabar antes que tú lo desees”. “Claro que te enseñaré a eso y a otras muchas cosas más... Tu vida futura no tendrá nada que ver con la anterior y nunca volverán a abusar de ti ni a hacerte ningún daño. Ahora me perteneces como todos ellos y estás bajo mi protección”, le aseguró el conde.


Y al desmontar al chaval, Nuño le dijo a Guzmán: “Te encargo de la educación y formación de este precioso crío y procura que aprenda y aproveche el tiempo o os azotaré a los dos. Y tú, Carolo, pórtate generosamente con él y haz que te ame y te desee, porque quiero que lo cubras y fecundes habitualmente. Pero has de ser cariñoso y quererlo sinceramente para que te permita disfrutar con él... Y tú, Iñigo, ven aquí, que no quiero que pienses que otro rubio en mi cama te desplazará un milímetro de mi lado. Nadie conseguirá relegar al mancebo ni a ti en mi lecho, ni privaros de mi apetito por vosotros. Os amo demasiado y sois los dos muy hermosos para que os hagan sombra aunque no luzca el sol, porque los dos sois su luz y mi calor... Bésame y acuéstate a mi lado que el siguiente es para ti... Y luego os tocará también a vosotros dos. Sobre todo a ti, Guzmán, que tengo ganas de hacerte chillar como una zorra pillada en un cepo... Y más tarde le daré por el culo a Carolo al mismo tiempo que él le da a Aniano otra vez...Y hablando de cepos, antes de acostarme esta noche tendré que ver como va Lotario con el aprendizaje que le he impuesto. Pero eso será al final del día para darle más tiempo y que reflexione despacio lo que le conviene”.

Y el mancebo le preguntó a su amo: “Amo, estás seguro de lo que haces con el capitán?”.
“Muy seguro. Dale un día más y tú mismo podrás comprobarlo... Saldrá de ese cepo tan manso como una oveja”, respondió el conde. “Amo, el lobo aunque se vista de cordero no deja de ser una fiera. Eso todo cazador lo sabe”, aseguró el mancebo. Y Nuño contestó: “Es verdad, pero no si ya era un borrego cubierto con piel de lobo. Y me temo que ese es el caso de Lotario”. “Amo, tú sabrás porque conoces a los hombres mejor que yo... Pero no bajes la guardia ni un momento ni te fíes de falsos arrepentimientos... Tiene dientes y buenos colmillos y puede y sabe morder”, añadió Guzmán. “Lo tendré en cuenta, amado mío. Sé que también sabes distinguir la verdadera naturaleza humana y pocas cosas se escapan a tu sagacidad e intuición”, dijo Nuño mirando con amoroso orgullo a su esclavo predilecto.

Unos golpes en la puerta interrumpieron la conversación y entró un criado anunciando a su señor Don Girolano. El noble entró en la estancia y miró con algo de envida el ramillete de beldades masculinas que rodeaban a su invitado y dijo: “Mi querido y estimado conde, ha llegado el embajador de la Señoría. Y Don Vittore trae buenas noticias del gran Dogo, Don Reniero Zeno, respecto a nuestra causa para entronizar en el Sacro Imperio a Don Alfonso. Al parecer lar relaciones entre Venecia y Génova no son muy cordiales en los últimos tiempos, así que prefiere entrevistarse aquí con vos y no continuar su camino hacia Pisa ni menos aproximarse más a esa otra república... En cuanto descanse del viaje y esté presentable, solicita ser recibido por vos. Aunque yo os aconsejo que será mejor dejar las conversaciones para la cena. Ante la buena mesa los ánimos siempre están mejor dispuestos para entenderse”.
Nuño mostró su complacencia por la noticia y contestó: “Tenéis razón, amigo mío. En cuanto acabe las tareas y los placeres que tengo pendientes antes de esa hora, me reuniré con vos y el embajador de la república de Venecia. Siento que no esté Don Froilán, pero esa charla será muy beneficiosa para nuestros proyectos e intereses”.

Y volvió a quedar el conde con sus esclavos para continuar los juegos sexuales que les había mencionado antes de la interrupción. Y como animado de una nueva fuerza, fruto de la euforia dada por la buena nueva sobre el futuro prometedor de su encomienda y la presencia del embajador del Dux, el conde agarró con fuerza a Iñigo y se lo comió despacio a besos antes de sentarlo en la verga para darle una pletórica dosis de polla y leche. El culo y el vientre del chico ya lo necesitaba y su pasión fue reflejo del ansia de gozo que lo dominaba. Iñigo siempre se encendía como una tea con el fuego interior que notaba en sus tripas al ser penetrado por su amo. Se le aflojaba hasta el cerebro al sentir entrar esa verga en él y su esfínter palpitaba desde el momento en que era rozado por el turgente y caliente glande henchido de savia que se disponía a perforarle las entrañas. No cabía duda que al muchacho le gustaba mucho ser follado, pero más si se lo hacía el conde, puesto que le añadía un plus morboso que no lograba el otro muchacho que ahora también lo cataba. Eso no quería decir que no disfrutase con la polla de Carolo, puesto que le sabía acariciar y hasta arañar el recto con su cipote como para volverlo loco. Mas con el amo era otra cosa y su experiencia y buen hacer se notaba en cuanto metía la punta del capullo en el culo del esclavo. Y a Iñigo, como al resto de los otros chicos, se le deshacían los sesos sólo con pensar que iba a ser usado por su señor.

Las caritas y bocas babeantes de los esclavos que miraban el polvo que el amo le metía a Iñigo, reflejaban el grado de placer de la pareja en pleno coito y sus ganas de que les tocase el turno también. Y todos llevarían su parte de pastel, pues el amo estaba lleno de energía y sus cojones de semen para repartir generosamente entre ellos. De entrada ya permitió que a Guzmán se le hiciese la boca agua con la leche de Iñigo y a Carolo le dejó mamar la del mancebo, mientras Aniano lo ordeñaba a él con sus labios. Con eso, los otros ya tenía un anticipo de lo que obtendrían después directamente de su dueño.

Y luego el conde iría a parlamentar con Don Vittore y Don Girolano, su amable anfitrión. Más tarde y con calma, se ocuparía de Lotario otra vez.

viernes, 9 de marzo de 2012

Capítulo LXXXIV

No era una postura muy cómoda en la que se encontraba Lotario. Tenía la cabeza atrapada en un cepo y estaba doblado sobre una tabla en la que apoyaba el pecho y parte del vientre, mirando al frente pero sin ver más que la pared que tenía delante y de la que colgaban panoplias con armas tanto para atravesar y sajar cuerpos como para machacar y aplastar cráneos. Se dio cuenta que lo habían metido en una armería y comenzó a hacerse idea de lo que podía esperar de todo aquello. Todavía le dolía la herida, pero no sangraba y por ese lado no se iba a acabar su vida ni le quedaría lesión permanente. El peor problema lo tendría ahora y no imaginaba nada bueno dada su situación.


Lo que menos soportaba era esa manía de tenerlo totalmente desnudo como si fuese un caballo o un perro, pero al menos ya no tenía frío ni la humedad se le metía en los huesos como en la sucia cueva donde lo encerraran al principio. Tampoco entendía bien el motivo por el que le habían atado los tobillos a un travesaño que cruzaba la base de esa especie de banco de madera donde estaba atado, con los brazos hacia el suelo y las piernas separadas dejando el agujero del culo a la vista al tener las nalgas separadas también.
Pensó que querían empalarlo o cualquier otra atrocidad que se le ocurriese a su verdugo y sólo rogaba en silencio que le viniese la muerte cuanto antes y supiese acabar sus días con cierta dignidad para no avergonzarse de su miedo al reunirse con Isaura en el otro mundo.

Oyó que una puerta sea abría a su espada y un golpe seco y fuerte volvía a cerrarla. Unos pasos se acercaban a él y escuchó otra vez la voz del conde: “Se diría que hasta estás cómodo puesto así... Lo malo es que como estés mucho tiempo en esa postura no podrás ponerte derecho en unas cuantas horas... A todo se acostumbra uno. Y más una bestia fuerte y todavía sin domar... Y vamos a empezar tu educación para que seas un buen animal para tu amo... Ya se sabe que a un toro es mejor convertirlo en cabestro para que servirse mejor de su fuerza. Por eso voy a caparte. Y, antes de nada, te ataré los cojones con esta correa, apretándola bien y estrangulándotelos, para que al cortarlos no sangres demasiado.
No vaya a ser que después de curarte uno de mis esclavos una herida mortal, ahora te desangres al caparte... Es una lástima dejar sin huevos a un ejemplar como tú, pero lo prometí cuando escapaste de Viterbo con el cofre del obispo. El castigo era más para Isaura que para ti, aunque te quedabas como un eunuco y encima sin voz atiplada, pues ya te coge mayor la castración, pero el asunto es que ella tuviese a su lado a un cabestro en lugar de un semental... Sin embargo, ahora eso ha perdido el sentido al estar muerta. Así que hasta podría proponerte un cambio.
Tus testículos por la virginidad de tu culo. Seguirías entero, pero desflorado y con el culo roto y abierto. Si lo piensas, eso no es tan terrible ni siquiera para un macho tan viril como tú...
A otros muchos les encanta sentir una verga dentro de sus entrañas... Y puede que una vez que pruebes a ti también te guste esa sensación de ser la puta de otra macho más fuerte que tú.
Y, además, más joven y en plena potencia sexual para dejarte bien saciado el vientre y lleno de leche. Porque tú ya no cumples los treinta. Y la verdad es que tu cuerpo y ese culo redondo que tengo ante mí, abierto de nalgas, me resulta tan excitante o más que el de un imberbe.
Incluso ese vello oscuro y rizado que cubre tus cachas y las piernas desde el inicio de los muslos hasta el tobillo, me pone cachondo como para desear montar a una bestia de carnes tan recias y macizas como estas”.
Y el conde le atizó con todas sus fuerzas una nalgada en el culo a Lotario que le hizo bramar como un becerro enfurecido.

El conde le amarró fuertemente los cojones con la correa y tiró de ellos hacia abajo para atarla a la base del banco de doma. El capitán chilló como si le pisasen los testículos, pero el conde volvió a hacerle callar a base de contundentes azotes en las posaderas.
Ya estaba preparado el animal para el sacrificio y Nuño se puso frente a él para que lo viese bien y supiese como era el hombre que iba a someterlo a su capricho.
Lotario le escupió y el conde le arreó dos ostias que le dejaron la cara roja y temblando. Y volvió a repetir en voz alta pero sin llegar a gritar ni demostrar que no era tan sencillo hacerle perder los nervios: “Te he dicho ya más de una vez que no seas maleducado!. No se escupe y menos a un señor que va a ser tu amo antes de lo que supones... Si lo vuelves a hacer las consecuencias serán nefastas para ti”.
“Cabrón, hijo de put...”, quiso gritar Lotario pero se le quedó el grito en la garganta a medio salir con otra guantada que le metió Nuño en toda la boca.
“Se ve que no aprendes si no es con palos”. Y se hizo con una vara de fresno, que ya estaba preparada y al alcance de su mano, y comenzó a atizarle con ella tanto en la espalda como en los glúteos hasta que el capitán ya ni chillaba ni podía quejarse de tanto ardor y dolor sordo que entumecía sus músculos al tensarlos y aflojarlos para soportar los espaciados varazos que recibía.

Molido y con la piel a rayas, Lotario guardó silencio y escuchó al conde otra vez: “Parece que no entiendes lo que te juegas. Seguir siendo un macho entero a cambio de abrirte de patas para ser enculado por otro macho mejor que tú... Bien. Entonces procedamos con la capa.... Al fin y al cabo, sin huevos, sin dinero y sin honor ni protección de ningún poderoso, tu destino no es otro que servir de puta para que te follen tíos de la peor ralea en un miserable burdel... Y al fin de cuenta también pondrás el culo porque no tienes coño. Será gracioso ver a un castrón peludo contonearse y enseñar el culo como una vulgar mujerzuela... Ahora lo primero es ordeñarte para vaciar tus cojones y evitar que al cortarlos salpiquen de leche... Aunque no estoy muy acostumbrado a ordeñar vacas, intentaré esmerarme para dejarte los huevos secos”. Y Nuño agarró con su manaza la verga arrugada de Lotario y se la empezó a cascar para empalmarlo y sacarle todo el semen que pudiera tener en los testículos.

En realidad el conde tenía curiosidad por saber como la tenía de grande el otro y no tuvo que esperar mucho para averiguarlo. El carajo del capitán enseguida creció y engordó y el conde exclamó: “Joder!. Menudo cipote te gastas!
Ahora entiendo por que tenías encoñada a Isaura!... Que pena dejártelo inútil... Pero tuviste la oportunidad para conservar tu integridad... Ahora vamos a ver cuanta leche das”.
Lotario gruñía como un marrano luchando infructuosamente contra la naturaleza que respondía a la masturbación que le hacía el conde. Su verga se hinchaba y el glande engordaba aún más, anunciando ya la salida del esperma. Y lo soltó en un cacharro que Nuño cogió para recogerlo.
Era una buena cantidad de semen y Nuño volvió a lamentar esterilizar a un garañón tan fértil y potente como Lotario. El capitán eyaculó con grandes espasmos y temblores para quedar rendido por la tensión y el esfuerzo en contrario que había hecho para no correrse.


Y entonces el conde tenso más la correa atada a los huevos del capitán y éste gritó desesperado: “Basta!... No... No quiero perderlos!”.
Nuño aflojó un poco y preguntó: “No quieres perderlos?... Y eso que significa?”. Y Lotario gritó más fuerte: “Que no me capes, joder!... No quiero ser un puto eunuco!”...
Nuño añadió. “Lo entiendo, pero para no serlo que es necesario?... Quiero oírlo de tu boca”.

Hubo un silencio tenso y corto, pero eterno para los dos. Y el conde insistió. “Dilo, cabrón!”. “Y Lotario lo dijo en voz baja: “Doy el culo a cambio”. “No he oído nada...
Debes hablar más alto porque estos muros deben absorber el sonido”.
“Fóllame, hostias!. Y termina cuanto antes con este suplicio”, grito Lotario llorando lagrimas de humillación y rabia.

Nuño sonrió, pero no le bastaba con esa resignación forzada. Y dijo: “Bien, pero no es así como deseo darte por el culo... No es un castigo sino cambiar tu condición de gallito chulesco y folla coños por otra mejor de macho dominado y sometido por otro semental más fuerte y dotado para cubrir a otros ejemplares de su especie e igual sexo como si fuesen hembras... Así que dejaré que lo medites y te calmes y más tarde volveré a ver como respiras y si estás más dispuesto a entregarte como debe hacer un lobo cuando lo monta el jefe de la manada... Quédate con tus pensamientos y valora más lo que ganas que lo que puedas perder... Y desea fervientemente que no se me pasen las ganas de joderte, porque eso sería tu ruina”.
Y dicho eso, el conde se fue y dejó a Lotario con la piel ardiendo, los cojones encogidos y los ojos irritados de comerse las lágrimas.

martes, 6 de marzo de 2012

Capítulo LXXXIII


El conde había metido a Lotario en otra habitación, dejándolo desnudo y encadenado, después que unos criados del palacio lavasen su cuerpo y Guzmán volviese a aplicar el mismo ungüento en la herida y vendársela de nuevo para que terminase de cerrarse y cicatrizar sin problemas de infecciones. El capitán se revolvió contra el mancebo al verlo aparecer y el conde le arreó un par de guantazos en la cara repitiéndole otra vez que no fuese maleducado ni desagradecido.
Guzmán, al atenderlo y proceder a curarlo, le dijo que sentía la muerte de Isaura, pero que para su amo la vida de Carolo estaba por encima de la de ella y no tuvo otra opción que lanzar contra su pecho el puñal. Si ella no hubiese pretendido herir de muerte al chico aún estaría viva. Sin embargo, las circunstancias desencadenaron toda esa reacción agresiva por su parte que ocasionó la violencia conque se escribió ese final para ella.

Lotario le escupió en la cara a Guzmán y recibió otro manotazo en los morros que le propinó el conde con muy mal genio y peor leche. Luego lo dejaron solo y Nuño mandó que colocasen un cepo en ese cuarto para enseñarles más tarde buenos modales al irritado soldado. El mancebo iba detrás del amo camino de los aposentos donde esperaban los otros esclavos con el mozo ya limpio y cubierto con una ligera túnica hasta los pies. Y al entrar, Nuño quedó parado al ver a Aniano de pie en medio de la estancia. El sucio rapaz era ahora un hermoso muchacho de pelo liso del color del trigo maduro y miraba al conde con unos ojos transparentes que recordaban el agua cristalina de un regato de montaña. Estaba precioso tan aseado y hasta el amplio paño que tapada su cuerpo lo hacía atractivamente sugestivo al dejar adivinar unas formas que a Nuño se le antojaban apetitosas.

Carolo miraba a ese crío como si acabase de descubrir una joya deslumbradora y el otro esclavo de cabellos más rubios que los del chaval, también parecía admitir con los ojos que ese humilde mozo era digno de haber nacido en una casa tan noble como la suya. Guzmán se adelantó a su amo y dirigiéndose a él le dijo: “Mi amo, ya ves que debajo de tanta mugre había algo más que agradable. Este chico es muy guapo y observa de cerca su piel y su carne”. Y dicho eso, el mancebo tiró hacia abajo de la túnica del chaval e hizo que cayese a sus pies dejándolo en pelotas.


Aniano sintió algo de vergüenza al estar desnudo delante del conde y se ruborizó, pero Nuño lo cogió de la mano y le dijo: “Nunca te avergüenzas de tu cuerpo ante nadie, porque no sólo no tienes motivo para ello, sino que sería desagradecer lo que la naturaleza tan generosamente te ha dado. Disfruta de tu belleza y no temas mostrarla porque quien sepa apreciarla te agradecerá que la enseñes... Mírate en este espejo y dime que ves”.
“Mi cara, señor”, contestó el chico. “Y crees que es fea?”, preguntó Nuño. “No, señor”, respondió Aniano. “Y estos muchachos te perecen feos y desagradables?”, insistió el conde.
“No, señor... Al contrario me agrada verlos tan hermosos y fuertes”. Nuño volvió a preguntar señalando a Carolo: “Y este que es de tu edad, te gusta?”.
“Sí, señor... Parece muy viril y fornido”, admitió el chaval. Y el conde le ordenó a Carolo que se desnudase. Aniano vio al otro chico en cueros y con la verga excitada y Nuño le dijo: “Sabes por que su polla se ha empalmado?”.
“No, señor”, contestó tímidamente Aniano. “No lo sabes y, sin embargo, a ti te ocurre lo mismo y tu pene se está levantado y poniendo duro... Te das cuenta cual es el motivo?”.

Aniano no se atrevía a responder y el conde insistió: “Tampoco tengas vergüenza en decir lo que piensas y sientes, porque no es malo que te atraiga y te excite el cuerpo de otro hombre y más siendo tan joven y hermoso. Responde a lo que te he preguntado”. Al chico se le bajo la polla y contestó: “Le agrado y él a mi también me gusta, señor... Pero no me atrevo a desearlo porque por su aspecto es un noble y yo sólo soy un pobre criado sin padre y con una madre que me dejó huérfano y en manos de un padrastro a los trece años... Era un hombre ruin y borracho que me violó en cuanto cumplí los catorce y casi todas las noches, al volver de la taberna ciego de vino, abusaba de mi cuerpo como si fuera el de una ramera, hasta que hace un año cayó por un barranco al no poder sostenerse sobre el burro que montaba por estar totalmente bebido... Desde entonces mi cuerpo tuvo descanso y nadie más entró en mí”.
“Y nadie volverá a entrar si tú no lo deseas... Pero que te parezca un noble no quita para que tú puedas apetecerlo y él a ti. Además ahora sólo es uno de mis esclavos y por tanto menos que un criado como tú”, aseguró el conde.

Carolo se acercó al otro chaval y le besó en las mejillas. Y como el metal se pega el imán, los dos chicos se abrazaron sin que nadie les dijese que lo hiciesen. Se miraron a los ojos y sus bocas se juntaron como impulsados por una fuerza superior a ellos que les dictaba lo que debían hacer. Se movían y reaccionaban por instinto como dos cachorros que comienzan a descubrir con los juegos las facultades que les ayudaran en un futuro no lejano a sobrevivir en medio de un entorno salvaje y despiadado.
Carolo unió su saliva a la de Aniano y éste se puso tan caliente que su pene latía en el aire y goteaba ansia de sexo sin poder contenerse. Nuño sonreía y el mancebo lo miró para saber cuales eran sus intenciones y un simple guiño del amo contestó lo que quería saber Guzmán.

El conde quería aparear a los dos muchachos y ver como gozaban sacando de sus cuerpos toda la lujuria que producían en sus turgentes testículos de cachorros. Y no hizo falta mucho para que primero se arrodillasen sin soltarse y al poco tiempo rodasen por el suelo echos un nudo, lamiéndose y mordisqueándose por todas partes, hasta que con un giro sobre si mismo, Carolo dejó al otro encima suya y le agarró el culo con las dos manos para separarle las nalgas y meterle un dedo por el ojo del culo. Aniano gimió con fuerza y relajó el esfínter dejando que el otro lo penetrase con dos dedos sin necesidad de saliva. El pecho de Carolo estaba pringado de babas serosas y blanquecinas, al igual que su vientre, pues su pene también soltaba babilla en abundancia.

Aniano se inclinó para morrear a Carolo y éste le clavó los dedos hasta el fondo del culo aprovechando la separación de las nalgas del muchacho y que dilatación de su ano era total. Estaban encelados el uno con el otro y sus sentidos sólo apreciaban lo que se hacían y notaban en sus cuerpos y todo lo demás que los rodeaba se borró de sus mentes como si ellos fuesen los únicos habitantes sobre la tierra. Carolo no tenía más atención que la puesta en el otro crío y los sentidos de Aniano sólo apreciaban la presencia del otro joven que lo excitaba con su aliento y su aroma a sudor fresco y sexo a punto de estallar.

Siguiendo un instinto ancestral, Aniano buscó con el agujero del culo el punta de la polla de Carolo y se sentó en ella engulléndola de golpe en su recto. Carolo notó una sacudida dentro de Aniano que le contagió a él también y los dos comenzaron a moverse al mismo compás como danzando los pasos de un ritual atávico y eterno. En realidad se estaban follando uno al otro y ambos llevaban la iniciativa en ese acto carnal de apareamiento. Y después de dejarlos jugar un rato, Nuño ordenó que Aniano se pusiese a cuatro patas en el suelo y Carolo lo montase por detrás para cubrirlo y preñarlo como a una potra. Y dicho y hecho, los dos críos obedecieron como autómatas y en un santiamén ya estaban enganchados otra vez y echándose un polvo de muerte.

Carolo le daba fuerte y el otro resoplaba y gemía suplicando más rabo para alimentar su culo hambriento de muchos meses y nunca saciado por una verga tan sabrosa y potente como la del joven macho que lo estaba jodiendo ahora. Pero Nuño quería más espectáculo y le ordenó a Iñigo que, puesto en pie delante de Aniano, le metiese la polla por la boca y se la follase hasta correrse dentro. Y eso no le costó esfuerzo al esclavo pues ya estaba cachondo como un burro viendo la follada de los otros dos. Ni ascos le hizo Aniano a esa otra verga que le iba a alimentar con su leche nada más ordeñarla con los labios. Se ve que aunque había comido bien, necesitaba un postre más vitaminado para quedar satisfecho su estómago a la par que su vientre con la descarga de semen que le estaba metiendo Carolo por el culo. Y Nuño se acordó del capitán, que lo tenía bien amarrado con cadenas pero solitario y sin saber que le deparaba el destino en poder del conde feroz, más conocido por el poderoso conde de Alguízar.

sábado, 3 de marzo de 2012

Capítulo LXXXII

Recorrieron leguas a uña de caballo y tanto ellos como las bestias llegaron extenuados al Palazzo Ghibellino de los condes de Guidi en Empoli.
Don Girolano, hijo mayor del conde, era un gibelino buen amigo de Don Bertuccio y ya estaba avisado de la pronta llegada del conde a su casa desde que éste había partido de Siena. El primogénito del conde de Guidi salió al encuentro de los viajeros, a pesar de lo intempestivo de la hora, y ordenó de inmediato a los criados que dispusiesen lo necesario para atenderlos y darles la mejor bienvenida al palacio. Estaba orgulloso de albergar en el solar familiar a tan noble señor, emisario del rey castellano y futuro emperador, y colmó de atenciones a Nuño y sus acompañantes.

Nuño y los tres chicos fueron acomodados en una amplia estancia, por expreso deseo del conde de Alguízar, mientras que a Lotario lo encerraron en una bodega húmeda y lúgubre, con la sola compañía de ratas y adornada con telas de araña que colgaban de todas las esquinas y salientes de aquel recinto abovedado.
Al mozo pescado al vuelo por el conde antes de salir de la casa de Isaura, lo metieron también en otra especie de celda pequeña y oscura, pero más seca y menos tétrica que el sótano donde encadenaron al capitán. Y después de descansar, bañarse y solazarse calmosamente con los tres chavales, dedicando una especial atención al culo de Carolo, que volvió a penetrarlo a plena satisfacción, tanto suya como del chico, además de gozar como de costumbre con los traseros de los otros dos esclavos, tan buenos como el del otro si cabe, y de dejar que el más joven y novato entre ellos le clavase otra vez su verga al rubio doncel que le ponía la sangre a la temperatura de un caldero de aceite hirviendo, Nuño se recostó sobre unos almohadones de damasco rojo y el mancebo se acurrucó a su lado mientras Iñigo y Carolo se bañaban otra vez los dos juntos.

Guzmán, sin verle a los ojos a su amo le dijo: “Amo, si no compartes mi culo, por qué lo haces con el de Iñigo?”. Nuño miró hacia la cabeza de su esclavo y exclamó: “Y a ti que te importa lo que haga con el culo de cualquiera de mis esclavos! ... Todavía tengo que explicarte por que eres distinto y diferente a los demás, por mucho que me gusten o los quiera? ... Todo tú eres para mí y nadie entrará en tu cuerpo por ese redondel que es la puerta exclusiva para mi verga... Y, además, sólo se la ha metido Carolo y ese chaval es algo diferente y también es uno de mis esclavos más allegados a mi afecto y deseo... También vas a preguntarme por que lo follo tanto últimamente? ... Pues no hace falta que lo preguntes. Lo follo porque me gusta su culo y porque me sale de los cojones darle verga a mazo... Satisfecho o te lo hago entender con una paliza que te levante la piel de las nalgas?
“No hace falta, amo... Entiendo que te guste tanto Carolo... Pero quizás a Iñigo también le guste sentirlo dentro”, contestó Guzmán apretándose más contra el cuerpo de su amo. El conde le dio una palmada en el culo y replicó: “Son celos o miedo a que yo los sienta y el chico sufra represalias por mi parte... Guzmán, esos muchachos, lo mismo que tú, son mi vida y los quiero tanto que no me importa verlos aparearse ante mis ojos... Y me agrada, además... si no fuese así no les incitaría a unirse y gozarse de ese modo... Pero no soportaría ver a otro montado sobre ti. Ese privilegio me pertenece y nunca renunciaré a que sea sólo mío... Otra cosa es que te la chupen o que tú los lamas y comas y beses... Y hasta que los quieras y sufras por ellos... Pero tu amor no es de nadie más que de tu amo y tu culo tampoco pertenecerá jamás a otro”. Y el conde estrechó al esclavo hasta hacerle crujir los huesos.

Al volver del baño los otros dos esclavos, Nuño se puso una túnica floja y bajó a comprobar como estaba de ánimos el chiquillo, del que ni siquiera conocía el nombre ni circunstancias, puesto que lo llevó como un fardo sobre su montura si dejar de agarrarlo por el culo para que no cayera abajo.
Alumbrándose con un hachón encendido, llegó hasta el calabozo donde estaba encerrado y lo encontró tirado en el suelo sobre un montón de paja seca, llorando y temblando de miedo como un gatito asustado y mal herido. No tenía llaga alguna ni le había hecho sangre al golpearlo, pero le dolía el mentón y se sentía desamparado y condenado a un destino aciago que nunca esperó tener ni había hecho nada para merecerlo.

Se llamaba Aniano y sólo contaba dieciséis años como Carolo, pero era tres meses menor que él. Efectivamente era un mozo al servicio de la casa del capitán y su difunta amante, que sólo llevaba en ella un mes y las circunstancias hicieron que al oír ruidos saliese al patio y cayese en manos de las negras sombras que vio correr hacia la salida para montar apresuradamente unos caballos. Ni sabía que se cocía en aquella casa de la que lo sacaron a la fuerza ni en donde estaba ahora, pero sin explicación alguna y no entendiendo nada se hallaba encerrado y cautivo de no sabía quienes ni por que motivo lo retenían. Nuño le habló con calma y hasta con una cierta amabilidad y el chico levanto la cabeza para discernir, deslumbrado por la llama, esa figura y el rostro del hombre que lo visitaba.

Aniano no reconoció a su agresor, pues el puñetazo fue tan rápido y contundente que no le dio tiempo ni a darse cuenta que le se lo arreaban. Y tímidamente preguntó quien era. El conde le explicó en pocas palabras lo sucedido y justificó la necesidad del secuestro para evitar que los delatase. Y acto seguido se agachó junto al chaval para ver el moratón que le había dejado bajo la boca.
“Te duele?”, le preguntó Nuño. “Sí, señor”, respondió el muchacho. “Siento haberte pegado de esa forma, pero no podía arriesgarme a que chillases... Pero como no creo que intentes escapar, te sacaré de aquí y haré que te alivien el dolor de ese moratón”, dijo Nuño. Aniano se levantó ayudado por el conde y lo siguió escaleras arriba como un cordero. El conde lo llevó junto a sus esclavos y le ordenó a Guzmán que atendiese al crío y que después de bañarlo, lo vistiese con ropa limpia y pidiese comida y agua fresca para reponer sus fuerzas y acallarle las tripas que no paraban de hacer ruido.

Los tres esclavos vieron al otro chaval, sucio y con unas calzas descoloridas bajo una camisa rota y manchada de casi todo, y hasta les dio pena y de entrada les resultó simpático aquel mocito. El mancebo enseguida tomó la iniciativa y les dijo a los otros dos que preparasen la tinaja para el baño y que uno de ellos fuese a pedir agua caliente y también fría para mezclarlas y que no se escaldase el chico al entrar en la tina de cobre. Nuño observaba las operación limpieza del zagal y se complacía no sólo de la diligencia del mancebo, sino también del arte que se daba para que los otros le obedeciesen sin rechistar. Pasados unos largos minutos, ya humeaba el recipiente donde introducirían a Aniano como si fuesen a cocerlo como una gallina. Y eso precisamente debía creer el coitado, porque al principio le dio pánico y se resistía a entrar y tocar el agua con el pie. Pero la persuasión de Guzmán era superior a su miedo y se fue sentado despacio, metiendo el estómago y emitiendo pequeños gemidos, medio de sorpresa medio de susto, cada vez que el borde del agua le llegaba más arriba.

A pesar de la roña que cubría el cuerpo de Aniano, resultaba agradable verlo desnudo y sus formas eran proporcionadas y destacaba sobre todo la redondez de las nalgas bien puestas y respingonas. El pene no era muy grande, aunque estando tan encogido no podía asegurarse si al ponerse duro y crecer llegaría a alcanzar una medida más respetable. En cualquier caso, era un crío y el tamaño de su pito era aceptable para su edad. Los que estaban muy recogidos y pegados al pene eran los huevos. Y Nuño prefirió dejar a los chicos que hiciesen las labores encomendadas y se fue de nuevo para volver a bajar a los sótanos del palacio.

Ahora le tocaba ver como estaba Lotario y saber si la curación de su herida iba por buen camino. Un guardián custodiaba la entrada de aquella especie de cueva y el conde le dijo que se retirara porque deseaba hablar a solas con el prisionero. El centinela obedeció, puesto que el preso era de ese caballero y no de su amo, y Nuño entró y respiró el insano aire donde estaba el capitán. Cargado de cadenas y sentado en el suelo con la espalda contra la pared ennegrecida de moho, Lotario levantó la vista y al ver a Nuño escupió con rabia como pretendiendo alcanzar la cara de su opresor. El conde siguió avanzando hacia él y antes de que repitiese el salivajo le atizó una bofetada en la boca que le torció la cara hacia un lado. Y le dijo “No seas maleducado porque mi paciencia se agota enseguida... Quiero ver como tienes esa herida”. Y sin más el conde se puso en cuclillas y comenzó a destapar el corte que le hiciera Carolo al capitán en ese costado. Nuño apretó los bordes del tajo y comprobó que estaba limpio y no sangraba. Lotario tenía buena encarnadura y cicatrizaba rápido. “Pronto estarás mejor, pero este ambiente insalubre minará tu salud irremisiblemente”, dijo el conde poniéndose en pie. Y sin pronunciar palabra desenganchó del muro la cadena prendida al cuello del capitán y manteniéndolo encadenado y sujeto de pies y manos por grilletes de hierro, tiró de él y le obligó a levantarse para sacarlo de aquella apestosa caverna.