Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Capítulo LV

El conde colocó a los cuatro chicos sobre el lecho, en posición decúbito prono, y repasó con los dedos las espaldas y las nalgas de todos ellos. Se las separó para verles el ojete, ligeramente lubricado por los eunucos, e introdujo un dedo en cada uno de esos preciosos esfínteres como calando su hondura y tomándoles la temperatura que la lascivia les provocaba en el cuerpo. La calentura de los cuatro, cuyo exponente eran sus pollas duras y rígidas, aumentó la del conde y su verga goteaba por el orificio de la uretra. Eran cuatro criaturas maravillosas y sus pieles y formas invitaban a devorarlas aunque sólo fuese con los ojos.

Y Nuño quería comérselos y no sólo con la vista. “Sería un desperdicio dejar que estas frutas se pasasen de sazón!”, pensó. Les fue separando las piernas y en medio de ellas les vio los huevos, endurecidos y apretados contra la cama, que daban la sensación de ser más jugosos y dulces que las mejores ciruelas de color dorado. No se veían las pollas, pero no era necesario tocarlas ni verlas para saber como estaban de mojadas por sus propias babas. El conde les besó el culo a los cuatro y también les hizo un recorrido con los labios a lo largo de la espalda. Y con todos terminó en el cuello, bajo la nuca, para darles un mordisco hasta hacerlos gemir.

Se acostó sobre cada uno y restregó la verga contra sus nalgas, pero no penetró a ninguno. Quería alargar el momento y saborear el placer con cada gota de sudor que exhalasen sus cuerpos. Los chicos respiraban agitados deseando y esperando ser el primero en gozar con su amo. Pero sólo eran conatos de fornicación que no se traducían en un hecho. A veces casi le entraba a uno de ellos, porque hábilmente levantaba más el culo y abría el ano al notar el glande rozándolo. Y el conde reculaba y dejaba al chico con el gusto en el culo pero sin polla. Ya tenían los vientres manchados y pegajosos de precum y les dolían los cojones de querer y no tener. Mas el conde seguía impertérrito oliéndolos y lamiendo la transpiración de los muchachos.

Era un bello espectáculo ver cinco hombres hermosos ejecutando esa danza ritual previa al apareamiento entre machos. Aunque en este baile sólo uno se movía sobre los otros cuatro. Ellos, los dominados, únicamente eran el ara sobre la que el dominador ejecutaba sus ritos y oficiaba el eterno culto al amor. Y, sin embargo, los cinco respiraban el mismo aire de sensualidad. Se deleitaban más pensando en lo que vendría aún que en lo ya ocurrido. Pero de todas formas les costaba trabajo mantener cerrada la espita del gozo. Y por eso se les escapaban por el pito gotas e hilos de suero viscoso. Los cuatro tenían un perfume particular, tan excitante y personal, que Nuño los diferenciaba con los ojos cerrados.

Y también sabía en que momento estaban maduros para verterse. Aún conociendo a dos desde hacía poco, su olfato e instinto le daban una clara ventaja sobre ellos para calar sus sensaciones y averiguar los sentimientos que provocaba en sus almas. Todos eran muy jóvenes todavía, pero el conde tenía más experiencia y domaba con igual maestría a un potro que a un muchacho. Al fin de cuentas a los dos los montaba y les espoleaba en los ijares para que respondiesen a sus mandatos. Y era de la clase de hombres que nacen para mandar y ser obedecidos por otros más débiles e inferiores a él en carácter y fortaleza sexual. “Ser el garañón de la manada precisa esfuerzo y si no da la talla sólo le queda poner el culo a otro macho más potente. Porque un semental no puede permitirse fallar”, le decía siempre uno de sus preceptores, aunque se refería a caballos más que a jóvenes con los testículos cargados de testosterona.

Pero el conde deseaba regodearse más con sus esclavos y de pronto le dijo a Iñigo: “Monta sobre Curcio y alimenta su vientre”. El chaval dudó haber oído bien a su amo, pero éste le gritó: “Prefieres que te azote hasta que te corras como un perro?”. E Iñigo subió a lomos del otro crío y se la metió por el culo. Curcio, quizás por miedo al látigo o porque ya le corroía el vicio, ni rechistó y levantó el culo para incitar al otro a cabalgarlo. Iñigo se movió rítmicamente cada vez más rápido, tomándole gusto a la follada, y mientras notaba como el otro seguía izando el culo para tenerlo más adentro, se vació jadeando sobre la nuca del chaval. Y el amo dijo: “Baja y que se suba Guzmán... Ahora te toca a ti revitalizarlo con tu savia”. “Amo, yo no...”, quiso decir el mancebo. “No me obligues a mazarte por no obedecer en el mismo instante que lo digo”, le amenazó el conde. Y Guzmán montó a Curcio también y entró con su polla en el culo encharcado del chico. Le dio fuerte. Sin consideración, porque el muchacho gemía, temblando de pies a cabeza, y casi sin oírlo le pedía que le entrase más a fondo. “Y ahora vuelve a ser tu turno para preñar a esta perrita... Cúbrela, Fulvio, y que rebose tu leche por su ano”. Y éste no se hizo rogar y le endiñó otro polvazo al joven aristócrata que le dejó el recto a tope. Al moverse dentro del culo de Curcio, la polla de Fulvio hacía el típico ruido del chapoteo que hace un niño jugando en un charco.

Estaban a rebosar las tripas del chaval y el conde consideró que ahora sí era su turno, diciendo: “Mezclamos la esencia de nosotros mismos en este hermoso crisol que el destino quiso poner en mis manos y cuyos ojos destellan con los verdes reflejos de dos piedras preciosas. Mis esclavos han llenado ya el vientre plano de este muchacho al que ahora le concedo recibir mi propio semen para generar en él una nueva vida”. Y sujetó a Curcio por las caderas y lo puso a cuatro patas para fecundarlo como el gran semental de la yeguada. Hizo rezumar su recto al ocuparlo con su verga y golpeó las nalgas con sus fuertes muslos, obligando a la cabeza del chico a balancearse con cada empujón, como si el cuello no tuviese suficiente consistencia para sujetársela al tronco.

Las manos de Nuño se deslizaron hacia el vientre de Curcio y apretó para pegarlo más a él y clavarlo hasta donde los otros no habían llegado con sus penes ni con su esperma. Y le dijo escupiendo semen por la verga: “Ahora si estás preñado y mi chorro de leche te llegará al estómago. Ya eres otra de mis zorras y no te faltará un rabo que adorne tu bonito trasero a partir de ahora”. Curcio, más que gemir resoplaba al liberar la presión de sus huevos y dejar salir su fresca leche de cachorro. Pero el amo la recogió en su mano derecha y, sin sacar su miembro del culo del chaval, ordenó a los otros tres muchachos que la lamiesen despacio y paladeasen el fruto de esa criatura que les ofrecía. Y los tres besaron la mano del amo llevándose en la lengua su parte de semen del más joven, que su dueño lo convertía en la copa donde cada uno de ellos vertería parte de su energía vital cuando el amo lo ordenase. Ese iba a ser el destino de Curcio al lado del conde. El receptáculo de las esencias de la misma vida compartida con él y los otros tres mozos, que alegraban sus días y le daban fuerzas para enfrentarse a los retos que le planteaba su propio poder.

Y acostándose junto a ellos, Nuño les dijo que descansasen y recuperasen las fuerzas porque tenía que fecundarlos a todos. Y el siguiente sería el mancebo y luego Iñigo. Y esta vez dejaba para el final a Fulvio. Al recién llegado no lo follarían más esa noche, pero mamaría la leche de los otros chicos cuando el conde les diese por el culo a ellos. Y todos quedaron cubiertos y con los cojones vacíos. Pero antes de dormirse, todos en el mismo lecho y muy pegados unos a otros, Nuño le dijo a Guzmán y a Fulvio que se pusiesen a cada uno de sus flancos. Ellos obedecieron y se fueron quedando en silencio los cinco.

Curcio se durmió enseguida, como un bendito, y no soltó de la mano el pene de Iñigo, que le tapaba a él el ojo del culo con su mano. Y el mancebo también cerró los ojos después de que el amo lo besase largamente y le dijese en voz muy baja que lo amaba más que a ninguno. Pero el que no cogía el sueño era Fulvio y, de espaldas al conde, movía el trasero para rozarle la polla y notarla entre las nalgas. Nuño acercó la boca a su oído y le preguntó: “No tienes sueño?”. “No, amo”, respondió el chaval. “Qué te pasa?... No estás a gusto?”, insistió el conde. “Sí lo estoy, amo. Quizás demasiado bien y no quiero cerrar los ojos y abrirlos para ver que sólo era un sueño. Y por eso quiero sentir a mi amo en mi piel”, alegó Fulvio. “El conde lo apretó y le dijo: “No es sueño, sino realidad. Y para que te convenzas de ello, siente a tu amo no sólo en la piel”. Y sin que casi se diese cuenta el muchacho ya estaba otra vez empalado por el conde, que le decía: “Ves que bien entra cuando los músculos están relajados?. Estoy en ti tocándote el fondo de tu tripa y más que sentirte clavado crees que vuelas conmigo. Y así debe ser lo que siente un esclavo al ser poseído por su amo. Quiero que te duermas con ese trozo de mi carne dentro de tu cuerpo”. Y por fin se durmió el muchacho arropado por su amo y al calor de los cuerpos de sus compañeros.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Capítulo LIV


Y los tres chicos ahora si pensaron que Curcio se la había ganado gorda. Y sí le esperaba algo grueso, pero no una azotaina, ni con mano, ni cinto, sino algo más contundente y rotundo. Al chico le iban a dar por el culo por primera vez. Y no sería el conde sino Fulvio. Los muchachos no se esperaban tal cosa, pero Nuño le ordenó a Curcio que se arrodillase y le mostró las pollas de los otros chavales, flácidas del susto y temerosas de lo que le pasase al crío. Y el conde le preguntó: “Cuál es la que más te gusta?”. El chaval miró las tres e instintivamente se volvió buscando la del conde, pero tampoco estaba empalmada. Y de todos modos se quedó mirando el tronco de carne de Nuño, que le colgaba delante de un par de cojones gordos como bollos, y el amo le dijo al ver los ojos del crío fijos en su verga: “Esta todavía no te la has ganado. Confórmate con cualquiera de las otras tres y métela en la boca. Y hazlo ya, sin pensarlo más”. Eso fue como un golpetazo en la mente del chico y se lanzó por la primera que encontró al volver la cabeza hacia los otros muchachos. Se la tragó casi entera y al levantar los ojos vio que era la de Fulvio. Nunca sabrían si lo hizo a propósito o si le cuadró delante de la boca y se la comió sin más. Pero le hizo una mamada al otro chaval que se le pusieron los ojos en blanco a los dos. Fulvio casi no pudo sujetar la leche en los huevos, sino llega a decirle el amo al más joven que soltase la teta que no era hora de merendar.

Y entonces le dijo a Curcio que se la chupase a Iñigo también y después al mancebo. El chico obedeció sin perder tiempo de meterse en la boca una polla tras otra y con el sabor de los penes y un regusto salado en la lengua, el amo lo agarró y lo tumbó sobre sus rodillas, ofreciendo el culo para ser admirado por los tres esclavos que le miraban el agujero tan pequeño y rosado que daban ganas de comérselo. Y los tres se lo lamieron y introdujeron la lengua dentro para lubricarlo mejor. Y cuando ya se retiraban para dejar al amo penetrar al crío, éste le dijo a Fulvio: “Eligió tu polla y esa será la que lo desvirgue... Métesela despacio. Piensa en lo que te dolió a ti y no quieras que él lo pase tan mal. Fóllalo, pero no lo violes, porque eso es privilegio de un amo y tú no eres más que mi esclavo. Acerca el capullo al ojete y presiona firme pero sin calcar demasiado... Así.... Deja que entre y se deslice sola, que ya verás como pegas los huevos en ese ano que seguramente te estaba esperando para hacerlo vibrar de gusto... Además, no me digas que no querías verlo humillado y poniendo el culo como una perra... Pues ya ves. Eres tú precisamente el que se lo beneficia primero.... Venga...Ahora aprieta más... No pares...Clávasela del todo y sácala casi todo, para meterla de golpe... Eso es... Mirar como gime el muy puto y como tiembla al notar el capullo rozándole las tripas... Mucho orgullo y estupidez y sólo era una zorra deseando ser cubierta por un machito... Y la verdad es que no lo estás haciendo nada mal, chaval!... Le estás dando una buena ración de verga...No te parece, Guzmán?”. “Sí, amo... Me está poniendo muy cachondo verlo”, contestó el mancebo. “Y tú que dices, Iñigo?”. “Que Fulvio tiene buena polla, amo....Y parece que no es la primera vez que se folla a otro. Lo hace muy bien”, respondió Iñigo. “Ya habías follado un culo?”, le preguntó Nuño a Fulvio, que ya no podía hablar con los jadeos que daba y el gustazo que sentía al darle por el culo al niño rico y vanidoso. Pero respondió: “No... amo... Es ...la ...primera....vez.... y me gusta... amo”. “Ya lo veo!”, exclamó Nuño. “Le estás partiendo bien el culo a este puto crío... Pero le vendrá muy bien para su educación... El próximo polvo le gustará más todavía. Y a ti también”.

Fulvio preñó a Curcio con tanta abundancia de leche que al chico le entraron retortijones de barriga y tuvo que evacuar lo que tenía dentro del vientre. Pero el muy cabrón del chaval disfrutó como nunca al sentir el semen caliente golpeándole las tripas. Y él también echó esperma en cantidad, dejando las piernas del conde pegajosas. Y no tuvo que decirle nadie que se las limpiase, porque el crío se arrodilló y le pasó la lengua hasta recoger la última gota pegada a los pelos. Fulvio se tumbó sobre la cama e Iñigo se acostó a su lado felicitándole por la demostración tan viril que había hecho. “Eres un semental!”, le dijo, jugando con el prepucio del muchacho. Y el conde le dijo: “Iñigo, límpiale la polla a Fulvio... Y que no queden restos de semen en ella”. Olía al culo de Curcio, pero Iñigo se la metió entera en la boca y la chupó como si se tratase de la tranca del amo. La presionaba con los labios y con los dedos le acariciaba los testículos, pero a Fulvio no le quedaban reservas para dárselas a Iñigo, que estaba salido como un burro. Y tuvo que ser Guzmán quien le enfriase la calentura mamándosela a él. Y el amo premió al mancebo con un polvo extra, dejando que se corriese al preñarlo.

Esa noche fueron a cenar a la casa de Don Piero los nobles señores de Nápoles, presididos por Don Asdrubale, y trataron de los postreros detalles antes de la partida del conde y Froilán. Y había algo todavía pendiente por resolver en Sicilia, pero de eso se encargarían esos señores, puesto que algunos de los apresados en el castel dell'Ovo, tenían suficiente información para descubrir quien aportaba carne para el comercio de esclavos. Y curiosamente era otro hombre de confianza del regente. Y Asdrubale urdió la forma de atraparlo sin que Manfredo pudiese intervenir y salvar a ese gusano. Y si el regente estaba implicado, por su propio interés se abstendría de hacer algo y descubrirse. Todo parecía ya en su sitio y el anfitrión de la casa fue el primero en estar de acuerdo que tales prácticas comerciales no debían ser consentidas en el reino.

A esa cena sólo asistieron los señores y ningún muchacho les entretuvo ni distrajo de los asuntos que les ocupaban las mentes. El único que vieron al irse fue a Giorgio, que también los recibiera al llegar. Y en cuanto salieron por la puerta del palacio, Froilán hizo mutis porque estaba deseando volver con sus chicos y sobre todo hacerle menos dura la despedida a Aldo. El chaval se había colgado del noble y también a él le costaba dejarlo para que volviese a Sicilia. Pero era hijo de un noble señor y no podía irse tras una verga por mucho gusto que le diese en el culo. El caso de Fredo era diferente, puesto que él era un segundón y yendo con el conde podía hacer más fortuna que permaneciendo en su casa. Además se llevaba con él a Piedricco y esa relación no sería posible si se quedaban en ese reino. Ruper y Marco ya estaban desnudos aguardando a su señor y en medio de ellos, como otro postre más de la cena, esperaba Aldo a cuatro patas para que lo ensartase Froilán sin previa dilatación. Los otros dos chicos ya le habían abierto el culo con los dedos y le pringaran el ano de aceite. Sólo era cuestión de llegar y meter. Y sobre todo joderle el culo a ese chaval como el mejor regalo que pudiera hacerle el noble extranjero.

Quizás porque algunos iban a cambiar de aires, esa noche jodió todo el mundo. Fredo no se desenchufó en toda la noche del culo de Piedricco. Giorgio se llevó a la cama a Leonardo para desatascarle los bajos. Jacomo se lo hizo con Luiggi al menos tres veces, a tenor de los gemidos de éste último cada vez que se la metía el otro. Los dos eunucos estaban encamados con sus guerreros africanos encastrados en el trasero. Y a Denis y Mario no les hacía falta nadie más para joderse solos. Y hasta Bruno y Casio arreglaron por su cuenta, pues estaban los dos en un corredor y los encontraron dos de los imesebelen, que no les tocaba turno de vigilancia, y se los llevaron a sus catres clavados por el culo en sus pollas grandes y negras.

Y a Nuño también lo aguardaban sus esclavos y todos relucientes y aseados como corresponde a las favoritas de un sultán. Cuál de ellos elegiría primero esa noche?. Todos esperaban su decisión mientras lo desnudaban y le daban masajes para relajarle la tensión muscular y hacerle olvidar por unas horas las preocupaciones que los posibles acontecimientos venideros le causaban. Aunque hubiese querido dormirse, nadie con tal elenco de bellezas a su alrededor podría lograrlo sin degustarlas antes hasta embotar los sentidos.

Pero si miraba a Curcio, se le iban los ojos al culo. Si era Fulvio el que llamaba su atención, el aire patricio del chico le atraía como la miel atrae a las moscas. Pero si Iñigo quedaba plasmado en su retina, era el mismo cielo quien le llamaba a entrar en el paraíso. Y que no nublase a los otros el más atrayente, porque sus besos y sus manos irían hacia él. Serían para su mancebo. Para su propio corazón y su amor, ya que por muy guapos que fuesen los otros, éste siempre sería su predilecto.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Capítulo LIII

Oían las risas de los otros muchachos, pero no les interesaba lo que ellos estuviesen haciendo. Guzmán sonrió y dijo: “Vamos. Tenemos que prepararnos para recibir al amo”. Y diciendo esto el mancebo se levantó y se llevó de la mano a Fulvio para que los eunucos les dejasen el cuerpo listo para complacer mejor a su dueño. El chico tenía que aprender mucho todavía, pero Guzmán estaba seguro que sería un buen esclavo para su amo. Y se encontraron con Iñigo y Curcio que reían y parecían muy contentos y felices de estar juntos. El mancebo aprovechó para decirle a Iñigo que fuese con ellos para que los atendiesen los eunucos y el más joven quiso acompañarlos también. Fulvio sonrió con malicia y Guzmán pensó en lo que debía decirle, mas como si recibiese un fogonazo, le dijo que sí. Que fuese con ellos. El siciliano ya se imaginó a Curcio con el culo como una grana y el agujero abierto para que se le ventilasen las tripas después de que el amo se las llenase de semen. Qué poco le iba a durar la virginidad a ese muchacho, se dijo Fulvio regodeándose por dentro. Por muy noble que se creyese pronto no sería más que una perrita faldera pegada al amo para que las otras perras no la lastimasen ni mordiesen.

Y ya estaban todos listos, hasta Curcio al que Hassan también le hizo un lavado a fondo sin dejar de lado las tripas. Y oyeron la voz del amo en el zaguán del palacio. Hablaba con Giorgio y Froilán también decía algo relativo a unos caballos y preparar un viaje. Los chavales se asomaron a la escalera y vieron que los señores y los dos chicos no estaban solos. Les acompañaba Piedricco y por su cara se diría que estaba más feliz que en una fiesta popular. Nuño cogió al crío por la mano y llamó a Fredo. El joven, ya casi curado del todo, apareció sin ponerse las calzas y cubierto nada más que por la túnica. Y al ver al chiquillo se disculpó por su falta de decoro, pero el conde le dijo: “Vamos Fredo. No pierdas más tiempo y hazlo feliz. Tienes dos días para que sus piernas no se cierren y monte mejor a caballo. Pueda que le duelan las nalgas o el agujero, pero lo sufrirá con agrado. Estoy seguro. Venga. Llévatelo y haz lo que se espera de ti. Ahora es tuyo y para siempre, me temo”. Fredo no podía creerlo, pero los ojos de Piedricco le dijeron que era verdad y su cuerpo ardía en deseo de ser suyo. Y el conde le preguntó al crío: “Crees que serás feliz con Fredo?”. “Sí, mi señor... Y lo amaré con todas mis fuerzas aunque me pegue sino le complazco en algo”, respondió Piedricco. Y Nuño agregó: “No creo que Fredo tenga que zurrarte mucho. Eres una ovejita amorosa y supongo que te mimará como a una mujer. Que es lo que eres realmente”.

Nuño miró al resto de los chicos y les dijo: “Venir todos. Hemos traído caballos porque nos vamos de Nápoles. E Iñigo y Guzmán les echarán un ojo para ver cuales nos sirven...Ah!... Guzmán aquí tienes las garras que ideaste para los eunucos. No me gustaría recibir una caricia con esas uñas. Son peores que garras de oso”. Y salieron al patio trasero del palacio y allí había varios caballos sujetos por unos mozos de cuadra. El mancebo con sólo una mirada ya había elegido uno para Fulvio. Un tordo de crines color de hielo y remos finos y nerviosos. Todo un pura sangre bello y de pelaje brillante que al otro muchacho le pareció demasiado para él. Y fue el conde quien intervino: “Fulvio, ese caballo lo traje para ti y sabía que también lo elegiría Guzmán. Es el que montarás para cabalgar a mi lado con él e Iñigo. Y si no tienes otro nombre mejor, yo le pondría Céfiro como el dios del viento del oeste. Es un corcel propio para un guerrero de la vieja Roma. Y tú eres un patricio de aquellos que dominaron el mundo. Muchacho, montado en ese animal te envidiaría el mismo Cesar”. Y sin esperar la reacción del chico, el conde lo besó en la boca con tanta ternura que desató el llanto del chaval. Y Curcio también tuvo el suyo, aunque le gustaba más el de Fulvio. Iñigo escogió para el crío un bayo muy bonito y trotador, de largas crines y cola rizada y también le pusieron el nombre de un viento, Bora, frío y seco, motivado por un ciclón. A Marco le dieron un precioso alazán rubio rojizo y también lo bautizaron con nombre de aire. Le llamaron Mistral, que en Aragón le llaman cierzo. Y también había monturas para los otros cuatro chavales, los eunucos y los guerreros. Incluida una jaca muy dócil para Piedricco, que se llamó Tramontana, y un potente macho, nombrado Ostro, que es un viento del sur y llevaría sobre su lomo a Fredo. El y Piedricco serían los únicos no rescatados que irían con el conde y Froilán a correr el resto de la aventura en que se habían embarcado por defender el interés de un rey por una corona imperial.

El viaje lo harían sin carros para ir más ligeros y la impedimenta la cargarían varias mulas formando reata. Los chicos estaban contentos como críos con juguetes nuevos y el que ya jugaba desde que llegó a la casa era Piedricco, que cabalgaba sobre Fredo con una buena polla rompiéndole el ojo del culo por primera vez. Pero el conde quiso retirarse a su alcoba con los tres elegidos de antemano. Guzmán agarró a Fulvio de la mano y seguidos por Iñigo fueron tras el conde para servirle como deseaba. Pero también quiso apuntarse Curcio y eso ni estaba previsto ni Nuño quería mezclarlo por el momento en asuntos de cama. Sin embargo, el crío era caprichoso y se empeñó en seguirlos, hasta que el conde se le agotó la paciencia y lo dejó entrar, pero para darle su primera paliza. Ante la satisfecha mirada de Fulvio y la congoja de los otros dos muchachos, Nuño puso a Curcio sobre sus rodillas y le atizó una manta de azotes que desolló un poco la piel de las exquisitas nalgas del chaval. El crío lloró cuanto quiso y sorbiéndose los mocos como un golfillo se arrodilló delante del conde y le pidió perdón. Era el primer acto de humildad y sometimiento de ese niño mimado que en toda su vida no había recibido más que cumplidos serviles, para terminar su cómoda existencia con la traición de su tío.

A Guzmán le dio pena verlo sollozar y frotarse el culo, pero al que le rompió el corazón fue a Iñigo y le pidió permiso al amo para consolarlo. Nuño accedió pero los mandó a otro cuarto pegado a la alcoba y se tumbó en la cama flanqueado por Guzmán y Fulvio. Y el conde le dijo a Iñigo: Haz que se calle y vuelve pronto que no tengo todo el día para esperar a que me sirvan mis esclavos. Y déjalo que recapacite y por su bien espero que se porte mejor en el futuro. Esa fierecilla va a saber lo que es el látigo antes de lo que imagina... Ponle algo que alivie el ardor en las nalgas... Y date prisa o te ganas tú otra zurra”.

Iñigo se llevó al chico y lo acostó boca a bajo para ponerle un bálsamo en el culo. Levantó la túnica y casi le dolió a él ver la carne roja y humeante del chico. El amo lo había azotado con saña, quizás sin pretender causarle tanto daño, pero lo cierto es que Curcio se lo había ganado a pulso. Iñigo extendió el preparado sobre las nalgas y poco apoco el muchacho dejó de quejarse y separó las piernas para aflojar los glúteos. Y los dedos de Iñigo entraron en la raja de culo acariciándole el ano. Curcio no se movió ni se inmutó al notar los dedos de Iñigo jugando alrededor de su esfínter. Al contrario. Levantó el culo como buscando que lo penetrase. Y el otro chaval entendió la señal y entró en el cuerpo de Curcio con un dedo. El crío gimió y le recorrió un escalofrío toda la espalda. Pero no cerró el culo y se abrió más para notar mejor la caricia en el recto.

Y el otro muchacho pensó en el buen juego que daría ese chiquillo en manos de su amo. Desde ese instante estuvo seguro que la verga del conde haría estragos en las tripas de Curcio. Y sin duda llegaría a ser una de las mejores putas de su harén. Pero Iñigo no podía demorarse más con el chico, ya que su amo lo esperaba impaciente en la cama y se ganaba unos azotes en toda regla. Y le dijo a Curcio que no hiciese ruido y se quedase allí solo hasta que volviese a buscarlo. El chaval asintió con la cabeza y el otro salió para meterse en el lecho del amo junto a los otros dos esclavos, que se besaban y sobaban chupando por tiempos la polla del conde. Fulvio aprendía rápido y Guzmán lo dirigía para que le diese mayor placer a Nuño. Y se unió Iñigo para disputarles el honor de mamar la verga de su dueño. Los tres se esmeraban en lamerla y al mismo tiempo se tocaban las pollas uno a otro y se besaban en cuanto no tenían dentro de la boca el pene del señor. Los tres estaban encelados con el cuerpo de Nuño y llegó el momento de la penetración. Y el primero en recibir al amo fue Fulvio.

Esta vez no hubo gritos ni quejidos, sino jadeos y gemidos profundos acompañados de caricias y más besos de los otros dos muchachos. Fulvio notaba como su carne se dilataba y cedía a la presión de la verga que lo taladraba y de sus labios salió casi como un suspiro: “Sí, amo. Clávamela entera”. Y se corrió con las rodillas pegadas al pecho y los talones sobre los hombros del macho que lo dominaba y sometía bajo el peso de su robusto cuerpo. Soltó unos espesos chorros de semen por el capullo, estremeciéndose de pies a cabeza, y Nuño se vació en él. Al incorporarse el amo, Fulvio quedó boca arriba extenuado y acariciándose el vientre con una mano. Y Guzmán acercó la cara a la suya y le dijo: “Te ha fecundado a gusto. Debes estar lleno de esa leche que adoramos y nos hace vibrar de gozo Has sentido su calor?”. “Sí... Y esta vez si me ha gustado y disfruté siendo suyo. Entiendo lo que me decías y quiero tenerlo dentro otra vez”, dijo Fulvio. “No seas ansioso que nosotros también tenemos necesidad de llenar la tripa”, exclamó Iñigo, que le besaba la mejilla por el otro lado. Y el conde terció diciendo: “El próximo es para ti, Iñigo. Y dejaré a Guzmán para el final. Y esta noche repetiremos cambiando el orden”. Los tres chavales se rieron y el conde les dio una azote en el culo por putas.

Pero lo que no se dieron cuenta es que tuvieron un espectador no invitado al festín de polvos. Curcio, escondido tras una cortina, vio como el conde les daba por culo a los tres muchachos y como se comían ellos y el amo, chupándose por todas partes y metiendo lenguas y dedos por el culo de los chicos. Pero lo que alucinó al crío fue la verga de Nuño sobre las de los otros tres. Y eso que ninguno era manco en miembro viril. Y menos Fulvio, que tenía un carajo muy desarrollado. El muchacho se masturbó tantas veces como el conde se la metió a los otros y ya tenía el glande colorado e irritado de tanto pelarse la polla. Pero al parecer aún le quedaba leche en los huevos, pues al descubrirlo el conde y agarrarlo por una oreja, el chaval andaba con el pito en ristre como si no hubiese soltado ni gota de semen por el capullo. Y Nuño sólo tenía dos opciones. O calentarle el culo por fuera o por dentro. Lo que no podía era dejarlo sin una de las dos alternativas.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Capítulo LII

El conde y Froilán iban charlando de camino a la casa de Don Pietro de como abordarían los temas a tratar y fundamentalmente el rescate del hijo para no dejarlo en manos de la iglesia. Pero a Nuño también le preocupaba la estrechez en que se habían visto esa noche al aumentar tanto el número de chavales en el palacio de la familia Cremano. Giorgio iba detrás de ellos, riéndose con Jacomo posiblemente a costa de la orgía pasada, y guardándoles la espalda iban dos africanos dispuestos a cortar por lo sano la más mínima provocación.

Nuño le decía a su amigo que ya era tiempo de dejar Nápoles e ir a Pisa para concretar más los acuerdos con los poderosos pisanos que enviaran la embajada al rey Don Alfonso. Además era imprescindible acercarse a Florencia cuanto antes, pues no tardaría en llegar a oídos de la curia romana su presencia en la península. Lo que tenían que decidir era si harían el viaje por mar, desembarcando en algún pequeño puerto de pescadores de la costa y próximo a Pisa, o si era más conveniente desplazarse por tierra con carros y caballo, aún a riesgo de pasar por territorios de los estados pontificios. Froilán recomendó la segunda opción, ya que ahora eran muchos más y necesitaban caballos, por lo que no era posible llevar tanto animal a bordo. El noble consideró más lógico regresar a Cataluña desde Génova, bordeando la costa hasta Toulon y Marsella. Y de ahí dar el salto al señorío de Montpellier, ya entierras del reino de Aragón otra vez. “Y estaremos cerca del condado de Cerdaña, cuyo señor es el conde de Barcelona y rey de la corona de Aragón, mi Señor Don Jaime. Es decir que ya estaremos entre amigos y en casa al fin y al cabo”, concluyó Froilán.

El conde no vio descabellado ese trayecto y convinieron en preparar la salida en un par de días. Además el barco catalán en el que habían venido aprovecharía la vuelta a Barcelona transportando mercaderías, fletado por Don Pietro. Y esa sería otra golosina más para el rico y avaricioso mercader a cambio de darles la custodia y cuidado del hijo. Y lo que debían encontrar era una solución para pasar al menos dos noches más en Nápoles con un mínimo de confortabilidad para todos los muchachos y que no tuviesen que dormir a la puerta de un aposento y en el suelo como perros apaleados. Realmente a Nuño le preocupaba Fulvio y que no se alimentasen sus celos hacia Curcio, al que se le había habilitado un cuartucho para él solo, aunque no tuviese lecho.

Giorgio y Jacomo debían de rememorar algún polvo, porque se partían de risa y se daban codazos exclamando procacidades. Seguramente, Luiggi, Leonardo, Bruno y Casio, andaban con el culo como si tuviesen almorranas. Pero contentos sí que estaban esa mañana cuando los vio el conde. Y entre unas cosas y otras, ya estaban ante la casa del acaudalado señor de Cossio y unos criados daban aviso a su amo anunciándole la visita de los nobles señores extranjeros.

Pero en la casa de Don Piero también ocurrían cosas. Y era Guzmán el causante de una conversación con Fulvio, que no tenía desperdicio para lo que sucedería esa tarde. El mancebo cogió por banda al otro chico y lo llevó donde pudiesen hablar tranquilamente sin ser molestados. Para ello, le dijo a Iñigo que llevase a Curcio al jardín y entretuviese al crío y a los otros jugando a lo que le diese la gana, porque él tenía que cumplir órdenes del amo y poner a punto a Fulvio para ser usado. No era un chaval fácil de tratar, pero Guzmán no solía arredrarse por nada ni nadie. Se sentó a su lado y afrontó el asunto sin tapujos: “Fulvio, me gustaría ser tu amigo. Pero antes tengo que conocerte y tú no dejas que nadie entre en tu intimidad. Eres retraído y te agarrotas cuando no encuentras escapatoria a un situación que te incomoda, aunque pueda que precisamente estés deseando lo que aparentemente rechazas... Por qué no me dices que te pasa y que es lo que buscas y deseas?”.

Fulvio ni le miró a la cara, pero no rehusó la compañía del mancebo. Lo cual ya era un primer logro. Y respondió: “No quiero ser tratado como una bestia, ni menos una puta para que me den por el culo sin pensar en lo que pueda sentir. Tu amo me usó como a un remedio para el aburrimiento, sin pasión y sólo con brutalidad. Y eso es peor a que te follen cuando se le antoje a otro macho como si fueras una ramera. Deseo volver a ser libre y no sentirme una mierda como ahora”. “Como ahora o como siempre?”, insinuó Guzmán. El chico se volvió hacia él y fijó sus ojos como dos castañas oscuras, diciendo: “Nunca fui una mierda porque era libre y podía ir donde me salía de las pelotas. Ahora sólo me falta un dogal para ser como un perro pero sin el cariño del amo y no lo resisto. Y menos que me toquen y me metan mano delante de otros para demostrar que no soy más que un objeto”. “Sólo es porque haya otros o por el hecho de sobarte sin saber que el amo le gusta el tacto de tu piel?”, preguntó sonriendo el mancebo. “A ti te gusta que te palpen el culo a la vista de todos como a un juguete?”, exclamó Fulvio. “Me da igual si es mi amo quien lo hace. O Iñigo. El también me toca y me besa y nos chupamos la polla uno al otro. Pero nadie es un mero juguete de otro. Y menos para el amo”, alegó Guzmán. “Os deja?”, dijo Fulvio extrañado. Y el mancebo contestó: “Sí.... Y a ti también te dejará que lo hagas... No encuentras muy guapo a Iñigo?...Crees que no es agradable rozar su piel y apretar sus carnes o besar esos labios siempre húmedos y sonrientes?. No diré nada de lo que digas, pero dime la verdad sin complejos”.

El chaval miró su propio paquete y observó como crecía bajo la túnica. Y también se dio cuenta de eso Guzmán. Y entonces el chico dijo: “Cuando lo trajeron al castillo me pareció altivo y muy valiente al negarse a obedecer a aquellos cabrones. Les escupió y dio patadas a cuantos pudo alcanzar y le mordió la boca al puto alcaide. Se portó como un hombre y quise poder ser tan macho como él, porque yo estaba cagado de miedo y haría lo que me mandasen sin abrir la boca... Y cómo iba a imaginar que su culo ya estaba harto de que lo follaran y realmente era una hembra en la cama de su amo!...No defendía su virilidad sino serle fiel a su dueño!”. Guzmán no se rió y dijo: “Y no te has equivocado porque es un hombre muy valiente y muy macho. Es de sangre noble y será caballero. Pero servirle de hembra a su amo no le resta virilidad sino al contrario. Es mucho más hombre desde que le sirve y pone el culo para que lo folle. Igual que yo. Pero responde a lo que te he preguntado”. Fulvio se tocó la entrepierna y respondió: “Es muy guapo y debe ser agradable estar con él. Siempre huele a naturaleza, lo mismo que tú, que desprendes un aroma que gusta olerlo. Y al oler vuestro sexo es más agradable estar a vuestro lado. Los dos sois muy hermosos y si yo pudiese amaros como hace vuestro amo, no sabría con cual de los dos quedarme”. Fulvio, mientras hablaba iba arrastrando una mano hacia el muslo de Guzmán y antes de pronunciar la última palabra ya lo rozaba con la punta de los dedos. Y añadió: “Me prometes que no contarás nada de esto?”. “Sí. A nadie que no le interese”, afirmó el mancebo. Y agregó: “Te gusto como para desear acariciarme?”. Fulvio no dudó en responder: “Sí.....Me encantaría besaros a los dos y saber que os agrado y deseáis mi cuerpo también. Nunca besé a nadie ni jamás hice algo con otro. A no ser cuando me violó tu amo. Que lo hizo él todo y contra mi voluntad. No me deseaba, sino que me la clavó sin mirarme a los ojos siquiera. Fue para matar el tiempo y ni hizo un gesto de afecto”. “Quizás no quiso hacerlo así o no le diste otra opción tiempo. Ni le sobraba el tiempo. Pero yo no soy quien para censurar o juzgar los actos de mi señor... Lo que sí te aseguro es que te volverá a follar sin forzarte. Cuando vuelva a estar contigo será porque te desea y quiere que goces con él”, dijo Guzmán. “Me va a dar por el culo otra vez. Pero me dijo que no me haría daño. A ti no te lastima, verdad?”, preguntó resignado el chico. “No me importa que me duela si él desea hacerlo con fuerza. Pero si te dijo que no te dolería, puedes creerle. Nunca miente”, contestó el mancebo. “Cuándo”, inquirió Fulvio. “Cuantas veces le apetezca. Y esta tarde, seguramente, te hará sentir de otro modo”. “Podría escapar, pero no sé a donde y estoy cansado de recibir palos.... Si me llama no debo negarme, verdad?”, preguntó el chaval. “No”, aseveró el otro. Y Fulvio objetó: “Y no prefiere follar con vosotros?”. “Nos montará a los tres juntos”, añadió Guzmán. “Y eso por qué?”, quiso saber Fulvio. “Porque se lo supliqué yo. Y así será menos duro para ti hasta que te acostumbres a tener dentro su verga”, dijo el mancebo.

Fulvio se quedó con la mirada fija en la nada y dijo: ”Es un hombre muy fuerte y tiene un cuerpo muy bien hecho. Y su rostro también es bello como el vuestro.... Podremos besarnos los tres y acariciarnos mientras él nos penetra?”. Guzmán posó la mano sobre la del chico y se la llevó sobre el muslo que él pretendía alcanzar y dijo: “Sí. Y nos dirá que nos chupemos la polla y hasta permitirá que nos traguemos la leche que eyaculemos al terminar él en nuestras tripas. Esta tarde formarás parte de sus esclavos favoritos y puedo asegurarte que no sabes bien la suerte que has tenido al admitirte a su servicio. La libertad es relativa siempre, pero a su lado es más verdad que recorriendo montes y valles. Te rescató de una vida horrible y te dará lo que jamás has soñado. Sólo debes amarlo y obedecerlo como tu amo y señor. No hay honor ni riqueza más grande que ser esclavo de mi amo. Y quiero que sepas que tú eres muy atractivo y al amo le gustas mucho”. El otro muchacho se sonrojó y sin más dijo: “Quiero besarte en la boca como preludio a los mil besos que nos daremos desde ahora”. Se besaron y ambas pollas estaban tiesas.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Capítulo LI

No abrió los ojos, pero un persistente dolor de cabeza le hizo darse cuenta que estaba despierto. Notó el olor de Guzmán muy cerca de su nariz y alargó la mano para tocar el cuerpo del mancebo, que como siempre reconoció por el calor y la agradable tersura de su piel. Nuño se decidió a mirar que le deparaba esa nueva jornada y se encontró con los ojos negros de su amado, que le sonreían para hacerle más agradable el despertar.
Al conde le martilleaban las sienes y preguntó: “Iñigo todavía duerme?”. “Sí. No lo ves acurrucado a mi espalda?, dijo el mancebo. “Sólo te veo a ti. Y esta noche fuiste el protagonista de mis sueños”, respondió Nuño. “Y que soñaste, amo?”, quiso saber el chico. Y el conde le contó: “Que los dos galopábamos por nuestro bosque y nos bañábamos en el río desnudos y solos. Nos amamos como otras veces, pero el placer era superior a todo lo gozado anteriormente. Estabas tan hermoso que sólo un ser celestial podría equiparse contigo. Nunca te había adorado tanto como este noche en mi sueño”. Guzmán besó la boca del amo y le contestó: “Y lo has hecho, pero no en un sueño. Nunca me sentí más tuyo que antes de quedar dormido en tus brazos. Y me amaste con todo tu ser. Ni siquiera hacer el amor con Iñigo mermó la pasión que pusiste al poseerme. Sentí que no follabas mi cuerpo sino mi alma. Y lograste que llorase de felicidad al notar tu leche en mi vientre. Nuño, esta noche fue mejor que ninguna otra desde que te pertenezco y te doy las gracias por amarme tanto”. El conde sonrió olvidando su malestar y el dolor que oprimía su frente y le dijo: “Guzmán, cuanto más tengo más te necesito y siento que mi corazón reclama tu amor. Quiero que me ayudes con el resto de los muchachos. No a follarlos, pero sí para que los eduques y consigas que sepan servirme como tú. Quizás te pido demasiado, pero sé que lo harás y muy bien, además”.

Guzmán volvió a besarle la boca y le dijo: “Estás preocupado y cansado. A los problemas que te crea la embajada de mi tío, añades ahora un cúmulo de circunstancias que te han llevado a ser responsable de varios jóvenes. Y todavía te falta resolver ciertos asuntos, como por ejemplo el caso de Fredo y Piedricco... Por cierto, los eunucos han realizado una estupenda labor con las heridas de Fredo y ya está casi repuesto de ellas. Y todas la magulladuras y cortes que traíamos nosotros, también nos los curaron enseguida...Pero tú no has dejado que te diesen un repaso y ahora tus músculos agotados te hacen doler la cabeza y vete a saber que más... Sin contar los polvos que nos metiste a noche. Iñigo y yo te los agradecemos y nos has dejado saciados y sonriendo como dos zorras con la barriga inflada. Pero tienes que consentir en que cuiden de ti también... No voy a pedirte permiso para llamarlos y aunque te opongas, relajarán tu cuerpo y te tranquilizarán la mente para que descanses y puedas empezar el día con la energía que necesitas. Y no intentes decir que no. Tú eres el amo, pero yo soy responsable de tu salud. Incluso a la fuerza si es preciso”.

El conde miró perplejo al mancebo, pero no rechistó. En el fondo era consciente que tenía razón el chaval y por una vez le agradó dejar que lo cuidase como a un niño. Y en esto se despabiló Iñigo también y ya se abrazó al mancebo estrujándose contra su espalda. Los despertares de Iñigo eran siempre mimosos y buscaba el calor de otro cuerpo, preferiblemente el de Guzmán. Y como era habitual sonrió y sus ojos les alegraron a los otros dos, al entrar en el aposento el mismo color azul que lucía el cielo esa mañana. Qué guapo era ese muchacho hasta recién amanecido!. Y qué ganas le daban al conde de entrar en su culo para darle el desayuno por el ano. Pero necesitaba tiempo para poner en marcha sus proyectos y simplemente lo besó con ternura y le dio una palmada cariñosa en la nalga para que se levantase y soltase al mancebo. Ya tendrían tiempo de arrumacos y sexo más tarde.

Y lo primero sería pasar revista a la tropa de chavales que se había echado encima tan sólo en veinticuatro horas. Iñigo fue a por todos ellos y Guzmán a por los eunucos. Y el conde los recibió tumbado en la cama como si fuese una poltrona romana. Hassan y Abdul le indicaron a Nuño que se tumbase boca abajo y comenzaron a sobar y amasar sus músculos pringándolos de ungüentos y bálsamos. Y con todos presentes inició la recepción. Sin verlos, se dirigía a unos y a otros, dándoles instrucciones o dejándoles clara su nueva situación y posición tanto en la vida como a su servicio. Pero también se interesó en saber como habían pasado la noche.

Y a los que le preguntó primero fue a la pareja más reciente. Mario le informó que les prepararan unos jergones para dormir en el suelo delante de la puerta de la habitación ocupada por él y los otros dos esclavos. Y que como Denis tenía frío, durmieron juntos y abrazados en el mismo colchón. “Y tú, Fulvio?”, inquirió el amo. Y contestó con cierta sorna: “También dormí en ese mismo corredor al lado de ellos... Y me costó trabajo pegar ojo hasta que estos dos no se cansaron de darse por el culo y mamarse las pollas”. “Eso es cierto”, preguntó el conde. Los dos chicos sicilianos se sonrojaron, pero Mario habló: “Sí, amo. Nos conocemos desde hace años y vagábamos juntos por Sicilia, afanando lo que encontrábamos propicio para comer. Las noches son frías y largas cuando se duerme al sereno y también el sexo se despierta y primero te satisfaces con la mano y luego pruebas a ver que se siente si te lo hace otro. Y al poco tiempo quieres probar algo nuevo y terminas follando con tu compañero de fatigas. Unas veces me la mete él y otras se la endiño yo. Y nos alimentamos de nuestra leche dándonos de mamar el uno al otro. Y por la noche, estando pegados, nos sobamos y nos calentamos hasta que las vergas se ponen tiesas y ellas solas buscan el agujero del otro. No era nuestra intención molestar a este chaval ni mucho menos a vos, señor”.

El conde no quiso que le viesen reír entre dientes y sin girarse hacia ellos dijo: “Entiendo vuestras necesidades y puede asegurar que a mí no me habéis molestado con vuestros regodeos sexuales. Pero, a partir de ahora, eso no podéis hacerlo sin mi permiso. Y para que no lo olvidéis os voy a azotar. Sin embargo, quiero saber una cosa. Os queréis?”. “Sí, mucho”, dijo Denis. “Como hermanos?”, insistió el conde. “Más que eso, señor”, afirmó Mario. Y añadió: “El es todo lo que he tenido en el mundo y no podría estar sin Denis”. “Ni yo sin Mario, señor”, agregó el otro. "Está bien”, dijo Nuño. Y a Curcio no le preguntó nada, puesto que ya sabía donde durmiera esa noche. Estuvo encerrado en una pequeña sala él solo y se acostó sobre paja cubierto con una manta. El chico estaba callado y miraba al suelo como para no ver cual era la realidad que le esperaba junto a ese hombre al que todos llamaban amo.

Y Guzmán habló por él: “Amo, el joven Curcio pasó la noche mal. No tenía un lecho mullido y su cuerpo no está acostumbrado a miserias ni incomodidades. Te suplico que me permitas ocuparme de él. Iñigo y yo cuidaremos del muchacho y le haremos ver las cosas de otro modo”. Nuño miró a Curcio y luego a Fulvio. Y dijo: Sí. Ocúpate de ese crío. Pero también has de cuidar a Fulvio y enseñarle algunas cosas que le serán útiles para complacerme. Puede que a lo largo del día sea mi puta y debe estar preparado”. Fulvio se dio la vuelta y ya salía del aposento cuando sonó como un trueno la voz del conde: “Nadie te ha dicho que te marches!... Y si te estás preguntando por qué no me follo a Curcio, te diré que es porque de momento no me da la gana. Acércate!”. Fulvio se aproximó al lecho y el conde se incorporo de golpe y lo agarró por un brazo, tumbándolo con el culo hacia el techo. Le levantó la túnica y pidió una correa. Y delante de todos los demás le azotó veinte veces el culo desnudo.

Y el muy cabrón del crío no gritó, pero lloraba ocultando la cara contra la cama. Y el conde le dijo: “No me gusta que te quejes de tus compañeros ni menos que los acuses para que los castigue. Ni tampoco me agrada la envidia, aunque sé que en realidad son celos. Estás deseando que te quieran y aún más que te amen y te deseen, pero no sabes como llamar la atención para conseguirlo y te portas como un estúpido. Fulvio, eres un chico muy varonil, elegante y atractivo. Y estoy deseando disfrutarte mejor que la primera vez. Y no tardaré mucho en hacerlo, porque lo necesitas más de lo que tú mismo supones. Y no pasa nada porque llores o grites cuando te zurre. Me temo que no será la última vez que tenga que castigarte y dejarte al rojo las nalgas...Ahora voy a zurrarles los glúteos al esos dos compañeros que denunciaste... Ven Denis y desnúdate”. El chaval obedeció y el mismo se doblo sobre el lecho para ser azotado. Y el conde le ordenó al otro que se pusiese a su lado para zurrarles juntos. Y también lo hizo con rapidez. Y se miraron uno al otro mientras sonaban sobre sus nalgas diez correazos.

Se levantaron frotándose el culo y le dieron las gracias al conde por disciplinarlos y educarlos como buenos siervos. Y eso le hizo gracia a Nuño y les dijo: “Bueno. Creo que no voy a tener que pegaros con frecuencia, porque veo que sois obedientes y buenos esclavos. Os doy permiso para que durmáis juntos y folléis. Pero también debéis complacerme cuando yo lo requiera. Y ahora, con el culo ardiendo, vais a follaros otra vez delante de todos... Empieza tú, Mario. Soba a tu amigo y cuando estéis cachondos a tope móntalo y préñalo. Luego lo hará él cubriéndote a ti. Y apretar fuerte para notar el polvo en la carne dolorida”. “Gracias, amo. Te serviremos cuando tú ordenes y seremos como perras cachondas para satisfacerte siempre que lo desees”, dijeron los dos chavales al unísono, masturbándose con la mano para endurecer más sus pollas.
Y fue un espectáculo. Al punto que el conde exclamó: “Estos dos putos son unos artefactos mecánicos hechos para follar!. Buenas pollas para dar y carnosos culos para recibir!. E imagino que abundante leche también!. O al menos les sale en cantidad por el ano a los dos”. Pero durante el tiempo que los dos chavales follaban, Nuño le dijo a Fulvio que se sentase a su lado y lo apretó contra él para acariciarlo y tocarle los muslos. El muchacho aunque no quisiera reaccionar al tacto del conde, su polla lo traicionó y se puso erguida y dura, haciendo alarde de un tamaño y grosor apetecible para cualquier culo vicioso. La tensión le sentaba bien a ese chico, porque se puso todavía más guapo y su rostro y dignidad recordaban mucho más la de un patricio de Roma. Hasta el cabello le brillaba y caía a ambos lados de la cara resaltado sus facciones de un clasicismo perfecto. Y el conde pensó: “Por qué no admites que estás deseando ser mío y tu cuerpo pide sexo tanto como tu corazón necesita amor... Terco muchacho!. Pronto te arrastrarás a mis pies por mamarme la polla!”. Y siguió metiéndole mano hasta juguetear con las pelotas del chico.

Lo cierto es que entre los masajes de los eunucos y la actuación sexual de los dos sicilianos, más el sobeo por las patas y testículos de Fulvio, al conde se le pasaron los dolores y ya era otro hombre esa mañana. Y ya tenía ganas de follar otra vez, pero se reprimió y fue a reunirse con Froilán. Y por supuesto éste le contó su noche con Ruper, Aldo y Marco. Al principio Ruper fulminó con la mirada al otro chaval. Pero Marco con su carácter cariñoso y afable supo ganarse a los otros dos y terminaron comiéndose a besos mientras su amo les daba por el culo a todos. Durmieron abrazados los tres chicos y Ruper, nada más despertar se preocupó si su nuevo compañero había dormido a gusto pegado a él. “Son como gatitos que se hacen un ovillo para jugar juntos”, le dijo Froilán al conde.

Y averiguar que hicieran los otros chicos no era necesario porque ya se suponía que habrían montado una orgía entre todos. Incluyendo ahora a los dos nuevos secuestrados en el castillo, de nombre Bruno y Casio, de los que se hicieron cargo Jacomo y Giorgio. El que no durmió con nadie y se la cascó en solitario fue Fredo, que todavía estaba convaleciente. Pero el conde se había propuesto ese día solucionar el tema con el padre de Piedricco y librar al chico del convento, entregándoselo a ese otro mozo valeroso que echaba de menos un culito para retozar contento por las noches. O cuando se terciase, puesto que un polvo sienta bien a cualquier hora y en todo momento y situación.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Capítulo L

Froilán miró a Fulvio con ojos golosos y le preguntó a su amigo que tal juego daba el muchacho. Y el conde sólo le respondió: “Es un potro para montarlo con señorío y enseñarle a trotar despacio y sin perder el aplomo. Un reto más para convertir una noble criatura libre como el viento en un dócil animal de compañía. Pero lo conseguiré aunque tenga que llevarlo atado a la cola de mi caballo obligándole a recoger el estiércol con las manos. Dentro de poco será un esclavo aprovechable para cualquier uso. Ya me conoces”. Y el conde también se fijó en Marco y preguntó a su vez: “Y ese, qué tal?”. “Sencillamente encantador. Un regalo del destino”, contestó Froilán.

“Señores, vamos a armar la trampa para esos mal nacidos”, les dijo a todos el conde, y preguntó: “Qué sugerencias hacéis?”. De entrada hubo silencio, pero pronto surgieron voces apuntando tretas para tender la emboscada a los bizantinos. Y Don Asdrubale propuso que usasen como señuelo los muchachos que aún estaban vivos, reforzados por algunos de sus servidores más jóvenes y apuestos, así como de los que habían traído otros nobles, y hacerles venir al castillo a los responsables del comercio de esclavos y también al capitán del navío. Y una vez que los tuviesen en sus manos, entusiasmados por las ganancias al ver los ejemplares que se llevarían, sería muy fácil aniquilarlos a todos menos al mercader y al capitán, obligándoles a dar la orden de vaciar el barco y entregarles todo el cargamento que ya llevaban en la bodega. La tripulación no sospecharía, pues usarían como pretexto haber sido comprado allí mismo por un jeque árabe. Una vez hecho eso y mientras el resto de la marinería esperaban nuevas órdenes de su capitán, desde las torres de la fortaleza caería sobre ellos una lluvia de flechas, aniquilando a la mayoría. Y al mismo tiempo, los seis imesebelen con otros guerreros abordarían la nave desde el mar para rematar a los supervivientes y hacerse con las arcas llenas de oro y plata y demás objetos valiosos que tuviesen a bordo.

No era un mal plan y todos lo vieron acertado y sin demasiados riesgos para ellos. Luego harían correr el rumor de un asalto berberisco o sarraceno y la consiguiente pérdida del dromón a manos de tales infieles. Y dicho y hecho se pusieron en acción para recibir la visita del mercader bizantino y sus socios en el negocio del tráfico de carne joven para uso sexual. Nuño cogió de la mano a Fulvio y dijo con voz autoritaria: “A éste se lo mostraremos como algo especial y totalmente desnudo. Pero sin tocarle ni un pelo...Y a Marco lo mismo... Serán los mejores señuelos, pero no les rozarán la piel ni para besarles los pies”. Todos acataron la decisión de Nuño y éste añadió: “Vayamos, pues, a recibir a esos señores de mierda y mostrémonos risueños y corteses antes de rajarles el vientre como a puercos...Otra cosa!... El destino de la mercancía se estudiará después. Pero soy partidario de devolver a todos los que tengan familia llorando su pérdida, tal y como se hizo con los secuestrados en este castillo... Alguna objeción?”. “Ninguna”, respondieron los señores a una sola voz. Y se reunió a todos los chicos que constituirían el cebo, desnudándolos y advirtiéndoles que procurasen lucir bien sus atributos sexuales y físicos. O incuso que los potenciasen apretando las nalgas para ponerlas más enhiestas y duras.

Mas Asdrubale apuntó: “Quizás no sea necesario matar sin más a todos los marineros y no aprovechar para ver si puedo esclavizar a los jóvenes que tengan un buen cuerpo y disposición de ser sometidos a mi voluntad”. “Sea como dice Don Asdrubale”, aceptó el conde en nombre del resto. Y esperaron impacientes a que las velas latinas de la nave fuesen arriadas y saltasen a tierra los personajes que regían el lucrativo negocio de esclavos. A esa hora del final de la tarde todo estaba en calma y los últimos destellos del sol teñían de oro las aguas del mar. Un color similar a la avaricia de aquellos crueles hombres que ya entraban en el castel dell'Ovo.

No fue difícil engañar a los cinco bizantinos y traerlos a la fortaleza para negociar una posible compra a buen precio de toda la mercancía por un rico árabe, que no era otro que Don Asdrubale disfrazado con un par de mantos de brocado recamados en oro. Y una vez allí tampoco hubo dificultad en convencerles para que colaborasen sin poner trabas, no gustosos de hacerlo, pero sí sin remolonear demasiado para ordenar a sus secuaces que enviasen a todos los rehenes al castillo. Todos eran de Sicilia y cual no sería la sorpresa del conde y sus amigos al ver que la mayoría eran criaturas muy jóvenes, casi niñas y niños de corta edad. Muchachos sólo había diez y de ellos ocho tenían familia y padres que estarían llorando su desaparición. Nuño dio la señal y los arqueros barrieron la cubierta del barco y por la amura de babor los africanos y el resto de guerreros trepaban por el casco para abordar el dromón. Los tripulantes, mal armados y sin esperar un asalto, no ofrecieron resistencia y la mayor parte fueron hechos prisioneros. El resto, unos ciento cincuenta, eran remeros y continuaron encadenados al banco de remo.

Pero este rescate suponía problemas para el conde y los otros señores. El primero era devolver a tantas criaturas a su hogares, cosa que se haría en el mismo barco, pero con nueva tripulación y un capitán napolitano. Y Nuño pensó en Don Pietro de Cossio para proveerles de marineros y un buen oficial que mandase el barco. Y hasta pudiera ser que con eso también negociase el futuro de su hijo Piedricco. Pero también tenía que resolver la cuestión de los dos huérfanos sicilianos, ya que ninguno de los señores quiso hacerse cargo de ellos. Por lo que el conde no pudo menos que decir que se los quedaba y le tocaron en suerte los dos chavales. Denis y Mario, que así se llamaban. Y a sus escasos diecisiete años añadían una apariencia externa que incitaba a follarlos o comérselos crudos y sin ponerles ni sal.

Y, por si fuera poco, se presentó otro conflicto mayor al descubrir dentro del navío a un joven bellísimo que sólo tenía dieciséis años. El tratante de esclavos confesó antes de morir que era un encargo especial para un pariente del Basileus de Constantinopla y por eso no lo habían sacado del aposento donde viajaba. Nuño dejó que sus ojos paseasen por el cuerpo de aquel chiquillo y no pudo por menos que darle la razón a Froilán al asegurar que era una de las criaturas más hermosas que jamás había visto. Su belleza casi se igualaba a la del propio mancebo, dado que también era moreno y con el cabello esponjado en grandes bucles, pero tenía los ojos verdes como las esmeraldas. Y le preguntó al vil mercader: Dónde encontraste este ejemplar?”. “Me lo vendió su tío. No lo secuestré por la fuerza”. “Mentira!”, grito el chaval.

El conde quiso quedarse solo con el chico y con Fulvio y, ante el aire hierático y altivo que mostraba, le preguntó de donde era. El muchacho miró al conde con un gesto de soberbia y le dijo que lo habían apresado cuando cazaba en los bosques de su propiedad en Córcega. Añadió que exigía respeto a su persona, pues era un miembro de la casa de Foix, señores de la Occitania, pariente próximo del conde de Foix, Roger IV, y tenía rango de príncipe. “Lo que me faltaba!” exclamó el conde llevándose las manos a la cabeza. Otro vástago con sangre extra fina en las venas. Es que acaso estoy condenado a poseer críos de sangre más azul que el cielo!”. Los dos muchachos se asombraron del grito de Nuño y el nuevo no abrió el pico hasta que el noble señor el preguntó su nombre. Curcio, respondió el chaval. Y tienes un tío que haya podido venderte?”, inquirió el conde. “Vivo con mis tíos porque soy huérfano. Pero todas la tierras y propiedades son mías. Mi tío Gastón sólo era mi tutor mientras fui menor de edad”, alegó el chico. “Pues me temo que vendiéndote te usurpó todo, muchacho. Y ahora sólo tienes lo puesto. Es decir nada”, le dijo Nuño. Y por si no le quedaba clara su posición añadió: “Guarda tus humos y tu altivez para cuando puedas hacer gala de ello. Por el momento no eres nada ni nadie espera tu regreso a esas tierras que ahora son de tu tío. Y te aseguro que si asomas las narices por ellas te matan como a un perro”.

Al chico le faltó un pelo para llorar, pero se tragó las lágrimas y no cambió su semblante de poderoso señor, ahora venido a menos. Y el conde le habló con calma: “Bien Curcio. De momento estás a mi cuidado y luego veremos que hago contigo. Pero antes desnúdate del todo”. El chico insinuó un gesto agresivo, no obedeciendo la orden, y Nuño le arrancó la túnica rasgándosela de un tirón. Y vio lo que quería. Realmente un precioso cuerpo casi sin vello, excepto en el pubis y las extremidades. Muy joven todavía, pero ya era fuerte y desarrollado como un prometedor machito. Curcio enrojeció más de rabia que de vergüenza, pero calibró sus posibilidades y apretó los puños sin moverse ni pretender revolverse contra el conde. Y Fulvio, al que todavía le escocía el ojo del culo y seguía desnudo, se sonrió por lo bajo intentando disimular su agrado por la humillación de aquel otro joven orgulloso, que se creía más que nadie por tener nobleza y títulos sus antepasados. Y pensó con regocijo: “Verás como te va a dejar el culo este cabrón. Serás príncipe, pero en cuanto te la clave sólo serás una furcia más de su colección, estúpido cabrón!”.

Nuño se dio media vuelta y sin mirar a ninguno de los dos muchachos les ordenó vestirse y seguirlo. Curcio tenía la túnica rota y no le servía ya para volver a cubrirse con ella y Fulvio, sin dejar de lucir una sonrisa burlona, le dijo: “Ese trapo ya no te tapa nada. Casi es mejor que salgas en cueros y así todos verán mejor tu hermoso cuerpo. O espera que encontremos algún harapo para vestirte. De momento no veo nada y el señor nos ha ordenado ir tras él”. El conde no quiso intervenir ni regañar a Fulvio, pero giró la cabeza y le tendió la mano a Curcio entregándole su capa, diciéndole: “Cúbrete con esto mientras no te proporcione algo más adecuado”. El chico cogió el manto sin decir nada y Nuño añadió: “No tienes nada que decir?... No te han enseñado a agradecer lo que te dan sin merecerlo?”. El chaval se mordió el labio pero dijo: “Gracias”. “No te he oído bien”, dijo Nuño. “Gracias, señor”, repitió Curcio. “Más te vale que vayas aprendiendo a ser humilde. Y procura llevarte bien con los que ya son tus compañeros. Eso te hará la vida más fácil y agradable mientras estés conmigo”, agregó el conde. Pero también tenía algo que decirle a Fulvio: “Y tú no te pases o te caliento antes de abandonar esta fortaleza y haces el camino dando saltos”. Y por fin podían salir del castillo para regresar a casa de Don Piero y reunirse con los otros esclavos del conde y con Ruper, ya que los señores napolitanos se encargarían de alojar a los rehenes en el castillo mientras no partiesen de nuevo a Sicilia.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Capítulo XLIX

Quedaron solos Giorgio y Jacomo con los otros dos chavales secuestrados y no quisieron ser menos que el conde y Froilán en eso de aprovecharse del momento y regodearse con unos polvos mientras no avistasen el velamen del dromón. Quizás sea cierto que el subidón de adrenalina que provoca el peligro de muerte, también dispara las testosterona en los machos y les incita a perpetuarse como especie y por tanto a follar. Echaron a suertes para ver cual de ellos le tocaba para metérsela primero y buscaron un cuarto donde follarse a los chicos entre los dos. El asunto era darle por el culo a ambos pasándoselos de polla a polla hasta que hubieron vaciado los cojones en sus tripas. Los dos muchachos bajaron la cabeza ante los otros dos y obedecieron las órdenes que les daban, ya fuese para chuparles las vergas o darse la vuelta y abrirse de patas como dos putas. Por la estrechez de sus anos se deducía que nunca les habían metido nada por el culo, pero aguantaron sin quejarse el dolor que sufrieron al penetrarlos la primera vez casi sin lubricarles el esfínter.

De todos modos, Giorgio fue más considerado que Jacomo y atacó el agujero del que estrenó con más cuidado y se la fue introduciendo despacio hasta hacer tope en el ojete con las pelotas. El chico se lo agradeció bajando la cabeza hasta tocar las rodillas y entregarle el culo a placer para que se la clavase hasta el fondo. Y el otro, enculado por Jacomo, no chilló, pero apretó los puños y cerró con fuerza los ojos para reprimir el alarido que saltó dentro de su cuerpo desde el ojo del culo hasta el cerebro. Luego se los cambiaron y ya los ojetes estaban dilatados para darles con fuerza, haciendo resonar la carne de las nalgas con los empellones que les atizaban al encajar salvajemente las vergas dentro de los culos de los dos chicos. Al final todos lo pasaron bien, pues se corrieron más de dos veces cada uno y a los primerizos terminó haciéndole gracia hacer de rameras para los otros dos hermosos machitos.

Y a Fulvio todavía le ardía el ano y se lo tocaba sorprendido de haberse tragado por ahí la tremenda polla de Nuño. El conde le arrancó la poca ropa que tenía puesta el muchacho y se quedó impresionado al ver de cerca su cuerpo. Se sentó en el lecho y lo miró en silencio. Era magnífico y al mismo tiempo tenía una dignidad al moverse y una elegancia estando simplemente de pie y parado sin hacer nada, que resultaba imposible creer que pudiera tratarse de un hijo abandonado por unos muertos de hambre sin hogar ni cobijo que darle a la criatura. Y tampoco la cría de un campesino saldría con tanta prestancia como la de ese chico. Posiblemente habría un misterioso secreto en su origen, pero Nuño no estaba por la labor de complicarse con más historias ni problemas de nobles antepasados.

Y sin mencionar nada le indicó al chaval que se acercase y lo agarró por un brazo obligándolo a ponerse de rodillas ante él. Fulvio estaba asustado y no supo que hacer hasta que Nuño lo sujetó por la nuca y le metió la cabeza en su entrepierna para que oliese sus cojones y apreciase mejor la rigidez de la verga que apuntaba hacia sus ojos. El chico quiso hablar y el conde le ordenó abrir la boca y le metió en ella su miembro, diciéndole: “Chúpalo!”. Y lo hizo, pero mal. Y se ganó una hostia para que no le rozase con los dientes el prepucio del pene. Supo que tenía que poner más cuidado y mamar ese carajo como hacía en el campo con las tetas de las vacas para llenar el estómago.

“Ahora sí sabe como hacerlo!...No hay como enseñarles a golpes para que aprendan rápido a complacer a un amo”, pensó el conde mientras el chico le hacía una mamada suave que casi lo desnata antes de lo previsto. “Sácala y dejala descansar que todavía no te has ganado la leche”, le dijo el conde. Y añadió: “Lame los cojones y no pares mientras no te dé otra orden”. Nuño estaba cansado y esa caricia en sus testículos le reanimó para desear más placer. El chaval le miraba a la cara furtivamente sin despegar la boca del escroto del conde, pero la mano de Nuño tiró de él por una oreja y lo levantó hasta quedar frente a frente los dos. Y el noble señor le preguntó: “Te han dado por el culo?. “No, mi señor. Sólo me hice pajas yo solo pelándome la polla con la mano”, respondió Fulvio. “Y no crees que va siendo hora que te rompan el virgo?”, dijo el conde, no como pregunta sino como anuncio de lo que iba a sucederle de inmediato. Y el chico ni abrió la boca, pues sabía cual sería su suerte.

“Túmbate sobre la cama boca a bajo y separa las piernas”, le ordenó el conde. Y él obedeció. Los dedos de Nuño tocaron el ano del muchacho y se cercioró que no mentía. Estaba más cerrado que la entrada de una clausura conventual. Iba a ser dura la penetración de ese esfínter, pero a Nuño le sobraban las ganas de conseguirlo y le faltaba tiempo para perderlo intentándolo con delicadeza y excesivos miramientos. Así que escupió en el agujero y le clavó dos dedos de golpe. Fulvió lanzó un grito, pero Nuño le arreó un azote con toda la mano abierta que le dejó marcados los cinco dedos en una nalga y le conminó a que no rechistase ni volviese a gritar o le cortaría la lengua.

El chaval temblaba como una vara verde, pero mordió la sábana y apretó los dientes, y el conde le hurgó dentro del culo como haciendo hueco para enterrar algo. Y eso era lo que iba a hacer. Se montó sobre Fulvio y agarrando la verga con una mano se la puso en el agujero y apretó hacia dentro con todas sus fuerzas. El chico vio las estrellas con más claridad que en la más nítida noche despejada de nubes y se sintió morir del agudo dolor que notó en el vientre. Pero no hubo compasión para él y el conde cabalgó sobre su cuerpo como si montase a una jaca y no paró hasta descargar toda su leche.

El muchacho quedó inmóvil con la cara hundida en el lienzo de la cama y las piernas abiertas sin darse ni cuenta que su ano rezumaba semen. No quería saber que le rodeaba ni que pasaría después de sufrir esa brutal violación. Tenía la sensación de estar muy sucio por fuera y por dentro y no le importaría morir en ese instante. Nuño se dejó caer panza arriba a su lado y miró al techo resoplando todavía por el esfuerzo de joder de ese modo al chaval. Y se dio cuenta que eso sólo lo había fatigado más de lo que estaba y no le había satisfecho en absoluto. Y entonces giró la cara hacia el muchacho y lo besó en la oreja diciéndole: “Serás mi esclavo, pero nunca más volveré a usarte sin consideración como si sólo fueses un cacho de carne o una puta rastrera. Quiero que cuando te folle goces y no sufras y que me ames. Y no me odies por lo que acabo de hacerte”. Fulvio levanto la cabeza y también miró al conde con los ojos llenos de lágrimas todavía. Y le dijo: “Mi señor, si soy vuestro esclavo da igual como me uséis. Ahora ya no cuentan ni mi voluntad ni mi dignidad de hombre. Sólo soy una bestia para satisfaceros como más os guste mientras siga atado a vos. Pero esperar únicamente mi obediencia y no mi afecto, mi amo”.

Nuño no supo como contestar a ese joven que se atrevía a responderle de ese modo tan valiente y haciendo gala de un honor que un ser pobre y sin nada sobre la tierra puede permitirse. Y sin decirlo se preguntó: “De qué coño está hecha el alma de este mocoso y quién carajo se cree que es?”. Pero reprimió su cólera momentánea y le dijo al chico: “Ven, que quiero abrazarte y acariciar tu cuerpo como debí hacer desde un principio. Sé que te duele más el alma que el culo. Pero ahí es donde suavizaré tu pena con mis besos y mis cuidados. Fulvio, tengo dos esclavos más, a los que amo más que mi vida. Y tú serás el tercero. Porque llegarás a quererme a mí y también a ellos. Uno, el más joven, casi tiene tu misma edad y es muy bello. Su rapto ocasionó todo esto. El otro también es hermoso y sé que te querrá y te hará ver las cosas de otro modo a como ahora las ves. Confía en mí a pesar de haberte roto el culo de una manera tan violenta”.

Fulvio sorbió los mocos y las lágrimas y contestó: “Uno es el hermoso chaval de pelo de oro. Me fijé en él cuando lo trajeron y me fascinó su valentía y arrestos para no doblegarse ni ceder ante el alcaide y los guardias. Nunca podría imaginar que un tío tan valiente era un esclavo y que su culo ya estaba abierto como el coño de una ramera. Creí que era todo un macho y en cambio tiene un amo que lo usa como a una hembra”. El conde sonrió y añadió: “Que me los folle, tanto a él como al otro, no significa que no sean hombres en todos los sentidos y si alguien los ataca sepan defenderse como jabatos salvajes. Y tú también eres un macho aunque yo u otro tío te dé por el culo. Y verás como pronto te gustará sentir una verga dentro de ti y que te llenen la barriga de leche templada y espesa. Te acostumbrarás y luego rogarás para que te jodan el culo y la boca. Pero ahora descansa y no tengas miedo de mí. Yo te protegeré como hice con Iñigo. Ese es el nombre del chaval tan guapo que también secuestraron para venderlo como esclavo”. “Pero él ya lo era y yo...”, quiso replicar el chico y el conde le cortó la frase: “Tu lo eres desde que te clavé mi verga en el culo. Con eso tomé posesión de ti y me perteneces igual que mi caballo”.

Y el conde ya no pudo volver a follar al chico porque, mientras Fulvio se tocaba el culo y se metía un dedo por el agujero todavía dilatado, vinieron a avisarle que ya se veían en el horizonte las velas triangulares de un navío bizantino. Debía ir junto a Don Asdrubale y los otros señores que ya esperaban para perfilar los detalles de la trampa que tenderían a los mercaderes de esclavos. Podía entablarse otra lucha cruenta, pero sería mejor llevar ventaja desde el principio y no arriesgar más vidas entre sus guerreros. Y Nuño le ordenó a Fulvio que le siguiera y no se moviera de su lado bajo ningún pretexto o lo encadenaría por el cuello como a un perro.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Capítulo XLVIII

Una nube quiso velar el cielo ante la visión de aquellos dos titanes de ébano yaciendo en tierra. Los rodeaban los otros guerreros, tanto de su raza como los blancos que en ese momento ya ni eran sus señores ni otros esclavos, sino camaradas de otras muchas hazañas y de una vida a la que ponían ahora un broche de oro. El grupo de hombres que les rendían el último homenaje cargado de respeto, lloraban en silencio la pérdida de tan aguerridos soldados, bajo cuya piel oscura latía un corazón de león alimentando el alma de una hermosa criatura sin malicia ni sentimientos oscuros.

Fue una ceremonia silenciosa y de un profundo recogimiento y dolor presidida por Guzmán y el conde. Los otros seis guerreros amortajaron a sus dos compañeros según la usanza y creencias de su pueblo, poniendo sobre sus restos las temibles cimitarras que blandían cortando el aire y la vida de sus enemigos. Y quienes los conocieron y se encontraban allí en ese momento triste, acompañaron sus cuerpos hasta quedar sepultados bajo la tierra. Con la última palada, el mancebo dejó caer lágrimas por sus mejillas y Nuño lo abrazó y le escondió el rostro contra su pecho. Y quedaron enterrados fuera del castillo, frente al mar y mirando hacia Africa. Luego el príncipe Yusuf besó a los otros seis africanos y ellos se arrodillaron a sus pies para devolverle el beso sobre las manos.

Parecía que todos habían perdido algo de sus almas, pero tenían que seguir cumpliendo la misión ya empezada y no cabía pararse más tiempo ni en lamentos ni en llantos estériles. Ya no estaban medio desnudos porque Ruper había traído las ropas que dejaran en la otra orilla del mar. Dejara los caballos al cuidado de unos criados de Don Asdrubale y cruzó hasta el islote en una barca con otros servidores, porque pensó que ellos necesitarían vestirse adecuadamente. No se equivocaba en eso y tanto su amo como los otros le agradecieron la iniciativa.

Y al mismo tiempo que tenían lugar esas exequias, Don Asdrubale repasaba a los prisioneros para separar los mejores a su juicio y dejarlos en reserva para un uso más gratificante que disfrutar torturándolos. Averiguar más cosas sobre el comercio de esclavos del alcaide sólo era un escusa para ejercitar su sadismo con el resto que no le gustaban para ser sus esclavos y se aplicó a fondo haciendo gala de una crueldad excesiva. Algunos dijeron cuanto sabían casi sin necesidad de presionarlos, pero eso no les libraba del látigo ni de padecer lo horrores y el terrible dolor del potro o los hierros al rojo vivo.

De entrada los colgaron a todos boca a bajo y sujetos al techo por los pies, previamente atados con gruesas cuerdas. E iban descolgando uno a uno para someterlo e infringirle peores castigos que en el infierno, hasta que dejaban de chillar y berrear como cerdos antes de abrilos en canal. Y casi ninguno soportaba vivo por mucho tiempo al meterles un grueso hierro candente por el culo. Al final sólo quedaron media docena y se doblegaron como dóciles borregos mamando las pollas del señor di Ponto y los fieles verdugos escogidos como ayudantes. Pero sólo el amo y señor les dio por el culo después de cerciorarse que eran vírgenes aún. Y se limitó a romperles el ano, pero sin preñar a ninguno.

Los indultados eran muy jóvenes y todos hacían gala de un cuerpo bonito y un rostro agradable y atractivo. Y, sobre todo, de una mansedumbre propia de bueyes capados. Sin duda las cuadras de Don Asdrubale se verían reforzadas por esas criaturas que serían enviados a su villa para raparles el pelo y comenzar su adiestramiento para servir debidamente a su amo. Este hombre no era blando con sus putos perros y aprendían a obedecerle y complacer sus caprichos a golpe de correa y severos castigos.

Terminada la ceremonia fuera del castillo, Nuño se planteó los pasos a seguir y decidió que todos los chicos, menos Giorgio y Jacomo, regresasen con los caballos a la casa de Don Piero. Guzmán, Iñigo y Ruper pusieron mal gesto, pero antes de ver la reacción de sus amos se dieron la vuelta y con las orejas gachas se fueron hacia las barcas con Luiggi. Y el conde consciente del malestar de los muchachos, les llamó y les ordenó que les esperasen allí bien lavados y preparados para recibirlos y hacerles gozar a Froilán y a él de unas horas de placeres sin límite. Era un modo de compensarlos anunciándoles el gozo de servirles más tarde y tener dentro del cuerpo las vergas de sus amos soltando leche con generosidad.

A Froilán no se le habría ocurrido despachar a los chavales, pero agradeció que su amigo el conde le echase una mano para no tener cerca a Ruper sin haber catado todavía a Marco. Prefería hacerlo estando solo con el chico y sin ver los morros ni la malas caras que su paje solía poner al ver a su amo follándose a otro chaval. Nuño también le ordenó a Giorgio y a Jacomo que reuniesen a los muchachos secuestrados que habían sobrevivido al ataque de la guarnición, y mandasen a sus casas o todos los que tuviesen familia por los alrededores de Nápoles. Y que los huérfanos o abandonados los dejasen en el castillo para decidir su destino más tarde. Lo que no dijo es que posiblemente elegiría uno para pasar el tiempo esperando la arribada del navío bizantino.

De momento bajaría a los calabozos para ver como iban los juegos de Asbrubale y que ejemplares había seleccionado para su casa. Y por su parte, Froilán cogió a Marco por un brazo y buscó un aposento para degustar el cuerpo de esa criatura encantadora que la suerte y el destino le habían reservado para él. Marco no temblaba ni mostraba miedo alguno por lo que pudiera hacerle ese noble señor que le miraba a los ojos con una ternura que jamás había visto antes. No era tan inocente para no darse cuenta que deseaba ese hombre, pero nunca sería peor que el abandono y el hambre que hasta ese día había sufrido desde su más tierna infancia.

Casi era un milagro que permaneciese vivo y con buena salud llevando una existencia de peligros y soportando las inclemencias del tiempo por montes y bosques. Sin embargo, algo o alguien lo protegió y cuidó de él. Y ahora ese ser nunca visto anteriormente, se le hacía patente en la figura de Froilán. Un macho joven, esbelto y hermoso, fino y elegante, y con una educación tan esmerada y unos gustos que no parecía un hombre de su tiempo. Y ahí estaban los dos juntos sentados en un lecho y sus bocas se aproximaban despacio para besarse.

Ya estaban desnudos y Froilán había recorrido con la vista todo el cuerpo del crío y repitió el camino en sentido contrario rozándolo con los labios. Qué piel tan bonita tenía ese muchacho, se dijo el noble. Y eso vello tan ligero que cubre sus nalgas para hacerse pelos ya más fuertes en la piernas y desde los muslos, le provocaban un calor en las entrañas que le hacía temblar. Marco era muy guapo además de atractivo. Y lo mejor en él era su interior. Noble, sin doblez alguna, tan sincero como para no ocultar las sensaciones y sentimientos que las manos y los labios de Froilán le iban causando en su alma y en su cuerpo. Y ni uno solo de sus gemidos o jadeos fue fingido, como tampoco ocultó ni calló el dolor y quejidos al ser penetrado por primera vez. Sintió que su carne se rompía y le pareció que el ano se desgarraba. Pero sólo fue las primeras impresiones de lo que se tornó enseguida en un nuevo placer ignoto y viciosamente deseado la segunda vez que lo probó.

Descansaron agotados el chico sobre el noble y éste no dejaba de acariciar la espalda del chaval ni de tocar sus mejillas con los labios entreabiertos. Notaba en su pecho la respiración sosegada del crío y eso le dio una paz y una sensación de felicidad que quiso con todas sus fuerzas que nunca acabase ese fracción de su vida. Marco se estaba metiendo en el corazón de Froilán con cada roce y cada mirada que le dirigía transmitiéndole esa misteriosa fuerza que salía de lo más hondo del alma de Marco. Y realmente el muchacho se encontraba a gusto con Froilán y le agradecía ese modo de tratarlo y la nueva forma de placer que le había enseñado a gozar. Y se quedaron dormidos uno pegado al otro.

Nuño volvió con Giorgio y Jacomo y vio los tres jóvenes que habían quedado con ellos. Eran muy bellos, cada uno en su estilo, pero a ninguno se le podían hacer ascos, ni por la cara ni por el resto del físico. Y el conde los revisó despacio y le gustó más el que tenía el cabello liso y de color castaño. Dijo llamarse Fulvio y a todas luces era un auténtico romano. Con una toga puesta sobre los hombres sería el prototipo de un patricio adolescente, que ya abandonara la toga pretexta, sólo vestida por los niños, además de senadores y magistrados, que no podía decirse que fuesen precisamente infantiles. Este chico prometía un rato de placer al conde y lo llevó al aposento principal del castillo para gozar los encantos de un cuerpo recio y fornido, cuya virilidad apuntaba maneras de ser todo un hombre valiente y con arrojo. Pero por el momento sólo sería carne para el gozo de otro más fuerte que él.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Capítulo XLVII

El mancebo subió a lo más alto de la torre con varios chavales armados con ballestas y hubiese sido lógico dejar caer una lluvia de flechas sobre los atacantes, aprovechando la ventaja de estar colocados en un plano más elevado, pero no disponían de ellas en cantidad suficiente para no usarlas con cordura y procurar el máximo acierto. Guzmán les pidió a sus ballesteros que afinasen bien la puntería y por cada saeta disparada hubiese un soldado menos con vida. Nuño se instaló con Iñigo y otros cuantos en el primer piso y también con ballestas asomándose por las ventanas lo justo para disparar y no ser blanco de las flechas contrarias. A Froilán y a Giorgio, con otro grupo y los africanos supervivientes, les tocó la planta baja para defender con uñas y dientes si fuese preciso la entrada a la torre. Y se reanudó el combate y en lo más íntimo todos se dijeron: “Luchemos y que el sol salga por donde quiera. Esto está muy jodido!”.

Froilán estaba bastante agotado y tenía cortes y rasguños por casi todo el cuerpo, como casi todos los demás, y escuchó a su espalda la voz de un muchacho que le dijo: “Señor, puedo ayudaros?”. El noble miró hacia atrás y se encontró con los ojos de azabache de Marco. Y sonriéndole al chico le respondió: “Sí puedes. Quédate a mi lado y procura que no te hieran. Si salimos de esta quiero que estés conmigo. A ti te gustaría?”. El chico se acercó hasta pegarse a Froilán y contestó: “Sí. Claro que me gustaría. Pero os veo cansado y lastimado y voy a defenderos con mi vida si es necesario. Yo no valgo nada, ni nadie me echará de menos. Pero a vos, mi señor, seguro que sí. Sois un noble y además un hombre apuesto y valiente y tendréis familia que os aguarde. E incluso una mujer”. Froilán hubiese reído y besado al crío, pero en tales circunstancias sólo le dijo: “Marco, tú vales tanto como el mejor hombre. Y si no hay nadie que te espere yo si espero que los dos disfrutemos de la vida. Y que lo hagamos juntos. Te tomaré a mi cuidado y nunca te faltará de nada. Se habrá acabado tu vida errante de furtivo porque estarás bajo mi protección”. “Gracia, señor. Pero a cambio de qué?”, preguntó el chaval. “De tu compañía y espero que pronto de tu afecto”, contestó Froilan. “No sé si os serviré como deseáis, señor. Nunca lo hice. Sé que ese era mi destino al ser vendido como esclavo. Pero no probé todavía el sexo, ni siquiera con mujeres, señor”, añadió Marco sin dejar de mirarle a los ojos a Froilán. Y éste le dijo: “Eso sólo será si tú quieres. Me basta con verte y saber que estás contento siendo mío”. “Gracias, señor. Mas si os pertenezco podréis hacer lo que deseéis sin que cuente mi voluntad ni mi deseo. Me debo a vos y ahora será vuestro si queréis cogerme en vuestras manos”, añadió Marco besando la mano de Froilán. Y el noble señor no pudo evitar acercar la cara del chico a la suya y besarlo en la boca.

“Qué puta suerte tener a esa criatura entregada y no poder sentarla en las piernas y clavarle la polla en el culo!”, exclamó Froilán sin pronunciar palabras. Y la misma rabia le hizo recuperar las fuerzas y desear batirse con todo un ejército para salir con vida llevando consigo a Marco. “Qué criatura más entrañable!”, se repetía entre dientes. Y el chico le mostró un arco de caza que había encontrado en un armero. Y le dijo: “Señor, soy un buen cazador. Y este arco nos defenderá a los dos. Os lo juro!”. Froilán quedó pasmado de la determinación conque Marco estaba dispuesto a matar por salvarlo y con un gesto de aprobación le dio ánimo y gritó al resto: “Nadie nos vencerá y saldremos de esta torre vivos. Aferraros a las armas y duro con ellos!”. Parecía que el noble estaba a punto de salir por la puerta y atacar con bravura a toda la guarnición, cuando oyeron sonar cuernos al otro lado de las murallas.

De pronto los soldados retrocedían hacia las defensas de la zona este, delante de las cuales se abría una explanada hasta las orillas del islote. Y con ello se abrían dos frentes obligando a la guarnición de la fortaleza a dividir sus efectivos. El conde se percató del ataque desde el exterior de las murallas y concentró el tiro sobre los que aún pretendían entrar a por ellos, diezmándolos al no tener el apoyo de los ballesteros que ahora disparaban las saetas hacia fuera. Estaba claro que venían en su ayuda y desde lo alto de la torre Guzmán pudo divisar quienes eran.

A la cabeza de un cuerpo de ejército venían los estandartes de Don Asdrubale y otros señores y vio al lado de ellos a Jacomo y Luiggi. Estaban armados hasta los dientes y arribaron al islote en grandes lanchas con un numeroso pelotón de soldados y gentes de armas. La guarnición, preocupada con los enemigos que tenía dentro del castillo, no se enteraron del desembarco de esas fuerzas. Y al hacer sonar los cuernos de guerra ya estaban sobre el islote en formación de ataque. Traían escalas y eran muchos. Y los soldados que se aprestaron a la defensa por eso lado, caían atravesados con flechas por la espalda. La retaguardia de los defensores estaba tomada ya por el conde y los suyos y las tornas habían cambiado. Ahora los fuertes eran los antes acorralados en la torre norte y los guardianes de la fortaleza caían por docenas. Sólo era cuestión de abrir las puertas y todo el recinto sería invadido por los hombres mandados por Don Asdrubale.

Y ese fue el siguiente objetivo del conde. El y los africanos se dirigieron dando mandobles hasta el portón principal y hicieron saltar la pesada tranca que servía de cerrojo. Las puertas se abrieron al empuje de los asaltantes y entraron en tromba dentro del bastión. El resto, con algunas bajas más entre los efectivos del conde, ya fue una masacre de soldados hasta exterminar a casi todos los supervivientes que aún quedaban vivos, excepto algo más de una docena de entre los más jóvenes que Asdrubale ordenó apresarlos y conducirlos a las mazmorras del mismo castillo para sacarles más información a base de tortura. El hedor de la sangre era nauseabundo y las gaviotas sobrevolaban el islote atraídas por los despojos. Todos estaban fatigados pero el furor de la pelea los mantenía tensos y alerta como si todavía tuviesen que seguir matando.

Nuño corrió a buscar a Iñigo y Guzmán y los encontró juntos abrazados el uno al otro. Los llamó y ellos, sucios y con el sudor seco sobre el rostro, se volvieron hacia él y se lanzaron a sus brazos. Estaban llorando como críos y el conde los besó mil veces y les dijo: “Han muerto muchos y lamentablemente dos de nuestros guerreros negros. Y eso me entristece y me duele como si fuesen de mi familia, porque para mí son muy queridos esos hombres. Hagámosles un entierro acorde con sus costumbres. Y tú, Guzmán, lo presidirás como su príncipe, ya que por defenderte dieron su vida”. “Amo, eran algo de nosotros mismos y lucharon por todos nosotros y no sólo por mí”, replicó Guzmán. “Sí, pero tú eres su verdadero señor. Esos guerreros son tu guardia personal”, añadió el conde. Y después de un silencio, Nuño les dijo: “En cuanto nos lavemos y recuperemos un poco de fuerza, estaremos encerrados un día entero sin parar de follar. Sobre todo a ti, mi guapo mozo de pelos dorados. Creí que te perdía y eso me dejó el alma muy dolida. Ahora entre los dos debéis curármela a besos y caricias. Y yo os colmaré de polla y leche. Vamos a darle las gracias a los nobles señores que han venido en nuestra ayuda”. Froilán, más emocionado que exhausto, se quedó sentado en un escalón de piedra y Marco se acomodó a su lado, recostando la cabeza en su hombro, y le dijo: “Señor, nos hemos librado de morir juntos. Ahora tenéis que llevarme con vos para vivir a vuestro lado. No como mucho, mi señor, así que no os saldré muy caro para mantenerme. Y si vos queréis, cazaré y seré yo el que os consiga comida. Quiero ser vuestro, señor”. Froilán ya no esperó más y le dio el primer beso de amor que saboreó el chico en su boca. Y sin ponerse de pie le sobó el culo a gusto por primera vez. Y marco ni lo rechazó ni pareció desagradarle el tacto de las manos de Froilán apretándole las nalgas. Se diría que el ojo del culo ya le latía de gusto, al ritmo que se le endurecía la polla, lo mismo que la verga de Froilán.

Don Asdrubale, acompañado de Jacomo, se acercó al conde y le dijo: “Amigo mío, en cuanto este muchacho contó sus sospechas, supimos que eran ciertas la habladurías que corrían entre la gente del pueblo. Nunca me gustó Don Angelo, que por cierto era un hombre de confianza del regente. Pero me costaba creer que fuese tan bellaco. Ahora queda explicarle A Manfredo todo esto, pero de eso nos ocuparemos nosotros, los nobles de Nápoles. Lo primero es limpiar este cementerio y poner las cosas en orden”. “Sí”, respondió Nuño. Y todos los hombres comenzasen a retirar cadáveres y adecentar el suelo del recinto.

Pero quedaba algo por resolver y el conde no lo dejó caer en saco roto. Se dirigió a Don Asdrubale y le contó cuanto sabía sobre la inminente llegada del barco bizantino. El otro señor se acarició la barbilla y dijo: “Seguro que viene cargado con más jóvenes secuestrados en las islas cercanas, incluida Sicilia. Vamos a esperarlo aquí y les tenderemos una trampa. Todo su cargamento es carne para sexo, pero no llegará a su destino”. Y se pusieron a discutir el plan para atrapar a los traficantes de esclavos bizantinos y hacerse con la mercancía que llevaban a Constantinopla y a otros mercados. Luego, de paso que el conde y sus pajes se decentaban, al igual que Froilán, acompañado ya por Marco, Don Asdrubale bajaría a los sótanos para entretenerse con los prisioneros antes de enviarlos con los muertos. Pero puede que algunos de ellos salvasen la vida si les agradaban físicamente al señor y veía la buena disposición de los chicos para sacarle partido como esclavos. El señor di Ponto mantenía el criterio que nunca debe despreciarse un buen animal sin haber sido examinado antes con minuciosidad y comprobar sus posibilidades sexuales para usarlo en una orgía.