Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

lunes, 24 de octubre de 2011

Capítulo XL


Pero daba la impresión que los hados se empeñaban en que el conde no tuviese un día pacífico en esa ciudad. No había llegado a reunirse con el resto de la pandilla de chavales, Froilán incluido, que a veces era peor que todos ellos, pensando sólo con la cabeza del pito, cuando Giorgio le comunicaba que un mensajero de Don Asdrubale di Ponto le estaba aguardando para entregarle una carta. “Qué querrá este tío”, pensó el conde. Aunque ya se figuraba que es lo que le proponía ese otro dominador de esclavos. Y no se equivocó. El inquietante señor invitaba a Froilán y a él a una cena en su villa. Y añadía que podían hacerse acompañar por sus pajes o cualquier otro joven servidor que quisieran llevar con ellos.

“La puta que lo parió”, soltó el conde sin recatarse ni un pelo. Y prosiguió asombrado: “Pretende que se los pongamos en bandeja para que los folle a su gusto. Sólo me faltaba esto para rematar la historia!. Y rechazar el privilegio de asistir a su orgía, sería tanto como insultarlo gravemente y perder uno de los mejores apoyos para la causa de mi rey...Qué sacrificios he de hacer por ti, Alfonso!. Incluso entregar a tu propio sobrino para que un burro sin escrúpulos lo holle con sus pezuñas?. No!... Eso nunca!. A mis esclavos no los toca ni los huele siquiera!. Pero qué pretende ese cabrón?... Dímelo tú, Froilán”. “Follarlos. Tú mismo lo has dicho”, contestó el noble amigo. Y añadió: “Pero no podemos faltar a esa cena. También lo has dicho tú y no yo...Así que tú verás lo que hacemos... A mi Ruper no se la mete ese tipo... Y a Aldo tampoco... Y supongo que ni a Iñigo y menos a Guzmán”. “No es cuestión de que sea menos o no. Ni a uno ni al otro por igual. Son míos y punto”, afirmó Nuño. “Pues hay que buscar una solución... Piensa rápido”, dijo Froilán muy seguro de sí mismo.

De entrada aceptaron la invitación de Don Asdrubale y así se lo hicieron saber al mensajero. Que partió raudo a trasmitírselo a su amo, dejándoles un buen sabor de boca a los dos nobles, porque el chico era un bonito ejemplar de esa tierra, sin un pelo en la cabeza, pues iba totalmente rapado y se le adivinaba un culo para joderlo horas enteras. Indudablemente era uno de los esclavos del rico magnate y esa noche estaría con el resto de los animales sexuales de su amo. Ya Giorgio les advirtiera que el tal mantenía un pelotón de chavales encerrados en la villa romana. Y se hablaba mucho por Nápoles de las fiestas nocturnas que daba a invitados muy elegidos. Decían que todos los muchachos eran menores de veinte años y que los ataban a las columnas de los patios y pérgolas de los jardines para flagelarlos sin piedad o hacerles mil perversiones propias del mismísimo Tiberio o de Calígula. Algunos equiparaban sus cenas con las orgías de Nerón en su época más depravada. Pero ya se sabe que las gentes tienden a exagerar al hablar de este tipo de cosas.

Fuere como fueren las veladas en la villa de Asdrubale, Nuño tenía que solucionar el problema y buscar la forma de no llevar a sus chicos sin ofender a un anfitrión tan especial y de gustos tan particulares. Y Guzmán no le ponía las cosas fáciles, porque se empeñaba en ir con él. Y tuvo que ajustarle las clavijas a base de correa. Iñigo no dijo nada, pero sólo era necesario leer en sus ojos para saber lo que quería. Y también chupó estopa con la mano para hacer que se le fuesen de la cara los morros. Además de, llegada la hora de irse a la fiesta, encerrarlos en la habitación del conde a los dos y a Ruper con Aldo en la de Froilán.

Y por fin el conde encontró la solución para ir sin los pajes y llevar compañía agradable para el dueño de la villa. Además de ir escoltados por cuatro guardianes negros, que podrían dar un juego estupendo en la fiesta, se llevaron a Fredo, junto con Jacomo, Luiggi y Leonardo. A Giorgio le dio miedo ir y se quedó vigilando a los pajes, que ya quedaban seguros bajo la protección de los otros cuatro imesebelen. Entre los que se encontraban Ali y Jafir dándole por culo a los eunucos.

A fin de cuentas la cosa no estaba tan mal y la compañía del conde y su amigo Froilán era de lujo. Unos negrazos con cuerpos fabulosos, ejemplares irrepetibles y nunca vistos por el anfitrión de la fiesta, y cuatro niñatos preciosos y con unos cuerpos dignos de ser sobados hasta el agotamiento. Y ellos mismos, que también eran dos jóvenes fuertes, masculinos y bien dotados para montar potros y cubrir yeguas. Podía ser memorable la cena en la villa romana de Don Asdrubale di Ponto.

Y desde luego el sarao no desmereció de su fama, tal y como les había asegurado Giorgio. Los jardines eran espléndidos y lucían con teas y antorchas encendidas por todas partes. Y mucho más resplandecían los músculos de los esclavos, casi adolescentes, completamente depilados y con los cráneos rapados. Todos, lo menos una veintena, eran criaturas bellas y sin tacha que desmereciese su condición de ejemplares de pura raza. Pero entre ellos destacaba la envergadura de los negros del conde, también medio desnudos y exhibiendo sus portentosas vergas aún flácidas. Los chavales que acompañaron al conde también se aligeraron de ropa, como el resto de los invitados, y antes de empezar con el primer plato ya casi todo el mundo estaba en cueros.

Entre los invitados del anfitrión había dos cardenales y tres obispos, además de un abad, clérigos y, por supuesto, nobles señores, que como los anteriores llevaban a sus Jóvenes esclavos sujetos por cadenas enganchadas a las narices, como si fuesen becerros, o los pisaban bajo los pies usándolos de taburetes para estar más cómodos. La mayoría llevaba fustas o látigos en la mano para azotar tanto a sus respectivos perros como los ajenos, invitados e ello por los amos. Y los señores devoraban cantidades ingentes de comida, preparada de diferentes maneras y consistente en toda clase de manjares de pescado y carne, así como frutas y dulces. Corriendo el vino a raudales por las mesas. Y también el sexo y el semen de todos. Tanto de los folladores como de los follados, ya fuese por la boca o por el culo. Y los restos de lo que fuese se le arrojaba a los esclavos, que se disputaban los trozas de hueso con algo de carne como perros rabiosos.

Don Asdrubale, que se le notaba que era un amo cruel y severo con sus esclavos, mandó atar a unos seis, puestos con el culo en pompa para que quien quisiera se sirviese el mismo de su carne y la usase como le diese la gana y sin límite alguno. Y al conde le dio pena ver como a esos chicos les pinchaban con agujas y les retorcían la carne con tenazas para diversión de unos y otros. De paso muchos se la metían por el culo y los llenaban de semen hasta el borde del ojete, que comenzaba a escurrir al tercer polvo que le echaban. Y otros les obligaban a mamarles la polla y tragarse la leche. Y en general todos follaron y se corrieron muchas veces y también a mas de un chaval le metieron frutos grandes y puños por el culo.

A los esclavos los usaron todos los amos, intercambiándolos entre ellos. Y de todas maneras los más solicitados eran los del dueño de la villa. Esos no paraban de recibir por todas partes, ya fuesen azotes o lechadas. Y los cuatro imesebelen se hartaron de reventar agujeros. Ensartaban chavales por el culo como aceitunas y les dejaban el ano hecho un cráter de color cárdeno o los atragantaban clavándoles la polla por la boca. Pero alguno se preguntará que es lo que hicieron los chicos de compañía del conde?. Pues también se pusieron las botas unos de dar y otros de tomar por culo y todos de chupar pollas. Fredo y Jacomo fueron de machitos y se lucieron con su vergas en ristre. Y Luiggi y Leonardo no supieron lo que era estar sin un rabo en la boca o el culo durante toda la fiesta. Y al último también se lo ventilaron dos negros de la escolta de Nuño. Y el primero en abrirle el agujero fue el conde y luego Froilán. Después se trajinaron a Luiggi. Y una vez que cumplieron con ellos, se dedicaron a picar algún otro culo de los que se ofrecían a su paso.

Todos quedaron contentos y con los cojones limpios por dentro. Y los más jóvenes con el culo lleno. Y el conde tuvo tiempo y ocasión para reforzar las alianzas para el éxito del negocio que le llevó a Nápoles. Pero al regresar a casa, fatigados y exhaustos, había más novedades esperándoles. Que posiblemente les afectasen a todos de algún modo.